Epígono ejemplar de la novela cervantina a través de la asimilación inglesa del XVIII.
[Hace un mes y un día que murió John Barth y he querido rendirle humilde homenaje releyendo, treinta y cuatro años después, su magna obra El plantador de tabaco. Descanse él en paz y agitémonos nosotros en animada conversación con sus obras.]
Pues me va a
resultar harto difícil hacerle los honores que merece a una novela concebida
desde el exceso y con un meditado plan que, aprovechando referencias reales,
documentadas, alza una arquitectura narrativa bien podría decirse que a gusto
de muchos lectores de muy variadas inclinaciones: desde la novela de aventuras
a la novela filosófica, y siempre, eso sí, con la referencia constante a la
obra de Cervantes, a quien el autor, sin dudarlo lo más mínimo, atribuye una
cita que, hasta donde se me alcanza, parecve espuria (¿Acaso no nos habla
Cervantes de un poeta español que se mercó una puta por trescientos sonetos que
trataban el tema de Píramo y Tisbe?, dice el poeta cuando se empeña en
pagar con una poesía el paso del río en barca…).
El plantador de tabaco es una
narración que hunde su raíces en la época de la colonización del lado este del
territorio usamericano y en la lucha por la independencia de Gran Bretaña, si
bien la narración propiamente dicha tiene esos hechos como un decorado de las
verdaderas acciones de la novela: la misión del protagonista de devenir el
primer Poeta Laureado de Maryland, autor de la Marylandiada, asumir las riendas
de la plantación familiar y conservar a toda costa su condición virginal, un
poderoso motivo recurrente que atraviesa la novela con muy diferentes efectos,
en función de las mil y una situaciones cambiantes que le son dadas vivir al
ingenuo y cultivado protagonista, quien «El
Paraíso perdido se lo sabía de cabo a rabo; Hudibrás, de arriba abajo».
El planteamiento inicial nos acerca al género de la novela histórica, y, de
hecho, el fundamento de la obra se ha creado a partir de personajes reales, no
inventados, pero el resto forma parte de una de las más felices invenciones que
le haya sido dado leer a este lector voraz y agradecido. Andando la novela,
advertimos, además, las serias reservas del autor frente al género de la novela
«histórica», si nos atenemos al sabio juicio de Henry Burlingame, acaso más
protagonista que el propio Ebenezer Cooke: Lo grave es que incluso los
hechos por sí solos son confusos, más aún si se acepta, como toda persona
inteligente debe aceptar, que se puede actuar mal con buenas intenciones y a la
inversa; y todavía más: si defiendes que el bien y el mal son cuestión de
perspectiva y que varían con el punto de vista, latitud, circunstancia y época.
La historia, para abreviar, es como esos pozos de los que oído hablar en los
desiertos de África: las más variadas bestias pueden beber allí codo con codo,
con igual aprovechamiento.
Hudibrás, de Samuel Butler es una
parodia del Quijote, con trasfondo religioso antipuritano, pero tan inglesa que
le veda la posibilidad de despertar las simpatías de lectores de otras latitudes,
atendiendo al hecho de que, además, es una suerte de ajuste de cuentas con
poetas menores ingleses de aquella época. Es importante la referencia porque
marca no solo la influencia cervantina de la presente obra, sino que sierve de
precedente para la métrica empleada por Ebenezer: el pareado. De hecho, más que
una parodia del Quijote se trata de una antítesis, porque de ningún modo
aparece en Hudibrás la grandeza de Don Quijote. La locura de Hudibrás no
procede del ideal de la caballería, sino de la autosuficiencia de la razón, de
la que el caballero se considera propietario universal o poco menos, aunque sus
desatinos sean parejos de los del licenciado Vidriera cuando este “no toca”. Por
cierto, este Samuel Butler satírico del XVII is not to be confused… con
el otro Samuel Butler, también satírico, del XIX, el autor de dos libros muy
famosos: El destino de la carne, de carácter autobiográfico, y la utopía
Erewhon que es anagrama doble de nowhere y de now here,
donde, entre otras muchas cosas de interés, alerta contra el futuro poder de
las máquinas, ante las que la humanidad se convertirá en la «raza inferior», se
trata de la primera insinuación de los peligros de la ahora tan de moda inteligencia
artificial- Aldous Huxley reconoció la importancia del libro y su influjo en la
creación de su propia utopía: Un mundo feliz.
