Pregúntale al
polvo,
de John Fante y Habitaciones exiguas,
de James Purdy o la novedad de lo pretérito.
Como creador de un personaje que asume
la condición de exmaldito, Juan Poz, en mi novela medio homónima suya La manzana de Poz, algo de legitimidad
me asiste para discurrir sobre dos autores que algunos críticos colocan en ese
nicho cómodo y a menudo frívolo del malditismo: John Fante y James Purdy.
En La
manzana de Poz, en el curso de una conferencia que dicta el personaje en la
Universidad Popular Juan de Mairena, en una finca okupada, se lee:
El
malditismo no era más que una pose, la decidida aventura de dar constantemente
el gato escuálido del escupitajo, del lapo, por la liebre ágil del ingenio
despejado y natural. Estaban en una universidad popular y ello le eximía de
justificar con aparato crítico sus desvaídos concep-tos. Además, todos le entendían.
¿Quién no había tenido la desgracia de convivir o de rozarse con quienes,
creyéndose genios, tomaban por efecto de su genialidad la insensibilidad, la
mala educación, la grosería incluso y el más despiadado de los desdenes? La
peana del maldito está formada por los inocentes benditos que lo sostienen muy
a su pesar. El maldito impostor no puede renunciar a la vida social, pues se
alimenta del escándalo que pueda provocar su actitud. En cierta manera, el
maldito es una versión exquisita y agresiva del extravagante, y no resultaba
fácil convertirse en su comparsa, si se tenía el aciago destino de formar parte
de su círculo íntimo, un círculo de soga con nudo corredizo…Poz fue desgranando
las estériles y variadas semillas del fruto borde del malditismo con una
complacencia no exenta de compasión. Se intuía en su voz, en la falta de
acritud con que enumeraba las trampas absurdas del autoengaño permanente del
maldito, el deseo frustrado de que el malditismo fuera algo diferente, algo
alejado de la histeria antisocial paradójicamente necesitada del reconocimiento
ajeno para constituirse como tal. El verdadero malditismo lindaba con la
enajenación, en la vertiente personal, y con la incomunicación en la vertiente
artística. De ahí que un análisis minucioso como el que llevaría a cabo Poz en
las siguientes sesiones sería capaz no sólo de descubrir la retórica de la
superchería, sino también de dejar en evidencia el artificio, la artificiosidad
congénita del malditismo, la máscara que lo alejaba del arte verdadero que es,
siempre, expresión del sujeto individual y, en raras ocasiones, del improbable
sujeto colectivo.
Nos movemos, ya se advierte, en un
terreno escabroso. De hecho, el auténtico maldito debería ser un escritor absolutamente
desconocido puertas allá de un círculo de, pongámonos bíblicos –que es una variante
del ponerse estupendo de Luces de Bohemia–,
una docena de personas, a lo sumo. Los poetas noveles que a duras penas logran
que se vendan 70 ejemplares de su ópera prima sabrán exactamente de qué hablo.
Con ese criterio, un libro como La muerte
de Virgilio habría de considerarse una auténtica obra maldita, y no estoy
muy seguro de que no lo siga siendo…, a pesar de su reputación.
Que hay un nicho crítico del malditismo es
obvio. Que en él se mezclan escritores de muy variado pelaje entre los que
discriminar el auténtico malditismo de algunos de ellos es más que
problemático, también. Entre los ejemplos que ofrece Poz en su conferencia
hallamos el de Aliocha Coll, supremo maldito que se rescató para caer de nuevo
en más espeso olvido, si cabe, del que antes habitaba, y donde permanecerá
algunos eones, me temo… El malditismo tiene más que ver con el afán de
notoriedad de quienes los “descubren” que con los méritos o deméritos de los
tenidos por tales. Como maldito se descubrió a Felipe Alfau, cuya novela Locos es una auténtica delicia, por
ejemplo. O por maldito se ha tenido siempre al tempranamente desaparecido
Miguel Espinosa, cuya Tríbada falsaria
o Asclepios forman parte de esa
cursilería de la hermenéutica clerical que son las “obras de culto”. En el otro
lado del malditismo, el, digamos, oficial (¡suprema ironía!), autores como Juan
Goytisolo, han buscado en vano a lo largo de su existencia habitar en ese nicho
junto a glorias como Jean Genet y heterodoxos reconocidos como Blanco White,
Francisco Delicado o el propio bachiller Fernando de Rojas. Otra cosa es que a un
apalaciegado Premio Cervantes se le pueda rendir veneración en el santoral
perverso de los malditos.
