Noel Clarasó o el humor ordenado lexicográficamente;
Diccionario
humorístico: humor genuino de la mejor estirpe española: Juan Ruiz, Quevedo,
Ramón, Jardiel, Tono, Mihura…
Poco a poco llevo a cabo mi incursión en los muchos campos genéricos por
los que transitó un autor célebre en su época y olvidado en la actual, Noel
Clarasó, a quien vuelvo cada vez que me tropiezo con algo suyo por las
librerías de lance. Clarasó tocó muchos géneros, pero si en alguno tuvo
especial fortuna fue en el de esos libros que solo cabe clasificar bajo el
marbete de miscelánea o “cajón de sastre”, me refiero a sus tratados de urbanidad,
de didáctica de la expresión, de jardinería o a su monumental Antología de textos y citas de la
editorial Acervo, publicado en 1970, o al que hoy me ocupa, el Diccionario humorístico, publicado en la
Colección Arco de las Ediciones de la
Osa Menor en 1950. Clarasó es, por muchas razones, un autor singular cuya
importancia objetiva aún no ha sido establecida por los críticos, a pesar de la
revalorización de tantos autores de posguerra como se llevado a cabo en los
últimos tiempos. Salvador Pániker lo entrevistó en su libro Conversaciones en Cataluña, y en él lo
describe como un autor extraordinariamente
catalán: trabajador, ordenado, irónico, desconfiado, solitario y místico. En
la conversación, Clarasó hace gala de su método de trabajo, cuya base
fundamental es un archivo (una “base de datos”, diríamos hoy) envidiable e
incomparable, construida día a día, y en la que el autor hallaba cuantos datos
requería para sus muy diversas obras y, sobre todo, para su columna, durante 40
años en La Vanguardia, Los pro y loscontra, ubicada en la dignísima página de Pasatiempos, cuando aún el
crucigrama no era “de autor”, pero sí los jeroglíficos, del eterno Ocón de Oro. Clarasó, a pesar de la
descripción de Pániker, está aún más olvidado en la literatura catalana en la
que fue ganador del Premio Crexells en 1938, el último de la época republicana,
con una novela Francis de Cer que,
hasta donde yo sé, jamás ha sido editada. Escribió más obras en catalán, pero
no parece que haya despertado el interés de los editores catalanes, acaso por
la relevancia del autor en la literatura en castellano. En todo caso es un
ejemplo más de la naturalidad bilingüe del catalanismo bien entendido y
dominante, tanto entonces como hoy.
La tendencia de Clarasó al pseudónimo,
a la pluriidentidad, lo convierte en un autor al que me siento espontáneamente
inclinado, dada mi propia afición a los heterónimos. El más famoso de los de
Clarasó es León Daudí, un anagrama de su propio nombre y el segundo apellido de
su padre, el escultor Enric Clarasó, un pseudónimo que le sirvió para el protagonista
de sus novelas policiacas y como autor de frases ingeniosas. De hecho, en su
enciclopedia de textos y citas aparece por duplicado, como Noel Clarasó y como
León Daudí. Bien podría haber aparecido también como Blas, el personaje de
quien recopila sus pensamientos en Observaciones
y máximas de Blas.
El presente Diccionario humorístico,
en la vena de otros famosos como el del Diablo, de Bierce, el de frases hechas
de Flaubert o el más reciente Diccionario
de Coll, bien podría haberse titulado también Diccionario de Clarasó, porque en él hallamos al genial inventor de
unas definiciones lexicográficas que, emparentadas con los proverbios, los
aforismos, los refranes y las greguerías, consiguen que el lector pase ratos
excepcionales, a los que puede recurrir cuando otros menesteres más ingratos le
hagan fruncir el ceño, torcer la boca o recurrir a la blasfemia… o en
circunstancias como el cuidado de los enfermos, las esperas en las salas
médicas o los viajes en transporte urbano. El subtítulo del volumen es una
pista de por dónde va el contenido: Este
diccionario contiene más de 3000 definiciones que explican un sentido nuevo de
las palabras inaceptable desde todos los puntos de vista para los que solo
saben tomarse la vida en serio. A partir de aquí, así pues, los lectores
sabrán que internarse en el presente Diccionario
humorístico, supone una incursión en un humor muy concreto, heredero del de
la posguerra y de aquella escuela del humor que fue La Codorniz o el teatro de Jardiel Poncela y de Mihura. Si a ello
le añadimos la herencia perceptible de Ramón Gómez de la Serna y de sus
greguerías, aunque no solo de ellas, tendremos una descripción más o menos
aproximada del marco en que se encuadra el humor de Clarasó.
