jueves, 3 de abril de 2014

David Markson: La fidelidad, insobornable, a la propia poética.


Esto no es una novela y La última novela:
 nihil novum sub sole.
 Las sólidas raíces clásicas de los últimos coletazos de la vanguardia.

No hace mucho comentábamos la conciencia que tenía Petronio no sólo de estar escribiendo algo a contracorriente de las tendencias comunes de su tiempo, sino también lo orgulloso que se mostraba de hacerlo como, supuestamente, nadie lo había hecho antes de él. Se le desvanecía al marsellés, el recuerdo del gran Ovidio en cuyos libros, desde el Arte de amar hasta los Fastos, pasando por un libro capital en la cultura de Occidente como Las metamorfosis o una autobiografía tan desoladora como la repartida entre Tristes y Pónticas (escrita en su destierro en el Mar Negro, en tierra de bárbaros, donde su mayor suplicio era, como él mismo desterrado confiesa, no oír el latín culto cuyo modelo definitivo él tanto contribuyó a crear) halló, sin duda, no poco alimento literario Petronio para su propia obra; pero tampoco se reconoce heredero de los grandes satíricos griegos: Aristófanes, Menandro y Luciano de Samosata, por ejemplo. Y ni siquiera reconoce deuda alguna con ejemplos satíricos tan cercanos a él como el oscuro Persio o el extravagante Séneca de La Apocoloquintosis del divino Claudio. Está convencido, Petronio, pues, de dejar una huella original en la Historia universal de la literatura, porque el amor propio de los autores no tiene límites, como su vanidad.
Viene esta introducción a cuento de la propuesta novelística de vanguardia que comentamos. Los dos libros de  Markson de los que quiero hablar, forman parte de una tetralogía que él quiso ver editada en vida en un solo libro. Y quizás fuera lo adecuado, si tenemos en cuenta la unidad formal de los cuatro libros que forman la tetralogía: Readers’s Block (publicado en 1996); This is not a Novel (publicado en 2001); Vanishing Point (publicado en 2004) y The Last Novel (publicado en 2007), cuyos protagonistas reciben, respectivamente, los nombres de Reader, Writer, Author y Novelist, todos ellos máscaras ¿narrativas? del propio autor: David Markson, nacido en 1927 y fallecido en 2010.
Las obras de Markson suponen un experimento porque la poética en la que se basa es la exploración de la anécdota ajena, sobre todo de los grandes autores consagrados y de los personajes famosos, para vehicular, a través de esa flor de apotegmas –que es el género propio de sus libros–  lo más parecido a una autobiografía, más que, propiamente una novela, algo que la oposición semántica de los dos títulos que criticamos revela claramente: Esto no es una novela y La última novela.  ¿En qué quedamos? Sobre todo en el afán provocador. Ahora bien, tras esa transgresión de las esencias del género novelístico, hay un serio intento de construir un tipo de novela en la que el lector, como reclama de él la Pragmática desde hace mucho tiempo, ha de completar el relato, llenar los huecos, ayudar a edificar la trama, contribuir a definir el tema y, porque no le dejan hojas en blanco en la edición, pero si así lo hubieran hecho, hasta propiamente escribir el desenlace o hincharse a poner notas a pie de página. No son pocos los críticos que han visto en esta tetralogía de Markson una suerte de tomadura de pelo, pero el devoto recopilador de anécdotas, frases, perplejidades, aforismos, datos significativos y curiosos, etc. consigue, a través de la Silva de varia lección –que fue un éxito europeo de Pero Mexía desde su publicación en 1540– que deviene su obra, elaborar un relato fragmentario lleno de ritmo y sentido muy próximo al lector, a quien no deja de sorprender por el modo como consigue crear incluso un pathos a través de las constantes alusiones al protagonista narrador, ya sea Writer, ya Novelist, ya Reader, ya Author, y a realidades que se repiten como un leitmotiv macabro, como los modos de morir de grandes personajes. Narradores, todos ellos, los de Markson, máscaras  del único autor que firma bajo el título en la portada del libro y con quien se han de identificar sin lugar a dudas.
