
La erudición frente a las adversidades culturales y existenciales.
Gracias a mi buen amigo Joaquim Parellada, coeditor de esta correspondencia, ha llegado a mis
manos este curioso intercambio no sincronizado de cartas entre dos eruditos de
gran renombre en lo que fue mi carrera académica, Filología Hispánica: José Fernández-Montesinos
y Marcel Bataillon, cuyas obras son indispensables para dos temas fundamentales:
el erasmismo en España, con los gemelos Valdés al frente, y los estudios
canónicos de Montesinos sobre la novela española del siglo XIX, y muy
específicamente sus tres volúmenes sobre Benito Pérez Galdós, amén de muchos
otros, porque Montesinos comenzó, bajo el magisterio de Américo Castro, como
lopista.
La
correspondencia entre ambos abarca prácticamente toda una vida. Desde finales
de los años 20 hasta cerca de la muerte de Montesinos en 1972, poco después de
haber visitado Cataluña e impartido dos cursos, a petición de Blecua y Rico, en
las Universidades Central y Autónoma. Se conservan más cartas del estudioso
granadino, emparentado con la familia de García Lorca, que del erudito francés,
pero la lectura de este epistolario es altamente gratificante para quienes bien
puede decirse que veneramos a todos aquellos que dedican su vida a la investigación
y edición de textos con el mayor rigor filológico y paleográfico, una labor
callada, ingrata difícil y a la que no siempre le acompaña el reconocimiento
que merece.
La historia de
nuestra cultura europea sería muy otra sin los esfuerzos y la dedicación, más
allá de lo razonable, de estudiosos que aúnan la disciplina, la intuición y la
elocuencia expresiva a partes iguales en sus personas: Yo tengo la mala
costumbre —y la fatalidad, pues no me deja tiempo— de trabajar de noche, de
modo que no son muchas las horas normales de que dispongo. Desde la época del Humanismo, en la que se «profesionaliza»,
por así decirlo, la tarea de investigación de nuestra herencia cultural,
greco-latina sobre todo, pero también árabe, dedicarse a limpiar de deturpaciones
los textos de nuestro acervo cultural es, lo repito, una labor callada y poco
apreciada socialmente, más allá de los círculos académicos y de la minoría selecta
que goza con estas cosas de la erudición, del saber, del conocimiento puro,
esto es, el que libra de máculas, mixtificaciones y tergiversaciones los textos
que han llegado hasta nosotros. Disponer de originales, limpios de polvo y
paja, fiables y, en la medida de lo posible, «definitivos», es la tarea que se
acoge a un nombre poco frecuentado, ya digo, fuera de los círculos interesados:
la «Ecdótica», pero determinante para que muchos otros estudios se lleven a
cabo sobre esas obras fijadas con no pocos esfuerzos. Pensemos que ahora un
clic nos acerca veinte siglos de historia, con la digitalización de los
archivos, pero, antes, los estudiosos habían de viajar a las bibliotecas donde
imaginaban que pudiera haber fondos de su interés o mantener correspondencia
con ellas para localizar el material indispensable para sus investigaciones. A
mi siempre me ha parecido una heroicidad de los estudios literarios y sociales
una obra como la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino
Menéndez Pelayo, por el caudal de información manejado en ella, y por las
reconditísimas noticias que incorpora al aparato crítico el polígrafo montañés,
modelo de eruditos e investigadores.
