viernes, 26 de junio de 2015

Longo y la novela erótico-pastoril: Dafnis y Cloe

   
Benlliure. Dafnis y Cloe

¿Qué lleva a un lector del siglo XXI a leer Dafnis y Cloe, del siglo II?

Que la novela fuera un género “ínfimo” para las personas cultas del siglo II de nuestra era, un género para lectores urbanos, amantes de la diversión y poco dados a las dificultades intelectuales, no puede desorientarnos respecto de los valores reales de esta novela pastoril  que continúa un género, el del idilio pastoril, cuyo fundamento hemos de buscar en Teócrito,  como nos indica Francisco Cuartero en su excelente prólogo introductorio, quien ya recoge una historia de  Dafnis ajustada a una vieja leyenda siciliana en su Idilio VI: el boyero Dafnis había sido amado por una ninfa a quien juró amor eterno; pero un día el joven, borracho, faltó a la fidelidad y las ninfas lo castigaron con la ceguera o, en otras versiones, con la muerte. Mi motivación ha sido la propia de un lector que quiere cubrir una de esas lagunas que salpican su inacabable formación, un lector acostumbrado a descubrir sorpresas clásicas que rara vez le hacen renegar de haberse metido en ellas; si bien no es menos cierto que he tenido que renunciar al comentario de los cuatro diálogos de Luciano de Samosata que acabo de leer porque, al margen de su condición de fuente de muchas otras obras de la literatura occidental, la naturaleza desmitificadora del panteón divino grecolatino y el gracejo coloquial que se plasman los diálogos no me han motivado lo suficiente para dedicarle una entrada en este Diario. Acaso cuando acabe de leerlos todos, he leído los cuatro de la edición de Alianza Editorial, pueda tener una visión total de la que surja algún fruto que acaso pudiera interesar a los intelectores que visitan estas páginas. No ha ocurrido lo mismo, ya digo, con la lectura de Dafnis y Cloe, cuyo descubrimiento, teniendo el bagaje de la lectura de las églogas de Garcilaso y Los siete libros de la Diana, de Montemayor, entre otras obras pastoriles cuya lejana raíz nutricia es la obra de Longo. A diferencia de sus herederas, el original va mucho más allá de la visión pudibunda, pacata, que se nos ofrece en aquellas, porque, como nos dice el autor en un interesantísimo prólogo, pretende que su obra sea Un tesoro que resultará grato a todos los humanos: curará al enfermo y consolará al triste, reavivará la memoria de quien amó y dará instrucciones a quien todavía no amó. Esa condición de manual instructor de amantes, si bien con la ausencia de explicitud propia de quien no ignora los límites de hasta dónde puede llegar su atrevimiento, confiere a la novelita un encanto que nos hace leerla incluso con interés, porque la situación, que parece absurda, dos jóvenes que no saben cómo consumar su amor ni qué han de hacer, más allá de vedarse y acariciarse y dormir juntos, desnudos, no lo es, si nos atenemos a la iniciación sexual  llena de incertidumbres que casi todo el mundo padece, excepción hecha, claro está de quienes recurren a vías de información como la pornografía, que tanto ha contribuido a la banalización de la sexualidad y a privarle de su condición mistérica. Es posible que algunos adolescentes leyeran entre risas la historia de estos dos amantes bucólicos, pero leída desde la vejez la novela de sus amores no solo nos parece un prodigio admirable de sensibilidad, sino también de ejercicio narrativo, aunque la novela no contenga tanta acción como la novela bizantina, y, a diferencia de ésta, se centre en una sola isla, la del nacimiento del autor, Lesbos, y concretamente en una zona rural, ni siquiera en alguna de sus ciudades. La oposición campo-ciudad, clásica en autores como Antonio de Guevara y, en general, a lo largo de la literatura de los siglos XVI y XVII, adquiere en Dafnis y Cloe un protagonismo especial, porque el elogio Horaciano del aura mediocritas tiene en la novela su perfecta plasmación. Pero ya me adelantaba. El interés del prólogo, retrocedamos un poco, viene dado por un recurso que nos llama mucho la atención: El autor revela que ha visto una pintura en la que se representan diversos motivos y entre ellos lo que tiene toda la impresión de ser una historia amorosa llena de lances y con un final sorprendente. A partir de esa contemplación, busca un intérprete que le traduzca aquella historia y, una vez conocida al detalle, nos la transmite él con el propósito didáctico indicado con anterioridad, no exactamente cercano al manual de Ovidio, el Ars amandi, pero sí en su estela, aunque en la novela Longo construye una trama alrededor de dos expósitos cuyo destino se resuelve en la anagnórisis final, siguiendo el modelo de la comedia nueva creada por Menandro y llevada a la perfección por Plauto. Podría haber recurrido a la écfrasis, que es la representación verbal de una obra pictórica, pero lo que escribe es una novela, de ahí que se hiciera traducir, como Cervantes los papeles en árabe de la historia de D.Quijote, el cuadro para construir a partir de esa traducción la novela. Con todo, es evidente que la presencia del archifamoso locus amoenus a lo largo de toda la novela crea, indirectamente, la impresión en el lector de que esté practicando una sucesión de écfrasis desde principio a fin. La idealización, tanto de los protagonistas como de la naturaleza, es parte esencial de la novela pastoral de Longo, muy celebrada por muchos autores y hasta inspiradora directa de una obra fílmica tan próxima en fondo y forma a la novela de Longo como la muy incomprendida El romance de Astrea y Celadón, de Eric Rohmer, y cuya visión recomiendo fervientemente después de haber hecho la lectura de Dafnis y Cloe. El prologuista de la edición, Cuartero, reconoce no haber encontrada la fuente de la cita de Goethe donde el autor germano recomienda leer la novela una vez cada año. Tampoco yo la he encontrado, pero, sea como sea, no llegaré a tanto como Goethe, está claro, pero sí me parece inexcusable sumar esta novelita al bagaje de lecturas de quienes tienen la sensibilidad  imprescindible para degustar el candor, la ingenuidad y la mano maestra con que Longo ha sabido construir una relación amorosa y las asechanzas que mantienen vivo, hasta el desenlace, el interés del lector por el destino de esos seres cuyo final está prefigurado ya, sin sorpresa posible alguna, en la anagnórisis final, pues los rústicos padres de ambos guardan con celo las “prendas de reconocimiento” con que se abandonaban a los recién nacidos. Que Dafnis fuera amamantado por una cabra y Cloe por una oveja nos sitúan casi por derecho propio en el ámbito del mito, y a ello contribuye aún más la creación de un espacio que coincide con la Arcadia feliz de la humanidad, con el paraíso perdido por los habitantes de la ciudad, pero no por quienes, sintiéndose y sabiéndose pura naturaleza, como les ocurre a Dafnis y Cloe, ni siquiera, una vez reconocidos, y reintegrados a su alta condición social, renuncian a ella. Ello contribuye a la fijación del espacio pastoral como un ideal que atravesará las épocas posteriores y que puede comprobarse en toda su belleza tópica en la bellísima película de Rohmer.
         La novela de Longo ofrece a los amantes de toda época una perfecta descripción del “proceso de amores”, en el que se incluyen ciertas descripciones que han sido motivo de reescritura permanente, sobre todo en el Renacimiento y en el Barroco: No sabía lo que le pasaba (…). La angustia dominaba su alma, no era dueña de sus ojos y a menudo repetía el nombre de Dafnis. No probaba bocado, pasaba las noches en vela, descuidaba su rebaño; a ratos reía, a ratos lloraba; tal vez se amodorraba y al punto se levantaba con sobresalto; su cara estaba pálida y de repente se encendía el rubor. (…) “Quisiera ser su zampoña para que él me infundiera su aliento; quisiera convertirme en cabra para que él me apacentara”. ¡Qué lejos andamos aquí, en esa zampoña en la que se quiere convertir Cloe, del támpax  de Camilla en que se quería convertir Carlos de Inglaterra, por ejemplo…! También en la justa correspondencia a Cloe por parte de Dafnis de ese estado la visión de la naturaleza ocupa un lugar fundamental: En cuanto a Dafnis, no parecía haber recibido un beso, sino un mordisco; volvióse al punto malhumorado, a menudo temblaba de frío e intentaba contener los latidos de su corazón; trataba de mirar a Cloe y al mirarla se llenaba de rubor. Fue entonces cuando vio con arrobo que sus cabellos eran rubios, que sus ojos eran grandes cual los de una vaca, que su rostro era en verdad más blanco que la leche de las cabras; era como si por primera vez tuviera ojos y hasta aquel instante hubiera estado ciego: “¡Ay, extraño mal cuyo nombre no sé decir! ¿Acaso Cloe gustó algún veneno cuando iba a besarme?
Tiziano. Dafnis y Cloe.

         La novela sigue el modelo de la virtud acechada, y desde que ambos jóvenes solemnizan su mutuo compromiso de amarse eternamente no dejan de aparecer las adversidades que lo ponen en peligro de no poder ser realizado, en el matrimonio, aquel acuerdo. La sucesión de episodios de todo tipo que animan la narración, y en los que se nos presentan muy diversos personajes, permiten seguir con placer la historia, porque no dudamos en ningún momento del triunfo de la virtud, y, en el ámbito mitológico en el que nos movemos, los patrones protectores de ambos, Las ninfas y Pan, nunca van a desamparar a nuestros héroes, ni si quiera cuando ya está a punto Dafnis, por ejemplo, de acabar como esclavo sexual de Gnatón, criado del hijo del dueño de las tierras cuyos ganados pastorea Dafnis, quien acabará convertido en su hermano. Me ha llamado la atención del episodio en que Pan rescata a Cloe de manos de unos piratas, la descripción de ciertos fenómenos que se asemejan mucho a los del Romance del conde Arnaldos (¡Quien hubiese tal ventura…) quizás la joya más preciada de la poesía popular en lengua castellana, junto con el Romance del prisionero, aunque entrar en el Romancero debería de estar multado, porque el regodeo es de tal naturaleza que bien puede ser que quien entre allí allí se quede, encastillado, y desatienda cualesquiera otros menesteres que no sean el de vivir en ellos mil avatares: Después de pasar semejante noche (de comida, bebida y jarana, además de un combativo asalto que los dejó molidos, sin que pudieran en ningún momento ver al enemigo que los molía y diezmaba), vieron amanecer el día, que les resultó harto más pavoroso que la noche. Los boques de Dafnis, así como las cabras, llevaban en sus cuernos ramos de hiedra cargados de racimos, y los borregos y las ovejas de Cloe emitían aullidos semejantes a los de los lobos Ella misma apareció coronada de pina. Y hasta en la mar pasaban muchas cosas raras: cada vez que intentaban levar anclas, éstas se quedaban clavadas al fondo; cuando abatían los remos para bogar, éstos se quebraban; y unos delfines, saltando fuera del agua, daban coletazos a las naves y aflojaban las junturas. (…) Al mediodía, habiendo en general sucumbido al sueño, se le apareció Pan y le dijo: Habéis llenado de guerra esta campiña que tanto amor, habéis robado rebaños de bueyes, de cabras y de ovejas que estaban bajo mi protección. Habéis arrancado de los altares a una doncella sobre quien Amor desea componer una fábula y no habéis tenido respeto por las ninfas, que os veían, ni por mí, que soy Pan.
         La novela, a pesar de ser un modelo clásico del bucolismo, presenta unos rasgos realistas que no se ciñen solo a las relaciones sexuales de los protagonistas, sino a otros aspectos de la narración, como cuando el dueño de las tierras descubre en Dafnis a su hijo, tras observar las “prendas de reconocimiento” y le dice a su hijos que no tenga pena por tener que compartir la herencia: ni tú te entristezcas, Astilo, porque vayas a heredar una parte en vez de toda la hacienda; pues para las personas sensatas no hay tesoro más valioso que un hermano. Con todo, no deja de tener su importancia el hecho de que la “instructora” que se ofrece a Dafnis para iniciarle en los secretos del amor, prendada por él, sea una mujer de la ciudad, joven y hermosa, con un marido viejo, Licenio, quien reviste su acción de absoluta piedad por el infructuoso hacer de ambos amantes, a quienes ni siquiera la imitación de las cabras con las que ambos conviven, pues Dafnis es pastor de ellas y Cloe de ovejas, consigue “poner en la derecha vía” de la consecución de su placer. Después de muchos lances, algunos de ellos incluso muy divertidos y resueltos con sorprendente eficacia narrativa en los albores del género novelístico, la unión de los amantes corona la obra: Una vez Dafnis y Cloe se acostaron juntos, desnudos, comenzaron a abrazarse y a besarse y pasaron la noche desvelados, como las lechuzas. Y Dafnis hizo algo de lo que Licenio le había enseñado, y entonces Cloe empezó a saber que lo que hacían en el bosque eran simples juegos de pastores.
         Fíjese a qué niveles llegaría la pacatería de nuestro siglo XIX, por ejemplo, que Juan Valera, traductor de la obra, a partir de la edición francesa de Amyot, como nos dice Cuartero, incluso cambio el sexo de algunos personajes para huir de la alusión directa a los amores homosexuales, esa típica censura disparatada que todos recordamos, por vía paradójica, como cuando en Mogambo se convirtió una relación adúltera en un incesto, por ejemplo. Por esas anormalidades propias de nuestro extravagante ecosistema cultural, la primera traducción directa del griego al castellano, la de  Plaza y Janés de1960 fue la del filólogo José Farrán y Mayoral. La de Cuartero me ha parecido excelente, al menos por lo que al castellano empleado se refiere, que es lo que mi dominio puede juzgar, por descontado.

         Retirado ya de la esclavitud de la docencia estoy privado de poder observar directamente la reacción de los lectores adolescentes a los que imponerles la lectura de Dafnis y Cloe, pero desde aquí se la sugiero, a mis excolegas, como una obra de lectura, creo que jamás recomendada, y que daría mucho juego. En todo caso, seguro que no les dejaría indiferentes, como no se lo dejará tampoco a todo aquellos intelectores que quieran pasar una tarde la mar de entretenida en el seno de una aventura bizantina que, por arte de birlibirloque, no se mueve del mismo privilegiado espacio en toda la novela.

6 comentarios:

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    1. ¡Qué responsabilidad me arroja! Pido disculpas con antelación...

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  2. Cada vez que atraco en este muelle, me llevo una reflexión que me lleva tiempo y en ocasiones, como esta, un libro más para el verano.
    Gracias

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    1. Debo de ser, Pilar, de los pocos puertos encantados de que los saqueen... Se agradece la visita, tan reconfortante...

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    2. Dafnis y Cloe fue una de los primeros libros que leí, andaría yo por los 12 ó 13 años y siendo tan inocente como los protagonistas, buscaba saber algo sobre el amoroso asunto (recuerdo que por entonces estaba apuntada al Círculo de Lectores, que me traían a casa un par de libros al mes). ¡Cuanto ha llovido! Como es natural he olvidado casi todo de la novela, aunque no la agradable sensación de su lectura.

      En cuanto a la película de Astrea y Celadón, no hace tanto que la visioné; tiene razón, es preciosa, de una rara exquisitez. Aconsejaría a quien sepa francés que la vea en versión original para gozar el doble con la declamación y la dicción perfecta de los actores (nada que ver con los actorzuelos actuales del cine español quienes no saben lo que significa vocalizar...)

      Ay amigo Juan, que degradado está todo hoy en día...

      Te mando un cordial saludo.

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    3. Todo no, porque cuantos intelectores entran en este Diario dejan muestras granadas de lo contrario. Tengo en borrador un acercamiento a La muerte de Virgilio, paradigma de la altísima graduación que alcanza el ingenio humano despreocupado de esa cierta degradación ambiental en que es forzoso convivir con la barbarie y la nesciencia, en que declaro mi fervor total por una obra que habría de subir a la altura de Joyce y de Proust... Es escandalosa su belleza formal e ideológica, y le deja al pálido escribiente, en este caso el Artista Desencajado, en sumisa postración y corroído por todas las envidias, las sanas y las insanas... Espero que tu libro se haya abierto el camino que merecía.

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