martes, 21 de octubre de 2025

«José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon. Crónica de un largo y continuado exilio. Epistolario 1926-1971», Editorial Renacimiento. Edición de Estrella Ruiz-Gálvez, Joaquim Parellada y Catalina García-Posada Rodríguez.

 

                                 



La erudición frente a las adversidades culturales y existenciales.

 

          Gracias a mi buen amigo Joaquim Parellada, coeditor de esta correspondencia, ha llegado a mis manos este curioso intercambio no sincronizado de cartas entre dos eruditos de gran renombre en lo que fue mi carrera académica, Filología Hispánica: José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon, cuyas obras son indispensables para dos temas fundamentales: el erasmismo en España, con los gemelos Valdés al frente, y los estudios canónicos de Montesinos sobre la novela española del siglo XIX, y muy específicamente sus tres volúmenes sobre Benito Pérez Galdós, amén de muchos otros, porque Montesinos comenzó, bajo el magisterio de Américo Castro, como lopista.

          La correspondencia entre ambos abarca prácticamente toda una vida. Desde finales de los años 20 hasta cerca de la muerte de Montesinos en 1972, poco después de haber visitado Cataluña e impartido dos cursos, a petición de Blecua y Rico, en las Universidades Central y Autónoma. Se conservan más cartas del estudioso granadino, emparentado con la familia de García Lorca, que del erudito francés, pero la lectura de este epistolario es altamente gratificante para quienes bien puede decirse que veneramos a todos aquellos que dedican su vida a la investigación y edición de textos con el mayor rigor filológico y paleográfico, una labor callada, ingrata difícil y a la que no siempre le acompaña el reconocimiento que merece.

          La historia de nuestra cultura europea sería muy otra sin los esfuerzos y la dedicación, más allá de lo razonable, de estudiosos que aúnan la disciplina, la intuición y la elocuencia expresiva a partes iguales en sus personas: Yo tengo la mala costumbre —y la fatalidad, pues no me deja tiempo— de trabajar de noche, de modo que no son muchas las horas normales de que dispongo.  Desde la época del Humanismo, en la que se «profesionaliza», por así decirlo, la tarea de investigación de nuestra herencia cultural, greco-latina sobre todo, pero también árabe, dedicarse a limpiar de deturpaciones los textos de nuestro acervo cultural es, lo repito, una labor callada y poco apreciada socialmente, más allá de los círculos académicos y de la minoría selecta que goza con estas cosas de la erudición, del saber, del conocimiento puro, esto es, el que libra de máculas, mixtificaciones y tergiversaciones los textos que han llegado hasta nosotros. Disponer de originales, limpios de polvo y paja, fiables y, en la medida de lo posible, «definitivos», es la tarea que se acoge a un nombre poco frecuentado, ya digo, fuera de los círculos interesados: la «Ecdótica», pero determinante para que muchos otros estudios se lleven a cabo sobre esas obras fijadas con no pocos esfuerzos. Pensemos que ahora un clic nos acerca veinte siglos de historia, con la digitalización de los archivos, pero, antes, los estudiosos habían de viajar a las bibliotecas donde imaginaban que pudiera haber fondos de su interés o mantener correspondencia con ellas para localizar el material indispensable para sus investigaciones. A mi siempre me ha parecido una heroicidad de los estudios literarios y sociales una obra como la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo, por el caudal de información manejado en ella, y por las reconditísimas noticias que incorpora al aparato crítico el polígrafo montañés, modelo de eruditos e investigadores.

          Un epistolario, más allá de los saberes técnicos de los interlocutores, es una fuente biográfica de primer orden para reconstruir, siquiera sea parcialmente, la vida de quienes lo escriben. Y eso es lo que sucede con Montesinos, un doble exiliado, primero como joven investigador en Hamburgo [(1929) Estoy tan solo que no tengo a quién acudir. Aquí no hay interés, ni simpatía, ni siquiera respeto por estas cosas; en España no hay nadie de los míos, así es que todo es andar a ciegas.] y, tras la Guerra Civil, como exiliado republicano dentro de una diáspora que lo llevó a recalar en Francia y, posteriormente, en California. La vida de Bataillon sigue un orden tradicional que lo lleva de catedrático de Liceo a Burdeos, luego profesor universitario en Argel y, en su esplendor, en la Sorbona y, finalmente, en el Collège de France. Con todo, Bataillon fue detenido tras la invasión alemana de Francia, por haber sido candidato del Frente Popular, y pasó unos meses en un campo de Compiègne, de donde fue liberado por mediación de Le Roy Ladurie.

