sábado, 4 de abril de 2015

La frase que abre y la frase que cierra el enigma de la novela que hay entre ambas.


                                                              
A dónde nos llevan… los inicios
y
desde dónde nos traen… los finales
(de novelas de contrastado dominio común, salvo algún caso exótico.)

         Es harto evidente que hay inicios y finales novelísticos que se fijan en la mente de los lectores y se repiten con la unción religiosa de quienes divinizan la literatura y hablan de sus autores con la beatería de quienes recorren en el templo las catorce estaciones del Viacrucis. Imposible encontrar una persona inculta que no conozca la primera frase del Quijote, de Cien años de soledad o de La Regenta. Los finales ya es otro cantar, y ahí acaso se necesite alguna persona culta a la que tal o cual final impresionó indeleblemente, como el propio de Cien años de soledad, acaso más impactante que la frase inicial. Por lo general, sin embargo, y al margen de esos highlights que la prensa suele divulgar en ocasiones señaladas que siempre suele haber a lo largo del año, las frases que abren y cierran las novelas, las buenas novelas, no siempre tienen un poder de fijación que evite que se nos borren con esa erosión de la memoria que conlleva el vendaval del tiempo que nos azota. Si nos paramos a recopilarlas, y las analizamos sin excesiva pretensión hermenéutica, nos daremos cuenta de lo difícil que resulta saber a dónde nos pueden llevar el desarrollo de la obra. Otro tanto ocurre con los finales, que, leídos sin el contexto de lo precedente, nos cuesta lo nuestro intuir de dónde venimos, qué ha ocurrido a lo largo de las páginas que lo preceden. No siempre es así, por supuesto, y hay novelas que desde el inicio parecen anunciar todo un desarrollo que el final se limita a certificar. Es tal la variedad de la muestra que he seleccionado, que me he tomado la libertad de plantear esta quisicosa, diría yo que fruto de mi lectura de las Noches Áticas de Aulo Gelio, el próximo en aparecer en este Diario, como un juego que acaso sorprenda a algunos intelectores de tan frágil memoria como la mía. La repera sería atreverse, está fuera de toda duda, a casar los finales con los principios, por supuesto, porque eso sí que sería ya de nota. En la realización de esa intrépida acción casamentera pueden darse, sin duda, uniones la mar de curiosas que permitirían una relectura de los originales acaso provechosa, y novedosa*. Nadie ignora que la frase inicial de una novela, el “buen arranque” de la travesía, tiene algo de poderoso motor que impele al escritor a seguir añadiendo frases, con el convencimiento de que llegará a un puerto desde donde volver la vista atrás para rehacer el recorrido que hasta allí le ha llevado y juzgar si merecía la pena no solo haber hecho la travesía, sino ambicionar que otros lectores la rehagan. La última frase, por lo tanto, es el temido “punto final” que aterra a tantos autores y que tan mal sabor de boca deja a veces en quienes se subieron a la nave al zarpar y salen de ella lamentando haber perseverado en el viaje, como la propia frase de despedida muestra inequívocamente. Es tópica la imagen del escritor dándole vueltas al magín para arrancar de manera brillante la novela, escribiendo frases en el papel que tacha con ritmo frenético, como si una ficción acaso en gran parte ya elaborada mentalmente no pudiera llegar al papel si esa frase no apareciera ante los ojos de quien, solo tras ella, se ve con fuerzas y capacidades para escribir el resto. Ayer mismo mi conjunta y yo vimos esa imagen en la película de Henry Cornelius, I am a camera, con Laurence Harvey en un remedo de Cristopher Isherwood rompiendo papeles que arranca de su libreta y lanza al cesto de la basura hasta que las Musas lo visitan y le susurran al oído lo que ha de ser el gran comienzo que lo espolee: Soy una cámara. Se trata de una película basada en el famoso libro de Isherwood que sirvió a Bob Fosse, un coreógrafo único, para dirigir el musical Cabaret, exitosa película de 1972. El primer relato del libro no se inicia, sin embargo, con esa frase, sino con ésta: Desde mi ventana veo la calle profunda, solemne, sólida. Es en el segundo párrafo cuando aparece la cámara: Soy una cámara con el obturador abierto; completamente pasivo, no pienso: registro. Cinematográficamente está claro que el segundo párrafo tiene una fuerza que no tiene el primero, aunque la tarea de observador también aparezca en el primero. La película del sudafricano Henry Cornelius no se puede comparar con Cabaret, desde luego, pero es bastante buena y tiene una secuencia, en la habitación del hotel que lleva hasta el límite la famosa escena del camarote en Una noche en la ópera de los Marx, e incluso la supera. De Cornelius es posible que algunos intelectores, que sean también cinéfilos, recuerden Pasaporte para Pimlico, una sátira que bien podrían proyectársela al delirante presidente de la Particularidad catalana…
        Bien, pues aquí ofrezco, en primer lugar, los inicios y, a continuación, los finales, en riguroso desorden para complicarles la vida a quienes se lancen al bonito pasatiempo de casarlos. Es un juego de robo y botica, como nos enseñó Celestina, luego hay de todo en esta viña de las frases que impulsan y que frenan a ambos: a los autores y a los lectores. Teniendo en cuenta que alguna rareza figura en la muestra, me complace poder adjuntar al final una línea de autores que, en función de la pasión intelectora, bien puede ser considerada, en el grado máxima de ésta, una aportación insultante; bien, en el inicial, una ayuda imprescindible…

