Las ideas sin género: el acercamiento de Kafka al judaísmo.
Ahora que han
pasado los exiguos «fastos» del centenario de la muerte de Franz Kafka y
evitamos las cifras redondas que tanto ofenden a Enrique Vila-Matas, estoy en
condiciones de acercarme a una obra que puede tener la apariencia de «menor» en
el total de las obras del autor, pero que, bien leída, nos ofrece claves para
entender buena parte de su obra, marcada por la fiera determinación de ser
construida como absoluta prioridad vital: Dos tareas del comienzo de la
vida: limitar cada vez más tu círculo y verificar una y otra vez si tú no estás
escondido en algún lugar fuera de tu círculo. Los magníficos comentarios de
Stach a los aforismos nos permiten adentrarnos en los vínculos que estos tienen
con otros textos de diferente época del autor, como esta anotación de 1912 en
su diario: Puede reconocerse muy bien en mí una concentración orientada a la
escritura. Cuando se hizo claro a mi organismo que escribir era la dirección
más productiva de mi naturaleza, todo tendió con apremio hacia allá y dejó
vacías todas aquellas capacidades que se dirigían preferentemente hacia los
gozos del sexo, la comida, la bebida, la reflexión filosófica, la música.
Adelgacé en todas esas direcciones.
El esmerado prólogo de Reiner Stach
confiesa de buen comienzo lo obvio: Resulta problemático calificar de
aforismos la colección de breves piezas de Kafka que normalmente se publica con
el título de Aforismos o Aforismos de Zürau. Desde esa constatación,
pues, nadie espere lo propio del género aforístico: el ingenio, la agudeza e
incluso el humor; pero sí, por supuesto, la sinceridad extrema y un excelso
surtido de pensamientos que inciden en las constantes propias del autor: su fe
en la escritura y su temor a la realidad.
Los
supuestos aforismos de Kafka constituyen un nutrido conjunto de reflexiones
que, partiendo de una idea fuerza: la existencia de dos mundos, el espiritual y
el físico, se dedica a plasmar, acaso de forma reiterativa, la sombría concepción
del mundo , ¡y de sí mismo!, que tenía el autor checo y que le han valido fama
universal. Los textos escritos durante su estancia en casa de su hermana
Ottilie, en el campo, en Zürau, una vez se le había declarado la tuberculosis
que, pocos años después, le causaría la muerte. Su hermana, familiarmente Ottla,
fue la responsable de acercarlo al judaísmo y suscitó el interés del autor por
el mundo yiddish, su teatro, sus tradiciones y, claro está, por la lectura de
la Biblia, muy presente en los pensamientos de este libro.
Que sus pensamientos giran en torno a los
grandes relatos bíblicos se advierte casi desde el inicio del libro: Hay dos
pecados capitales humanos de los que derivan todos los demás: la impaciencia y
la dejadez. […] Por la impaciencia fueron expulsados del Paraíso, por la
impaciencia no regresan. Este volumen no solo recoge los pensamientos de Kafka,
sino, como ya hemos visto en el primer párrafo, los oportunos comentarios del
editor, Reiner Stach, quien con suma habilidad suele poner en relación lo expresado
por Kafka en el aforismo con el conjunto de su obra, una benemérita tarea de la
que se beneficia el lector poco asiduo de Kafka, pues constituye una suerte de
introducción a su obra completa, y en lo mas interesante de ella: los
planteamientos vitales e intelectuales que determinan una vida tan compleja
como la del autor checo, quien lo sacrificó todo a su escritura, la posible
felicidad con yugal incluida. Recordemos que fue en Zürau donde tomó la
decisión definitiva de romper su compromiso matrimonial con Felice Bauer.