Un
epistolario, más allá de los saberes técnicos de los interlocutores, es una
fuente biográfica de primer orden para reconstruir, siquiera sea parcialmente,
la vida de quienes lo escriben. Y eso es lo que sucede con Montesinos, un doble
exiliado, primero como joven investigador en Hamburgo [(1929) Estoy tan solo
que no tengo a quién acudir. Aquí no hay interés, ni simpatía, ni siquiera
respeto por estas cosas; en España no hay nadie de los míos, así es que todo es
andar a ciegas.] y, tras la Guerra Civil, como exiliado republicano dentro
de una diáspora que lo llevó a recalar en Francia y, posteriormente, en
California. La vida de Bataillon sigue un orden tradicional que lo lleva de
catedrático de Liceo a Burdeos, luego profesor universitario en Argel y, en su
esplendor, en la Sorbona y, finalmente, en el Collège de France. Con
todo, Bataillon fue detenido tras la invasión alemana de Francia, por haber
sido candidato del Frente Popular, y pasó unos meses en un campo de Compiègne,
de donde fue liberado por mediación de Le Roy Ladurie.
La amistad de
ambos se forja en torno a su dedicación común a las figuras de los hermanos
Valdés, Juan y Alfonso (o Alonso, en las cartas de Bataillon), los
introductores del erasmismo en España, y aunque ambos se tratan en términos de
pares, Montesinos reconoce la trascendental labor de Bataillon, quien es algo
así, como el factótum de todo lo relativo al erasmismo en España: (1928) A
medida que voy comprobando que apenas hay línea en el Carón que no esté ya en
otra parte, comprendo más y mejor la originalidad de Valdés y su radicalísimo
españolismo. Es de un enorme interés ver como remodela Valdés a la española
todo cuanto lee y aprende. Además, como ya le dije, quisiera puntualizar varios
recursos estilísticos y técnicos que Valdés aprendió en Pontano y en Erasmo.
Estoy impacientísimo por que me diga lo que todo esto le parece, pues yo, con
audacísima ignorancia me metí hace dos años en estos berenjenales, sin más
propósito que reeditar unos libros viejos y ganar unas pesetas, me siento cada
vez más inseguro.
Ambos, cada
uno a su manera, se queja de su dedicación por la ingratitud que comporta y, en
el caso de Montesinos, por la escasa retribución económica que le supone. Sí,
hablamos de vidas difíciles, no excesivamente «boyantes», austeras y centradas exclusivamente en sus
múltiples investigaciones. Son, ambos, personas preocupadas por el rigor, la
veracidad y la calidad de cuanto sale de sus manos, pero, como siempre sucede,
no todo está en ellas, como le ocurrió a Joyce con la edición francesa de su Ulises,
plagada de deturpaciones. Las quejas de Montesinos sobre su falta de control
sobre las publicaciones es reiterativa: (1926) Mi última publicación, mi
primer tomo de lírica de Lope (La Lectura) ha sido un desastre. No me han
mandado pruebas y los textos sacan tantos y tales disparates que me siento en
ridículo. Cuando salga el segundo tomo con la fe de erratas del primero le enviaré
la antología completa. De esa dedicación se deriva un estrés físico y psicológico que repercute necesariamente
en la salud, al menos, de Montesinos, según confidencia que le hace: (1929) Después
de cinco años de trabajo incesante sin vacaciones pero llenos de amarguras y
sinsabores estoy en un estado de surmenage tal que contra mis más
vehementes deseos me veo obligado a hacer una pausa. No sé si será larga.
Pues no, no es larga, porque poco tiempo después vuele a escribirle para quejársele
de sus males sin remedio a la vista: (1929) Como usted ve, eso del descanso
mío es una agradable quimera. Tengo entre manos como cosa «urgente»: a) el
susodicho capitulo; b) las cartas de Juan de Valdés; c) los documentos de
Frauenburg y otros por el estilo; d) un libro de astrología de Alfonso el
Sabio; e) unos papeles interesantes de Fernán Caballero; f) un tomo de Teatro
antiguo español (Barlaam y Josafat). ¡Es para volverse loco! Y esto en Hamburgo,
y sin libros, y sin nadie con quien se pueda hablar ni a quien se pueda acudir
en demanda de consejo o apoyo. Y todo trabajo menudo, que ni da honra ni
provecho.
