lunes, 17 de septiembre de 2018

Unamuno en Fuerteventura; Fuerteventura en Unamuno: Diario íntimo de un destierro…







La vena invectiva y la introspectiva: Unamuno en la isla, pero nunca aislado: Recia la voz en el insulto; serena en la reflexión intima.

En estos tiempos en los que hay políticos que presumen de convertir, con modos saineteros, una huida de la Justicia en un “exilio” provocado por la visión disneylándica de la madrastra España que, poco menos que, tras consentirles cobrar los sueldos más altos de la clase política española, los ha perseguido con amenazas de encerrarlos en siniestras ergástulas inhumanas cargados de cadenas, resulta ejemplar acercarse a una obra como De Fuerteventura a París,  un *sonetario de Miguel de Unamuno en el que, soneto viene, soneto va, nos da cuenta el recio opositor bilbaíno a la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, de cómo vivió y sufrió un destierro de la Península que lo tuvo alejado de sus ocupaciones académicas y de la compañía de los suyos, ¡de su Concha del alma suya!, durante casi siete meses, hasta que fue rescatado y llevado a Francia, si bien en esos mismos días de su rescate el Gobierno dictaba la orden de su liberación. He querido releer este poemario, porque he tenido la suerte de viajar a Lanzarote y, desde ahí, expresamente, a Fuerteventura para seguir, aunque fuese solo un día, los pasos de Unamuno en la una isla en la que el filósofo y, sobre todo el poeta, vivió una aventura transcrita en ese *sonetario. Creo recordar que el hábito de mis lecturas in situ, donde las obras fueron escritas, empezó, allá por 1987, en Florencia, con la lectura de la Divina Comedia, y más o menos he seguido siendo fiel a esa práctica hasta nuestros días. Esta relectura del libro de Unamuno me ha servido, además, para cotejar mi perspectiva lectora actual -muy contaminada por la situación política irregular que vivimos en Cataluña- con la perspectiva lectora de hace 20 años, que es cuando lo leí. Lo que más me ha llamado la atención es que don Miguel combina la poesía de combate con la poesía lírica y la reflexiva sin plan ninguno, escribe “a lo que sienta y salga”, y, así, va enlazando divertidas diatribas contra el Dictador y el Rey, y sentidísimos sonetos líricos nacidos por el contacto con una realidad, la insular, en la que despierta a realidades que, hasta entonces, había ignorado. Durante su estancia en la isla, como no podía ser de otra manera, don Miguel trata de establecer una rutina de lecturas, de escritura y de conocimiento de la isla, lo que lo lleva a hacer esas famosas excursiones en camello, de las que hay fotografías que las recuerdan. No acabo de entender que Puerto Cabras, donde se instaló en un hotel que hoy está al lado de la Iglesia y del Cabildo insular, haya cambiado su nombre por Puerto del Rosario. Este, tan anodino, frente al otro, tan evocativo y representativo incluso de la economía de la isla, pues es en ella donde se elabora el queso majorero, de reconocida fama, fabricado a partir de la leche de la cabra majorera, autóctona de Fuerteventura. En el hotel donde se hospedó Unamuno, este se tomó la libertad de practicar, en la azotea, el nudismo, algo que, sin duda, choca con su proverbial imagen casi mormónica, a fuer de seriedad trascendental: Mi Galdós de hoy es el que aprendí a conocer ahí. ¡Qué mañanas aquellas en que le leía en la terraza del hotelito, completamente desnudo y tomando el sol! Pocos habrán leído así una tan grande obra literaria. Así que los héroes -cómicos y trágicos, de don Benito vienen a mi memoria trabados con el sol desnudo de Fuerteventura. El autor concibe su obra, desde buen comienzo como un Diario íntimo de confinamiento y destierro, un género que no es nuevo en él, pues escribió varios a lo largo de su vida, el último de los cuales se publicó en 1970 y mostró la deriva mística que nunca estuvo lejos de sus inquietudes espirituales. Recordemos que el poema El Cristo de Veláquez es uno de los grandes poemas religiosos de nuestra literatura. Lo peculiar de este diario en verso son las apostillas en prosa que Unamuno añade a la mayoría de los poemas y en las que manifiesta su mundo particular de preocupaciones, desde la filología hasta la actualidad más chismosa, chocarrera y vulgar. No se anda con miramientos don Miguel a la hora ni de hablar de la Caoba, una “madame” y camello famosa, amiga del dictador Primo de Rivera, ni de especificar la raíz etimológica de algunas palabras que incluye en su poemario, como si se viera forzado a ella por su condición de helenista y etimologista de pro. Recordemos el aforismo al que adscribe la totalidad de su obra: El hombre avisado hasta improvisando dice cosas de sustancia. Y aunque hay una improvisación emocional en este *sonetario, no es menos cierto que es mucha la sustancia con que nos deleita. De la famosa Caoba, versifica:
¿Conque iban a barrerte? Pura coba.
Lo que hacen es ponerte roja y gualda
De rubor y de bilis, que en la espalda