Ebenezer Cooke,
cerramos la digresión bibliográfica…, es el protagonista de El plantador de
tabaco, si bien el instructor de los gemelos, pues Ebenezer tiene una
hermana gemela, Anna, no tardará en disputarle, por méritos propios esa
condición a Ebenezer. En efecto, Henry Burlingame va poco a poco apropiándose
de la narración con un poder de seducción que este lector casi da por pasajes
perdidos todos aquellos en los que no aparece nuestro intrigante, camaleónico y
ovidiano Burlingame: el hombre de las mil transformaciones, de las más
insólitas personalidades: un repertorio de mutaciones que fija, incluso, su
propia concepción de la vida: ¿No es
la imprecisión de nuestras percepciones, pregunto, lo que nos permite hablar
del Támesis y del Tigris, o incluso de Francia e Inglaterra,
pero sobre todo de mí y de ti como si los objetos a que tales
nombres hacían referencia en el tiempo pasado guardaran alguna relación con los
objetos presentes? A fe mía que al hilo de esto que decimos, ¿cómo sería
posible que habláramos de objetos de no ser porque la imprecisión de
nuestra visión no alcanza a advertir los cambios que en los mismos se operan?
El mundo es en verdad un flujo, como afirmó Heráclito: el universo mismo no es
más que cambio y movimiento. Y supongo que ahora se entiende por qué la
vertiente filosófica de la novela supone uno de sus grandes atractivos.
Reparemos, no obstante, en la transparencia del nombre del personaje:
Burlingame, «juego de burlas», podríamos traducir libérrimamente. Sin embargo,
la concepción lúdica de la existencia la expresa, con inusitado fervor, el
poeta virgen, quien «rueda» por la narración como llevado, ¡y hasta a
trompicones!, por ese Dios Azar al que tanto poder le reconoce: Preguntarle
a alguien qué opina de jugar por dinero es como preguntarle qué opina de la
vida. […] Más aún, ¿no es la vida una apuesta desde el principio hasta
el final? Desde el momento en que somos concebidos es un juego nuestra vida; cada comida que hacemos,
cada paso que damos, cada giro que efectuamos es un desafío que le hacemos a la
muerte; los hombres todos son peleles en manos del azar, salvo el suicida, e
incluso este juega la apuesta de si existe un infierno en el que se consumirá.
Así pues, por fuerza, el que ama la vida ama el juego, porque el juego es una
conquista del Dios Azar. Además, todo jugador es optimista porque jamás se
apuesta si uno cree que va a perder.
A todo ello responde, pues, la portentosa
la invención de la formación del proteico Burlingame, quien vino al mundo como
Moisés, pues es abandonado en un cestillo
en las aguas de un río con una inscripción en el pecho: Henry Burlingame
III. Rescatado por el capitán Salmon y adoptado, se con vierte en grumete y
marinero de la nave, aunque, una vez adiestrado en la lectura y la escritura
por su madre adoptiva, me tropecé […] con un ejemplar del Quijote de
Motteux; me pasé el resto del día con el libro, pues aunque Mamá Salmón me
había enseñado a leer y a escribir, aquella era la primera historia verdadera
que leía. Tanto me cautivaron el gran manchego y su fiel escudero que perdí la
noción del tiempo, y el capitán Salmón me echó una regañina por presentarme
tarde ante el cocinero. Aquel día dejé de ser marino para convertirme en
estudiante. Un libro, en consecuencia, que «marca» un destino vital,
expresión del poder absoluto de la literatura.
