La
vena invectiva y la introspectiva: Unamuno en la isla, pero nunca aislado:
Recia la voz en el insulto; serena en la reflexión intima.
En estos tiempos en los que hay políticos que presumen
de convertir, con modos saineteros, una huida de la Justicia en un “exilio”
provocado por la visión disneylándica de la madrastra España que, poco menos
que, tras consentirles cobrar los sueldos más altos de la clase política
española, los ha perseguido con amenazas de encerrarlos en siniestras ergástulas
inhumanas cargados de cadenas, resulta ejemplar acercarse a una obra como De Fuerteventura a París, un *sonetario de Miguel de Unamuno en el que,
soneto viene, soneto va, nos da cuenta el recio opositor bilbaíno a la
Dictadura de Miguel Primo de Rivera, de cómo vivió y sufrió un destierro de la
Península que lo tuvo alejado de sus ocupaciones académicas y de la compañía de
los suyos, ¡de su Concha del alma suya!, durante casi siete meses, hasta que
fue rescatado y llevado a Francia, si bien en esos mismos días de su rescate el
Gobierno dictaba la orden de su liberación. He querido releer este poemario,
porque he tenido la suerte de viajar a Lanzarote y, desde ahí, expresamente, a
Fuerteventura para seguir, aunque fuese solo un día, los pasos de Unamuno en la
una isla en la que el filósofo y, sobre todo el poeta, vivió una aventura
transcrita en ese *sonetario. Creo recordar que el hábito de mis lecturas in situ, donde las obras fueron
escritas, empezó, allá por 1987, en Florencia, con la lectura de la Divina Comedia, y más o menos he seguido
siendo fiel a esa práctica hasta nuestros días. Esta relectura del libro de
Unamuno me ha servido, además, para cotejar mi perspectiva lectora actual -muy
contaminada por la situación política irregular que vivimos en Cataluña- con la
perspectiva lectora de hace 20 años, que es cuando lo leí. Lo que más me ha
llamado la atención es que don Miguel combina la poesía de combate con la
poesía lírica y la reflexiva sin plan ninguno, escribe “a lo que sienta y salga”,
y, así, va enlazando divertidas diatribas contra el Dictador y el Rey, y
sentidísimos sonetos líricos nacidos por el contacto con una realidad, la
insular, en la que despierta a realidades que, hasta entonces, había ignorado. Durante
su estancia en la isla, como no podía ser de otra manera, don Miguel trata de
establecer una rutina de lecturas, de escritura y de conocimiento de la isla,
lo que lo lleva a hacer esas famosas excursiones en camello, de las que hay
fotografías que las recuerdan. No acabo de entender que Puerto Cabras, donde se
instaló en un hotel que hoy está al lado de la Iglesia y del Cabildo insular, haya
cambiado su nombre por Puerto del Rosario. Este, tan anodino, frente al otro, tan
evocativo y representativo incluso de la economía de la isla, pues es en ella
donde se elabora el queso majorero, de reconocida fama, fabricado a partir de
la leche de la cabra majorera, autóctona de Fuerteventura. En el hotel donde se
hospedó Unamuno, este se tomó la libertad de practicar, en la azotea, el
nudismo, algo que, sin duda, choca con su proverbial imagen casi mormónica, a
fuer de seriedad trascendental: Mi Galdós
de hoy es el que aprendí a conocer ahí. ¡Qué mañanas aquellas en que le leía en
la terraza del hotelito, completamente desnudo y tomando el sol! Pocos habrán
leído así una tan grande obra literaria. Así que los héroes -cómicos y
trágicos, de don Benito vienen a mi memoria trabados con el sol desnudo de
Fuerteventura. El autor concibe su obra, desde buen comienzo como un Diario íntimo de confinamiento y destierro,
un género que no es nuevo en él, pues escribió varios a lo largo de su vida, el
último de los cuales se publicó en 1970 y mostró la deriva mística que nunca
estuvo lejos de sus inquietudes espirituales. Recordemos que el poema El Cristo de Veláquez es uno de los
grandes poemas religiosos de nuestra literatura. Lo peculiar de este diario en
verso son las apostillas en prosa que Unamuno añade a la mayoría de los poemas
y en las que manifiesta su mundo particular de preocupaciones, desde la
filología hasta la actualidad más chismosa, chocarrera y vulgar. No se anda con
miramientos don Miguel a la hora ni de hablar de la Caoba, una “madame” y
camello famosa, amiga del dictador Primo de Rivera, ni de especificar la raíz
etimológica de algunas palabras que incluye en su poemario, como si se viera
forzado a ella por su condición de helenista y etimologista de pro. Recordemos el
aforismo al que adscribe la totalidad de su obra: El hombre avisado hasta improvisando dice cosas de sustancia. Y
aunque hay una improvisación emocional en este *sonetario, no es menos cierto
que es mucha la sustancia con que nos deleita. De la famosa Caoba, versifica:
¿Conque iban a barrerte? Pura coba.
Lo que hacen es ponerte roja y gualda
De rubor y de bilis, que en la espalda
Te están, España, dando la gran soba.
Y si fueses al menos la Caoba
Con su gobierno de bajo la falda…
Y prosifica: Famoso se hizo el caso de la ramera,
vendedora de drogas prohibidas por la ley y conocida por la Caoba, a la que un
juez de Madrid hizo detener para registrar su casa y el Dictador le obligó a
que la soltase y renunciara a procesarla por salir fiador de ella.
Las invectivas contra el Ganso, el Tonto y nada
espabilado Miguelete Primo de Rivera
- Al principio de la dictadura decían algunos de sus
admiradores: ¡Si trabajará, que hace cinco días que no va a casa de zorras!- constituyen una vena jocosa de la invectiva
Unamunesca que sorprenderá a quienes
tengan de él la imagen del hombre atormentado de sus reflexiones existenciales
o el creador de novelas capitales de nuestra historia literaria como Niebla, a la que alude tras haber
escrito estos versos:
Lleva tu espalda reflejado el frente;
Sube la niebla por el río arriba
Y se resuelve encima de la fuente;
La lanzadera en su vaivén se aviva;
Desnacerás un día de repente;
Nunca sabrás dónde el misterio estriba.
En mi novela -o nivola-
Niebla he expuesto ya esta fantasía -¿solo fantasía?-de una historia que va del
porvenir al pasado, de una película que invierte su marcha ordinaria, constata Unamuno, sabedor de que ni
siquiera en medio del ajetreo político al que le lleva su conciencia cívica es
capaz de orillar intuiciones trascendentales que lo asaltan como quien las
respira.
La conciencia crítica, autocrítica, del autor no se
reblandece ni en el caso de escribir lo que algunos críticos han llamado “poemas
de circunstancias”, esto es, circunscritos a episodios biográficos, lo que
pareciera indicar que les resta calidad literaria: Alguna vez un buen verso salva a un soneto malo y aunque se haya dicho
aquello de bonum ex integra causa, malum ex qualunque defectu, “bueno por lo
entero, malo por cualquier falta”, creo que hasta lo malo ayuda a comprender y
sentir mejor lo bueno. ¿Y sé yo, además, si a los otros les ha de parecer lo
mío como a mi me parece? No es poca la autoexigencia de Unamuno, aunque sea
consciente de que esa vena clásica de los insultos no es donde medrará lo mejor
que su literatura puede dar de sí, porque es consciente de que hay una
tradición clásica que ha puesto muy alto el listón en ese terreno. Es curioso
el recuerdo de Quevedo como potente creador de “idioma” al que se encomienda
Unamuno (algo en lo que coincide con Borges, para quien Quevedo es “todo el
español”):
Palabras del idioma de Quevedo,
Henchidas de dobleces de sentido,
Cada una de vosotras es un nido
de sutiles conceptos, y el enredo
de la maraña que fraguáis el dedo
del ingenio, con arte recogido,
lo desenreda y salva del olvido
vuestra alma secular. Rendido cedo
de vosotras, palabras palpitantes
de amor a quien os ama, al dulce halago
que endulzó la amargura de Cervantes;
acalladme las voces del estrago,
sed para mí lo que fuisteis antes
y ayudadme a tragar este mal trago.
Fuerteventura es, para el autor, un descubrimiento de
enorme trascendencia, porque alega, biográficamente, que en ella descubrió el
mar, a pesar de haber nacido junto a la ría de Bilbao: Fuerteventura es una isla hoy pobre, muy pobre, que puede enriquecerse si
logra alumbrar agua; pero rica, riquísima en la nobleza de sus habitantes, los
majoreros -que así se llaman-, y en la maravilla de su clima. Mas de ella he de
escribir largamente en otro libro. Y continúa, más adelante su descripción de la isla: Los campesinos majoreros o fuerteventurosos
viven principalmente de gofio, harina de maíz o trigo. (…) Llaman -antiguamente en castellano se decía
conducho- a lo que acompaña a ese fundamental manjar: pescado seco, higos
secos, queso, etc., para hacerlo pasar. La aulaga es un esqueleto de planta; la
camella es casi esquelética y Fuerteventura es casi un esqueleto de isla.
Pero es el mar, al que interroga, ante el que se abisma, en el que se recrea y
se enamora, un personaje fundamental de este conjunto de sonetos, del mismo
modo que fue personaje de aquella revolución poética que significo el Diario de poeta y mar de Juan Ramón
Jiménez, de naturaleza acaso no tan lejana del presente volumen:
¿Qué dices, mar, con tu susurro?
¡Dime!
¿Ríes o lloras? Pasando las cuentas
Del eterno rosario me acrecientas
El ansia de soñar que al pecho oprime.
Es tu oración sin fin canto sublime,
Me traes, trayendo fe, las horas lentas
que me trillan el alma y luego avientas
mi grano con tu brisa que redime.
Es tu silencio España escarnecida…
Páramos de mi España, mar de piedra
Que sufre y calla y al callar olvida
Es tu silencio, que aquí, libre, medra
Y me dice: “Conságrame tu vida,
Que el noble nunca ante el poder se
arredra!
Ni la distancia ni la presencia omnipotente de la
vasta extensión marina logra, sin embargo, ocultar a la mirada de Unamuno las
preocupaciones de la tierra española peninsular en la que piensa
constantemente:
Tú, mar que ocultas a mis vivos ojos
La tierra envilecida por la envidia,
En cuyo coso el pordiosero lidia
Para matar el hambre con rebojos
Y disputa al hermano los despojos
Del mezquino botín con sorda insidia,
Tu henchido pecho con su espuma anidia
De esa castiza lepra los rastrojos.
Lo más triste de lo que
ocurrió en España, después del criminal Manifiesto del 13 de setiembre, fue el
ardor de las denuncias secretas. Salió afuera la que Menéndez Pelayo llamó la
“democracia frailuna española”, origen de la Inquisición, y que fue,
fundamentalmente, el régimen de la envidia cainita, de la mala baba, de la baba
emponzoñada de una plebe -no pueblo- a la que no le deja medrar la excelencia
del prójimo o su buena suerte. Lo más del llamado en España tradicionalismo no
es sino cainismo. Anidiar, en la
provincia de Salamanca al menos, significa limpiar, enjalbegar. Es voz también
portuguesa, de adnitidiare, en francés nettoyer, en catalán netejar.
Advirtamos, con estupor, lo que llama la atención de
Unamuno en 1924, a doce años de la Guerra Civil: el cainismo, el clima inmoral
y degradado de las delaciones y las venganzas, un panorama terrible que acabará
marcando nuestra Historia a sangre y fuego de tal manera que incluso llegan los
ecos de aquel aquelarre del odio hasta las nuevas generaciones de mistagogos y
demagogos que no se detienen ante nada, con tal de envenenar a la juventud y
azuzar los peores instintos de la población.
La animadversión contra Alfonso XIII es tan explícita
que no hay duda de que la obra de don Miguel debió de contribuir lo suyo -junto
al desempeño de las actividades propias e impropias de su cargo por parte del
Rey-, al desprestigio absoluto del monarca:
Ahí tienes a Rubán, que es una vaca
De leche de oro o una gallina clueca.
Mas toma en cuenta que la suerte es
loca,
Que no hay ya quien en Flandes ponga
pica,
Ni te son nada los de casa y boca.
Rubán fue -explica Unamuno, con afán de editor
crítico de su propia obra, para facilitar las referencias a lectores futuros-, como es sabido, el caballo de carrera
propiedad de Don Alfonso que ganó un primer premio corriendo en España. De
casa y boca se llama a los palatinos a
quienes sostiene el rey, pordioseros con títulos de nobleza.
En la medida en que es un diario íntimo, advertimos en
la sucesión de los sonetos los estados de ánimo y las preocupaciones inmediatas
del autor, que muy a menudo coinciden, ¡y cómo no!, con vertientes propias de
sus inclinaciones reflexivas o literarias:
Al frisar los sesenta mi otro sino,
El que dejé al dejar mi natal villa,
Brota del fondo del ensueño y brilla
Un nuevo porvenir en mi camino.
