miércoles, 24 de mayo de 2017

Las “Elegías” de Sexto Propercio o el siervo libre de amor…




Manual para devotos enamorados: las Elegías de 

Propercio o la voz inconfundible del amor que

traspasa las fronteras de la muerte.


La lectura de los clásicos siempre depara sorpresas y, en este caso, una tan estupenda como la de leer a quien tuvo una influencia determinante en la creación, para mi gusto, de uno de los mejores sonetos de la lírica en lengua castellana, Amor constante más allá de la muerte, de don Francisco de Quevedo: Sexto Propercio, nacido en el 50 a.C. en Asís. No solo influyó Propercio en Quevedo, por supuesto, sino en Rojas, en Herrera, en Medrano, en Bécquer, en Cernuda, en Alberti, en Goethe y en tantos cuantos fueron sensibles a la poderosa voz lírica con que el poeta de Asís supo plasmar el proceso de amores en un conjunto de poemas que, en el siglo XIV, imitaría Petrarca en su Cancionero, cuando andaba afanado en rescatar para la posteridad el nombre y la obra del lírico latino. Es cierto que Catulo, más lascivo que él, tiene más fama, pero hay en Propercio una espontaneidad en la manera de afrontar los numerosos lances amorosos que lo convierten en un poeta muy cercano a quienes también se hayan visto inmersos en esa vorágine de sentimientos encontrados que el poeta latino describe con sutileza e inspirado lirismo. Propercio, sin embargo, no es original, pues él aspira a incluirse entre el selecto grupo de poetas que dedicaron su obra a una enamorada, como lo refleja en sus propias poesías, puesto que en sus poemas no solo tienen cabida los amatorios dedicados a Cintia, sino algunos de carácter metapoético y no pocos de ellos de carácter civil, e incluso algunos de naturaleza épica, por más que él supiera que no era ese el camino que había de recorrer su musa, como señala en el poema Elegía, no épica: ¿Qué tienes tú que ver, loco, con esa corriente de agua?/¿Quién te ha mandado emprender la tarea del verso heroico?/No debes esperar de aquí, Propercio, fama alguna. En el poema titulado Méritos poéticos de Propercio es en donde cifra él su canon particular, en el que le gustaría ser incluido: ¿De qué te ha servido ahora la sabiduría de tus libros socráticos/ o poder describir la naturaleza de las cosas?/¿O de qué te sirve la lectura de los versos del poeta ateniense?/De nada sirve vuestro anciano en un gran amor./Imita más bien en tus poesías a Filetas de Cos/y el Sueño del nada florido Calímaco./ Estas canciones también componía Varrón, terminado su Jasón,/ Varron, pura pasión por su Leucadia;/ estas canciones cantaron también los escritos del lascivo Catulo,/ que hicieron a Lesbia más famosa que la misma Helena;/ estas canciones proclamaron también las páginas del docto Calvo,/ cuando cantaba la muerte de la desgraciada Quintilia:/ y ¡cuántas heridas a causa de la hermosa Licoride Galo, ha poco/fallecido, lavó en las aguas del Infierno!/ Cintia con mayor razón será alabada por el verso de Propercio/ si la Fama tiene a bien colocarme entre estos poetas. Estamos, así pues, ante un poeta que no solo no lucha contra la tradición, sino que la reconoce y quiere ser incluido en ella. De hecho, Filetas de Cos y Calímaco, serían los iniciadores de la corriente elegíaca amatoria en la que se inscriben cuantos el propio Propercio ha fijado en su canon. Recordemos, porque viene a cuento, que Filetas de Cos fue un filólogo, un erudito, además de poeta, y que Calímaco, además de poeta, claro, fue bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, lo cual indica lo cerca que anda siempre el espíritu poético del cultivo científico y estilístico de la lengua. La historia de Propercio y Hostia -nombre real de a quien el poeta se refiere con el poético Cintia- dura cinco años, pero incluso en el último de sus libros hay un hermosísimo poema, Aparición de Cintia, en el que la enamorada, desde más allá de la muerte, se dirige a Propercio para asegurarle que, aunque ahora lo posean otras, llegará el día en que, solo ella lo poseerá, porque, como abre el poema: Existen los Manes: la muerte no lo acaba todo,/ y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida. Hemos