La razón de ser de una profesión: texto ajeno, mérito ajeno, satisfacción conjunta.
Cuando
trabajábamos como auxiliares administrativos en la Delegación de Hacienda, mi
conjunta y yo decidimos preparar las oposiciones a profesores de Secundaria. Alteramos
nuestro ritmo vital: trabajábamos de 8 a 3, dormíamos de 3’30 a 10, cenábamos y
pasábamos toda la noche preparando esas oposiciones; después a trabajar…, y esa
misma rueda gozosa durante cinco meses… Cuando las ganamos es cuando empezó lo realmente
duro, porque convertirte en auténtico profesional de la enseñanza no es algo
que te proporcionen las oposiciones aprobadas, sino el duro trabajo diario en
el que se han de ir haciendo mil rectificaciones y mil nuevos aprendizajes mediante
los que encontrar los métodos adecuados para obtener los resultados deseados.
Soy testigo, pues, de la dedicación absoluta de una profesora cuya
profesionalidad siempre me ha parecido excepcional y nunca, como en el caso de
muchos otros colegas suyos, lo suficientemente reconocida ni social ni
administrativamente. Es público y notorio que la consideración y estimación del
profesorado por parte de la sociedad y de los poderes públicos ha descendido
hasta niveles alarmantes, y que se tiene de él la imagen de un adversario en la
tarea política de la lucha contra el fracaso escolar, como si este no
dependiera, fundamentalmente, de las degradadas condiciones en que se ha de
ejercer la profesión.
Próxima a jubilarse, algo a
lo que el sistema de éxito del modelo catalán, ¡más cercano a la Formación del
Espíritu Nacional que al fomento del pensamiento crítico y la formación plurilingüística
del alumnado!, casi podría decirse que la empuja, he querido hoy, tomándome acaso
una libertad excesiva, traer a este Diario
una muestra emocionante de lo que quiero que se entienda por “profesionalidad”
docente. Se trata de una autoevalución hecha por un alumno de 2º de ESO cuya
lectura consigue algo tan precioso como dar sentido a una vida profesional,
convirtiéndose, de paso, en la mejor de las recompensas para quien se ha
entregado en cuerpo y alma a esa formación del espíritu crítico y de la expresión,
en este caso en lengua castellana, de sus alumnos durante 33 generosos años. Dice así, sin las correcciones pertinentes:
Puede que parezca un
pelota haciendo esta conclusión, pero la verdad es que intentaré ser todo lo
sincero que pueda: este trabajo me ha encantado. Mejor dicho, lo que me ha
encantado es como lo hemos hecho.
Desde el momento en que escuché: “Podéis hacer el trabajo
del tema que queráis”, supe que me lo pasaría bien. Como tuve el tema pensada
desde el primer momento no me costó organizarme. Bueno, un poco sí porque el
tema era muy extenso y no podía explicarlo todo sobre él. No obstante, debido a
que hicimos el trabajo en partes: primero el guión del trabajo, las fichas
resumen, la introducción… Todo me resultó mucho más fácil. Y es por eso, por lo
que el trabajo me ha gustado, porque lo hemos hecho de una manera que me ha
facilitado muchísimo la enmienda. En segundo lugar, otra de las razones por las
que el trabajo me ha encantado es el hecho de que me he sentido muy libre
escribiendo. Me he sentido libre en el sentido de que podíamos explicarlo todo
como quisiéramos, y eso, también me ha ayudado mucho.
Finalmente diré que me ha servido mucho para aprender. NO
sólo de cine, que de eso he aprendido muchísimo, sino he aprendido cómo
deberíamos hacer todos los trabajos. He aprendido a organizarme, a buscar
información, a entenderla, a redactar y a emitirla a la gente que me rodea.
Pero de lo que más he aprendido es el hecho de escribir. He aprendido a
escribir de manera que los demás lo entiendan. He aprendido a escribir de forma
ordenada y con sentido. Y he apredido a escribir historias, informaciones y
valoraciones.
Aquí termino mi conclusión, a la vez que finalizo el trabajo
de “Historia del cine”. Junto a él, me siento más mayor y más aduro (y no por
el hecho de que hoy cumpla 13 años). Espero que os haya parecido de agrado e
interesante.
Un texto
como este justifica, en efecto, toda una dedicación profesional y da la medida
exacta del bien que se ha ofrecido a la sociedad a lo largo de años y años en
los que, como en ciertas profesiones vocacionales, jamás se han tasado las
horas de dedicación, de entrega. Pocos agradecimientos hay para ese esfuerzo
constante siempre cerca de caer en el desaliento por el nulo reconocimiento por
parte de las autoridades y de la sociedad en su conjunto, excepto, como en el
presente caso, el muy valioso y emocionante de quienes reciben directamente los
resultados de esa dedicación; de quienes, al fin y al cabo, son la razón de ser
de una profesión como la docencia.
Doy clase a alumnos de trece años y en este caso percibo que el nivel de madurez mental y expresiva es alto para lo que es común. Hay alumnos así, no son una absoluta rara avis, Entre el alboroto que puebla los pasillos de los institutos hay alumnos de todo tipo. Es un mundo en miniatura. Los hay cafres, los hay tontos, los hay malintencionados, los hay juguetones, los hay atolondrados, los hay vagos ... pero los hay también ejemplares, sensibles, trabajadores, buenas personas ... Y alguno actúa como espejo de lo que proyectamos, como es este el caso. Tu conjunta es una gran profesional como lo fuiste tú a tu manera. Son estilos diferentes. Este alumno, como la parábola del Evangelio, es la semilla que cayó en suelo fértil y bueno y fructificó. Y ahora con sus palabras bien medidas y expresadas -para su edad está francamente muy bien- expone lo que ha aprendido de esa buena profesional que es tu conjunta. Seguro que ha habido otros alumnos que también habrán visto esa profesionalidad pero no serán capaces de expresarlo con tanta eficacia. Aunque lo sientan también. Enseñar a pensar, a escribir, es lo máximo que se puede hacer desde nuestra profesión. En las apreciaciones que hace este muchacho no hay peloteo. No lo necesita. Solo reconocimiento. Y la praxis de la escritura aprehendida.
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