Otto Dix: El doctor Fritz Perls |
Reflexiones desde detrás del diván: Yo, hambre y agresión, de Fritz Perls, o
la rebelión contra el padre del psicoanálisis.
Durante
el periodo 1941-1945, Fritz Perls se alistó en el ejército sudafricano y fue
destinado al hospital de Potchefstroom, un destino que le permitía disponer de
un precioso tiempo libre que empleó en darle forma definitiva al libro que
recogía las notas que había ido escribiendo desde que decidió dedicarse de
forma profesional al psicoanálisis. Como volvía a casa cada fin de semana,
Perls pudo disponer de la incondicional ayuda del amigo íntimo de ambos, de
Lore y suyo, Hugo Posthumus, un políglota holandés, originario de Frisia, en el
noroeste de Holanda -una tierra de la que no dejaba de hablar maravillas- y muy
buen conocedor de la doctrina freudiana, sin cuya ayuda lingüística no hubiera
podido acabar dándole forma y entidad de libro a las reflexiones que en torpe
inglés el doctor Perls, más metido que nunca en su papel de psicoanalista, iba
desgranando en un ímprobo esfuerzo, porque, en efecto, la organización
sistemática del pensamiento no era lo suyo. La brillantez, sí. El laconismo
nietzscheano, también. Pero someterse al duro trabajo de “ordenar” sus
pensamientos para construir un “corpus” de pensamiento que pudiera competir con
el del “padre Sigmund” o, al menos, ponerle los puntos sobre las íes en ciertos
aspectos, eso ya era otro cantar y otro actuar, para el que le faltaba
paciencia y le sobraba orgullo.
Fritz
Perls tituló el libro de forma descriptiva, acentuando los ejes del contenido: Yo, porque el libro contenía una teoría
del yo (del self) no como una entidad incluso material, como la concebía
Federn, sino como un símbolo de identificación; para él, el ego no es un
instinto ni tiene instintos, sino que es una función del organismo, y el
organismo responde siempre a una situación concreta, de ahí que Perls dedujera
que era poco provechoso someter al paciente a una análisis del inconsciente
reprimido, es decir, justo de aquello cuya revelación tanto turba al paciente y
sobre lo que no está dispuesto a aceptar ninguna interpretación, y aconsejara
centrarse en el análisis del ego a través de la descripción de su vivencia del
presente; hambre, porque el instinto de hambre le parecía a Perls, y sobre
todo a Lore, a cargo de quien corrió la redacción de algunos capítulos
fundamentales del libro, como el de las resistencias orales, el complejo de
maniquí y el relativo al insomnio, un elemento fundamental para la
autoconservación del organismo como tal, el cual, además, se autorregula, al
modo como lo entendía Goldstein, con quien Fritz trabajó en Frankfurt y con
quien estudió Lore; y agresión, sobre
todo la agresión dental que nos sirve para transformar el alimento en algo
digerible, en vez de introyectarlo sin descomponerlo previamente. La agresividad
es una descarga esencial del organismo y equivaldría, más o menos, a lo que
Freud llamaba catexis, un “ir hacia”.
Perls recuerda que para Adler, Reich y Horney, la ansiedad se origina en la
represión de la agresividad, y de ahí la necesidad de “encauzarla” adecuadamente,
y, para ello, nada mejor que relacionarla con ese “instinto de hambre”
alrededor del cual articula Perls una doctrina que tendrá su culminación en la
concepción de las resistencias orales frente a las resistencias anales tradicionales:
cuanto más nos permitamos emplear la crueldad
y el ansia de destrucción en el lugar biológicamente correcto -es decir, los
dientes- , menor peligro habrá de que la agresión encuentre su salida como un
rasgo de carácter. No lo inventa Perls, que fue más un terapeuta imaginativo
que un teórico brillante, sino que oyó hablar de las resistencias orales al
psicoanalista holandés que viajó con ellos a Sudáfrica, Johan Ophuijsen, quien
hubo de exiliarse porque los psicoanalistas holandeses se le echaron encima
cuando defendió a los psicoanalistas alemanes, exiliados a causa del nazismo, alegando que podrían contribuir a mejorar su formación. Esa ascensión a la boca
de la resistencia, la pone Perls en relación con dos mitos, que adjudica, a su
vez, a las dos corrientes fundamentales del psicoanálisis, Epimeteo (Freud),
relacionado con el pasado, con lo que se excreta analmente (Freud: el neurótico sufre de recuerdos), y
Prometeo (Adler) que se relaciona con el futuro; el excremento es lo que
dejamos atrás, el hambre tiene que ver con el futuro, con lo que vendrá, si
bien más adelante se nos aclara que “planear” debe ser una guía hacia la
acción, no una sublimación o un sustituto de ella.
