viernes, 10 de abril de 2015

Comienzos y finales emparejados


                       

Resultado del distraído juego casamentero propuesto en la entrada anterior:

La reflexión que proponía sobre a dónde podrían conducirnos los inicios de algunas novelas o de dónde nos sugerían los finales las mismas que procedíamos es evidente que no pretendía sino desmitificar esa suerte de sofisticación cultural con que, en un determinado momento, alguien inserta, en el curso de una conversación, el principio o el final de obras conocidísimas, como una suerte de argumento de autoridad que avale su conocimiento de la obra en cuestión o cualesquiera otros conocimientos a los que por contigüidad pueda extenderse dicha autoridad.  Como lo prometido es deuda, me complace sobremanera realizar los emparejamientos correspondientes, que han arrojado el siguiente resultado:

Llama la atención en muchas de estas obras la insignificancia estilística de sus extremos. Mientras algunas exhiben al principio y al final incluso el título de la obra, como en el caso de Nabokov:
C: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.
F: Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.
e incluso de ambos extremos podemos deducir fácilmente la exacerbada pasión que preside la obra, en otras obras no ignoramos cualquier atisbo de trama argumental y apenas nos limitamos a intuir un tono escéptico del que no acertamos a deducir ni la obra ni el autor, como el caso de la obra famosísima de Bartleby el escribiente., de Herman Melville
C: Soy un hombre de cierta edad.
F: ¡Oh humanidad!
En otras ocasiones, nos hallamos ante un comienzo que parece remitirnos al Lazarillo y un final al Guzmán de Alfarache, y descubrimos, sin embargo, que se trata de un clásico de la novela negra, como 1280 almas de Jim Thompson:
C: Bien, señor, el caso es que yo debería haberme encontrado a gusto, tan a gusto como un hombre puede encontrarse.
F: Me puse a pensar y pensé, pensé y luego pensé otro poco; y por fin llegué a una conclusión: que en cuanto a saber qué hacer, no sé más que si fuera otro piojoso ser humano.
¿A quién no remiten a un folletín barato el inicio y el final
C: Se puede decir que la pequeña ciudad de Verrières es una de las más bonitas del Franco Condado.
F: Pero a los tres días de morir Julián, murió ella besando a sus hijos.
de una de las cumbres de la novelística europea, como Rojo y negro, de Stendhal, tan alejada de ese subgénero?
Me ha ocurrido que, al seleccionar obras suficientemente conocidas, para no complicar en exceso el juego, me he quedado sorprendido por la inmensa capacidad de olvido que me ha vuelto irreconocibles obras cuya lectura, por otro lado, me ha causado un fuerte impacto en el momento en que la hice. Ya se sabe que las segundas lecturas, a veces, tienen un efecto pernicioso en la jerarquía estimativa particular, como ya me ocurrió, en su momento con El lobo estepario, de Hesse, de cuya segunda lectura tanto me arrepiento. Que haya olvidado por completo el comienzo de El extranjero, de Camus, me sume en la perplejidad. El final aún puede asociarse con la obra por la ejecución:
C: Hoy, mamá ha muerto.
F: Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio.
He de reconocer, por otro lado que hay obras nada populares e incluso me atrevería a decir que desconocidas para la gran mayoría de lectores, aunque me niego a creer que eso ocurra en el caso de los intelectores, porque una novela (o como se la quiera catalogar…) tan irreconocible en su final y su comienzo como El hombre sin atributos, de Musil constituye una experiencia singular, irrepetible:
C: Había una depresión sobre el Atlántico.
F: Se bañó, hizo rápidamente unos cuantos ejercicios vigorosos y después condujo hasta la estación.
En el capítulo de las reconocibles automáticamente, porque forman parte de los clásicos, podemos considerar las siguientes:
Julio Cortázar: Rayuela. Más por su arranque que por su final, sin duda, porque la Maga es, sin duda, uno d esos personajes imposibles de olvidar.
C: ¿Encontraría a la Maga?
 F: -Esperá que termine el pitillo.
Leopoldo Alas (Clarín): La Regenta.
C: La heroica ciudad dormía la siesta.
F: Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
Viva mi dueño, de Ramón María del Valle Inclán, de actualidad por una biografía que, como suele ocurrir, desfigura la leyenda pacientemente tejida por el autor, por cualquiera, y con la que ha aspirado a crear un personaje, antes que una persona.
