En la estela de Timoneda y su Patrañuelo, la Guía… de
Liñán y Verdugo acota el territorio de la escena costumbrista con una excelente
prosa barroca.
Habremos de comenzar por
hacer caso a la crítica especializada y someternos a ciertas evidencias que
aconsejan otorgar la autoría de esta obra a Fray Alonso Remón, quien escogió un
pseudónimo que se aviene a la perfección con el propósito moral, ejemplificador,
de sus historias: Liñán y Verdugo, aliña
sus consejos con unas narraciones ad hoc
y pone en la picota, como es lo propio del verdugo, los vicios de la que él
bautiza como Babilona madrileña. Las
pruebas no son concluyentes, pero todo indica, análisis estilístico incluido, que la autoría pertenece al fray socarrón que
se lo pasó estupendamente hilvanando Avisos
y novelas y escarmientos para el
recién llegado al que alecciona un Don Antonio que, como se suele decir, es
gato viejo y se las sabe todas, que no son otras que las narraciones ejemplares
con que acompaña los avisos que le brinda al joven recién llegado al proceloso
mar de la Corte. Desde casi un siglo antes, el Menosprecio de corte y elogio de aldea, de Antonio de Guevara,
prevenía ya a los lectores de los peligros sin par de la Corte y la brújula de
navegar que habían de llevar quienes se engolfaran en aguas tan peligrosas. Mala
prensa tuvo siempre la Corte y pábulo de mil fábulas fueron las pretensiones de
los medradores y oportunistas que en ella buscaron alivio a sus muchas
necesidades u ocasión propicia para que prosperara su fortuna. Ese es el
fundamento del libro de Remón, autor teatral que compartió cierto renombre con
el mismísimo Lope de Vega, y que recibió elogios del propio Lope -a quien a su
vez él elogia en la Guía-, de
Cervantes y aun de Quevedo. Sería, sin duda, su condición de eclesiástico la
que lo indujera a utilizar el pseudónimo, como tantos religiosos han hecho a lo
largo de nuestra historia literaria. Fue compañero de orden de Tirso de Molina,
aunque, ¡váyase a saber por qué rivalidad o celos o lo que fuese!, no se
conservan noticias de una estrecha relación entre ellos, que ambos se
perdieron, está visto. Destacó como orador sagrado, una actividad que trasladó
a obras doctrinales como La espada
sagrada y arte para nuevos predicadores (1616) o La casa de la razón y el desengaño (1625), dos volúmenes cuyos
títulos me incitan a leerlos, si los encuentro, cuanto antes pueda, una vez que satisfaga una deuda
onerosa que contraje con los votantes de Gorjeolandia y que me lleva a iniciar
mañana, tras mi operación de menisco, la lectura de los Episodios nacionales de Galdós, de todos. Ya me imagino que, por
los títulos, no deben de andar muy lejos de aquellos infolios que satirizaba
Isla en su Fray Gerundio de Campazas,
una larga novela para la que no creo que existan ya lectores, a pesar de sus
virtudes y de su excelente humor. El catedrático Ángel Romera, fija bien la
paternidad de Remón: Como autor dramático
el tema más persistente a través de sus obras es la llegada a la corte de un
extranjero, los peligros que corre, los malos compañeros, y los engaños que le
ocasionan. Encuéntrase en las obras de casi todas las épocas del teatro
