miércoles, 29 de octubre de 2025

La oquedad de las palabras.

 


Exploración de la otra caverna…

 

          Lo hemos oído y dicho infinidad de veces: «eso son meras palabras huecas». A veces añadimos «altisonantes», como condición adjunta de lo hueco: retumban con mayor estrépito y, en ocasiones, hasta las calificamos como «estentóreas», en un arranque de *homerismo desconocido para la mayoría de quienes usan el calificativo. De tanto oírlo y decirlo, podríamos inferir que hay ya, en la lengua, un repertorio de palabras huecas perfectamente definido; que los hablantes conocemos, por el uso, la lista de esas voces de las que proclamar su oquedad como rasgo definitorio, como sucede, por ejemplo, con las «palabras malsonantes», el «lenguaje soez», los «tacos» o los «insultos», todas esas voces que viven como pez en el agua en los bajos fondos de la vulgaridad.

          Por lo general, la oquedad de ciertas palabras suele estar en relación con un uso grandilocuente de las mismas, un exceso de importancia o trascendencia que se revela, sin embargo, vacío de significado, lo que, con el latinismo ad hoc, solemos denominar flatus vocis; ello indica, pues, que no se trata de un fenómeno contemporáneo, sino con larga tradición en la cultura occidental, y, si escarbamos a conciencia, estoy seguro de que podríamos llegar incluso hasta los sofistas, como maestros de ese lenguaje pretencioso, artificioso, afectado y hueco.

          El uso de voces cavernarias suele darse en edades tempranas, cuando hay un amplísimo trecho entre el vocabulario de un hablante y su experiencia vital. A mayor número de palabras y menor número de experiencias existenciales, mayor es el vacío de ese lenguaje que pretende sentar cátedra o impresionar a audiencias que lo escuchan con la tolerancia de quien disculpa, por la edad, el desvarío sonoro de los profanadores del más valioso don del lenguaje: la sencillez, la ausencia de afectación. Suele ir asociado, ese uso, a los primeros pinitos como poetas o como oradores con futuro tribunicio, y se pronuncian en un contexto gesticulante que solo sirve para medir el nivel de ridiculez de la *megalolexia propia de las edades tempranas.

          Diríase que la oquedad afecta, sobre todo, a los sustantivos abstractos, y sí, es cierto que voces como Justicia, Dignidad, Destino, Porvenir, Amor, Triunfo, Solidaridad, Nobleza, Entrega, Soledad, Pasión, Belleza, Candidez, Porfía, Esperanza, Nostalgia…—todas ellas preceptivamente *mayusculadas— y unos cuantos cientos más las oímos, en según qué circunstancias, como auténticas palabras huecas, como mero marco de un abismo por donde se ha perdido cualquier atisbo de significado relacionado con el uso enfático que de ellas se hace. Y aquí es donde surge el pasmo de cualquiera que está acostumbrado a oír o leer esas «palabras huecas» cuyos significantes se distorsionan, en el aire o sobre el papel, como si estuvieran hechos de levísimo humo huidizo, y nos dejaran enfrentados al espeso silencio de la insignificancia: ciegos, desasistidos de los peldaños que nos llevan, dese la humildad de los significantes a la plenitud de los significados y, en algunos casos, del arte. Pero ese fenómeno afecta a cualesquiera otras palabras, incluso sustantivos concretos, verbos o adjetivos, y aun hasta me atrevería a decir que adverbios e interjecciones no se escapan de esa oquedad aniquiladora que, sin embargo, no logra enmudecer al hablante, sino transfigurarlo en un torpe y empecinado emisor  de ausencias encadenadas a la altivez.

          Desde que nos atropellan por primera vez con el dicterio: «¡Bah, bah, no me vengas con palabras huecas!», hasta que llegamos a ser conscientes de usarlas, hay un largo trecho de combativa formación que no siempre se recorre con éxito, por lo que el dicterio puede silenciarnos con un poder con tanta efectividad como ningún otro es capaz de imponérsenos. El desquite, muy a menudo, consiste en dedicarse a la política profesionalmente, porque  ningún otro ecosistema social acoge las flatus vocis con tanta naturalidad y descaro, como si hubieran nacido para darle sentido a las pobres almas que se dedican a ese menester de la rapiña institucionalizada y la alienación mediática. Si hay discursos vacíos, pero horrísonos, esos son los propios de la agitación y la propaganda políticas o cómo no decir nada con el mayor número de palabras. La sordera selectiva tampoco es remedio eficaz, aunque es cierto que, repetidas ad nauseam, ciertas voces ni siquiera adquieren la corporeidad sonora que nos permita identificarlas, del mismo modo que, por escrito, saltamos sobre ellas camino de otras partes de la oración menos alienables, porque las palabras huecas, además, se vuelven invisibles, o casi.

