miércoles, 20 de marzo de 2019

Llamar a capítulo…



Traspasar el umbral.

Sabes exactamente lo que has de narrar, pero colocas ante ti el cuadernillo del folio doblado y no descapuchas la pluma. Has de ponerle un título provisional. Dudas. Se insinúa una tibia ansiedad. Sabes que M.F. ha de contar para sí, sin narratario posible, el encuentro que le cambió la vida. Aún te impone, después de más de cincuenta años, la amenaza del cuadernillo en blanco donde tú sabes que acabarás escribiendo lo que te bulle desordenadamente en la cabeza y que jamás has querido planificar antes de dejarte ir, de abrir el pico garlador por donde se desparramará, con enrevesada cacografía, el río de palabras por el que ha de navegar hacia el ancho mar de lo biográfico, ¡que es un sinvivir!,  la vida infinitamente anónima de M.F. Cepos te aherrojan las manos, porque se escribe siempre con las dos, o así lo declaraba Ginesillo, quien confesaba haber escrito su vida “con estos pulgares”. En efecto, has de «hacer» la vida de F.M.,  has de reconstruir lo que fue, y de lo que tú sabes lo esencial, aunque a ti te preocupan, sobre todo, los detalles del contexto: la fiebre del dato exacto, la minuciosidad del miniaturista, el rigor del atestado y la verdad última del forense. Pero sigues ahí detenido, respirando cada vez con mayor dificultad y atento a la creciente taquicardia que has de atajar de inmediato. Liberas el pico y escribes: Los cuadernillos de M.F., y vuelves a silenciar el pico que ha esculpido la única línea tautológica que te permite disolver la espiral de ansiedad que amenaza con bloquearte un rato largo, lo bastante como para reconsiderar que «no es el momento» de iniciar, aun con los propios titubeos de los comienzos, el nuevo capítulo. Te sientes llamado a él, pero no vas a poder defender tu posición indecisa. Y sí, te recuerdas, como en un suave calentamiento para empezar a entrenar en serio, que lo sabes todo, que has de comenzar por el encuentro, que has de seguir con la explosión bigbanguesca de vida que libera la sexualidad desreprimida y que has de visitar el infierno de la dependencia, los celos y la dominación, fugazmente. Son los clímax, a los que no se llega en veinte párrafos, por supuesto. El capítulo exige la morosidad que desarrolla en el tiempo una evolución psicológica anclada en el entumecimiento sexual y moral sin otra perspectiva que la salida dramática de la obra, un mutis trágico y discreto, camuflado de accidente, para no herir a los hijos supervivientes. Lo sabes. Tú mismo te detienes, con firmeza. Lo ves todo ahí, en esa pantalla blanca, desarrollándose con vívida fuerza, con los tonos exactos de la dicción precisa, con los gestos inequívocos de las revelaciones insospechadas, con las palabras literales de las confesiones íntimas que desgarran y que oxigenan. Sigues sin atreverte. Tu mano izquierda empuña la pluma y la derecha juguetea con el capuchón, como si tú fueras un señor feudal dispuesto a practicar la cetrería y liberar al gerifalte del capuchón que lo ciega para que se eleve hacia los cielos en busca de la presa sobre la que abatirse… Ambas cosas están en tu mano: el ave que vuela y la presa, F.M., pero te detiene una vez más el miedo, si ese temor al borrón inmediato que desfigure y borre la primera palabra que se estampe en el cuadernillo así puede ser llamado. ¡Cuántos capítulos has iniciado en tu vida! Jamás se aprende. Todos son siempre, sin diferencia alguna, el primero, ¡el único!, ese en el que te juegas la confirmación de ti mismo, tu difícil absolución. La sombra oscura, cacografiada, de esa vida se agita en el blancor inmaculado del cuadernillo, como las ondas del moaré en la delicada tela de un vestido transparente: es la resurrección de un cuerpo preterido lo que baila en ese cuadernillo, y tú conoces, exactamente, insisto, su alcance y la poderosa transformación sufrida. Poco a poco has ido reuniendo las circunstancias, los sentimientos, los silencios, las ignorancias, las desesperaciones sosegadas, y la luz, como la propia de este cuadernillo en blanco ante el que mantienes, impertérrito, tu guardia; la luz, te dices, de una metamorfosis común que, a pesar de su grandeza, su propia trivialidad no nos permite valorarla como se merece. Por eso decides, finalmente, con no fingida audacia y elocuente indecisión, acercar el pico a la orilla de la blanca salina y trazar los primeros signos húmedos del río que nace en el hontanar de la inspiración:
Necesito sentarme y escribir sobre cuanto me está pasando, porque corro el peligro de convertirme, guardándolo solo para mí, en una olla a presión que acabará explotando el día menos pensado…

viernes, 1 de marzo de 2019

Experiencia atemporal. Cuadernos y textos literarios inéditos de Laura Perls (1946-1985)



Autobiografía y afanes literarios de Laura Perls, creadora, junto a Fritz Perls, de la Terapia Gestalt.