Pongamos como ejemplo el comentario de Stach acerca de la disquisición de Kafka
sobre el mal y el demonio interior: [Sobre el demonio interior: El día anterior
Kafka había anotado una pieza en prosa que ofrece un contexto narrativo del
motivo del demonio interior:] Sancho Panza, quien por cierto nunca se jactó
de ello, logró con el paso de los años, aprovechando las tardes y las noches,
apartar de sí a su demonio —al que más tarde dio el nombre de Don Quijote— por
el método de proporcionarle una gran cantidad de libros de caballerías y
novelas de bandoleros… Los conocedores de la vida de Kafka están al cabo de
lo mucho que apreciaba la obra de Cervantes y especialmente el Quijote.
Que Kafka no era una persona sencilla y sí
un ser de altísima autoexigencia se constata uno tras otro en estos aforismos
en los que su visión pesimista, lindante con el absurdo, recurre a
demostraciones cuya lógica solo puede formar parte de un ser de excepción,
ajeno al discurrir de la existencia, y anclada en conflictos, muchos de ellos irresolubles,
que lo atrapan en una espira depresiva: Todos los errores humanos son
impaciencia, una interrupción anticipada de lo metódico, un aparente cercar con
estacas las cosas aparentes. Era Kafka un ser en lucha contra las
obligaciones que lo apartaban de su creación y, con todo, una persona
cumplidora y eficaz en sus cometidos, llamémosles «civiles», porque hasta su
jubilación por enfermedad, Kafka se procuró su sustento y soportó la adversidad
de su mala relación con su padre, con quien ajustó cuentas en esa obra maestra
de la escritura memorialista que es Carta al padre.
Como no puede ser de otra manera, la
escritura fragmentaria de Kafka, vía síntesis extremas de sus planteamientos
narrativos, es capaz de sorprendernos con verdaderos aforismos que nos impactan
por lo insólito y, en cierto modo, por la extrema coherencia con el resto de
los fragmentos: Una jaula fue en busca de un pájaro. El buen hacer de
Stach nos remite enseguida al aforismo 32 (son 109 los que contiene el volumen)
donde Kafka habla de los grajos y pone en relación el pájaro del 16, con la
palabra checa para grajilla, Kavka, de lo que podría inferirse que el
autor nos habla de la pérdida de libertad. En otro aforismo cercano, más
narrativo, esa pérdida de libertad se asocia directamente con el suicidio: El
suicida es el prisionero que ve exigir un cadalso en el patio de la prisión y,
creyendo erróneamente que está destinado a él, por la noche escapa de su celda,
baja y él mismo se ahorca, que se nos presenta en forma de paradoja, lindante
con el absurdo, otra de las «especialidades» de Kafka.
A pesar del tono íntimo de estos textos y
de lo mucho que tienen de análisis de sí mismo, no era Kafka muy amigo de estas
introspecciones, como no lo fue, en términos generales, de la nueva ciencia del
psicoanálisis. Con todo, su experiencia de la vida social lo llevo a esta
constatación: Tratar con personas induce a la observación de sí mismo. Y
como dicha observación lo convertía poco menos que en rata de laboratorio y lo
enajenaba de sí mismo, no era de extrañar que se manifestase enérgicamente
contra algo que, hoy, constituye una auténtica «plaga psicológica», según se
recoge en su diario: Mi odio a la observación activa de uno mismo. A
interpretaciones psicológicas del tipo de: “Ayer estuve así por tal motivo, hoy
estoy asá por tal otro” […] Soportarse con calma, sin precipitarse,
vivir como es debido, no andar mordiéndose la cola como los perros. Como
bien añade Stach: «En los cuadernos de Zürau incluso caracterizó la observación
de uno mismo como instrumento del mal: Conócete a ti mismo no significa
obsérvate. “Obsérvate” es lo que dice la serpiente. […] Finalmente,
en marzo de 1922: ¿Qué pasaría si uno se estrangulase a sí mismo? ¿Si la
agobiante observación de uno mismo redujese o cerrase del todo el orificio por
el que uno se vierte al mundo? Hay momentos en que no estoy lejos de eso».