remoniano: en el auto El hijo pródigo
(1599), Santa Catalina (1599), el
segundo acto de la obra ¿De cuándo acá nos vino? (1610-1615) [obra escrita, por cierto, en colaboración con Lope de
Vega], aunque un poco alterado, y Las
tres mujeres en una (1609-1610). Tampoco
falta en casi todos los cuentos de la Guía y avisos de forasteros, sirviendo además de tema central y
estructural para todo el libro. Una similitud temática que abona la justa adscripción
de la obra de Liñán a Remón. Por si hicieran falta más pruebas, la primera
noticia sobre esta obra aparece en un libro publicado un año antes por
Remón: Vida ejemplar y muerte del Caballero de Gracia, Madrid, 1619, por
lo que es posible que, aun publicada con posterioridad a la biografía de
Caballero de Gracia, estuviera ya escrita un año antes de su publicación. Con
todo, y dado el carácter ejemplarizante que tiene la obra, dentro de la total
ortodoxia católica de la época, Remón sostiene en la Guía una opinión muy
crítica respecto del teatro: ¿Sabéis lo
que siento de las comedias?, lo que de los coches, que si fueran menos, fueran
menos dañosos. (…) De obscenas a escenas pocas letras hay… La obra consta
de ocho avisos y catorce novelas y escarmientos en los que, en un desarrollo
narrativo se ejemplifica el aviso que se le da al joven don Diego, recién
llegado a la Corte. Resumamos los avisos, pues ellos nos darán una idea de cuál
es la temática de las “novelas”: Aviso I: el
peligro que coge en tomar posada; aviso II: qué amigos elige; aviso tercero: que mire por qué calles pasea; aviso cuarto: que mire en qué manos da y en qué manera de hombres pone la solicitud
de sus negocios; aviso quinto: que
huya el forastero de los entretenimientos vanos; aviso sexto: que el forastero se guarde y huya de otra
manera y suerte de hombres; aviso
séptimo: A donde se le enseña al
forastero, si fuere mozo y quisiera tomar estado en la Corte, cómo se haber en
ella; aviso octavo: cómo ha de
repartir el tiempo y acudir a sus ocupaciones cristianamente. Para lo
último, ya que estamos al lado, cierra Remón su libro con una prolija enumeratio de todos los templos de
Madrid donde el joven recién llegado puede cumplir con la obligación piadosa de
oír misa diariamente. De igual manera, el objetivo del aviso nos permite ver en
todo su esplendor el método compositivo de Remón/Liñán, porque como las buenas
polianteas de la época, la Guía es, por el mismo precio, un compendio de los
mejores aforismos y apotegmas legados por la tradición y que, sin duda, Remón fijó en sus estudios en Salamanca. La
Guía actúa, por lo tanto, una suerte de prontuario ético abastecido por una
tradición de apotegmas y aforismos que corrieron entre los creadores desde la Edad
Media, del mismo modo que los compilaciones de latinismos, como el que usaba Lope,
por ejemplo. Sigamos en el final para advertir el modo como se introducen en la
narración: También quiero avisar -dijo el Maestro- a nuestro forastero, que sea
cortés en las palabras y bien criado en sus acciones, de modesta presencia y de
mirar humilde; no intente sus cosas con soberbia, que es vicio aborrecido en
todas partes y en nadie parece peor que en el negociante y en el pobre.
