Vueltas y revueltas alrededor de un concepto abstruso: felicidad. De la receta de manual al encaje de bolillos intelectual para dibujar un tópico locus amœnus…
Si el
azar “programa” buena parte de mis lecturas y mis películas, el libro que
traigo hoy a este Diario se lleva la
palma: Du Bonheur, de un autor que me
era tan desconocido, Frédéric Lenoir, como conocido el tema sobre el que
trataba, siquiera fuera de oídas, de leídas y de reflexiones fugaces, porque no
parece sino que la felicidad solo admita una adhesión tan profunda como
incuestionable y, sobre todo, irreflexiva. Sería algo parecido a la vieja máxima
epicúrea: La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la
muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo. Mientras se es feliz,
uno se deja llevar por ese estado beatífico y
en modo alguno siente el menor deseo de indagar en qué consiste la
felicidad que está sintiendo, como si el hecho de dedicarse a ella, a esa
indagación, supusiera una traición a la esquiva felicidad que llevara anejo el
terrible castigo de perderla en el acto. Cuando uno no lo es, feliz, no hay duda de
que lo último que desea el sufrido sujeto en ese estado es dedicarse a
discriminar en qué consiste la felicidad y de qué manera puede alcanzarse
semejante disposición que, en esos momento de infelicidad, parece no querer
otra cosa que burlarse de nuestra carencia.
Meditar
sobre la felicidad exige, pues, no necesariamente ser infeliz, pero sí una
suerte de estado neutro, impasible, muy propio del desapego místico que, a
veces, quien se adentra en ese campo de reflexión, acaba confundiendo con la
propia felicidad, como aconsejan algunas religiones: el olvido de sí mismo, la renuncia
al yo que es fuente de ansiedades, temores, deseos, expectativas, ambiciones y
otros “males” propios de nuestra humanidad.
Frédéric
Lenoir es un filósofo, ensayista e historiador de las religiones, disciplina en
la que habrá tenido por maestro a Mircea Eliade, quiero imaginar, quien es
lectura obligada en ese terreno. Su especialidad, y temo ser infiel a los
verdaderos méritos del autor, es la divulgación, una necesidad de todo tipo de
lectores agradecidos a esfuerzos como el de Lenoir, quien resume para nosotros
a la perfección una aproximación generosa al concepto de felicidad a través de la historia del pensamiento y la religión.
Se trata de un tipo de obras, como la
presente, en la que el autor, al hilo del concepto de la felicidad según lo han
concebido desde los filósofos clásicos hasta los más próximos a nosotros, desde
Platón y Aristóteles hasta Nietzsche, pasando por el ensayista por atonomasia, Montaigne, filósofos precavidos, como
Spinoza y corrientes religiosas como la budista o la hinduista, va desgranando
un rosario de citas de campanillas que jalonan un recorrido magnífico y
generoso en la queste de esa especie
de Santo Grial que es, para la mayoría de los mortales, la felicidad.
La
pequeña historia del azar de esta lectura me lleva a los bancos del aeropuerto
donde esperábamos, ¡con 4 horas de antelación, para desesperación de mis
acompañantes, y aun así salimos con retraso…!, la salida de nuestro vuelo a la
isla mágica de Lanzarote. Mi hija recogió el libro, que había sido abandonado
en el contiguo a los que nosotros ocupábamos y, conociendo mi pasión por los
libros, me lo pasó enseguida para que le echara un vistazo. Así lo hice. Y me
encontré con un libro cuyo contenido objetivo -las citas de autores leídos por
mí a lo largo de mi vida- me animó a leer un poco para ver si estaba ante una
obra digna de ser leída o ante un producto de consumo para lectores en agraz.
Todo lo ignoraba del autor; poco del contenido del libro. De hecho, y aunque
como tal autor solo se usa de él un epígrafe para un capítulo, en este Diario tengo a gala haberle dedicado una
entrada al libro de Alain Mira a lo
lejos, 66 escritos sobre la felicidad.