Los dos creadores de la Terapia Gestalt han sido, en realidad,  uno, Fritz Perls,  y un apéndice, Laura Posner,  cuya importancia ha sido objeto de discusión y sigue siéndolo, porque el hecho de haber sido matrimonio ha complicado no poco la posibilidad de hacer una crítica factual de qué se debe al uno y a la otra, máxime si constatamos, como a través de la lectura del presente volumen puede hacerse, que Laura Perls fue educada en esa ideología en la que a las mujeres les estaba reservado poco menos que un papel “secundario” respeto de los varones. En la medida en que lo que ahora se edita son los papeles “personales” de Laura Perls, estamos, pues, ante una obra de contenido memorialístico, no doctrinal respecto de la Gestalt, de ahí que esta recensión se dirija más a esa dimensión humana que a la profesional, si bien entre ambas, como no se le escapa a ningún seguidor de esta terapia hay un vínculo sólido y permanente. De todos modos, no siempre, desde esta perspectiva de la identificación biografía-teoría, la Gestalt acaba configurando la vida tanto como sería imaginable suponer, e incluso son notorios los muchos momentos vitales en los que advertimos una oposición no diré radical, pero sí llamativa, entre la vida de Laura y la defensa de los postulados gestálticos. Recordemos que ella, como su marido, nunca se sometieron a su propia terapia, es decir, jamás otro gestaltista tuvo la oportunidad de hacer terapia con ellos, lo cual no deja de ser curioso. Había en ambos una suerte de espíritu de superioridad respecto de la teoría, de la práctica y de sus pacientes que les impelía a ver esa posibilidad casi como un fracaso. Lo cierto es que quizás se hubieran ahorrado muchos malentendidos y sus vidas hubieran tenido una dimensión menos áspera de la que tuvieron, a partir, sobre todo, de su separación formal, con carácter definitivo, hacia 1955, cuando Fritz lo dejó todo y se instaló en Miami, como quien dice, dispuesto a morir, tras haber sufrido varias anginas de pecho.
         Los “papeles personales” de Laura Perls funcionan, de hecho, como una autobiografía y en ella vamos a encontrar datos biográficos que nos ayudan a completar la imagen que teníamos de la primera dama de la Gestalt, en quien Fritz se apoyó siempre para elaborar sus teorías y con quien colaboró estrechamente en Yo, hambre y agresión, que salió a la luz cundo aún estaban en Sudáfrica. No solo hay datos puntuales sobre la vida cotidiana, sobre su relación con Fritz, sus hijos, su madre, el resto de su familia, etc., sino, también los ensayos literarios a los que siempre dedicó algún tiempo, si bien, y ello a pesar de sus aspiraciones, jamás con la intensidad que una dedicación de esa naturaleza exige para tener la condición de  autora. Laura tenía una fina intuición literaria y su experiencia lectora le permitía evaluar, sin tapujos, el nivel de sus propias creaciones, algunas de las cuales tienen un excelente nivel, sobre todo cuando escoge la vía del surrealismo como forma de expresión. Aunque todos sabemos que un texto de vanguardia, máxime si es surrealista, permite una libertad de creación en la que resulta complicado evaluar la calidad del mismo. Imaginemos cualquier texto del dadaísmo, por ejemplo, formado como quería Tzara con palabras recogidas del suelo, tras haber sido recortadas y arrojadas a él, y colocadas al azar en una hoja en blanco. No quiero decir con esto que los textos literarios de Laura Perls no alcancen el estándar mínimo que pueda acreditarlos como tales, porque hay algunas composiciones que, más allá de ser una vía de liberación para expresar sus congojas, miedos, temores o rabias, alcanzan esos estándares, como en este ejemplo, escrito tras la separación de Fritz en 1946, cuando este se fue, en avanzadilla, a Canadá y Usamérica:
Muriendo, dejo atrás el embotamiento de las vidas ajenas,
En vida me he puesto las velas como faro de mi propia muerte.
Muriendo mi corta y atestada vida.
Viviendo mi larga y solitaria muerte que madura,
Sacrificando el curso de la vida eterna
Por una bendición de una duración determinada de mi propia
Muerte,
Renunciando a la re-unión,
Sufriendo la separación,
Rezando por la aceptación,
Vivo y muero, muero y vivo, muero y muero.