“Ignorancia sobrada es -dijo Sófocles- venir a rogar y entrar mandando”. (…) [Sin
pasarse de precavido, claro, porque] al
hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio. (…) Y Séneca dijo en sus
Proverbios: “el que ruega con temor enseña a negar al que ruega”. El libro
se abre con un denuesto de los pleitos, muy del estilo de la época: Terribles cosas son pleitos -dijo don
Antonio-: consumen las vidas, gastan las haciendas, desasosiegan los ánimos,
perturban el entendimiento, quitan el sueño, resucitan bandos olvidados y
engendran pasiones no imaginadas, que supera con mucho el estilo
cuatrimembre de la obra de Antonio de Guevara, tan peculiar. Por eso
inmediatamente añade el recuerdo de los dos preceptos de Delfos que, siendo
también de Chilón, tan olvidados andan respecto del famosísimo Conócete a ti mismo, estos son: no codicies la hacienda ajena y Huye los pleitos. La Guía es, a los efectos
de la construcción del carácter, una suerte de libro de “Educación y mundología”,
como el que recuerdo haber leído ya a mis 13 años, ¡el único que leí hasta los
quince, y no completo!, que va desgranando consejos de todo tipo relativos al
comportamiento en la ciudad, a la dieta, al cumplimiento de los deberes
religiosos, al vestido, a la bebida y a la comida en compañía, a la cortesía
debida a tirios y troyanos, etc. Junto a mensajes propios de los aforismos de Hipócrates,
quien dio nombre al género aforístico: El
manjar moderado y la bebida templada conservan la vida con buena salud,
enseguida aparecen los inevitables argumentos de autoridad: Séneca: Más se ja de mirar con quién se come
y bebe, que no lo que se bebe y come. O Inocencio
[Tratado de la vileza y miseria de la condición humana]: ¡Cuántos daños hizo la gula desde que cerró el Paraíso Terrenal! Pero a este intelector le complacen mucho las
noticias costumbristas, aquellas propias de las sociedades de una época determinada,
como la de que en la universidad de Alcalá de Henares bachiller de estómago se llamara a los que no sabían expresar
vocalmente el concepto mental. El carácter de poliantea del libro de Remón
lo convierte en una lectura entretenida en la que no solo se queda uno con una
imagen muy fidedigna de la España del XVII, sino que, por el mismo precio, va
acumulando esos saberes inútiles que tanto ayudan a mejorar la cultura general
que resulta imprescindible para ser tenido por una persona de amena conversación,
uno de los requisitos del caballero o la dama discretos e ingeniosos. Noticias
al estilo de la muy famosa referencia a la frase quevediana: la necesidad tiene
cara de hereje, una deformación espontánea o deliberada del latinismo jurídico necessitas caret lege, que en realidad
quiere decir “la necesidad carece de ley”. Recurre incluso a la cita espúria si
ello le permite cerrar brillantemente una anécdota o una escena: No faltó quien atribuyese al Rey don Alonso
el Sabio aquel parecer y sentencia, de que las cosas no se habían de labrar
fijas sino sobre un timón o quicio, como los navíos, para que si saliese malo
un vecino se pudiesen mudas las puertas y ventanas a mejor aire, y a mejor
vecindad, ¡de tantísima actualidad en estos tiempos okupados! Y no puede
faltar, dada la época, una referencia a las obras de saberes oscuros, a esos
sucesos naturales sin explicación científica que acaban cayendo en el
oscurantismo de la superstición: A propósito de un dicho común: Podríamos decir de estas calles al revés, lo
que de la albahaca, que ella cuanto más pisada huele más bien y ellas más mal.
No tarde un contertulio en introducir ese mundo de lo extraordinario, a medio
camino entre la teratología y lo fabuloso: De
la albahaca he oído decir (y aun pienso que lo he leído) una cosa notable, que
el olerla a menudo hace tanto daño al cerebro, que muchas veces ha causado
espantosas enfermedades. Como que a un aficionado a olerla mucho, le
creciera en el cerebro un sapo, por ejemplo. Referencia que leyó en Jerónimo
Cardano, en su libro De Varietate rerum.