De lo dicho se deduce claramente que uno
de los muchos hilos interesantes que se nos ofrecen en la novela es el del
descubrimiento de la identidad de Henry Burlingame. Y el giro narrativo que nos
va a llevar de sorpresa en sorpresa no es otro que el descubrimiento de la
referencia a un tal Burlingame en la historia de John Smith y la princesa india
Pocahontas, que John Barth reescribe para nosotros: técnica del manuscrito
hallado que irá apareciendo en la novela hasta llegar al magnífico capítulo de
la berenjena, sobre el que no me cabe dar explicación ninguna, pero que se
inscribe, por derecho propio, en una vena, la escatológica, cultivada con
esmero por Barth, quien consigue escribir capítulos memorables en los que
ningún pudor veda el desarrollo de acciones que harán enrojecer a los más
pudibundos y celebrarlas a los más procaces. Esa veta escatológica forma parte
de los antecedentes literarios de la obra, porque no hemos de olvidar que el Hudibrás
tiene, además de la influencia cervantina, la de Rabelais
La
referencia al Quijote va más allá de la creación de los personajes, y atiende,
además de a las historias intercaladas que alargan provechosamente para el
lector la disparatada trama de la obra, a recursos estructurales tan
reconocibles en el Quijote como los refranes de Sancho, aquí convertidos en
proverbios populares que festonean la narración, por no hablar de los cambios
de personalidad entre Ebenezer y sus diferentes criados, especialmente Bertrand
Burton —otro sosias de Burlingame—, quien se hace pasar por él ante el pasaje
en el largo y accidentado viaje a Maryland: Esto de ser señor no tiene mucho
misterio, de eso me he dado cuenta; lo puede hacer cualquiera que tenga pronto
el ingenio y los ojos y las orejas abiertas. […] Nadie sabe valorar
mejor que vuestro criado los méritos de la riqueza y del nacimiento —afirmó con
benignidad—, pero que me ahorquen si merced a la una o al otro jamás hombre
alguno fue un ápice más inteligente o virtuoso. Quizá, retomamos el hilo de
los proverbios…, sobrepasen la sesquicentena,
y a veces se encadenan unos con otros como el propio Sancho engarzaba refranes
para desesperación de su amo. Son de este tenor, y siempre insertados en los
diálogos con una vocación aclaratoria que incita, a veces, al juego de
espadachines, por como se ataca y se responde con ellos: Un gallo gordo es
el mismísimo diablo cuando anda entre gallinas. Había cenado antes de que el
sacerdote hubiera bendecido la mesa. Que indica que la joven en cuestión ha
sido desvirgada antes de pasar por la vicaría. Un gran hombre y un gran río
son malos vecinos. El botín de un rey es una bendición dudosa. Los locos
irrumpen donde los sabios no se atreven a pisar. La tormenta puede tomar un
castillo que jamás caería ante un asedio. El hombre que sabe lo que necesita consigue
lo que quiere. La cólera posa su mirada en el pecho de los hombres juiciosos,
mas solo descansa en el seno de los locos. Todos ellos, en conjunto,
adornan los diálogos con una naturalidad y capacidad de persuasión fuera de
toda duda, porque la sabiduría popular los usa como argumentos apodícticos. Las
distancias entre los espíritus cultivados y las candorosas almas que viven
ajenas a esas preocupaciones es enorme ( —No, Eben, me temo que tú no tienes
madera de sabio. Puede que tengas el amor del escolástico por la sabiduría,
