Un
clásico de la prosa miscelánea del siglo XIV: Enrique de Villena, del mito a la
enfermedad con la mesa bien puesta y abastecida
Enrique de Villena, que
hizo fortuna como referente de nigromante para algunos autores de nuestras
Letras Hispánicas puede ser considerado, a su manera, como una suerte de
heterodoxo en una época en la que la guerra era el principal cometido de la
nobleza -muere en 1434, antes de que se vea cumplida la obra de la Reconquista-,
y ello es debido fundamentalmente a su interés por el estudio y la escritura, lo
que lo lleva a escribir una traducción de la Eneida de Virgilio y otra de la Divina Comedia, de Dante, además de sus propias obras, como, en este caso,
las tres reunidas en este volumen de la colección El Parnasillo, de Ediciones Simancas: Los doce trabajos de Hércules, el Tratado de la lepra y el famoso Arte
Cisoria, es decir, tres obras de muy distinta naturaleza y que revelan la
amplitud de sus inquietudes intelectuales. El Tratado de la fascinación o del aojamiento es el que le valió la
reputación de nigromante y el que llevó a que sus obras incluso fueran quemadas,
lo que lo convirtió en ese referente heterodoxo y un punto legendario, pasto de
fábulas, anécdotas y realidades, como su inclinación a vestirse al estilo árabe,
por ejemplo, o su divorcio por supuestamente falsa impotencia, es decir, todo
un personaje que, como tal, fue redescubierto por el Romanticismo, pero antes
por nuestros barrocos. La prosa de Villena pertenece aún a una etapa de formación
de la lengua castellana, pero se advierte en ella el tremendo esfuerzo del
autor por conferirle una ductilidad que la acerca poderosamente, a pesar de
formar parte de la transición que va de mediados del XIV al comienzo del XV, a
usos ya definitivamente maduros como la prosa de Fernando de Rojas, por ejemplo,
si bien hemos de reconocer que, por estructura y vocabulario, está más cerca de
El conde Lucanor, de don Juan Manuel,
por supuesto. He de reconocer que al sumergirme en clásicos como este que hoy
traigo al Diario, me dejo vencer por mi defectuosa formación filológica, y
saboreo, sobre todo el estadio de la lengua, mucho más que los aciertos
literarios, doctrinales o especulativos que el autor haya querido legar con sus
obras a las generaciones futuras. Leer desde el siglo XXI estos textos del XIV provoca
una emoción filológica, ya digo, a la que es imposible resistirse. Sí, sí,
entraremos en los contenidos, está claro, pero he de reconocer que expresiones
como: Saeteando con las sus pungitivas
palabras la codicia de Fineo o esta otra: Alegres con esperanza fueron a él por longura de días, aspereza e
esquividad de fraguosos caminos, me arrastran tras de ellas con una
admiración que me colman como intelector. Enrique de Villena fue un escritor de
su tiempo, de ahí que refleje el esquema social concreto que entonces regía,
como se advierte en esta clasificación de “estados” sociales, tan hiriente hoy:
En
doce estados principales e más señalados
so los cuales todos los otros se entienden, es a saber: estado de
príncipe, estado de perlado, estado de caballero, estado de religioso, estado
de ciudadano, estado del mercadero, estado de labrador, estado de ministral,
estado de maestro, estado de discípulo, estado de solitario e estado de mujer,
un presente en el que esa postergación de la mujer aún sigue teniendo, para
nuestra vergüenza social, algún predicamento. Su versión de los trabajos de
Hércules divide cada trabajo en cuatro textos: Historia nuda. Declaración.