          La amistad de ambos se forja en torno a su dedicación común a las figuras de los hermanos Valdés, Juan y Alfonso (o Alonso, en las cartas de Bataillon), los introductores del erasmismo en España, y aunque ambos se tratan en términos de pares, Montesinos reconoce la trascendental labor de Bataillon, quien es algo así, como el factótum de todo lo relativo al erasmismo en España: (1928) A medida que voy comprobando que apenas hay línea en el Carón que no esté ya en otra parte, comprendo más y mejor la originalidad de Valdés y su radicalísimo españolismo. Es de un enorme interés ver como remodela Valdés a la española todo cuanto lee y aprende. Además, como ya le dije, quisiera puntualizar varios recursos estilísticos y técnicos que Valdés aprendió en Pontano y en Erasmo. Estoy impacientísimo por que me diga lo que todo esto le parece, pues yo, con audacísima ignorancia me metí hace dos años en estos berenjenales, sin más propósito que reeditar unos libros viejos y ganar unas pesetas, me siento cada vez más inseguro.

          Ambos, cada uno a su manera, se queja de su dedicación por la ingratitud que comporta y, en el caso de Montesinos, por la escasa retribución económica que le supone. Sí, hablamos de vidas difíciles, no excesivamente «boyantes»,  austeras y centradas exclusivamente en sus múltiples investigaciones. Son, ambos, personas preocupadas por el rigor, la veracidad y la calidad de cuanto sale de sus manos, pero, como siempre sucede, no todo está en ellas, como le ocurrió a Joyce con la edición francesa de su Ulises, plagada de deturpaciones. Las quejas de Montesinos sobre su falta de control sobre las publicaciones es reiterativa: (1926) Mi última publicación, mi primer tomo de lírica de Lope (La Lectura) ha sido un desastre. No me han mandado pruebas y los textos sacan tantos y tales disparates que me siento en ridículo. Cuando salga el segundo tomo con la fe de erratas del primero le enviaré la antología completa. De esa dedicación se deriva un estrés  físico y psicológico que repercute necesariamente en la salud, al menos, de Montesinos, según confidencia que le hace: (1929) Después de cinco años de trabajo incesante sin vacaciones pero llenos de amarguras y sinsabores estoy en un estado de surmenage tal que contra mis más vehementes deseos me veo obligado a hacer una pausa. No sé si será larga. Pues no, no es larga, porque poco tiempo después vuele a escribirle para quejársele de sus males sin remedio a la vista: (1929) Como usted ve, eso del descanso mío es una agradable quimera. Tengo entre manos como cosa «urgente»: a) el susodicho capitulo; b) las cartas de Juan de Valdés; c) los documentos de Frauenburg y otros por el estilo; d) un libro de astrología de Alfonso el Sabio; e) unos papeles interesantes de Fernán Caballero; f) un tomo de Teatro antiguo español (Barlaam y Josafat). ¡Es para volverse loco! Y esto en Hamburgo, y sin libros, y sin nadie con quien se pueda hablar ni a quien se pueda acudir en demanda de consejo o apoyo. Y todo trabajo menudo, que ni da honra ni provecho.

          A través de la correspondencia podemos ir fijando la vida editorial de ambos intelectuales, porque, así que han publicado algún estudio, se lo envían para recabar la opinión fundamentada de quien consideran que dispone de un criterio crítico de primera categoría: (1931) Mil gracias, querido amigo, por este libro sobre la picaresca [Le Roman Picaresque] tan fino y exacto. Lo he leído sin levantar cabeza, con admirativa adhesión, Todo es justo y oportuno, Con tan breves paginas hay más y mejor doctrina que en muchos libros garrafales. Desde antes, 1928, son frecuentes los párrafos en que, aún en Hamburgo, Montesinos se explaya sobre sus pésimas condiciones de vida: ¡Si viera usted cómo le envidio! ¡Qué no daría yo por pasarme tres o cuatro años, libre de prólogos, epílogos, introducciones, notas, artículos y zarandajas, preparando tranquilamente un libro! Voy perdiendo ya hasta la «vida privada» —esas horas tranquilas de lectura no profesional—, lo que no puede perder un erudito sin incurrir en grandes peligros. Pero esa y no otra es la vida de quien la pierde entre libros, bibliotecas, índices, ediciones diversas, fuentes dudosas y hallazgos sorprendentes, como el retrato de Alfonso de Valdés en una moneda, noticia que Bataillon recibe con un entusiasmo solo propio de quien dedica su ida a otro y ni siquiera sabe qué rostro tiene: (1932) No sé decirle a Vd. la satisfacción que experimento al tener delante la vera effigies… del Valdés de carne y hueso. Y no tarda en disparársele el instinto pesquisidor: (1931) Es para mí enteramente nuevo el dato que me participa acerca de la iconografía de Alonso de Valdés. […] Si Vd. puede agenciarme una fotografía e la medalla de Valdés, me hará un gran favor. En cuanto al emblema del reverso, es también nuevo para mí —lo cual no quiere decir que seas cosa desconocida, ni mucho menos—. El sentido —la fe vivificada por inspiraciones divinas— parece obvio. Procuraré ver si hay un versículo bíblico que pueda identificarse con la leyenda. Voy a escribir sobre el particular al Bibliotecario de la Sociedad francesa de historia del protestantismo. No tendría nada raro que apareciese en medallas protestantes un emblema parecido al de la medalla valdesiana.