Quisiera destacar, porque me parece
admirable, la inmensa capacidad de trabajo de Clarasó, quien jamás desmayó en
su esfuerzo, y prueba de ello son los más de 70 libros publicados y los
innumerables artículos de prensa. En términos de invención, aunque el nivel
crítico de exigencia tenga sus más y sus menos, un volumen de 3000 frases
ingeniosas supone un derroche de creatividad que asombra a cualquiera; y que
más de un centenar de ellas sea extraordinario, para quien esto escribe,
resulta literalmente abrumador. Las dotes de observación de Clarasó exceden de
lo común y de ello se beneficia el lector, a quien el autor parece siempre
tener presente, porque, al fin y al cabo, en la medida en que se convirtió en
escritor profesional, fue fiel siempre a su método de trabajo y a su triple
objetivo básico: interesar, entretener y sorprender. Dada su afición a la
jardinería, no es de extrañar que le revelara a Pániker que su ideal de vejez
era la del hortelano de un convento de
frailes, aunque ese “retiro” lo practicó en vida, dedicado a su oficio de
escritor polifacético, a lo que contribuyó, sin duda su recalcitrante soltería,
como la de Miguel Mihura. Que el humor parezca estar reñido con la vida en
pareja es una derivada por la que acaso en algún momento convenga hacer una
excursión. En todo caso, y aunque la mujer es el personaje indiscutible del
libro, el interés de Clarasó por la práctica totalidad de los asuntos humanos
nos depara verdaderos hallazgos entre los que quiero señalar algunos que me
parecen algo más que afortunados. Hemos de partir de la base de la definición
de humor con que arranca en el escueto prefacio: El humor
es, para nuestro autor, la apariencia
sin transparencia, es decir, y aunque sea mucho decir, una suerte de
objetividad esencial que se detiene en el cuerpo de la cosa, desdeñando el alma
o la trascendencia de la misma. Como añade poco después, para los espíritus sencillos, el humor es siempre implacablemente
lógico. Esa lógica, está claro que es la del absurdo, una corriente
literaria en la que bebió Clarasó como lo hicieron todos los humoristas a
partir de las vanguardias. Con esa premisa, y en riguroso orden alfabético, nos
encontramos con Adolescencia, la edad entre la pubertad y el adulterio,
donde ya se va perfilando un pensamiento de marcado carácter tradicional; con Alcohol: Líquido incoloro que lo conserva todo menos los secretos; con Amor: El único deporte con adversario en que los dos salen perdiendo,
donde se sigue perfilando el antisentimentalismo
propio del humor Clarasoniano; con Cabeza:
La cabeza es la única parte del cuerpo
que conviene perder de vez en cuando; con Calor y Frío: El calor es más
molesto que el frio; lo que ocurre es que el frio viene en la peor época del año;
en verano nadie lo notaría, donde advertimos con nitidez la impronta
humorística propia de aquella época: el
frío viene en la peor época del año…, esa suerte de hallazgo espontáneo del
humor en la expresión natural del lenguaje coloquial; con Carne y Alcohol: Es difícil
emborracharse cuando la carne está pronta, sobre todo si el alcohol es débil,
donde se parodia el evangelio; con Cartas
de amor: Las cartas de amor se
empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha
dicho, que insiste en la crítica radical del sentimentalismo, sobre todo
del ñoño; con Casados sin hijos: Los casados que no tienen hijos son como un
soltero partido en dos, donde advertimos la huella indeleble de las Greguerías de Ramón; con Comprender: El hombre inteligente dice a la mujer que la comprende; el necio trata
de demostrárselo, donde advertimos esa suerte de cosmopolitismo mundano que
está de vuelta de todo y que casi coloca al aforista por encima del bien y del
mal; con Cultura: La cultura consiste en no disparatar cuando
se habla de cosas que los otros saben mucho mejor; con Desistir: Desistir
honradamente de los buenos propósitos también es, en cierta manera, ser hombre