Teniendo en cuenta la condición de
religioso del autor, nadie espere una posición exesivamente liberal sobre la
mujer, porque, al respecto, Remón se ciñe a una misoginia de larga tradición en
las letras españolas; con todo, no es menos cierto que destellos hay, de ese
liberalismo, que contrarrestan algunas afirmaciones respecto de la mujer que
pueden y deben considerar, por más que sean hijas de su época, injuriosas: Así,
del mismo modo que describe a las criadas -mal sempiterno de las casas, por
quienes entra el mal a robar la virtud de sus habitantes-: Las criadas eran estas gitanas españolas maestras de la jerigonza, que
les habían enseñado sus dueños y, debajo de su retórico fregonil, a lo mesurado
y zonzo, se atrevieran a vender a Ulises en buen mercado, juzga un atraso
penoso el analfabetismo femenino: Este no saber leer las mujeres, que quiera que
digan maldicientes, es grande falta o que siga instaurada la cruel ley del
casamiento forzoso en el que…, pero Remón lo dice mejor: En este al mundo que alcanzamos, no se casan las doncellas por
hermosas, sino por bien hacendadas, y ya primero se preguntan la dote que por
la calidad y virtud. Desde la casa que ha de tomar, hasta las personas con que
ha de tratar o las mozas susceptibles de serles propuesto matrimonio y las
prevenciones con que ha de entablar contacto con los demás, la Guía puede
entenderse también como un estandarte del Desengaño contra los crédulos que, de
siempre, han invadido la ciudad confundiéndola con el Reino de Jauja. En ese
camino, como ya hemos indicado, los argumento de autoridad de los filósofos
grecolatinas y aun de los Padres de la Iglesia van a levantar un edificio de
consejos que conviene tomar al pie de la letra. Dejo para el final la
transcripción de una breve descripción llena de sabor barroco de un mozo entre
estudiantón y valentón y su osada amiga. Me ciño ahora a esas lecciones
intemporales para el ser humano que se prodigan en la Guía sin que en ningún
momento el intelector se considere abrumado o sentado en el escaño de un aula
magna, porque Remón no solo las introduce en el momento adecuado y ceñidas a la
narración que ilustre el aviso pertinente, sino que, aunque así no fuera, el interés
objetivo de las mismas hace imposible que el lector recibiera las hipotéticas
digresiones como un estorbo. Pongamos por caso el “tiempo”: Es el tiempo una joya preciosísima, es el
caudal que nos dieron para que nos supiésemos aprovechar de la ganancia de él;
y es cosa muy lastimosa y digna de llorar en lo poco que estimamos su pérdida,
con qué facilidad le gastamos vana y viciosamente y le dejamos pasar, como si
el tiempo pasado y perdido una vez, estuviese en nuestra mano el volverle a
nuestro poder para emplearlo mejor. Establecida la tesis general, pasamos a
los argumentos de autoridad pertinentes y de obligada comparecencia: De todo son avaros los hombres (dijo Séneca
en un tratado que intituló De la brevedad de la vida); el oro dan de mala gana,
las joyas, las pensiones y otras cosas de menor estimación; y llegado a tratar
del empleo del tiempo, con facilidad y con prodigalidad grande lo dan a quien
lo quiere de balde, al juego, a la chacota, a la murmuración y a otros vanos
entretenimientos, y aun viciosos y culpables, que es lo peor. Y de ahí sale
una convicción tan profunda, que por fuera ha de repetirla en la conclusión del
libro, como no podía ser de otra manera: Me parece que habremos cumplido si le
enseñaos a repartir el tiempo, que es un arte y facultad de tanta importancia,
que dijo Anaxágoras, que quisiera más saber repartir el tiempo de su vida, que
saber toda la filosofía natural perfectamente. Y Simonedes, según refiere
Estobeo, en el sermón 95, dijo que todo el tiempo de la vida era corto para
saber acomodar el tiempo a la vida, de manera que fuese fructuoso para la vida
el tiempo. ¿Qué diremos de los juicios que, en vez de al tiempo, se le
dedican a la persona? Esos seres de los que lo más halagüeño que se pregunta
es: ¿Hay, por ventura, cosa más difícil
de conocer que el corazón de un hombre? La respuesta la busca nada menos
que en Jeremías, un viejo conocido de los lletraferits…:
Malo es el corazón del hombre, y