de recordar también, para quienes aún no se hayan ejercitado en la lectura de Propercio, que la amada escogida respondía a un modelo también fijado por la tradición, el de la puella docta, es decir, no solo una belleza física, sino un ser lleno de gracia, saber estar y cierta formación artística, literaria, musical, etc. Tengamos presente que estamos ante una pasión arrebatada, ante un auténtico amor fou que vuelve loco a quien lo sufre, y de ahí los extremos a que llegan los amantes y las pasiones extraordinarias que viven ambos, sobre todo el poeta, la voz cantante, podríamos chistosear, de tal proceso de amores. Las elegías están llenas de afortunadas expresiones de la pasión amorosa que no nos sonarán extrañas ni rebuscadas, porque, a su manera, algunas se han fijado en esquemas narrativos propios de la poesía popular, como no ignoraban los autores de Tatuaje, Valerio, León y Quiroga: Y no dejaré de preguntar con insistencia a los marineros: /“Decidme, ¿en qué puerto está retenida mi amada?”, /Y añadiré: “Aunque esté en la orilla de Atracia,/y aunque en las de Iliria, ella ha de ser mía, o en expresiones de tipo coloquial que incluso han servido como título de película:   ¿Qué he hecho para merecer esto? A lo largo de las elegías va a ir emergiendo una visión del amor y, sobre todo, de la mujer, que contribuirá a fijar, por una parte, el ideal del amor único, apasionado, devoto hasta la esclavitud (Te juro por los huesos de mi madre y de mi padre/(si miento, ¡caigan, ay, sobre mí las pesadas cenizas de ambos!)/que yo seré tuyo, vida mía, hasta las últimas tinieblas:/La misma felicidad, el mismo día nos arrebatará a los dos./Y aunque ni tu renombre ni tu belleza me retuvieran,/Podría retenerme la dulce esclavitud a tu persona), y, por otra, el de la mujer como un ser cruel y de insatisfecha lascivia, siempre dispuesta a preferir el interés al amor, y fuertemente caprichosa: Pero a vosotras os es fácil urdir mentiras y engaños:/Esto es lo único que la mujer siempre ha aprendido.. Ninguna descendencia más directa de las elegías de Propercio que la novela sentimental del XV, las famosas narraciones Siervo libre de amor y Cárcel de amor, de Juan Rodríguez del Padrón y de Diego de San Pedro, esta última, por cierto, el primer best-seller europeo del que se tiene noticia. La esclavitud voluntaria de Propercio no está muy lejos, al menos en la expresión, de lo que Unamuno sentía por Concha, su mujer: Tú eres mi única casa, tú, Cintia, mis únicos padres,/tú, cada instante de mis alegrías. Ni siquiera un tópico de las relaciones amorosas como las inscripciones en las cortezas de los árboles falta en este “manual” de amores: Vosotros seréis testigos, si es que un árbol conoce el amo,/ haya y pino, queridos del dios de Arcadia./¡Ah, cuántas veces resuenan mis palabras bajo vuestras sombras/y se graba el nombre de Cintia en las tiernas cortezas! Pero no cabe duda de que el momento culminante de la emoción lectora es advertir en el poema 19 de Propercio,  Amor más allá de la muerte, el origen inequívoco del soneto quevediano: No temo yo ahora, Cintia mía, los tristes Manes/Ni me importa el destino debido a la postrera hoguera,/Pero que acaso mi funeral esté privado de tu amor,/Ese miedo es peor que las exequias mismas./No tan superficialmente entró Cupido en mis ojos/ Como para que mis cenizas estén libres de tu amor olvidado./(…)/ Allí, sea lo que fuere, siempre seré tu espectro:/ Un gran amor atraviesa incluso las riberas del destino./(…)/ Aunque los Hados te reserven una larga vejez./ Queridos sin embargo serán tus huesos a mis lágrimas./ ¡Que esto mismo puedas tú sentir viva sobre mis cenizas!/(…)/ Mientras podamos, gocemos juntos de nuestro amor:/ El amor, dure lo que dure, nunca es demasiado largo. Está claro que la condensación poética de Quevedo supera con mucho la elegía de Propercio, pero el mismo fuego de la emoción lectora consume al lector de ambos.  