Crítica del (ab)uso político de la lengua:
El individuo
contra la colectividad.
(Otto
Jespersen: Humanidad. Nación. Individuo.
Desde el punto de vista lingüístico. Revista de Occidente Argentina. Buenos
aires. 1947. Traducción: Fernando Vela)
Cuando los especialistas
abandonan los rígidos esquemas del planteamiento académico, con su inmanente pesadez
antiestilística, y se convierten en desenvueltos divulgadores alumbran, como
por el famoso arte de birlibirloque bergaminesco, libros como el presente de
Jespersen, de una amenidad que compite, sin desventaja, con su sabiduría. Se trata
de esos libros que nos vocean su interés desde la pirámide de libros viejos apenas
hemos visto emerger por las laderas o la cima el título o el nombre del autor,
por devaluados económicamente que estén, pero esa es la gracia de la segunda
mano: encontrar cuanto más barato mejor la obra de mayor interés. Nos cuestan tan
poco –al margen de las irritaciones epidérmicas de los ácaros del papel–, que,
al leerlos, se multiplica nuestra satisfacción.
Para un intelector afincado en Cataluña, pero no
en el catalanismo político, en cualquiera de sus muchas y disparatadas facciones,
es evidente que un título como Humanidad.
Nación. Individuo. supone un reclamo tan efectivo como, acaso, Mi lucha,
para algunos nacionalistas ortodoxos (y dicúlpeseme la redundancia). Intuye el ávido lector que no
saldrá de la lectura sin ganancia, esto es, sin confirmación de ciertas
verdades prudentes, de las que ayudan a ubicarse en el justo medio ilustrado
que lo aparte del río revuelto de las demagogias especulares.
Jespersen lo tiene claro
desde el principio: No hay duda o
ambigüedad alguna sobre lo que significa humanidad y lo que significa
individuo, pero el término “nación” no está en modo alguno tan claramente
definido. Jamás se ha llegado a acuerdo respecto a lo que debe ser entendido
por nación. Y nosotros con él. A partir de esta evidencia, comienza a
desarrollar la teoría de la responsabilidad individual del hablante en la
formación, consolidación y expansión de las lenguas. Es el individuo el
responsable de la lengua, no la lengua la que se ha de imponer al individuo
como un trágala para contabilizarlo como mero hablante, sin derecho alguno. De
todo esto se deriva una tensión entre norma y transgresión que mete espanto en
quienes abusan de la lengua, politizándola, para que nadie de a quienes han
metido en ella con calzador se atreva a cuestionarla o transformarla de modo
que “evolucione” hacia algo diferente, lo que en nuestro caso territorial sólo
puede hacerse hacia la efectiva simplicidad del castellano moderno de Valdés,
tan enfrentado al arcaísmo deseado del milenarismo patriótico. Esta tensión se
vivió, en catalán, con la famosa polémica barco/vaixell, pero está a la orden
del día en todo lo referente a la lengua, algo que en esta parte de España no
se vive en términos de realidad lingüística, sino dramática del ser o no ser chespiriano.
Quien se adentre en las
páginas de Jespersen y lea algo como lo que sigue, entenderá los fundamentos
del movimiento secesionista que padecemos en nuestra hermosa nación catalana
[aquí está empleado el término en el uso tan frecuente en siglos ya casi remotos de hablar de alguien “de
nación catalana” o “de nación extremeña” –por jugar a las polaridades–, por su
lugar de origen, de nacimiento: En la
distinción trazada entre habla y lengua no puedo ver más que una especie de
transformación de la teoría de un alma popular, un alma colectiva, un alma
gregaria como opuesta al alma individual, y superior a ésta; una teoría que han
expuesto varios investigadores alemanes y que Herman Paul [Psiología popular,
1910, Múnich], entre otros, ha combatido acertadamente. El alma y la conciencia
no residen más que en el individuo y aun en el caso de que todos o casi todos
los individuos de una comunidad pensasen y sintieran lo mismo respecto a tal o
cual cosa o estuvieran habituados a reaccionar de la misma manera en esta o
aquella situación, no recurriríamos todavía a un “alma popular” que se comporta
de tal manera, sino que hablaríamos de muchas almas que se parecen entre sí. La
denominación Folk-psychology, “psicología del pueblo”, encubre una grande y
fundamental confusión mental y debe ser abandonada para siempre con su retoño
la “psicología de masas” y acaso también la “mentalidad nacional” que se ha
convertido en un término de moda después de la primera guerra mundial.