pero no tienes ni la paciencia ni la destreza ni tampoco, mucho em temo, ese
cierto olfato para detectar lo que es relevante, ese dominio del mundo que
distingue al pensador del chiflado, le llega a decir Burlingame a Ebenezer) , pero del mismo modo que el conocimiento aspira
a salvar la distancia social entre Burlingame y Ebenezer, la novela está llena
de situaciones en las que esas barreras caen, por fuerza o por necesidad, como
cuando llegan los protagonistas a una isla, tras ser arrojados por los piratas
al mar, y Ebenezer descubre el sinsentido de la estructura social: —Somos
náufragos en una isla dejada de la mano de Dios —dijo—; estamos lejos del mundo
de las pelucas y los tirabuzones. ¿Qué sentido tienen aquí el título de Poeta
Laureado o las etiquetas como amo y criado? Tú eres un hombre, yo otro y
sanseacabó. Ahí entra la novela en una variación de Robinson Crusoe, con su
Viernes incluido, que no acaba con el diálogo entre amo y criado acerca del
poder del saber, del conocimiento y del uso de la razón:
—[…] importa un rábano lo poco o
mucho que se haya vagado por el mundo, o que uno se haya quemado los ojos
delante de los libros, o que se haya afilado los ingenios con inteligentes
compañías; el caso es que cada vez que uno dice sí, siempre le dirá no alguien
que es un poco más simple, y otro tanto hará alguien que es un poco más
brillante, de modo que a las gentes inteligentes les importa menos lo que uno
piensa que por qué lo piensa. Eso es lo que me salva.
—Yo más bien diría que eso es lo que
acabará contigo! El necio puede repetir cual loro los juicios del sabio, que jamás puede esperar ser capaz
de defenderlos.
— Vuestro poeta no ha menester de
complicarse la cabeza dando ninguna explicación: los hombres creen que están en
posesión de la llave maestra que permite el acceso a la alcoba de la Dama de la
Verdad, por lo que se sonríen cuando ven
a los sabios aprestar sus escalas en el patio. Esa Urbanidad y Sensatez
de que habláis son sus peores enemigos; el poeta lo que tiene que hacer es
pellizcarles a las damas en el trasero y tirarles de las barbas a los eruditos.
Podríamos decir que sus modales son su solo argumento, y una sonrisa enigmática
su única refutación.
Pero Ebenezer, poeta y virgen, hace una
encendida defensa de su condición: El poeta posee el ojo del pintor, el oído
del músico, la inteligencia del filósofo, la persuasión del letrado; cual un
dios atisba el alma secreta de las cosas, la esencia que se oculta bajo la
forma de las mismas, sus más recónditos recodos. Cual un dios conoce las
fuentes del bien y del mal: ve la semilla de la santidad en la cabeza de un
asesino, el gusano de la lujuria en el corazón de una monja. Y no han de
extrañarnos las últimas afirmaciones, porque la baqueteada existencia de
Ebenezer desde que se embarca para las colonias hasta que llega y pierde y
recupera su hacienda y se reencuentra con la prostituta Joan Toast, con quien
se acaba casando, como lo había sentenciado cuando la conoció y ella lo
rechazó, aunque en unas condiciones que constituyen algo así como la apología
del desengaño, le han permitido al protagonista adquirir una visión del mundo
que ha tirado por la borda cualquier rasgo de idealismo que pudiera haber
albergado desde que su padre lo instituyó como heredero de los bienes
familiares.