O este otro ejemplo, muy cercano a la separación definitiva de Fritz:
Los seres queridos que amé y que no he amado.
Las líneas que escribí y que no escribí.
La vida que he vivido y que no he vivido:
Ahora no es, pero es.
Lo que era, no es, lo que no era, es.
El placer pasado, no utilizado, es presente vacío-
El placer pasado, encontrado, es presente perdido.
Lo que no ha sido, pero ha sido.
Lo que no es, pero es.
Lo que no es, es decir, lo que no va a ser.
L angustia pasada deja el corazón roto.
La ausencia de angustia deja el corazón vacío.
          
De hecho, estos papeles personales de Laura Perls tienen un gran valor para tratar de entender la relación de amistad y matrimonial que mantuvo con Fritz Perls desde que se caso a sus 25 años con él, después de algunas experiencias frustradas por la oposición de sus padres, y que la llevaron a estar internada en un sanatorio mental donde recuperarse de la quiebra emocional sufrida. El hecho de casarse con alguien absolutamente desconocido, Berlinés, que la llevaba 12 años de edad supuso un duro golpe para su familia, quienes incluso contrataron detectives para informarse de sus antecedentes, dada su buena situación económica. Desde ese momento comenzó algo así como un pequeño calvario para Laura que consistió en la total libertad con que su marido vivía su unión, sobre todo en lo referente a las relaciones con otras mujeres, como sucedió cuando se reunió con él en Amsterdam, huyendo de los nazis y Fritz quiso incorporarla a un relación a tres que ella rechazó, supongo que indignada.
         En las páginas de esta Experiencia atemporal queda constancia de la superioridad intelectual que Laura sintió siempre respecto de su marido:  Fritz no podía escribir ni en alemán. No tenía ninguna facilidad para los idiomas ni, en general, para la lógica u el desarrollo de algo. Tenía buenas ideas, pero se las tenía que dar algún tipo de forma, y esto, por ejemplo, lo puedes ver en Dentro y fuera del tarro de la basura y también en Sueños y existencia, que son grabaciones, ya sabes, la forma en la que hablaba. Así era como escribía. Y tampoco leía mucha. O lo que leía, lo leía más por el valor de la historia, no del estilo ni nada de ese tipo. De hecho, no tenía ningún interés por la lengua. Yo tengo mucho más. Algo que se traducía en la constante competencia que se estableció entre ellos y que sin duda degradó la relación entre ambos hasta que se les volvió insoportable una convivencia tan desastrosa. Si a eso añadimos el desinterés de Fritz por sus hijos, y luego por sus nietos, tendremos un panorama claro del porqué de una separación «de hecho» que nunca llegó al divorcio, aunque de milagro, porque si Marty Fromm hubiera aceptado la proposición de Fritz, imagino que sí se hubiera divorciado, porque ella, Marty, a diferencia de Lore, sí que fue «el amor de su vida»,  de Fritz. En la época de Nuea York, cuando se produce la separación, el matrimonio, junto con los otros siete miembros archiconocidos de la primera época gestáltica, había fundado el Instituto de Terapia Gestalt, si bien la desventaja en que se hallaba Fritz frente al terrible dúo intelectual Goodman-Laura, lo llevó a dicha separación. La anotación de 1955 es elocuente:
Mi amado Fritz,
Estoy escribiendo esto mientras tú estás en Cleveland. No estoy escribiendo un carta, y tampoco te estoy escribiendo a ti. Estoy escribiendo esto principalmente para mí, o posiblemente solamente para mí. NO sé dónde estoy, o mejor dicho, dónde estamos -si todavía hay un “nosotros”. Ahora, no existe casi ninguna prueba de ello. Las lágrimas están ya corriendo por mi cara -me parece que no hago nada más, excepto llorar, cada día, cuando estoy sola. Siempre estoy sola, incluso cuando estoy en la misma habitación que tú. O mejor dicho, tú estás solo, y no pareces ser consciente de que estoy allí. Me siento como un gato ronroneando alrededor de tus pies, pero incluso ni me acariciarías, como sin ninguna duda harías con un gato. ¿Qué nos ha ocurrido? Incluso no puedo preguntarte directamente. No puedo preguntarte nada. Ya no puedo hablar contigo nunca, no durante mucho tiempo.
         La colección de escritos de Laura tienen, casi siempre, el aire de bocetos para los que no tuvo los arrestos necesarios para convertir en textos acabados, porque ello exigía una dedicación y una disciplina a la que no supo someterse. Sin embargo, ella acusaba a su marido de ser, sobre todo, perezoso, muy perezoso, y Fritz se quejaba de que ella no lo hubiera «empujado» para salir de ese estado de apatía o postración. Hubo un cuento,  Una percha para colgar el sombrero (Réquiem por Isaac Rosenfeld) , que fue recomendada por Goodman para que fuera publicada en una revista, pero el editor se la devolvió porque no cumplía las expectativas de la revista, lo que debió de suponer un duro golpe para las aspiraciones llamémoslas artísticas de Laura. Entre esos bocetos, Laura tuvo la ocurrente idea de parodiar la magnífica obra de Pirandello, Seis personajes en busca de un autor, para trazar un bosquejo autobiográfico que tiene el valor de descubrir cómo se ve ella a sí misma:
I.       Una mujer con más de cincuenta años; sintiéndose
1)       Mayor, con la melancolía del climaterio, tensión alta, preocupada por los nietos, la familia, el marido que envejece.
2)       Viéndose diez años más joven, sintiéndose quince años más joven. Hambrienta de amor y sexo. Viviendo principalmente una vida fantasiosa de éxito sexual, con ocasionales aventuras reales. Preocupada por la impresión, la ropa, la apariencia, la agudeza mental.
II.      Profesionalmente exitosa.
1)       Experimentada, confiada, impresionante, reconocida pero no ambiciosa.
2)       Fracasada profesionalmente; insegura, sintiéndose un fraude, sintiéndose ignorante, temerosa de “ser descubierta”. Competitiva pero asustada, supermodesta y arrogante (nadie me conoce, nadie se da cuenta de mí vs. Soy muy conocida, estoy en lo alto de mi progresión, etc., etc.
III.     Escritora.
1)       Niña prodigio; dotada, precoz, muy elogiada, ridiculizada, herida. Capullo.
2)       Buena estudiante; ávida lectora, escritora de artículos y ensayos escolares. Enpeñada en ser racional. Útil social versus “lúdicamente artista egotista.
IV.    Ama de casa
1)       Indiferente, negligente, sin que le importe, irregular, sin rutinas, Schlamperei (dejada), sin tiempo para nada, derrochadora.
        