dificultoso de vadear el fondo y profundidad del mar de los secretos que en él
se encuentran. La Guía, por lo tanto, se ofrece como un libro “defensivo”
que permita instalarse en la Corte sin sufrir sus asechanzas ni sus daños,
porque, como recuerda con Plauto: de los
muchos hombres que parecen a propósito para ser amigos de un hombre, pocos
suelen salir buenos y ciertos y con Hesíodo: Los amigos no han de ser muchos ni pocos, de la que deduce con
discreción y advertencia que es muy de
nuestra condición humana mirar lo que es en nuestro favor con anteojos, que de
hormigas hacen gigantes, y si es en disfavor nuestro, al revés. Recordemos
que, desde el comienzo de la obra, quedó fijada la tesis de partida: No os puedo negar que deja de haber
apariencias engañosas, y más en los miserables tiempos que ahora corren, a
donde la ruin costumbre y mal uso ha
querido hacer al suyo algunas virtudes aparentes, y algunas bondades fingidas;
virtudes enmascaradas y santidades trasnochadas, con los primeros crespúsculos
de la mañana, aun antes de llegar la luz del día, a un volver de ojos se
deshacen esas mentiras, como las nieblas con los rayos del sol. A la Guía, en consecuencia, bien le cuadraría
el subtítulo de su libro de sermones, La
casa de la razón y los desengaños, pues no tiene otra finalidad. A lo largo
de la obra, en la que, como en las polianteas, cabe de todo, ya lo he
mencionado, no puede no tener cabida la preceptiva burla del culteranismo: Era menester un perro perdiguero, para que
sacara por el olfato el principio de la oración…. e incluso una pequeña parodia estilística del
mismo: Los veinte que me pidió reales no
tengo, si bien mi deseo con vuesa merced grande de servirle, los posibles pasa
límites de gratisfacerle, la más que conocido ha mostrado voluntad en todas las
ocasiones de me honrar y favorecer con sus extremadas en todo visitas, sutil,
que es ingeniosa conversación, en que mejore y aumente el que puede, que es
Dios, y pudo dársela. El que le guarde, Dios, amén. Si bien luego el autor
acaba usando algún latinismo crudo, fuera de ese contexto paródico, hasta las fundulas que eran las calles sin
salida. Fundulus es un latinismo
crudo, diminutivo de fundus, que da en catalán Fondalada, “trozo de terreno entre otros más elevados , pero nada
en castellano, quien sí tiene, de fundus,
“hondonada”. Dentro de ese batiburrillo
de anécdotas, noticias curiosas y juicios singulares, a muchos les llamará la
atención este juicio de Remón sobre nuestras tradiciones: España, tan indomable en observar sus antigüedades, como se ve en el
correr toros, una cosa, que (como dijo el otro caballero) cuando no hubiera
otros inconvenientes en correrlos, no se habían de permitir, siquiera por no
enseñar a huir a los hombres, de que se había de correr la Nación española tan
poco enseñada a criar hijos que volviesen las espaldas a enemigos, cuanto y más
a una bestia, compatible, sin embargo, con una delicadeza romántica como la
de considerar que la fineza del amor
consiste, no en esperar a que se pida lo
que se apetece, sino en adivinar lo que se desea y madrugar a darlo antes que
se imagine lo que se quiere pedir. Un estilo “elevado”, podríamos decir,
que contrasta con narraciones como la de la relación prematrimonial de dos
personas ya entradas en años que someten su convivencia a prueba a lo largo de
un tiempo prudencial para saber si deben casarse o no. La narración es de las
más divertidas del volumen, porque uno y otro, haciéndose eco del proverbio “cada
maestrillo su librillo”, sacan sus libros respectivos para leer cada uno de
ellos en sus Fueros particulares el récipe que el otro ha de oír hasta que le
toque a él devolverlo, al estilo de lo que ahora se lee:
-También tengo yo libros -dijo Casquillas.
Y sacándole leyó así: La mujer casada ociosa, o dará en liviana o en
golosa, y la andariega y galana en perdida o vana. Lo que habéis de hacer es
trabajar, que yo también trabajaré.
-Vos sois el que tiene la obligación; por eso se llama el matrimonio
carga, porque la carga de uno solo es llevada.
-Antiguamente las cargas del matrimonio se llamaban carga, y ahora,
como han crecido tanto, se llaman carretada, y a la carretada dos son a
llevarla.