En mi
vida solo he hecho un curso intensivo de francés de un mes, aunque ese mes, mi
Conjunta y yo, a través de la música y las canciones bien puede decirse que
practicamos, dentro de nuestras posibilidades, una inmersión completa. Mi
condición de filólogo aficionado, el conocimiento del catalán y mi pasión por
la etimología me han ayudado notablemente a leer el libro en su idioma
original, el de la edición de bolsillo que encontramos en la silla del vestíbulo del
aeropuerto. Mientras leía, me daba cuenta de que el lenguaje sencillo con que
estaba escrito el libro apenas me presentaba ninguna dificultad. He de
reconocer que no es el primer libro en francés que he leído, aunque no domine
el idioma, pero en modo alguno es un idioma que nos pueda resultar, en términos
generales, incomprensible a los lectores de las lenguas de origen latino. Así
pues, ante la incredulidad de mi hija, opté por continuar la lectura del ameno
ensayo sobre la felicidad que me proponía Frédéric Lenoir. ¡Qué mejor lectura
de vacaciones! Le puse punto final en el
vuelo de vuelta, que salió a su hora…
La
felicidad es un concepto que da pie a la brillantez del aforismo, como el de
Jacques Prévert: J’ai reconnu le bonheur
au bruit qu’il fait en partant o el narcisista de Goethe : Le bonheur le plus grand est la
personnalité; pero Lenoir ha preferido el orden diacrónico para
llevarnos desde los comienzos, desde Aristóteles, hasta Spinoza, cuya Ética
analiza con poderosa capacidad persuasiva. De hecho, cierra el libro con la confesión de la devoción spinozista de
Einstein: Je crois au Die de Spinoza qui se révèle dans
l’harmonie de tout ce qui existe, mais non en un Dieu qui se préoccuperai du
destin et des actes des humains. A lo largo de este recorrido, el
lector interesado en el tema, será abastecido con los más selectos argumentos
que imaginar pueda, a fin de que, a la hora de enfrentarse a su propia
reflexión sobre la felicidad, no pueda quejarse de no tener los que el caso
requiere. El libro en sí es una reducción, un acotamiento del campo conceptual
para que el lector no se pierda en razonamientos abstrusos que no le ayuden a
forjare su propia idea de la felicidad, de su contenido y de su necesidad.
Desde ese punto de vista, la lectura es muy provechosa y no decepciona. Si
añadiera a continuación todos los aforismos subrayados, seguro que el lector me
lo agradecería bastante más que mi intento de desentrañarle, a grandes rasgos,
el contenido del libro.
Nous
constatons que le bonheur est quelque chose de subtil, complexe, volatil, qui
semble profondément aléatoire. C’est la raison pour laquelle la communauté
scientifique n’emploie presque jamais le mot, escribe Lenoir. El punto de partida,
curiosamente, está muy cerca del punto de llegada, porque la definición de
Aristóteles se acerca mucho a la que propone el propio autor: Le secret d’une vie heureuse ne réside donc
pas dans la poursuite aveugle de tous les plaisirs de l’existence, pas plus que
dans le fait d’y renoncer, mais dans la recherche du maximum de plaisir avec le
maximum de raison. La dialéctica entre el placer y la virtud, entre
el egoísmo de la propia satisfacción y la concepción solidaria de la felicidad
como un bien social, que compartimos con los demás, atraviesa todo el libro de
escuela en escuela, porque en lo tocante a la felicidad, las teorías son tantas
como personas reflexivas pueden enunciarlas. Y, para muestra, lo que significaba para Flaubert: Être bête, égoïste et avoir une bonne santé: voilà les trois conditions
voulues pour être heureux. Mais si la première nous manque, tout est perdu
y, en el lado opuesto, para Alain : Il
est impossible que l’on soit heureux si l’on ne veut pas l’être ; il faut donc
vouloir son bonheur et le faire. La dicotomía entre el deseo y la
razón está presente también a lo largo del libro, de tal modo que, siguiendo la
dirección marcada por Aristóteles en su elogio de la virtud, el autor defina la
felicidad de la siguiente manera: Le
bonheur, c’est la conscience d’un état de satisfaction global et durable dans
une existence signifiante fondée sur la verité. Más allá de la suerte de
abandono de nuestro ser al determinismo de nuestra personalidad, sobre todo, y
de las circunstancias que nos condicionan, según Shopenhauer, Lenoir se opone
parcialmente al gran presimista: Je pense
doncs, comme Schopenhauer, que le bonheur et le malheur sont en nous, et qu’ «
avec le même environnement, chacun vit dans un autre monde ». Mais
je suis convaincu, contrairement à lui, que nous pouvons modifier notre monde
intérieur. Y ahí
aparece lo que podríamos denominar la orgullosa ebriedad del yo agente a cuyo
alcance está “torcer” los caminos de los oscuros determinismos y llevarnos a la
claridad de la felicidad conseguida a través del conocimiento de nosotros
mismos, cumpliendo el imperativo délfico por excelencia. Ello implica no poco
de disciplina, por supuesto, un mucho de la antigua “fuerza de voluntad”-hoy
con tan mala fama- y una capacidad de perseverancia que se opone al escaso
dominio de la atención que padecemos quienes hemos sucumbido a la revolución cibernética
y a las exigencias modernas de la ausencia de exigencia para casi cualquier
cometido. En la línea de lo indicado
por André Comte-Sponville : La sagesse
indique une direction : celle du maximum
de bonheur dans le maximum de lucidité, Lenoir está convencido de que la formation du jugement est indissociable
de la connaissance de soi : un éducateur doit apprendre à l’enfant à se faire
un jugement sur les choses à partir de lui-même, de sa sensibilité, de son
expérience propre. Cela ne signifie pas qu’on doive renoncer à lui transmettre
des valeurs essentielles à la vie en commun, comme la bonne foi, l’honnêteté,
la fidélité, le respect d’autrui, la tolerànce. (…) À une tête « bien pleine », Montaigne préfère « une tête bien faite
», algo que, visto desde Cataluña, por lo menos, está lejos de ser una noble
realidad. Las trampas de la alienación que los niños y jóvenes han de soportar
en según qué realidades escolares catalanas poco menos que los convierten en
aspirantes perpetuos a la consecución de la felicidad inducida, no asumida. El
espíritu crítico es, por lo tanto, un requisito indispensable para aproximarnos,
poco o mucho, a la realización del concepto de felicidad, porque, como parece
del todo evidente, la raison nous permet
de fonder le bonheur sur la vérité, non sur ne ilusion ou sur le mensonge.
