Celebración de la
vida noble: la competición atlética, la meditación y la poesía en las Odas de Píndaro, la expresión barroca de
una visión clásica de la existencia humana.
He de reconocer que,
llevado por el prejuicio descomunal de mi acreditada ignorancia, jamás sentí la
tentación de adentrarme en las Odas
de Píndaro, una suerte de hagiógrafo deportivo de la Antigüedad. Jamás he
dejado de hacer deporte en toda mi vida, (estuve becado en la Residencia Blume
y formé parte de la Selección Nacional Juvenil de natación). Nunca he perdido
ni un minuto en leer prensa deportiva. Píndaro, a pesar de la elegancia de su
nombre y de ser el autor de uno de los aforismos de mayor éxito (y
encontrármelo al hilo de la lectura atenta me ha deparado una inmensa alegría: ¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es?
¡Sueño de una sombra es el hombre!, usualmente transcrito, sin embargo, sin
el preámbulo constativo-interrogativo y sin la coda que lo acompaña en el
poema: Pero si llega a la gloria, regalo de los dioses, hay luz brillante
entre los hombres y amable existencia), jamás me atrajo lo suficiente como
para siquiera hojearlo, a pesar de que la traducción de la Olímpica I que hiciera Fray Luis de León sea muestra inequívoca de
la maravilla que hubiera sido su traducción de toda la obra pindárica.
Menesterosa es la labor de los traductores, Alfonso Ortega y Fernando García
Romero que han renunciado a una traducción estrictamente literaria, como la
propuesta por Fray Luis, pero en el resultado de esa labor se pierde, a mi
indocto entender, la exaltación poética que supone la obra de Píndaro, su
atrevimiento formal y conceptual que se vislumbra, sin embargo, en el uso
retorcido del hipérbaton, en las atrevidas y metafóricas referencias a los
dioses, en la compleja arquitectura de las composiciones y en el fulgor
apodíctico de sus muchas sentencias esparcidas en sus odas: Engañoso pende/ el tiempo sobre el hombre,/
revuelta haciendo la senda de la vida. Píndaro es un defensor de la
aristocracia y su concepción de la virtud como prueba inequívoca de lo noble,
lo digno, lo bello y lo conveniente aparece constantemente en sus odas: Acrece la virtud -igual que cuando nutrido
del rocío fresco un árbol puja- en las sabias y justas sentencias de varones
(poetas), alzada al húmedo cielo, recomienda con fervor el poeta a lo que
considera su ideal humano. Bien claro lo deja en su constante apelación a la
exigencia de hacer nuestro ese valor superior:
Pues si uno ha logrado lo noble, no sin larga fatiga,
Así aparece a la gente, como sabio entre necios
Para poner yelmo a su vida con artes de rectos consejos.
Pero esto no se cimenta en los hombres. Un dios lo concede,
Unas veces a este, otras a aquel a lo alto alzando, y a esotro
Hace bajar so la medida de sus manos (fuerzas).
Las odas de Píndaro no
solo son un viaje a través de los mitos mediante los que ensalza a los
vencedores de las pruebas atléticas, sino que, además, constituyen una
reivindicación de su labor profesional como poeta y, de paso, un compendio de
la moral de su tiempo formulada en sentencias que, como la clásica antes
reseñada, aparecen a lo largo de todas sus composiciones, casi siempre con un
fondo de verdad vivida, practicada, que las arranca del mausoleo de los viejos
sentenciarios y las convierte en exultante profesión de vida. Desde el punto de
vista de la poesía tal y como la concebimos hoy, básicamente un arte para ser
leído en silencio y en la intimidad, las odas de Píndaro tienen una dimensión
espectacular, social, que las alejan de nuestro modo actual de acercarnos a la
poesía. Es evidente que hay en las palabras de Píndaro una resonancia, una
melodía, una dimensión oral, sea ante un público numeroso o ante uno reducido y
selecto, que obliga a paladear de forma muy diferente sus versos, reforzados
por los instrumentos musicales y entonados por voces profesionales del canto o
la recitación. Si a eso le añadimos una coreografía más o menos compleja, es
evidente que una lectura “moderna” como la que yo he hecho, me deja a años luz
de lo que estas odas pindáricas debieron de haber sido en su momento y por las
que el poeta ganó tan sólida reputación, y tanta estimación popular como
crítica culta. ¿Qué puede hallar de interés un lector actual en la poesía de
Píndaro? ¿Por qué podríamos considerar “necesario” acercarnos a sus odas? ¿Qué
es capaz de transmitirnos desde aquel mundo tan sujeto a los dioses como
orgulloso de la libertad individual? En primer lugar, una concepción del poeta
como actor privilegiado en cuyas palabras, como quería Heidegger, habla la
esencia de la tribu; el poeta como un ser singular y consciente del poder que
ejerce sobre su materia y sus herramientas, las palabras. La visión de sí mismo
como un arquitecto que “edifica” el poema o como un labrador que siembra en la
página en blanco, es frecuente en las odas. Recordemos que poético, viene del
verbo griego poieo, que significa
“hacer”, pero un hacer manual, concretamente:
Áureas columnas erigiendo bajo el bien amurallado pórtico
De una sala, como cuando se alza un admirado palacio,
Vamos a construir: a una obra que empieza
Es preciso poner fachada que a lo lejos resplandezca.