James Purdy, de acuerdo con el retrato
que Gore Vidal hace de él, como un autor ajeno por completo a la “sociedad
literaria”, a quien la temática homosexual de sus novelas le cerraba puertas,
recensiones y reconocimientos, a pesar de su altísimo valor literario, sí que
cabe, aun a pesar de la divulgación de que actualmente disfrutan su persona y
su obra, en ese nicho extraño del malditismo, siempre y cuando se entienda, en
el caso de Purdy por la falta de reconocimiento popular masivo. Purdy fue un
escritor culto que dominó, además de su lengua, el francés y el castellano,
lector de los clásicos en ambas lenguas pero también de los clásicos
grecolatinos. No fue un figurante del mundillo literario, sino un devoto artífice
de una obra sólida, intensa y desafiante. Leerlo, al menos en la novela que yo
he leído, Habitaciones exiguas,
supone una tensa experiencia. No hace mucho escribí una entrada sobre Querelle de Brest, de Genet y su versión
fílmica, de Fassbinder. Pues bien, a su lado, la novela de Purdy se encumbra
como un retrato auténtico de los amores machos que, por ciertas escenas, como
las referidas a las salidas a cazar, recuerda en algunos momentos la historia
de Brokeback
Mountain, si bien el original de Annie Proulx está mucho más cerca del
original de Purdy que la película, que melodramatiza, para adaptarlo a grandes
audiencias, un relato seco y casi naturalista, tan cerca del de Purdy que bien
pudiera pensarse en Habitaciones exiguas
como una fuente de inspiración para Proulx. El mundo asfixiante la América
profunda y rural unida a la pasión homosexual llevada al extremo del sacrificio
ritual y el asesinato nos ofrece una novela sin concesiones que leemos con
absoluta naturalidad como lo que es: una gran novela, no una novela “de gueto”,
por poderoso que éste sea en según qué lugares. Es una novela sobre el amour fou y Purdy, con una prosa
traducida con la suficiente sequedad y contundencia por Marcelo Cohen, consigue
emocionarnos y que sigamos con pasión lectora la peripecia del exconvicto que
aparece por la ciudad para que un pasado que en modo alguno lo es, sino
presente acuciante, le ajuste unas cuantas deudas pendientes. Las cuatro
esquinas de unas relaciones amorosas complejas llegan a su clímax cuando, en un
escalofriante ritual, el urdidor del destino del protagonista quiere redimir
sus culpas y se hace clavar en la puerta del granero y le exige a su idolatrado
que traiga el cadáver del rival asesinado para que, desde el más allá de la
muerte, lo contemple. El proceso de inserción del expresidiario en su pequeña
localidad forma parte importante del devenir de los acontecimientos, en el que
la aceptación o el rechazo de la condición homosexual del protagonista juega un
papel decisivo. Lo excepcional de la novela de Purdy es que logra que el
lector se olvide de la naturaleza sexual de los protagonistas y que fije su
centro de interés en la pasión amorosa, descrita, por otro lado, con seca
naturalidad, sin adornos ni subterfugios ni sublimaciones ni florituras ni
abstracciones. La lectura de Purdy permite intuir su formación clásica, porque
hay una suerte de perspectiva mitológica en la función de la culpa, la
redención e incluso en la anagnórisis que nos convence de estar leyendo a un
autor sólido, forjado en la frecuentación de lo mejor de la literatura
universal. Una lectura no puede cimentar un juicio crítico, pero después de
ésta otras vendrán que me permitirán calibrarlo mejor.
John Fante, el ídolo literario de mi
sobrino Alberto, relativamente lejano precedente de Bukovski, quien lo
redescubrió y reivindicó, no tiene la carga corrosiva de su descubridor, pero
se nos presenta como un novelista de poderosa carga autobiográfica en la que la
condición de escritor del protagonista que quiere abrirse paso en el mundo
literario condiciona absolutamente la trama. En Pregúntale al polvo, John Fante se nos muestra como un orgulloso
novel al que le han publicado un relato que, sin embargo, nadie ha leído. La
novela gira en torno a su quehacer diario y a su necesidad de tener una
relación llámesele amorosa, sexual, íntima, privilegiada o amistosa con
alguien. La elegida, una camarera, que ha sido a su vez pareja de un escritor
deleznable, consigue que Bandini, el protagonista, se comprometa a ayudarle a
mejorar un texto infumable. La relación con la camarera es un carrusel de
despropósitos muy típico de una mentalidad americana en la que la
incomunicación y los malentendidos tienen un papel determinante. “Hablar claro”
o “expresar los propios sentimientos” son realidades que se conciben como
tabúes en la sociedad americana, la de tiempos de Fante y la de ahora. Hay una
doble pulsión: querer ser transparentes, no necesitar tener que explicarnos y,
al mismo tiempo, querer escondernos para resguardar el núcleo de intimidad que
nos singulariza y que no estamos dispuestos a compartir excepto si…, y ahí las
condiciones son la sal y la pimienta de las relaciones, y de la novela, claro
está. John Fante tiene poco de escritor maldito, pero pudo haber sido un autor
fracasado. No todo maldito es un autor fracasado ni todos los fracasados son
autores malditos, quede claro. Fante supo “moverse” en la sociedad literaria de
su tiempo y dedicó buena parte de su vida a la escritura de guiones, una
profesión con los que poder “mantenerse”. Gracias a ese dato he descubierto que
no habiéndole leído hasta hace poco, sí que había visto su escritura, porque es
autor del guion de una película que, por razones que no vienen al caso, forma
parte muy importante de mi autobiografía: The
Reluctant Saint (1962) (El hombre que
no quería ser santo), de Edward Dmytryk, con un genial Maximilian Schell. El
espíritu transgresor que mi sobrino advertía en la novela puede impresionar al
adolescente que era cuando lo leyó, sin duda, pero Bandini no es un personaje
que sufra comparaciones con otros héroes como Ignatius Jacques Reilly que lo dejan
en relativamente poca cosa, ni su posible malditismo puede parangonarse con el
de Burroughs o Genet, por ejemplo, o el del mismísimo Purdy. De hecho,
mientras que Fante tiene una John Fante
Square en Los Ángeles, Los dos primeros libros de Purdy tuvieron que
editarse en el extranjero y esta misma Habitaciones
exiguas estuvo a punto de no ser
autorizada su edición en Alemania ¡en 1990!, ayer mismo, como quien dice.
