Del rakú a la escultura y a una nueva dimensión del
collage: La vida moldeada en las manos de la pasión: Marciano Buendía
Se me va a notar. Cinco palabras y
comienza a temblarme la voz y se arrancan a confundírseme los conceptos. No es
fácil escribir sobre Marciano Buendía, a quien tanto admiro como quiero, como
el hermano por el que lo tengo. Es casi imposible describir la emoción que
siempre me ha suscitado su obra derramada por mil caminos de investigación formal
y de profunda y serena belleza.
Fue actor, de vanguardia en sus inicios, cuando
representó La sesión de Pablo
Población; después lo fue de grandes producciones, como La cocina, de Narros o Divinas
Palabras de Víctor García; e inclusolo fue en alguna aparición cinematográfica y
televisiva, como en La verdad sobre el
caso Savolta, de Antonio Drove o Los
pícaros, de Fernando Fernán Gómez. Pero no eran las imágenes en celuloide
en las que estaba destinado a inmortalizarse, sino en las obras arrancadas a
las materias primas, al barro, al agua, al fuego…al cartón, a los clavos, al
hierro, al arco iris de los colores…, llevado por la más desbordante imaginación
que desearse pueda, y ello sin hacer ostentación de ella, porque el mundo
conceptual de Marciano, a pesar de su deslumbrante belleza, nace del
recogimiento, de la humildad, del silencio, de la espiritualidad, de la introspección y de la bendita
curiosidad por todo lo que lo rodea, de donde arranca el vuelo de su visión,
porque Marciano es un artista visionario: sus composiciones tienen ese sí
sabemos qué de la lucidez de los que se adelantan a su tiempo recogiendo la
herencia de los tiempos anteriores, de las experiencias ajenas que, en los
grandes artistas, se funden como en un crisol para darnos nuevas visiones que
nos abren caminos de reflexión y de goce estético.
Nos conocemos desde hace una
eternidad, pero nunca hasta hoy me había sentido capaz de hablar de él y de su
obra, una de las cumbres de la cerámica y la escultura en este país en el que casi siempre suelen tributarse honores a los mejores a título póstumo, por eso me adelanto,
con suficiente tiempo por delante, para que quede constancia de la soberbia
importancia de su obra, diseminada por los cinco continentes y con devotos
seguidores que aguardan siempre cuál será la nueva vuelta de tuerca que imprimirá
a su sorprendente carrera artística, porque las “etapas” de la obra de Marciano
Buendía habrán de ser catalogadas y estudiadas como corresponde, pero quienes
las hemos ido viviendo, hemos pasado de unas a otras con tanta sorpresa como
naturalidad, porque en ninguna de ellas la exigencia y el rigor ha descendido
ni un ápice, antes al contrario. En las fotos que adjunto a este tributo, se aprecia
cuanto estoy diciendo y, sobre todo, la versatilidad de una imaginación que
nunca está satisfecha con ningún logro, aun siendo estos tan altos que solo con
una décima parte de esos vuelos estéticos se justificaría la existencia de cualquier
otro artista.
Al menos para mí, hubo un momento
mágico en el conocimiento de la obra de Marciano, porque la impresión que me
dejó sigo rememorándola con la misma mirada infantil e ingenua de quien cree
en los prodigios: cocía una pieza de cerámica hecha con la técnica del rakú que él ha
llevado a la perfección en España –a Japón quisieron llevárselo, por
cierto, contratado como si fuera una estrella de la cerámica, para que desarrollara allí
ese arte de origen oriental–, la sacó del horno y la traspasó al baúl lleno de papeles,
virutas de madera y hojas secas de árbol, donde reposó por un tiempo en el humo
denso que generó el calor de la pieza al contacto con la sequedad de los
elementos que lo aguardaban . Acabado el descenso a los infiernos de la pieza
cocida, con precisos movimientos llenos de delicadeza, Marciano sacó la pieza
del baúl y la colocó en un pequeño pedestal de ladrillos, le retiró, con no
menor mimo, los restos de la hojarasca y, al contacto con el oxígeno, en lo que
era una pieza oscura y sin ningún atractivo, como un viejo odre de vino, comenzaron
a emerger, como cantan al alborear los pájaros en primavera, los colores más nítidos y
hermosos que había visto nunca en mi vida, frente a los que los propios del arco
iris no dejaban de ser una gama apagada y triste. Los brillos metálicos de
aquellos ocres, verdes, naranjas, amarillos, azules, rojos… que estallaban por toda la superficie
de la pieza me dejaron al borde de las lágrimas…: ¡tanta belleza!, ¡cómo era posible
semejante acto de magia! Y ahí comenzó mi admiración por una obra de la que,
antes de llegar al rakú, yo le había rescatado esta humilde pieza de barro en
forma de hojas de higuera que conservo como muestra de la feliz intuición que
tuve de lo que acabaría llegando a ser, lo que hoy es: un autor de obra
inmortal:
La inquietud por descubrir nuevos lenguajes
a través de elementos humildes como el barro, aunque sin renunciar al uso de
los metales nobles ni las piedras preciosas cuando la pieza lo requiriera, llevó
a Marciano de la cerámica al diseño de piezas que se escapaban, con mucho, del
ámbito del coleccionismo privado, por la dimensión de las mismas y por el
precio, naturalmente, pero esa vía de acercamiento a la escultura, combinando
la cerámica con la forja, nos ha deparado una etapa “conceptual”, la de “ciudadanos”,
en la que hallamos hasta una suerte de tratado psicosociológico de nuestra
condición humana, nada halagüeño, por cierto, por más que la belleza de las obras
suponga un lenitivo de esa oprimida condición alienada, despersonalizadora.
