Bucear en los archivos permite rescatar desagravios: Devocionario pop o la crítica privada que se alza a pública, sin cambiar ni una coma, como si la osadía del desvío arbitrario, a fuer de sincero, mereciera aplauso...
Barcelona,
25 de agosto de 2009
Estimado Alejandro:
Todo llega y lo
prometido es deuda. Te dije que compraría y leería el libro con atención y
ambas cosas están hechas. He tardado porque, como creo haberte dicho con
antelación, estaba preparando el trabajo de investigación del último curso de
doctorado, para presentarlo al DEA y me ha ocupado seis meses de más que
intenso de trabajo, porque investigaba sobre un tema, lo autobiográfico
–concretado en el cotejo de los dietarios de Vila-Matas y Gimferrer– , sobre el
que no había trabajado nunca antes. Ello me ha supuesto un esfuerzo de puesta
al día y de lectura de la bibliografía esencial que me ha dejado exhausto. Al
final, de las 200 páginas que me pedía el cátedro, me he ido a las 407, anexos
incluidos, que le he enviado. En fin, enredos académicos a los que te supongo
cercano, por lo que has dicho alguna vez. Desde que acabé la carrera me planteé
hacer la tesis, pero el trabajo, tanto el del primum vivere, como el del deinde
filosofare, esto es, la escritura creativa, se me ha comido el tiempo y el
esfuerzo. Ahora, cerca ya –si mantienen el acuerdo de jubilación a los 60 – de
la pronta liberación de las tareas docentes, la perspectiva de la tesis me
parece un estímulo adecuado y, sobre todo, perfectamente encajable en mi
futuro horario de liberado.
Pero vamos a lo que
nos interesa de verdad: tu obra. No recuerdo bien si, en algún momento, cuando
diste noticia de su aparición, decías que contemplabas la obra como algo “casi”
del pasado, que aparecía cuando tú explorabas otros caminos formales y
temáticos. Si no fue así ésa es, al menos, la impresión dominante que yo he
tenido: la del tanteo, la de la prueba, la de la indagación. Como en todo
proceso de esa naturaleza inquisitiva, los errores y los aciertos suelen
dividirse casi a partes iguales, aunque esto es una exageración. En Devocionario pop (1220-1996) hay más
aciertos, sin duda, y logros majestuosos, que suelen asociarse, supongo que es
coincidencia, con los sonetos, aunque no todos.
El
pero principal que le pondría al libro sería el del desnivel expresivo: que
junto a expresiones prosaicas, y hasta banales –“un trovador sin flauta de
repuesto” –, haya otras tan cargadas de poesía contundente como la del poema
VII: “La oscuridad persiste. Yo me planto”. En ese pero caben otras expresiones
como la “magia potagia” la “puñalada aceda” o ciertas rimas excesivamente
forzadas como el hecho de que hayan de ser “coros de tragicomedia” los de la
musaraña, por ejemplo, animal pacífico donde los haya... Parece ahí que la expresión
forzada nos habla más del gobierno del consonante que del consonantador...
Es innegable
que aflora, aquí y allá, la naturaleza filosófica del autor, y ello se advierte
en cierta tendencia a la sentenciosidad que recorre el libro y que, a veces,
encuentra formulaciones estupendas, como en “Hay vida en las hojas secas./La
broma siempre va en serio”, que acarrea el uso de versos esticomíticos, tan
propios de esa inclinación a la sentencia, al aforismo. Hay, por decirlo en términos
lógicos, una propensión a la expresión apodíctica, una casi necesidad de
“demostrar” convincentemente aquello que se expresa, de la que sería ejemplo
sobresaliente el excelente final del poema XX: “todas las sendas llevan al
azar”.
No
me preguntes por qué, pero hay ciertas construcciones como “He estado pulsando
muertos/desafinando esta certeza ociosa” que se me revelan como expresiones
yertas, casi sin ni siquiera la tinta que habría de haber corrido por ellas; se
me muestran como una impostura, como una aleación arbitraria, sin intervención
humana, más cerca de la escritura automática y de los poemas dadaístas; hay una
suerte de “maquinación” en la expresión que la priva de referente humano. Pasa
después, también: “fríos como el limón en un despacho/en el que se ventilan
cajas rotas”. Todo ello, sin embargo, contrasta poderosamente con un final de
poema: “Practico la autopsia a la nieve/ y escupo tu nombre a pedazos” que, al
menos a mí, me devuelven a la plenitud del sentimiento. Sería algo así como un
paseo cerebral que desemboca en el corazón, aunque la sangre de éste no llegue
a irrigar aquél.