He de recordar que la oposición
lengua/habla responde a la teoría lingüística creado por Ferdinand Saussure;
oposición que señala la lengua como sistema total al servicio del hablante y el
habla como realización individual de ese sistema. Es evidente que la creación
lingüística se ha de producir siempre a partir del habla, dispuesta,
individualmente, a transgredir la norma que habría de asegurar la supervivencia
de la lengua. Y esa tensión es la que se quiere evitar en Cataluña con la
rígida aplicación de la normativa a rajatabla del catalán oficial –cada vez más
distinto del catalán real, lo cual es el primer síntoma de su inevitable (¡y
acaso salvadora!) transformación–: se impone un modelo lingüístico identitario
e intocable y poco menos que sagrado, de donde se deriva que cualquier desviación
no sólo marcará en el futuro una diferencia de clase, sino también política e
incluso de identidad. Fuera del sistema quedarán los que los griegos llamaban
bárbaros, acaso como parias del quimerizado
nuevo estado. Como bien dice Jespersen un poco después: A
menudo la lengua común es, en gran medida, un lenguaje de clase, de la clase
superior. Esto es una consecuencia natural de las condiciones sociales. Las
clases superiores viajan más y se mezclan más con las personas de la misma
posición de otras regiones del país. En Cataluña eso es una evidencia que
se niega sistemáticamente, pero esla también en el propio castellano, aunque la
fuerza coercitivo-normativa de éste es infinitamente menor que la del catalán,
una lengua minoritaria. Y ya se sabe que las minorías, como ocurre con los
argots –aspecto lingüístico que ocupa la última parte del libro de Jespersen–, acentúan
fuertemente el sentido de pertenencia al grupo para reafirmarse. Por otro lado,
esta división de los hablantes en función del modelo de lengua que hablan se
advierte, sobre todos los sitios, en Inglaterra, donde Wyld y otros han descrito el inglés “standard” ya como un “dialecto de
clase, independiente de toda localidad”, ya como el habla natural de la gente
que envía sus hijos a las “public schools”, esto es, como “el dialecto de la
public school”. (Recuerdo a los lectores, aunque sea una impertinencia, que
en Inglaterra, paradojas británicas, la public
school es la escuela privada), y
aunque el modelo de lengua que se enseña, en Cataluña, en la privada y la
pública es el mismo, no lo son ni el nivel de aprendizaje ni las muy diferentes
realidades lingüísticas familiares de a quienes se somete a un régimen
monolingüístico a machamartillo para conseguir, como objetivo político, dos
modelos lingüísticos bien diferentes: el de las clases altas y el de la chusma –en origen el canto rítmico del
cómitre para dirigir a los remeros–, algo así como un ponerle a cada uno en su
lugar a primer golpe de oído, sin más averiguaciones.
Jespersen reconoce una y
otra vez en este libro la tensión enriquecedora entre el individuo y la
colectividad, a pesar de que esta especie
de constante tira y afloja entre el individuo y la comunidad se manifieste
como un eterno flujo y reflujo entre
constricción y libertad lingüística. Y de esa tensión se deriva la lógica
pregunta formulada por N.M. Petersen: ¿Qué
hombre de gran inteligencia puede encontrar algún placer en escribir una lengua
que no le está permitido mejorar? Al fin y al cabo, como continúa
Jespersen: La comunidad se compone de individuos particulares y el lenguaje de la
comunidad (la lengua, la langue) es sólo el plural para la manera de hablar del
individuo singular (la parole). El individuo particular es, por tanto, uno de
los miembros de la clase que da la norma y puede iniciar algo que a su vez,
cuando sea adoptado por los demás, puede convertirse en una nueva norma.
Teniendo en cuenta el relativo abandono en que se hallaba el catalán cuando
Pompeu Fabra lo reinventó, parece un
movimiento de protección instintiva esta suerte de blindaje de una lengua en
exceso arcaizante, y a la que los tiempos le han de pasar la misma factura, ¡o
aún mayor!, dada su condición minoritaria, que al francés.
La
tesis fundamental de Jespersen, al margen de la tensión individuo-colectividad ,
es la del principio común de todas las lenguas, algo con lo que se avanzó, en
1947, a los postulados de la gramática generativa de Chomsky y su idea de la gramática universal, inmanente al ser humano. Jespersen
está convencido, además, de que todas
las lenguas progresan hacia la
sencillez: Acaso Delacroix exagera cuando
escribe que “en cierto sentido el lenguaje es el mismo dondequiera y sólo hay
un lenguaje humano único, en el cual las diferencias son tan solo como un
bordado en el cañamazo común” (…) [pero] observamos una tendencia uniforme a
eliminar las mismas distinciones superfluas y reducir el aparato gramatical a
la mayor sencillez posible. Algo que no sucede, por ejemplo, en el caso del
catalán, de ahí su rigidez y su hieratismo, tan particulares, producto, sin
duda, del espíritu defensivo y resistente. Es evidente que todo lo anterior no
abona la repetida idea romántica de que cualquier lengua es una cosmovisión que
identifica al grupo que la habla, porque sería algo así como aceptar un
determinismo insoportable. Que los hablantes de una lengua ha dejado una
impronta individual en esa lengua es innegable, pero no es menos cierto también
que es abismal la diferencia que va de unos hablantes a otros, no sólo en
dominio lingüístico, sino, sobre todo, en formación. Dicho en otras palabras,
quizá haya menos distancia cosmovisionaria
entre un catalonaparlante y un castellanoparlante ilustrados, que entre dos
catalanoparlantes, uno urbano y el otro rural, uno cosmopolita y el otro
terruñero. Dicho con Jespersen, para concluir: Cuanto más primitivo es un pueblo más semejanza encontramos entre los
individuos de la misma tribu y menos parecido entre una tribu y otra.
Inversamente, cuanto más civilizado, mayor es la desemejanza entre los
diferentes individuos y tanto más sorprenden los puntos de semejanza entre uno
y otro pueblo. La civilización desarrolla la diferenciación individual mientras
que la gente inculta depende completamente de su medio y se aferra a la manera
tradicional de pensar.Nota sobre el traditore: Sorprende que de un intelectual como Fernando Vela se hayan podido colar algunos errores de traducción como el "hablar *fluentemente", pero quien esté libre de errata que lance el primer piedrusco...
Leyéndole, como siempre, he obtenido mi ganancia... Gracias
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