La
perfección del machihembrado de la intrahistoria y la Historia: De la
degradación del reinado de Isabel II al triunfo de la setembrina:
¡El hallazgo narrativo de Mariclío!
Tanto en la Cuarta como en la Quinta serie de estos Episodios nacionales, la invención de los
narradores correspondientes va a ser determinante para elevar el tono de la
narración, al tiempo que para mostrar con mayor profundidad la complejidad de
los tiempos “nuevos” que se abren para quienes vana entrar, tras la Revolución
europea de 1848, en una época dominada por la aparición de agentes históricos
determinantes como las organizaciones obreras o los partidos progresistas que
se acercan al socialismo y abandonan el liberalismo bajo el que hasta entonces
se encuadraban. La invención de un narrador como José García Fajardo -Pepe para
todos, incluidos los lectores- de extracción popular y enviado a formarse a
Italia para ser sacerdote, vocación de la que desiste por la tentación de la
carne, tiene tal entidad en esta cuarta serie que va mucho más allá del valor
testimonial, porque en sí mismo, Pepe es un personaje propio de su tiempo que,
a través de la suposición de su mucho valer acabará siendo más reconocido por
la presunción de esos saberes que por la demostración de los mismos, lo cual le
abre las puertas incluso de la nobleza, gracias a un matrimonio con una mujer
Ignacia, fea e inteligente, decidida y enamorada de él, lo que lo acerca a
personajes fundamentales para la historia de España de ese periodo. Su
intención testimonial es inequívoca: Estoy
resuelto a perpetuar la verdad de mi vida para enseñanza y escarmiento de los
venideros, aunque tome sus precauciones para solo ser leído después de
muerto. Su teoría es la propia del afán galdosiano, que luego será unamuniano
en su concepto de la intrahistoria: Todos
los hombres hacen historia inédita; todo el que vive va creando ideales volúmenes
que no se estampan ni aun se escribe. (…) Todo ejemplo de vida contiene
enseñanza para los que vienen detrás, ya sea por fas, ya por nefas, y útil es
toda noticia del vivir de un hombre. Como revela Sofía, la cuñada del
memorialista y narrador: Sofía: Todo ello
[la agitación revolucionaria] es por haber tomado en serio ese poema católico y
político del papado al frente del liberalismo y de la unidad de Italia, que en
rigor nos importa un comino. [Sofía es conservadora y critica la visión
“progresista” de Pío nono.] (…) Ya en
Francia no se dice las “turbas” -indicó Sofía-, sino las “masas”, nombre nuevo
del populacho, y me parece que también por acá vamos a tener masas, que es lo
único que nos faltaba. En efecto, la aparición de los partidos de ideología
progresistas que se dirigen a las “masas”: liberales progresistas,
republicanos, y republicanos federalistas es a lo que vamos a asistir en esta
Cuarta serie que nos acerca a la contemporaneidad del propio Galdós, quien, de
hecho, no tardará en narrar sucesos ya vividos por él en primera persona cuando
se instala en Madrid como joven periodista, antes de dedicarse en cuerpo y alma
a la elaboración del corpus novelístico más importante de nuestra literatura
después del cervantino. La intimidad que establece el narrador con los lectores
es clave para entender el modo como aquel nos acerca incluso a las desgracias
que nunca llegan solas, porque, por amor del juego y de las mujeres, Pepe se ve
envuelto en situaciones muy comprometidas de las que sabe, sin embargo, salir
con un espíritu materialista: Déjame,
déjame, ¡oh, ignoto público de la posteridad, si en efecto existes y me lees!;
déjame que me tome respiro y ataje los vuelos de mi pluma en esta parte de mis
Memorias, pues tantas desdichas en ella se reúnen, que me será difícil
transcribirlas con orden para que aparezcan en la serie aterradora con que me
las ha deparado el Destino. Esa biografía, salpicada de aconteceres de todo
pelaje, permite entender lo cercano que Pepe se siente del pueblo y de su
malhadado destino histórico: El orden por
sí no es nada, y cuando se ejerce contra la voluntad del pueblo, es el desorden
con insignias usurpadas… El pueblo ama la libertad… solo que no le dejan
manifestarlo… ¿Pies la tropa? ¿Qué es la tropa más que pueblo con uniforme?
