DIGO
VIVIR , de Blas de Otero, o la transición hacia el realismo socialista poiético (una vivencia autobiográfica).
Cuando el
sábado 30 de junio de 1979 anunciaron la muerte de Blas de Otero por la radio,
en ese preciso instante, estaba yo sentado a mi mesa de estudio, comentando su
poema Digo vivir. Tenía el poema ante
mí, sobre el atril, exactamente igual que ahora mismo e intentaba desentrañar
esa constelación de relaciones que le otorgan unidad, coherencia y belleza. La emoción
que sentí en aquel momento me dejó cayendo al abismo del estupor y el dolor y apenas
pude reaccionar. Desgranaban su heroica resistencia contra la depresión y su condición
de poeta militante contra la dictadura; hablaban de sus dos etapas, la de la
angustia existencial y la de la poesía social, como si fuera un tránsito entre
dos provincias, un traslado de residencia o un cambio de estilo de vida. Enumeraban
los títulos de sus obras y enseguida pasaron a otras informaciones. Apagué la
radio y me quedé a solas, en silencio, con el poema que hasta tres veces
reiteraba la decisión: “digo vivir”, mientras que yo se la oía decir a un
muerto, como si fuera un epitafio o la última frase que se lega a la
posteridad, como el deseo de luz de Goethe. Más allá del impacto propio de la
pérdida de un poeta de referencia, que formaba un trío inexcusable con Celaya y
Ángel González, mi incredulidad era la propia de quien estaba leyendo lo que él
decía a gritos, con rabia, con pasión, con osadía torera y convicción ideológica:
“digo vivir” y lo sabía muerto, callado. El contraste me venció y me paralizó.
Abandoné el comentario del poema y me refugié n la lectura de mi libro de él: Ángel fieramente humano. Más tarde, sin
embargo, ejerciendo la docencia, quise acabar lo que aquel día quedó
interrumpido y retomé la labor para ofrecer el comentario como lo que el poema
es un texto-bisagra que nos permite asistir a un momento autobiográfico del
autor, escindido entre lo que hasta su conversión revolucionaria en el exilio
parisino había su vida y las nuevas inquietudes sociales y revolucionarias que
se veía obligado a satisfacer, en la órbita de autores comprometidos como
Neruda o Alberti, por ejemplo, lejos, pues, de las influencias existencialistas
o religiosas de su primera época.
Digo vivir es un soneto-tipo de los
muchos que escribió Otero a lo largo de su vida, con un dominio que se aprecia
en la facilidad con que va construyendo una estructura de índole causal: Porque
A, digo B; Porque C, digo D y en consecuencia E y E’ en la que la
racionalización de su dedicación poética se impone a la expresión de los
sentimientos, por más que estos asomen la patita a las primeras de cambio. El
uso constante de expresiones coloquiales y el mundo referencial, las corridas
de toros y el trabajo en el gremio de la construcción, nos permiten observar
con nitidez lo que, para el poeta, significó esa transición entre dos modos
radicalmente opuestos de hacer poesía.
La
polisemia es el eje a partir del cual se organiza la materia poética. Desde el
primer verso, la lectura política se le impone al intelector: que la vida se ponga “al rojo vivo” implica que solo
puede vivirse desde la toma de partido por los movimientos políticos de
izquierda contrarios al régimen franquista, de ahí, además, el comentario sarcástico
del paréntesis, sólo la sangre del pueblo es roja como su ideología; los
opresores la tienen azul… Su nueva vida, además, ha de ser vivida al margen de
las expectativas individuales que pudiera tener acerca de su obra poética, “como
si nada hubiese de quedar de lo que escribo”, porque nada, en efecto, puede
tener más sentido que la libertad de los oprimidos.
La pugna entre
vida y escritura halla su expresión en el segundo cuarteto, en el que el poeta,
cansado de que la escritura sea un cero a la izquierda, esa columna arrinconada
en los diarios en la que nadie recala y que pasa inadvertida, opta por la vida
fiera y apasionada de la lucha peligrosa, aquella en que se arriesga la vida
como la arriesga el matador cuando cita desde el estribo del burladero y no
hay, entre el cuerno y las tablas escapatoria ninguna. Adviértase, además, la
forzada pirueta retórica que significa la quiebra del adverbio, reescribiendo “airada
mente morir”, un sintagma al estilo del surrealista Favorables París poema, de la conocida revista fundada por Juan
Larrea, por ejemplo, que nos depara una superación del análisis racional para
involucrarse en la lucha diaria y cotidiana en la que uno puede “caer”, en pro
de la liberación de la clase oprimida.
Sin
embargo, en el primer terceto, Blas de Otero nos matiza en qué consiste esa
muerte a la que se expone con la gallardía del torero que no le tiene miedo a
la amenaza del toro de la España sometida: volver a la vida “con su muerte al
hombro” significa exactamente que no puede renunciar a lo vivido ni a lo
experimentado, que es tan parte de él como su reciente compromiso (hemos de
recordar que este poema cierra el volumen Ancia,
y que actúa, en el conjunto del libro, como una suerte de resumen de lo escrito
hasta ese momento y lo que se dispone a escribir a partir de él, y que el
volumen se publicó en 1958 mientras el poeta vivía en Barcelona, por cierto).
Ahora bien, la abominación que siente hacia aquellos poemas de la
individualidad, metafísicos, “egoístas” está justificada en el severo juicio
que los considera como un “escombro”, un desperdicio, del hombre que fue “cuando
callaba”, es decir, cuando no levantaba la voz para protestar por la situación
social bajo la dura dictadura franquista. El hecho de que califique su obra
anterior de escombro implica que él es una obra, una obra en construcción,
además. La oposición decir/callar equivale a vivir/escribir y sintetiza el
proceso de cambio ideológico y estético vivido por el autor.
Lo importante, al cabo, es considerar
que la verdadera obra inmortal, la fiesta brava, es la del riesgo de la lucha
cotidiana en la que puede perderse incluso la vida, y que todo lo demás está de
más, realmente. Que esa obra sea “más
inmortal” con esa cuantificación que inmortal no admite, nos devuelve a la
paradoja en que se nos ha convertido el poema: Digo vivir; lo dice, pero, de
hecho, lo escribe: escribe que dice vivir, y esa decisión puesta por escrito es
su obra más inmortal, la obra con la que vence el temor a la muerte que había
dominado su primera época poética. Recordemos, a título anecdótico, algo que a
cualquier lector le estremece a día de hoy. Sus primeras obras las firmaba como
Blas de Otero. C.M., esto es, “congregado mariano”…)
Hoy a 36 años de distancia de aquel
hecho luctuoso, me percato de que en aquel 1979 yo tenía 26 años y que estoy en
mi 62º año de vida, y que Blas de Otero tenía 63 cuando murió. Que escriba esto,
además, en 13 y martes prueba, para quien sea amante del yuyu de las
supersticiones, que no lo padezco ni en ellas creo, más de lo estrictamente
necesario…
Sin embargo, en mí hay una inclinación y preferencia por su poesía de escombros que por su poesía social que no me llega a convencer. Para mí el gran poeta es el angustiado, el metafísico, el atormentado de sus primeros libros. Entiendo que formaba parte de su tiempo la socialización del arte como arma de combate, pero tiempo después ya no es tan evidente esa fusión de la poesía con el ruedo político. Hace tiempo que no lo he leído en serio, pero para mí es motivo de cierta satisfacción que no reprimo que una exalumna mía, ya de treinta y nueve años, me hiciera saber que en su disco recién grabado -forma parte de un grupo de música oscura, no sé si gótica o siniestra- habían incluido un poema de Blas de Otero de su etapa angustiada cuando iba buscando a Dios y no lo hallaba. Era un poema que habíamos comentado en COU en clase.
ResponderEliminarEn cuanto a la numerología, qué decir. Time goes by.
Este "Digo vivir" no es de sus mejores poemas, en eso estoy de acuerdo, pero mi connotación biográfica me lo ha hecho siempre muy querido. Me pasó algo parecido con Double Fantasy de John Lennon. Salió justo cuando lo asesinaron y tardé veinte años en adquirirlo y oírlo, aunque las radios me avanzaran algunos fragmentos que hice todo lo posible por no oírlos. Estaba a 300 km de NY, donde lo mataron. Es evidente que la poesía trágica de Blas de Otero no admite comparación con la social, aunque, técnicamente, supo resolver muy bien el conflicto entre su tendencia críptica y la proyecciónn social que quiso imprimir a su obra. La exploración que hizo de la poesía popular en sus propias composiciones me parece valiosa. He tomado nota de su obra completa, en Galaxia Gutemberg y es posible que lea sus inéditos, a ver en qué acabó su querella particular. Lo de su vida amorosa, con el PC metiéndose en ella hasta un extremo que ni las de los roperos franquistas, me pareció un episodio demasiado denigrante como para aceptarlo y mantener la dignidad mínima necesaria para sobrevivir. En fin, ¿quién no tiene miserias escondidas?
EliminarEliminar