jueves, 31 de julio de 2014

oportet Oportet: labarrA libre

 El ínclito/paráclito hijo de Valle-Inclán: 
Dalí versus Picasso, de Fernando Arrabal*

Desde hace un tiempo, después de su salida de Cátedra, Emilio Pascual, quizá el editor español más competente y creativo de nuestro mundo editorial, ha creado, junto con su hijo, un sello editorial que, al margen de la disponibilidad para cualquier proyecto de publicación  que quiera sacar partido de su excepcional experiencia y sabiduría editoriales, ofrece novedades de inmenso interés literario con la morosidad propia de quienes no niegan el ocio (neg-ocio) con su oficio, sino que lo enaltecen hasta convertirlo en el sostén del más acendrado espíritu de perfección y compromiso con lo que debería ser la edición: un arte, el arte de la transmisión literaria, cuyo arranque es siempre la selección del texto que merece ser publicado. 
Hace pocas semanas acaba de ser puesto a la venta un libro sobre el que ignoro si ya se ha publicado alguna crítica que lo salude como se merece: Dalí versus Picasso, del extravagante y eximio escritor mariano y pánico Fernando Arrabal. El libro fue presentado en la librería Lé de Madrid y asistieron a la presentación el autor, Fernando Arrabal, el prologuista Pollux Hernúñez y el editor Emilio Pascual, un trío de maestros que a buen seguro debieron deliciar (sic) a los asistentes hasta reconciliarlos con la Literatura, porque el ingenio, el conocimiento y la agudeza nunca dejan indiferentes al buen degustador, además de que contribuyen a la forja del gusto y el criterio.
Dalí versus Picasso es una obra arrabalera desde la primera provocación hasta la última, cuando se desvela el artificio de la representación y nos percatamos de la tradición sádica en la que se inspira, con esos internos enfermos mentales en un centro de retención de inmigrantes. Aunque el encuentro entre los dos grandes pintores españoles comentando sus dos obras sobre la Guerra Civil española, Construcción blanda con judías hervidas y el Guernica, tiene suficiente atractivo por sí mismo como para atraer la atención indesmayable del lector, Arrabal no ha querido limitarse a una imitación verosímil de esas dos magnéticas personalidades, sino que ha ido más allá para extraer de esos dos personajes una visión desmitificadora que sigue punto por punto la técnica del esperpento valleinclanesco, desde la caricaturización de los personajes, los protagonistas y sus mujeres, Gala y Dora, hasta la irrupción de elementos rituales como el cabrón Barrabal que se orina en las telas de Picasso, mejorándolas. Recordemos que tragedia viene de tragos, macho cabrío en griego, y de ahí el juego genérico subversivo de Arrabal para escenificar las miserias de dos personajes cuya conciencia social distaba mucho de sus apetencias de fortuna y reconocimiento. Ante el lector, Picasso y Dalí aparecen como  un  Piyasso y un Dalirante dispuestos a reconocer el uno ante el otro su verdad íntima, como si tuvieran por interlocutores a dos jueces ante los que se hayan de justificar. La teoría de Arrabal sobre el aprovechamiento que hizo Picasso de una tela en homenaje a la electricidad, a medio componer, para crear su Guernica a raíz de la demanda del gobierno republicano español tiene un enorme poder de convicción; del mismo modo que la interpretación del cuadro de Dalí consigue levantar ante el futuro doble espectador, el de la obra y de los cuadros, la imagen de un Dalí poco menos que hermanado con el destino trágico del sufriente pueblo español que choca frontalmente con el frívolo postsurrealista vendido al dólar, por más que nunca perdiera su calidad pictórica.
Decía que me parecía una obra propia de un “Hijo de Valle-Inclán”, del mismo modo que Arrabal escribió La hija de King-Kong, que en realidad debería haberse llamado “La hija de Cervantes”, porque lo que podríamos llamar la enunciación recuerda más que poderosamente la obra del gallego. De hecho, da la impresión de que la haya escrito con el original de Luces de Bohemia prescribiéndole la dicción:
VOZ DE DORA.– Acaba de llegarte la carta de la Compañía Parisiense de Electricidad…
PICASSO.– ¿La has leído?
VOZ DE DORA.– ¡Hélas!
 Largo silencio
PICASSO.– ¿Qué dicen esos mequetrefes de la compañía?