La sensibilidad del narrador ante lo inevitable, la inexorabilidad de un
levantamiento popular que genere un contrato social diferente del sistema casi
feudal que domina las relaciones de producción y de poder, es fácilmente
comprensible, así como su decidida voluntad de librarse de la degollina: La revolución vendrá… La tormenta que vaga
por Europa, de pueblo en pueblo, descargando aquí centellas, allá granizo, en
una parte y otra eléctrico fluido que todo lo trastorna, ha de ser, andando el
tiempo, furioso torbellino que arrase el vano edificio de nuestra propiedad,
sin que contra él nos valgan falanges ni falansterios… ¿Tardará meses, años,
lustros; tardar siglos?... Que a mí no me coja es lo que deseo, y que cuando
estalle, ya estén leídas y dadas al olvido mis deslavazadas Confesiones…Para
ello, su “plan de vida” se acomoda a la clase a la que pertenece y a la
iniciativa de la que se precia: Mi
riqueza me hace benévolo. Imitando al filósofo inglés, erigiré una gran fábrica
o manufactura al estilo de la New Lanark, y entre mis felices y bien
alimentados obreros practicaré todas las virtudes evangélicas. Solo “desde
dentro” de aquella degradada estructura de poder que fue el reinado de Isabel
II es posible mostrar a los lectores del futuro -mi menda mismo…, para quienes
realmente escribe Galdós, y ahí ha de encontrarse el sentido de este homenaje
que ha significado mi lectura continuada de su magna obra- cómo fue posible no
solo su destronamiento, sino, sobe todo, el fallido intento de cambio de
dinastía gracias Prim o el impensable fracaso de la Primera República, incapaz
de gestionar unos anhelos de libertad que descarrilaron sobre el frágil
proyecto del federalismo mal entendido, como lo demostró el cantón de Cartagena
y el posterior golpe de estado de Pavía, que devolvió a España a la tradición
borbónica. Estamos aún en la España de los “espadones”, con un Narváez
conservador y mesiánico sustituyendo a la figura del progresista Espartero, que
concitó la esperanza de los trabajadores en una época en la que comenzaron a
surgir en Barcelona lo que primero fueron Asociaciones de Socorros mutuos antes
de devenir lentamente sindicatos organizados y futuras bases electorales del
republicanismo federal. Galdós acentúa en esta Cuarta serie las tramas folletinescas
que ya vimos en las series anteriores, pero se vale de unos personajes a los
que insufla una vida no meramente instrumental, sino densa, compleja y propia,
de lo que se deriva que estamos, en estas dos última series ante novelas en
todo equiparables a las más famosas de su ciclo de novelas contemporáneas. De
hecho, no en esta Serie, sino en la siguiente, incluso aparecerán personajes de
aquellas, como Ido del Sagrario, por ejemplo, entre otros. Lucila, la hija del
gitano Ansúrez, cuya belleza tanto impacto al narrador, Pepe, hasta el punto de
incluso pode poner en peligro su matrimonio, si bien la aventura de la joven
pronto se aparta del derrotero estrecho de la vida del desclasado: ese ser
fronterizo entre la aristocracia, acaba siendo Marqués de Beramandi, y el
pueblo humilde del que procede por origen familiar. De hecho, él mismo se
ofrece como síntesis que permita superar antagonismos sociales y emprender una
vía de entendimiento entre los españoles que nos aleje de las luchas
fratricidas y los sempiternos enfrentamientos. Los juicios de Pepe, sin
embargo, sobre el presente y el inmediato futuro están impregnados de un
pesimismo y un escepticismo muy notables: Si la Historia, mirada de hoy para lo pasado,
nos presenta la continuidad monótona de los mismos crímenes y tonterías, vista
de hoy para lo futuro, no ha de ofrecernos mejoría visible de nuestro ser, sino
tan solo alteraciones de forma en la maldad y ridiculez de los hombres como si
estos pusieran todo su empeño en amenizar el Carnaval de la existencia con la
variación y novedad pintoresca de sus disfraces morales, literarios y políticos. La vida del campo que
describe Pepe y que conocen ambos, él e Ignacia, durante su veraneo, arroja una
visión tenebrosa de la realidad española más allá de los círculos de la Corte.
