martes, 18 de noviembre de 2025

«Tigre Juan» y «El curandero de su honra», de Ramon Pérez de Ayala o el melodrama de ideas en los inicios del siglo XX.

 


El análisis psicológico e ideológico del donjuanismo y de «todo un carácter»: Tigre Juan: entre el naturalismo y la renovación formal e intelectual del género novelístico.

 

          Premio Nacional de Literatura en 1926, Tigre Juan y El curandero de su honra es la novela sobre Don Juan y el donjuanismo que todo escritor, al decir de Torrente Ballester, ha de escribir alguna vez en su vida, como él mismo lo hizo, por supuesto. Los títulos parecen ubicarnos en una dimensión tradicional que se condice con el personaje escogido, Tigre Juan, quien, desde el inicio de la novela, se nos presenta más como un tipo que como una personalidad cuya historia personal sea capaz de atraernos y fijarnos a la lectura con la admiración con que, finalmente, lo hacemos. Tiene un puesto en la plaza del mercado y sus destrezas figuran en el cartelón en el que se anuncian sus servicios: Memorialista, amanuense y sangrador, esto es, una figura «popular», de cuya mano parece que vayamos a entrar en algo así como la enésima versión de la novela regionalista, al estilo, pongamos por caso, de la novelística de Pereda. La descripción del personaje redunda en esta intuición: El rostro cuadrado, obtuso, mongólico, con mejillas de juanete, ojos de gato montés y un mostacho lustroso y compacto, como de ébano, que pendía buen trecho por entrambas extremidades. [La faz, bárbara e ingenua de Tigre Juan guardaba cierta semejanza con la de Atila. Recordemos que en 1922 se ha publicado Ulises, de Joyce, y que, en 1926, todo en la cultura está atravesado por la revolución de los «ismos», que diría Guillermo de Torre, y, a un paso, como quien dice, de la eclosión «gongorina» de la Generación del 27. La tensión entre tradición y renovación narrativa, así como en los planteamientos intelectuales que dan pie a la novela, constituye uno de los grandes alicientes de la obra, porque lo que comienza con ese aire tradicionalista no va a tardar en plantarnos ante una obra en la que incluso se recoge la teoría de Gregorio Marañón sobre la homosexualidad de Don Juan.

          El retrato del personaje incluye ya un motivo dinámico al que se irá atendiendo muy poco a poco en el desarrollo de la novela, constituyendo un aliciente de primer orden que, al ser revelado, acentúa aún más nuestro interés por la lectura y las «complicaciones» posteriores, algunas de las cuales caen dentro del género del melodrama sabiamente construido: Teníasele en reputación de rico y avaricioso, si bien se le alababa el rasgo liberal de dar carrera a un sobrino pobre. […] Con todo, inspiraba a los convecinos invencible y no oculto recelo, quizás a causa de sus orígenes misteriosos, tal vez por su traza hosca y su carácter insociable, que le había valido el alias de Tigre Juan. Su verdadera filiación era Juan Guerra Madrigal. Esos «orígenes misteriosos» pertenecen a la novela clásica del xix y, al menos a mi entender, constituyen uno de los fragmentos más emotivos de la novela, porque Pérez de Ayala ha sabido jugar con los hechos y las emociones de tal modo que el clásico azar de los malentendidos trágicos se ceba en el destino del protagonista, quien queda ya marcado como al comienzo del libro se le retrata, aunque la evolución del personaje devendrá una de las bazas más sólidas de la novela. Poco espacio hay aquí para los clásicos «tipos» de la novela regionalista y sí un ancho espacio para la compleja psicología de los personajes auténticamente vivos. Tengamos presente que hablamos de un republicano: Cuando la Gloriosa, Juan y Nanchín habíanse hallado par a par arrastrando por las calles de Pilares el busto tetierguido y pecaminso de doña Isabel II, y amante de la reflexión, aun a pesar de su testarudez insobornable: Había ido formando, para su uso particular, un sistema político, el cual se reducía a una especie de dictadura ejercida sobre la leve por los hombres más ilustrados y honestos. A este régimen de gobierno o denomina él: «generalato de la mollera». La forma gráfica de declarar sus principios es harto elocuente de lo que podríamos llamar su ideología, en relación con ese «generalato»: Esta es mi Constitución, artículo primero y único: un país , como una familia, gobiérnase con esto, con esto y con esto —y se arreaba un manotazo sobre la frente, una puñada en el bíceps del brazo derecho y otra en las costillas, del lado del corazón; con los cuales quería sugerir la inteligencia, el trabajo y el sentimiento del honor, sinónimo para él de bravura. Tal declaración nos retrotrae a otra declaración, antitética de la presente, que formuló Ganivet en su Idearium español, también con artículo único, como el ideal de cada español: Que todos llevasen en el bolsillo una carta foral con un solo artículo, redactado en estos términos breves, claros y contundente: ‘Este español está autorizado para hacer lo que le dé la gana’.