La dualismo bíblico de la lucha entre el
bien y el mal está muy preeente en estos aforismos, de tal modo que acepta, a
menudo, una doble realización, como idea y como narración: Los pensamientos
secretos con los que acoges en ti al mal no son los tuyos, sino los del mal.
Y, poco después, lo aplica a la forma narrativa: El animal arrebata el
látigo de las manos del amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo, y no
sabe que esto es solo una fantasía nacida de un nuevo nudo en la correa del
látigo del amo. Puede parecer simple esta vivencia del texto bíblico, pero
esa dualidad que ha mecido a la especie humana desde que se aupó a la racionalidad
y su expresión verbal va más allá, como vamos comprobando, del planteamiento
maniqueo. Que el mal forme parte de nuestras vidas abre un insospechado
territorio de ambigüedad en el que Kafka se mueve con envidiable soltura, pero
no sin su correspondiente tortura, porque Kafka es un profeta de la tiniebla y
el abismo, no de la luz y la esperanza, por supuesto. Y ya hemos visto que la
tentación del suicidio no se extingue en él, pero su propio proceso físico final
reviste todas las características de un suicidio biológico, con una garganta
tan inflamada que no admite la ingestión de alimento ninguno. Recordemos que la
última obra de Kafka, cuyas galeradas corrige en el lecho de muerte, es El
artista del hambre. Premonitoriamente, en el cuaderno de Zürau escribe
estas palabras: No hay un tener, solo un ser, solo un ser que anhela el
último aliento, la asfixia.
Pocos autores han descrito mejor el
absurdo de nuestra existencia que Franz Kafka, aunque él no tuviera conciencia,
en ningún momento, de que estaba convirtiéndose en el principal exponente de
esa tendencia literaria que tantas obras maestras nos ha legado: Se les dio a
elegir entre ser reyes o correos de los reyes. A la manera de los niños,
todos quisieron ser correos. Por eso hay tantos correos, corren presurosos por
el mundo y, como no hay reyes, se gritan unos a otros mensajes que ya no tienen
sentido. Gustosamente pondrían fin a esa vida miserable, pero no se atreven a
causa del juramento profesional que prestaron. He aquí, en forma de narración,
lo que bien podría considerarse una anticipación de un género de moda en
nuestros días, la «microficción». Bien leída, parece un resumen de buena parte
de sus obras mayores.
Kafka vivía con la idea de su imperfección,
y por eso es un artista de lo que podemos entender como «autolimitación»: Entender
la suerte de que el suelo sobre el que estás no puede ser más grande que los
dos pies que lo cubren, hija de una visión de sí mismo francamente
desmoralizadora, según puede leerse en una de las cartas a Felicia Bauer, según
lo recoge Stach para contextualizar adecuadamente estas meditadas expansiones
íntimas que son los Aforismos de Zürau: No tengo memoria, ni para lo
que aprendo ni para lo que leo, ni para lo que vivo ni para lo que oigo, ni
para las personas ni para los acontecimientos, me doy a mí mismo la impresión
de que no hubiera vivido nada, de que no hubiera aprendido nada, de hecho sé de
la mayoría de las cosas menos que los niños de una escuela de párvulos, y lo
que sé lo sé tan superficialmente que a la segunda pregunta no puedo ya
responder. Soy incapaz de pensar, al pensar tropiezo constantemente con
limitaciones, aisladamente puedo coger al vuelo algunas cosas, pero en mí un
pensamiento coherente y susceptible de desarrollo es completamente imposible.
Esta humildad «fundacional» de un autor tan torturado como Franz Kafka, ¡cómo contrasta con el papo hinchado de tanto autorzuelo de tres al cuarto que se pavonea en los media! ¡Y aun de algún consagrado como Eduardo Mendoza quien, para epatar a su audiencia, le confeso paladinamente que «Kafka es un mal escritor», y siguió, después, con unas consideraciones tecnicas más que discutibles.
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