Desde los quintos que quieren escaparse del servicio por vía expeditiva: Leyó mi
padre que en un pueblo de Soria se había descubierto el estupendo caso de que
todos los mozos útiles y robustos, de ocho años acá, daban en la flor de cortársela
primera falange del dedo índice de la mano derecha con el santo fin de eludir
el servicio militar…, hasta la pobreza de quien, como Miedes, pierde la
cabeza de tan bien llevarla sobre los hombros: Es un
sabio tonto y un alma de Dios, en la cual se juntan la erudición pasmosa y una
simplicidad digna del limbo, pasando por una de esas genialidades de Galdós
como la recreación de los lenguajes populares o de argot, que no son mera
invención, sino callado trabajo de campo, apuntes tomados del natural. Las
quejas de las trabajadoras del campo, que oye el matrimonio, constituye un
excelente repertorio tomados cuando Pepe y su mujer, Ignacia, entran en
contacto, como señores, con los padecimientos de los ¡aún! propiamente “siervos
de la gleba”: “¡Señor, Señor, que esté
una trabajando todo el año para que venga una cochina nube de ese cochino cielo
a quitarle a una lo ganado!” U por otra parte oíamos: “Santos, ¿qué jacedes que
esto consentides? Mala peste con vos y con el cura que no echa las
aconjutaciones”… “Virgen del Pilar, acude pronto acá y líbranos”… “San Roque,
¿a dónde vos metéis, santico, que estos cielos dejáis a los demonios?”…”Padre
nuestro… todo perdido, todo arrasado… venga a nos tu reino… mi patatal que
estaba como un verjel de Dios, y ahora… el pan nuestro… Perdición, Señor,
perdición y vengan rayos”… “Jesús, Jesús, ¿aónde estás metío, señor Jesús de la
cruz a cestas?”… “Tiran coces los ángeles, y aquí nos mandan los cascos del
pavimento celestial”… “Virgen, para, para; ya no más… que nos morimos”… “¿Quién
da patás en el cielo, y quién descuaja los afirmamentos y nos echa encima too
este vridio?”…”¡Malhaya quien trabaja, malhaya quien trae criaturas a mundo!
Santo Jesús, ¿no diz que sodes Pastor? ¿Por qué matas tu ganado? ¡Trocarte has
en labrador que no mandes truenos, no esta encandilación de tufo de azufre, ni
estos cantos de dos libas!”… “¿Qué pecado hicistes, patatas mias; en qué
habedes faltado, judías, tomates y lechugas?”… “Apóstoles y mártires, ¿qué
enfado tenéis? Semos pobres, trabajamos para vivir, y nos dejáis en los huesos.
Pelados huesos, ya no tenéis sino hebras de carne, y estas hebras los perros de
la contribución vendrán a quitárnoslas. El niño no saca de nuestros pechos más
que amargura, y el marido, si no le dan vino, quiere que seamos burras para el
trabajo”… “¡Malhaya el mundo, malhaya el trabajo, ábranse las sepulturas!”
“¡Justicia caiga sobre los malos, no sobre los pobres, que meten su alma en la
tierra!”… “Virgen pura, Madre nuestra, líbranos de todo mal perverso, quítanos
el rayo y la piedra, amén, y guarece nuestros campos, amén, amén y amén”.
Parte de ese arte narrativo de Galdós es el fragmento que extraje en su
momento, lleno de admiración, y que colgué en una separata de estas recensiones
para que los intelectores pudieran admirarlo en todo su esplendor (http://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com.es/2018/01/el-arte-narrativo-de-galdos-o-el.html.). Entre los conflictos de
todo tipo que van a alimentar la decadencia del reinado de Isabel II, entregada
a las tenebrosas influencias de Sor Patrocinio, la monja de las llagas, de su
confesor, el padre Claret y la intransigencia ultraconservadora del rey consorte,
Francisco de Asís, no falta ni siquiera el problema regional, mezclado, en
aquel entonces, con las aspiraciones carlistas al trono. Tan es así, que
resulta muy chocant este diálogo -visto desde nuestro presente- entre Egaña,
Madoz y el Presidente Narváez: -“¿Pero esto es España o la ermita de San
Jarando que hay en mi tierra, donde cada sacristán no pide más que pasa su
santico? Ea, caballeros, yo estoy aquí para mirar por el padre eterno, que es
la nación, y no por los santos catalanes o vascongados… -“General -le contesta
Madoz-, es usted atroz, y a este paso iremos… a donde no queremos ir.”
Desde los tiempos de la Pepa, no ha habido militar en España que no se haya
considerad el hombre “providencial” que el país necesitaba, algo que hemos
sufrido propiamente hasta casi el último tercio del siglo XX, y de ahí la
reflexión que Narváez, desde la soledad del poder que no tardará en ceder,
siguiendo el voluble capricho de la reina, le hace al narrador, a Pepe: A veces, metido yo en mí mismo, me pregunto:
¿Pero seré yo solo el cuerdo entre tanto tocado, y mi papel aquí es el de
rector de un manicomio?... ¡España y los españoles! ¡Vaya una tropa, compadre!