          El tercer apartado del artículo de la constitución de Tigre Juan, el sentimiento del honor, tiene que ver, forzosamente, con el tupido desarrollo amoroso de la trama, amén de con la pasión de Tigre Juan por el teatro y su participación en un grupo de aficionados, La Talía Romántica, en el que representa, como no podía ser de otro modo, El curandero de su honra, de Calderón: Tigre Juan solía incorporar, por propia elección, el personaje de marido calderoniano, que, solo a causa de una sombra, quizás vana y ligera, de infidelidad, inflige motu proprio pena capital a la esposa, como en A secreto agravio, secreta venganza y El médico de su honra, sus dos obras predilectas. Nadie tema, a pesar de los estrechos vínculos intelectuales entre Pérez de Ayala y Leopoldo Alas, Clarín, que sea Tigre Juan un remedo del Víctor Quintanar de La Regenta, aunque coincida con él en su admiración hacia Calderón. Hoy en día tendemos a hablar de estas coincidencias en términos de «homenajes» de unos a otros autores. La distancia entre ambos es abismal, porque Quintanar es algo así como un viejo exánime, mientras que Tigre Juan, el apodo ya lo dice, es una fuerza de la naturaleza.

          Próximo a su tabuco del mercado vive una mujer, Iluminada de Góngora, ya viuda, que lo mira con los ojos codiciosos de la mal maridada tradicional, porque, habiéndose casado, llevó con su marido escrupulosa vida de insufrible castidad. Las comparaciones entre el finado y Tigre Juan, entre lo poca cosa que era su marido y el hombretón que es Tigre Juan son frecuentes y parecen llevarnos en una dirección que, sin embargo, dista mucho del devenir real de la trama: No podía por menos de parangonar y oponer en cotejo a su marido, todo linfa y grosura, con Tigre Juan, todo nervio y tendón. […] De viuda fue enamorándose más y más de Tigre Juan; amor de fantasía y sin esperanza, pero amor absoluto, que le causaba, en los paladares del alma, un lenitivo de anestesia o embriaguez, y en el rostro aquella expresión hierática de éxtasis. No tardará esta dama en reconocer que Tigre Juan no tiene puesta en ella los ojos, sino en la nieta de una mujer, la señora Marica, en cuya casa suele jugar a las cartas con ella y con el cura Gamborena. Las complicaciones amorosas le estallan a Tigre Juan no respecto de él, sino de su sobrino, pero hijo, al que ha cuidado y dado carrera con una generosidad que hemos de poner en relación con las salvajes costumbres montañesas que él mismo describe: Viven pastores y zagalas amontonados, entreverados, sin rey ni roque, como gentiles. Pierden las mozas la honestidad, no por enamoriscadas e inocentes, sino por industria y de propósito, para luego bajar a la ciudad y hacer granjería de la crianza del hijo ajeno, en casa rica, poniendo la ubre a rédito. Y en concluyendo de amamantar a un señoritín, suben de prisa al risco y hácense de nuevo embarazadas con el primero que topan. El dinero que ganan van guardándolo a buen recaudo. El matrimonio legal aborrecen. Los hijos que paren abandónanlos en breñas y brañas, a que los socorra una cabra, con más dulces entrañas que ellas; o bien los tiran y hunden en el negro buraco del torno del Hospicio, como el navegante que arroja al agua lastre inútil para prosperar más aína; costumbres que nos recuerdan el viejo naturalismo de Pardo Bazán, por ejemplo, pero que, en el marco de una novela ceñida a un territorio muy concreto, adquieren una categoría de denuncia social imprescindible.

