miércoles, 22 de enero de 2025

«‘Tú eres la tarea’. Aforismos», de Franz Kafka.

Las ideas sin género: el acercamiento de Kafka al judaísmo.

 

          Ahora que han pasado los exiguos «fastos» del centenario de la muerte de Franz Kafka y evitamos las cifras redondas que tanto ofenden a Enrique Vila-Matas, estoy en condiciones de acercarme a una obra que puede tener la apariencia de «menor» en el total de las obras del autor, pero que, bien leída, nos ofrece claves para entender buena parte de su obra, marcada por la fiera determinación de ser construida como absoluta prioridad vital: Dos tareas del comienzo de la vida: limitar cada vez más tu círculo y verificar una y otra vez si tú no estás escondido en algún lugar fuera de tu círculo. Los magníficos comentarios de Stach a los aforismos nos permiten adentrarnos en los vínculos que estos tienen con otros textos de diferente época del autor, como esta anotación de 1912 en su diario: Puede reconocerse muy bien en mí una concentración orientada a la escritura. Cuando se hizo claro a mi organismo que escribir era la dirección más productiva de mi naturaleza, todo tendió con apremio hacia allá y dejó vacías todas aquellas capacidades que se dirigían preferentemente hacia los gozos del sexo, la comida, la bebida, la reflexión filosófica, la música. Adelgacé en todas esas direcciones.

El esmerado prólogo de Reiner Stach confiesa de buen comienzo lo obvio: Resulta problemático calificar de aforismos la colección de breves piezas de Kafka que normalmente se publica con el título de Aforismos o Aforismos de Zürau. Desde esa constatación, pues, nadie espere lo propio del género aforístico: el ingenio, la agudeza e incluso el humor; pero sí, por supuesto, la sinceridad extrema y un excelso surtido de pensamientos que inciden en las constantes propias del autor: su fe en la escritura y su temor a la realidad.

 Los supuestos aforismos de Kafka constituyen un nutrido conjunto de reflexiones que, partiendo de una idea fuerza: la existencia de dos mundos, el espiritual y el físico, se dedica a plasmar, acaso de forma reiterativa, la sombría concepción del mundo , ¡y de sí mismo!, que tenía el autor checo y que le han valido fama universal. Los textos escritos durante su estancia en casa de su hermana Ottilie, en el campo, en Zürau, una vez se le había declarado la tuberculosis que, pocos años después, le causaría la muerte. Su hermana, familiarmente Ottla, fue la responsable de acercarlo al judaísmo y suscitó el interés del autor por el mundo yiddish, su teatro, sus tradiciones y, claro está, por la lectura de la Biblia, muy presente en los pensamientos de este libro.

Que sus pensamientos giran en torno a los grandes relatos bíblicos se advierte casi desde el inicio del libro: Hay dos pecados capitales humanos de los que derivan todos los demás: la impaciencia y la dejadez. […] Por la impaciencia fueron expulsados del Paraíso, por la impaciencia no regresan. Este volumen no solo recoge los pensamientos de Kafka, sino, como ya hemos visto en el primer párrafo, los oportunos comentarios del editor, Reiner Stach, quien con suma habilidad suele poner en relación lo expresado por Kafka en el aforismo con el conjunto de su obra, una benemérita tarea de la que se beneficia el lector poco asiduo de Kafka, pues constituye una suerte de introducción a su obra completa, y en lo mas interesante de ella: los planteamientos vitales e intelectuales que determinan una vida tan compleja como la del autor checo, quien lo sacrificó todo a su escritura, la posible felicidad con yugal incluida. Recordemos que fue en Zürau donde tomó la decisión definitiva de romper su compromiso matrimonial con Felice Bauer. Pongamos como ejemplo el comentario de Stach acerca de la disquisición de Kafka sobre el mal y el demonio interior: [Sobre el demonio interior: El día anterior Kafka había anotado una pieza en prosa que ofrece un contexto narrativo del motivo del demonio interior:] Sancho Panza, quien por cierto nunca se jactó de ello, logró con el paso de los años, aprovechando las tardes y las noches, apartar de sí a su demonio —al que más tarde dio el nombre de Don Quijote— por el método de proporcionarle una gran cantidad de libros de caballerías y novelas de bandoleros… Los conocedores de la vida de Kafka están al cabo de lo mucho que apreciaba la obra de Cervantes y especialmente el Quijote.

Que Kafka no era una persona sencilla y sí un ser de altísima autoexigencia se constata uno tras otro en estos aforismos en los que su visión pesimista, lindante con el absurdo, recurre a demostraciones cuya lógica solo puede formar parte de un ser de excepción, ajeno al discurrir de la existencia, y anclada en conflictos, muchos de ellos irresolubles, que lo atrapan en una espira depresiva: Todos los errores humanos son impaciencia, una interrupción anticipada de lo metódico, un aparente cercar con estacas las cosas aparentes. Era Kafka un ser en lucha contra las obligaciones que lo apartaban de su creación y, con todo, una persona cumplidora y eficaz en sus cometidos, llamémosles «civiles», porque hasta su jubilación por enfermedad, Kafka se procuró su sustento y soportó la adversidad de su mala relación con su padre, con quien ajustó cuentas en esa obra maestra de la escritura memorialista que es Carta al padre.