A través de la
correspondencia podemos ir fijando la vida editorial de ambos intelectuales,
porque, así que han publicado algún estudio, se lo envían para recabar la opinión
fundamentada de quien consideran que dispone de un criterio crítico de primera
categoría: (1931) Mil gracias, querido amigo, por este libro sobre la
picaresca [Le Roman Picaresque] tan fino y exacto. Lo he leído sin levantar
cabeza, con admirativa adhesión, Todo es justo y oportuno, Con tan breves
paginas hay más y mejor doctrina que en muchos libros garrafales. Desde
antes, 1928, son frecuentes los párrafos en que, aún en Hamburgo, Montesinos se
explaya sobre sus pésimas condiciones de vida: ¡Si viera usted cómo le
envidio! ¡Qué no daría yo por pasarme tres o cuatro años, libre de prólogos,
epílogos, introducciones, notas, artículos y zarandajas, preparando
tranquilamente un libro! Voy perdiendo ya hasta la «vida privada» —esas horas
tranquilas de lectura no profesional—, lo que no puede perder un erudito sin
incurrir en grandes peligros. Pero esa y no otra es la vida de quien la pierde
entre libros, bibliotecas, índices, ediciones diversas, fuentes dudosas y
hallazgos sorprendentes, como el retrato de Alfonso de Valdés en una moneda, noticia
que Bataillon recibe con un entusiasmo solo propio de quien dedica su ida a
otro y ni siquiera sabe qué rostro tiene: (1932) No sé decirle a Vd. la
satisfacción que experimento al tener delante la vera effigies…
del Valdés de carne y hueso. Y no tarda en disparársele el instinto pesquisidor:
(1931) Es para mí enteramente nuevo el dato que me participa acerca de la
iconografía de Alonso de Valdés. […] Si Vd. puede agenciarme una
fotografía e la medalla de Valdés, me hará un gran favor. En cuanto al emblema
del reverso, es también nuevo para mí —lo cual no quiere decir que seas cosa
desconocida, ni mucho menos—. El sentido —la fe vivificada por inspiraciones
divinas— parece obvio. Procuraré ver si hay un versículo bíblico que pueda
identificarse con la leyenda. Voy a escribir sobre el particular al
Bibliotecario de la Sociedad francesa de historia del protestantismo. No
tendría nada raro que apareciese en medallas protestantes un emblema parecido
al de la medalla valdesiana.
Para los
lectores actuales son de gran interés aquellas cartas en que Montesinos, que
saluda el advenimiento de la República con suma esperanza, se manifiesta acerca
de aquel quinquenio tan decisivo en nuestra Historia. Por un lado, el análisis
de lo que debió ser un guirigay ideológico de tantos quilates como el actual septenio
ominoso del PSOE: (1933) Lo que ocurre es que, como Vd. sabe, España es un
país de locos; sobre todo ahora vivimos en plena demencia, en una febril
agitación que no se parece a la actividad más que en el cansancio que origina.
Una vez consumado el golpe de estado del ejército contra la Republica y tras
iniciarse las hostilidades bélicas y la represión homicida en ambos bandos,
advertimos que a Montesinos las hostilidades le tocan muy, pero que muy de
cerca: (1937) La catástrofe me ha
afectado de un modo tremendo, y no solo por razones patrióticas, morales y
políticas. La guerra me ha deshecho la familia. Mi pobre hermano, dos años
menor que yo, padre de tres hijos, ha sido fusilado por los fascistas en
Granada, donde era alcalde. No tengo idea del estado en que habrá quedado mi
casa después de ese crimen, ni quiero imaginármelo: mi madre, que era muy
anciana, difícilmente habrá sobrevivido a ese dolor, y no sé qué habrá sido de
mi cuñada —hermana de García Lorca— ni de los chicos. La muerte de Federico,
que era para mí como mi hermano, ha sido otro tremendo dolor para mí, y la
previsible ruina de su familia que, en cierto modo, era la mía. […] Pasará
mucho tiempo antes de que yo sea capaz de trabajar con alguna coherencia en las
cosas que antes me interesaban. Me voy sintiendo incapaz de concentrarme,
incapaz de coordinar coherentemente dos ideas o de escribir veinte palabras.