Es
ahí, en la reivindicación del valor incuestionable de la individualidad, de la
diferencia individual desde la que reconocemos al otro y lo hacemos nuestro semejante,
donde ha de buscarse buena parte del sentido de la obra de Marciano Buendía.
Una suerte de profundo amor a la vida desde la ausencia de prejuicios y desde
el motor de la cordialidad, e incluso del amor, sin orillar la exaltación de la
sensualidad y la sexualidad, redondean el retrato del impulso artístico que ha
guiado al artista inclasificable. Porque no solo hablamos de la cerámica y de
la escultura, sino que hemos de añadir la obra gráfica y la depuración
exquisita de la técnica del collage que nunca ha dejado de cultivar.
No tiene
límites la curiosidad formal de Marciano, y si algo lo caracteriza es la
capacidad surrealista para ver la dimensión artística de los objetos, de todos
ellos, sin jerarquías, porque la única es la que establece la visión del artista
destacando unos sobre otros a raíz del impacto que su contemplación descontextualizada
le ha producido: el conocidísimo recurso poético de l’objet trouvé. Ninguna muestra más elocuente que la pieza del pez construido
a partir de los clavos del siglo XVIII descubiertos por el autor azarosamente y
que, desde siempre, me ha parecido una de las obras más imaginativas de
Marciano, que ya es decir, teniendo en cuenta la originalidad constante de que
hace gala, y, además, diríase desde fuera, y aun desde cerca, que sin ningún
esfuerzo: Marciano respira imaginación como otros indignación o melancolía.
Como artista que ha querido, y
sabido, vivir de su arte, sus admiradores hemos tenido la suerte de que haya
hecho piezas al alcance de todos los bolsillos. Todos hemos podido tener “un
Marciano” en casa, y todos pueden aún tenerlo. El artista tiene taller abierto –auténtica
exposición gratuita de algunas piezas excepcionales de su obra– en la popular
calle de San Vicente Ferrer, 47, en Malasaña, donde departe con amistosa
naturalidad con cualquier visitante interesado en su obra, aunque también
pueden entrar en su página web, aquí, y ponerse en contacto con él, por supuesto. Si
hay algún artista a quien sus logros estéticos no le hayan generado la más
mínima afectación ese es, sin duda, Marciano Buendía, a quien tanto quiero, a quien tanto admiro.
¡Va por ti, Marciano!
¡Va por Vd., maestro!
No recuerdo que me hayas hablado de él nunca. Es extraño pues la admiración que le profesas es profunda, igual que es honda esa indagación que Marciano realiza con la materia extrayéndole sus posibilidades artísticas y simbólicas. La cerámica del pez es realmente sobresaliente. Desconocía a Marciano y de igual manera la técnica del raku. Solo una vez he intentado trabajar con el barro y ya advertí mi impericia y mi incapacidad de trabajar manualmente. Soy un desastre. Admiro a las personas que son hábiles con sus manos, delicados, intuitivos, creativos.
ResponderEliminarCinco de las piezas fotografiadas son de mi "colección particular" (más algunas otras que habitan conmigo), pero, ahora que lo dices, tienes toda la razón: nunca suelo "invitar" a verlas. Será por aquello mío de dejarme seducir por el arte, el esperar que él me llame la atención, que atribuyo también a quienes frecuentan mi casa; o porque son tan parte de mi intimidad que se me olvida su condición indiscutible de obras de arte...
ResponderEliminarAdmirable artista, Juan. Su obra destila esa rara belleza, exenta de simbolismos huecos, que es fruto de una intensa vida y una búsqueda estética sin concesiones a las modas imperantes ni al mercantilismo.
ResponderEliminarA mí siempre me ha parecido (tenerlo por amigo) uno de los escasos privilegios de que he gozado en este mundo. Y siempre me ha sorprendido que no esté "catalogado" a la altura de un Barceló, por ejemplo...
EliminarLe he comprado alguna pieza pequeña cuando estaba en la Feria de Recoletos y su arte va a juego con su personalidad, llena de belleza y sencillez. Deja una huella al hablar con él
ResponderEliminarGracias por "reconocerlo", porque en modo alguno me parece que mis elogios estén dictados por la amistad, sino por un criterio artístico y un amor a la belleza que va más allá de la persona, puesto que hay una obra excepcional que no me deja mentir. Él es una bellísima persona, en efecto. Yo siempre tengo la sensación, con él, de que estoy ante un maestro zen genuino, por el modo como está en el mundo y se deja ir por la corriente de la vida, sin ningún esfuerzo y, sobre todo, y es su signo de distinción, sin la más mínima afectación.
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