          Colás, el sobrino/hijo de Tigre Juan, se ha enamorado de Herminia, pero esta le ha dado calabazas y Colás decide dejar la ciudad, la casa de su protector y alistarse en el ejército, ante el estupor del tío/padre, porque, por esos azares de las novelas, el hijo acabará reproduciendo el destino del padre, quien también fue soldado en Filipinas y volvió a España con un secreto que lo atormenta hasta que, andando el tiempo, acaba descubriendo su inocencia, pero todo llegará a su tiempo.

 La discusión que tiene Colás con su tío acerca del donjuanismo y de don Juan se nos presenta no solo con un nivel elevado, sino como parte consustancial del desarrollo de la historia, dado que, abandonando el «terreno» Colás, Tigre Juan, en parte impulsado por Iluminada va a ir convirtiéndose en el candidato a la mano de Herminia, aunque a esta literalmente le repugne semejante candidato. Iluminada, por su parte, ha decidido adoptar a la hija de una mujer que muere de pura pobreza y llevarla a su casa, sin saber que cuando Colás vuelve de cumplir el servicio militar, acabará seduciendo de muy extraña manera a Carmina, la hija adoptada.

          Sorprende en los personajes de la novela, aunque Colás ha hecho carrera universitaria, que, al hablar sobre Don Juan, a quien defiende Tigre Juan como si fuera un valedor de la dignidad de los hombres: Jesucristo nos redimió del pecado de Eva; pero D. Juan del pecado cometido por todas las mujeres, el adulterio: aunque ellas cometen el pecado, el ridículo cae de plano sobre nosotros. Gracias a don Juan, al cual nunca tributaremos as merecidas alabanzas el ridículo y la irrisión revuelven sobre la mujer, de donde proceden, Colás tenga muy presente las teorías de Marañón sobre el personaje, expuestas en un artículo en la Revista de Occidente: Notas para la biología de don Juan, aparecido dos años antes de la publicación de la novela, en 1924.  De acuerdo con él Colás aduce la posible homosexualidad del mítico personaje en el diálogo con su tío: —Un afeminado. —¡Ja, ja, ja! No esperaba esa salida. Es lo que me queda por oír. Vamos, ¿un mariquita? —Un periquito entre ellas, que viene a ser lo mismo. Y tras ese intercambio, Colás se atreve a dar un paso que no sabe si será en falso o no, porque aduce como ejemplo la ambigüedad de Vespasiano, uno de los pocos amigos de su tío, un viajante de sedad y pasamanería, que llegaba a Pilares con su muestrario y sus narraciones fantásticas dos o tres veces al año, y cada vez demoraba una quincena —Pilares, el famoso trasunto de Oviedo en varias de las novelas de Pérez de Ayala, del mismo modo que Vetusta lo fue del Oviedo de Clarín—,  y con quien Tigre Juan puede dialogar libremente de todo: —A mí, al menos, con aquellos ojos lánguidos, aquellos labios colorados y húmedos, aquellos pantalones ceñidos, aquellos muslos gordos y aquel trasero saledizo, no puedo impedir que me parezca algo amaricado —declaró Colás, que no había levantado los ojos a fin de representarse mejor en la memoria sensitiva la corporeidad ausente del aludido Vespasiano. Mucho más llama la atención del lector moderno la radical oposición de Colás hacia quienes asesinan a mujeres, dado el relieve social que la violencia contra la mujer ha adquirido en estos tiempos convulsos: A todos los asesinos de mujeres agarrotaba yo en el acto. Apuesto que con no más de media docena de lenguas fuera del gañote se acababa in eternum esta ralea de españoles pundonorosos y valientes. El joven ignora, al pronunciar esas palabras que tanto efecto causan en su tío, que este, llevado por celos infundados, mató a su mujer, con quien se había casado en filipinas. ¡Ese era el gran secreto de Tigre Juan!, a todos vedado con extremo celo. Lo sabremos hacia el final de la primera novela, cuando la señora del capitán a quien servía, Isabel, la «capitana Semprún», una mujer abierta al adulterio con los otros oficiales del destacamento que dirigía su marido, vuelve a España y pretende hacer creer a Tigre Juan que las dos hijas a las que explota, prostituyéndolas, en Madrid, son hijas suyas.

