jueves, 29 de febrero de 2024

«De qué hablo cuando hablo de escribir», de Haruki Murakami.

 


Una reflexión honesta y desprejuiciada sobre el oficio de escritor.

 

          Después de haber leído sin sorpresa pero con interés De qué hablo cuando hablo de correr, también de Murakami, que he colgado en Provincia mayor, me he acercado a esta suerte de confesión literaria en la que Murakami, de la forma más accesible del mundo, nos revela cuál es su concepción de la literatura y cuáles son sus métodos de trabajo. Del mismo modo que en el primero dejaba bien claro una y otra vez que él hablaba de lo que a él le funcionaba y le iba bien, y que no necesariamente ni sus métodos ni sus hábitos son exportables sin más, en este vademécum que es, al mismo tiempo, un valioso documento autobiográfico, Murakami insiste en el carácter estrictamente individual de cuanto ofrece a la curiosidad de los lectores.

          La actividad literaria de Murakami nació por su férrea determinación de escribir una novela, momento que recuerda con absoluta nitidez y que data con día y hora en el lugar más insospechado: en la ladera de un montículo desde el que contemplaba un partido de béisbol, deporte al que es tan aficionado como a las carreras de fondo, que constituye su ejercicio habitual. Mucho antes, estando aún en la escuela, decidió un buen día leer novelas en inglés y, sacando del cuarto de los trastos una vieja Olivetti, iniciar la redacción de una narración en inglés, casi como una estrategia de «di-versión», dado el aburrimiento insufrible que fue siempre para el la educación académica. La estrategia no mejoró sus notas en inglés, pero le inició en una costumbre que no ha abandonado nunca y que incluso le ha permitido, andando el tiempo, traducir del inglés al japonés. De hecho, Murakami es absolutamente reacio a dar conferencias en japonés, pero accede gustosamente a hacerlo en inglés, porque en este idioma dice lo que puede decir, y en el suyo propio se le hace imposible la mismísima selección del léxico, por ejemplo.

          Desde el comienzo, Murakami reivindica la experiencia vital como núcleo fuerte de la vivencias que te permitirán afrontar la escritura de una novela. El azar que todo lo domina, La vida no transcurre como uno la imagina, nos deja, en cierto modo, desguarnecidos frente al mundo, frente a la realidad, por eso es importante su reivindicación de la experiencia: En inglés existe el término streetwise, la sabiduría de la calle, que se refiere a esa inteligencia práctica adquirida por alguien capaz de sobrevivir en una ciudad. A trancas y barrancas, aun siendo hijo de profesores, saco adelante una licenciatura de la que jamás vivió. Montó un bar de ambiente dedicado al jazz y cuando empezó a escribir, lo arriesgó todo a la carta de la profesionalidad literaria. Con todo, Murakami es un caso muy particular de escritor de vocación a quien el éxito le ha permitido convertir su afición en fuente de ingresos. Como él defiende, orgullosamente: Nunca me he oído decir: «No me apetece escribir, pero no me queda más remedio porque tengo un encargo». Como no acepto compromisos, no tengo fechas límite. Por eso no me afecta en absoluto el sufrimiento provocado por el writer’s block. Para mí escribir es un alivio psicológico porque no hay nada más estresante para un escritor que sentirse obligado a escribir cuando no tiene ganas. Desde esta perspectiva, pues, Murakami no tiene más compromiso que consigo mismo, y eso significa la «libertad», algo que, en los escritores, no necesariamente va unida siempre al éxito, dados los férreos condicionamientos que la industria literaria establece para poder acceder a la publicación y para hacerlo regularmente. No fue su caso, desde que ganó el premio convocado por una revista y supo que podía tener futuro en el campo de la escritura. Que un buen día, después de haber alcanzado el éxito, Murakami decidiera abandonar el Japón, porque percibía que se había creado en torno a su persona un ambiente hostil, nos habla bien a las claras de que ni el éxito global impide que afloren rivalidades, enemistades o inquinas absolutamente ajenas a la persona y a la obra, pero que actúan con un poder a veces avasallador. Ayer mismo veíamos mi Conjunta y yo Una vida privada, de Louis Malle, sobre cómo el acoso de los media puede arruinar la vida de una actriz, en este caso interpretada por BB, y destrozarla. Murakami lo evitó convirtiéndose en una suerte de escritor itinerante que pasa temporadas en Hawái, en Boston, en Nueva York, en Japón, en París, y siempre con su obra a cuestas, porque, como él repite lúcidamente: Escribir novelas constituye un trabajo individual sin un final determinado, que se lleva a cabo en una habitación cerrada. Y no solo eso, sino que al principio, cuando empezó, Murakami tampoco tenía la famosa «habitación propia» que predicaba como requisito existencial Virginia Woolf, sino que escribía en la mesa de la cocina cuando su esposa se iba a dormir, de ahí que: En el fondo, cualquier sitio donde uno se ponga a escribir se transforma de inmediato en una habitación cerrada, en un estudio móvil. Y no nos engañemos, nada tópicamente místico ocurre en ese lugar, salvo la fecunda mezcla de la inspiración y la soledad, porque Un escritor es un individuo que crea un mundo propio en su interior y lo hace crecer día a día. […] Da igual la época, da igual de qué mundo se trate, la imaginación tiene un sentido crucial. Uno de los conceptos opuestos a la imaginación es la eficacia. Luego volveremos sobre este concepto de la eficacia, pero, antes, conviene añadir, la segunda muleta de esa tarea: la soledad: Decir que es un trabajo solitario tiene incluso algo de trivial, Hay que escribir una novela para comprender verdaderamente la dimensión de la soledad.

          A la «eficacia», como concepto antitético de la imaginación le dedica Murakami un excelente capítulo en el que analiza el sistema educativo y su terrible obra de demolición sobre la imaginación. Se trata de un capítulo [Capítulo 8 Sobre la educación] que rara vez veo citado en las controversias sobre las nuevas corrientes pedagógicas, la ausencia de criterios sólidos que orienten la labor educativa y, en general, en la homogeneización terrible a la que se aspira, en vez de a la potenciación de los valores de cada cual. Murakami confiesa que «sufrió» el sistema educativo y que nunca lo olvidará. Tuvo que buscar una alternativa a ese sufrimiento y él la halló en la lectura. La cita es larga, pero entiendo que me disculparán, dado el interés de cuanto dice:  Al echar la vista atrás me doy cuenta de que la mayor ayuda que tuve en mi época de estudiante me la proporcionaron algunos amigos íntimos y los libros. […] Ocupaba mis días en la lectura deleitándome con cada uno de mis libros mientras los digería (aunque en muchos casos, lo reconozco, no lo logré). Apenas tenía margen para pensar en otra cosa que no fueran los libros, pero estoy convencido de que para mí fue algo bueno. […] De no haber leído tantos libros estoy seguro de que mi vida habría sido más gris, deprimente incluso, apática. Leer fue mi gran escuela, ese lugar construido especialmente por y para mí, donde aprendí muchas cosas importantes de la vida. En ese lugar no existían reglas absurdas ni juicios de valor en función de números o estadísticas. Tampoco había competitividad, no había nadie interesado en alcanzar el primer puesto de ningún ranking. […] El espacio que imagino para la recuperación el individuo se acerca mucho a ese concepto. […] Mis padres eran profesores de lengua (aunque mi madre dejó de trabajar cuando se casó). Nunca me reprocharon que leyese demasiado. No estaban contentos con mis notas, pero nunca me obligaron a dejar la lectura para estudiar para un determinado examen. Puede que me lo dijeran en alguna ocasión, pero no lo recuerdo como una exigencia. Es una de las cosas que más les agradezco.

          Ese casi enigmático «espacio para la recuperación del individuo» del que habla Murakami es un concepto capital en su defensa de la necesidad que tienen los individuos de afirmarse en sí mismos y de identificarse con algo que les permita alcanzar el equilibrio frente a una sociedad alarmantemente enferma, en la que no pocos adolescentes, por ejemplo, por la competitividad escolar, el abuso u otra razones colaterales acaban escogiendo la trágica salida del suicidio. Para Murakami ese espacio fue la lectura. Cada cual ha de buscarse el suyo.

          Murakami concibe sus novelas como una aventura personal: Cuando empiezo una nueva novela, mi corazón palpita con fuerza cada vez que me pregunto a quién voy a conocer en esta ocasión. Y, como hemos visto, se trata de un trabajo duro y solitario con altos requerimientos espirituales y físicos que Murakami resuelve gracias, por un lado, a su afición al ejercicio físico, a las carreras de fondo, y, por otro, a su negativa a considerarse un «artista», con todos los aditamentos tópicos que ello conlleva, porque es muy difícil desprenderse de los tópicos que nos llegan a través de la propia literatura y del cine sobre los escritores como complicados sujetos dependientes de la caprichosa inspiración para conseguir escribir una obra maestra. Con la humildad a que te obliga el conocimiento de tus propias limitaciones atléticas [La combinación diaria de ejercicio físico y trabajo intelectual, por tanto, produce un efecto idóneo para  el trabajo creativo del escritor], Murakami da gracias por no haberse sentido nunca un «artista». Una reflexión que sirve de culminación a su método riguroso de escritura, nada dependiente de la inspiración y sí todo de la famosa «transpiración», en célebre frase atribuida a Thomas Alva Edison:  Para escribir novelas largas me impongo la regla de completar diez páginas al día. Se trata de un tipo de papel cuadriculado, específico para escribir en japonés, en el que caben cuatrocientos ideogramas, y la misma plantilla en el ordenador ocupa dos pantallas y media. […] Aunque tenga ganas de escribir más, lo dejo en cuanto llego a las diez páginas; y si las cosas no salen según lo esperado, me esfuerzo por cumplir mi objetivo. La regularidad en un empeño a largo plazo es crucial. […] A lo mejor los artistas no se lo plantean así, pero yo me pregunto: ¿por qué un escritor tiene que comportarse o ser como un artista? […] Cada cual puede escribir a su manera, como le resulte más conveniente. De entrada, admitir que no hace falta ser un artista constituye un alivio inmenso. Antes que artista, un escritor debe ser libre.

Murakami entra en la técnica que sigue para la construcción de los personajes y en cómo, a veces, la misma historia crece a partir de ellos, no de su propia voluntad. Ese «mundo» ajeno, pero nacido de sí, necesita una indagación a fondo, algo para lo que la personalidad de Murakami está más que preparada, porque, como él dice de sí: Tengo una tendencia innata a profundizar al máximo en las cosas que me gustan e interesan. No dejo nada a medias ni me digo a mí mismo a modo de excusa que ya es suficiente. No paro hasta que me doy por satisfecho, pero si la cosa en cuestión no me interesa, me ocurre todo lo contrario, soy incapaz de pasar de la superficie. No le dedico ni un segundo. Tengo claras mis preferencias, y si me veo obligado a hacer algo, cumplo por pura obligación en el menos espacio de tiempo posible.

En el libro el lector, ¡y mucho más si también es escritor!, hallará una verdadera apología de la experiencia vital para la ideación y práctica novelísticas, amén de múltiples referencias a autores y otras disciplinas artísticas, como el cine, que complementan a la perfección lo que para Murakami significa escribir. Y no tardamos en comprender su perspectiva cuando cita a Isak Dinesen: «Escribo todos los días poco a poco, sin esperanza ni desesperanza». No hay mejor fórmula, y ya hemos reseñado la suya propia, para aventurarse en la escritura de una novela. Murakami, fiel a su concepción de autor holístico que armoniza lo espiritual y lo físico, anima a cualquiera con una defensa del oficio sobre la inspiración: Cualquier cuestión que implique experiencia es crucial para un escritor. Lo que pretendo decir es que, a pesar de no contar esas experiencias tan potentes, se puede escribir una novela. Cualquiera puede extraer una fuerza sorprendente de experiencias aparentemente pequeñas. Hay una expresión japonesa que dice: «La madera se hunde y la piedra flota». Se refiere a que a veces suceden cosas que en condiciones normales parecen imposibles.

En efecto, nos parece inverosímil que de la nada acabe construyéndose un mundo complejo que suscita la pasión de los lectores, algo que, y acabamos, responde a un imperativo que nadie puede obviar: En cualquier caso, mi premisa fundamental a la hora de escribir, a saber, que me resulte divertido, no ha variado sustancialmente. Si disfruto al hacerlo, estoy seguro de que habrá lectores en alguna parte que disfrutarán conmigo. […] No sé quiénes son las personas que se interesan por mis libros y, por tanto, no me queda más remedio que escribir para disfrutar con lo que hago. […] Las novelas brotan con naturalidad del interior de uno mismo. No se construyen a golpe de estrategia. No se puede escribir una novela después de realizar un estudio de mercado.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Por casualidad he llegado hasta aquí... Interesante tu consideración sobre el la consideración de Murakami sobre el oficio de escribir... Interesante tu blog que, con toda tranquilidad, me dedicaré a leer desde el principio...

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  2. Bienvenido, pues. No sé si merece "la pena" una lectura tan metódica. En el buscador de arriba, a la izquierda, puede buscarse aquello que sea de interés, en todo caso, por si he escrito algo al respecto. ¡Buen viaje!

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