Comienzo 1: Bien, señor, el caso es que yo debería haberme encontrado a gusto, tan a gusto como un hombre puede encontrarse.
C 2: Se puede decir que la pequeña ciudad de Verrières es un de las más bonitas del Franco Condado.
C 3: Hoy, mamá ha muerto.
C 4: Había una depresión sobre el Atlántico.
C 5: ¿Encontraría a la Maga?
C 6: -Voici mon passeport, jeune rond-de-cuir.
C 7: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.
C 8: -No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.
C 9: La cosa empezó así.
C 10: Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario.
C 11: Soy el doctor de quien se habla en esta novela a veces con palabras poco lisonjeras.
C 12: La heroica ciudad dormía la siesta.
C 13: Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente.
C 14: Dirijo estas líneas –escritas en la India– a mis parientes de Inglaterra.
C 15: Chismosos anuncios difundían el mensaje revolucionario por la redondez del Ruedo Ibérico.
C 16: Querido Marco: He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia.
C 17: Soy un hombre de cierta edad.
C 18: tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina, jamás volveré a ti:
C 19: ¡Qué bien hallado estoy con mi ausencia! Amigo del alma; ¿qué viene a ser el corazón del hombre?
C 20: Me hubiera gustado que mi padre o mi madre o mejor ambos, ya que los dos estaban de igual modo empeñados e involucrados en ello, se hubieran preocupado de lo que hacían cuando me engendraron si hubieran considerado debidamente lo mucho que estaba en juego entonces; –que no se trataba solo de la producción de un ser racional, sino que posiblemente también dependía de ello la feliz formación y temperatura de su cuerpo, quizá también su genio y la propia configuración  de su mente; -y de no poderse demostrar lo contrario, incluso también de la fortuna de su casa podía tomar un rumbo u otro a partir de los humores y disposiciones que prevalecieran en esos momentos; -si hubieran sopesado y considerado todo esto, y obrado en consecuencia, -estoy realmente convencido de que la figura que hubiera hecho yo en este mundo habría sido muy distinta de la que el lector me verá hacer.
C 21: Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío y el otro y el de más allá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad.
C 22: Facsímil fotostático del artículo aparecido en el periódico La Voz de la Justicia de Barcelona el día 6 de octubre de 1917, firmado por Domingo Pajarito Soto.
C  23: Mr. Utterson, el abogado, era hombre de semblante adusto jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación, torpe en la expresión del sentimiento, enjuto, largo, seco y melancólico, y, sin embargo, despertaba afecto.
C 24: Sí, podría empezar así, aquí, de un modo un poco pesado y lento, en ese lugar neutro que es de todos y de nadie, donde se cruza la gente casi sin verse, donde resuena lejana y regular la vida de la casa.
C 25: Si de verdad les interesa o que voy a contarles, lo primero que querrían saber es dónde nací, como fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.
C 26: Sonaba el teléfono y he oído el timbre.

