La sed de datos convierte la imaginación en un hontanar
de arena: el caso de X.
Tener amigos escritores es una
maldición como cualquier otra. No son especialmente gente sociable y cuesta lo que
no está escrito, ni por ellos ni por mí ni por nadie, salvo la presente
entrada, soportar sus delirios, sus manías, sus impertinencias, sus efusivas
confidencias y sus proyectos disparatados, caso de que nos hagan, ¡oh
privilegio de privilegios!, partícipes de ellos. Llamemos X a quien, por su
nombre, tampoco le diría nada a los amables intelectores que tienen tiempo para
perderlo en estas entradas que no llevan a ninguna parte. El tal X, de genio
desabrido, raro humor, escasa elegancia, parva creatividad y extravagante
estilo, vertido en tres libros sin lectores, lleva quince años metido en una
investigación de la que, según me ha confesado, con algo más que fiero dolor de
muela podrida, ni sabe cómo salir ni sabe, siquiera, si quiere hacerlo, dada la
esterilidad creativa a la que lo ha llevado dicha investigación, que deja más
que pequeña la mía propia para una tesis sobre la aforística que avanza tan
lentamente como mi pereza lo consiente. X, no. Él es trabajador infatigable
-alguna virtud había de tener…- y a medida que va almacenando datos como un
poseso, más va descubriendo para añadirlos a la pirámide donde me imagino que,
finalmente, habrá de ser sepultado el aborto de su novela. Se ha convertido en
un virtuoso del dato, y ello le lleva a la convicción de que si no sabe “exactamente”
que el día de compras de Navidad se llama en Berlín “Domingo de plata”; que fue
en la encíclica Casta connubi donde
se fijó el rechazo católico a los métodos de control de la natalidad que no
fueran los “naturales”; que un dólar valía en la hiperinflación alemana del año
23 la escalofriante cifra de 2.500.000.000 marcos; que fue Jack Weinberg el
creador del famoso lema: “No te fíes de nadie que pase de los 30 años”; que
Katherine Hepburn fue la primera en usar slacks,
pantalones de franela de corte masculino; que Eric Gill diseñó el tipo de
imprenta Times Roman; que le ha sido
necesario adquirir en un coleccionista un CD de Paul O’Montis para conocer de
primer oído la voz de uno de los grandes del cabaret berlinés; que fue el
insoportable Eddie Cantor el primero en popularizar Yes, we have no bananas, éxito popular que fue prohibido por los nazis
o que Schl.m.m. era una abreviatura mediante la que se proponía, discretamente,
a alguien hacer el amor: Schlaf mit mir…;
que si no sabe todo eso y miles de c osas más que va recogiendo con paciencia
de erudito digno de mejores causas y temas, le será imposible escribir ni un
solo capítulo de esa novela que muy probablemente no acabe viendo la luz jamás.
A X, cuando recurre a la enumeratio
hay que apearlo enseguida de ella, porque, de lo contrario, le dan a uno las
tantas con un recitativo del que apenas, dada la heterogeneidad de los datos,
puede retener nada. Los ejemplos anteriores se los he pedido por correo
electrónico. X no lee a sus contemporáneos, como es práctica habitual entre los
innúmeros genios sin lectores que son planta común en la península ibérica, de
ahí que pueda escribir esta entrada con total tranquilidad respecto de su
reacción. Todo lo más que pudiera ocurrir es tener el descansado privilegio de
que me sea retirada su amistad y confianza… Pero los X que en el mundo son
necesitan audiencia, y yo estoy especializado en esa rara virtud que consiste
en ejercer el arte de escuchar, ergo… X suele, muy contrariado, arrepentirse de
su descabellada actividad y suele prometer tan solemne como enfáticamente que
renunciará a ella para “ubicarse” (sic,
X es así…) en el primer borrador de una obra ya clásica sin haber sido escrita,
aunque concebida infinidad de veces. Por suerte me está vetado el acceso a las
vanidosas circunvoluciones cerebrales de X -nunca teñidas por el rojo vivo de
las emociones cordiales- y no he tenido la suerte de comprobar en qué estado de
ideación se halla la novela más y mejor datada (de big data, no de fechar) de la historia del género; pero
no andará muy lejos de las clásicas “mantillas”. La obsesión por el dato es un
mal esterilizador en el que conviene no caer. El realismo, a pesar de lo que
propone Ortega en sus Ideas sobre la
novela, no necesariamente pasa por una imposible mímesis de lo real
conseguida mediante la acumulación de esas minucias que, sí, le dan un “aire de
verdad objetiva” a lo narrado, pero que poco contribuyen a la construcción de
la realidad si los lectores no se enfrentan a una expresión viva, por peregrina
que sea, de las emociones, de las ideas y de los hechos. No necesariamente una “puesta