C: Chismosos anuncios difundían el mensaje revolucionario por la redondez del Ruedo Ibérico.
F: ¡Y la Niña, todas las noches quedándose a dormir por las afueras!
O la novela que, recomendada por Felipe González, se convirtió en un best-seller allá por los 80 del pasado siglo: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar:
C: Querido Marco: He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia.
F: Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.
La todopoderosa Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós, cuyo abigarrado mundo de personajes se marca ya desde la primera frase:
C: Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío y el otro y el de más allá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad.
F: Pongan al llamado Maximiliano Rubín en un palacio o en un muladar… lo mismo da.
El caso de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza es muy singular, porque, tanto o más que en su tiempo Tiempo de silencio, constituyó el arranque de un cambio más que notable en la novelística española contemporánea. Quizá peco de parcial, porque la leí durante toda una noche, de un tirón, sin descanso. Es reconocible desde el arranque y no menos por el final, pues aparecen dos referencias básicas de la obra Pajarito y Savolta.
C: Facsímil fotostático del artículo aparecido en el periódico La Voz de la Justicia de Barcelona el día 6 de octubre de 1917, firmado por Domingo Pajarito Soto.
F: Suya afectuosa, María Rosa Savolta.
Otra de las fácilmente identificables era El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson:
C: Mr. Utterson, el abogado, era hombre de semblante adusto jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación, torpe en la expresión del sentimiento, enjuto, largo, seco y melancólico, y, sin embargo, despertaba afecto.
F: Así pues, el al depositar esta pluma sobre la mesa y sellar esta confesión, pongo fin a la vida de ese desventurado que fue Henry Jekyll.
Y, para cerrar este capítulo, una obra de J.D. Salinger, El guardián entre el centeno, cuyo arranque es tan potente, narrativamente hablando, como su sintético final aforismático:
C: Si de verdad les interesa o que voy a contarles, lo primero que querrían saber es dónde nací, como fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.
F: En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
En el capítulo de las aparentemente irreconocibles, a pesar de su éxito entre los lectores, hemos de fijar las siguientes:
La colmena, de Camilo José Cela, con una frase final casi imposible de recordar, a pesar de su brevedad, sin duda por la descontextualización que impide la lectura inteligible.
C: -No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.
F: ¡Los pueblos del cinturón!
Louis Ferdinand Céline: Viaje al fin de la noche. Cuyo inicio tan sorprendente me parece, ahora que lo he releído, una maravilla narrativa, casi tan magnífica como el érase una vez que se era…o el Hubo una vez…
C: La cosa empezó así.
F: Llamaba a todas las gabarras del río, todas, y a la ciudad entera, y al cielo y l campo y a nosotros; todo se lo llevaba, el Sena también, todo, no se hable más.
La novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, El gatopardo, a mi modo de ver más vendida que leída, tiene un final espectacular pero un arranque que parece introducirnos en una vetusta transalpina, lo que, en cierta manera, ocurre:
C : Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario.
F : Después de todo halló la paz en un montoncillo de polvo lívido.
La selección de rarezas comienza por una obra de Juan García Hortelano, Gramática Parda que me he propuesto releer, porque tengo para mí que este será uno de esos casos en los que la segunda lectura será más provechosa que la primera:
C: -Voici mon passeport, jeune rond-de-cuir.
F: Y Duvet, nada más empezar, tiene ya que dejarlo.
Continúa con una novela no apta para amantes de la novela tradicional: La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, autor dilecto de Joyce, cuyo final apocalíptico sí que podía, sin embargo, relacionarse con su comienzo a través de la enfermedad y el doctor:
C : Soy el doctor de quien se habla en esta novela a veces con palabras poco lisonjeras.