En España tenemos una larga tradición de obras misceláneas que van desde las polianteas hasta las recopilaciones de apotegmas, pasando, mucho antes, por los esfuerzos enciclopédicos de autores como Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, lectura amena e instructiva donde las haya, por cierto. Así, autores como Juan Rufo, Luis Zapata, Melchor de Santa Cruz, Luis Milán, Julián de Medrano, etc. constituyen una sólida tradición que nos permiten saborear las obras de Markson no como una novedad, sino celebrar su autoría como la de un epígono de aquellos ingenios de los que probablemente Markson jamás oyera hablar, a pesar de sus intereses enciclopédicos.
Lo mejor, con todo, será extractar alguna de esas anécdotas para que el lector pueda comprobar por sí mismo de qué modo sutil Markson nos indica el camino para rellenar los intersticios de su relato fragmentario y permitir, así, articular, desde el lector, lo más parecido a una novela tradicional a partir del origen transgresor y supuestamente vanguardista de su obra. Antes, conviene saber que a lo largo de cada uno de los libros los narradores de Markson nos ofrecen una poética nítida, producto de su aguda reflexión sobre el arte de novelar. De hecho, podríamos aplicar a su narrativa uno de mis aforismos: El aforismo marca la certeza de una incertidumbre. Junto a esa poética, Markson nos ofrece un contexto biográfico que explica la predilección del autor, en sus últimos tiempos, por la obsesión por los modos de morir, dada su condición de artista seriamente enfermo…: Old. Tired. Sick. Alone. Broke. (All of which obviously means that this is the last book Novelist is going to write). Para el buen fin de esa poética no duda en allegar todos aquellos juicios críticos ajenos que la avalan: I do not see why exposition and description are a necessary part of a novel (Ivy Compton-Burnett). En The last novel, Markson nos ofrece una poética que resume muy sintéticamente su posición frente al hecho de narrar:
 A novel with no intimation of story whatsoever. Writer would like to contrive. And with no characters. None.
Plotless. Characterless. Yet seducing the reader into turning pages nonetheless.
Indeed, with a beginning, a midle and an end. Even with a note of sadness at the end.
A novel with no “setting”. With no so-called furniture. Ergo meaning finally without descriptions.
A novel with no overriding central “motivations”, Writer wants. Hence with no conflicts and/or confrontations similarly.
With no social themes, i.e., no picture of society. No depiction of contemporary manners and/or morals. Categorically, with no politics.
A novel entirely without symbols.
Ultimately, a work of art without even a subject, Writer wants.
Is Writer, thinking he can bring off what he has in mind? And anticipating that he will haver any readers?
This is also even an autobiography, if Writer says so.
Ese aliento autobiográfico es el fundamento de la compilación de anécdotas, porque detrás de la selección de las mismas hay un hilo directo con la vida del escritor, con sus más intimas pulsiones: desde el respeto que le tiene a la muerte un hipocondriaco como él hasta la conciencia de ser un autor marginal:
Those rare intellects who, not only without reward, but in miserable poverty, brought forth their works.
 With an ink too thick, with foul pens, with bad sight, in gloomy weather, under a dim lamp, I have composed these pages. Do not scold me for it.
In addition to his name and date on the frame of a portrait by Jan van Eyck: Al sick Kan –the best I can do.
Al sick Kan. Which Novelist finds himself several times repeating, even while not even sure in what language is it six-hundreds-year-old Flamish? And uncerytain as to why he  is caught up by vanm Eyck’s use of it. That’s it, I can do no more? All I have left? I can go no further?
 a cuyo entierro asistan acaso menos personas que al de Musil o al de Stendhal:
Eight people appeared at Robert Musil’s funeral.
Only three people followed Stendahl’s bier. His longest obituary contained three lines. One misspelled his name.
Three.