de carácter, un perfecto ejemplo de la sabiduría existencial de quien, más
allá de la frivolidad de muchas de las reflexiones contenidas en el volumen,
sabe ascender a auténticas reflexiones emparentadas con los mejores autores del
género aforístico; con Habilidad: No luzcas tus habilidades en público; si
todo te sale bien, nadie te alabará; si fracasas, se reirán de ti; con Hablar: Al que nunca habla de sí mismo, nadie le paga en la misma moneda,
tan ilustrativo de su perspicacia y sutileza; con Hacer: Una madre tarda veinte
años en hacer de su hijo un hombre, y otra mujer hace de él un tonto en veinte
minutos, donde a esa suerte de misoginia de época se le suma un feliz
ocurrencia semántica; con Hombre y
abrigo: Al hombre, para colgarlo, le
quitan el abrigo; y al abrigo, para colgarlo, le quitan el hombre, en el
que la veta sombría de no pocas de sus reflexiones emerge con una aspereza que
no difumina el acierto de la perspicacia; con Indeciso: El hombre indeciso,
si persiste, se ahorra mucho trabajo, que parece una descripción del
presidente en funciones Mariano Rajoy; con Largo:
Los sueldos están bien; pero los meses
son demasiado largos, en que se recurre a la inversión del planteamiento
para descubrir el humor; con Lógica: Los que dominan la lógica aplastante no demuestran nada, pero
aplastan a los otros; un hombre aplastado no es un hombre convencido, donde
se aprecian con nitidez las aplastantes
dotes racionalizadoras del autor; con Pelmazo: Un pelmazo es una persona que no tiene el don de la conversación, pero
sí el don de la palabra, una prueba irrefutable de una experiencia común
condensada con la mayor eficacia y el consenso prácticamente universal; Pulgas: Los ladridos del perro no asustan a sus pulgas, un auténtico
prodigio de reflexión paradójica; con Recordar
y olvidar: Algunos hombres, para
recordar, se atan un hilo alrededor del dedo; y otros, para olvidar, se atan
una cuerda alrededor del cuello, tan sombría como “exigida” por la práctica
cotidiana trivial que en ella se refleja; con Ser y parecer: Parecer lo que
se es es mucho más difícil que no ser lo que se parece, donde el retruécano
se pone al servicio de una reflexión de honda raigambre clásica; Sordo: Los sordos de un solo oído siempre están
de perfil, una perfecta greguería ramoniana; con Versión: Toda escena entre un
hombre y una mujer tiene tres versiones distintas: la del hombre, la de la
mujer y lo que de veras ha sucedido, que, como buena parte del corpus
definido, tienen a la guerra de sexos como motor de la creación humorística,
algo de contrastada eficacia para el gran público, de ahí la popularidad del
autor, quien la refrendó a través de los guiones de series televisivas tan
famosas en su momento como Tercero
izquierda, con un actor tan fantástico como José Luis López Vazquez, un
genio español del humor histriónico, nuestro Groucho particular, o de una
película, El diablo toca la flauta,
de José María Forqué, que exigiría una revisión urgente, con otro actor
descomunal como José Luis Ozores, y con guión del propio Clarasó; con Vulgar: Ser vulgar tiene ciertas ventajas; es la única manera de congeniar con
todo el mundo, menos con los escogidos, que suelen ser insoportables, en el
que el autor hace una declaración de principios frente a las élites culturales
que, sin duda, lo miraron siempre por encima del hombro, por más que su obra,
hecha con mimbres de la mejor calidad, les dé sopa con hondas a muchos de esos
exquisitos, auténticos esquistos fragilísimos…
Para quienes quieran seguir disfrutando, y como anticipo del total de la
obra, si la encuentran en esos bazares de la sorpresa que son las amadísimas
librerías de lance, dejo aquí el resto de las entradas del diccionario que
había seleccionado, siendo consciente de que muchas de ellos merecerían ser
destacadas en mi selección de la selección:
Admiración: Muchas admiraciones literarias
obedecen a no haber leído ninguna de las obras del escritor admirado.
