Ralph Waldo Emerson o la declaración de
independencia cultural usamericana, II.
Para Gregorio Luri que disfrutó de su Walden particular up
there…
[He de confesar, en este brevísimo
preámbulo obligado, que me ha sorprendido la generosa acogida a esta entrada
del Diario. Ignoraba – originario
como soy de Lagunas de Ruidera… – que Emerson tuviera tal capacidad de
atracción. Imaginaba –topo ciego, pues– que la mera presencia de su nombre
venerable en el encabezado sólo conseguiría captar la atención de algún
despistado lector que no lo hubiera leído, como yo. Ya veo que no, que su
poderoso pensamiento puede seguir concitando el interés de los intelectores de
hoy. Por eso me he visto felizmente obligado a concluir cuanto antes la segunda
entrega de esta común lectura entusiasta.]
Quedó dicho, creo
recordar, que el orondo Bloom comparaba a Emerson con Montaigne, no sólo por la
amplitud de sus preocupaciones intelectuales, sino por la cultura clásica y por
la tendencia al laconismo sentencioso, propio no de quien quiere ahorrarse
redacción, sino de quien quiere ahorrar al lector repeticiones enojosas o encumbradas
digresiones ubetenses. La claridad de pensamiento tiene esa virtud, y Emerson,
en ese sentido, es un autor la mar de agradecido.
Dijimos, pero no lo
desarrollamos, que su vinculación con la naturaleza no era una pose de origen
romántico, aunque ese origen tenga, ni tampoco una extravagancia antisistema,
al estilo de Thoreau, sino, en el mejor sentido de la palabra, la conciencia de
ser emanación de ella y, por tanto, el autor se ve en la necesidad de entonar
la alabanza discreta de esa realidad de la que forma parte. La escisión
urbano/rural actúa también en Emerson, por más que sea un tópico de la
literatura occidental presente en Horacio, por egregio ejemplo, autor de un concepto, la aurea mediocritas, que tan excelentemente define un modo de ser en
el mundo, y también, por poner un
ejemplo cercano, en Antonio de Guevara, cuyo Menosprecio de Corte y alabanza de aldea –que parece nacida de su
famoso cuentecillo El Villano del Danubio–
merecería tener más lectores, sobre todo si a estos les gusta una escritura
clásica con predominio de las antítesis, los quiasmos y las estructuras
bimembres, en las que sobresale Guevara. La vivencia de la naturaleza de los concordianos
tiene no poco de rebeldía, pero también de religiosidad y de humildad. Actúa
esa reverencia hacia ella como una anticipación de lo que habrá de ser la
crítica a la Ilustración y al poder omnímodo de la razón, hoy ya, según a quién
se lea, una ancianita venerable de la que pocos esfuerzos pueden esperarse… La
presencia apabullante de la naturaleza a la que no se puede sorprender mal vestida, como dice Emerson con harto
ingenio aforístico, la vive nuestro autor como la presencia de lo excesivo, de
donde infiere, pro domo sua, una
hermosa teoría: La exageración es parte
de todas la cosas. La naturaleza no envía al mundo ningún ser, ningún hombre,
sin darle un pequeño exceso de alguna cualidad propia, que entronca con esa
idea tan americana de ser portadores de una misión en esta vida, de estar
predestinados a algo grande. Hay en Emerson un reconocimiento que a veces
olvidamos: Hablamos de desviación de la
vida natural, como si la vida artificial no fuera también natural. Se trata
de una constatación a la que le cuesta abrirse paso en mente que ven la especie
humana como una aberración de la naturaleza, como su cáncer. En realidad, el
naturalismo de Emerson consiste en aceptarnos como somos (La realidad es mejor de lo que se cuenta), si bien hay una
diferencia abismal entre estar en contacto con la naturaleza o no estarlo: Las ciudades no dejan espacio suficiente a
la mente humana, que podría haber sido epígrafe para Poeta en Nueva York de Lorca. La contrapartida de esa grandeza
interior que todos creemos poseer, de esa exageración