Y ahora la lista de finales que nos dejan, también a ambos, autores y lectores con el alivio del fin, en algunos casos con la nostalgia del trecho recorrido, y en otros con el amargo sabor del chasco, a mi parecer inexistente en esta selección. He aquí los finales:
Final 1: Habrá una explosión enorme que nadie oirá y la tierra, tras recuperar la forma de nebulosa, errará en los cielos libre de parásitos y enfermedades.
F 2: Después de todo halló la paz en un montoncillo de polvo lívido.
F 3: ¡Y la Niña, todas las noches quedándose a dormir por las afueras!
F 4: Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
F 5: Y Duvet, nada más empezar, tiene ya que dejarlo.
F 6: Me puse a pensar y pensé, pensé y luego pensé otro poco; y por fin llegué a una conclusión: que en cuanto a saber qué hacer, no sé más que si fuer otro piojoso ser humano.
F 7: Pero a los tres días de morir Julián, murió ella besando a sus hijos.
F 8: Está ahí aplastadito, achaparradete, imitando a la parrilla que dicen, donde se hizo vivisección a ese sanlorenzo de nuestros pecados, a ese san lorenzaccio que sabes, a éste que soy yo, a ese Lorenzo, Lorenza que me des la vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, Lorenzo, como sardinitas pobres, humildes, yo no he tostado, el sol tuesta, va tostando, va amojamando, san Lorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y solo dijo –la historia solo recuerda que dijo– dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría.
F 9: Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio.
F 10: Pongan al llamado Maximiliano Rubín en un palacio o en un muladar… lo mismo da.
F 11: Se bañó, hizo rápidamente unos cuantos ejercicios vigorosos y después condujo hasta la estación.
F 12: En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
F 13: -Esperá que termine el pitillo.
F 14: mañana será otro día, la invasión recomenzará.
F 15: Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.
F 16: ¡Los pueblos del cinturón!
F 17: La tela estaba prácticamente intacta: algunas líneas al carboncillo, cuidadosamente trazadas, la dividía en cuadrados regulares, esbozo de la sección de una casa que ninguna figura vendría ya a ocupar.
F 18: Así pues, el al depositar esta pluma sobre la mesa y sellar esta confesión, pongo fin a la vida de ese desventurado que fue Henry Jekyll.
F 19: Llamaba a todas las gabarras del río, todas, y a la ciudad entera, y al cielo y al campo y a nosotros; todo se lo llevaba, el Sena también, todo, no se hable más.
F 20: El depósito de la Nueva Estación huele fuertemente a madera húmeda; mañana lloverá en Bouville.
F 21: Suya afectuosa, María Rosa Savolta.
F 22: ¡Quién podría decirlo!
F 23: Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.
F 24: ¡Oh humanidad!
F 25: Menestrales fueron los porteadores, sin acompañamiento de eclesiásticos.
F 26: Y es de las mejores historias de cornudos que yo haya oído.

