Cuando la lengua nos vuelve
del revés para sacarnos la sorprendente expresión del derecho insólito.
¿Cuál sería la mejor manera de
explicar, mediante ejemplos, el artículo “errata” en un diccionario enciclopédico?
Lichtenberg, Aforismos.
Igual que las notas a pie de página
tienen una bibliografía específica, y que puede rastrearse su genealogía a lo
largo de los siglos, incluso antes de la invención de la imprenta, poco se ha escrito sobre los familiares gazapos, erratas, yerros, distracciones,
olvidos o simples trabucaciones y dislexias momentáneas, de las que nadie, ni
aun el más cuidadoso de nuestros puristas, está exento. Cuando se escribe tanto
es frecuente que esa suerte de cesación de la atención en el vigía, y por ende
en la del relajado corrector, permita que lleguen a lo escrito curiosas erratas
que alumbran, con su presencia, sentidos que de otro modo nos hubieran pasado
inadvertidos. No se trata de considerar las erratas como signos mánticos a
través de los cuales podamos, como hieráticos arúspices, desentrañar
significados trascendentales o de suma importancia para modificar nuestro
pensamiento o potenciarlo; sino de reparar en lo que podríamos llamar la
sabiduría del error, la escuela de la equivocación o las enmiendas del azar,
que es duende travieso donde los haya.
Todos
somos coleccionistas absurdos, porque nada lo es más que ese afán de acaparar
tan hormigueante como capitalista. El ínfimo valor de lo coleccionado no merma
en nada la condición de tal respecto de quien colecciona bienes de incalculable
valor: se trata de un rasgo peculiar de la naturaleza humana que se complace,
como los viejos con el síndrome de Diógenes que atiborran hasta el techo su
viviendo con bolsas de basura, en poseer un bien, multiplicado, y no idéntico
totalmente. Un hipotético museo del coleccionismo donde se reunieran las
colecciones inverosímiles en que cada hijo de vecino se afana valdría tanto
como el más lúcido tratado de antropología. Desde las bolsitas de azúcar de los
establecimientos restauradores hasta las de pipas de girasol, pasando por los
tradicionales sellos, los dedales, los autógrafos de famosos o los libros… todo
es susceptible de ser coleccionado, como el zapatero de Imelda Marcos o los
maridos de Zsa Zsa Gabor nos demostraron.
Lo mío,
tan dado a la grafomanía, son las erratas, propias y ajenas, habitualmente
escritas, pero sin desdeñar las habladas, que tan jugosos titulares suelen
deparar a los periódicos, como el saquear
España hacia delante en que cayó Cospedal hace pocos días, típico lapsus
linguae freudiano que hasta puede llegar a tener poder de orientar el voto de
algunos electores. Las fuentes de las erratas son muy variadas, pero a mí me
llaman la atención, por lo mucho que escribo con él, las surgidas de la rapidez digital
en el teclado del ordenador, antaño de la máquina de escribir, y las que la
lectura me ofrece, si la editorial es, además, algo chapucera. El coleccionista
de gazapos ha de ser honesto y saber renunciar, por tanto, a la facilidad que
las palabras homófonas nos brindan para “construir” un falso gazapo, por más
que cueste renunciar a algunos cuyo golpe de humor nos salta enseguida a la
seca carcajada por la cómica sorpresa, porque esa es la condición íntima de la
errata: hacernos reír. Comparte con muchos chistes el mecanismo de sorpresa que
general el humor, aunque está ausente en ellas el relato, la anécdota. El
chiste más cercano a ellas sería el memorable de las palomas:
̶
¿Sabías que ahora me dedico a la cría de palomas?
̶
¿Mensajeras?
̶
No, no t'ensajero…
si bien la
dicción añade un plus de comicidad imposible de transmitir por escrito.