Aquí, el Gobierno no halla día seguro; aquí es imposible acostarse sin pensar:
¿qué absurdo, qué disparate nos caerá mañana? (…) El que inventó el llamar
“cosas de España” a todos los desatinos que da de sí esta nación, ya supo lo
que decía. Y aquí no se puede gobernar porque nadie está en su puesto, nadie en
su obligación y en su papel, sin todo el mundo en el papel de los demás. (…)
¡Ay, pollo! Usted no es militar, usted no ha hecho la guerra, peleándose con
otros españoles por “un sí y un no”; usted no se ha metido hasta la cintura en
ríos de sangre. ¿Y todo para qué? Para que, a la vuela de algunos años de lucha
y de otros tantos de celebrar la victoria con himnos y luminarias, nos
encontremos como el primer día… ni más ni menos que el primer día, creyendo,
como antes se creyó, que puede venir el Zancarrón, y que aquí no ha pasado
nada… Lo que digo: todos locos… Otra de las especialidades novelísticas de
Galdos es esa suerte de labor informativa que levanta acta de oficios e
industrias que han formado parte de nuestra vida social. En este caso se trata
de la industria de la cera, la fabricación de velas, un negocio que acabará
atendiendo una exclaustrada del convento, Domiciana, quien se interpondrá en el
camino de los amores de Lucila, la gitana, y un militarote revolucionario al
que Domiciana acaba secuestrando e introduciendo en las dependencias de la servidumbre
en Palacio, donde ella también ha entrado a servir. Estamos ante una parte de
la historia que nos es contada por un narrador desconocido en 3ª persona,
centrada en ese proceso de amores rotos que nos llevará a un matrimonio
desigual entre Lucila y un rico hacendado, Vicente Halconero, que la corteja y
ante el que cede para no caer en la miseria, si bien mantiene siempre viva la
esperanza de volver a encontrarlo, aunque los diferentes nacimientos de sus
hijos acaban enterrando aquella etapa de su vida, sobre todo el primogénito,
que tantos cuidados necesita por su delicado estado de salud desde el mismo
momento de nacer. Al final, Lucila, que también sirvió en Palacio durante un
tiempo, sabe reconocer que es incomparablemente mejor la situación de rica
hacendada que la de sierva sin oficio ni beneficio: Te lo aseguro, Rosenda: no supe lo que llevaba… pienso que no sería
cosa buena. Déjame que suspire un poco. El recordar mi vida de palacio me pone
aquí un peso, una opresión…! Nunca he sido más inútil que en aquel tiempo;
nunca me he sentido más sola; nunca me han aburrido tanto las máscaras, pues
máscaras me parecían cuantas personas traté en aquella casa… Tanto me amarga
este recuerdo, que no he contado los lances de aquella mi vida boba más que a dos
personas, a Tomín, a poco de conocerle, y hoy a ti. A la boticaria, nada o muy
poco de esto le conté, porque con esa maldita nunca tuve yo verdadera
confianza… siempre la temía, siempre de ella desconfiaba… No sirvo yo para esa
vida de los palacios grandes, grandes… Las personas me parecen figuras que han
salido de los tapices, y que hablando y moviéndose siguen siendo de trapo… En
todo no ves más que vanidad, mentira, y todo se te confunde y se te vuelve del
revés; llegas a no saber si los criados parecen señorones o los señorones
parecen criados. La revolución de los sargentos en Vicálvaro fue el aviso
de lo que acabaría pasando, aunque la represión de la reina fue tan severa que,
en vez de granjearse el respeto de los súbditos, se granjeó su enemistad más
profunda, y por esa razón, si bien a Pepe le pareció un juego de chiquillos la
sublevación, no es menos cierto que “entiende” los fundamentos del conflicto: No espero nada; no creo en nada… Me hastía
el recuerdo de la batalleja que vi en Vicálvaro. Me figuro los niños de Clío jugando con soldaditos de
plomo…, dice al recordarlo; pero enseguida, casi desde una perspectiva
republicana, Pepe es usurpado por el autor para exponer un punto de vista en
parte ajeno a la relevancia social aristocrática del narrador: Mañana,
pensaba yo, se juzgarán estos hechos como atentados a la propiedad, como
profanación de la ley o arrebatos de salvaje cólera. ¡Y las culpas de esta
brutal plebe, nadie las atenuará con el recuerdo de las horribles violaciones
de toda ley moral y cristiana que se contienen en el gobierno regular de la
sociedades; nadie verá la inmensa barbarie que encierra el régimen burocrático,
expoliador del ciudadano y martirizador de pobres y ricos; nadie se acordará
del sinnúmero de verdugos que constituyen la familia oficial, y cuya única
misión es oprimir, vejar, expoliar y apurar la paciencia, la sangre y el
bolsillo de tantos miles de españoles que sufren y callan!... Nadie se fijará
en el crimen lento, hipócrita, metodizado, de la acción gobernante, mientras
que salta a la vista el crimen desnudo, instantáneo, de unas gavillas de
insensatos que asaltan, queman, matan, sin respetar haciendas ni vidas. Nadie
ve las víctimas obscuras que inmoló la ambición de los poderosos, ni los
atropellos que se suceden en el seno rescatado de una paz artificiosa,
sostenida por la fuera bruta dominante, y todos se horrorizan de que la fuera
oprimida y dominada se sacuda un día y, aprovechando un descuido del domador,
tome venganza en horas breves de los ultrajes y castigos de siglos largos… Y
bien mirado esto, delante del sacro altar de Clío, ante el cual no cabe falsear
la verdad; bien miradas estas vindicaciones instantáneas frente a las demasías
que las motivaron, todo se reduce a una bella variedad de formas de justicia
dentro del canon de la Naturaleza. (…) Puestos todo a violar no creo que deban
cargarse a la cuenta de la plebe las más escandalosas violaciones. El
favoritismo en altas esferas no hace menos estragos que la desatada barbarie en
las bajas. No es el pueblo quien da forma de embudo a las leyes, ni quien
envenena las aguas del poder en su propio manantial. Su ignorancia no es el
único mal; otros males hay, de que son responsables los que leen de corrido,
los que escriben con buena sintaxis, y los que hablan con sonora elocuencia.