Agradar: Para agradar a las personas
inteligentes hay que alabarlas por las cualidades que no tienen; para agradar a
los tontos, el mismo sistema es bueno.
Altruismo: El arte de hacer cosas en favor
del prójimo por razones personales.
Amar y Odiar: El amor es mucho más fuerte que el
odio; podemos amar sin conocer, pero solo podemos odiar al que conocemos bien.
Ancianidad: Hasta ahora solo se ha descubierto
un sistema de vivir cien años: cuidarse mucho a los noventa y nueve.
Aplauso: Al
principio de un discurso los aplausos expresan fe, hacia la mitad, esperanza, y
al final, caridad.
Brillante: Los
brillantes son una prueba evidente de que no es oro todo lo que reluce.
Capital y Trabajo: El dinero que se pide prestado a
otro es el capital; y lo que hace después el otro para recuperarlo s el
trabajo.
Carácter: Lo que
queda de cada uno de nosotros cuando se ha perdido todo lo demás.
Celos: Los
celos son una pasión, aunque parecería más gramatical que fueran carias
pasiones.
Cobardía: Condición que muchos hombres se
atribuirían, si tuvieran suficiente valor para ello.
Competencia e Inteligencia: La
competencia de los hombres se conoce cuando hablan de lo que entienden; la
inteligencia, cuando hablan de lo que no entienden.
Conciencia: Después de una mala acción pública
es más fácil acallar la conciencia propia que la lengua de un vecino.
Confortable: El dinero no da la felicidad; pero
es lo único que permite no ser feliz de una manera confortable.
Conocerse a sí mismo: El
hombre que se conoce bien a sí mismo no muestra mucho afán por enmendar a sus
vecinos.
Consuelo: La mujer es el único consuelo del
hombre que, por causa de la mujer, necesita consuelo.
Convencer: Los razonamientos no convencen a
nadie; los gritos tampoco, pero hacen perder menos tiempo.
Conversación: Lo menos parecido a una
conversación es el diálogo de los profesores de idiomas con sus discípulos
cuando les enseñan a sostener una conversación.
Crítico: Los críticos son las solteronas
del arte.
Curso natural: Es el que siguen todas las cosas,
aunque muchas veces nos parezca que nosotros las hemos forzado.
Decir: Algunos hombres nunca dicen lo que
quieren decir; no es difícil entender lo que dicen, pero es difícil entenderlos
a ellos.
Dermatólogo: El dermatólogo es el médico más
afortunado, pues sus clientes raras veces mueren y raras veces se curan.
Diplomacia: El arte de dar a entender a un
hombre que está equivocado, diciéndole que toda la razón está de su parte.
Disertación: El resultado de diluir una idea de
un minuto en una palabrería de una hora.
Dominarse: Para hablar bien de otro, uno ha
de aprender a dominarse.
Duro: Los pollos que se mascan con dificultad parecen
nacidos de un huevo duro.
Encantadora: La mujer más encantadora es la que
nos permite caer en sus brazos sin caer en sus manos.
Escritor y obra: Aunque el escritor suele valer más
que su obra, es más cómodo soportar la obra que soportarlo a él.
Estilo: Cualquier forma literaria que no
consista en ir diciendo las cosas con claridad una después de otra.