Te están, España, dando la gran soba.
Y si fueses al menos la Caoba
Con su gobierno de bajo la falda…
Y prosifica:  Famoso se hizo el caso de la ramera, vendedora de drogas prohibidas por la ley y conocida por la Caoba, a la que un juez de Madrid hizo detener para registrar su casa y el Dictador le obligó a que la soltase y renunciara a procesarla por salir fiador de ella.
Las invectivas contra el Ganso, el Tonto y nada espabilado Miguelete Primo de Rivera - Al principio de la dictadura decían algunos de sus admiradores: ¡Si trabajará, que hace cinco días que no va a casa de zorras!- constituyen una vena jocosa de la invectiva  Unamunesca que sorprenderá a quienes tengan de él la imagen del hombre atormentado de sus reflexiones existenciales o el creador de novelas capitales de nuestra historia literaria como Niebla, a la que alude tras haber escrito estos versos:

Lleva tu espalda reflejado el frente;
Sube la niebla por el río arriba
Y se resuelve encima de la fuente;

La lanzadera en su vaivén se aviva;
Desnacerás un día de repente;
Nunca sabrás dónde el misterio estriba.

En mi novela -o nivola- Niebla he expuesto ya esta fantasía -¿solo fantasía?-de una historia que va del porvenir al pasado, de una película que invierte su marcha ordinaria, constata Unamuno, sabedor de que ni siquiera en medio del ajetreo político al que le lleva su conciencia cívica es capaz de orillar intuiciones trascendentales que lo asaltan como quien las respira.
La conciencia crítica, autocrítica, del autor no se reblandece ni en el caso de escribir lo que algunos críticos han llamado “poemas de circunstancias”, esto es, circunscritos a episodios biográficos, lo que pareciera indicar que les resta calidad literaria: Alguna vez un buen verso salva a un soneto malo y aunque se haya dicho aquello de bonum ex integra causa, malum ex qualunque defectu, “bueno por lo entero, malo por cualquier falta”, creo que hasta lo malo ayuda a comprender y sentir mejor lo bueno. ¿Y sé yo, además, si a los otros les ha de parecer lo mío como a mi me parece? No es poca la autoexigencia de Unamuno, aunque sea consciente de que esa vena clásica de los insultos no es donde medrará lo mejor que su literatura puede dar de sí, porque es consciente de que hay una tradición clásica que ha puesto muy alto el listón en ese terreno. Es curioso el recuerdo de Quevedo como potente creador de “idioma” al que se encomienda Unamuno (algo en lo que coincide con Borges, para quien Quevedo es “todo el español”):

Palabras del idioma de Quevedo,
Henchidas de dobleces de sentido,
Cada una de vosotras es un nido
de sutiles conceptos, y el enredo

de la maraña que fraguáis el dedo
del ingenio, con arte recogido,
lo desenreda y salva del olvido
vuestra alma secular. Rendido cedo

de vosotras, palabras palpitantes
de amor a quien os ama, al dulce halago
que endulzó la amargura de Cervantes;

acalladme las voces del estrago,
sed para mí lo que fuisteis antes
y ayudadme a tragar este mal trago.