Así están las leyes, arrinconadas como trastos viejos cuando perjudican a los
que las han hecho, Así huele tan mal el libro de la Constitución… Resulta
curiosa la implicación que acaba teniendo Pepe en la vida de Lucila, a quien
tanto deseó, porque, al final, cuando Gracián, liberado del “secuestro” de
Domiciana, quiere volver a meterse en la vida establecida y decente de quien
fuera su amante en la pobreza y en el ocultamiento a las autoridades, es Pepe
quien se lo acaba impidiendo matándolo en una pelea. La familia de Lucila, el
padre y su hermano Leoncio, que se va a vivir con una mujer casada, y lo hacen
al campo, para estar en contacto con la naturaleza, en una prefiguración
ecologista de primer nivel (Tan hechos
estaban Mita y Ley al vivir campestre,
que no podían pasarse sin salir los domingos a ver grandes espacios luminosos,
tierra fecunda o estéril, árboles siquiera matas o cardos borriqueros, la
sierra lejana coronada de nieve, agua corriente o estancada, avecillas,
lagartos, insectos, todo, en fin, lo que está fuera y en derredor del
encajonado simétrico que llamamos poblaciones) , así como el hermano que se
instala en Marruecos, se hace comerciante y se “naturaliza” árabe, llegando
incluso a participar en la Guerra de África, de la que se habla en esta Serie,
tomará un relieve que se extenderá incluso al cambio de narrador, porque el
hermano de Lucila que se hará llamar El Nasiry, narrará la batalla de Tetuán desde el punto de
vista marroquí y entra, en el curso de la acción bélica, en relación con Juan
Santiuste, el místico pacifista a quien lleva consigo a su casa antes de
“despacharlo” para la península, consolándolo después de su fallida boda con la
hija del comerciante. Su crónica tiene, como no puede por ser menos en Galdós,
todos los resabios cervantinos de la de Cide Hamete Benengeli. Ese personaje,
José Santiuste, un periodista sin fortuna, cuya participación en la Guerra de
África, donde descubre el pacifismo, va a tener, de la mano de Pepe, un
importancia relevante, aunque por la vía de la enajenación, convirtiéndose en
otro de esos personajes enajenados que pueblan la novelística galdosiana. De
hecho, José Santiuste será también narrador de esta serie, por encargo del
marqués de Beramndi, Pepe, quien nos describe como vuelve a encontrarse con él,
una vez regresado de la aventura africana: Quien
conoció a este hombre hace un año y ahora le vea -dijo Beramendi-, no comprenderá
que así podamos saltar de la juventud alegre a la triste vejez. El que se llamó
Santiuste, ahora lleva el nombre de “Confusio”, que él mismo se aplica olvidado
de su verdadero apellido. Una enfermedad terrible de la que escapó mal curado,
para caer luego en un tifus horroroso, deshizo su naturaleza física y mental. Y
el que ahora ven ustedes es un guapo mozo comparado con el que me encontré hace
meses, cuando salió del hospital, y se arrastraba por los declives de Gilimón
como un pobre animal moribundo. Yo lo había perdido de vista: ignoraba su
paradero y sus enfermedades… Pues Señor, le recogí; le puse en una vivienda
saludable, al cuidado de personas caritativas. Se le reconstituyó lo mejor que
se pudo. Fue como cadáver que resucitamos trayéndolo un poco más acá de los
linderos de la vida. A fuerza de cuidados recobró la acción muscular, el uso de
la palabra con torpeza de pronunciación y penuria de voces; luego vino la
escritura, que con el ejercicio gradual llegó a ser lo que fue, a medida que se
iba corrigiendo el temblor de la mano. La reparación del entendimiento fue más
perezosa, y las facultades del hombre muerto reaparecieron en el resucitado
como destello de la luz de otros días. Casi todas sus ideas habían volado;
olvidó su nombre y los anteriores sucesos de su vida, que fueron complejos y
muy interesantes, dramáticos los unos, otros graciosísimos. (…) Le estimulo
para que trabaje en eso que él llama Historia lógico-natural de los españoles
de ambos mundos en el siglo XIX. Tras un paréntesis por una no explicada
crisis de salud que le impidió seguir sus memorias, Beramendi recupera la voz
narrativa, descolgándose con un retrato burlón de Clío, la diosa de la
Historia, que no nos va a abandonar prácticamente hasta el final de esta y de
la última serie novelística. Este giro sarcástico acentúa el escepticismo de
Galdós no solo respecto de la narración de la Historia, sino de las
posibilidades del pueblo español como artífice de un destino que se aparte del
diagnóstico relativamente reciente de Gil de Biedma: De todas las historias de la Historia/la más triste sin duda es la de
España/ porque termina mal. Como si el hombre,/ harto ya de luchar con sus
demonios,/ decidiese encargarles el gobierno/ y la administración de su pobreza.