Me gusta esa expresión de" malditos" ; le quita esa ñoñería que los críticos que arriman la sardina a su ascua los idolatran hasta que desaparecen en vanidad.
ResponderEliminar-Me voy a agenciar esos títulos para el próximo curso y viniendo de un observador y lo digo con todo mi cariño.De verdad que disfruto con sus comentarios porque aunque no soy una experta sino una aprendiza eso si, aplicada lo soy y por cierto quería desde que lo publicó su obra "La España vulgar", pero no lo consigo encontrarlo por estos lares ya que resido en LPGC .
Un saludo.
Bertha, "La España vulgar" solo se ha publicado en edición digital, disponible para leer en ordenador también. En cualquier sección digital de cualquier librería grande la encontrará. Gracias por sus lecturas.
Eliminar...encontrar(perdón)
ResponderEliminar...si que quería incidir que gracias a la calidad de las traducciones,y que son los grandes olvidados.Cuantos textos no se han echado a perder por culpa de una traducción poco fidedigna...
ResponderEliminarHola Juan,
ResponderEliminar¿cuando te vas a decidir a publicar esa Manzana de Poz?
Pretendo, acaso con poco fundamento, que esa publicación lo sea por cuenta ajena, aunque por ella sea incluso la mayor parte del improbable beneficio.Ya veremos.Como buen novel dioso, cumpliré los ciclos obligados y la pasearé por ojos de bestsellerizados lectores de editorial, y aun por algún concurso "si escau". Entretener los días, o su ceniza...
EliminarLeí Al oeste de Roma hace ocho o nueve años. Me gustó mucho, pero la he olvidado casi por completo. Era la relación de un hombre fracasado en todos los sentidos con un perro que termina dando sentido a su vida. Tengo que volver a ella. Tu artículo crítico literario -excelente y lleno de sabiduría y enjundia- me ha recordado a un autor que leí con placer. Ahora estoy leyendo La muerte del padre de Karl Ove Knausgard. Bueno es una relectura de otra de hace tres años y que también he olvidado casi por completo. El motivo de mi relectura ha sido el encuentro con otra narración suya La isla de la infancia. Son dos motivos narrativos extraordinarios. La muerte del padre y La isla de la infancia. ¡Qué maravilla! Tengo una libreta llena de anotaciones en vivo y en caliente del mes que pasé en el hospital con mi padre antes de morir, así como tras su muerte y la presencia ante su cadáver. Bueno, esos días. No lo he vuelto a releer. Es de 1991. Ahí estaría el núcleo de mi particular La muerte del padre. En cuanto a La isla de la infancia es otro motivo extraordinario que desarrolla desde su perspectiva Karl Ove Knausgard. Pero está abierta a otras muchas perspectivas, cada uno tiene la suya de estos hechos o momentos decisivos en la vida de todo ser humano.
ResponderEliminarMuchos no somos malditos sino benditos y anacronías vivientes.
¡Benditos malditos con los que podemos relacionarnos!, me atrevería a decir.Por lo que sé de Fante, tengo la impresión de que es autor de una sola novela con diferentes peripecias, pero quizás soy injusto. Quizás lea algo más de él. ¡Menudos temas ambos a dos: nada menos que la infancia y la muerte del padre! Alrededor del primero puede pivotar toda una vida y alrededor del segundo se nos dispara una trama judicial titulada "ajuste de cuentas", así, sin especificar, porque es plural, siempre, la historia de cada corazón, como quería Darío.
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