F: Final 1: Habrá una explosión enorme que nadie oirá y la tierra, tras recuperar la forma de nebulosa, errará en los cielos libre de parásitos y enfermedades.
Jean Paul Sartre: La náusea.
C: Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente.
F: El depósito de la Nueva Estación huele fuertemente a madera húmeda; mañana lloverá en Bouville.
La famosísima La piedra lunar, de Wilkie Collins, que podía intuirse por la mención a India y de la cual, nadie que la haya leído, podrá olvidar jamás mientras viva el personaje del mayordomo: Gabriel Betteredge
C: Dirijo estas líneas –escritas en la India– a mis parientes de Inglaterra.
F: ¡Quién podría decirlo!
Juan Goytisolo escribió Reivindicación del conde don Julián con aquel ímpetu heterodoxo suyo que le llevó a romper la puntuación habitual y sustituirla, en la novela, por el uso torrencial de los dos puntos que he querido mantener en la primera frase del arranque como una pista, aunque por el contenido de esa frase no era difícil identificar a su autor en la lista final:
C: tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina, jamás volveré a ti:
F: mañana será otro día, la invasión recomenzará.
Se ha de tener reciente la lectura del Werther de J.W. Goethe para asociar estas dos frases con su novela, si bien el entierro indecoroso del personaje es una pista más que segura. Por otro lado, el arranque, con esa loa a la soledad y al afán introspectivo, bien habrá podido ayudar a los posibles intelectores que hayan querido entrar en este pasatiempo:
C: ¡Qué bien hallado estoy con mi ausencia! Amigo del alma; ¿qué viene a ser el corazón del hombre?
F: Menestrales fueron los porteadores, sin acompañamiento de eclesiásticos.
No puede decirse, en el caso de la novela de Laurence Sterne, Tristram Shandy, que sea necesario tenerla presente, porque el atrevimiento narrativo del autor al escoger un narrador que narra desde el vientre de su madre y que asiste a su propio nacimiento, es inolvidable para todos aquellos que la hayan leído. Durante algunos años de mi vida fui fumador de pipa, pero no lo era cuando leí el Tristram Shandy, y ahora que he dejado de serlo, me he dicho que ese libro solo lo releeré íntegro cuando vuelva a fumar en pipa, aunque haya de retomar tan insensata actividad solo para disfrutar de él:
C: Me hubiera gustado que mi padre o mi madre o mejor ambos, ya que los dos estaban de igual modo empeñados e involucrados en ello, se hubieran preocupado de lo que hacían cuando me engendraron si hubieran considerado debidamente lo mucho que estaba en juego entonces; –que no se trataba solo de la producción de un ser racional, sino que posiblemente también dependía de ello la feliz formación y temperatura de su cuerpo, quizá también su genio y la propia configuración  de su mente; -y de no poderse demostrar lo contrario, incluso también de la fortuna de su casa podía tomar un rumbo u otro a partir de los humores y disposiciones que prevalecieran en esos momentos; -si hubieran sopesado y considerado todo esto, y obrado en consecuencia, -estoy realmente convencido de que la figura que hubiera hecho yo en este mundo habría sido muy distinta de la que el lector me verá hacer.
F: Y es de las mejores historias de cornudos que yo haya oído.
Georges Perec y su obra, en este caso La vida instrucciones de uso, no gozan del aprecio de todos los lectores, pero es cierto que se trata de uno de esos autores de los que, cuando uno se ha metido en alguno de sus libros, quiere leer toda su obra. Acaso su novela Las cosas, sea una iniciación menos “dura” que la compleja que yo he escogido guiado por su importancia narrativa, más que por su popularidad:
C: Sí, podría empezar así, aquí, de un modo un poco pesado y lento, en ese lugar neutro que es de todos y de nadie, donde se cruza la gente casi sin verse, donde resuena lejana y regular la vida de la casa.
F: La tela estaba prácticamente intacta: algunas líneas al carboncillo, cuidadosamente trazadas, la dividía en cuadrados regulares, esbozo de la sección de una casa que ninguna figura vendría ya a ocupar.
Nadie puede sospechar –me atrevo a ser tan taxativo– que tras un arranque así puede venir, detrás, una revolución estilística en la novela española, que es lo que ocurrió. Y ahí está el final, sin embargo, inequívocamente marca de la casa, para identificar Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos
C: Sonaba el teléfono y he oído el timbre.