La desesperación del gitano Ansúrez, el padre de Lucila, Leoncio y “el
africano”, a quien un cura prestamista, Merino, que luego atentaría contra
Isabel II, le niega la posibilidad de establecerse por cuenta propia, acierta
con la descripción de la época: Loco es
en España el que fíe del trabajo para vivir a gusto, que de su sudor no ha de
sacar más que afanes, y ser el hazmerreír de los que manipulan con lo
trabajado. Tres oficios no más hay en España que labren riqueza, y son estos:
bandido, usurero y tratante en negros para las Indias. (…) Mientras los
cortesanos se hartan en banquetes, el pueblo cena pan seco, y por no tener para
carbón, que vale, como sabéis, a catorce reales, no puede ni calentar agua para
hacer unas tristes sopas…Pero estaba comentando, antes de esta digresión,
ese tono zumbón del narrador sobre el acertado personaje que incorpora Galdós
al último tramo de su Episodios, Doña Mariclío, es decir, la musa inspiradora
de la Historia, Clío: O’Donnell es el
rótulo de uno de los libros más extensos en que escribió sus apuntes del pasado
siglo la esclarecida jamona doña Clío de Apolo, señora de circunstancias que se
pasa la vida escudriñando las ajenas, para sacar de entre el montón de verdades
que no pueden decirse, las poquitas que resisten el aire libre, y con ellas conjeturas
razonables y mentiras de adobado rostro. Lleva Clío consigo, en un gran
puchero, el colorete de la verosimilitud y con pincel o brocha va dando sus
toques allí donde son necesarios. Pues cuenta esta buena señora… Llevado
por esa vena de lo grotesco, la extiende el narrador, vía Galdós, a la
impagable descripción de la Gaceta, esto es, de lo que actualmente denominamos
BOE, órgano de gobierno real y efectivo del país: Daba gusto ver la Gaceta aquellos días, como risueña matrona, alta de
pechos, exuberante de sangre y de leche, repartiendo mercedes, destinos,
recompensas, que eran el pan, la honra y la alegría para todos los españoles, o
para una parte de tan gran familia. (…) La Gaceta, con ser tan frescachona y de
libras, no podía con el gran cuerno de Amaltea que llevaba en sus hombros, del
cual iban sacando credenciales y arrojándolas sobre innumerables pretendientes,
que se alzaban sobre las puntas de los pies y alargaban los brazos para
alcanzar más pronto la felicidad. (…) La Gaceta tenía rasgos de locura en su
semblante iluminado por un gozo parecido a la embriaguez. Diríase que había
bebido más de la cuenta en los festines revolucionarios, o que padecía el
delirio de grandezas, dolencia muy extendida en los pueblos dados al ensueño, y
que fácilmente se transmite de las almas a las letras de molde. El camino
que nos lleva hasta la Revolución del 68 va a incluir dos salidas narrativas de
la península, la Guerra de Marruecos, en uno de los mejores volúmenes de la
serie y aun de todas ellas, y la lucha
en las colonias americanas, a partir, sin embargo, de un viaje de carácter científico,
con lo que Galdós quiere equilibrar el pasado irremediablemente perdido de un
Imperio imposible y la fe en el porvenir. Así mismo, habrá de salvarse el
espectáculo grotesco del intento de los carlistas, desembarcando en San Carles
de la Ràpita para fracasar una vez más en su empeño trinitario: dios, patria y
rey: En
San Carlos de la Rápita desembarcó la locura. Venía guiada por la necedad, y a
recibirla salió la ceguera. ¡Y nos habían hecho creer que todo lo tenían muy
bien dispuesto… que Francia estaba en el ajo… que Madrid se pronunciaba, que
palacio se pronunciaba, y que Prim en África se pronunciaba! La
novedad narrativa es la aparición, ya de nuevas generaciones de personajes que
tuvieron protagonismo en series anteriores, como el hijo de Santiago Ibero o el
hijo de Lucila, generaciones que se acercan al ideal republicano, porque
ciertos episodios, como la represión de la revuelta campesina de Arahal y
Utrera, obligan a una reflexión cuyo dramatismo el narrador no nos ahorra en su
verdadera crudeza: Cuando se hicieron
públicos los graves sucesos del Arahal [y Utrera], una revolución más agraria que política, no bien conocida ni
