martes, 9 de febrero de 2016

Philip Roth: “Los hechos”, autobiografía con reparos.

                          
Nora Krug
Los hechos: la autobiografía unamuniana de Philip Roth desde la infancia hasta lograr el éxito literario.



Hay cierta semejanza entre Woody Allen y Philip Roth, cuando uno entra en las obras de ambos lo hace como quien entra en casa de un viejo amigo: conocemos sus manías, sus delirios, sus miedos, sus fobias, su credo, sus virtudes…, y es difícil que nos sorprenda, aunque siempre nos sentimos cómodos en su compañía, y a veces hasta reconfortados de que el tiempo no desfigure a las personas hasta el punto de no reonocerlas o de sentirlas distanciadas. Con posterioridad a Los hechos, que fue su primer intento autobiográfico, Philip Roth es autor de otro texto del mismo género sobre la enfermedad y la muerte de su padre: Patrimonio. Una historia verdadera. Prefiero el segundo al primero, pero en Los hechos Roth utiliza un recurso de ficción que nos permite no solo leer el texto autobiográfico sino la autocrítica del mismo y, hasta cierto punto, unas migajas de teoría acerca de la naturaleza y propiedades del genero autobiográfico: Lo único que estoy diciendo es que un libro que se atiene fielmente a los hechos -un destilado de los hechos que renuncia a la furia imaginativa- puede liberar significados que la ficcionalización haya oscurecido, relajado o incluso invertido, y puede remachar unos cuantos clavos emocionales bastante puntiagudos. Roth parte, evidentemente, de la oposición entre la ficción con base autobiográfica, que constituye la mayor parte de su obra, como la nunca suficientemente elogiada El lamento de Portnoy, y la autobiografía centrada en los hechos desnudos de ese ornamento de ficción que los oscurece hasta desrealizarlos. El método seguido por Roth para la composición de esta obra autobiográfica está directamente emparentado con una obra como Niebla, de Unamuno, autor a quien ignoro si Roth leyó, aunque intuyo que no, porque, de haberlo hecho, es imposibe que no se hubiera colado alguna referencia a esa diálogo soberbio entre Augusto Pérez y don Miguel en casa de este último, cuando el atribulado personaje ajusta cuentas con su creador. Roth escoge a Nathan Zuckerman como privilegiado interlocutor y crítico de sus memorias de infancia, juventud y primera madurez. Le envía el manuscrito mediante una carta en la que le expresa cuál es su posición ante el género: En el péndulo de la autoexposición, que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría que yo ocupo una posición intermedia, y le revela el origen del impulso autobiográfico: En la primavera de 1987, en el momento culminante de un periodo de diez años de creatividad, lo que iba a ser una operación quirúrgica de poca importancia se convirtió en una durísima y prolongada tortura física, origen a su vez de una depresión que me condujo hasta el borde de la disolución mental y afectiva. (…) Tras la depresión, lo que hacemos es abalanzarnos, llenos de agradecimiento, hacia la vida corriente, y aquella era mi vida en su variante más corriente. (…) Para recaer en mi vida anterior, para recobrar mi vitalidad, para transformarme en mí mismo, me puse a recoger la experiencia sin transformar. De hecho, fue el cansancio de la “furia imaginativa” -que es como Roth caracteriza a la ficción- lo que lo llevó a prescindir de los disfraces y ofrecer una versión desnuda de sus experiencias vitales, y de ahí, por consiguiente, el título escueto y casi programático del libro, Los hechos. El propósito del autor es muy laudable: Si algo refleja este manuscrito, es mi saturación de las máscaras, los disfraces, las distorsiones y las mentiras, pero la crítica que Zuckerman y su mujer hacen del manuscrito pronto nos convence no tanto del grado inequívoco de artificiosidad e incluso de ficción que hay siempre en la autobiografía, sino de la censura y de la cobardía del autor, quien renuncia a adoptar frente a sus “hechos”, la actitud transgresora que sí emplea en la ficción: Parece que te falta valor -el descaro, los redaños- para hacer en una autobiografía algo que en una novela considerarías totalmente esencial. De ahí, así pues, que Zuckerman se reivindique: quien posibilita que te destripes implacablemente, quien te hace de médium en los verdaderos enfrentamientos contigo mismo…, soy yo, convenciéndonos de que es en sus obras de ficción donde podremos hallar la “verdadera” autobiografía del autor. Es significativo que Zuckerman comience dudando del papel de cada cual: Ya ni siquiera estoy seguro de quién de los dos es el hombre de paja. Al principio pensé que era él, en su carta a mí… Ahora parece que soy yo, en mi carta a él. Es irrelevante afirmar que no confío en él cuando la manipulación es el mensaje, lo sé, pero el caso es que no, que no me fío. ¡Y cómo fiarse de ese viejo zorro astuto de Roth, que ha pasado las de Caín y ha escarmentado en mil conflictos, sobre todo amorosos, como el de su primer matrimonio con Margaret Martinson, extrañamente Josie en Los hechos, o el último con la actriz Claire Blomm, cuyas memorias vengativas no lo dejan bien parado, que se diga! De hecho, la acuciante duda metafísica de Zuckerman es, como no podía ser de otra manera, el desconocer la fuente recóndita de donde él y su mujer nacieron: ¿Quiénes somos, nosotros dos, en todo caso? Y ¿por qué? Tu autobiografía no nos cuenta lo que pudo ocurrir en tu vida para que nosotros surgiéramos de ti. Hay un enorme silencio en torno al asunto. Lo que Roth deja manifiestamente claro es la enseñanza que le depararon hechos como el de su primer matrimonio, por más que tropezara por segunda vez en la misma piedra, desdiciéndose: no podía desaprender de la noche a la mañana lo que varios años de batallas legales me habían enseñado, a saber: que nunca, pero nunca nunca, debía ceder al estado ni a su poder judicial la posibilidad de decidir con qué persona debo contraer el compromiso más profundo, ni de qué modo, ni durante cuánto tiempo. Hay algo, en Roth, de don Juan ingenuo que atenúa la acritud evidente con que encaró el drama matrimonial cuya historia se cuenta, como parte fundamental, en esta breve autobiografía en la que el estilo transparente y casi de acta notarial no se altera en ningún momento. Hay poco espacio para el virtuosismo estilístico y una deliberada voluntad documental. Se advierte, con todo, el enorme esfuerzo de contención llevado a cabo por el autor, aunque aquí y allá salten, de vez en cuando, algunas chispas de su cáustico humor. Por lo que se pregunta Zuckerman, tras leer el manuscrito es por la preeminencia de los hechos frente a la ficción, lo que equivale a interrogarse sobre sí mismo, claro está: ¿Por qué será que cuando hablan de los hechos se sienten en terreno más seguro que cuando hablan de la ficción? La verdad es que los hechos son mucha más reacios y difíciles de manejar e inconcluyentes, y verdaderamente pueden reducir a cero la propia modalidad de búsqueda que la imaginación abre. No es el caso de Los hechos, sin duda, porque es evidente el conocimiento que se adquiere de la vida de Philip Roth tras la lectura del libro, pero no es menos cierto que la lectura nos deja un poso de insatisfacción -ese “querer saber más y más” a que empuja la curiosidad por las vidas ajenas- que tiene todo que ver con la selección de la realidad efectuada por el autor:  Este manuscrito -escribe Zuckerman- opta claramente por la versión chico simpático. En una autobiografía no parece haber más elección que la de privilegiar dicha vertiente, quizá porque el género te señala que, seguramente, es más prudente suprimir la libre exploración de casi todos los demás aspectos que integran una personalidad humana. Es muy estimulante esta esquizofrenia autor-personaje mediante la que Roth reflexiona sobre el hecho autobiográfico y sus evidentes trampas y limitaciones. Zuckerman nos dice que conviene no ser ingenuos, aun a pesar de que el autor se reconoce como tal: también eso puede afirmarse de nosotros, sin mentir: somos muy ingenuos, incluso los más listos, y no solo de jóvenes, a la hora de medir exactamente el alcance de las revelaciones hechas por el autor y su actitud ante ellas, porque a lo largo de Los hechos tiene el lector la impresión de que solo tangencialmente tienen que ver esos hechos con la vida del autor, como si no le hubieran afectado, porque apenas hay descripciones convincentes de sus reacciones, más allá del acta escrupulosa de las respuestas sociales de rigor. O, como dice Zuckerman, no puedes o no quieres hablar de ti mismo por ti mismo, o sólo lo haces de ese modo tan decoroso. Eso es, sin duda, lo más decepcionante de la autobiografía: el pudor, que es de lo primero que se desembaraza Roth cuando se pone a escribir ficción. Y de ahí, por consiguiente, la convicción legítima del crítico Zuckerman, con la que nos identificamos los demás lectores: mi impresión es que has escrito metamorfosis de ti mismo tantas veces, que ya no tienes ni idea de qué eres o has sido alguna vez. Ahora, no eres más que un texto andante. ¡Que no es poco!, me atrevería a decir: ¡nada menos que un texto andante…! 

2 comentarios:

  1. Interesante tu reseña sobre la autobiografía de Roth planteada de modo dialógico y enfrentada a los hechos sin ficcionalizar. ¿Se dice así? Es tan compleja la vida humana, tiene tantos lados oscuros -inconfesables- que dudo que se pueda expresar una autobiografía realmente ceñida a los hechos sin censura. No puede contarse todo lo que creemos saber, que en definitiva es una forma de seleccionar y enjuiciar ficcionando. Toda construcción es ficción, así que prefiero una autobiografía manipulada conscientemente, literariamente. Pienso, sin embargo, en esas nauseabundas memorias de Neruda y de Alberti, pura manipulación y se me cae el alma a los pies. Una autobiografía debe estar escrita con terrible crueldad, sin ausencia de compasión no hay algo valioso. No sé el grado de dureza consigo mismo que hay en Los hechos, pero tengo la impresión de que no hay demasiada, pero no sé. Me sorprendió la autobiografía de Coetzee por la ausencia de compasión consigo mismo. Una autobiografía complaciente es siempre una impostura. Leí de Philip Roth Pastoral americana y no me gustó nada. Pero no es un autor en que haya entrado demasiado aunque leí El lamento de Portnoy y La mancha humana. No lo entiendo de los míos. Hay algo en él que no me llega.

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  2. Como ejercicio paramemorístico es un libro excelente, porque la reflexión sobre los límites de lo que se ha de decir y cómo en una autobiografía son útiles y entretenidos para cualquiera que decida acometer la práctica del género, y digo "acometer" porque en la propia vida hay que entrar, como decía Valéry, "armado hasta los dientes".

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