          Hecha la revelación del secreto de ultratumba de Tigre Juan, un buen día en casa de la señora Marica contempla la belleza de Herminia y sufre un choque tremendo: Tigre Juan la contemplaba con ojos de desvarío: produjo un ronquido y se desplomó exánime. Lo que Tigre Juan había visto o había creído ver, era que en el rostro de Herminia, se reproducía el rostro de Engracia: el mismo fino ovalo, la misma suave piel de cera, los mismos ojos de aceituna, opacos. Era Engracia en persona. […] Y ya de allí adelante no fe él en sí mismo, sino que Herminia fue del todo en él. Bien leído, nos parece estar viendo la reacción de James Stewart en Vértigo, de Hitchcock. La superposición de rostros desata una tormenta pasional en Tigre Juan que lo lleva a convertirse en postulante de la mano de Herminia, algo que su abuela, a quien Tigre Juan siempre presta dineros para cubrir sus necesidades, ve con los mejores ojos. Colás le había insinuado que se casara con doña Iluminada, pero Tigre Juan, que goza de una franca amistad con ella, en la que se han dado mutuamente carta libre para decírselo todo, lo bueno y lo malo sin cortapisa ni censura ninguna, rechaza la idea:  —Viuda honrada, el hoyo de la cabeza del marido siempre en la almohada.

          A punto de boda se cierra el primer volumen, muy complejo, y entramos en el segundo, si bien sabemos del primero un dato que obrará narrativamente en este segundo: Herminia está literalmente abducida por Vespasiano, el Don Juan de guardarropía de la novela: El propio Vespasiano, en su facha, maneras y conducta, era evasivo, resbaladizo, escurridizo, seductor, como una sierpe irisada. (A poseer Herminia algún rudimento de latín, cosa que maldita la falta que le hacía y le hubiera sentado como a un Santo Cristo un par de pistolas, en vez de aplicar a Vespasiano estos cuatro calificativos, se hubiera servido de una palabra que los resume todos: lúbrico.). Y aunque comienza El curandero de su honra con el matrimonio concertado entre Tigre Juan y Herminia, esta no deja de albergar durante mucho tiempo la salvífica idea de que Vespasiano la rapte y se la lleve lejos del «ogro» hacia quien su abuela la ha empujado.

          El regreso, cojo, de Colás, va a llenar de amargura los días de Tigre Juan, porque el sobrino que vuelve de su experiencia militar es muy otro del que se fue y se ha acentuado en él una vena pesimista a fuerza de ver la realidad sin anteojeras ideológicas o morales. El narrador lo describe así:  Colás era un desilusionado, un huérfano de emoción patriótica, después de la experiencia militar y guerrera. Por saberse hijo de nadie y a causa, también, de su temperamento nostálgico de vagabundo, Colás comprendía y sentía mejor la hermandad de todos los hombres que no las escisiones y antagonismos de tantas patrias enemigas; máxime cuando, para desencanto de su protector, Colás, dejando de lado cualquier oficio relacionado con lo estudiado, huye de nuevo del lado de su tío para dedicarse al espectáculo, no sin antes haberse enamorado con muchos reparos de Carmina, con quien acaba marchando de Pilares de nuevo sin haberse casado previamente, lo que motiva uno de los grandes diálogos de la novela y del que extraeré algunas conclusiones para abrirles la boca a los curiosos intelectores que, acaso por esta recensión entusiasta, se hagan un venturoso favor y lean una novela que los sorprenderá incluso formalmente, porque tras la boda sin fundamento de Tigre Juan y Herminia, llega un momento en que la joven no soporta más la convivencia con su marido y se escapa en tren una noche, noche en la que coincide con Vespasiano en el andén, quien, a pesar de los requerimientos apasionados de Herminia, no se había atrevido a «raptársela» a su amigo Tigre Juan, cuyos estallidos de cólera conocía sobradamente, así como su fuerza y su veterano concepto del honor… Ella se acoge a Vespasiano como mero instrumento, pero este la instala en un burdel, donde hace lo posible y lo imposible para acceder a ella. Sucede que en la misma ciudad está actuando Colás, quien se ha ido de Pilares con Carmina, la hija adoptiva de doña Iluminada, quien, para radical sorpresa de Tigre Juan, adopta una posición liberal respecto de la unión libre de los protegidos de ambos que hasta nos choca a los intelectores de hoy, y supongo que mucho más a los de la fecha de su publicación, 1926. Así rebate doña Iluminada a la necesidad del uso de los formalismos sociales por parte de Tigre Juan: —Señora, vivimos en sociedad. —Pero no para la sociedad. […] En lo atañedero a la felicidad del corazón, como quiera que de la sociedad nunca nos puede venir, no hay razón para que consultemos a la sociedad de qué manera exige ella que nosotros hayamos de ser felices. Mientras no causemos daño a la sociedad, la sociedad no tiene por qué quejarse.

          Técnicamente, Pérez de Ayala intenta conseguir la simultaneidad de narraciones de Tigre Juan y Herminia, tras la noche de la huida de ella, cuando sus vidas se separan, sin que sepa si volverán a unirse de nuevo, y lo hace mediante una disposición paralela, en columnas, de las dos líneas narrativas, lo que exige del lector una capacidad lectora a la que no estamos acostumbrados, aunque, con un poco de memoria, no resulta difícil hacerse a esa lectura «paralela». Así lo explica el narrador: La vida de Tigre Juan y la vida de Herminia, confundidas y disueltas en el remanso conyugal se bifurcaron de pronto, como el río que, ante un obstáculo, se abre en dos brazos, con que lo rodea, no pudiendo saltar sobre él. De aquí adelante, cada vida había de seguir su curso, misterioso para la otra; pero las dos tenían ya que ser vidas paralelas. […] Ni Tigre Juan ni Herminia, a partir de aquel punto, podrían entender el sentido de su propia vida. Nadie pudiera tampoco, a no ser elevándose hasta una perspectiva ideal de la imaginación, desde donde contemplar a la par el curso paralelo de las dos vidas.

En ese tramo novelístico, que coincide con la noche de San Juan, se producen dos descubrimiento: que Herminia está embarazada y que Tigre Juan ha dejado de ser quien era y ya le da igual que lo llamen Juan Cabrito, Juan Búfalo o Juan Carabao, porque lo único que quiere es la vuelta de Herminia. El regreso de Herminia a Pilares y la sombra de la duda en Tigre Juan llevan a este, acosado por el remordimiento de haber asesinado a Engracia, a quitarse la vida con la lanceta de su oficio de sangrador. Descubierto por su sobrino, es rescatado y, tras la reconciliación de los esposos, Tigre Juan pone el broche apelando a que a partir de esa resurrección Juan Cordero han de llamarlo y no Tigre Juan. La novela es, pues,  en buena parte, la narración de la evolución ideológica y psicológica de Tigre Juan desde una concepción del matrimonio y de la mujer que se manifiesta en el brazalete de pedida, donde hace inscribir: Soy de Tigre Juan, hasta una mentalidad abierta que acaba coincidiendo con la de doña Iluminada y, en parte, con la de Colás.

Doña Iluminada es quien aporta al protagonista una visión de la realidad muy distante de sus prejuicios machistas, porque ella, que ha sabido lo que es un matrimonio célibe, sin pasión ni satisfacción sexual ninguna, está a favor de la unión libre de Carmina y Colás. Por ello avala la decisión de Carmina de irse del pueblo con Colás, hacia quien ella la ha empujado con insólita mano izquierda:  Si a ti en conciencia, no te parece disparate, deja que la gente lo llame como quiera. Ahora, si tu conciencia te dice que es un disparate, la cosa varía, porque en lugar de salirte con tu gusto te buscarás mortificaciones, tristezas y arrepentimiento. El verdadero gusto consiste en aquello de que uno nunca se arrepentirá, por mal que salga, y, a pesar de todo, tantas veces como hubiera que hacerlo, haría uno lo mismo sin titubear. […] —Sé feliz, alma mía. Tu felicidad será la mía. Un segundo de felicidad compensa toda una vida de dolor.  Muy curiosamente, es el clérigo Gamborena quien aprecia las salidas «liberales» de la viuda de Góngora: —Bravo por la viuda. Dispara sentencias hasta si estornuda, Ja Ja. Ja. Como Lepe* es de lista. Ején. Ején.

[* Ojo, ese Lepe no es el Lepe onubense de los actuales chistes, sino que hace referencia al obispo de Calahorra y Calzada, don Pedro de Lepe y Dorantes, nacido en San Lucar de Barrameda y autor de un popularísimo Catecismo cristiano; y de ahí lo de «ser tan listo como Lepe»]

La acción se precipita, sobre todo tras la representación de El curandero de su honra, en la que los espectadores miran a Tigre Juan, quien interpreta al protagonista, Gutierre, y piensan enseguida en Herminia, como destinataria de su ira a causa del adulterio que aún está por demostrarse, pero no para el juicio de la murmuración, que condena con solo las sospechas, y recordemos que en la obra de Calderón Gutierre manda desangrar a Mencía, su mujer, y de ahí lo de «médico» de su honra. La reconciliación de los esposos, sobre todo tras el intento de suicidio de Tigre Juan, acelera la narración y nos acercamos a un final en el que se pone a prueba el temple y la nueva persona que es tigre Juan en un episodio en el tren que le dejo saborear al lector por primera vez.

Antes de entrar en el Parergon, donde se plasma el debato ideológico entre tío y sobrino, quiero dejar constancia de que la vena popular de esta larga novela dividida en dos volúmenes presta mucha atención al lenguaje propio de Asturias, con un uso de términos del bable que se adelantan, está claro, a cualquier reivindicación actual, aunque se mezclan también con los vulgarismos propios de ciertos personajes incultos. No es extraño, así pues, encontrarnos con voces como :: vieyura, llombos, refuelgo, fanesias, modimanera, Bercebú, babayo (que tanto recuerda al babau catalán, que vale «bobo», «tonto»), reciella ( que vale «muchedumbre bulliciosa»), desfarrapa (que significa «se desmorona»), entónenes, ínguele, güeyos (que vale «ojos»), oreyes etc. Este uso está en relación con la tradición de los cuadros locales que puso de moda la literatura del Romanticismo tardío, antes de llegar al realismo, y que Pereda, por ejemplo, llevó a la perfección en Tipos y costumbres y Esbozos y rasguños.

Y, sin más demora, quiero ofrecerle al paciente intelector de esta presentación de una obra espléndida que amerita una lectura urgente, dada la intrínseca satisfacción que le va a deparar a quien quiera que a ello se apreste, un par de textos que enlazan esta obra y la comentada previamente en este Diario: Troteras y danzaderas. Son dos personajes muy distintos, el ministro Sabas Sicilia y el cómico Colás Guerra, sobrino/hijo de Tigre Juan. Dice así el ministro: Yo digo que la vida sería inaguantable si todos los hombres fuesen razonables. ¿Hay nada más tedioso que una conversación razonable, que un libro razonable o un discurso razonable? […] Se dice que aquello que diferencia al hombre del resto del Universo es la razón. ¿De dónde han sacado semejante desatino? Lo que le diferencia es la sinrazón. En la naturaleza todo es razonable, no hay sorpresas, todo es aburrido; pero salta este animalejo en dos pies que llaman hombre, y con él aparece la sinrazón, lo absurdo, lo arbitrario, la sorpresa, lo cómico, lo solazante y ameno. […] Lo bueno es lo inesperado, lo insólito de la sandez, lo imprevisto del disparate. […] Trabajad… Es como decir «respirad». Decir vida y decir trabajo es una cosa misma. De una manera u otra el hombre trabaja siempre. […] El ideal es el mejor estimulante de la alta cultura. Un pueblo sin ideal es un pueblo perezoso, y perezoso no quiere decir que no trabaja, sino que trabaja sin perseverancia, método o disciplina y por cosas inanes o de poco omento. Pero el ideal no se construye sino con la imaginación. El pueblo español no tiene imaginación aún.  […] La imaginación, me parece a mí, es la forma plástica de la inteligencia y del sentimiento. Tiene su mecánica, sus leyes, su realidad, realidad más alta que la misma realidad externa. En esto se diferencia de la quimera, que es una aspiración confusa, caótica, mística. España ha sido un pueblo de quimeras: nunca ha sabido lo que ha querido. […] Un español no va a la política por vocación, sino por ambición. […] No nos damos por satisfechos hasta que desde una gran altura no hemos visto muy pequeñitos a nuestros semejantes. Los españoles a los cuarenta años estamos cansados de todo.