estudiada en aquel tiempo, no podía el buen hombre contener su ira, y en medio
de la calle con descompuestos gritos expresaba su protesta contra la bárbara
represión de aquel movimiento. (…) ¿Pues qué hace el Gobierno con estos pobres
hambrientos? ¿Mandarles algunos carros cargados de hogazas? No. Les manda dos
batallones con las cartucheras surtida de pólvora y balas. La tropa, bien
comida, pone cerco al pueblo, embiste,
penetra en las calles y acosa con tiros a la multitud revolucionaria para que
se entregue. ¿Por ventura los soldados apuntan a la cabeza? No. ¿Apuntan al
corazón? No. Apuntan a los estómagos, que son las entrañas culpables. El
corazón y el cerebro no son culpables… No van los tiros a matar las ideas, que
no existen; no van a matar los sentimientos, que tampoco existen: van a matar
el hambre…(…) Pues escogidos cien democráticos, o dígase cien estómagos vacíos,
los llevaron contra unas tapias que hay a la salida del pueblo, y allí les
sirvieron la comida, quiero decir, que los fusilaron… Y ya se les cerró el
apetito, que abierto tenían de par en par. No hay cosa que más pronto quite la
gana de comer que cuatro tiros con buena puntería. He de reconocer que a medida
que avanza la penúltima serie, el interés narrativo va creciendo, no solo
porque los diferentes personajes que siguen las novelas en su peripecia
personal son muy atractivos para el lector, sino porque los hechos históricos asumen
la importancia decisiva que tendrá en nuestra historia tanto el intento de Prim
de cambiar de dinastía reinante como, finalmente, la declaración republicana
hecha en falso y que acabó, propiamente, como el famoso rosario de la aurora
con el cantonalismo militante. La perspectiva sarcástica que adoptan los
narradores de esta Cuarta serie y aun los de la Quinta, lleva a que Galdós ponga
el acento en esa cara cómica que es el reverso de la solemnidad de ciertos
hechos supuestamente heroicos o históricos como el de la sublevación contra
Isabel II, cuando Prim, Serrano y Topete están a punto de desembarcar en Cádiz
para poner España patas arriba y acabar con el reinado de Isabel II. Prim no
tiene el uniforme y busca algún remedo de autoridad ornamental para saltar a
tierra desde el buque en el que ha llegado a Cádiz: Mandó que con lanilla roja de banderas le hicieran una faja; se la
puso, y en verdad que una vez ceñida al cuerpo y vista de lejos, todo el mundo
la disputara por legítima y noble seda. Para cubrirse tomó la gorra del oficial
de Marina cuyas medidas de cabeza correspondían a las de la suya. Tocó este
honor a la cabeza del ilustrado oficial don Camilo Arana. Véase cómo un gran
suceso de la Historia contemporánea fue precedido de incidentes vulgares,
cómicos, contrarios a toda solemnidad. Ni que decir tiene que la jugada de
Prim salió feliz, y que, sin apenas resistencia de los militares fieles a la
reina, consiguió que Isabel II renunciara al trono y se exiliara a Francia, sin
querer abdicar en su hijo Alfonso, a quien, según Beramendi, educaban más para
idiota que para rey: Alfonso es un niño
inteligentísimo; posee cualidades de corazón y pensamiento que bien
cultivadas, bien dirigidas, nos darían
un Rey digno de este pueblo; pero semejante ideal no veremos realizado, porque
se le cría para idiota: en vez de ilustrarle, le embrutecen; en vez de abrirle
los ojos a la ciencia, a la vida y a la naturaleza, se los cierran para que su
alma tierna ahonde en las tinieblas y se apaciente en la ignorancia. (…)
Compadezco a ese niño y compadezco a mi patria. En Alfonso vi una esperanza. Ya
no veo más que un desengaño, un caso más de esta inmensa tristeza española, que
ya ¡vive Dios! se nos está haciendo secular. (…) Así sabrás la verdad [se
dirige a Confusio] de la educación del príncipe, que no es educación, sino todo
lo contrario, un sistema contraeducativo. Sus maestros le enseñan a ignorar, y
cuanto más adelantan en sus lecciones, más adelanta el niño en el arte de no
saber nada”. De hecho, la reina no abdicaría en el hasta dos años después,
en 1870.