Experto: El hombre que dice hoy lo que ha
de suceder mañana, y mañana explica las razones por las que ha sucedido otra
cosa.
Fe y felicidad: Fe y felicidad se distinguen en el
precio; por esto se habla de la fe del labriego, no de su felicidad. La fe es
barata porque ha de estar al alcance de los pobres.
Filántropo: Un filántropo es un rico pobre de
recursos.
Fracaso: Muchos fracasos proceden de haber
olvidado que las cosas solo se arreglan cuando están estropeadas del todo.
Generalmente: La mujer, generalmente, está
generalmente hablando.
Grito: Un grito corto es más eficaz para
hacer callar al prójimo que un argumento largo.
Hablar de otro: Si hablas mal de otro, se
defenderá; si hablas bien, se molestará porque no has hablado mejor.
Hablar y callar: No por mucho hablar se dicen más
cosas, ni por mucho callar, se sabe menos.
Hombre: El animal doméstico que pasa menos
tiempo en casa.
Hombre: Los hombres no se conocen en un
año, pero se inventan en un día.
Incognito: Al hombre se le conoce por sus
obras; pero muchos viajan de incógnito.
Insomnio: El insomnio es una de las formas
más expresivas del triunfo del espíritu sobre la materia.
Interpretar: Di siempre las cosas, aun al
hablar con sinceridad, de suerte que se puedan interpretar de dos maneras.
Inversión: La primera condición para que una
inversión de dinero no sea un mal negocio es que el dinero lo ponga otro.
Investigación: Tomar el material de otro escritor
es plagio; tomarlo de muchos a la vez es investigación.
Ironía: La ironía es el peine que nos da
la experiencia cuando ya, por la edad, hemos perdido el cabello.
Libro: Nada estropea tanto un libro como
su lectura.
Libro: Muchos libros caen en el olvido;
sobre todo los que han sido prestados.
Línea curva: La distancia más amable entre dos
puntos.
Línea recta: La distancia más triste entre dos
puntos.
Madurez: El hombre, en la madurez, empieza
a tener ideas claras sobre la mujer; antes, en la juventud, solo tiene
sentimientos confusos.
Mal: Las cosas que se han aprendido a hacer mal,
cuanto mejor se saben, peor.
Mal menor: Todo mal es un mal menor; lo peor
no ha sucedido nunca.
Mal sin dolor: La falta de sabiduría es un mal
sin dolor.
Mansedumbre: El día que los toros decidan
acabar con las corridas solo tienen un
sistema con el que se consigue todo: la mansedumbre.
Matrimonio: Hay quien no puede opinar sobre el
matrimonio porque está debajo.
Monogamia: La unión de un hombre con una sola
mujer se llama monogamia; pero no siempre se equivocan los que la llaman
monotonía.
Mueble: Hay otros muebles tan feos como los
pianos, pero por lo menos callan.
Necesidad del país: Lo que todo país necesita es que
menos gente se ocupe de satisfacer las necesidades del país.
Negro: Es peligroso casarse con una mujer
que parezca más guapa vestida de negro.
Nombre: Un nombre, en sí, no es bueno ni
malo; lo malo es, a veces, la persona que contesta cuando se dice aquel nombre.
Nombre: La
mujer que muestra prisa en llamar a un hombre por su nombre propio,
probablemente busca el apellido.
Novela policiaca: En la novela policiaca perfecta
solo el lector está libre de sospecha.
Ojos: Algunas mujeres cierran los ojos cuando un
hombre las besa; pero nunca cuando un hombre besa a otra mujer.
Optimista: Un hombre cuya máxima fundamental
es esta: vale más perder que perder más.
Otros: Los otros son lo que más nos
consuela de ser como somos.
Palabra: Si los hombres solo hablaran
cuando tuvieran algo que decir, dentro de diez generaciones se habría perdido
el uso de la palabra.
Paracaídas: Nadie se ha quejado aún de que no
se le haya abierto el paracaídas.