¿Cuándo
nació en mí esta afición? Pues aunque sin fecha, por mi alergia a la
contabilidad temporal y a la precisión que nos escinde del flujo vital,
conservo, al frente de las hojas donde anoto esos gazapos, la errata que me dio
el impulso para “hacer la colección”, una expresión que la publicidad nos
recuerda cada setiembre, incitándonos a acercarnos al quiosco para iniciar
colecciones tan distintas como las de abanicos, relojes, monedas, barcos,
muñecas, pipas de fumar, estilográficas… A partir de una palabra mal escrita,
se me disparó la imaginación literaria, tal y como sigue:
Confunsión: Una obra teatral en la que los
actores se vuelven temporalmente amnésicos y tratan de salir del paso
improvisando. Al final, el público acaba tan loco como los propios actores. El
director intenta, actuando en el centro del escenario, poner orden, pero la
cosa aún degenera más. Invita a alguien del público a que suba y trate de
seguirles la corriente, sugiriéndole que los actores están como en una suerte
de trance y se ha de evitar que puedan recuperar de repente la memoria, porque
se despertaría su agresividad, de la que, a lo largo de la “obra” ya han dado
muestras. De hecho, alguno de ellos se va a las puertas de salida y coloca una
especie de armarios que impiden la salida. En el progreso de la representación
llegan a salir al escenario incluso el gerente del teatro que pide la generosa participación
del público en el desarrollo de la función, que poco a poco acaba casi
convirtiéndose en una sesión de terapia, o poco menos, a juzgar por las
implicaciones personales de los espectadores que buscan los actores. (¡Joder lo
que da de sí una errata de máquina!)
El origen de mi afición coleccionista
no contagió al resto de las erratas, porque no habría imaginación humana que
diese abasto para general tal cantidad de obras, a juzgar por las erratas que
nos salen al paso de continuo. Por otro lado, es obvio que no todas las erratas
son igual de sorprendentes y/o graciosas, de ahí que mi espíritu crítico se
haya permitido siempre hacer una criba que preserve las más impactantes.
Evitar las
erratas en los libros es algo así como el reto imposible, y todo lo que pide un
editor sensato, que ve imposible que esos seres deformes no se instalen en el texto
corregido incluso hasta la saciedad, es que los lectores no se percaten de
ellas, pero ¿cómo no reparar en la fantástica que se coló, morigeradamente, en
la traducción de La montaña mágica: Se
abstemia de tomar partido. La RAE debería acoger el verbo *abstemerse y
definirlo apropiadamente: Quien se abstiene sin la ayuda del alcohol., o algo
parecido. Acaso sea esa una errata que solo un abstemio por naturaleza como yo
sea capaz de distinguir. Ello es posible porque el cazador de gazapos está
condicionado por su “natural” y por su formación, de ahí que pudiera haber una
diferencia abismal entre las muestras de dos colecciones distintas de erratas.
Que a un “defecto”
lo sustituya un defeco puede ser
escatológicamente extraño, y ahí se acaba la sorpresa; pero que a “responsabilidad”
la sustituya responsabialidad nos
abre el camino hacia la responsabilidad de boquilla, la del mero artificio que
tanto se usa en política, por ejemplo. Distinta de ambas es que a “propicia” lo
sustituya propifia, casi tan fea como
la inicial alusión a la mujer de Picio, pero tan expresiva de su propio tropiezo,
sin duda.
Suele suceder, a
menudo, que las erratas sean capaces, por decirlo así, de crear sentidos que
mejoran estéticamente el original, como en este caso: como si patinara por un sueño grasiento, en vez de por “un suelo
grasiento”. Teresa Giménez Barbat, inteligente mujer-pez, al escribir sobre los
gamberros que van a los estadios de fútbol, deslizo que iban con ganas de broca, en vez del
reglamentario “con ganas de bronca”, lo que no deja de inquietar al lector que
fue espectador horrorizado en su estreno de las hazañas de Leatherface, el personaje
emblemático de La matanza de Texas.