Constantemente, Propercio nos alecciona sobre las múltiples fases que pueden vivirse en un proceso de amores como el suyo, y los lectores las vamos identificando, dándole unas veces la razón y reconociendo siempre su maestría a la hora de identificar el origen de los males y de los éxtasis, como ocurre en el poema 4 del Libro II, donde sentencia, desde el título, algo que es de dominio común: El amor no tiene cura: Pues, ¿de qué falso adivino no soy yo una presa?/¿qué vieja no revuelve diez veces mis sueños?/Pues en el amor no vemos las causas ni los golpes directos:/ Ciego es el camino por donde, sin embargo, llegan tantos males./Este enfermo no necesita de médicos, no de blando lecho,/A este no le perjudica ningún estado del tiempo o el viento;/ pasea… ¡y de pronto sus amigos están viendo a un cadáver!/ Así es de sorprendente lo que se supone que es el amor. Recordemos que en el poema dedicado a la Infidelidad de Cintia, el poeta, no obstante, se atiene a un principio de realidad que, sin desmentir la pasión extraordinaria, la mienta sujeta a cauces ordinarios, de reacción: No sentirás tú dolor alguno, excepto la primera noche:/Todos los males en el amor, si los superas, son livianos. Con todo, Propercio fija un tipo de relación amorosa en el que, para mal de nuestra época, que ha hecho de las relaciones individuales entre enamorados una cuestión social de planes quinquenales e inversiones, hay una violencia expresa que, para nuestro mal, ya digo, se identifica con la verdadera llama de la pasión, tal y como se expresa en el poema titulado Riñas de amor, que hoy sería no solo visto con recelo, sino seguramente sometido al lecho de Procusto de la corrección política: Dulce me resultó la bronca de ayer a la luz de los candiles,/y las maldiciones sin cuento de tu boca furiosa,/cuando, enloquecido por el vino, empujaste la mesa y contra mi/arrojaste copas repletas con manos furiosas./¡Pero, venga, atrévete a tirarme de los pelos/y a marcar mi cara con tus lindas uñas;/amenázame con quemarme los ojos con el fuego de una antorcha/y desnuda mi pecho rasgándome la túnica!/
Son síntomas evidentes de una pasión sincera:/pues ninguna mujer sufre si no es por un amor profundo./(…)/No es verdadera la fidelidad que no experimente riñas:/¡a mis enemigos toque una amada insensible!/(…)/ En el amor quiero sufrir o sentirte sufrir,/ver mis propias lágrimas o las tuyas./(…)/Detesto los sueños que nunca arrancan suspiros:/quisiera estar siempre pálido cuando ella está airada./ Ya  he dejado escrito que incluso al final de su obra poética y de su vida, porque Propercio murió joven, en la treintena, como muchísimos poetas, como el propio Catulo, como Byron, como Espronceda, como Larra, como Garcilaso, como Jorge Manrique…, aún la presencia de Cintia tiene un poder sobre su obra y sobre él que lo marcan, definitivamente, como uno de los grandes amadores, al estilo de Abelardo o del inmortal, también por ficticio, Romeo. Pero para acabar esta presentación algo apresurada y un si es no es esquemática de la obra de Propercio, quiero transcribir un poema lleno de inspiración y delicadeza, Quejas de la puerta de Cintia, que me ha parecido delicioso, de invención y de elocución. A su manera, el poema sigue uno de los rasgos de la terapia Gestalt a la hora de hacer un análisis de los sueños, el que, acaso, sea el más original de los inventados por Fritz Perls a lo largo de su vida errante en pos del reconocimiento para su terapia y su propia persona, lo que solo le fue dado muy cerca ya de su propia muerte. Perls les pedía a los participantes en las terapias que, a la hora de describir sus sueños, no los “contaran”, sino que los “vivieran”, esto es, que se convirtieran en todos y cada uno de los elementos aparecidos en ellos, que asumieran su identidad con ellos y que hablaran desde su condición de camino, cuchillo, palangana, armario, carretera, esposa, ola, bombilla…, ¡todo, en definitiva, con lo que fuera que se hubiera soñado! Algo así, aunque no relacionado con un sueño, es lo que hace Propercio, adoptar la personalidad de la puerta de Cintia y quejarse, en un discurso entrañable que, a buen seguro, dejará tan buen sabor de boca a los intelectores de este Diario, que ya me imagino a las librerías desbordadas por las peticiones de las elegías de Propercio, ¡ojalá!:

16. Quejas de la puerta de Cintia.
Yo, que antaño fui abierta para grandes triunfos,
Puerta conocida por el pudor de Tarpeya,
Y cuyos umbrales, humedecidos por las lágrimas de los prisioneros
Suplicantes, adornaron con frecuencia carros de oro,
Ahora, herida por las peleas nocturnas de borrachos,
Me quejo de ser a menudo golpeada por manos indignas;
Nunca me faltan vergonzosas guirnaldas que cuelgan sobre mí
Ni ver antorchas tiradas, señales de enamorados excluidos.
Y no puedo alejar de mí las noches infamantes de mi dueña,
Yo, noble ultrajada con poesías obscenas;
Ella tampoco se preocupa de mirar por su buen nombre, pues vive con másdesvergüenza que la que permite el desenfreno de la época.
Entre estas cuitas se me obliga a llorar con graves lamentos,
Muy triste a causa de las largas guardias del enamorado                                                                                                     [suplicante. 
Este nunca consiente que mis jambas descansen,
Entonando versos con melodiosos requiebros:
‘Puerta, más cruel incluso que tu misma dueña,
¿por qué, atrancada, callas con hojas que me son tan esquivas?
¿Por qué, cerrada, no admites nunca mi amor,
sin saber, conmovida, responder a mis súplicas furtivas?
¿Es que no se concederá fin a mi dolor
y dormiré vergonzosamente en tu indiferente umbral?
De mí la media noche de mí, aquí tirado, las estrellas que llenan el
Cielo, y la fría Aurora con el hielo de la mañana de mí se                                                                                                     [compadecen:
Tú eres la única que nunca sientes compasión del sufrimiento 
humano y respondes por tu parte con tus goznes callados.
¡Ojalá mi débil voz, a través del hueco de una rendija
Pueda llegar a herir los oídos de mi amada!
Y, aunque ella aguante más que la roca de Sicilia
Y sea más dura que el hierro de los cálibes,
Sin embargo, no podrá contener el llanto
Y entre sus lágrimas se le escapará sin querer un suspiro.
Ahora duerme reclinada en los brazos afortunados de otro,
Y mis palabras se pierden en el Céfiro de la noche.
Pero tu sola, tú eres, puerta, la causa mayor de mis penas,
Jamás doblegada por mis regalos.
A ti no te he ofendido con ningún insulto salido de mi lengua,
Como los que suele bebida lanar contra lugares ingratos,
Por tolerar que yo, ronco por tan prolongados lamentos,
Pase en vela angustiosas esperas en las esquinas.
‘Por el contrario, en tu honor he elaborado a menudo poesías
Inéditas y estampé besos, apoyándome en tus gradas.
¡Cuántas veces, pérfida, me volví a tus jambas
y ofrendé votos obligados, ocultando mis manos!’
Esto dice el suplicante y lo que bien sabéis los desgraciados
Enamorados, de todo lo cual hace eco el canto de los gallos.
Así yo ahora, por los vicios de mi dueña y los llantos del eterno
Enamorado, me veo condenada a perpetuo desprecio.


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Me alegra oírlo y espero, sobre todo, que disfrutes con Propercio, porque sorprende aun a los intelectores fajados...

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