Es
evidente que, en cuanto que libro de toda una vida de estudio de la psicología
humana, el libro de Fritz Perls es algo así como una especie de autobiografía
psicoanalítica en la que el autor va desgranando los conceptos que hasta aquel
año de edición del volumen, 1942, constituyeron el fundamento teórico y en
buena medida práctico de su aplicación del psicoanálisis. El libro es tan denso
en sugerencias como en alusiones y muestra bien a las claras que Perls, a pesar
del rechazo que personificó después a la teorización con sus triple división
escatológica: chickenshit, bullshit y elephantshit, estuvo siempre muy atento a todo aquello que podía
ofrecerle material con el que construir el andamiaje de su nuevo enfoque
gestáltico, primeramente llamado terapia de concentración, porque una
percepción básica de entendimiento de la persona, según la Gestalt, es la de
concebirla en el aquí y ahora, en la percepción sin filtros de sí misma, en la
identificación con sus deseos y en la asunción de su responsabilidad para
convertirlos en realidad o para asumir la imposibilidad de su realización.
Podría parecer que el enfoque organísmico de Perls, basado en la asunción del
principio de la indiferencia creativa, tomado de a quien consideró su primer
gurú, el dadaísta Solomon Friedlaender, cuando ambos frecuentaban el café
Romanische o el estudio del pintor
Grosz, donde se reunían no pocos artistas a quien trató Perls en
aquellos años, como el pintor Otto Dix, que acabaría haciéndole un retrato muy
en la línea de quien otro pintor a quien conoció y trató, Hanns Katz, hizo del revolucionario Landauer, un anarcosocialista
antimarxista, salvajamente asesinado tras la Revolución de Baviera en 1918, de
quien Perls recordaba siempre con
admiración su obra Incitación al
socialismo. Friedlaender, de quien Perls desarrolla en parte la teoría de
la indiferencia creativa fue un seguidor de Heráclito y admirador de Nietzsche y
de Kant. Del presocrático tomará Perls el panta
rei, todo fluye, pero también, y en eso se repara menos, la conciencia de
que el camino hacia abajo y hacia arriba
es uno y el mismo -Perls aduce el ejemplo latino de altus, que vale tanto como “extensión en el plano vertical”, siendo
el contexto el que determina si es hacia arriba o hacia abajo-, en el que se
basa ese cero indiferenciado que, de alguna manera, asume en sí los dos
extremos y, finalmente, la armonía de los
contrarios que se resuelve en ese punto cero de la indiferencia que, por ello
mismo, será creativa, no un mero vacío. Más adelante, Perls hablará del vacío
fértil en relación con ese punto de indiferenciación entre los extremos. Este primer
libro de Perls tiene mucho de observación del natural, de estudio de campo de
la naturaleza humana y de observación atenta de la sociedad moderna en su
deriva neurótica, que incluye, como es lógico, la dificultad extrema de las
relaciones interpersonales. A nadie se le escapa que la concepción holística de
Perls, con la noción de campo tomado de la psicología Gestalt como piedra angular
de su innovadora terapia, tiene su origen en la atención con que Perls leyó el
libro precursor de Jan Smuts, a quien le pidió un prólogo para este libro que,
por diferentes razones, no pudo llegar a escribir. La noción de campo, por
tanto, que destruye la de la ciencia tradicional, que ha contemplado la
realidad como un conglomerado de partes aisladas, permitirá el análisis de la
personalidad en relación con el medio en el que se desarrolla y del que forma
parte inextricable. Esa totalidad es lo que permite explicar la conducta
individual y permitirá el desarrollo de conceptos como el de aproximación,
retirada, confluencia, contacto, etc., tan importantes en la terapia Gestalt. Perls
sigue muy de cerca los descubrimientos de Köhler y Wertheimer en el campo de la
psicología gestáltica, en la que gestalt ha de entenderse como una totalidad cuyo comportamiento no está
determinado por sus elementos individuales
y en la que los procesos parciales están determinados por la naturaleza
de la totalidad. Perls utiliza, para
explicarlo, la comparación con el ajedrez: en la caja, las fichas de ajedrez
representan la visión aislacionista; en el campo de juego, ordenadas y
sometidas a las reglas del juego, la concepción holística. De hecho, la
concepción de Perls que más lo distancia del tradicional psicoanálisis
freudiano es la de la superación de lo que él llama la caza del pato salvaje, es
decir, la indagación arqueológica del psicoanálisis en busca de las fuentes del
Nilo de la neurosis del individuo, es decir, la niñez. Mientras que, por ello