en escena” realista nos acerca mejor a la realidad, algo que no ignoran los
escenógrafos de la ópera, como en la reciente versión de La flauta mágica ideada por Barrie Kosky, quien se ha inspirado,
para crearla, en el cine mudo, con un brillante resultado. A X no hay manera de
convencerlo de que no por poder describir casi fotográficamente un espacio en
una época determinada la historia que narre tendrá mayor poder de persuasión…;
tiene tan contumaz voluntad de notario que no hay quien lo disuada de que ha de
respetar, y no invertir, la jerarquía narrativa: que los personajes y sus
peripecias vitales siempre son más importantes que el decorado en el que se
mueven y aquellas se suceden… ¡En balde es! Luego se queja de la sequedad
espiritual que dice que lo habita, y de que “no se le ocurre nada” que sea
capaz de arrastrarlo a la redacción “febril” de lo que, según él, tiene “perfectamente
claro” en su imaginación…, algo de lo que me permito dudar con no escaso
fundamento, a juzgar por lo poco que X suele contar de la trama. Hay escritores
que nunca hablan con nadie de lo que escriben; X es distinto: habla de ello y
no hay quien lo pare: está convencido de que al recontar una y mil veces lo que
escribe logra decantarlo, quintaesenciarlo, descubrir lo esencial y
desprenderse de las limaduras…, por eso, dado su pertinaz silencio al respecto,
me caben pocas dudas, por no decir ninguna, respecto de que hayan pasado de las
musas al papel sus borrosas pretensiones narrativas. Es cierto que una novela
biográfica sobre alguien célebre exige un plus de verosimilitud y de fidelidad,
por eso a mí jamás se me ocurriría emprender un proyecto de esa naturaleza y me
he decantado por una autobiografía tradicional, Juventud en Poz, que va saliendo casi con fórceps, a fuerza de
plantearme problemas narrativos y éticos casi irresolubles. Le he aconsejado a
X que queme todas sus fichas y que escriba la novela de por qué no pudo
escribir la novela… El desprecio, la arrogancia, la conmiseración y la
compasión se han esculpido en su rostro, ellos sí, con absoluta propiedad
mimética… “No sabes lo que dices…, ni lo que escribes”, ha apostillado con esa
perfidia genuina de quienes se sienten superiores y te restriegan la suela de
sus coturnos por la incipiente calva… Allá él. Advertido lo dejé. Divertido me
alejé.
No me atrevo a interpretar este texto, no sé si irónico o autoirónico, así que solo puedo decir que es puro solaz narrativo, lleno de elementos divertidos sobre la profesión de escritor y sus paradojas. No sé si existe ese amigo escritor o no, pero posiblemente esos tics que tiene son materia común en muchos profesionales o amigos de la pluma. ¡Qué profesión más incierta, pardiez! Es tan archisabida la descripción de un escritor así que no me queda sino compadecerme de la profesión escritural. No leer a los contemporáneos, creer que cuando se escriba será una novela definitiva, conocer hasta el último detalle todo acerca de una época por su exhaustiva documentación, su sequedad espiritual. Uf. Ser escritor es algo proceloso. No hay una fórmula que lleve al éxito. Pero muchas que llevan al fracaso. A veces he soñado con ser escritor pero me falta esa cualidad que tiene tu amigo en demasía: la constancia, la contumacia, la organicidad... Para ser escritor hay que tener una cierta unidad espiritual y ser esencialmente coherente durante mucho tiempo. Todo ello, ajeno a mí.
ResponderEliminarHe sentido una cierta simpatía por tu amigo. Lo veo tan perdido en su laberinto...
Un post archidivertido aunque posee su punto de amargor.
Bueno, bueno, por más que rechaces la condición, ¡a ver si tú no eres un escritor como la copa de un pino! ¡Y de los mejores! Ser intelector -que es, por cierto, la antítesis del "intelectual"- te permite descubrir la buena literatura allí donde nadie suele ni buscarla ni reconocerla, por eso me he permitido esta sátira "a lo Juvenal" contra X -que se ha apresurado a leerla y, contra mi sospecha, no se la ha tomado "a mal", lo que traducido significa que "me la guarda"...-,y por eso descreo de tu "Uf". Para bien o para mal, Joselu, hay mucho más método en ti de lo que quieres reconocer, ¡y no digamos capacidad de trabajo! Somos los dos, me parece, falsos oblomovianos...
EliminarGracias por el tiempo de lectura, un texto ameno y divertido a pesar del desaliento de tanto y tanto extraño
ResponderEliminarMe cuesta no sorprenderme de que alguien entre en este Diario y salga de él confesando haber pasado un rato agradable... Aquí el único agradecido, permíteme, Pilar, la soberbia, solo puedo ser yo...
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