El libro es interesante, para los muy interesados en la vida, obra y milagros de los creadores de la Gestalt, porque Laura ofrece una visión bastante extensa de su vida adolescente y repasa épocas de las que no suelen circular muchos datos concretos, específicos, como la de tiempo en Sudáfrica. Las fotos que se incorporan al volumen permiten la contemplación de lo que el matrimonio llamó la primera residencia Bauhaus en Joahnnesburgo, por ejemplo. La vida de Laura Perls, sobre todo después de la separación de su marido fue una vida marcada por el decidido carácter varonil de las mujeres de su familia, según confiesa, pero también porque ella hubo de estudiar en un  Gymnasium masculino, junto con dos chicas más, una de las cuales no se adaptó y abandonó. Estamos hablando de una mujer que abría caminos en una época en la que pocas accedían a los estudios universitarios, y esa necesidad de “imponerse” frente a los hombres, de reafirmarse, desarrolló en ella ese sentido de la competitividad que acabó chocando con el de su marido.  A través de las páginas del libro, así pues, asistimos, también a la recreación de una época la de los años veinte y treinta marcada por el decidido movimiento de liberación de la mujer que, como en el caso de Laura, se realizaba de forma individual. El libro incluye varias entrevistas que permiten redondear el carácter autobiográfico de la obra. En una de ellas, el entrevistador le reprocha a Laura las vaguedades y alguna contradicción, como que el matrimonio leyera Politics, la revista neoyorquina de ínfima tirada, donde, al decir de ambos, conocieron a Paul Goodman, porque firmaba un artículo sobre la izquierda y las teorías freudianas. Y aunque ha de reconocerse que la cultura de Laura en modo alguno es fingida, y que sus referencias son sólidas, no deja de haber en su manera de referirse a lo que fue su vida de relación social con una sofisticación en la que se intuye una cierta y leve impostura. La manera de referirse a ciertos movimientos artísticos y su papel en aquel mundo de la bohemia berlinesa de los años 30, tiene un aire hasta cierto punto frívolo que no acaba de convencer al lector crítico. En cualquier caso, el libro tiene muchos alicientes y hay en él muchos detalles biográficos que satisfarán la curiosidad con que los lectores solemos acercarnos a estos libros testimoniales.