Y aquí los responsables:
Céline; Musil; Cortázar; Stendhal; Juan Goytisolo; Camus; Galdós; Svevo; Lampedusa; Sartre; Sterne; Yourcenar; Thompson; Hortelano; Valle Inclán; Martín-Santos; Salinger; Nabokov; Goethe; Clarín; Cela; Perec; Eduardo Mendoza; Collins; Stevenson; Melville

*Me reservo ciertos comentarios sobre estos inicios y finales para cuando facilite la unión legalmente establecida ante los ojos de los intelectores supremos, e incluso sobre las uniones aparentemente contra natura que puedan aparecer…

4 comentarios:

  1. Pendiente de esos casamientos, aunque algunas infidelidades darían mucho juego ¿verdad?

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    1. Eso es lo que yo, con total ingenuidad, esperaba leer en los posibles comentarios... Algunos son sorprendentes, sí, los emparejamientos. No tardo nada en desbaratar las cábalas...

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  2. Estimado Juan Poz, siento la desaparición del comentario pero no pasa nada. Es así la tecnología. Venía a decir que hay algunos comienzos y finales de cajón, pero otros que dependen de tus lecturas tan procelosamente distintas en cada caso. Me asombra lo distinto que leemos aunque ciertamente haya una base en torno a los clásicos común. Nuestro registro de lecturas es prodigiosamente diverso en el pasado y en la actualidad. Recuerdo cuando te pedí una lista de libros que tú consideraras relevantes y poco conocidos y me dediqué durante un tiempo a leerlos. Recuerdo como insustituible Mi hermano el idiota de Michel del Castillo. Pero hubo otros. Fue un tiempo en que quise acercarme a tus lecturas, pero solo fue un momento. Por contra te di una lista de libros para mí espléndidos y tú conocías pocos de ellos. En tu uso del blog hay una voluntad de dirigirte a un grupo excelso y reducidísimo de interlectores que están dispuestos a serenarse y dedicar un par de horas a la lectura de un post o a la realización de un juego literario. No es común. El lector de blogs no tiene una capacidad de atención muy prolongada y va saltando de uno a otro así que agradece la concisión, la brevedad, la síntesis. Se asusta si ve un texto rabilargo. Ahora bien, veo que es tu opción consciente. Buscas un lector forjado en tu imaginación y tal vez los has encontrado y estén presentes. El problema para el lector no tan máximo en inteligencia es que se encuentra textos a los que es muy difícil meterles mano y es complicado opinar de ninguna manera. En este caso nos propones un juego ciertamente burbujeante y ligero pero que exige dos horas de realización tal vez al desconocer el común de los mortales muchas de las obras que citas en sus comienzos y finales. Yo no me atrevo. Tengo el día de mañana pendiente de mi quehacer y todavía no me he centrado. Por un lado me gusta estar profesionalmente activo, pero por otro sueño con el tiempo libre. ¿Qué pasará cuando todo sea libre? Tengo al impresión de que no tendrá el mismo sabor. La cadena te da la impresión de que te liberas cuando estás sin ella aunque tengas que volvértela a poner.

    Un fuerte abrazo, amigo interlector.

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    1. Por error, de internauta herrado que soy..., he eliminado un mensaje de Joselu al que éste daba respuesta. Si me lo vuelve a poner, convertiré este en su respuesta, ocupando el lugar que le corresponde. Ya ha llegado y cumplo lo dicho, me pongo a humilde nota a pie de página del suyo.
      Darte la razón, en tu concepción del blog como género, me indispondría con esos intelectores que acaso, no te lo niego, haya forjado mi imaginación y no sean sino mis propios fantasmas; pero sigo pensando que haberlo, haylos, por más que guarden un respetuoso silencio que yo valoro como se debe. Ten en cuenta que frente a los tostones habituales con que "castigo" a la concurrencia -mínima en número, máxima en inteligencia-, este jueguecito de hoy podría describirse con tu última frase: algo ligero, burbujeante, nada denso... O al menos así me lo pareció cuando reflexioné, súbitamente, sobre el contraste que podría deparar a un amante de la literatura el comienzo y el final de una novela. Espero que alguien nos deje aquí algún emparejamiento gracioso con el que podamos disfrutar de lo diferentes que son las leyes del azar y de la composición literaria, aunque ambas se necesiten y forjen una estrecha alianza cada vez que se produce el milagro de la narración.

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