La nanocotidianidad en su devenir: desde el gesto hasta la angustia existencial, todo bañado en sepia.
Una de las
últimas obras de Virginia Woolf fue esta novela de planteamiento decimonónico
que aspira, por otro lado, a lograr una ambición sutil, pero escurridiza:
atrapar el complicado mecanismo del paso del tiempo. De algún modo, la lectura
de The Years me ha recordado una sobrecogedora película de Ettore Scola,
La familia, con el travelín por el pasillo para cambiar de época en la
vida de una familia, sin salir del mismo espacio. En esta novela de Woolf es el
tiempo atmosférico de las estaciones el que marca los cambios de década y nos
acompañan a través de las vidas de los componente de una familia numerosa, los
Pargiter, fiel representantes de la vida británica desde 1980 hasta el presente
de la autora, a finales de la década de los 30, poco antes de que se quitara la
vida, si bien a esta novela aún seguirían otras obras concebidas desde la misma
perspectiva. De alguna manera, el afán testimonial, casi documental, y la
perspectiva ensayística que domina los últimos tiempos de la autora son los
responsables de este giro desde la experimentación hacia la vida cotidiana
captada hasta en los más sorprendentes detalles de todo tipo: desde la
percepción de la naturaleza hasta los mínimos detalles que suelen pasar casi
desapercibidos en los mínimos asuntos de la vida cotidiana, pasando por sutilezas
psicológicas propias de su aguda penetración.
Hay algo de
aspiración historicista en The Years acerca de la idiosincrasia
británica, casi como un afán de contemplar el país a través de tres
generaciones con una Gran Guerra por medio y estando a punto de embarcarse en
la segunda, y prestando especial atención a movimientos emergentes como el
feminismo, con el que se relacionan dos hermanas que, nada casualmente, se
quedan solteras y no forman familia. De algún modo, es el protagonista de la
película de David Lean, La vida manda, Mr. Gibbons, quien define a la
perfección la naturaleza de la intención novelística de The Years:
«No nos gusta ir rápido en este país. […] alguien una vez dijo que éramos una
nación de jardineros, y no estaba equivocado. Nos gusta plantar cosas y verlas
crecer, mirar los cambios en el tiempo». Eso es lo que ha hecho Virginia Woolf,
plantar una familia en el tiempo e ir observando, década tras década, los
cambios de sus protagonistas, si bien estos se van tiñendo de una poderosa
melancolía que nos lleva no tanto a la desilusión de que la vida se nos escape
sin darnos cuenta, sino a la terrible constatación de que, en términos muy
generales, nunca estamos satisfechos con nuestras vidas ni acabamos viéndole
sentido a lo que nos rodea.
Lo primero que
va a percibir el lector que se adentre en esta monumental obra es el cuidado
estilístico de la autora, quien no deja, prácticamente, ningún aspecto de la
vida cotidiana sin su curiosa y a menudo impertinente observación: One of
these days —that was his euphemism for the time when his wife was dead— he
would give up London, he thought, and live in the country. But then there was the house; then
there was the children; and there was also… Esta lucha constante entre lo que el
hombre propone y las circunstancias disponen aparece a lo largo de toda la
historia. Percatarse del uso eufemístico de una expresión común para expresar
el deseo íntimo de liberarse de la maldición de una mujer enferma que no se
puede levantar de la cama nos introduce en un mundo de sutilezas irónicas y
sarcásticas muy propias del modo de relacionarse los ingleses entre sí, y con
los demás.
Los Pargiter
están emparentados con una familia residente en Oxford, uno de cuyos Decanos se
convierte en anfitrión de un scholar usamericano con quienes, él y su mujer,
enseguida se marcan las diferencias en el uso del idioma. Los ingleses son, en
el fondo, un pueblo muy filológico, y hacen del uso de la lengua una vara de
medir a las personas. Y esa sensación constante de vigilar el uso de la lengua
lleva a situaciones a veces cómicas, a veces de mayor calado, pero siempre
forma parte de las conversaciones:
The son
of the porter of my flat’, Eleanor suddenly ejaculated.