Fuerteventura es, para el autor, un descubrimiento de enorme trascendencia, porque alega, biográficamente, que en ella descubrió el mar, a pesar de haber nacido junto a la ría de Bilbao: Fuerteventura es una isla hoy pobre, muy pobre, que puede enriquecerse si logra alumbrar agua; pero rica, riquísima en la nobleza de sus habitantes, los majoreros -que así se llaman-, y en la maravilla de su clima. Mas de ella he de escribir largamente en otro libro. Y continúa, más adelante su descripción de la isla: Los campesinos majoreros o fuerteventurosos viven principalmente de gofio, harina de maíz o trigo. (…) Llaman  -antiguamente en castellano se decía conducho- a lo que acompaña a ese fundamental manjar: pescado seco, higos secos, queso, etc., para hacerlo pasar. La aulaga es un esqueleto de planta; la camella es casi esquelética y Fuerteventura es casi un esqueleto de isla. Pero es el mar, al que interroga, ante el que se abisma, en el que se recrea y se enamora, un personaje fundamental de este conjunto de sonetos, del mismo modo que fue personaje de aquella revolución poética que significo el Diario de poeta y mar de Juan Ramón Jiménez, de naturaleza acaso no tan lejana del presente volumen:
¿Qué dices, mar, con tu susurro? ¡Dime!
¿Ríes o lloras? Pasando las cuentas
Del eterno rosario me acrecientas
El ansia de soñar que al pecho oprime.

Es tu oración sin fin canto sublime,
Me traes, trayendo fe, las horas lentas
que me trillan el alma y luego avientas
mi grano con tu brisa que redime.

Es tu silencio España escarnecida…
Páramos de mi España, mar de piedra
Que sufre y calla y al callar olvida

Es tu silencio, que aquí, libre, medra
Y me dice: “Conságrame tu vida,
Que el noble nunca ante el poder se arredra!

Ni la distancia ni la presencia omnipotente de la vasta extensión marina logra, sin embargo, ocultar a la mirada de Unamuno las preocupaciones de la tierra española peninsular en la que piensa constantemente:
Tú, mar que ocultas a mis vivos ojos
La tierra envilecida por la envidia,
En cuyo coso el pordiosero lidia
Para matar el hambre con rebojos

Y disputa al hermano los despojos
Del mezquino botín con sorda insidia,
Tu henchido pecho con su espuma anidia
De esa castiza lepra los rastrojos.

Lo más triste de lo que ocurrió en España, después del criminal Manifiesto del 13 de setiembre, fue el ardor de las denuncias secretas. Salió afuera la que Menéndez Pelayo llamó la “democracia frailuna española”, origen de la Inquisición, y que fue, fundamentalmente, el régimen de la envidia cainita, de la mala baba, de la baba emponzoñada de una plebe -no pueblo- a la que no le deja medrar la excelencia del prójimo o su buena suerte. Lo más del llamado en España tradicionalismo no es sino cainismo.  Anidiar, en la provincia de Salamanca al menos, significa limpiar, enjalbegar. Es voz también portuguesa, de adnitidiare, en francés nettoyer, en catalán netejar.
Advirtamos, con estupor, lo que llama la atención de Unamuno en 1924, a doce años de la Guerra Civil: el cainismo, el clima inmoral y degradado de las delaciones y las venganzas, un panorama terrible que acabará marcando nuestra Historia a sangre y fuego de tal manera que incluso llegan los ecos de aquel aquelarre del odio hasta las nuevas generaciones de mistagogos y demagogos que no se detienen ante nada, con tal de envenenar a la juventud y azuzar los peores instintos de la población.
La animadversión contra Alfonso XIII es tan explícita que no hay duda de que la obra de don Miguel debió de contribuir lo suyo -junto al desempeño de las actividades propias e impropias de su cargo por parte del Rey-, al desprestigio absoluto del monarca:
Ahí tienes a Rubán, que es una vaca
De leche de oro o una gallina clueca.
Mas toma en cuenta que la suerte es loca,
Que no hay ya quien en Flandes ponga pica,
Ni te son nada los de casa y boca.

Rubán fue -explica Unamuno, con afán de editor crítico de su propia obra, para facilitar las referencias a lectores futuros-, como es sabido, el caballo de carrera propiedad de Don Alfonso que ganó un primer premio corriendo en España. De casa y boca se llama a los palatinos a quienes sostiene el rey, pordioseros con títulos de nobleza.
En la medida en que es un diario íntimo, advertimos en la sucesión de los sonetos los estados de ánimo y las preocupaciones inmediatas del autor, que muy a menudo coinciden, ¡y cómo no!, con vertientes propias de sus inclinaciones reflexivas o literarias:
Al frisar los sesenta mi otro sino,
El que dejé al dejar mi natal villa,
Brota del fondo del ensueño y brilla
Un nuevo porvenir en mi camino.