Esas pocas páginas de Hora de España, que Vd. enjuicia tan benévolamente. Me
han costado un verdadero suplicio. Montesinos, sin embargo, y a pesar de su
fidelidad a la Republica, que resulto no ser lo que él había imaginado que
podía ser, era una persona de talante liberal que defendió siempre el pabellón del
espíritu liberal, alejado de los extremismos ideológicos, tal y como, cuando el
macartismo quiso imponer su ley en las universidades usamericanas, exigiendo
una declaración explícita a los profesores de no ser ni pertenecer a ninguna
organización comunista, escribió estas clarividente palabras, perfectamente
aplicables a una situación como la nuestra actual en que un macartismo de
izquierdas aspira a controlar todos los poderes de la sociedad: ¿1950? Esta
gente ha perdido totalmente la cabeza. No saben ya lo que hacen, ni lo que
dicen, n o que quieren ni lo que no quieren. Imagínese qué se les ha ocurrido
ahora, en esta Universidad de California, tibiamente liberal, y tan conformista
que da cierta risa considerar el caso; se les ha ocurrido, digo, exigir a los
profesores y empleados un juramento de que no son comunistas, y con ese motivo
hay, desde hace un año, mares como montañas. Hasta ahora nos han excluido de
este lío a los extranjeros, no sé si por pudor o por otra causa. […] Usted
conoce mejor que nadie mis sentimientos; nadie menos comunista que yo, por
razones que se le alcanzan a cualquiera. […] Estoy sobremanera irritado
con esta manía moderna de inutilizar lo poco que del pensamiento liberal queda
en el mundo, por ese procedimiento e polarización con el que no transijo ni un
día más: ni a ser comunista por no ser fascista, ni a ser fascista por no ser
comunista. Si me echan, me iré […], pero prefiero volver al hambre a
participar de esta idiotez general que explotan unos cuantos ricachos idiotas,
algunos políticos sinvergüenzas y todos los periodistas, que son uno y lo otro.
Resulta chocante,
para quienes desconocíamos la biografía de ambos corresponsales, los niveles
extremos de necesidad que llegó a afrontar Montesinos, y, por supuesto, las
limitaciones de disponibilidad de tiempo, etc., de la que ambos se quejan.
Bataillon, por su condición de padre de familia numerosa: Me resulta ca vez
más claro que los clérigos [clercs, en francés, y vale por
intelectuales. Dos años antes, en 1927, Julien Benda había publicado su famoso
ensayo La Traison des Clercs] no pueden serlo realmente si no son
solteros. Es incalculable el tiempo que se gasta con los chicos y , más
tarde, (1931) Vd. no sabe lo que es
tener tres hijos —y cuatro el otoño que viene—. Soy padre de verdad, lo cual
trae consigo muchas felicidades pero supone una pérdida de tiempo enorme. Las
tareas de la Universidad, los exámenes son otros modos de perder tiempo.