‘The son
of the porter of my flat’, Edward repeated, His eyes were like a field on which
the sin rest in winter
‘Commissionaire
they call him, I think!, she said.
‘How I
hate that word!’, said Edward with a little shudder, ‘Porter’s good English,
isn’it?’
Las tres familias Pargityer, la
nuclear de la historia, la de la mujer del Decano y la del hermano del coronel, Digby Pargiter
tejen, a lo largo de la novela, un mundo de relaciones que afectan a los
hermanos, a los primos, incluso a los cuñados, con un afán inequívoco de crear
lo que se suele denominar un «fresco social» en el que ni siquiera faltan quienes
fueron a India, a África o tienen lazos con Irlanda. La novela, sin embargo,
presta enorme atención a dos figuras femeninas en quienes se intuyen no pocos
rasgos autobiográficos de la autora: las hermanas Eleanor y Rosie: la primera
destaca por s sentido de la responsabilidad; la segunda por un desequilibrio
emocional que la lleva a intentar suicidarse. Eleanor es una mujer madura, con un alto nivel
de reflexión que no es meramente intuitivo, sino producto de su formación exigente,
como cuando la voz narradora nos dice que Eleanor lee a Renan porque siempre
quiso saber algo de la historia del catolicismo, dado que ella lee en francés, italiano y un poco en alemán,
a pesar de lo cual, what vast gaps
there were, what blank spaces, she thought leaning back in her chair, in her
knowledge! How little
she knew about anything. Take this cup for instance; she held it out in front
of her. What was it made of? Atoms? And what were atoms, and how did they stick
together? The sooth hard surface of the china with its red flowers seemed to
her for a second a marvellous mystery. Más Adelante, reflexionando ante la repetición
de los actos de la vida cotidiana y lo muy distante que esta suele hallarse de
cualquier excitación enaltecedora: She
lent back in her chair. How
terrible old age was, she thought off all one’s faculties, one by one, but
leaving something alive in the centre: leaving —she swept up the press
cuttings— a game of chess, a drive in the park, and a visit from old General
Arbuthnot in the evening. Rose, cuyo desequilibrio responde en cierto modo al de la
propia autora, es retratada por su prima Sara, lectora de la traducción hecha
por su primo de Antígona ‘Stood on the bridge and looked into the water’,
she hummed, in time to the music. ¡Running water, flowing water. May my bones turn to coral; and fish
light their lanthorns; fish light their green lanthorns in my eyes.’ She half
turned and looked round at Maggie. But she was not attending. Sara was silent.
She looked at the notes again. But she did not see the notes, she saw a garden;
flowers; and her sister; and a young man with a big nose who stooped to pick a
flower that was gleaming in the dark. And he held the flower out in his hand in
the moonlight. Una
atracción de funestas consecuencias que forzosamente hemos de relacionar con la
propia vida de Woolf. Su propio hermano, Martin, la describe como una persona con
el temperamento del mismísimo diablo: ‘Oh, Rose always was a firebrand!’ said
Martin. He got up. ‘She
always had the devil’s own temper·, he added.
Las muertes de
la mujer del Coronel y la de este mismo, que lleva a la puesta en venta de la
antigua casa familiar son los ejes sociales acerca de los cuales gira buena
parte de la vida de los personajes, además de a sus muy diversas ocupaciones:
desde la abogacía, hasta el alistamienyo en el ejército pasando por las
actividades caritativas de Eleanor y feministas de su hermana Rose o los diversos
matrimonios que aportan a la sucesión de años una tercera generación.
Nada, sin
embargo, adquiere unos niveles de tragedia o de experiencias decisivas en la
vida de los personajes; todos ellos, como percibe Rose en el entierro del padre:
Then in the midst of the argument came another burst of familiar beauty. ‘And fade away suddenly like the
grass, in the morning it is green, and growth up; but in the evening it is cut
down, dried up, and withered.’ Todo, como se advierte, en constante comparación con los ciclos
de la naturaleza, de la que todos los familiares forman parte, como un
ecosistema. Renny, el marido de la prima Maggie, embarazada en el capítulo
final, define muy bien los mónadas en
que se convierte la vida social como la ofrecida en The Years, a pesar
de la notable vivacidad de las relaciones familiares: ‘Each is his own little cubicle; each with
his own cross or holy book; each with his fire, his wife…’ , y no porque se
sienta especialmente marginado o rechazado, algo que en modo alguno sucede,
sino porque, según su experiencia, tal y como lo interpreta Eleanor, ‘We cannot make laws and religions that fit
because we do not know ourselves.’
Como se
advierte, a pesar de cierta banalidad propia de la trivialidad del trato
familiar y amistoso, algunas de las muchas conversaciones que aparecen en el
libro derivan fácilmente hacia constataciones de la desolación, de la desesperanza
y muy pocas hacia el optimismo, aunque, al menos en el caso de Eleanor, ella
defiende la esperanza sobre todas las cosas, como cuando reflexiona sobre las
palabras de Nicholas Pomjalovsky , un
homoexual a quien ha conocido a través de de su prima Maggie y su cuñado
Renny: When, she wanted to ask him,
when will this new world come? When shall we be free? When shall we live adventurously, wholly, not
like cripples in a cave? He seemed to have released something in her; she felt
not only a new space of time, but new powers, something unknown within her. She
watched his cigarette moving up and down. Then Maggie took the poker and struck
the wood and again a shower of red-eyed sparks went volleying up the chimney.
We shall be free, we shall be free, Eleanor thought.
Las diferentes reflexiones de los
personajes muestran una gama de posiciones ante la vida que nos permiten una
visión del pueblo inglés a lo largo del tiempo no tanto buscando su idiosincrasia
cuanto el modo como la realidad se va inmiscuyendo en las vidas privadas de un
familia extensa, y cómo los sucesos históricos, sin que aparezcan reflejados en
la novela como factores determinantes de dichas vidas, les afectan pata teñir
de esperanza o desolación sus expectativas. El tiempo pasa y los personajes que
son jóvenes en 1880, el año de arranque de la novela, los vemos septuagenarios
en el último capítulo Present Day, lo que, en cierto modo, para alguno,
no deja de ser un consuelo, incluso para la tercera generación, que ha vivido
una guerra e ignora que van a padecer una segunda, también Mundial: ‘How
nice it is’, she said, not to be young! How nice not to mind what people think! Now one
can live as one likes’, she added, ‘…now that one’s seventy’, dice Kitty, la prima «exquisita»
de los Pargiter.
Son muchos los puntos de vista tras lo que vemos latir la pasión intelectual de Virginia Woolf, pero en modo alguno pretende la autora convertir la novela en algo así como un repertorio de sus inquietudes intelectuales o emocionales, de modo que desaparezcan los personajes, tan laboriosamente creados y ella se imponga como una voz todopoderosa y cargante que nos recite su «credo». Son constantes las ocasiones en que los pequeños detalles de la gran novela realista aparecen en la lectura, como cuando, por ejemplo, describe un saludo de Mrs Larpent: Then, with a wave of the hand dictated by centuries of tradition […] she passed out into the rain. En cierto modo, The Years son la ilustración parcial de esos siglos de «tradición»; o como cuando la madre de Kitty se despide de su hija: ‘Good-night Kitty’, said her mother as she shut the door; and they touched each other perfunctorily on the cheek. ¡Ese «toque» frío y distante e las mejillas entre madre e hija! Pero, puesto a quedarme con dos intervenciones que resuman, en cierto modo, el espíritu crítico con que Virghinia Woolf ha sabido construir unas vidas que se definen más por lo que dicen que por lo que hacen, me quedaría con dos inyervenciones de los hijos de Morris, el abogado, y Celia: North y Peggy, porque Charles murió en la Gran Guerra. North «descubre», tras el intenso trato con su familia la virtud máxima del retiro: Stillness and solitude, he thought to himself; silence and solitude… that’s the only element in which the mind is free now. Pero es su hermana Peggy en quien se concentra una visión social que responde, finalmente, a la dureza económica del periodo de entreguerras, de la que apenas hemos vislumbrado sus efectos, salvo cuando Rose, por ejemplo, reflejándose en un escaparate, se da cuenta de la humildad de su atuendo: It was a pity, she thought, as she stepped out on to the pavement and caught a glimpse of her own figure in a tailor’s window, not to dress better, not to look nicer. Always reach.me-downs, coats and skirts from Whgiteley’s. But they saved time, and the years after all —she was over forty— made one care very little what people thought. They used to say, why don’t you marry? Why don’t you do tis or that, interfering. But not any longer. Se trata de un poderoso monólogo en un libro en el que es a través del dialogo que nos llega el retrato de los personajes y su discreta actuación en el mundo, como si pisaran con delicadeza. He aquí, y concluyo esta invitation a la lectura de una novela que retoma una tradición realista y la sabe manejar con la suficiente habilidad como para que, a través de la humilde vida cotidiana, se expresen verdaderos conflictos que ni siquiera el siglo veinte ha resuelto aún. Piensa Peggy: But how can one be ‘happy’? she asked herself, in a world bursting with misery. On every placard at every street corner was Death; or worse —tyranny; brutality; torture; the fall of civilization; the end of freedom. We here, she thought, are only sheltering under a leaf, which will be destroyed. And then Eleanor says the world is better, because two people out of all those millions are ‘happy’. Her eyes had fixed themselves on the floor; it was empty now save for a wisp of muslin torn from some skirt. But why do I notice everything?, she thought. She shifted her position. Why must I think? She did not want to think. She wished that there were blinds like those in railway carriages that came down over the light and hooded the mind. The blue blind that one pulls down on a night journey, she thought. Thinking was torment; why not give up thinking, and drift and dream? But the misery of the world, she thought, forces me to think. Or was that a pose? Was she not seeing herself in the becoming attitude of one who points to his bleeding heart? to whom the miseries of the world are misery, when in fact, she thought, I do not love my kind. Again she saw the ruby-splashed pavement, and faces mobbed t the door pf the picture palace; apathetic, passive faces of people drugged with cheap pleasures; who had nor even the courage to be themselves, but must dress uo, imitate, pretend. And here, in this room, she thought, fixing her eyes on a couple… But I will not think, she repeated; she would force her mind to become a blank and lie back, and accept quietly, tolerantly, whatever came.
Anecdóticamente, pueden interesar a los lectores españoles las referencias a los viajes a España [Virginia Woolf la visitó tres veces y dejó memoria escrita de esos viajes: Hacia el Sur, Itineraria Editorial], y específicamente al sol inclemente de Toledo, además de una curiosa referencia a la pasión de los británicos por lavarse con jabones de mil colores frente a la supuesta negligencia higiénica española. Son detalles que relacionan, en última instancia, esta novela con su propia biografía, del mismo modo que las pulsiones suicidas de un personaje o un buen puñado de reflexiones de otros le pueden ser adjudicadas con total fiabilidad.
The Years tiene la ventaja, frente a otras obras de Woolf, de la aparente simplicidad de su estructura y de su estilo transparente, que permite para un lector de nivel intermedio alto, disfrutar de la lectura sin haber de consultar excesivamente el diccionario, excepto cuando tropieza con giros de casi imposible explicación como los más que curiosos huevos de octubre cuando un personaje comenta el alto precio de la leche:‘Milk’s very high’. ‘Yes. It’s eggs in October.’
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