Como no puede ser de otra manera, la escritura fragmentaria de Kafka, vía síntesis extremas de sus planteamientos narrativos, es capaz de sorprendernos con verdaderos aforismos que nos impactan por lo insólito y, en cierto modo, por la extrema coherencia con el resto de los fragmentos: Una jaula fue en busca de un pájaro. El buen hacer de Stach nos remite enseguida al aforismo 32 (son 109 los que contiene el volumen) donde Kafka habla de los grajos y pone en relación el pájaro del 16, con la palabra checa para grajilla, Kavka, de lo que podría inferirse que el autor nos habla de la pérdida de libertad. En otro aforismo cercano, más narrativo, esa pérdida de libertad se asocia directamente con el suicidio: El suicida es el prisionero que ve exigir un cadalso en el patio de la prisión y, creyendo erróneamente que está destinado a él, por la noche escapa de su celda, baja y él mismo se ahorca, que se nos presenta en forma de paradoja, lindante con el absurdo, otra de las «especialidades» de Kafka.

A pesar del tono íntimo de estos textos y de lo mucho que tienen de análisis de sí mismo, no era Kafka muy amigo de estas introspecciones, como no lo fue, en términos generales, de la nueva ciencia del psicoanálisis. Con todo, su experiencia de la vida social lo llevo a esta constatación: Tratar con personas induce a la observación de sí mismo. Y como dicha observación lo convertía poco menos que en rata de laboratorio y lo enajenaba de sí mismo, no era de extrañar que se manifestase enérgicamente contra algo que, hoy, constituye una auténtica «plaga psicológica», según se recoge en su diario: Mi odio a la observación activa de uno mismo. A interpretaciones psicológicas del tipo de: “Ayer estuve así por tal motivo, hoy estoy asá por tal otro” […] Soportarse con calma, sin precipitarse, vivir como es debido, no andar mordiéndose la cola como los perros. Como bien añade Stach: «En los cuadernos de Zürau incluso caracterizó la observación de uno mismo como instrumento del mal: Conócete a ti mismo no significa obsérvate. “Obsérvate” es lo que dice la serpiente. […] Finalmente, en marzo de 1922: ¿Qué pasaría si uno se estrangulase a sí mismo? ¿Si la agobiante observación de uno mismo redujese o cerrase del todo el orificio por el que uno se vierte al mundo? Hay momentos en que no estoy lejos de eso».

La dualismo bíblico de la lucha entre el bien y el mal está muy preeente en estos aforismos, de tal modo que acepta, a menudo, una doble realización, como idea y como narración: Los pensamientos secretos con los que acoges en ti al mal no son los tuyos, sino los del mal. Y, poco después, lo aplica a la forma narrativa: El animal arrebata el látigo de las manos del amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo, y no sabe que esto es solo una fantasía nacida de un nuevo nudo en la correa del látigo del amo. Puede parecer simple esta vivencia del texto bíblico, pero esa dualidad que ha mecido a la especie humana desde que se aupó a la racionalidad y su expresión verbal va más allá, como vamos comprobando, del planteamiento maniqueo. Que el mal forme parte de nuestras vidas abre un insospechado territorio de ambigüedad en el que Kafka se mueve con envidiable soltura, pero no sin su correspondiente tortura, porque Kafka es un profeta de la tiniebla y el abismo, no de la luz y la esperanza, por supuesto. Y ya hemos visto que la tentación del suicidio no se extingue en él, pero su propio proceso físico final reviste todas las características de un suicidio biológico, con una garganta tan inflamada que no admite la ingestión de alimento ninguno. Recordemos que la última obra de Kafka, cuyas galeradas corrige en el lecho de muerte, es El artista del hambre. Premonitoriamente, en el cuaderno de Zürau escribe estas palabras: No hay un tener, solo un ser, solo un ser que anhela el último aliento, la asfixia.

Pocos autores han descrito mejor el absurdo de nuestra existencia que Franz Kafka, aunque él no tuviera conciencia, en ningún momento, de que estaba convirtiéndose en el principal exponente de esa tendencia literaria que tantas obras maestras nos ha legado: Se les dio a elegir entre ser reyes o correos de los reyes. A la manera de los niños, todos quisieron ser correos. Por eso hay tantos correos, corren presurosos por el mundo y, como no hay reyes, se gritan unos a otros mensajes que ya no tienen sentido. Gustosamente pondrían fin a esa vida miserable, pero no se atreven a causa del juramento profesional que prestaron. He aquí, en forma de narración, lo que bien podría considerarse una anticipación de un género de moda en nuestros días, la «microficción». Bien leída, parece un resumen de buena parte de sus obras mayores.

Kafka vivía con la idea de su imperfección, y por eso es un artista de lo que podemos entender como «autolimitación»: Entender la suerte de que el suelo sobre el que estás no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren, hija de una visión de sí mismo francamente desmoralizadora, según puede leerse en una de las cartas a Felicia Bauer, según lo recoge Stach para contextualizar adecuadamente estas meditadas expansiones íntimas que son los Aforismos de Zürau: No tengo memoria, ni para lo que aprendo ni para lo que leo, ni para lo que vivo ni para lo que oigo, ni para las personas ni para los acontecimientos, me doy a mí mismo la impresión de que no hubiera vivido nada, de que no hubiera aprendido nada, de hecho sé de la mayoría de las cosas menos que los niños de una escuela de párvulos, y lo que sé lo sé tan superficialmente que a la segunda pregunta no puedo ya responder. Soy incapaz de pensar, al pensar tropiezo constantemente con limitaciones, aisladamente puedo coger al vuelo algunas cosas, pero en mí un pensamiento coherente y susceptible de desarrollo es completamente imposible.

          Esta humildad «fundacional» de un autor tan torturado como Franz Kafka, ¡cómo contrasta con el papo hinchado de tanto autorzuelo de tres al cuarto que se pavonea en los media! ¡Y aun de algún consagrado como Eduardo Mendoza quien, para epatar a su audiencia, le confeso paladinamente que «Kafka es un mal escritor», y siguió, después, con unas consideraciones tecnicas más que discutibles.

         

 

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