F: Está ahí aplastadito, achaparradete, imitando a la parrilla que dicen, donde se hizo vivisección a ese sanlorenzo de nuestros pecados, a ese san lorenzaccio que sabes, a éste que soy yo, a ese Lorenzo, Lorenza que me des la vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, Lorenzo, como sardinitas pobres, humildes, yo no he tostado, el sol tuesta, va tostando, va amojamando, san Lorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y solo dijo –la historia solo recuerda que dijo– dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría.

4 comentarios:

  1. Imagino que la primera frase de una novela es o puede conducir al desastre o a la adicción. Puede invitar al lector a adentrarse en el interior de la narración o arrojarle ya aburrido fuera de ella. Yo conocía varias de las que has recogido. Menos los finales. Encontraría a la Maga, esta no puedes imaginar lo que supuso para mí en los años setenta cuando conocí Rayuela. Posiblemente haya sido el libro más influyente en mi vida. Lo he leído cinco veces siempr en ediciones distintas. Sin embargo, la última vez que lo intenté se me cayó de las manos. Yo me había alejado de él y él se había alejado de mí. Yo no era aquel joven de veinte años deslumbrado por el universo cortazariano, y la novela había envejecido mal. Ya es difícil comprender el mundo, la sociedad y las fes que entonces teníamos. Una pena. De Bartleby qué decir. Uno de los relatos más intrigantes jamás escritos y que más sugerencias ha suscitado. Pero de él retenía más su final que es inolvidable, puestas esas palabras en boca de su jefe que es el verdadero héroe de la novela, héroe y testigo. Lolita es otra novela inolvidable. Marcó una parte de mi vida. Aunque últimamente con nuestro puritanismo galopante despojamos de significados que no nos convienen a esta novela. El Rojo y el negro, espléndido, pese a ese final romántico que algo me hace desmerecer el conjunto de la novela. Nunca he entendido demasiado el valor de La conciencia de Zeno, un libro que detesté. He intentado leer alguna otra obra de Svevo pero está claro que no tenemos músicas compatibles. De La piedra lunar, he de decir que lo leí por indicación tuya, pero no me produjo el deslumbramiento o fascinación que te producía a ti. Tiempo de silencio, una estimable novela del que retengo muchas cosas pero hay una que se me impuso. El autor era psiquiatra y hay en ella elementos muy bien hilvanados que lo revelan. Pedro está detenido en comisaría acusado de la muerte de Dorita desangrada. Él no ha sido culpable de ello pero hay un monólogo en que él, detenido, de sume en la irresponsabilidad pues no puede hacer nada, y cuando uno no puede elegir es como si le liberaran de dicha responsabilidad de la elección. Creo que esta sensación es profundamente humana, pero estudios sociales de la novela interpretaban que era un hombre futil, vacío, sin dimensión por acogerse a ese nirvana de la irresponsabilidad. Yo lo hago a veces. Tener todas las salidas cerradas te sume en un fatalismo pero también en la serenidad porque entonces no puedes elegir, y en la elección está el origen en buena parte de la angustia humana, ese sentimiento tan del siglo XX en la época en que no existían los ansiolíticos. No he leído a Perec ni el Werther de Goethe (sí el Fausto, de mucha mayor densidad, creo). En fin, un ejercicio que me ha llevado a comentar más que relacionar los principios con los finales.

    Creo en definitiva que un novelista se la juega con la primera frase o las primeras frases.

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    1. Como la humildad exige, y para evitar, por otro lado, el cachondeíto de los soberbios y engreídos, no sumé a esa lista de autores reconocidos, el principio y el final de la única que yo he escrito, La manzana de Poz. Son estos: El comienzo:
      Del viejo rito de los buenos propósitos que se celebra en la intimidad de cada conciencia a caballo del año que muere y del que nace, Poz salió, por decir algo, remozado, otro, distinto
      Y el final: Una aventura no se empieza de nuevo ni se prolonga.
      Joselu, la lista que confeccioné no responde a criterios de adicción, sino al mero azar de pasear la vista por los lomos tranquilos de los libros de la biblioteca y decir: tú. Hubiera servido cualquier novela, pero procuré que fueran, la mayoría, lo suficientemente conocidas como para que los intelectores pudieran "defenderse". Todos leemos cosas muy raras, y hasta es posible que como los hápax en algunos autores, seamos los únicos lectores de ciertos libros... Tendríamos que buscar un nombre para esa posibilidad...
      Estoy de acuerdo contigo, un buen arranque no es decisivo solo para el lector, sino, principalmente, para quien escribe, porque ha de tirar de él para una extensión en principio inimaginable. Geniales comienzos han dado para un cuento y prometían una saga, y viceversa. En fin, gracias por "entrar" en un juego que es menos baladí de lo que se pueda pensar.

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  2. "El hombre sin atributos", título desafortunado en español. "Ein Mann ohne Eigenschaften" es un modismo de la lengua alemana, equivalente a "a self-made man" en inglés, que se traduce por "un hombre hecho a sí mismo". Claro que Ulrich, el protagonista de la novela, es también un hombre sin cualidades, sin propiedades, en parte porque es un hombre desocupado y sin otras perspectivas que las de permanecer siéndolo.
    El final aquí citado es en realidad el del libro primero del volumen segundo... de una obra inacabada.
    El incipit, que es la descripción atmosférica de un día soleado, parodia el de "Poesía y verdad" de Goethe, su autobiografía, que describe la posición de los astros en la fecha de su nacimiento.

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    1. En efecto, he escogido el final editado en vida del autor; la continuación fue una edición póstuma que no supone sino una aproximacion, más que fundada, está claro, a lo que acaso el autor hubiera dado por bueno. JRJ nos enseña que ninguna obra está nunca acabada, excepto cuando el autor desaparece y no puede dar ya su plácet para la publicación. (Otra razón de peso es que la leí, en su edición en inglés, de preceptiva segunda mano, y en aquella ocasión no disponían más que de los dos volúmenes que adquirí). Gracias por la referencia de la parodia, que me acerca un poco más a otra de las lecturas pendientes que caerán, quizás, como no me espabile, sobre la urna de mis cenizas... Parodia o no, es cierto que la información meteorológica se ha instalado en nuestra cotidianidad como una de las referencias indispensables, tanto en el campo como en la ciudad, para organizar nuestros días, aunque sea en menesteres como la propia indumentaria. En Usamérica, de climatología tan extremada, los meteorólogos de las televisiones son auténticas estrellas del medio.

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