de la naturaleza que vibra en nosotros, es la facilidad con que puede caerse en
el delirio de grandeza, en la megalomanía: Notable
es el exceso de fe de cada hombre sobre la importancia de lo que tiene que
hacer o decir. Las tensas relaciones entre la persona y la naturaleza, dada
nuestra artificialidad consustancial, no se le escapan a Emerson, porque el ser
humano es un generador nato de fines, mientras que la naturaleza no tiene otro
fin que ella misma o, en palabras de Emerson: Vivimos en un sistema de aproximaciones. Todo fin es anticipo de algún
otro fin. Estamos “acampados” en la naturaleza, no “aclimatados”. Y esa
distinción explica a la perfección nuestro fracaso. La vuelta a la naturaleza es, por lo tanto,
una exigencia de quien quiere reconectar con sus orígenes y, para ello, hay que
despojarse de saberes preconcebidos, porque como mejor explica Emerson: A las puertas del bosque, el hombre de
mundo, sorprendido, se ve forzado a abandonar sus opiniones civilizadas sobre
lo grande y lo pequeño, sobre lo sabio y lo estúpido. La mochila de la
costumbre cae de sus espaldas con el primer paso que da en estos recintos. Hay
aquí una santidad que avergüenza a nuestras religiones, y una realidad que
desacredita nuestros héroes. El epifonema con que concluye el párrafo es
una demostración tan evidente del poder del estilo y el modo de razonar
emersoniano que por sí mismo vale como la más persuasiva de la razones para
invitar a su lectura profusa. De forma congruente con el crédito que Emerson le
concede a la realidad, no es de extrañar que su actitud ante el conocimiento
sea la que con tanta vehemencia poética -¡hay tanto de vate inspirado en su
obra!– expresa en las siguientes palabras: Cada
momento y cada objeto instruye: porque la sabiduría está vaciada en todas las
formas. Ha sido vertida en nosotros como sangre; nos convulsionó como dolor;
resbaló dentro nuestro como placer; nos envolvió en sus opacos, melancólicos
días, y en días de alegre labor; no adivinamos su esencia, sino después de
largo tiempo.
Su
visión de la realidad y del individuo dentro de ella, acaso por su visión enardecida
de la naturaleza, no le impide, por más que sea su confianza en la capacidad de
las personas sea enorme, tener una visión ecuánime de lo que acontece: No importa cuántos siglos de cultura lo han
precedido, el nuevo hombre siempre se encuentra al borde del caos, vive en
perpetua crisis. ¿Recuerda alguien cuándo los tiempos no fueron duros y el
dinero escaso? ¿Recuerda alguien cuándo abundaron los hombres sensatos, los
hombres y las mujeres de buena ley? (…) La política nunca fue tan corrompida y
brutal; y el comercio, ese orgullo y favorito de nuestro océano, ese educador
de naciones, ese benefactor a pesar suyo, no es sino vergonzoso delito,
engañifa y bancarrota, en todo el mundo. Palabras que a cualquier inelector
le parecerán actualísima descripción de nuestro presente, independientemente de
las circunstancias concretas, tan diversas, entre su presente y el nuestro.
Hay, por lo tanto, en la persona algo que atraviesa los tiempos de forma
inmutable, un impulso de ser que parece unificarlos todos (Un granjero decía que le hubiera gustado poseer toda la tierra lindante
con la suya. Bonaparte, que tuvo el mismo apetito, trató de hacer del
Mediterráneo un lago francés). Por ello, el verdadero dueño de su destino
es quien vive en el aquí y ahora: Solo es
rico el que posee el día, dice Emerson trayendo a su aforismo el eco de la
filosofía grecolatina. No solo el día sino incluso la hora: Llenar la hora, no más, eso es la felicidad.
Llenad mi hora, ¡oh, dioses!, para que yo no diga, cuando haya terminado esto:
“Mirad, otra hora de mi vida que se ha ido”; sino, mejor: “He vivido una hora”.
Porque de lo que se trata no es de vivir en la extensión, sino en la intensión.