mismo, el psicoanálisis se sabe cuándo comienza y jamás cuándo acaba, Perls se
propuso crear una terapia que fuera capaz de permitir al paciente no solo salir
de su padecimiento, sino, básicamente, reconstruirse como una persona capaz de,
como diría más adelante, en la época californiana, escribir el guion de su propia vida. Para todo ello, el paciente ha
de reconciliarse consigo mismo en el presente, y no ha de indagar
tanto en el porqué de lo que le ocurre, sino en el cómo siente lo que le está
ocurriendo en el momento presente de la atención terapéutica. El terapeuta, por
consiguiente, no será ya el inquietante bulto silencioso que no se manifiesta
para no generar la cadena de transferencias que pueden interferir en el proceso
curativo, e incluso arruinarlo, sino parte activa de un proceso que ha de
llevar al paciente a ser res-ponsable de sí mismo, a ser capaz de asumir sus
propias decisiones, por acción o por omisión, sabiendo que nada ocurre sin que
uno sea parte de lo que ocurre. En Yo, hambre y agresión se desarrolla una
visión del individuo como un todo psicofísico, algo que permitirá una
indagación analítica a partir del propio cuerpo en sus gestos, reacciones,
hábitos, tensiones, etc., que serán indicio básico de las complicaciones
psicológicas que presente el paciente. Perls recoge, al respecto, la atinada
observación de Stekel: una persona
neurótica experimenta sensaciones en vez de emociones: ardor en la cara en
vez de vergüenza, por ejemplo. Siguiendo las teorías de Goldstein, Perls
reconoce que existe una autorregulación organísmica según la cual el organismo
tiende a cubrir sus necesidades para lograr el equilibrio que permite su
supervivencia, si bien ningún organismo es autosuficiente, sino que depende del
medio para satisfacer sus necesidades, y en esas relaciones es donde se gestan
las diferentes neurosis, usualmente en forma de resistencias, inhibiciones,
confluencias, etc. Los mecanismos de defensa del yo, que estudiara Anna Freud y
de los que Perls hizo un uso muy pertinente, constituyen un conjunto de
recursos mediante los que se evade el sujeto de la confrontación con la raíz de
su neurosis particular: el escotoma, o apagamiento de las percepciones, o punto
ciego, también llamado enfermedad de Korsakov, que consiste en llenar un vacío
de la memoria con sucesos imaginarios; la inhibición de la expresión de las
emociones; el escapismo, como podría ser considerado el propio psicoanálisis freudiano
tradicional; el intelectualismo, una actitud destinada a evitar conmoverse
profundamente; y, sobre todo, la evitación, que es un factor presente en todo
mecanismo neurótico. Fritz, por
experiencia propia, sabe bien, como dice en el libro, que el paciente hace muchas cosas con el propósito de ocultar cosas
esenciales (…) En el psicoanálisis, el paciente acaba adquiriendo una técnica para verbalizar
el material turbador de una forma no comprometida o para endurecerse y
amortiguar sus emociones. De esta forma llega a ser desvergonzado, pero no se
libera de la vergüenza, por ejemplo.
¿Cuál
fue el momento decisivo en la evolución psicoanalítica de Perls en su camino
desde el freudianismo al gestaltismo? Lo dice él muy gráficamente al hablar de
que se quitó las gafas “libidinales” y comenzó a experimentar uno de los
periodos más estimulantes de su vida. Creo que es también en este libro donde
recoge la anécdota de su entrevista con la princesa Bonaparte, a la sazón
también en Sudáfrica, quien llega a decirle que si el no “creía” en la teoría
de la libido, no podía formar parte de la Asociación Psicoanalítica
Internacional, a la que, desde ese momento, no podía seguir representando en
Sudáfrica. Hay en la tercera parte del libro, la que podríamos denominar “parte
práctica”, en la que Perls se plantea una suerte de autoaplicación de ciertas recetas
terapéuticas que pueden contribuir a mejorar la vida de los lectores que las
sigan, sean o no pacientes con alguna neurosis dignosticada, que cubre ese
amplio campo de perturbaciones que se relacionarían con lo que muy
genéricamente podríamos denominar la psicopatología de la vida cotidiana, cuyo interés
está fuera de toda duda. De esa última parte del libro me ha interesado, porque
es un conflicto de dolorosa actualidad, la difícil relación con la comida que
afecta a tanta gente, joven y mayor, en forma de dos afecciones que pueden
llegar a convertirse en algo dramático: la anorexia y la bulimia nerviosas. El
capítulo tercero de la tercera parte me parece de obligada lectura para cuantos