          A modo de cencerros que nos avisan del peligro de tropezar con ellas, y de meter el pie en el hoyo que, como antiguo socavón urbano, nos impiden seguir adelante para intentar darle un sentido al recorrido gramatical de cualquier enunciado lleno de ellas. Las palabras huecas, leídas o escritas a topa tolondro, nos inmovilizan con su necia presencia de altos vuelos gallináceos y nos obligan a esbozar la mueca desgalichada de la indiferencia y, según su insistencia, del desprecio. Detengámonos un momento en la intensidad con que un mentiroso compulsivo, como quienes defienden en política su poltrona, aun a costa de su honorabilidad, suele tratar de defender sus palabras huecas como el colmo de la densidad significativa, intentando llenar de semas trascendentes una calabaza excavada, y fijémonos en la expresión de los ojos que, con las cejas enarcadas, trata de convencer a sus interlocutores de que no solo están recibiendo un mensaje, ¡sino un axioma! Cuanto más acentuada es esa expresión de honestidad  fingida, la propia de quien te vende un caballo cojo, mayor es la oquedad de las palabras con las que te engaratusa.

          Lo que resulta muy difícil de creer es que aún haya tantos hablantes incapaces de detectar el sonido ampuloso del vacío de las palabras huecas, porque son algo así como agujeros negros que no dejan escapar ni un átomo de luz significativa: una vez enunciadas, aparece la noche del sentido y las espesas sombras de la incomunicación se expanden como los sinuosos gases tóxicos que acompañan la erupción de un volcán. Quienes las usan creen que se revisten de un manto de dignidad, pero se cubren, en realidad, con la capa llena de campanillas del bufón, objeto de mofa y escarnio. Solo quienes las usan las reciben como perlas de sabiduría, por algo se dice aquello tan manido del «entre tontos anda el juego», porque solo quienes asienten ante tales usos están a la altura de quienes con ellos los comparten: un estrépito de grandilocuencia ridícula y prosopopéyica, sólida enemiga de la verdadera comunicación.       

         

         

         

martes, 21 de octubre de 2025

«José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon. Crónica de un largo y continuado exilio. Epistolario 1926-1971», Editorial Renacimiento. Edición de Estrella Ruiz-Gálvez, Joaquim Parellada y Catalina García-Posada Rodríguez.

 

                                 



La erudición frente a las adversidades culturales y existenciales.

 

          Gracias a mi buen amigo Joaquim Parellada, coeditor de esta correspondencia, ha llegado a mis manos este curioso intercambio no sincronizado de cartas entre dos eruditos de gran renombre en lo que fue mi carrera académica, Filología Hispánica: José Fernández-Montesinos y Marcel Bataillon, cuyas obras son indispensables para dos temas fundamentales: el erasmismo en España, con los gemelos Valdés al frente, y los estudios canónicos de Montesinos sobre la novela española del siglo XIX, y muy específicamente sus tres volúmenes sobre Benito Pérez Galdós, amén de muchos otros, porque Montesinos comenzó, bajo el magisterio de Américo Castro, como lopista.

          La correspondencia entre ambos abarca prácticamente toda una vida. Desde finales de los años 20 hasta cerca de la muerte de Montesinos en 1972, poco después de haber visitado Cataluña e impartido dos cursos, a petición de Blecua y Rico, en las Universidades Central y Autónoma. Se conservan más cartas del estudioso granadino, emparentado con la familia de García Lorca, que del erudito francés, pero la lectura de este epistolario es altamente gratificante para quienes bien puede decirse que veneramos a todos aquellos que dedican su vida a la investigación y edición de textos con el mayor rigor filológico y paleográfico, una labor callada, ingrata difícil y a la que no siempre le acompaña el reconocimiento que merece.

          La historia de nuestra cultura europea sería muy otra sin los esfuerzos y la dedicación, más allá de lo razonable, de estudiosos que aúnan la disciplina, la intuición y la elocuencia expresiva a partes iguales en sus personas: Yo tengo la mala costumbre —y la fatalidad, pues no me deja tiempo— de trabajar de noche, de modo que no son muchas las horas normales de que dispongo.  Desde la época del Humanismo, en la que se «profesionaliza», por así decirlo, la tarea de investigación de nuestra herencia cultural, greco-latina sobre todo, pero también árabe, dedicarse a limpiar de deturpaciones los textos de nuestro acervo cultural es, lo repito, una labor callada y poco apreciada socialmente, más allá de los círculos académicos y de la minoría selecta que goza con estas cosas de la erudición, del saber, del conocimiento puro, esto es, el que libra de máculas, mixtificaciones y tergiversaciones los textos que han llegado hasta nosotros. Disponer de originales, limpios de polvo y paja, fiables y, en la medida de lo posible, «definitivos», es la tarea que se acoge a un nombre poco frecuentado, ya digo, fuera de los círculos interesados: la «Ecdótica», pero determinante para que muchos otros estudios se lleven a cabo sobre esas obras fijadas con no pocos esfuerzos. Pensemos que ahora un clic nos acerca veinte siglos de historia, con la digitalización de los archivos, pero, antes, los estudiosos habían de viajar a las bibliotecas donde imaginaban que pudiera haber fondos de su interés o mantener correspondencia con ellas para localizar el material indispensable para sus investigaciones. A mi siempre me ha parecido una heroicidad de los estudios literarios y sociales una obra como la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo, por el caudal de información manejado en ella, y por las reconditísimas noticias que incorpora al aparato crítico el polígrafo montañés, modelo de eruditos e investigadores.