Píndaro cifra en la
consecución de la felicidad el objetivo de la vida, ¡No te turbes el gozo de la vida! ¡Lo mejor para el hombre es una
vida alegre!, y quienes más cerca están de ella son, es el tema básico de
sus odas, los vencedores de las pruebas atléticas, celebrados por sus
conciudadanos y exaltados por los poetas, cuyas palabras han de ser tan
elogiosas como mesuradas, porque, como bien revela Píndaro, hasta la miel cansa:
Para espléndidas hazañas el camino válido de las palabras
Empieza desde la propia casa. Mas dulce es
El descanso en toda obra. Hastío
Causa hasta la miel y las gozosas flores de Afrodita.
Por naturaleza diferimos cada uno, al obtener la vida por destino:
El uno esta, aquella otros, Imposible es que uno solo
Retenga para sí felicidad completa. No sé
Decir a quién la Moira concedió esta meta
Inconmovible. Mas a ti, Tearión, medida conveniente de ventura
Te sigue dando ella y, al par que ganas audacia hacia lo bello,
No daña ella la cordura de tu espíritu.
Hay en las odas de
Píndaro una filosofía de la vida que descansa, además de en la celebración de
la nobleza, en la exigencia de ordenarla en torno a la virtud. Son innumerables
los consejos “áureos” con que Píndaro esmalta sus odas e inequívoco el carácter
edificante que adquieren muchos de sus versos, siempre dispuestos a “bajar los
humos” a la ύβρις (hybris), al
orgullo, para constreñir al ser humano en los límites de su humilde grandeza. A
pesar del culto a los dioses, usados regularmente como argumento de autoridad
para justificar ciertas acciones o reacciones, Píndaro asume una creencia al
respecto que bien puede ser considerada como “atrevida” para su época:
Una misma es la raza de los hombres, una misma la de los dioses,
Y de una misma madre (nacidos)
alentamos unos y otros. Pero nos separa un poder
todo diverso, por modo que nada es la una, mientras el cielo
broncíneo permanece siempre en asiento
seguro. Pero en algo, con todo, nos acercamos -sea en nuestro gran
espíritu, sea por naturaleza- a los Inmortales,
aunque ni durante el día ni en la noche sabemos
nosotros hacia qué meta
nos prescribió correr el Destino.
Leer a Píndaro, pues, es
sumergirse no solo en el mundo referencial de la mitología, sino, sobre todo,
en el de la fecunda filosofía que permitió a los griegos darle un sentido a sus
vidas y ajustarlas a patrones de comportamiento que aun hoy siguen teniendo
validez, excepción hecha de ciertas concepciones anacrónicas, como la defensa
del esclavismo o la superioridad del hombre frente a la mujer. Píndaro, con
todo, fue un poeta que aprendió a componer su poesía en contacto con la poetisa
Corina, de quien queda como anécdota célebre que le recomendara no sembrar con
el saco, sino con las manos, esto es, que no embutiera en sus poemas las
referencias mitológicas al por mayor, sino con la moderación de quien controla
con la mano el reparto de las semillas en los bancales. Corina, por otro lado,
ganó a Píndaro hasta en siete ocasiones en certámenes públicos a los que ambos
concurrieron. Desgraciadamente, solo quedan fragmentos de la obra de Corina,
del mismo modo que tampoco quedan muchas composiciones completas de Baquílides,
contemporáneo y rival de Píndaro, aunque de menor éxito. Decía que Píndaro fue un
sagaz observador de su propia vida y de la vida de los hombres, de tal manera
que muchas de las sentencias que conforman su lección de vida a los
espectadores y, posteriormente, a los lectores, son hoy una fuente de exquisito
placer para cualquier intelector que se acerque a estas odas de las que, en mi
ignorancia contumaz, tan alejado me he mantenido siempre. No hay oda, parangón
mitológico al margen, en la que no nos salte al entendimiento un buen número de
pensamientos que fueron de ayer, son de hoy y lo serán de siempre, porque
constituyen una certera meditación sobre la naturaleza humana:
A las almas de los hombres
Se cuelgan innúmeros errores, y es imposible hallar esto:
Lo que ahora y al fin toque en suerte mejor a un hombre,
Los tumultos del alma
Aun al sabio extravían.
A veces, por cierto, llega del olvido una nube, sin que nadie lo
advierta,
Y aparta el recto camino de las acciones
Lejos del pensamiento.
Cuando lo múltiple oscila mucho
En la balanza, es brega difícil decidir con espíritu justo
Y no contra medida.
Nadie jamás de nosotros terrenales
Halló, venida de los dioses, señal segura acerca de suceso futuro;
Y cegados están los cuerdos saberes de lo que ha de venir.