Hay
muchas cosas que me han gustado, sobre todo las que se acercan al seguro
territorio de la herencia clásica. Y es muy notable el humor “a lo Ferlosio” o
“a lo García Calvo” del poema xxxv –excepción hecha de la referencia a
Bonaparte, claro está–, cuyo inicio, el “Escribo como escupo”, de Tzara, tan
cerca está del “escribo como hablo” de Juan de Valdés. Perfecto ejemplo del
clasicismo al que me refería, en la expresión y en el tema, es el poema XXXIX,
que me encanta de pies a cabeza y del que se me ha quedado ya grabada la
conclusión del segundo cuarteto: “la trama dulce donde no intervengo” y el
final rotundo del soneto: “sembrarse sin remilgos en el lodo”, variante
bastante afortunada del clásico gongorino; de igual modo que el diálogo con don
Luis es todo un acierto. Así mismo, el dominio de la décima en XII, con su
final espectacular: “Generosa esclavitud/que alza en lágrimas la leña”, me ha
maravillado. No sé si es azar o qué, pero los últimos poemas del libro son, en
conjunto, poemas más logrados que algunos del principio, y en los que no hay
esas caídas de registro o de nivel que tanto distancian al lector apasionado,
al menos a éste que te escribe. La última estrofa del libro, por ejemplo, deja
un sabor de boca excelente, el adecuado para seguir leyendo una futura obra:
“Frágil es el acuerdo/de los sentidos./Uno al fin solo tiene/lo que ha
perdido”, que salta por encima del tópico para alojarse en la memoria con
voluntad de impronta, 2ª acepción.
La
poesía, con todo, tú lo sabes muy bien, no es una cuestión crítica, sino de
adhesión, de complicidad también. Nuestros poetas son quienes cantan como
cantaríamos nosotros, quienes usan las palabras que nosotros usaríamos,
aquellos con cuya voz nos podemos identificar absolutamente. No siempre se da
ese fenómeno cuando escribimos, y a veces estamos demasiado distanciados
incluso de nosotros mismos: hallar una voz con la que identificarnos,
convertirnos en nuestro propio poeta, es una aspiración que no siempre se
cumple. Este razonamiento parece llevar implícita la idea de que ha de haber
una especie de “flechazo” con nuestro poeta, pero no es cierto. Leí y desistí
de Claudio Rodríguez para volver a él casi 25 años después y no poder desasirme
de su ritmo ni de sus imágenes. A Ángel González siempre he estado atado, del
mismo modo que la voz ética de Cernuda se hace tuya en cada poema y acabas tú
también vulnerado por la dicotomía que preside su obra. Vengo a decir, con este
preámbulo de ociosa obviedad, lo poco que valen y que te han de importar los
juicios, acaso inmaduros –que la edad no es garantía de nada, salvo de una
mayor proximidad a la muerte–, con que me he atrevido a juzgar tu Devocionario, voz eclesiástica que, a
pesar de los pesares, me sigue pareciendo impropia para el volumen. El hecho,
además, de remitirte a referencias objetivas, le ha privado a tu voz de cierta
autonomía, como he comprobado en alguno de los excelentes poemas que has ido colgando
en el blog de tanto en tanto.
En fin, no quiero ser más
pesado de lo que ya lo he sido en estas páginas. Habrás de disculparme y de
perdonarme. Ya acabo. Lo que sí me gustaría es mandarte el libro para que me lo
devolvieras dedicado, ¿te parece?
Un abrazo.
P.S. Disculpa
que te escriba mediante el ordenador. Mi caligrafía es propiamente cacografía,
y tratar de descifrarla es una tarea tan absurda como la de Sísifo, a tenor de
la poca “chicha” que se saca en claro, tras el ímprobo y más que probado
esfuerzo.
Aunque no siempre dejo
comentario, sigue siendo un hábito, para mí, pasar por tu blog para leer cada
nueva entrega. Y agradezco tu generosidad al regalarnos con el breve e
iluminador ensayo de Ana Leal No todo el mito es orégano, que leí con
fruición y archivé con diligencia.
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