          Un epistolario, más allá de los saberes técnicos de los interlocutores, es una fuente biográfica de primer orden para reconstruir, siquiera sea parcialmente, la vida de quienes lo escriben. Y eso es lo que sucede con Montesinos, un doble exiliado, primero como joven investigador en Hamburgo [(1929) Estoy tan solo que no tengo a quién acudir. Aquí no hay interés, ni simpatía, ni siquiera respeto por estas cosas; en España no hay nadie de los míos, así es que todo es andar a ciegas.] y, tras la Guerra Civil, como exiliado republicano dentro de una diáspora que lo llevó a recalar en Francia y, posteriormente, en California. La vida de Bataillon sigue un orden tradicional que lo lleva de catedrático de Liceo a Burdeos, luego profesor universitario en Argel y, en su esplendor, en la Sorbona y, finalmente, en el Collège de France. Con todo, Bataillon fue detenido tras la invasión alemana de Francia, por haber sido candidato del Frente Popular, y pasó unos meses en un campo de Compiègne, de donde fue liberado por mediación de Le Roy Ladurie.

          La amistad de ambos se forja en torno a su dedicación común a las figuras de los hermanos Valdés, Juan y Alfonso (o Alonso, en las cartas de Bataillon), los introductores del erasmismo en España, y aunque ambos se tratan en términos de pares, Montesinos reconoce la trascendental labor de Bataillon, quien es algo así, como el factótum de todo lo relativo al erasmismo en España: (1928) A medida que voy comprobando que apenas hay línea en el Carón que no esté ya en otra parte, comprendo más y mejor la originalidad de Valdés y su radicalísimo españolismo. Es de un enorme interés ver como remodela Valdés a la española todo cuanto lee y aprende. Además, como ya le dije, quisiera puntualizar varios recursos estilísticos y técnicos que Valdés aprendió en Pontano y en Erasmo. Estoy impacientísimo por que me diga lo que todo esto le parece, pues yo, con audacísima ignorancia me metí hace dos años en estos berenjenales, sin más propósito que reeditar unos libros viejos y ganar unas pesetas, me siento cada vez más inseguro.

          Ambos, cada uno a su manera, se queja de su dedicación por la ingratitud que comporta y, en el caso de Montesinos, por la escasa retribución económica que le supone. Sí, hablamos de vidas difíciles, no excesivamente «boyantes»,  austeras y centradas exclusivamente en sus múltiples investigaciones. Son, ambos, personas preocupadas por el rigor, la veracidad y la calidad de cuanto sale de sus manos, pero, como siempre sucede, no todo está en ellas, como le ocurrió a Joyce con la edición francesa de su Ulises, plagada de deturpaciones. Las quejas de Montesinos sobre su falta de control sobre las publicaciones es reiterativa: (1926) Mi última publicación, mi primer tomo de lírica de Lope (La Lectura) ha sido un desastre. No me han mandado pruebas y los textos sacan tantos y tales disparates que me siento en ridículo. Cuando salga el segundo tomo con la fe de erratas del primero le enviaré la antología completa. De esa dedicación se deriva un estrés  físico y psicológico que repercute necesariamente en la salud, al menos, de Montesinos, según confidencia que le hace: (1929) Después de cinco años de trabajo incesante sin vacaciones pero llenos de amarguras y sinsabores estoy en un estado de surmenage tal que contra mis más vehementes deseos me veo obligado a hacer una pausa. No sé si será larga. Pues no, no es larga, porque poco tiempo después vuele a escribirle para quejársele de sus males sin remedio a la vista: (1929) Como usted ve, eso del descanso mío es una agradable quimera. Tengo entre manos como cosa «urgente»: a) el susodicho capitulo; b) las cartas de Juan de Valdés; c) los documentos de Frauenburg y otros por el estilo; d) un libro de astrología de Alfonso el Sabio; e) unos papeles interesantes de Fernán Caballero; f) un tomo de Teatro antiguo español (Barlaam y Josafat). ¡Es para volverse loco! Y esto en Hamburgo, y sin libros, y sin nadie con quien se pueda hablar ni a quien se pueda acudir en demanda de consejo o apoyo. Y todo trabajo menudo, que ni da honra ni provecho.

          A través de la correspondencia podemos ir fijando la vida editorial de ambos intelectuales, porque, así que han publicado algún estudio, se lo envían para recabar la opinión fundamentada de quien consideran que dispone de un criterio crítico de primera categoría: (1931) Mil gracias, querido amigo, por este libro sobre la picaresca [Le Roman Picaresque] tan fino y exacto. Lo he leído sin levantar cabeza, con admirativa adhesión, Todo es justo y oportuno, Con tan breves paginas hay más y mejor doctrina que en muchos libros garrafales. Desde antes, 1928, son frecuentes los párrafos en que, aún en Hamburgo, Montesinos se explaya sobre sus pésimas condiciones de vida: ¡Si viera usted cómo le envidio! ¡Qué no daría yo por pasarme tres o cuatro años, libre de prólogos, epílogos, introducciones, notas, artículos y zarandajas, preparando tranquilamente un libro! Voy perdiendo ya hasta la «vida privada» —esas horas tranquilas de lectura no profesional—, lo que no puede perder un erudito sin incurrir en grandes peligros. Pero esa y no otra es la vida de quien la pierde entre libros, bibliotecas, índices, ediciones diversas, fuentes dudosas y hallazgos sorprendentes, como el retrato de Alfonso de Valdés en una moneda, noticia que Bataillon recibe con un entusiasmo solo propio de quien dedica su ida a otro y ni siquiera sabe qué rostro tiene: (1932) No sé decirle a Vd. la satisfacción que experimento al tener delante la vera effigies… del Valdés de carne y hueso. Y no tarda en disparársele el instinto pesquisidor: (1931) Es para mí enteramente nuevo el dato que me participa acerca de la iconografía de Alonso de Valdés. […] Si Vd. puede agenciarme una fotografía e la medalla de Valdés, me hará un gran favor. En cuanto al emblema del reverso, es también nuevo para mí —lo cual no quiere decir que seas cosa desconocida, ni mucho menos—. El sentido —la fe vivificada por inspiraciones divinas— parece obvio. Procuraré ver si hay un versículo bíblico que pueda identificarse con la leyenda. Voy a escribir sobre el particular al Bibliotecario de la Sociedad francesa de historia del protestantismo. No tendría nada raro que apareciese en medallas protestantes un emblema parecido al de la medalla valdesiana.

          Para los lectores actuales son de gran interés aquellas cartas en que Montesinos, que saluda el advenimiento de la República con suma esperanza, se manifiesta acerca de aquel quinquenio tan decisivo en nuestra Historia. Por un lado, el análisis de lo que debió ser un guirigay ideológico de tantos quilates como el actual septenio ominoso del PSOE: (1933) Lo que ocurre es que, como Vd. sabe, España es un país de locos; sobre todo ahora vivimos en plena demencia, en una febril agitación que no se parece a la actividad más que en el cansancio que origina. Una vez consumado el golpe de estado del ejército contra la Republica y tras iniciarse las hostilidades bélicas y la represión homicida en ambos bandos, advertimos que a Montesinos las hostilidades le tocan muy, pero que muy de cerca:  (1937) La catástrofe me ha afectado de un modo tremendo, y no solo por razones patrióticas, morales y políticas. La guerra me ha deshecho la familia. Mi pobre hermano, dos años menor que yo, padre de tres hijos, ha sido fusilado por los fascistas en Granada, donde era alcalde. No tengo idea del estado en que habrá quedado mi casa después de ese crimen, ni quiero imaginármelo: mi madre, que era muy anciana, difícilmente habrá sobrevivido a ese dolor, y no sé qué habrá sido de mi cuñada —hermana de García Lorca— ni de los chicos. La muerte de Federico, que era para mí como mi hermano, ha sido otro tremendo dolor para mí, y la previsible ruina de su familia que, en cierto modo, era la mía. […] Pasará mucho tiempo antes de que yo sea capaz de trabajar con alguna coherencia en las cosas que antes me interesaban. Me voy sintiendo incapaz de concentrarme, incapaz de coordinar coherentemente dos ideas o de escribir veinte palabras. Esas pocas páginas de Hora de España, que Vd. enjuicia tan benévolamente. Me han costado un verdadero suplicio. Montesinos, sin embargo, y a pesar de su fidelidad a la Republica, que resulto no ser lo que él había imaginado que podía ser, era una persona de talante liberal que defendió siempre el pabellón del espíritu liberal, alejado de los extremismos ideológicos, tal y como, cuando el macartismo quiso imponer su ley en las universidades usamericanas, exigiendo una declaración explícita a los profesores de no ser ni pertenecer a ninguna organización comunista, escribió estas clarividente palabras, perfectamente aplicables a una situación como la nuestra actual en que un macartismo de izquierdas aspira a controlar todos los poderes de la sociedad: ¿1950? Esta gente ha perdido totalmente la cabeza. No saben ya lo que hacen, ni lo que dicen, n o que quieren ni lo que no quieren. Imagínese qué se les ha ocurrido ahora, en esta Universidad de California, tibiamente liberal, y tan conformista que da cierta risa considerar el caso; se les ha ocurrido, digo, exigir a los profesores y empleados un juramento de que no son comunistas, y con ese motivo hay, desde hace un año, mares como montañas. Hasta ahora nos han excluido de este lío a los extranjeros, no sé si por pudor o por otra causa. […] Usted conoce mejor que nadie mis sentimientos; nadie menos comunista que yo, por razones que se le alcanzan a cualquiera. […] Estoy sobremanera irritado con esta manía moderna de inutilizar lo poco que del pensamiento liberal queda en el mundo, por ese procedimiento e polarización con el que no transijo ni un día más: ni a ser comunista por no ser fascista, ni a ser fascista por no ser comunista. Si me echan, me iré […], pero prefiero volver al hambre a participar de esta idiotez general que explotan unos cuantos ricachos idiotas, algunos políticos sinvergüenzas y todos los periodistas, que son uno y lo otro. 

          Resulta chocante, para quienes desconocíamos la biografía de ambos corresponsales, los niveles extremos de necesidad que llegó a afrontar Montesinos, y, por supuesto, las limitaciones de disponibilidad de tiempo, etc., de la que ambos se quejan. Bataillon, por su condición de padre de familia numerosa: Me resulta ca vez más claro que los clérigos [clercs, en francés, y vale por intelectuales. Dos años antes, en 1927, Julien Benda había publicado su famoso ensayo La Traison des Clercs] no pueden serlo realmente si no son solteros. Es incalculable el tiempo que se gasta con los chicos y , más tarde,  (1931) Vd. no sabe lo que es tener tres hijos —y cuatro el otoño que viene—. Soy padre de verdad, lo cual trae consigo muchas felicidades pero supone una pérdida de tiempo enorme. Las tareas de la Universidad, los exámenes son otros modos de perder tiempo. Pero lo sorprendente es la tímida petición de una ayuda en metálico a cuenta de un ingreso futuro que le plantea Montesinos a Bataillon, y que imagino este atendería con sumo gusto, porque, aun ejercido a modesta escala, el mecenazgo para con los artistas depara una satisfacción tan profunda como difícil de explicar: Creo que las cosas comienzan a arreglarse un poco y empiezo a ver tierra. La editorial Losada me ofrece la traducción de un libro de Vossler, Geist und Kultur. […] De otra parte, mis crasos compatriotas comienzan a ocuparse un poco de mí, al menos teóricamente. Hay una vagas promesas de ayuda Ya veremos. […] Ahora que, por lo menos, lo de la traducción es dinero seguro, me atrevo a preguntarle si le sería posible adelantarme sobre ella algunos francos. ¡Cómo contrastan estas situaciones personales con las generosas ayudas sectarias que riegan hoy los diferentes ámbitos culturales a los paniaguados de turno! Resulta hiriente, retrospectivamente, que personalidades tan destacadas del Hispanismo hayan tenido que pasar por tantas dificultades, incluso las muy primitivas de la insuficiencia económica. Particularmente, me ha intrigado mucho, cuando se queja a Bataillon de las «bajas» de ilustres españoles como Salinas y otros, la mención que desliza Montesinos acerca de un desencuentro, que ignoraba completamente,  con el poeta y catedrático:  Ya sabrá de la muerte del pobre Salinas. Aunque su conducta para conmigo no tuvo nada de ejemplar. Será cuestión de indagar en las raíces de ese deterioro, pero no era algo infrecuente, como lo explicita la enemiga que sufrió Juan José Domenchina de parte de León Felipe, el poeta de tono y timbre bíblico-revolucionario.

          Aunque son pocas las cartas de Bataillon, apreciamos en todas ellas la solidaridad y fraternidad —el erudito francés habla de la sodalitas valdesiana, refiriéndose a la suerte e sociedad secreta en la que ambos militaban— de un erudito cercano políticamente a las posiciones de Montesinos, de ahí que recibiera alborozado la proclamación de la República: (1931) Excuso decirle con qué alegría he saludad la República española; me refiero sobre todo al triunfo que suponen los recientes acontecimientos para los hombres que, desde hace treinta y tantos años, vienen forjando la España nueva.  Si Vd. tiene ocasión de ver a Américo Castro en Berlín, dele de mi parte un abrazo, con el más cariñoso parabién. Recordemos que son estrechos los vínculos de Bataillon con nuestro país, porque, del mismo modo que el joven Montesinos pasa una década como estudiante en Hamburgo, Bataillon estudio en su juventud en España y en Portugal, habiendo definido ya su futuro como Hispanista. A los intelectores de esta breve presentación de un libro tan interesante les llamarán la atención las frecuentes interpelaciones de ambos corresponsales sobre los estudios que ambos se traen entre manos, y cómo comparten incluso detalles minúsculos que la IA, hoy, resuelve en un periquete, por cierto: (1931) Querido Montesinos, tropiezo en un texto de Tirso de Molina (Santo y Sastre) con una dificultad que para Vd., tan acostumbrado a los chistes del teatro Antiguo, probablemente no lo será. Dice el gracioso Pendón a Dorotea: …tienes tantas pretensiones / que cada cual me empapela / como a muchacha de escuela / que va a vender cobertores. ¿Cómo entiende Vd. empapelar tratándose de una muchacha de escuela? Y ¿de qué cobertores se trata?  El ChatGPT, hoy, le hubiera dado una respuesta acertada. La idea general sería algo así como: «Eres tan pretenciosa, que todo el mundo me critica y se burla de mí, como si fuera una muchachita ingenua que se pone a vender mantas». O, en la versión moderna: «Tienes tantas ínfulas que por tu culpa todo el mundo se ríe de mí, como si fuera una niña tonta haciendo algo ridículo».

          En fin, quede aquí bien expresada mi admiración hacia todos los estudiosos que, al margen del reconocimiento social y el bienestar económico, solo por un insorbornable amor al arte, al pensamiento, a la cultura, dedican su vida a facilitarnos el conocimiento de nuestro riquísimo pasado cultural. Modestamente, también me he ejercitado en esos menesteres, con a edición crítica que hice de la Carta de Paracuellos, de Tomás Antonio Sánchez, ¡otro erudito, por cierto!, y de la que dejé recuerdo en este mismo Diario.

 

jueves, 16 de octubre de 2025

«Dirección única», de Walter Benjamin, o la modernidad desde 1928.

 

La literatura imprescindible del pensador inagotable.

         

          La famosa Escuela de Fráncfort llego a España a través del sacerdote Jesús Aguirre, luego, tras abandonar el sacerdocio,  Duque consorte de Alba. Lo hizo  en la editorial Taurus, que él dirigía y desde donde dio a conocer las principales obras de los autores eminentes del grupo, entre ellos Horkheimer, Adorno y, por supuesto Benjamin. No recuerdo ahora si hubo entonces una edición de Dirección única, Calle de dirección única o Calle de sentido único, puesto que con esas variaciones en el título se ha publicado esta obra germinal de Benjamin en España.

          La obra está dedicada a la actriz Asja Lacis, a quien Benjamin conoció en Capri y con quien escribiría, algún tiempo después, un artículo sobre Nápoles en el  Frankfurter Zeitung. La portentosa vitalidad artística de Lacis arrastró a Benjamin a colaborar con ella en sus proyectos y no hay duda ninguna de que su relación de amistad y de admiración de él hacia ella, contribuyó decisivamente a la redacción del libro, una obra de sutil planteamiento autobiográfico sin incurrir en esa disciplina exhibicionista del yo y sus circunstancias.

          No fue Benjamin el precursor de una corriente literaria que rompe con las estructuras tradicionales de la narración occidental, porque ya se han publicado el Ulises, de Joyce, algunos volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Proust y La metamorfosis, de Kafka, amén de la actividad pública de escritores de las vanguardias que transgreden deliberadamente todas las normas habidas y por haber. Sí se adelanta uno y dos años respectivamente a dos obras que son contemporáneas de su manera de enfocar el hecho literario. Me refiero a Alfred Döblin y su Berlín Alexanderplatz, que guarda estrechísima relación con esta obra de Benjamin, y Robert Musil, cuya obra El hombre sin atributos comparte una perspectiva filosófica o ensayística muy propia, también, de esta obrita cuyas dimensiones engañan respecto de su grandeza. Recordemos, a ese respecto, que Pedro Páramo, de Rulfo, apenas se extiende un poco más allá de las cien páginas.

          La superposición de impresiones, juicios, narraciones y chascarrillos de muy diversa naturaleza hacen de Dirección única un libro misceláneo y acaba, vía máxima modernidad, emparentando con las viejas polianteas o florilegios medievales y renacentistas. La experiencia definitiva es la vivencia de la gran ciudad, y el autor evoca, desde 1928 y de forma premonitoria, una figura a la que dedicará, años después, sus más intensos esfuerzos intelectuales: el flâneur, preludio, a su vez, de su interés por  los Pasajes parisinos, el mundo de la moda, los objetos artísticos, la publicidad y su genealogía, todo ello desde una perspectiva materialista adoptada tras su incorporación al círculo de Adorno, cuya amistad tan decisiva fue en su trayectoria.

          Quizás convenga recordar que Benjamin, autor de un librito llamado Juguetes, fue hijo de un rico comerciante de antigüedades, y en ese origen se ha de buscar la atención que dispensa Benjamin a os objetos de arte en particular durante toda su vida. Incluso coleccionó, el único bien que legó antes de su muerte, un dibujo de Paul Klee, Angelus Novus, que le acompañó durante toda su vida trashumante, porque, arruinado el padre, las dificultades de Benjamin para sobrevivir son notorias, como dejé expuesto en la entrada que dediqué a su correspondencia, un documento muy valioso para conocer las miserias de un intelectual puro en los duros tiempos de la llegada de los fascismos al poder.