O más adelante:

DALÍ. – Tiene que comprometerse, como yo lo hago.
PICASSO.– ¿Con la veintena de sus judías diseminadas?
DALÍ.– Con la nueva España.
PICASSO – Que está hoy a sangre y fuego.
DALÍ.– Del tórax deformado por la violencia de todas las inquisiciones –vea mi cuadro– surge la pierna esquelética con un ortejo obeso, mientras que Goya inclina la cabeza cegado por el sol.
PICASSO.– Un millón… *
DALI.– Los campesinos ocuparon  las tierras…
PICASSO.– Qué parné…
DALÍ .– Los mineros ocuparon los pozos.
PICASSO.– Incluso en pesetas oro…
DALÍ.– El frente antifranquista es la esperanza de los jóvenes bárbaros de ayer y de mañana… incluso los que hoy se pudren, indocumentados…
PICASSO.– Madame Paul Éluard…, quiero decir señora doña Gala Dalí, ¿cómo ha conseguido que el embajador de la España republicana…?

*Picasso, mientras Dalí desbarra “a la internacional”, no piensa sino en la recompensa que le ofrece el gobierno de la República por el futuro Guernica para la exposición.

O, finalmente:

PICASSO.– Que yo sepa, los subtítulos solo les van a los noveloncios por entregas.
DALÍ.– Todavía no ha visto que el cuadrilátero vacío en el centro de mi cuadro forma el mapa de España?
PICASSO.–  Pues tenía que poner un cartel en esperanto.
DALÍ .– Describo el gran canibalismo…
PICASSO.– ¿De antropófagos que se atiborran de judías?    
DALÍ.– Del canibalismo que es nuestra historia.
PICASSO.– ¿Hervida también?
DALÍ.– (Sin querer escuchar a PICASSO). La historia de siempre y la circunstancia de hoy en las comisarías y en los centros de retención. Siempre los ofendidos enjaulados por los poderosos.
VOZ DE DORA.– Tienes que ir, Pablito, de esa tentación… de la Guerra civil…., para que tú y yo, sanos y salvos…

        Como se advierte, pues, hay en esa enunciación seca, cortante, lacónica, aguda y de rápida ejecución mucho del esperpento de Valle-Inclán y, por supuesto, no poco de su propia tradición arrabalera… Renuncio a traer a colación el hecho esperpéntico de que el cabrón que se orina y rompe las telas de Picasso, mejorándolas, se llame Zaratustra y que cada vez que oye esta palabra comience a agitarse en  un desafiante baile sin fin. La música nietzscheana (la filosófica) no es la única que resuena en este libro singular aunque menor, aun a riesgo de equivocarme en el diagnóstico, en el contexto de la producción de Arrabal, porque, aun llevando al extremo ciertos rasgos paranoicos o patológicos de sus protagonistas, el retrato que emerge de ambos pintores no se aparta un jeme de lo verosímil e incluso de lo veraz. La intención subversiva del autor se manifiesta en la selección de los nuevos parias del presente: los indocumentados, los retenidos, y, además, enajenados. Desde ese punto de partida, resultan más que divertidos anacronismos como el del ¿Qué hostias-pedrín puedo observar en su cuadro para que mi Hada Electricidad… salido del famoso cómic Roberto Alcázar y Pedrín, o el maravilloso barroquismo verbal exuberante: desde el ortejo, desconocido para la RAE, hasta los “arrauchas” del vascuence o la imaginativa y desgarradora paráfrasis de los cojones: “Los desheredados del arco de triunfo”.

La obra toda es un pot-pourri que responde a su origen etimológico: la tradicional “olla podrida” española, originaria de Burgos, y cuyo sentido primitivo, por el número de ingredientes, era el de “olla de los poderosos”. En la olla de Arrabal aparecen dos pintores de cuyo “poder” visual nadie puede dudar, aunque sea difícil compadecerse de la exhibida delectación en sus respectivas miserias humanas. Sin embargo, en el transcurso de su labor exegética, porque, al cabo, el análisis de los cuadros que se toman como motivo del encuentro es primordial en el desarrollo de la obra, Arrabal levanta una genealogía del drama de España y del individuo contemporáneo que en modo alguno deja indiferente al lector y tampoco le dejará al futuro espectador. Ya imagino una escenografía barroca para esta obra y me vienen a la memoria la carpa de Yerma o los órganos de Divinas palabras, de Víctor García, como recuerdos de plenitudes teatrales. Mientras llega la representación, recurramos al teatro leído y delectémonos en la recreación musical del rico lenguaje arrabalero: una sinfonía llena de líneas melódicas que, sin embargo, se armonizan como los grandes cuartetos de Verdi para esclarecer el verdadero sentido de nuestra menoscabada, depravada y deturpada realidad.
* Republico esta entrada porque la compartieron no sé si en facebook o en qué red y desde entonces, tengo el spam desbocado. Es la misma de entonces, aunque, de por medio se estrenó la representación que por esos dislates no sé si políticos o empresariales no llegó a esta Barcelona cada vez más abandonada, en castellano, por el resto del estado. Pido disculpas. De inmediato continuaré con entradas auténticamente nuevas, si es que todas no son, al cabo, repetición del mismo aburrido narcisismo sin río.

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