El autor está convencido de que lo que nos falta, en nuestros días, es,
curiosamente, “tiempo libre” en el que poder construirnos interiormente. La
hiperactividad que nos aqueja socialmente, nadie tiene tiempo para nada ni para
nadie, constituye un obstáculo fundamental para la búsqueda y el encuentro de
la felicidad: Je suis
frappé de voir que nombre d’enfants souffrent de difficultés d’attention, sont
hyperactifs et nerveux. Or, le plus souvent, ces enfants sont
sollicités sans relâche par des stimulations extérieures : effort e
concentration à l’école, omniprésence chez eux de la télé, de l’ordinateur, des
jeux vidéo interactifs. Il n’y a lus de place ni de temps libre dans leur vie
pour construire leur intériorité. Y contra esa realidad adversa, demencial, no hay más solución, por
supuesto, que buscar una manera de « estar » en el mundo que propicie,
que facilite, que aliente… la aparición de ese estado tan huidizo y difícil de
reconocer y/o de disfrutar, y que a Kant
le parecía, por inexistente, un mero ideal de la imaginación : Notre
esprit donc tout autant besoin de se concentrer, d’être attentif, que de se
détendre et se régénérer par le silence intérieur -fruit, par exemple, de la
méditation-, mais aussi par la rêverie, le vagabondage de l’imagination.
L’inactivité et le silence, l’écoute de la musique, la lecture de poésie, la
contemplation de la nature ou d’œuvres artistiques sont autant d’atouts
précieux pour fortifié notre vie intérieure.
En el
fondo, cuando reflexionamos sobre la felicidad, no hay duda de que se pone en
cuestión la dicotomía individuo/sociedad, presente ya desde el nacimiento de la
filosofía en Grecia. Si l’harmonie politique étant conçue par les
Grecs comme supérieure à l’équilibre individuel, il n’est pas concevable, pour
eux, qu’on puisse être heureux sans participer de manière active au bien de la
cité. Les stoïciens lient la
bonheur du sage à son engagement, à son civisme, no es menos cierto que el
desarrollo de la perspectiva meramente individual, la persona como medida de
todas las cosas, nos ha llevado al narcisismo del individualismo contemporáneo
-como lo recogió Christopher Lasch en su célebre ensayo- que contempla la
felicidad acotada por las fronteras del yo o, en términos de Voltaire: Le
paradise terrestre est oú je suis. La exploración de Lenoir, sin embargo,
teniendo en cuentas las brillantes páginas que dedica al pensamiento de Spinoza
y al budismo, nos acercan a una visión de la felicidad estrechamente ligada a
nuestra vertiente social, de modo que, para él, es difícil concebir que podamos
ser felices si esa felicidad no se extiende a los demás. Con todo, si hay una
pregunta crucial en esta queste de la
felicidad no es otra que la muy socorrida a que nos envía la definición ya psicológica, ya sociológica,
sobre ella: aimons-nous la vie que nous
menons ? Al decir de los estoicos he ahí la verdadera prueba del tres del
reconocimiento de la felicidad, porque, según el más célebre de los aforismos
de Epícteto: N’attend pas que les événements arrivent comme tu le souhaites ;
décide de vouloir ce qui t’arrive et tu seras heureux.