          Para los lectores actuales son de gran interés aquellas cartas en que Montesinos, que saluda el advenimiento de la República con suma esperanza, se manifiesta acerca de aquel quinquenio tan decisivo en nuestra Historia. Por un lado, el análisis de lo que debió ser un guirigay ideológico de tantos quilates como el actual septenio ominoso del PSOE: (1933) Lo que ocurre es que, como Vd. sabe, España es un país de locos; sobre todo ahora vivimos en plena demencia, en una febril agitación que no se parece a la actividad más que en el cansancio que origina. Una vez consumado el golpe de estado del ejército contra la Republica y tras iniciarse las hostilidades bélicas y la represión homicida en ambos bandos, advertimos que a Montesinos las hostilidades le tocan muy, pero que muy de cerca:  (1937) La catástrofe me ha afectado de un modo tremendo, y no solo por razones patrióticas, morales y políticas. La guerra me ha deshecho la familia. Mi pobre hermano, dos años menor que yo, padre de tres hijos, ha sido fusilado por los fascistas en Granada, donde era alcalde. No tengo idea del estado en que habrá quedado mi casa después de ese crimen, ni quiero imaginármelo: mi madre, que era muy anciana, difícilmente habrá sobrevivido a ese dolor, y no sé qué habrá sido de mi cuñada —hermana de García Lorca— ni de los chicos. La muerte de Federico, que era para mí como mi hermano, ha sido otro tremendo dolor para mí, y la previsible ruina de su familia que, en cierto modo, era la mía. […] Pasará mucho tiempo antes de que yo sea capaz de trabajar con alguna coherencia en las cosas que antes me interesaban. Me voy sintiendo incapaz de concentrarme, incapaz de coordinar coherentemente dos ideas o de escribir veinte palabras. Esas pocas páginas de Hora de España, que Vd. enjuicia tan benévolamente. Me han costado un verdadero suplicio. Montesinos, sin embargo, y a pesar de su fidelidad a la Republica, que resulto no ser lo que él había imaginado que podía ser, era una persona de talante liberal que defendió siempre el pabellón del espíritu liberal, alejado de los extremismos ideológicos, tal y como, cuando el macartismo quiso imponer su ley en las universidades usamericanas, exigiendo una declaración explícita a los profesores de no ser ni pertenecer a ninguna organización comunista, escribió estas clarividente palabras, perfectamente aplicables a una situación como la nuestra actual en que un macartismo de izquierdas aspira a controlar todos los poderes de la sociedad: ¿1950? Esta gente ha perdido totalmente la cabeza. No saben ya lo que hacen, ni lo que dicen, n o que quieren ni lo que no quieren. Imagínese qué se les ha ocurrido ahora, en esta Universidad de California, tibiamente liberal, y tan conformista que da cierta risa considerar el caso; se les ha ocurrido, digo, exigir a los profesores y empleados un juramento de que no son comunistas, y con ese motivo hay, desde hace un año, mares como montañas. Hasta ahora nos han excluido de este lío a los extranjeros, no sé si por pudor o por otra causa. […] Usted conoce mejor que nadie mis sentimientos; nadie menos comunista que yo, por razones que se le alcanzan a cualquiera. […] Estoy sobremanera irritado con esta manía moderna de inutilizar lo poco que del pensamiento liberal queda en el mundo, por ese procedimiento e polarización con el que no transijo ni un día más: ni a ser comunista por no ser fascista, ni a ser fascista por no ser comunista. Si me echan, me iré […], pero prefiero volver al hambre a participar de esta idiotez general que explotan unos cuantos ricachos idiotas, algunos políticos sinvergüenzas y todos los periodistas, que son uno y lo otro. 