Vuelve el que pudo ser y que el destino
Sofocó en una cátedra en Castilla,
Me llega por la mar hasta esta orilla
Trayendo nueva rueca y nuevo lino.

Hacerme, al fin, el que soñé, poeta.
Vivir mi ensueño del caudillo fuerte
Que el fugitivo azar prende y sujeta;

Volver las tornas, dominar la suerte
Y en la vida de obrar, por fuera inquieta,
Derretir el espanto de la muerte.

Siempre me ha preocupado el problema de lo que llamaría mis yos exfuturos, los que pude haber sido y dejé de ser, las posibilidades que he ido dejando en el camino de mi vida. Sobre ello he de escribir un ensayo, acaso un libro, Es el fondo del problema del libre albedrío.
No pretendo aguarle la lectura del libro a nadie, de ahí que concluya con dos poemas que, a mi entender, permiten comprobar que el Diario va mucho más allá de la poesía de circunstancias y que su calidad está a la altura de otras obras no sujetas a los vaivenes de la vida política activista del catedrático salmantino, el “forjador” del quijotismo: llevando tu bautismo/De burlas de pasión a gente extraña/Forjaré universal el quijotismo.
El propio Unamuno nos introduce la circunstancia de este poema extraordinario:
Esto escribí después de varios días de acudir en vano, por la noche, de diez y media a doce, a la costa, a ver si llegaba señal del barco francés que había de sacarme del confinamiento. La historia de aquella larga y emocionante espera, que duró más de dos meses, he de contarla algún día.
Ya sé lo que es el porvenir: la espera
Tupida de ansias, devorar las horas
Sin paladearlas, confundir auroras
Con ocasos, sentir la senda huera.

Matar el tiempo de cualquier manera
Forzando al sueño con abrumadoras
Pesadillas de hiel y en las sonoras
Oraciones oír rumor de quera.

Siempre aguardando la suprema cita,
La de la libertad, santa palabra,
Pero no más; soñar en la garita

Mientras el tedio en nuestro pecho labra
Y cuando al fin el fin se precipita
Se abre del mar de la oquedad el abra.

No se me oculta que la parte cívica del libro, sobre todo la vertiente crítica de la degradación de nuestra vida política tiene un  atractivo morboso que pueda complacer al lector llamémosle “politizado”, por la vertiente histórica de las referencias al Dictador y al Rey y la necesidad del autor de poner en evidencia la profunda mediocridad de ambos personajes, pero quiero concluir esta revisitación del libro de don Miguel  con su despedida de Fuerteventura, donde, como siempre recordará, descubrió el mar:

Raíces como tú en el océano
Echó mi alma ya, Fuerteventura,
De la cruel historia la amargura
Me quitó cual si fuese con la mano.

Toqué a su toque el insondable arcano
Que es la fuente de nuestra desventura
Y en sus olas la mágica escritura
Descifré del más alto Soberano.

Un oasis me fuiste, isla bendita;
La civilización es un desierto
Donde la fe con la verdad se irrita;

Cuando llegué a tu roca llegué a puerto
Y esperándome allí a la última cita
Sobre tu mar vi el cielo todo abierto.

Y de ahí navegó hacia la Francia ilustrada donde completó la segunda pate de su destierro, porque, a pesar de haber sido amnistiado, Unamuno quiso permanecer en Francia durante un tiempo para poner de manifiesto la perversa raíz antidemocrática y autoritaria de la Dictadura de Primo de Rivera, preludio de los tiempos terribles por venir en toda Europa apenas un decenio después.
Acabemos, sin embargo, con una curiosidad que sorprenderá a viejos y jóvenes lectores: un soneto a la palmera de marcado tono ultraísta, lo que nos habla de un poeta próximo a las nuevas corrientes de la Vanguardia que en aquellos años se abría paso hasta florecer en la más que cuajada Generación del 27:

Es una antorcha al aire esta palmera,
Verde llama que busca el sol desnudo
Para beberle sangre; en cada nudo
De su tronco cuajó una primavera.

Sin bretes ni eslabones, altanera
Y erguida, pisa el yermo seco y rudo,
Para la miel del cielo es un embudo
La copa de sus venas, sin madera.

No se retuerce ni se quiebra al suelo;
No hay sombra en su follaje, es luz cuajada
Que en ofrenda de amor se alarga al cielo,

La sangre de un volcán que enamorada
Del padre Sol se revistió de anhelo

Y se ofrece, columna, a su morada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario