jueves, 16 de octubre de 2025

«Dirección única», de Walter Benjamin, o la modernidad desde 1928.

 

La literatura imprescindible del pensador inagotable.

         

          La famosa Escuela de Fráncfort llego a España a través del sacerdote Jesús Aguirre, luego, tras abandonar el sacerdocio,  Duque consorte de Alba. Lo hizo  en la editorial Taurus, que él dirigía y desde donde dio a conocer las principales obras de los autores eminentes del grupo, entre ellos Horkheimer, Adorno y, por supuesto Benjamin. No recuerdo ahora si hubo entonces una edición de Dirección única, Calle de dirección única o Calle de sentido único, puesto que con esas variaciones en el título se ha publicado esta obra germinal de Benjamin en España.

          La obra está dedicada a la actriz Asja Lacis, a quien Benjamin conoció en Capri y con quien escribiría, algún tiempo después, un artículo sobre Nápoles en el  Frankfurter Zeitung. La portentosa vitalidad artística de Lacis arrastró a Benjamin a colaborar con ella en sus proyectos y no hay duda ninguna de que su relación de amistad y de admiración de él hacia ella, contribuyó decisivamente a la redacción del libro, una obra de sutil planteamiento autobiográfico sin incurrir en esa disciplina exhibicionista del yo y sus circunstancias.

          No fue Benjamin el precursor de una corriente literaria que rompe con las estructuras tradicionales de la narración occidental, porque ya se han publicado el Ulises, de Joyce, algunos volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Proust y La metamorfosis, de Kafka, amén de la actividad pública de escritores de las vanguardias que transgreden deliberadamente todas las normas habidas y por haber. Sí se adelanta uno y dos años respectivamente a dos obras que son contemporáneas de su manera de enfocar el hecho literario. Me refiero a Alfred Döblin y su Berlín Alexanderplatz, que guarda estrechísima relación con esta obra de Benjamin, y Robert Musil, cuya obra El hombre sin atributos comparte una perspectiva filosófica o ensayística muy propia, también, de esta obrita cuyas dimensiones engañan respecto de su grandeza. Recordemos, a ese respecto, que Pedro Páramo, de Rulfo, apenas se extiende un poco más allá de las cien páginas.

          La superposición de impresiones, juicios, narraciones y chascarrillos de muy diversa naturaleza hacen de Dirección única un libro misceláneo y acaba, vía máxima modernidad, emparentando con las viejas polianteas o florilegios medievales y renacentistas. La experiencia definitiva es la vivencia de la gran ciudad, y el autor evoca, desde 1928 y de forma premonitoria, una figura a la que dedicará, años después, sus más intensos esfuerzos intelectuales: el flâneur, preludio, a su vez, de su interés por  los Pasajes parisinos, el mundo de la moda, los objetos artísticos, la publicidad y su genealogía, todo ello desde una perspectiva materialista adoptada tras su incorporación al círculo de Adorno, cuya amistad tan decisiva fue en su trayectoria.

          Quizás convenga recordar que Benjamin, autor de un librito llamado Juguetes, fue hijo de un rico comerciante de antigüedades, y en ese origen se ha de buscar la atención que dispensa Benjamin a os objetos de arte en particular durante toda su vida. Incluso coleccionó, el único bien que legó antes de su muerte, un dibujo de Paul Klee, Angelus Novus, que le acompañó durante toda su vida trashumante, porque, arruinado el padre, las dificultades de Benjamin para sobrevivir son notorias, como dejé expuesto en la entrada que dediqué a su correspondencia, un documento muy valioso para conocer las miserias de un intelectual puro en los duros tiempos de la llegada de los fascismos al poder.

          Se trata de una obra fragmentaria, con muy notable sentido del humor, por muy alemán y judío que sea, y con una capacidad para la provocación diríase que innata, amen de una portentosa habilidad para el planteamiento absurdo, la paradoja y la captación de detalles que usualmente pasan desapercibidos en la vida cotidiana. Los fragmentos llevan un título cuya relación con el texto suele ser obvia, pero a veces no es fácil desentrañarla. Se trata de títulos como estos: Piso de lujo, amueblado, de diez habitaciones. Peluquero para señoras quisquillosas. ¡Prohibido fijar carteles! ¡Cuidado con los peldaños! Parada para no más de tres coches de alquiler. Restaurante automático «Augias». Si parla italiano. Quincalla. Oficina de Apuestas Mutuas. Prohibido mendigar y vender a domicilio, entre otras… De esta somera enumeración podemos concluir la importancia absoluta de la ciudad en la obra. Y ahí es donde coincide con Döblin y su Berlin Alexanderplatz, una obra sobre el pasado mítico de Berlín, hoy inencontrable en la ciudad.

          Ahora bien, una vez que entramos en los textos correspondientes, Benjamin nos va a sorprender permanentemente, no solo por su agudeza y su mirada inquisitiva, sino por unas reflexiones de tan diversa naturaleza que parece haber querido condensar en esos textos una visión del mundo y de su vida. Y su experiencia vital le aconseja ya sobre el camino transgresor que ha de seguir: [Gasolinera] La construcción de la vida se halla en estos momentos, mucho más dominada por hechos que por convicciones. […]  Bajo estas circunstancias, una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Advertimos, pues, que a reflexión metaliteraria forma parte sustancial de la obra. El autor es consciente de que escribir literatura requiere una meditación sobre lo que sea la literatura sin la cual no puede aventurarse en ninguna dirección. No tarde, entonces, en descubrir una de las características del autor: [Reloj regulador] Para los grandes hombres, las obras concluidas tienen menos peso que aquellos fragmentos en los cuales trabajan a lo largo de toda su vida. […] «El genio es laboriosidad». Y si se necesitase ulterior prueba de esa convicción, ahí está su inacabado trabajo sobre los Pasajes que le llevó tantísimo tiempo y esfuerzo, sin que renunciase jamás a completarlo. Con todo, Benjamin no es ajeno al concepto de inspiración, que él traduce como «improvisación», rasgo fundamental de la creación a cualquier nivel y en cualquier arte: [Porcelana china] Hoy en día, nadie debe empecinarse en aquello que «sabe hacer». En la improvisación reside la fuerza. Todos los golpes decisivos habrán de asestarse como sin querer.

          Es muy notable la variedad de aspectos de la vida a los que presta Benjamin su atención y su perspicaz reflexión, por supuesto. Pongamos por caso el duelo por un ser querido: [Bandera…] …A media asta. Cuando muere un ser muy próximo a nosotros, nos parece advertir en las transformaciones de los meses subsiguientes algo que, por mucho que hubiéramos deseado compartir con él, solo podía haber cristalizado estando él ausente. Y al final lo saludamos en un idioma que él ya no entiende.

          A pesar de su extensión, no me resisto a citar un pasaje del libro que resume a la perfección el método de análisis sociopolítico de Benjamin, su habilidad para interpretar los signos sociales: [Panorama imperial] Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le favorecía, se cree obligado a considerar inestable cualquier situación que lo desposea. Pero las situaciones estables no tienen por qué ser, ni ahora ni nunca, situaciones agradables, y ya antes de la guerra había estratos para los que las situaciones de estabilidad no eran sino miseria estabilizada. La decadencia no es en nada menos estable ni más sorprendente que el progreso. […] Una extraña paradoja: al actuar, la gente solo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa. […] Siempre ha sido evidente que el apego de la sociedad a una vida consuetudinaria, pero perdida hace ya tiempo, es tan rígido que, incluso en caso extremo de peligro, hace fracasar el uso propiamente humano del intelecto: la previsión. […] Un francés perspicaz dijo una vez: «Es rarísimo que un alemán tenga las ideas claras con respecto a sí mismo. Y si alguna vez las tiene, no lo dirá. Y si lo dice, no se hará entender». […] El más europeo de todos los bienes, esa ironía más o menos conspicua con que la vida del individuo pretende seguir un curso distinto del de la comunidad en que le ha tocado recalar, es algo que los alemanes han perdido totalmente. […] Los hombres que viven apriscados en el redil de este país han perdido la visión para discernir los contornos de la persona humana. Ante ellos, cualquier espíritu libre parece un ser extravagante. […] La escasez de viviendas y el encarecimiento del transporte se están encargando de aniquilar por completo el símbolo elemental de la libertad europea que, bajo ciertas formas, le fue dado incluso a la Edad Media: la libertad de cambiar de domicilio. […] Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un proceso irresistible de mezcla y contaminación: pierden su expresión esencial y lo ambiguo pasa a ocupar en ellas el lugar de lo auténtico. […] Desde los más antiguos usos de los pueblos parece llegar hasta nosotros una especie de amonestación a que evitemos el gesto de la codicia al recibir aquello que tan pródigamente nos otorga la naturaleza. Pues con nada nuestro podemos obsequiar a la madre tierra. […] La usanza ateniense prohibía recoger las migajas durante las comidas, porque pertenecían a los héroes. ¡Qué perfecta acumulación de saberes dispares para definir una situación histórica, algunos de cuyos rasgos siguen siendo de plena actualidad, como el problema de la vivienda o el respeto al planeta Tierra.