Está
claro que ante tantas voces autorizadas resulta poco discreto teorizar sobre el
asunto, máxime cuando tan sabio refrán no dice que todos contamos de la feria
según nos va en ella. Hay conceptos sobre los que ni merece la pena pararse a
considerar sus límites, rumiar una posible definición o establecer, siquiera,
si existen o no, que hay juicios para todos los gustos, como hemos visto. La
felicidad es uno de ellos. Coincido plenamente con el autor cuando resume en
una sola palabra la filosofía de Montaigne, cuyos Ensayos son mi único libro de
cabecera: Toute la sagesse de Montaigne se résume à une sorte de grand « oui »
sacré à la vie. ¡Brindo por ese SÍ!
Los títulos de libros referentes a la felicidad, los hay a cientos, me han producido por sistema una alergia incontenible. No me interesan para nada. Hay muchas formas de ser feliz e infinidad de ser infeliz o de sentirse infeliz. Y a veces se dan mezcladas. La felicidad de un tiempo puede ser fuente de infelicidad cuando se recuerda, tal como nos expresaba Garcilaso. Tras estadios de profunda infelicidad puede producirse la eclosión de instantes de felicidad inesperada. Y además todo depende de las expectativas que uno tenga. Nuestra civilización actual tiende a ver el mundo y la realidad por sus carencias, por sus problemas, en lugar de ser conscientes de que vivimos en la mejor época de la historia. Esperamos mucho y nos sentimos frustrados, no esperamos nada y nos sorprendemos, quizás, no es algo matemático. Yo suelo viajar mucho, iniciando cada viaje con una gran renuencia y pereza. Viajar es algo que me impongo pese a mi desidia que me llevaría a quedarme en mi realidad cotidiana. Y además en los viajes -en solitario- me encuentro sometido a situaciones que no son satisfactorias y en las que me hallo en estado de infelicidad, así que pierdo toda ilusión por el viaje. Sin embargo, muchas veces surge de modo salvaje algo que termina dando sentido al viaje -no es una ley que se pueda invocar como exacta-, pero que sí que después de haber perdido toda esperanza, surge impetuoso algo especial, inesperado que termina revirtiendo toda la conciencia anterior y uno termina pletórico porque las cosas no son como son -suma de estados fragmentarios de tres segundos cada uno en el fluir de la existencia- no. Cuando evaluamos algo, unas vacaciones, un viaje, una temporada, una experiencia, la vida en sí misma, no tenemos en consideración la suma de los billones de experiencias y estados fragmentarios que hemos vivido -muchos indiferentes, muchos profundamente aburridos o negativos, desdichados, felices, o muy felices-, no. Lo que hacemos instintivamente es hacer un promedio y combinarlo con el final de dicha experiencia. "Bien está lo que bien acaba", como dice la sentencia. Así que a la hora de evaluar si hemos sido más o menos felices, el yo que recuerda, diferente del yo que vive la experiencia en el presente, hace una interpretación basada en un promedio y en el final, y eso nos da dimensión de si hemos sido felices o no, o en que magnitud lo hemos sido. El yo que recuerda es esencial para reconstruir el panorama de estados de una temporada, un viaje, etc. Además lo que te hace feliz a ti, ser el turista perfecto y bienmandado, no es lo que me hace feliz a mí, y lo que me hace feliz a mí tal vez a ti te resulte insoportable.
ResponderEliminarHay una charla en TED muy interesante sobre el tema. Te dejo el link: MEMORIA
Ya digo, Jose, que lo que me llamó la atención fue el repertorio de citas de pensadores que jalonan el discurso de Lenoir, pero, una vez metido en el libro, me pareció muy honesto su discurso y muy "en su punto". De hecho, de quien más cerca se siente Lenoir es de Spinoza, el adalid del deseo y la vida como inmanencia ajena a cualquier concepto de felicidad, y menos si es un estereotipo que mezcla el hedonismo, la satisfacción de los sentidos, al margen de la voluntad racional de entender nuestra presencia en el mundo. Como se dice ahora, la felicidad "está sobrevalorada", y no me cabe duda de que algunos de sus supuestos sucedáneos deparan al sujeto bastante más placer del que les pueda deparar la caprichosa idolesa.
ResponderEliminarNota bene: ¿Se te escapa la ironía de mi concepción turística...?
No, no se me escapa, pero tras leer diversas crónicas de tus salidas y viajes, soy consciente de que tenemos modos distintos de viajar, pero es posible que el hecho de viajar solo, me abra perspectivas alejadas del viaje familiar que condiciona radicalmente. En todo caso, en mi comentario quería expresar que la felicidad o su sentimiento es para mí menos una cuestión filosófica que electroquímica o neurológica. Para entender el sentimiento de felicidad acudo más a la química del cerebro que a Spinoza.
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