Y, contestándole indirectamente a él y directamente a su tío, Tigre Juan, le explica Colás por qué él, que estaba en contra del matrimonio, ha acabado casándose con Carmina: —¡Quiá! Si el matrimonio fuera lo razonable, no me hubiera casado. Sigo juzgando el matrimonio como el mayor disparate. Por eso me he casado. No puedo resistir el hechizo que sobre mí ejerce todo lo irrazonable y disparatado. Un hombre estúpido se casa creyendo realizar un acto razonable y natural, Cuando ya no hay remedio, se le abren los ojos; y es un desesperado. Yo no soy de esos. Me place, me fascina lo absurdo, y hacia ello voy, pero a sabiendas. La vida es un absurdo delicioso. Y lo más absurdo de la vida consiste en que llevamos dentro de la cabeza un aparato geométrico y lógico, la inteligencia, que no tiene otra función que la de registrar y poner en evidencia ese absurdo radical de la vida. Sin ese aparato registrador, viviríamos del todo como los irracionales, sintiéndonos vivir, pero sin saber que vivimos lo cual no es vivir, ciertamente. Somos irracionales y racionales a la vez. ¡Qué contradicción! ¡Qué absurdo! Irracionales, en cuanto somos seres vivos, pues el vivir es una actividad irracional. Racionales, en cuanto sabemos que vivimos y que no podemos por menos de vivir irracionalmente. Razonamos sobre lo pasado, y aun sobre lo presente, bien entendido que el presente vivo no existe sino como forma próxima y umbral del pasado; pero no es posible razonar sobre el porvenir. Digo, los hombres inteligentes. El porvenir es siempre irracional. Si no lo fuese, tampoco sería porvenir, ni llegaría a cobrar vida. Dos y dos son cuatro. Lo han sido en el pasado. Lo serán en el porvenir. Solo que esto de que dos y dos son cuatro nada tiene que ver con la vida; pertenece a la razón y a la matemática. La razón será lo permanente, si usté quiere. Y la vida es lo mudable; por eso es irracional. La vida, lo que vive, no obedece en cada caso a otra razón que su razón de ser; y esta razón de ser es en cada caso la razón de la sinrazón. Solo el error es vida. El conocimiento es la muerte. Yo, por fortuna, he acertado a distinguir entre la Razón, con mayúscula, que es simplemente la inteligencia, o aparato registrador de la realidad el cual llevamos dentro de la cabeza; y, de otra parte, la razón de ser de cada criatura viva y cada movimiento de la vida, la razón de la sinrazón. La realidad tiene dos mitades: una, la que no vive; otra, la que vive. Se conoce lo que no vive. Lo que es vivo se vive. Aplicada a lo que no vive, la Razón propende a proclamarse soberana, y así se suele decir que el hombre es el rey de la Naturaleza; porque, como quiera que lo que vive no muda de condición, o si cambia es conforme a modificaciones regulares y siempre idénticas, la Razón atenta echa de ver ciertas pautas o leyes fijas, permanentes, cuyo conjunto se distribuyen las ciencias naturales, de donde se deduce, con aturdimiento orgulloso y pueril, que la Razón del hombre señorea la materia y es, en algún modo, árbitro del futuro de las cosas sin ida. Gran simpleza. El hombre es un simio atacado de megalomanía.

Y ahí, con esa invitación a profundizar en el despliegue intelectual que hace Pérez de Ayala en el capitulo titulado Parergon, dejo al intelector con la avidez de saber y leer más. En todo caso, porque algunos habrá, perezosos, que no se atrevan con la obra, colgaré el discurso completo de Colás en el blog donde, de tanto en tanto, me convierto en algo así como el defensor de la crestomatía:

 https://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/

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