Pero lo sorprendente es la tímida petición de una ayuda en metálico a cuenta de
un ingreso futuro que le plantea Montesinos a Bataillon, y que imagino este
atendería con sumo gusto, porque, aun ejercido a modesta escala, el mecenazgo
para con los artistas depara una satisfacción tan profunda como difícil de
explicar: Creo que las cosas comienzan a arreglarse un poco y empiezo a ver
tierra. La editorial Losada me ofrece la traducción de un libro de Vossler, Geist
und Kultur. […] De otra parte, mis crasos compatriotas comienzan a
ocuparse un poco de mí, al menos teóricamente. Hay una vagas promesas de ayuda
Ya veremos. […] Ahora que, por lo menos, lo de la traducción es dinero
seguro, me atrevo a preguntarle si le sería posible adelantarme sobre ella
algunos francos. ¡Cómo contrastan estas situaciones personales con las
generosas ayudas sectarias que riegan hoy los diferentes ámbitos culturales a
los paniaguados de turno! Resulta hiriente, retrospectivamente, que
personalidades tan destacadas del Hispanismo hayan tenido que pasar por tantas
dificultades, incluso las muy primitivas de la insuficiencia económica. Particularmente,
me ha intrigado mucho, cuando se queja a Bataillon de las «bajas» de ilustres
españoles como Salinas y otros, la mención que desliza Montesinos acerca de un
desencuentro, que ignoraba completamente, con el poeta y catedrático: Ya sabrá de la muerte del pobre Salinas.
Aunque su conducta para conmigo no tuvo nada de ejemplar. Será cuestión de
indagar en las raíces de ese deterioro, pero no era algo infrecuente, como lo
explicita la enemiga que sufrió Juan José Domenchina de parte de León Felipe,
el poeta de tono y timbre bíblico-revolucionario.
Aunque son
pocas las cartas de Bataillon, apreciamos en todas ellas la solidaridad y
fraternidad —el erudito francés habla de la sodalitas valdesiana,
refiriéndose a la suerte e sociedad secreta en la que ambos militaban— de un
erudito cercano políticamente a las posiciones de Montesinos, de ahí que
recibiera alborozado la proclamación de la República: (1931) Excuso decirle
con qué alegría he saludad la República española; me refiero sobre todo al
triunfo que suponen los recientes acontecimientos para los hombres que, desde
hace treinta y tantos años, vienen forjando la España nueva. Si Vd. tiene ocasión de ver a Américo Castro
en Berlín, dele de mi parte un abrazo, con el más cariñoso parabién.
Recordemos que son estrechos los vínculos de Bataillon con nuestro país,
porque, del mismo modo que el joven Montesinos pasa una década como estudiante
en Hamburgo, Bataillon estudio en su juventud en España y en Portugal, habiendo
definido ya su futuro como Hispanista. A los intelectores de esta breve
presentación de un libro tan interesante les llamarán la atención las frecuentes
interpelaciones de ambos corresponsales sobre los estudios que ambos se traen
entre manos, y cómo comparten incluso detalles minúsculos que la IA, hoy,
resuelve en un periquete, por cierto: (1931) Querido Montesinos, tropiezo en
un texto de Tirso de Molina (Santo y Sastre) con una dificultad que para Vd.,
tan acostumbrado a los chistes del teatro Antiguo, probablemente no lo será.
Dice el gracioso Pendón a Dorotea: …tienes tantas pretensiones / que cada
cual me empapela / como a muchacha de escuela / que va a vender cobertores.
¿Cómo entiende Vd. empapelar tratándose de una muchacha de escuela? Y ¿de qué
cobertores se trata? El ChatGPT,
hoy, le hubiera dado una respuesta acertada. La idea general sería algo así
como: «Eres tan pretenciosa, que todo el mundo me critica y se burla de mí,
como si fuera una muchachita ingenua que se pone a vender mantas». O, en la versión
moderna: «Tienes tantas ínfulas que por tu culpa todo el mundo se ríe de mí,
como si fuera una niña tonta haciendo algo ridículo».
En fin, quede
aquí bien expresada mi admiración hacia todos los estudiosos que, al margen del
reconocimiento social y el bienestar económico, solo por un insorbornable amor
al arte, al pensamiento, a la cultura, dedican su vida a facilitarnos el
conocimiento de nuestro riquísimo pasado cultural. Modestamente, también me he ejercitado
en esos menesteres, con a edición crítica que hice de la Carta de
Paracuellos, de Tomás Antonio Sánchez, ¡otro erudito, por cierto!, y de la
que dejé recuerdo en este mismo Diario.
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