          Se trata de una obra fragmentaria, con muy notable sentido del humor, por muy alemán y judío que sea, y con una capacidad para la provocación diríase que innata, amen de una portentosa habilidad para el planteamiento absurdo, la paradoja y la captación de detalles que usualmente pasan desapercibidos en la vida cotidiana. Los fragmentos llevan un título cuya relación con el texto suele ser obvia, pero a veces no es fácil desentrañarla. Se trata de títulos como estos: Piso de lujo, amueblado, de diez habitaciones. Peluquero para señoras quisquillosas. ¡Prohibido fijar carteles! ¡Cuidado con los peldaños! Parada para no más de tres coches de alquiler. Restaurante automático «Augias». Si parla italiano. Quincalla. Oficina de Apuestas Mutuas. Prohibido mendigar y vender a domicilio, entre otras… De esta somera enumeración podemos concluir la importancia absoluta de la ciudad en la obra. Y ahí es donde coincide con Döblin y su Berlin Alexanderplatz, una obra sobre el pasado mítico de Berlín, hoy inencontrable en la ciudad.

          Ahora bien, una vez que entramos en los textos correspondientes, Benjamin nos va a sorprender permanentemente, no solo por su agudeza y su mirada inquisitiva, sino por unas reflexiones de tan diversa naturaleza que parece haber querido condensar en esos textos una visión del mundo y de su vida. Y su experiencia vital le aconseja ya sobre el camino transgresor que ha de seguir: [Gasolinera] La construcción de la vida se halla en estos momentos, mucho más dominada por hechos que por convicciones. […]  Bajo estas circunstancias, una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Advertimos, pues, que a reflexión metaliteraria forma parte sustancial de la obra. El autor es consciente de que escribir literatura requiere una meditación sobre lo que sea la literatura sin la cual no puede aventurarse en ninguna dirección. No tarde, entonces, en descubrir una de las características del autor: [Reloj regulador] Para los grandes hombres, las obras concluidas tienen menos peso que aquellos fragmentos en los cuales trabajan a lo largo de toda su vida. […] «El genio es laboriosidad». Y si se necesitase ulterior prueba de esa convicción, ahí está su inacabado trabajo sobre los Pasajes que le llevó tantísimo tiempo y esfuerzo, sin que renunciase jamás a completarlo. Con todo, Benjamin no es ajeno al concepto de inspiración, que él traduce como «improvisación», rasgo fundamental de la creación a cualquier nivel y en cualquier arte: [Porcelana china] Hoy en día, nadie debe empecinarse en aquello que «sabe hacer». En la improvisación reside la fuerza. Todos los golpes decisivos habrán de asestarse como sin querer.

          Es muy notable la variedad de aspectos de la vida a los que presta Benjamin su atención y su perspicaz reflexión, por supuesto. Pongamos por caso el duelo por un ser querido: [Bandera…] …A media asta. Cuando muere un ser muy próximo a nosotros, nos parece advertir en las transformaciones de los meses subsiguientes algo que, por mucho que hubiéramos deseado compartir con él, solo podía haber cristalizado estando él ausente. Y al final lo saludamos en un idioma que él ya no entiende.

          A pesar de su extensión, no me resisto a citar un pasaje del libro que resume a la perfección el método de análisis sociopolítico de Benjamin, su habilidad para interpretar los signos sociales: [Panorama imperial] Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le favorecía, se cree obligado a considerar inestable cualquier situación que lo desposea. Pero las situaciones estables no tienen por qué ser, ni ahora ni nunca, situaciones agradables, y ya antes de la guerra había estratos para los que las situaciones de estabilidad no eran sino miseria estabilizada. La decadencia no es en nada menos estable ni más sorprendente que el progreso. […] Una extraña paradoja: al actuar, la gente solo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa. […] Siempre ha sido evidente que el apego de la sociedad a una vida consuetudinaria, pero perdida hace ya tiempo, es tan rígido que, incluso en caso extremo de peligro, hace fracasar el uso propiamente humano del intelecto: la previsión. […] Un francés perspicaz dijo una vez: «Es rarísimo que un alemán tenga las ideas claras con respecto a sí mismo. Y si alguna vez las tiene, no lo dirá. Y si lo dice, no se hará entender». […] El más europeo de todos los bienes, esa ironía más o menos conspicua con que la vida del individuo pretende seguir un curso distinto del de la comunidad en que le ha tocado recalar, es algo que los alemanes han perdido totalmente. […] Los hombres que viven apriscados en el redil de este país han perdido la visión para discernir los contornos de la persona humana. Ante ellos, cualquier espíritu libre parece un ser extravagante. […] La escasez de viviendas y el encarecimiento del transporte se están encargando de aniquilar por completo el símbolo elemental de la libertad europea que, bajo ciertas formas, le fue dado incluso a la Edad Media: la libertad de cambiar de domicilio. […] Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un proceso irresistible de mezcla y contaminación: pierden su expresión esencial y lo ambiguo pasa a ocupar en ellas el lugar de lo auténtico. […] Desde los más antiguos usos de los pueblos parece llegar hasta nosotros una especie de amonestación a que evitemos el gesto de la codicia al recibir aquello que tan pródigamente nos otorga la naturaleza. Pues con nada nuestro podemos obsequiar a la madre tierra. […] La usanza ateniense prohibía recoger las migajas durante las comidas, porque pertenecían a los héroes. ¡Qué perfecta acumulación de saberes dispares para definir una situación histórica, algunos de cuyos rasgos siguen siendo de plena actualidad, como el problema de la vivienda o el respeto al planeta Tierra.