Apéndice documental
Quizás porque fue muy famosa en su tiempo, reproduzco
aquí, para los verdaderamente interesados en estos pormenores de la Historia, la
proclamación de la rebelión contra Isabel II, escrita por Adelardo López de
Ayala y conocida popularmente como la de los Queremos…
Españoles: La
ciudad de Cádiz, puesta en armas con toda su provincia, con la armada anclada
en su puerto y todo el departamento marítimo de la Carraca, declara
solemnemente que niega su obediencia al Gobierno que reside en Madrid, asegura
que es leal intérprete de los ciudadanos que, en el dilatado ejercicio de la
paciencia, no hayan perdido el sentimiento de la dignidad, y resuelta a no
deponer las armas hasta que la nación recobre su soberanía, manifieste su
voluntad y se cumpla. ¿Habrá algún español tan ajeno a las desventuras de su
país que no pregunte las causas de tan grave acontecimiento? Si hiciéramos un
examen prolijo de nuestros agravios, más difícil sería justificar a los ojos
del mundo y la historia la mansedumbre con que los hemos sufrido que la extrema
resolución con que procuramos evitarlos. Que cada uno repase en su memoria, y
todos acudiréis a las armas. Hollada la ley fundamental; convertida siempre
antes en celada que en defensa del ciudadano; corrompido el sufragio por la
amenaza de soborno; dependiente la seguridad individual, no del derecho propio,
sino de la irresponsable voluntad de cualquiera de las autoridades; muerto el
Municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad y del agio;
tiranizada la enseñanza; muda la prensa; y solo interrumpido el universal
silencio por las frecuentes noticias de las nuevas fortunas improvisadas, del
nuevo negocio, de la nueva real orden dada encaminada a defraudar al Tesoro
público; de títulos de Castilla vilmente prodigados; del alto precio, en fin,
al que logran su venta la deshonra y el vicio; tal es la España de hoy.
Españoles, ¿quién la aborrece tanto que se atreve a exclamar: “Así ha de ser
siempre”? No, no será. Ya basta de escándalos. Desde estas murallas, siempre
fieles a nuestra libertad e independencia, depuesto todo interés de partido,
atentos sólo al bien general, os llamamos a todos a que seáis partícipes de la
gloria de realizarlo. Nuestra heroica Marina, que siempre ha permanecido
extraña a nuestras diferencias interiores, al lanzar la primera el grito de
protesta, bien claramente demuestra que no es un partido el que se queja, sino
que los clamores salen de las entrañas mismas de la patria. No trataremos de
deslindar los campos políticos, nuestra empresa es más alta y más sencilla:
peleamos por la existencia y el decoro.
Queremos que
una legalidad común, por todos creada, tenga implícito y constante el respeto
de todos.
Queremos que
el encargado de observar y hacer observar la Constitución no sea su enemigo
irreconciliable.
Queremos que
las causas que influyen en las supremas resoluciones las podamos decir en voz
alta delante de nuestras madres, esposas e hijas.
Queremos vivir
la vida de la honra y la libertad.
Queremos que
un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país que
asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de
nuestra regeneración social y política.
Contamos para
realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los
liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las
clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga
enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes
del orden, si quieren verlo establecido sobre las firmísimas bases de la
moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de las libertades
individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el
apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie en cegar desde en
su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el pueblo todo y con la
aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo
de las naciones se haya decretado ni se decrete que España ha de vivir
envilecida.
Españoles:
acudid todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre, y no
olvidéis que en estas circunstancias en que las poblaciones van sucesivamente
ejerciendo el gobierno de sí mismas, dejan escritos en la historia todos sus
instintos y cualidades con caracteres indelebles. Sed, como siempre, valientes
y generosos. La única esperanza de nuestros enemigos consiste ya en los excesos
a que desean vernos entregados. Desesperémoslos desde el primer momento,
manifestando con nuestra conducta que siempre fuimos dignos de la libertad que
tan inicuamente nos han arrebatado. Acudid a las armas, no con el impulso del
encono, siempre funesto, no con la furia de la ira, siempre débil, sino con la
solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada.
¡Viva España
con honra!
Duque de la
Torre, Juan Prim, Domingo Dulce, Francisco Serrano Bedoya, Ramón Nouvillas,
Rafael Primo de Rivera, Antonio Caballero de Rodas, Juan Topete.
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