          Su análisis de la literatura y las repercusiones de la vida moderna sobre ella, lo llevan a destacar la importancia de la nueva concepción tipográfica de la obra de Mallarmé, a quien atribuye el carácter fundacional de la nueva poesía contemporánea:  [Censor jurado de libros] Así como la época actual es, por antonomasia, la antítesis del Renacimiento, también se contrapone, en particular, al momento histórico en que se inventó el arte de la imprenta. […] Mallarmé, que desde la cristalina concesión de su obra, sin duda tradicionalista, vio la verdadera imagen de lo que se avecinaba, utilizó por vez primera en el Coup de dés las tensiones gráficas de la publicidad, aplicándolas a la disposición tipográfica. Los experimentos que los dadaístas intentaron luego con la escritura no provenían ciertamente de un afán de construcción, sino de las puntuales reacciones nerviosas propias de los literatos, y fueron por ello mucho menos consistentes que el intento de Mallarmé, surgido de la esencia misma de su estilo. Pero esto permite justamente reconocer la actualidad de aquea que, cual mónada, Mallarmé, en su aposento más hermético, descubrió en armonía preestablecida con todos los acontecimientos decisivos de esta época en los ámbitos de la economía, la técnica y la vida pública. La escritura, que había encontrado en el libro impreso un asilo donde llevaba su existencia autónoma, fue arrastrada inexorablemente a la calle por los carteles publicitarios y sometida a las brutales heteronomías del caos económico. […] Las nubes de langostas de la escritura, que al habitante de la gran ciudad le eclipsan ya hoy el sol del pretendido espíritu, se irán espesando más y más cada año. Los aficionados al cine habrán pensado enseguida en la obra de Godard, tan aficionado a los carteles publicitarios y gubernativos en sus películas…

          Por no chafarle en exceso al intelector el disfrute de esta obra interesantísima, acabo con un fragmento en el que Benjamin expone que nuestra actividad fundamental es la de desentrañar los signos que la realidad nos ofrece, dado que para él somos una suerte Homo hermeneuticus, digámoslo así, algo bárbaramente: [Madame Ariana, segundo patio a la izquierda]. Presagios, presentimientos y señales atraviesan día y noche nuestro organismo como series de ondas. Interpretarlas o utilizarlas, esta es la cuestión. Ambas cosas son incompatibles. La cobardía y la pereza aconsejan lo primero, la lucidez y la libertad, lo segundo. [… La Antigüedad conocía aún la verdadera praxis, y es así como Escipión, al pisar suelo de Cartago, da un traspiés y exclama, abriendo desmesuradamente los brazos, la fórmula de la victoria: Teneo te, terra africana! Lo que pudo haber sido signo funesto, imagen de la desgracia, él lo ata corporalmente al instante y se convierte a sí mismo en factótum de su cuerpo. […] El día yace cada mañana sobre nuestra cama como una camisa recién lavada; el tejido incomparablemente delicado, incomparablemente denso de un vaticinio limpio, nos sienta como de molde. La dicha de las próximas veinticuatro horas dependerá de que sepamos hacerlo nuestro al despertarnos.  Disculpen la nota crítica, pero la cita que aquí Benjamin atribuye a Escipión, Baltasar Gracián se la atribuye a Julio César en su incomparable Agudeza y arte de ingenio. La atribución a Julio Cesar procede de las Vidas, de Suetonio;  pero desde las Estratagemas [Strategemata en latín], de Frontino, se le adjudicó, también a Escipión, como es aquí el caso.

          En fin, por lo citado se advierte ya el altísimo nivel por el que discurre el numen literario y filosófico de un autor cuya importancia va creciendo día a día, impulsada por el reconocimiento de tantos lectores como descubren en él una voz tan original como actual, lo que lo acredita como un clásico imperecedero.

AVISO: A quienes estén interesados en leer algún extracto más de este libro seminal, les remito a la bitácora Provincia mayor que el mundo eres…, donde, siguiendo un uso antológico de ese espacio, suelo presentar textos completos extraídos de algún autor. En este caso presentaré allí, de este libro: LA TÉCNICA DEL ESCRITOR EN TRECE TESIS. Invitados quedan.