Vuelve el que pudo ser y que el destino
Sofocó en una cátedra en Castilla,
Me llega por la mar hasta esta orilla
Trayendo nueva rueca y nuevo lino.
Hacerme, al fin, el que soñé, poeta.
Vivir mi ensueño del caudillo fuerte
Que el fugitivo azar prende y sujeta;
Volver las tornas, dominar la suerte
Y en la vida de obrar, por fuera
inquieta,
Derretir el espanto de la muerte.
Siempre me ha
preocupado el problema de lo que llamaría mis yos exfuturos, los que pude haber
sido y dejé de ser, las posibilidades que he ido dejando en el camino de mi
vida. Sobre ello he de escribir un ensayo, acaso un libro, Es el fondo del
problema del libre albedrío.
No pretendo aguarle la lectura del libro a nadie, de
ahí que concluya con dos poemas que, a mi entender, permiten comprobar que el
Diario va mucho más allá de la poesía de circunstancias y que su calidad está a
la altura de otras obras no sujetas a los vaivenes de la vida política activista
del catedrático salmantino, el “forjador” del quijotismo: llevando tu bautismo/De burlas de pasión a gente extraña/Forjaré
universal el quijotismo.
El propio Unamuno nos introduce la circunstancia de
este poema extraordinario:
Esto escribí después de
varios días de acudir en vano, por la noche, de diez y media a doce, a la
costa, a ver si llegaba señal del barco francés que había de sacarme del
confinamiento. La historia de aquella larga y emocionante espera, que duró más
de dos meses, he de contarla algún día.
Ya sé lo que es el porvenir: la espera
Tupida de ansias, devorar las horas
Sin paladearlas, confundir auroras
Con ocasos, sentir la senda huera.
Matar el tiempo de cualquier manera
Forzando al sueño con abrumadoras
Pesadillas de hiel y en las sonoras
Oraciones oír rumor de quera.
Siempre aguardando la suprema cita,
La de la libertad, santa palabra,
Pero no más; soñar en la garita
Mientras el tedio en nuestro pecho labra
Y cuando al fin el fin se precipita
Se abre del mar de la oquedad el abra.
No se me oculta que la parte cívica del libro, sobre
todo la vertiente crítica de la degradación de nuestra vida política tiene
un atractivo morboso que pueda complacer
al lector llamémosle “politizado”, por la vertiente histórica de las
referencias al Dictador y al Rey y la necesidad del autor de poner en evidencia
la profunda mediocridad de ambos personajes, pero quiero concluir esta
revisitación del libro de don Miguel con
su despedida de Fuerteventura, donde, como siempre recordará, descubrió el mar:
Raíces como tú en el océano
Echó mi alma ya, Fuerteventura,
De la cruel historia la amargura
Me quitó cual si fuese con la mano.
Toqué a su toque el insondable arcano
Que es la fuente de nuestra desventura
Y en sus olas la mágica escritura
Descifré del más alto Soberano.
Un oasis me fuiste, isla bendita;
La civilización es un desierto
Donde la fe con la verdad se irrita;
Cuando llegué a tu roca llegué a puerto
Y esperándome allí a la última cita
Sobre tu mar vi el cielo todo abierto.
Y de ahí navegó hacia la Francia ilustrada donde
completó la segunda pate de su destierro, porque, a pesar de haber sido
amnistiado, Unamuno quiso permanecer en Francia durante un tiempo para poner de
manifiesto la perversa raíz antidemocrática y autoritaria de la Dictadura de
Primo de Rivera, preludio de los tiempos terribles por venir en toda Europa
apenas un decenio después.
Acabemos, sin embargo, con una curiosidad que
sorprenderá a viejos y jóvenes lectores: un soneto a la palmera de marcado tono
ultraísta, lo que nos habla de un poeta próximo a las nuevas corrientes de la
Vanguardia que en aquellos años se abría paso hasta florecer en la más que
cuajada Generación del 27:
Es una antorcha al aire esta palmera,
Verde llama que busca el sol desnudo
Para beberle sangre; en cada nudo
De su tronco cuajó una primavera.
Sin bretes ni eslabones, altanera
Y erguida, pisa el yermo seco y rudo,
Para la miel del cielo es un embudo
La copa de sus venas, sin madera.
No se retuerce ni se quiebra al suelo;
No hay sombra en su follaje, es luz
cuajada
Que en ofrenda de amor se alarga al
cielo,
La sangre de un volcán que enamorada
Del padre Sol se revistió de anhelo
Y se ofrece, columna, a su morada.
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