Buena parte de las anécdotas que traslada a sus libros desde un numerosísimo archivo alimentado a lo largo de su vida en forma de fichas manuscritas, una tarea que recuerda el trabajo personal de María Moliner en su cocina, escribiendo el mejor diccionario de la lengua española, pueden y deben leerse como microrrelatos depurados y conseguidísimos, como el que nos revela que  Chejov hizo el viaje fúnebre de Alemani a Rusia en un camión frigorífico de ostras. O el sugestivo: Rilke and Cocteau had apartments in the same Paris Building –evidently without ever becoming acquainted. Por no hablar del impactante y dramatico: Kierkegaard’s mother had originally been the family maid, whom his father married after the death of an earlier wife. There is not one word about her in anything Kierkegaard ever wrote, his journals included. O la bienhumorada anécdota sobre Edmund Wilson, en la senda de aquel Demóstenes que se afeito media cabeza para obligarse a permanecer en casa estudiando, que también recoge Markson:  The report that to keep him from sitting with a book for sixteen hours a day, Edmund Wilson’s parents bought him a baseball uniform. Which he happily put on, and sat in with a book for sixteen hours a day. O, finalmente, de un narraembrión tan musical como éste: Arnold Schoenberg and George Gershwin were tennis partners.
No hay orden  pero sí concierto, y a veces hasta un bajo continuo: Old. Tired. Sick. Alone. Broke, encargado de mantener un pathos moderadamente desesperado, en estas creaciones crepusculares cuyo desfallecimiento percibimos casi a cada página, y no solo por la sucesión recurrente  de muertos por infarto, una nómina inacabable, sino por el estoico desengaño del autor, al que, en este trance, puesto ya el pie en el estribo…, ni siquiera le abandona el excelente humor:  Dear sir: I am sitting in the smallest room of my house. Your review is before me. Shortly it will be behind me. O la cita oportuna: John Osborne: “Asking a working writer what he thinks about critics is like asking a lamppost what it feels about dogs”. Junto a un excelente ejercicio retórico, en la línea del magnífico cuento de Monterroso “Onís es asesino”: Was it Eliot’s toilet I saw? Inquires someone’s palindrome, after use of a bathroom of Faber and Faber.
Contra lo que pudiera parecer, a juzgar por esta introducción de urgencia a las obras de Markson, que sea un autor proclive al uso y abuso de los aforismos o las frases célebres, estos aparecen con cuentagotas, y de ahí el valor que ha de otorgárseles, pues cumplen una función estructural en el relato. Escojo tres que nos muestran la sensibilidad del autor respecto de su propia condición:
The waste paper basket is the author’s best friend. Noted Isaac Bashevis Singer. [La calidad intelectual se mide por el tamaño de la papelera en la que van a parar las ideas tontas, escribió a su vez Bergamín, pero muchísimo antes.]
When a head and a book collid, and one sounds hollow –is it always the book? Asked Litchenberg.
Knowledge is not intelligence. Heraclitus additionally said.
David Markson es un autor fiel a una poética nacida con su novela más famosa, La novia de Wittgenstein, y un resistente ejemplar contra las promesas crematísticas del mercado, cuyas delicias llegó incluso a saborear con un western paródico del que llegaron a hacer una película, interpretada por Frank Sinatra. Fiel a su búsqueda y a la construcción de una suerte de collage cuyas piezas no están colocadas al buen tuntún, sino siguiendo una escrupulosa concepción narrativa, David Markson fue fiel al ejemplo que recibió de Malcolm Lowry un autor por el que sintió devoción y al que trató en vida. Para Markson Under the volcano era un libro contra el que no podían competir obras tan famosas como el Ulises, de Joyce, del que recuerda, no sin sorna: Why does Writer sometimes seen to admire Ulysses even more when he is thinking about it than when he is actually reading it?, algo que también le ocurre con La Iliada. Consciente de estar escribiendo su última novela, Markson escoge como broche de su novela las últimas palabras de su “otro” libro: Anatomía de la melancolía: Farewell and be kind. Un libro del que el Dr. Johnson dijo, por cierto, que estaba overloaded with quotation.

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