Pensamiento original: Para
tener pensamientos originales hace falta haber leído mucho.
Periódico: Un conjunto de superficialidades
impresas en el dorso de los anuncios.
Pesimista: Un pesimista es un hombre que en
el queso de Gruyère solo ve los agujeros.
Piernas: La mujer está muy segura de su
inteligencia; pero si quiere convencer a un hombre le muestra las piernas.
Pleito: Algo que nadie desea tener y que
nadie desea perder cuando lo tiene.
Poeta desesperado: Uno que empieza por poner fuego en
sus versos y acaba por poner sus versos en el fuego.
Prometer: Es más fácil prometer un bienestar
que darlo; el que más da es el que da esperanzas.
Proteger: Dios nos protege, pero no contra
nuestros enemigos; porque también ellos son hijos de Dios.
Proverbio: Los que viajan solos no pueden
comprobar la sabiduría del proverbio: más vale viajar solo que mal acompañado.
Psicología: Una ciencia que nos cuenta lo que
todo el mundo sabe, en un lenguaje que casi nadie entiende.
Puntual: Ser puntual es el sistema más
seguro de esperar a los demás.
Punto de vista: Toda cuestión tiene dos puntos de
vista: el equivocado y el nuestro.
Pura verdad: La pura y simple verdad raras
veces es pura y nunca es simple.
Quedar: Muchas de nuestras desgracias
proceden de no habernos sabido quedar en casa.
Reloj: Para que la gente se fije en un
reloj valioso ha de estar parado; si anda, sólo se fijan en la hora.
Reparar: El daño que hace una sola frase
sincera en un momento de acaloramiento no se puede reparar en un año de
atención.
Seductora: Hay mujeres tan seductoras que uno
prefiere que se casen con otros.
Segundas nupcias: Casarse con una viuda es como
vestirse en prendería; la ropa usada, si no huele al primer dueño, lo recuerda
siempre.
Sentido del tacto: El amor es ciego; por esta razón
los enamorados tienen tan desarrollado el sentido del tacto.
Sexo: Los dos sexos se parecen en una cosa: ambos
desconfían de las mujeres.
Silencio: El mejor sustitutivo de la
inteligencia.
Situación general: Si quieres halagar a alguien,
ponte serio y pregúntale lo que piensa de la situación general.
Sombra: La mujer se parece a la sombra
propia; si la sigues, se va; si huyes de ella, te sigue.
Substituir: Hay personas que se substituyen a
sí mismas con gestos y con palabras, más grandes que sus ideas.
Sueño: Para que los sueños se conviertan
en realidad hay que madrugar mucho.
Suerte: La suerte es el ídolo de los
perezosos, que solo protege a los demás.
Suerte: Si un hombre galantea a una mujer
y ella llama a un policía, es una suerte para el hombre; peor habría sido que
ella llamase a un cura.
Tachaduras: Grafismos que muchas veces revelan
la calidad de un escritor.
Telegrama: Texto que escribe un hombre que
tiene prisa y lleva otro hombre que no tiene tanta a un tercero que no tiene
ninguna.
Tentación: Se ha de tener el valor de
sucumbir a las tentaciones, y la humildad de no hacer gala de este valor.
Tocar: Tocar de pies en el suelo nunca ha
querido decir no llevar zapatos.
Trabajo, descanso y vacaciones: Es
fácil combinar el trabajo con el descanso; pero es casi imposible combinar las
vacaciones con el descanso.
Uñas: Los relajes parados son inofensivos, como gatos
con las uñas cortadas.
Vacío: Hasta las personas desagradables,
cuando se marchan, dejan un vacío.
Venganza: La venganza es una virtud tan
aristócrata, que se opone al ejercicio de todas las demás.
Vergonzoso: Algo vergonzoso hay en el dinero,
cuando nadie se atreve a confesar todo el que tiene.
Zapato: Prenda de vestir de la que carecen
siempre las mujeres elegantes en el momento de vestirse.