De muy diverso cariz es haber entrado en la sexentena,
por “sesentena”, claro está, aunque haya más ruido que nueces. Ahora bien,
cuando uno oye pedir salomonetes en
el mercado, en vez de los rubescentes salmonetes, se percata del hambre de
sabiduría que hay entre las gentes de este país. Por el contrario, la
simbiosis, acaso, entre intérprete e instrumento que se da en calvicémbalo, por “clavicémbalo”,
ilustra la incuria musical propia de nuestros planes de estudio y de nuestra
tradición. Carácter filosófico, sin embargo, tienen erratas como le penan los años, en vez del tópico “le
pesan los años”, que gracias a la publicidad sabemos que en realidad son los
kilos.
A veces la labor
del recolector de erratas tiene un puntito de creatividad por el mero hecho de
haber sido capaces de captarlas, lo que no está al alcance de cualquiera, dada
la facilidad con que, por homofonía, suelen camuflarse a la perfección ciertos
gazapos salamandrinos: que alguien se quede en la errata soserbio es menos usual que oír en ella el original pretendido: “soberbio”.
Lo mismo ocurre en la magnífica teleespetadores,
en vez de teleespectadores, acaso porque espetarle los improperios que se
merece la televisión secuestrada por los partidos no sea en exceso común. El
mismo fenómeno, aunque con derivación ontológica, se da en la suplicación de identidades, en vez de la
“duplicación” de las mismas. Que se hable o escriba de la dimensión púbica del personaje, en vez de su “dimensión pública” le
añade una cierta frivolidad a la errata que consolida la naturaleza profundamente
lúdica que la define. Algunas dudas se plantean cuando ciertas erratas nos
invitan a dudar de si lo son o no, como ocurre con la telebasutra, en vez de telebasura, pues tanto puede indicar que se
habla de un canal islámico como de uno porno.
Desdeño los errores
escolares, que constituyen un subgénero propio de la errata, con abundante
bibliografía, pero no me resisto a recordar el estupendo condón umbilical que, por producirse en una clase de español para
extranjeros, pasó, como era lógico esperarlo, absolutamente desapercibido.
Como no quiero
abusar de la paciencia del intelector
generoso con estas bagatelas erráticas, cierro entrada con la enumeración de algunos hermosos
gazapos que atesoro con delectación, porque aún son capaces de provocarme la
risotada explosiva, como siempre lo ha conseguido la escena del escudero que ve
comer a Lázaro: –Dígote, Lázaro, que
tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre…
La
mayoría de vastellanohablantes
Cine
en estado pudo
No
le teme al pasadlo
Escrito
en versos hepatasílabos
¡Verga
ya, hombre!
Que
es, en resumisas cuentas…
Sí
que ese signifigado…
El
análisis cítrico de la situación…
La
pierna me folla.
Su
inmenso sixappeal turístico…
La
poesía lítica (por “lírica”,
lo que indico por si algún club de poetas muertos cultiva la lítica…)
Eso dijo por boa de sus enemigos…
La
vía pulgativa de la mística.
Cualquier
clase es una reprezentación.
Mi
perreza…
Las
buenas obras nos inhortalizan…
Para
superar al liebreralismo
Y, para acabar,
una errata-acierto deslizada en los impagables subtítulos del telediario de La 1,
fuente constante de regocijante material:
Gustad Flaubert.
Y ya sí, sileo libenter.
Ahora que está tan de moda la mal llamada "traición del subconsciente",cuyo ejemplo más soberano podría provenir de la súbdita señora Dolores de Cospedal que, en giro de inaudita sinceridad, dijo hace unas semanas, - Hemos trabajado mucho para saquear a nuestro país...-, estas bagatelas gramaticómicas debieran servir, al menos a mí, para volver a repasar concienzudamente las reglas de ortografía y buena dicción, que, si bien no enmiendan un pensamiento torcido, ayudan a expresarlo mucho mejor. Tengo en mi haber una mínima colección de gazapos que llamo, Diccionario de neologismos populares, entre los que aparecen palabras por completo absurdas como "liquitacción" o "defusión"; éste vocablo lo encontré en la puerta de un taller de reparación de automóviles, incluido en la siguiente frase: CERRADO POR DEFUSIÓN. El luctuoso evento al que hacía referencia parecía competir en importancia con el tamaño de la errata. Y es que ni el sagrado negocio de la muerte se salva, a veces, del mínimo decoro que una lengua exige.