padecen una relación difícil con la comida. Según Perls, aprender a comer es
aprender a usar la inteligencia adecuadamente, porque para él existe un
paralelismo muy claro entre la masticación y asimilación de la comida y la
masticación y asimilación mentales, o, como dice al final del capítulo: Una frase bien masticada y asimilado tiene
más valor que todo un libro simplemente introyectado. Si usted quiere mejorar
su mentalidad, dedíquese al estudio de la semántica, el mejor antídoto contra
la frigidez del paladar mental. En esa cita aparece un término,
introyectado, que resulta capital en el sistema de Perls, porque esa
introyección la equipara a cuantas ideas pueden pasar integras a nuestra mente
sin haber sido descompuestas, masticadas
y asimiladas al modo como sucede con la comida, que requiere ser minuciosamente
desgarrada y masticada para poder ser asimilada y cumplir su función vital en
el organismo. La “basura” no digerida que traemos del pasado y todas las
situaciones no completadas o los problemas no resueltos son introyecciones que
determinan la formación de un ego patológico, pues se trata de identificaciones
sustanciales, ajenas a uno mismo y que determinan, sin embargo, las acciones y
sentimientos de la personalidad. Junto al fenómenos de la introyección, Perls
analiza otros dos que componen, con el anterior, la triada básica que explica
la mayoría de las conductas neuróticas humanas: la proyección y la
retroflexión. Como describe él, también muy gráficamente: la persona que está inclinada a proyectar se parece al que está
sentado en una casa con espejos en todas las paredes. Dondequiera que mira
piensa que ve el mundo a través del cristal mientras que en realidad solo ve
reflejos de las partes no aceptadas de su propia personalidad. La
retroflexión, por su parte, significa que una función originalmente dirigida
desde el individuo hacia el mundo, cambia de dirección y se tuerce hacia atrás
en dirección a su originador: el narcisismo, por ejemplo. Una retroflexión genuina se basa siempre en una escisión de la
personalidad. El libro de Perls, muy distinto del que escribiera años más
tarde con Goodman y Hefferline, La terapia
Gestalt, donde Paul Goodman revistió con galas intelectuales de primer
nivel las intuiciones primerizas que vertió Perls en Yo, hambre y agresión, es una obra, sin embargo, que tiene todo el
encanto de ser fruto de la experiencia individual de Perls, quien se enfrenta a
ciertas teorías reconocidas, como la de la libido, por ejemplo, desde una
confrontación constante con los pacientes y una reflexión que lo lleva hacia la
detección de una cierta religiosidad en la concepción de la libido y de otras
aspectos básicos de la teoría freudiana. En una multitud de comentarios al hilo
de lo que va tratando, el intelector atento será capaz de descubrir el talante
tan particular de Fritz Perls, esa suma de individualismo feroz, compasión
genuina, autoritarismo despótico, ironía y permanente ansiedad jamás tratada y
solo muy tardíamente reconocida en su más que disparatada e imperfecta
autobiografía: Dentro y fuera del cubo de
la basura. El problema de la ansiedad, esa brecha entre el presente y el
futuro, se manifiesta en el conflicto agudo que se produce, según Perls, entre
el impulso de respirar (para superar el sentimiento de ahogarse) y el
autocontrol que se opone al mismo. El propio Perls lo experimentó en varias
ocasiones, como refiere en el libro, y, de hecho, a lo largo de su vida
profesional, la sufrió permanentemente al no ver materializado el éxito social
de su innovadora escuela Gestalt frente a otras terapias que concitaban un
mayor reconocimiento social y/o mediático. Karen Horney, la primera
psicoanalista de Perls, con quien siempre mantuvo una excelente relación, y quien
favoreció que Perls emigrara de Sudáfrica a Usamérica, solía decir que el
neurótico vive permanentemente ávido de afecto, pero que su avidez no se ve
nunca satisfecha porque una de sus características es que no asimila el afecto
que se le ofrece y vive, por consiguiente, en la insatisfacción permanente.
Yo, hambre y agresión
no se agota en una lectura y a buen seguro que un libro que tanto les gustó a
poderosos intelectuales como Erich Fromm, Aldous Huxley o Alan Watts, atraerá
la atención de los intelectores cuya curiosidad por el peculiar mundo de las terapias
psicoanalíticas -o la psicooralítica de Perls, podríamos bromear…- se paseará
por este libro lleno de recompensas, curiosidades y referencias con agrado y
con suficiente interés como para descubrir en él nuevas sendas de varia lección.