Brega inútil resulta ocultar el innato carácter.
En toda cosa conviene
Medida, y es lo mejor conocer el momento oportuno.
Si a sazón anuncias lo preciso, los términos de muchas cosas
Con brevedad tensando, menor será el reproche
De la gente. Porque el exceso interminable embota
Las raudas esperanzas,
Y de los ciudadanos apesadumbra el ánimo en secreto
Lo que se oye en demasía sobre dichas ajenas.
No pretendas la vida inmortal, alma mía,
Y esfuérzate en la acción a ti posible.
Junto a un bien reparten dos penas a la gente mortal
Los Inmortales. No pueden, por cierto,
Sufrir esto con decoro los necios,
Mas sí los nobles, que lo bueno afuera manifiestan.
Los intelectores que se
hayan educado en la lectura de nuestros clásicos navegarán con comodidad por
las odas de Píndaro, porque en ellas, además de ese hipérbaton gongorino habitual
y las oportunas referencias a los mitos que ornan los linajes de los héroes
deportivos a los que canta el poeta con auténtica devoción, encontrarán a un
poeta consciente de su obra, de la trascendencia de la misma y de la misión que
le está reservada; se trata, en el fondo, de un reto no muy diferente de los
que esos atletas han tenido que superar. Píndaro es consciente de que solo la
palabra unida a la gesta es capaz de preservar esta en la memoria, siendo, al
tiempo, aquella la única realidad eterna, la que certificará la gloria
inmarcesible del poeta:
¡Ojalá pueda ser yo un “inventapalabras”
Capaz de avanzar en el carro de las Musas!
¡Osadía y abarcante talento
Me acompañen!
La excelencia en magníficos cantos
Se hace en el tiempo duradera. Pero a pocos es fácil conseguirlo.
Inmortal prosigue resonando algo,
Cuando lo dice uno bellamente. Y por la tierra
De frutos abundante y por la mar camina
El rayo de las hermosas obras, por siempre inextinguible.
Al hombre no elocuente, sí, mas de valiente corazón, lo cubre
El olvido en altercado triste de palabras; el sumo honor, en cambio,
Se ofrece a la mentira abigarrada.
Pues con secretos votos fueron serviles los Dánaos a Ulises
Y, de las áureas armas despojado, se debatió en la muerte Áyax.
En esa referencia al
triste destino de Áyax, noble ejemplo de lealtad guerrera y valor, cifra
Píndaro la diferencia entre su ideal humano y el que encarnaría la astucia y
verborrea de Ulises, con quien contendió Áyax para quedarse con las armas del
noble guerrero por excelencia, Aquiles; un debate acalorado que pudimos leer
hace poco, en Las Metamorfosis, de
Ovidio. Píndaro no esconde jamás su admiración por la aristocracia, por más que
haya un profundo sentido democrático en su concepción del ser humano, como ya
hemos visto anteriormente en aquel reconocimiento de idéntico origen para
dioses y humanos, y constantemente loa ese catálogo de virtudes que define a
los seres conscientes de su superioridad moral, de la que la deportiva no es
sino su éxtimo reflejo. Hay, en toda la obra de Píndaro, una admiración sin
límites hacia la determinación de la voluntad, hacia la gracia del esfuerzo y
hacia el valor irrestricto. Incluso celebra con inequívoco entusiasmo la
vocación ardorosa de la mujer guerrero, como en el retrato de Cirene:
Y él mismo -Peneo- a la de brazos hermosos,
A su hija Cirene crió. Pero ella no amó de las ruecas
Los caminos que vienen y van,
Ni los goces de banquetes con sus amigas de casa.
Sino que con jabalinas de bronce
Tu cuchillo, luchando, degollaba salvajes
Fieras, por cierto mucha y tranquila
Paz procurando a los bueyes paternos,
Mas gastando poco al dulce compañero
Del lecho, al sueño que sus párpados
Bajaba hacia el alba.
De esta lectura de
Píndaro salgo con la satisfacción de haberme reconciliado con una obra que, más
allá de la celebración de las gestas deportivas, constituye la expresión de un
modo de decir barroco, lo que vale tanto como ingenioso, en el que se
manifiesta un preciso y meditado discurso sobre la existencia humana del que
podemos aprovecharnos a muchos siglos vista, y de cuya modernidad nos habla
bien a las claras la desconfianza del autor en la desmesurada fe de las
personas en sus propias capacidades, ese orgullo al que los dioses solían
planchar la cresta con no poca complacencia.
Interesante y contundente texto, que nos amiga con lo que nos parece inaccesible. Un abrazo desde Chile!
ResponderEliminarGracias por tu presencia. Chile está siempre aquí al lado, como toda la América de lenguas ibéricas. Píndaro, en efecto, me ha resultado más cercano de lo que pude llegar a imaginar de él, una suerte de pontífice del elogio, edificando plácemes en una habitación del Olimpo. Me alegro de que esta entrada que le debía y me debía haya sido capaz de despertar el interés de intelectoras poetas. Bienvenida.
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