La ciencia alarga la vida, pero en algunos
alarga también su hastío. Hay que rasgar el velo de Maya y saber leer el
mundo: Desnudando al tiempo de sus
ilusiones, tratando de ver qué hay en el corazón del día, descubrimos el valor
y la igualdad del momento, y la insignificancia de la duración. Lo que cuenta
es la profundidad con que vivimos, de ningún modo la extensión superficial de
la vida.
El
interés que por el genio, el héroe o la individualidad sobresaliente manifestó
Emerson en su ensayo sobre Shakespeare nos permite establecer un paralelismo
con otro escritor, el inglés Thomas Carlyle, con quien mantuvo una fraternal
correspondencia durante más de 30 años. Son muchos las semejanzas entre las
circunstancias vitales de ambos como para resistirse a una visión plutarquiana de ambos, entre el Sabio de Concord y el Sabio de Chelsea como conocían en
Londres a Carlyle, pero ¡no tema el intelector!, que sé resistirme. Si acaso,
tal vez vuelva sobre ello, si los años me son propicios, cuando lea Sartor Resartus. La visión del héroe, en
este caso el hombre de genio literario como Shakespeare, le sirve a Emerson
para elaborar una teoría del mismo muy curioso y en la onda de algunos
opinadores de nuestros días, porque, para Emerson, el genio más grande es el hombre que más deudas tiene con los demás, es
decir, con la tradición. Y de ahí sigue una senda, toda originalidad es relativa. Todo pensador es retrospectivo, que
acaba forzosamente en la moderna teoría de la intertextualidad que se acerca, cuando
mal entendida, al plagio puro y duro: Prácticamente ha llegado a ser una regla de
la literatura que un hombre después de haberse mostrado capaz de escribir con
originalidad, tiene en adelante derecho a robar a discreción de los escritos de
los demás. El pensamiento es propiedad de quien puede hospedarlo, y de quien
puede colocarlo en lugar adecuado. ¿Radica la genialidad en una lectura
apropiada? Algo así nos quiere indicar Emerson cuando nos dice que el genio creador es el que conoce la chispa
de la verdadera piedra y la `recia muy ato, doquiera la encuentre. Tal es la
feliz posición de Homero, quizá; de Chaucer, de Saadi*.
El
ensayo dedicado a la amistad (la amistad,
como la inmortalidad del alma, es algo demasiado bueno para ser creído)
ofrece, como los anteriores, una buena muestra del modo como progresa el
discurso en Emerson y, sobre todo, de su insobornable culto a la verdad, porque
reconocer que vulgaridad, ignorancia, malentendido, son viejas amistades nos
sitúa en la perspectiva adecuado para, en vez de entonar un noble canto a una
de las grandes manifestaciones de la virtud, ofrecernos un demoledor y
contundente análisis de la dificultad de alcanzarla: Nuestras amistades son breves y mezquinas porque la hemos hecho con
tejidos de vino y ensueño en lugar de la vigorosa fibra del corazón humano. Las
leyes de la Amistad son grandes, austeras y eternas, como las leyes de la
naturaleza y de la moral. Pero hemos apuntado a un beneficio rápido y bajo,
para gustar una pronta dulzura. Emerson se plantea la amistad como una
exigencia de la individualidad. Hasta que no se posee esa personalidad fuerte,
definida, es imposible encontrar la verdadera amistad, como él dice,
paradójicamente: Es preciso ser “muy dos”
antes de ser “muy uno” o, acaso, mejor ser una ortiga en el flanco de tu
amigo que su eco. Es de tal naturaleza la exigencia que plantea Emerson a
la realización de la amistad, que no es de extrañar que acepte la radical
soledad en que ha de vivir el individuo que se precie de serlo, un poco al
estilo de la quevediana del vive para ti solo si puedes, pues solo para ti, si
mueres, mueres. De ahí la temible constatación a la que él se enfrenta con una
esperanza infinita en la posibilidad del bien y de lo bello: Caminamos solos por el mundo. Amigos como
los que deseamos son sueños y fábulas. Pero en el corazón fiel alienta siempre
la sublime esperanza de que en otra parte, en otras regiones del universo, hay
almas que ahora sufren y obran, almas que pueden amarnos y a quienes podemos
amar.