ResponderEliminarEn su momento, Luis Carandell publicó su impagable Celtiberia Show, lleno de noticias de la vida real, en la que letreros de ese tipo eran archicorrientes. La parte interior de las puertas de los lavabos son otra fuente muy digna de tener en cuenta...
EliminarPor otro lado, siempre recuerdo la anécdota de Unamuno y el corrector (que no co-rector, está claro): D. Miguel tacha la p de septiembre y el corrector en las nuevas pruebas de imprenta la vuelve poner y marca: ¡Ojo!. D. Miguel la tacha de nuevo y añade: ¡Oído!
Pues a ver si hay alguna entrega de ese Diccionario..., será risueño de leer.
En algún lugar leí con distracción "Proust est" donde ponía de hecho "prusés". ¡Qué decepción!
ResponderEliminar¡Lo que nos obliga a leer el espíritu de supervivencia...!
EliminarHay una sección divertidísima en la SER, en el programa La Ventana que a partir de las cinco de la tarder hacen relación de los gazapos detectados durante la semana en políticos, oradores, locutores... Lo voy escuchando en el coche y me voy tronchando de risa. Los tuyos son también desternillantes. Una familiar cuyo nombre omito hablaba de que le habían instalado una antena paranoica y no solo eso sino que además de reglas de tres, sabía hacer de cuatro.
ResponderEliminarMe encantan los que revelan el inconsciente. Una vez la conserje se le escapó cuando tenía que anotar en la planilla las suplencias que había que hacer pues estaba yo de guardia. Pues bien dijo que yo estaba "de baja" en lugar "de guardia". Ejem, ejem... No me supo mal pero vi lo que realmente pensaba.
De vez en cuando lo oigo, porque el cuerpo me pide ahora el té de las 5 y siempre que entro en la cocina pongo la radio, aunque sea para diez minutos. Esa sección viene de un programa antiguo de la SER donde se recogió y amplificó lo del Estar en el candelabro, de la Sofía Mazagatos o las dos Im-presionantes palabras de Jesulín... Sigo recogiendo erratas tecleantes que aparecen como setas de octubre...
EliminarLos gazapos en los libros son una cosa y los gazapos que cometemos nosotros por causa de nuestra ignorancia es otra. Desde la antena paranoica al queso elemental i la Caja de Oros (por ahorros).
ResponderEliminarSaludos
En mi recopilación rechazo las que son fruto de la ignorancia y me quedo exclusivamente con las que dicta el azar de la mano o los resbalones de la lengua. Las primeras, equiparables a los típicos errores de las respuestas estudiantiles, un género ya incluso con solera, me parecería ofensivo recogerlas. Bien llegado al Diario.
EliminarCuando anoté tu lúcido aforismo «fallar es otra manera de hallar» escribí, sin advertirlo hasta mucho después, «follar es otra manera de hallar»... lo que bien cogitado no deja de tener jugosas razones paralelas y no necesariamente por el adagio que una amiga, amazona de la noche para más señas, hace suyo en obra viva al confesar que «follar es la mejor manera de conocer gente».
ResponderEliminarUn derroche de intimidad, en efecto, y si se es sociable puede uno doctorarse en psicología... No hace ni dos días que, en correo a una amistad, le confesaba que " a medida que nevejezco más...", que ni se me ocurrió corregir, por supuesto... Una suerte, que los tropezones me ayuden a hacer creer que incluso tengo un "estilo" propio...
Eliminar