          Su análisis de la literatura y las repercusiones de la vida moderna sobre ella, lo llevan a destacar la importancia de la nueva concepción tipográfica de la obra de Mallarmé, a quien atribuye el carácter fundacional de la nueva poesía contemporánea:  [Censor jurado de libros] Así como la época actual es, por antonomasia, la antítesis del Renacimiento, también se contrapone, en particular, al momento histórico en que se inventó el arte de la imprenta. […] Mallarmé, que desde la cristalina concesión de su obra, sin duda tradicionalista, vio la verdadera imagen de lo que se avecinaba, utilizó por vez primera en el Coup de dés las tensiones gráficas de la publicidad, aplicándolas a la disposición tipográfica. Los experimentos que los dadaístas intentaron luego con la escritura no provenían ciertamente de un afán de construcción, sino de las puntuales reacciones nerviosas propias de los literatos, y fueron por ello mucho menos consistentes que el intento de Mallarmé, surgido de la esencia misma de su estilo. Pero esto permite justamente reconocer la actualidad de aquea que, cual mónada, Mallarmé, en su aposento más hermético, descubrió en armonía preestablecida con todos los acontecimientos decisivos de esta época en los ámbitos de la economía, la técnica y la vida pública. La escritura, que había encontrado en el libro impreso un asilo donde llevaba su existencia autónoma, fue arrastrada inexorablemente a la calle por los carteles publicitarios y sometida a las brutales heteronomías del caos económico. […] Las nubes de langostas de la escritura, que al habitante de la gran ciudad le eclipsan ya hoy el sol del pretendido espíritu, se irán espesando más y más cada año. Los aficionados al cine habrán pensado enseguida en la obra de Godard, tan aficionado a los carteles publicitarios y gubernativos en sus películas…

          Por no chafarle en exceso al intelector el disfrute de esta obra interesantísima, acabo con un fragmento en el que Benjamin expone que nuestra actividad fundamental es la de desentrañar los signos que la realidad nos ofrece, dado que para él somos una suerte Homo hermeneuticus, digámoslo así, algo bárbaramente: [Madame Ariana, segundo patio a la izquierda]. Presagios, presentimientos y señales atraviesan día y noche nuestro organismo como series de ondas. Interpretarlas o utilizarlas, esta es la cuestión. Ambas cosas son incompatibles. La cobardía y la pereza aconsejan lo primero, la lucidez y la libertad, lo segundo. [… La Antigüedad conocía aún la verdadera praxis, y es así como Escipión, al pisar suelo de Cartago, da un traspiés y exclama, abriendo desmesuradamente los brazos, la fórmula de la victoria: Teneo te, terra africana! Lo que pudo haber sido signo funesto, imagen de la desgracia, él lo ata corporalmente al instante y se convierte a sí mismo en factótum de su cuerpo. […] El día yace cada mañana sobre nuestra cama como una camisa recién lavada; el tejido incomparablemente delicado, incomparablemente denso de un vaticinio limpio, nos sienta como de molde. La dicha de las próximas veinticuatro horas dependerá de que sepamos hacerlo nuestro al despertarnos.  Disculpen la nota crítica, pero la cita que aquí Benjamin atribuye a Escipión, Baltasar Gracián se la atribuye a Julio César en su incomparable Agudeza y arte de ingenio. La atribución a Julio Cesar procede de las Vidas, de Suetonio;  pero desde las Estratagemas [Strategemata en latín], de Frontino, se le adjudicó, también a Escipión, como es aquí el caso.

          En fin, por lo citado se advierte ya el altísimo nivel por el que discurre el numen literario y filosófico de un autor cuya importancia va creciendo día a día, impulsada por el reconocimiento de tantos lectores como descubren en él una voz tan original como actual, lo que lo acredita como un clásico imperecedero.

AVISO: A quienes estén interesados en leer algún extracto más de este libro seminal, les remito a la bitácora Provincia mayor que el mundo eres…, donde, siguiendo un uso antológico de ese espacio, suelo presentar textos completos extraídos de algún autor. En este caso presentaré allí, de este libro: LA TÉCNICA DEL ESCRITOR EN TRECE TESIS. Invitados quedan.