Πάντα ῥεῖ..., , pero todo permanece
En 2005 publicó la editorial Siruela una nueva
edición de Asklepios, del escritor murciano Miguel Espinosa. Se incluye
en esta nueva edición un apéndice con un capítulo sobre la adolescencia,
Riqueza de sentimientos, multitud de deseos, que fue suprimido por el autor
en la versión definitiva del libro. Aun no tratándose de un inédito, pues fue publicado
en El Urogallo, en 1991, el capítulo halla en este apéndice su lugar
propio.
Hay libros que, desde su concepción, saben
ya cuál será su destino y cuáles sus lectores. No cuántos, sino cuáles. A la
lectura de Asklepios, autobiografía de Espinosa por ficción helénica
interpuesta, sólo pueden y deben acercarse, así pues, aquellos lectores a
quienes distinga una larga paciencia y un constante e incausado amor por
todo lo que vive y sufre bajo el sol, como quería Alcmeón, otro de los
muchos disfraces filosóficos de Espinosa.
La metamorfosis de Asklepios consiste en
reencarnarse en Miguel Espinosa y convertirse, por ende, en un desterrado tanto
geográfica como temporalmente. El juego literario con la anacronía se va
revelando a medida que avanza lo que, no sin cierta ironía, el autor llama
“relato”, como una suerte de verdad
revelada que exige y consigue de nosotros un total asentimiento. No es un como
si, sino un así, un sí y un cómo.
La extrañeza de Asklepios es la propia de
Espinosa: ambos son seres exilados y marginales: El exilado no concurre con
los naturales del país; simplemente observa, compara y sueña con su imposible
patria. Que una autobiografía se presente como un
tratado filosófico en el que el autor no busca la mera evocación del pasado,
sino establecer ciertas verdades a través del teorizar, esto es, del enjuiciar
desde principios y concluir impecablemente, muestra con meridiana claridad
no tan solo la originalidad de Espinosa, sino su excepcionalidad en las Letras
españolas, pues Asklepios es una obra que nace de una rebelión contra la
barbarie del medio franquista y provinciano desde el que escribe el autor (“¡No
te obedezco!” Tal fue mi postulado, aprendido de Prometeo) y de la
necesidad de conciliar el conocimiento de sí con el de la realidad circundante,
pues, como dice con acierto Espinosa: el que no tiene interioridad no siente
avidez, y viceversa; quien no vive el ensimismamiento, no goza del
conocimiento; aunque parezca contradictorio, el absorto es un constante
investigador.
¡Y qué sagaz penetración, la del
contemplador!
Asklepios es un libro de amor a la razón que
descubre e ilumina; la razón que revela, a su juicio, los cuatro humores del
alma: el sentir estético, el sentir temporal, el sentir eidético y el sentir
ético. Aunque en el ser humano la razón va estrechamente ligada a la condición
afectiva de aquél: No se puede hablar del ser sin nombrar lo que llamamos amor, dice
Asklepios, preocupado por fijar la preeminencia de la bondad originaria,
natural, del ser.
La autobiografía de Espinosa parte de una
sencilla constatación: las edades del hombre no son fases de un proyecto, sino
realidades acabadas que han de comprenderse en su plenitud de tales: Para
averiguar quiénes somos, tenemos que indagar cada una de las edades que hemos
sido, tratando de conocer los seres que fuimos. Desde esa concepción, es
admirable la disposición de la obra, pues, en lugar del relato de los sucesos,
de las experiencias, se nos ofrecen las reflexiones sobre conceptos que en vez
de velar aquéllas, las iluminan con una intensidad consciente especial.
A pesar del rigor racionalizador de
Espinosa, el libro, como buen discípulo de los clásicos griegos a los que recrea, se mueve más en el ámbito de
la Sabiduría presocrática que propiamente en el de la Filosofía sistemática. El
carácter fragmentario del “relato” y la tendencia al aforismo nos sitúan más
cerca de autores como Heráclito que de
otros como Platón o Aristóteles. Es una fortuna, en consecuencia, leer este canto a Grecia esmaltado de joyas que
acreditan a su autor no tanto como recreador literario de una edad de oro de la
cultura occidental, sino como un inspirado espíritu inocente que descubre lo
real desde la convergencia de la inteligencia y la memoria. Que lo perenne
viene a ser el encuentro de fugacidades, que el niño descubre cosas; el
hombre descubre ideas, que allí donde hay un corazón piadoso, hay un
dios verdadero, que como no quiero poseer, soy nadie, o que,
finalmente, amo todo lo que tiene destino y odio lo que tiene porvenir
son, todos ellos, ejemplos inequívocos de sus elocuentes hallazgos y pruebas
irrefutables de la impregnación helénica que ha posibilitado la creación de la
obra, no tanto como un remedo, sino como un remedio para el ser atribulado,
pues la filosofía ha sido siempre, también, consolación, como bien lo supo
Boecio.
Atenas, para Espinosa, es el futuro, no el
pasado; y Asklepios una muestra deslumbrante de tantísimo amor a esa
disposición hacia el saber que, como él mismo propone que ha de hacer el
artista, objetiva una emoción, sosteniendo el instante y haciéndolo perenne.
Y eso es, en realidad, Asklepios: un presente eterno; una inagotable
lectura que fluye.
Creo que has dicho lo suficiente para que sepa que no es una lectura para mí. Si quiero leer algo complicado y denso, leeré Ser y Tiempo, lectura que algún día acometeré aunque será para varios meses. Creo que ahí sí que merecerá la pena enfrentarse a discursos enormemente complejos. Con este libro, no, desde luego.
ResponderEliminarMi hijo lo descubrió el otro día en la librería, lo hojeó y se horrorizó ante la densidad del sinuoso discurso heideggeriano, sin apenas espacio ni para respirar, algo así como Claude Simon en la novela.. Par3ce que la perspectiva orientalista, más apegada a la realidad que a la elucubración, le tienta más...
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