Verdad. Aplicación. Con lo que pretende cubrir todos los frentes posibles:
desde la fábula hasta la Historia y sacar las conclusiones imprescindibles,
analógicamente, para educar a la persona, porque recordemos que el ideal
ético-estético de la época es el famoso docere
et delectare. De ahí que cada trabajo esté reinterpretado para sacar la
enseñanza correspondiente. Tomemos por caso el trabajo cuarto, el de la manzana
de oro, que fue el undécimo en la clasificación tradicional: Empero la verdad de la historia es que fue
un rey en Libia dicho Atalante. E este Atalante non fue aquel que las historias
ponen marido de Eletra. E éste fue en Italia. E el que aquí face mención fue
antes rey en la parte dicha de Libia. E era muy sabio en todos saberes, onde
veyendo que las ciencias en aquellas partes en su tiempo non eran ordenadas,
púsolas en orden so ciertas reglas e sabidos principios. E así fizo de todas un
cuerpo que fuese vergel del entendimiento, plantando en él las verdades
apuradas e artes ciertas que son así como oro pasado por cimiento. E estas
producen durables e sanos frutos. E cercolo de reglas invariables e términos
seguros encomendándolo a las tres doncellas, inteligencia, memoria e elocuencia
sin cuya concordia e consentimiento alguno en el tal vergel entrar non puede.
Plantó en el medio la filosofía la cual por el maestro que la mostrase fuese
defendida expertamente e disputativa así que la ganase e por propio trabajo.
El elogio del estudio y del saber es constante a lo largo de los textos de
Villena e incluso, en el tratado sobre la lepra nos incluye una valiosa
información bibliográfica sobre sus fuentes, libros en los que uno está tentado
de perderse así conoce sus títulos: Rabí Moisén de Egito: Paciqui, (14 libros). Aben Hasdra: Cefer atuamin. Gilalberto: Compendio
de medecina. Pedro Helías: De
menascalía. Aristótil: Libro de los
animales. Abenohaxia: Filahanaptia
(Agricultura caldea). Ajeber, Suma Mayor.
Rocimus, De turba filosoforum. Del modo
como procede Enrique de Villena a destacar tales o cuales datos y a hacer la
crítica de ellos, deducimos su elocuente inclinación al rigor conceptual, por
más que aún estemos lejos del afinamiento de las herramientas hermenéuticas que
veremos en el Humanismo italiano a la hora de enfrentarse a los texto del
pasado: El quinto trabajo de Hércules fue
cuando sacó el Cervero can infernal del Infierno domándolo e atando por e a
defendimiento de sus compañeros Teseo e Piriteo que con él eran. (…) Cuéntalo
muy bien Ovidio en el su Metamorfoseos. (…) El cual guardaba la puerta e comía
e desmembraba a los querientes entrar. (…) E por eso le dicían en lengua griega
Cerbero que quiere decir en la nuestra comedor de carne, Este can era tan
grande que la su cabeza era mayor que tres vegadas la de otro por grande que
fuese. E por esto dicían que tenía tres cabezas. E hoy día hay destos canes
tales en Albania. El método alegórico forma parte de esta época histórica
de nuestras Letras, y, de hecho, la alegoría es algo así como la figura
retórica por excelencia de la Edad Media. Es frecuente, pues, y en mayor
medida, en una obra como esta de los doce trabajos de Hércules que se prestan a
ello notablemente: Entonces el inicuo e malino puerco del cuerpo sintiendo e espíritu que
le contradice, se levanta e sale al camino enflaqueciendo las vías del bien
vevir espirituales, con los dientes agudos del hábito vicioso llagando los
livianos caballos de la voluntad corrientes por el pungimiento de las espuelas
del ferviente deseo e reglados o detenidos con las riendas de razón, trayendo
sobre sí los espirituales motivos que son caballeros en tales caballos. Se
trata, aunque compleja y a veces casi ininteligible, aunque rara vez llega a ese
nivel de opacidad sintáctica, de una prosa muy cuidada y en la que se advierte
una decidida voluntad de estilo -como la entiende Juan Marichal en su precioso e
instructivo libro de idéntico título La
voluntad de estilo-, algo que defiende Villena casi como un precepto
retórico indispensable: Tanto es
nescesaria la pierna del estilo estar firme sin doblegar a la duración de las
obras que sin aquella non habría tanta auctoridad.