          Resulta chocante, para quienes desconocíamos la biografía de ambos corresponsales, los niveles extremos de necesidad que llegó a afrontar Montesinos, y, por supuesto, las limitaciones de disponibilidad de tiempo, etc., de la que ambos se quejan. Bataillon, por su condición de padre de familia numerosa: Me resulta ca vez más claro que los clérigos [clercs, en francés, y vale por intelectuales. Dos años antes, en 1927, Julien Benda había publicado su famoso ensayo La Traison des Clercs] no pueden serlo realmente si no son solteros. Es incalculable el tiempo que se gasta con los chicos y , más tarde,  (1931) Vd. no sabe lo que es tener tres hijos —y cuatro el otoño que viene—. Soy padre de verdad, lo cual trae consigo muchas felicidades pero supone una pérdida de tiempo enorme. Las tareas de la Universidad, los exámenes son otros modos de perder tiempo. Pero lo sorprendente es la tímida petición de una ayuda en metálico a cuenta de un ingreso futuro que le plantea Montesinos a Bataillon, y que imagino este atendería con sumo gusto, porque, aun ejercido a modesta escala, el mecenazgo para con los artistas depara una satisfacción tan profunda como difícil de explicar: Creo que las cosas comienzan a arreglarse un poco y empiezo a ver tierra. La editorial Losada me ofrece la traducción de un libro de Vossler, Geist und Kultur. […] De otra parte, mis crasos compatriotas comienzan a ocuparse un poco de mí, al menos teóricamente. Hay una vagas promesas de ayuda Ya veremos. […] Ahora que, por lo menos, lo de la traducción es dinero seguro, me atrevo a preguntarle si le sería posible adelantarme sobre ella algunos francos. ¡Cómo contrastan estas situaciones personales con las generosas ayudas sectarias que riegan hoy los diferentes ámbitos culturales a los paniaguados de turno! Resulta hiriente, retrospectivamente, que personalidades tan destacadas del Hispanismo hayan tenido que pasar por tantas dificultades, incluso las muy primitivas de la insuficiencia económica. Particularmente, me ha intrigado mucho, cuando se queja a Bataillon de las «bajas» de ilustres españoles como Salinas y otros, la mención que desliza Montesinos acerca de un desencuentro, que ignoraba completamente,  con el poeta y catedrático:  Ya sabrá de la muerte del pobre Salinas. Aunque su conducta para conmigo no tuvo nada de ejemplar. Será cuestión de indagar en las raíces de ese deterioro, pero no era algo infrecuente, como lo explicita la enemiga que sufrió Juan José Domenchina de parte de León Felipe, el poeta de tono y timbre bíblico-revolucionario.

          Aunque son pocas las cartas de Bataillon, apreciamos en todas ellas la solidaridad y fraternidad —el erudito francés habla de la sodalitas valdesiana, refiriéndose a la suerte e sociedad secreta en la que ambos militaban— de un erudito cercano políticamente a las posiciones de Montesinos, de ahí que recibiera alborozado la proclamación de la República: (1931) Excuso decirle con qué alegría he saludad la República española; me refiero sobre todo al triunfo que suponen los recientes acontecimientos para los hombres que, desde hace treinta y tantos años, vienen forjando la España nueva.  Si Vd. tiene ocasión de ver a Américo Castro en Berlín, dele de mi parte un abrazo, con el más cariñoso parabién. Recordemos que son estrechos los vínculos de Bataillon con nuestro país, porque, del mismo modo que el joven Montesinos pasa una década como estudiante en Hamburgo, Bataillon estudio en su juventud en España y en Portugal, habiendo definido ya su futuro como Hispanista. A los intelectores de esta breve presentación de un libro tan interesante les llamarán la atención las frecuentes interpelaciones de ambos corresponsales sobre los estudios que ambos se traen entre manos, y cómo comparten incluso detalles minúsculos que la IA, hoy, resuelve en un periquete, por cierto: (1931) Querido Montesinos, tropiezo en un texto de Tirso de Molina (Santo y Sastre) con una dificultad que para Vd., tan acostumbrado a los chistes del teatro Antiguo, probablemente no lo será. Dice el gracioso Pendón a Dorotea: …tienes tantas pretensiones / que cada cual me empapela / como a muchacha de escuela / que va a vender cobertores. ¿Cómo entiende Vd. empapelar tratándose de una muchacha de escuela? Y ¿de qué cobertores se trata?  El ChatGPT, hoy, le hubiera dado una respuesta acertada. La idea general sería algo así como: «Eres tan pretenciosa, que todo el mundo me critica y se burla de mí, como si fuera una muchachita ingenua que se pone a vender mantas». O, en la versión moderna: «Tienes tantas ínfulas que por tu culpa todo el mundo se ríe de mí, como si fuera una niña tonta haciendo algo ridículo».

          En fin, quede aquí bien expresada mi admiración hacia todos los estudiosos que, al margen del reconocimiento social y el bienestar económico, solo por un insorbornable amor al arte, al pensamiento, a la cultura, dedican su vida a facilitarnos el conocimiento de nuestro riquísimo pasado cultural. Modestamente, también me he ejercitado en esos menesteres, con a edición crítica que hice de la Carta de Paracuellos, de Tomás Antonio Sánchez, ¡otro erudito, por cierto!, y de la que dejé recuerdo en este mismo Diario.

 

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