De verdad, es muy difícil intentar resumir
en unas pocas líneas una obra que es algo así como un homenaje a la literatura como
viaje existencial y físico, porque buena parte de ella transcurre en travesías marítimas
y tiene en los barcos un espacio privilegiado, no en vano el autor es un
aficionado a la náutica, como se aprecia en la foto de la portada de su libro
de ensayos. Lo que sí está claro es que esta obra que cierra su trilogía del
escepticismo, una visión muy negativa de la existencia, influida por la lectura
del existencialismo francés. Estamos ante un libro que no solo recoge la novela
inglesa del XVII, sino también buena parte de la mejor literatura
universal. La virtud de Barth en esta
obra magna, a la que cabe considerar un mágico «mamotreto», es haber sabido transitar
con éxito por la novela de aventuras, la novela sentimental, la picaresca, las
intrigas políticas, la gran novela del XIX, la novela filosófica, la novela
histórica…, y todo ello con un sentido del humor y una compasión para con sus
personajes que nos hacen in olvidables muchos de los pasajes de la novela, sea
por su crudeza, por su humor irreverente, por su delicado equilibrio entre lo
escatológico y las pasiones humanas. El plantador de tabaco, eso sí, es una
novela solo apta no solo para los
lectores amantes de los «mamotretos», sino para los lectores lentos y delicados
que paladean los frutos del ingenio y del estilo allá donde súbitamente
aparecen, y a veces donde menos se esperan, como muchas de las reflexiones que
jalonan un viaje tan maravilloso como el de la lectura de este libro inmortal. No me resisto a relacionar la referencia a
Clío que se hace en esta novela y en los Episodfios Nacionales de Galdós.
Mariclío es una maravillosa invención narradora de Galdós, y así nos la
describe en ellos: O’Donnell es el rótulo de uno de los libros más extensos
en que escribió sus apuntes del pasado siglo la esclarecida jamona doña Clío de
Apolo, señora de circunstancias que se pasa la vida escudriñando las ajenas,
para sacar de entre el montón de verdades que no pueden decirse, las poquitas
que resisten el aire libre, y con ellas conjeturas razonables y mentiras de
adobado rostro. Lleva Clío consigo, en un gran puchero, el colorete de la
verosimilitud y con pincel o brocha va dando sus toques allí donde son
necesarios. Pues cuenta esta buena señora… Se trata de esa Clío que, para
Barth, o mejor dicho, para sus personajes, es incapaz de franquear ciertos límites:
Los ojos de Clío son como los de las
serpientes, que nada pueden detectar salvo el movimiento: ella registra la
ascendencia y la caída de las naciones, pero en las cosas inmutables (las
verdades eternas y los problemas ajenos al transcurrir del tiempo)m ella no
repara, y hace bien, pues tiene miedo a penetrar cual cazador furtivo en los
territorios que son dominio de la Filosofía. Quizás la mejor manera de
acabar esta invitación a la lectura de una obra que, a mi modesto entender,
habrá de ir creciendo en la estimación de los lectores futuros hasta acabar
ganando la condición de clásico indiscutible sea recordar el entusiasmo de un
personaje secundario ante uno de los relatos que se multiplican en esta
historia de historias: Un cuento bien urdido es chismorreo de dioses, a
quienes les es dado ver el corazón y la médula de la vida que hay en la tierra;
es la telaraña del mundo; la Urdimbre y Trama… ¡Vive Dios, lo que me gustan las
historias, señores!
Se puede actuar mal con buenas intenciones y a la inversa; el bien y el mal son cuestión de perspectiva y varían con el punto de vista, latitud, circunstancia y época.
ResponderEliminarLos locos irrumpen donde los sabios no se atreven a pisar.
Juan Poz, a través de su conocimiento y mirada, no para uno de descubrir cosas nuevas, entretenidas e importantes...
Respecto al otro citado en su artículo, Samuel Butler, en su utopía-distopía de 1871 "Erewhon", descubro que hace este sorprendente comentario premonitorio: “Las máquinas evolucionan y se reproducen a velocidad prodigiosa. Si no les declaramos la guerra a muerte será demasiado tarde para resistirse a su dominio.” ¿Será demasiado tarde?
Gracias
Aldous Huxley lo reconoce, a Butler, como una de las mayores influencias para escribir "Un mundo feliz". El "Hudibras", por su parte, es un poema bastante divertido, pero es de ese tipo de lecturas para el que se necesita una cierta "vocación", lo reconozco...
EliminarSalto de aquí a comentar que me impresionó que todavía haya alguien que se acuerde de G.K. Chesterton, esa es una buena noticia
ResponderEliminarY escribiendo sobre Samuel Johnson, se convierte en una lectura imprescindible, cierto.
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