El humanista americano, un ensayo que el pragmatista Wendell Holmes consideraba “nuestra declaración de
independencia cultural”, sienta las bases de un renacimiento cultural que hunde
sus raíces en la aventura americana antes que en el viejo continente. Ya en el
ensayo sobre la amistad había hecho una declaración inequívoca: Viajamos a Europa, perseguimos personas o
leemos libros, con fe ingenua en que ellos los llamarán o nos los revelarán.
Pordioseros todos. Las personas son como nosotros; Europa, un viejo ropaje
desvaído de gente muerta; los libros, sus fantasmas. Dejemos esta idolatría.
Abandonemos esta mendicidad. Y de ahí el entusiasmo de Walt Withman cuando
le envió, buscando su aprobación, la primera edición de Hojas de hierba. Ha de
contarse en el amplio haber de Emerson ser el primer valedor de Withman, si
bien el uso que, sin autorización expresa, éste hizo de la elogiosa carta del
primero para el prólogo a la segunda edición los distanció. El diseño del
humanista americano viene a ser una visión nacionalista de lo que ha de ser una
ambición universalista, pero a veces el camino de lo global tiene estos rodeos
locales. El entusiasmo con que Emerson habla de la dedicación intelectual tiene
resonancias autobiográficas, puesto que a ella dedicó su vida. Las
recomendaciones para ello pasan, sin embargo, por un estrechísimo acercamiento
a lo real, no por conservar la fría distancia desde donde intentar capturar la
ecuanimidad. El humanista lo es porque está en contacto con lo humano, con los
otros, no aislado: El proverbio árabe
dice: “Una higuera, mirando a otra higuera, se vuelve productiva”, solía
repetir. Y ha de perseguir, además, la acción, puesto que a través de ella se
estrecha la relación con lo real: Aunque
solo fuera para poseer un buen vocabulario, el humanista debería codiciar la
acción. La vida es nuestro diccionario. No sólo eso, sino que incluso el
caudal léxico le sirve al autor para establecer la jerarquía de la vitalidad: Cuando oigo hablar a cualquier persona,
conozco enseguida cuánto ha vivido, por la pobreza o el esplendor de sus
palabras. El objetivo de ese sociabilísimo
humanismo imbricado en la acción (Vivir
es un acto total. Pensar es un acto parcial) nos recuerda aquella sentencia
rousseauniana: el hombre que medita es un
animal depravado, que yo use como epígrafe para mi ensayo aún desencajado La España vulgar. No puede haber, pues,
un humanismo que no “esté” asentado en la realidad del cada día, porque de ese
contacto fructífero provendrá la obra imperecedera: Fatigas, calamidad, exasperación, necesidad, son maestros de elocuencia
y de sabiduría. El verdadero humanista lamenta las oportunidades de acción que
han pasado por su lado, como una pérdida de poder. Y para rematarlo, nos
advierte paradójicamente del poder pernicioso e los libros: la mejor de las cosas, bien usados; si se
abusa de ellos, cuentan entre las peores; una opinión en las antípodas del
baboso y acrítico elogio del libro y la lectura, como si lo importante no fuera
el contenido específico en vez de la facultad; o como si los enemigos
totalitarios de la cultura no hubieran transmitido sus idea también a través de
los libros. A su manera, hay un paralelismo con el “derecho a votar” del
secesionismo catalán que se presenta como el no va más de lo democrático cuando en realidad se trata de un derecho que
no tiene sentido sin su complemento directo, porque votar la reinstauración de
la pena de muerte también se vota, y a pocos les parecerá que eso sea un acto democrático
excepto etimológicamente, pero ya se sabe quién carga las etimologías, ¿verdad,
don Miguel?
De
momento hasta aquí llegan mis coincidencias con Emerson, pero su grafomanía,
que lo llevo a derramarse por escrito incesantemente, me convoca a futuras
lecturas que intuyo tan sustanciosas y apasionantes como la presente. Emerson
no es un libro, sino una biblioteca.