El tratado sobre la lepra
es un caso curioso de indeterminación científica pero de riguroso espíritu de
observación que se adelanta al Humanismo en esa mirada escrutadora a y casi
fundacional a nuestro entorno, y que nos permite entender la rusticidad investigadora
del autor y, al mismo tiempo, su implicación positiva en la determinación de
qué sea y cómo se combate semejante afección que no solo e propio de las
personas, sino aun de las cosas y de los animales y las plantas. Veamos su
definición: Es su definición, según
concordanza de los filósofos e médicos, tal: lepra es dolenza mala que viene de
esparcimiento de la cólera negra en todo el cuerpo, corrompiendo la complisión
de los miembros e figura de aquellos. Así lo ha dicho Gilalberto en el
Compendia de medecina. (…) aquel podrimiento añade que es menguamiento de a
calor natural e de la humidad radical, así como en los cuerpos secos e en los
estiércoles. (…) E por esta manera la tierra e polvo e pajas e basuras, cuando
se convierte en estiércol, puédese decir que son leprosos. E por eso el actor
nombrado fizo comparación de los cuerpos secos e del estiércol, habiéndolos por
leprosos. Para, a continuación, asistir a una descripción pormenorizada, y
aun dramática, de sus efectos en quienes la padecen: El que de tal dolencia como es la lepra fuese cruciado, que es dolencia
de dolencias e mal en que concurren muchos males. El que lo ha pierde la voz e
non puede fablar; duélenle las coyunturas más que si fuese artético; láxansele
los nervios más que de parlático; calor extraña nunca se de él parte;
tuércensele los miembros más que al tollido; cáncer universal al cuero
comprehende (…); la sangre podrescida rompe las venas e se embalsa en la carne,
fistulándola; por todo postemaciones e finchaduras, postillas, sanies e
anguxidades en él son falladas; dolor de tripas, constipación de vientre, pasión
de estómago, perdimiento del apetito, tremor en el corazón e tristeza,
turbación de cabeza e gravidad, escotomía en los ojos, tiñitico en las orejas,
caimiento de los cabellos…
El Arte Cisoria es un manual practico sobre lo que ha de saber el
encargado de cortar los alimentos, principalmente carnes y peces, pero también frutas
y verduras, en la mesa de los reyes, y sobre
cuáles han de ser sus condiciones personales, porque el tratado no solo se
centra en las cuestiones mecánicas y en los utensilios de esa habilidad, sino
también en la formación humana, cortesana, de esos ministros culinarios en
quienes recae tan grande responsabilidad como la de actuar ante los reyes y sus
invitados para contribuir a la mejor urbanidad de los mismos desde la propia de
quien sirve. Fiel a su método, que no es otro que el de recurrir a las auctoritas pertinentes, porque un texto
goza de excelencia, en aquella época, en función de las autoridades que avalan
lo que en él se siga, Enrique de Villena no tarda en ponerlas por delante: [Teófilo,
Suma de las artes mecánicas]. “Esta [el
arte Cisoria] era contada en las doce
probidades por quien puede ser alguno, habiéndolas, dicho probo,
pertenescientes a todo buen servidor para haber cabimiento en cada de señor,
que son cortar de cuchillo, danzas, cantar, trovar, nadar, jugar de esgrima,
jugar ajedrez e tablas, pensar e criar caballos, cocinar, cabalgar e las mentas
e tempramiento del cuerpo. Al margen de los antecedentes fabulosos sobre
las prescripciones establecidas ya por Zoroastro ya por Hermes, y al margen de
noticias extravagantes como que Testificando
san Jerónimo contra Joveniano viera en Francia los archigotos comer homnes por
vianda, De Villena, que se suma al final en la recomendación de que tal
consumo sirve para las fracturas óseas: Se
comen otras por melecina: así como la carne del homne para las quebrantaduras
de los huesos e la carne del perro para calzar los dientes, la carne del tasugo
viejo por quitar el espanto e temor del corazón, la carne del milano para
quitar la sarna, la carne de la abubilla para guzar el entendimiento, la carne
del caballo para facer homne esforzado, la carne de león para ser temido, la
carne de la encebra para quitar pereza…,
el Arte Cisoria es un compendio
precioso de los hábitos alimentarios en la Edad Media y, en este caso
particular, de las condiciones higiénicas y cívicas que han de reunir quienes
están llamados a ejercer tal arte, consagrada como tal desde tiempo de los
romanos: Los romanos, incitando el pueblo
suyo a buena dotrina e vida civil, maestros posieron en escuelas departidas que
leyesen las ciencias ciento. (…) E la escuela del cortar non era en poca
reputación, acatada la utilidad de la cisoria arte, mostrándola por comunes
reglas e graduados términos a los aprendientes. Con esos antecedentes, pues,
no dejará de llamar la atención del intelector curioso el plantel de exigencias
que debían satisfacer los candidatos a acceder al cargo de “cortador”: Primera,
lealtad, (…) Segundamente, limpieza, trayéndose bien guarnido, según su
condición, su barba raída e los cabellos fechos e uñas mondadas a menudo e bien
lavado rostro e manos, en guisa que alguna cosa inmunda en él non paresca.(…)
La cortadura de las uñas sea mediana, non mucho a raíz, limpiadas cada mañana;
guarnidas sus manos de sortijas que tengan piedras o encastaduras valientes
contra ponzoña e aire infcto, ansí como tobí e diamante e girgonza e esmeralda
e corakl e unicornio o serentina e bezuhar e pirofilis, la que se hace del
corazón del homne muerto con veeno frío e cocho, siquiere endurescido o
lapidificado en fuego reverberante. Esta traía Alijandro sobre todas consigo,
según Aristótil en su Lapidario cuenta. (…) Aun en esta limpieza entiende que
sea mesurado en su comer e beber por que non tenga mal gesto, según facen los
bebedores e deordenados comedores. E porque no regüelde o escupa o tosa o
bostece o estornude o e huela mal el resollo, antes debe usar salsas e lignáloe
e almazática, cortezas de cidrias, fojas de limonar e flores de romero, que
facen buen resollo e sano.(…) Terceramente, debe ser callantivo de guisa que,
cuando cortare, non fable nin faga malos gestos o desdonados, nin esté mirando
a otra parte sinon al rey humildosamente e a lo que corta. Nin se rasque en la
cabeza o lugar otro ni se suene, en manera que el rey no vea en él cosa que mal
paresca o de que tome asco o enojo. (…) E antes e después del servir, lave sus
manos. (…) Guardar se debe de las cosas contrarias a las condiciones e
costumbres dichas, en esencial de comer ajos, cebollas, puerros, culantro,
escaluñas e el letuario de la foja del cáñamo, a que dicen los moros alhajija,
e tales cosas que facen mal resollo. ¿Dónde queda, tras leer lo anterior,
la imagen de la Edad Media como un tiempo de costumbres salvajes y sin apenas
urbanidad: Cuando no cortare, mire al rey
en el rostro si en él toviere alguna cosa de la vianda o en los pechos e faga
señal secreto que lo entienda para que lo quite, de manera que toda limpieza e
apostura en él paresca.? Además de
la clasificación de los cuchillos, uno de los cuales es llamado cañivete, palabra estrechamente relacionada
con el ganivet del catalán, de los
cuidados que se han de tener para su conversación, de cómo, en su uso, se ha de
saber no mezclar sabores al cortar materias distintas [ E si las viandas se trocaren de un día para otro, como de carne a
pescado, entonces sean fregados con paja quemada e cenisa de boyuna, que son
cosa que quitan los sabores adherentes a los metales e non dejan de sí sabor,
fecho el lavamiento de las aguas. E desta guisa serán tenidos muy limpios,
cuales cumplen para tal servicio], etc., el libro es, también, una especie
de enciclopedia de los manjares habituales que se consumían en aquella época y
también de sus propiedades. En la descripción de las exigencias a que se
sometían los aspirantes ya advertimos cómo se entremezclaban algunos conceptos
propios de las supersticiones y el saber popular de la época, algo que es
permanente en todo el libro. Me he limitado, en esta ocasión, a escoger todos
aquellos vocablos que aluden a especies o raras o literalmente desconocidas
para los consumidores de este siglo: Aves:
francolines; sisones; pardillas; cercetas; alcaravanes; lavancos; anderromias;
copadas… Animalias de cuatro pies: búfanos; enodios; alguacelas; fardas;
morflones; tasugos… Pescados: Pez mular; mosellón; acedías; sollos; asnos;
tquillas; lampugas; múzolo; tellinas… Frutas:
alficoces; acimbogas; priscos…Yerbas: alcaucís; lechares; atovas; chirugas;
escaluñas; gallocresta; oruga… Finalmente, sobre los gustos propios de
aquella época también contiene el Arte Cisoria algunas sugerencias que, sin
duda, nos sorprenden, dados los gustos actuales, estandarizados y más próximos
a la sofisticación que a hábitos de consumo en franco retroceso, como los
productos de casquería, por ejemplo: callos, lengua, hígado, etc., aunque De
Villena sugiere que, de algunos animales, él tampoco se los recomienda a nadie:
Algunos comen la lengua e tripas e fígado
e livianos e non son en sabor nin sanidad que se deban dar entre gente de bien
e delicada. Ahora bien, otros productos sí que parecen propios de entonces
y no han llegado a nuestros días -sí en Usamérica, en el oeste, por ejemplo,
donde las cabezas de res son un manjar delicatessen…-: El cerebro dél [del cabrito]
es bueno con jengibre encima molido. (…) El lomo es la mejor de las piezas, en el cual la parte de fuera que
está sobre las costillas, que se dice lomo foraño. (…) La segunda pieza,
después del lomo e mejor de las otras es el pecho, porque hay en él mucha
gordura tiesa e algunos huesos ternos e la carne sabrosa.(…) El caballo, en la
Turquía e Yartaria, donde lo comen por vianda preciada, ásanlo entero. (…) Esto
facen porque es más muelle carne que la vacuna. (…) Los maslos entre ellos son
mejores que las puercas.(..) La ubre suya [de la cerda] es buena asada, pero
porque es mucho gruesa e tierna de más, non es tan sabrosa como la de vaca.
(…) Los rábanos Por temprar su agudez e
frialdad, ponen las tajadas una sobre otra con sal menudo en medio, fasta que
salga el agua dellos por disalvación de la sal e extracción de su humidad.
Entonces, premidas fasta que juntas queden, son mejores e más sanas aquellas
tajadas.
Como fácilmente se
advierte en la lectura de las citas extraídas de la lectura, la riqueza
expresiva del castellano de De Villena, así como su particular sintaxis, aún
claramente en fase general de transformación para acabar convirtiéndose, el
idioma, en la excelsa herramienta
expresiva que es hoy en día, es difícil resistirse al encanto de esas soluciones
léxicas, fonéticas y sintácticas, y echa uno de menos no poder “oírlos”
directamente, por más que el sefardí sea un estadio de lengua muy parecido a lo
que entones sería el castellano en toda la península. ¿Quién dijo que leer los
clásicos es aburrido? Seguir el hilo de la narración y las reflexiones de De
Villena, advertir el empeño intelectual de una persona consagrada al saber,
cristiano y profano, que no pierde de vista ni la superstición del mito ni las
artes ocultas, con una predisposición, además, tan admirable hacia el
conocimiento objetivo de la realidad, de los fenómenos morbosos o la alimentación,
en una suerte de prehumanismo muy adelantado a su tiempo es, créanme, un
privilegio sin igual y una fuente de placer intelector
como pocos textos contemporáneos pueden depararnos.
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