Se aprecia, espero, ese
fino costumbrismo que, andando el tiempo, acabará pasando de los entremeses a
los sainetes, una vena del humor teatral español que tuve la oportunidad de
recordar hace unas semanas en la crítica de El
Clamor, de Muñoz Seca y Azorín. Bien, como siempre peco de prolijo, y ya
veo que me cuesta enmendarse, dejo aquí la presentación de esta obrita con un
texto lleno de gracia, picaresca y dominio estilístico que es posible sea bastante
a convocar a los intelectores a la lectura completa de estas obras de nuestra
tradición que conviene ir rescatando como lo que son, lecturas populares,
entretenidas y divertidas. Antes de dejarles con el texto, dos palabras sobre
la edición, preciosa, del texto en la colección longitudinal El Parnasillo, de Simancas Ediciones, de
Dueñas (Palencia) Tienen un fondo excelente, y de aquí a no sé cuándo volveré a
este Diario con Enrique de Villena y con las Epístolas familiares de Guevara, y
espero que con alguna que otra más. Lo lamentable es que la editorial esté en
liquidación concursal, lo cual es ejemplo doloroso del destino de ciertas
iniciativas auténticamente culturales en nuestro país. De momento, me atengo al
compromiso de los Episodios Nacionales. Y, sin mas dilación, he aquí ese texto
que sirve como botón de muestra de las riquezas estilísticas que cualquier intelector
disfrutará en esta obra de Antonio Liñán y Verdugo, pseudónimo de Alonso Remón:
[Novela y escarmiento séptimo] Enviudó en Sevilla una mozuela criolla, que
había venido casada de los reinos del Perú con un soldado, y como moza y libre
y no de demasiadas buenas inclinaciones, apenas acabó el luto cuando dio en el
lodo, arrimándose a un gentilhombre mancebo, de buen talle, entre estudiante y
valiente, de los que comienzan en Sevilla a ganar nombre de hombres de bien.
Habíase ya acuchillado una o dos veces, y aunque no mató ni hirió, no huyó, que
son principios de la jerigonza valentónica: con todo eso, aunque por los padres
o padrastros de la facultad matante fue aprobado y se gastaron en el día de su
examen espadachil algunos tragos, roscas y ostiones crudos y e le dio la borla,
con todo eso no se inclinaba tanto Aguado (que este era su nombre) a esto de lo
valiente, cuanto a lo de ingenio y agudeza, y así luego fue descubriendo más
inclinaciones a sastre que a herrero, quiero decir que cortaba sin seda y paño
lo que era bueno, y trazaba mejor un embuste y embeleco, que Juanelo una casa o
castillo. Era entre galán y lindo, calzaba puntos menos, cubría con el cabello
las orejas a lo inglés, hablaba en falsete, gastaba goma para los bigotes y
alzacuellos para el colodrillo; al fin, para decirlo de una vez, ya que no era
ninfa, tenía mucho de ninfo: picole a la criolla este tapador de espejo
flamenco; son etas mujeres de allá, entre pardillas y españolas, viciosas y
vivas: encontráronse Sancho con su rocín, andaban a hazme la barba y harete el
copete: despolvoreoles la flor no sé qué alguacil del alcalde de la justicia y
ciertas primerizas estafas que se les probaron que habían hecho, ella a lo
mulato y él a lo socarrón, con que salieron desterrados a letra vista, y a no
haber buenos terceros y buen por qué, se vieran en mayores peligros,
traspasándolos del mar Océano al Mediterráneo, sin ser jugadores de pelota de viento,
a jugar palas de manos: tomaron por buen partido el destierro, y recogiendo no
sé qué dinerillos, que no eran pocos, y un ajuar de más ruido que sustancia
dieron consigo en Córdoba, aunque no había menester Aguado pasar por el potro
para ser padre de caballos voladores.
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