*Es curioso el caso de Saadi y que vuelva a encontrármelo en
estos textos de Emerson. Mientras que los Rubaiyat
de Omar Khayyam alcanzaron en occidente un éxito fulgurante, El jardín de las rosas del también persa
Saadi de Shiraz apenas ha traspasado los círculos de aficionados al orientalismo.
Se trata, sin embargo, de un excelente aforista que merecería más extenso
conocimiento.
Retengo esta idea que tomo para mí porque expresa claramente mi modo de ver las cosas. "En cuanto oigo hablar a una persona, conozco en seguida cuánto ha vivido por la pobreza o esplendor de sus palabras". Esto es para mí una referencia clara en mi relación con mis alumnos. Distingo en seguida la riqueza de su mundo mental por su modo de expresarse, por la formulación de sus preguntas, por la elocuencia con que manifiestan lo que sienten. Normalmente es desesperanzador constatar la pobreza que abunda, pero de vez en cuando sientes algo diferente e intuyes un grado importante de elaboración personal, de intento de construir una perspectiva desde la cual ver el mundo por incierta que sea. Hay que acercarse a los buenos como esa higuera que da fruto al verse al lado de otra higuera. Nuestros espejos son los maestros de la literatura por altas que queden sus realizaciones. Ahora me estoy adentrando en el lenguaje fotográfico y sé que he de inspirarme no en la mediocridad, sino en los grandes, por minúsculas que puedan ser de momento mis fotografías. Pero un largo camino se comienza con un paso y luego otro y así sucesivamente. Robaré ideas, inspiración, perspectivas, imitaré y luego tal vez pueda desarrollar un mundo mío personal. Las ideas y las obras geniales están ahí a disposición de todos y son de todos. Espero haber sido depositario de un exceso en algo y poderlo descubrir. Me gusta la idea de sentir eso de tener una misión en la vida. Yo siento ahora que la tengo. Es como si todas las piezas hubieran cobrado de golpe su lugar.
ResponderEliminarEn cuanto al totalitarismo del independentismo, qué decir. Ahora los siento desconcertados sin saber qué hacer. Si asaltar el palacio de invierno y provocar una guerra civil o bajar las banderas y acallar durante un tiempo la matraca. Me gustaría pensar que en el mundo mundial existe algo que vaya más allá del destino de Catalunya. Muchos no lo perciben así. Es curioso cómo la crisis del ébola ha silenciado totalmente el discurso independentista. ¿Y ahora qué?
Me alegro de que en este bosque de referencias desordenadas hayas encontrado algo a lo que asentir. Emerson es muy honesto y sabe que el respeto al otro no está reñido con la crítica de aquello que no case con los parámetros que él establece para poseer la individualidad. ¡Qué enojoso, y hasta torturante, hablar con seres repetidos! No se trata de buscar la genialidad, sino de hallarun tú a la altura de nuestro yo, y cada cuál dota contenido esa relación. No niego, por ello mismo, que los aficionados a la lectura de obras como la de Montaigne o ahora de Emerson, lo tenemos muy difícil. No se trata tampoco de formación académica -yo salí de una carrera de 5 años en Filología sin que me dijeran ni una palabra sobre Cervantes, Quevedo o la Generación del 27, entre otros-, sino de un cierto gusto por la "creación" de la propia persona, fundamentándola correctamente para que el albur de la ocasión no nos desarbole con la facilidad de lo que no tiene raíces que se hinquen bien en el suelo nutricio.
EliminarRespecto del dominio que tienen los medios de comunicación en la creación de la opinión pública habría mucho que hablar. Si te fijas, las preocupaciones ciudadanas -al margen del paro, que es la primera, siempre, como debe de ser- recogidas en las encuestas tienen un paralelismo asombroso con lo que ha sido noticia dominante en los últimos tiempos anteriores a la encuesta. Por eso los demoscópicos se equivocan tanto. Dudo mucho de que haya tantas voluntades "individuales" que coinciden sobre un tema; no tengo ninguna duda de que cuando nos masificamos desaparece nuestra individualidad.
¡Toma ya pestiño...!