La fiebre de imaginar
He leído, por primera vez
en mi vida, el guión de una película inexistente, salvo en la mirada
imaginativa de su joven director, Pau Perramon, quien me honra con su amistad
desde que dejó (¡por suerte para él!) de ser alumno mío en la Secundaria, hace
ya muchos años. Es extraño, el género del guión –si es que pertenece a alguno–,
y entraña algo así como una pereza congénita. Se deja todo voluntariamente en
la indefinición, aunque a veces se desciende a descripciones detalladísimas de
ciertos gestos, miradas o maneras de dar o coger las cosas que sorprenden al
lector no habituado, como este Artista Desencajado lo es. De lo que estoy
convencido es de que el guión ha de tener una potencia visual que, a simple
lectura, hubiera de imponérsele al
lector de los mismos. Está claro que un guionista ve el guión que escribe, de
ahí que los diálogos, en términos generales, tengan un desarrollo mucho menor
que en el género teatral, porque la acción no se apoya en ellos, sino que se
limitan a ser un subrayado de las imágenes o, en según qué secuencias, una
iluminación de las ya vistas o una prolepsis de las por venir. Podríamos decir
que un guión nos ofrece los mimbres de una historia con los que, después, el
director, factótum fílmico donde los
haya, hace y deshace a su antojo, hasta, partiendo a veces de un guión ajeno
–no es éste el caso, porque Pau es director y guionista–, hacer su película. Todos sabemos que de una
poderosa historia puede hacerse una película deleznable, pongamos por caso el
célebre de Bajo el volcán, de John
Huston, con un Finney patético y ridículo de pura sobreactuación; y de una
historia anodina salir un peliculón, pongamos por caso La dama de Shanghai, de Orson Welles, título puesto, según lo
quiere la mitomanía, a partir de una novela de quiosco elegida al azar, If I Die Before I Wake, de Sherwood
King, para proponérsela al productor si éste le adelantaba dinero para un
montaje teatral; una película en la que, estando en proceso de separación de
Rita Hayworth, cometió la osadía de hacerla aparecer con la melena cortada y
teñida de rubio platino, como si quisiera matar el mito de Gilda.
En el guión que acabo de
leer, primera versión* de una
segunda que me ha de llegar pronto, y en la que es posible que cambien incluso
aspectos fundamentales de la primera, porque eso forma parte de la naturaleza
del guión: ser proteico, susceptible de cambios tan de ultimísima ahora como el
mismo día del rodaje; cambios que pueden alterar, con la aparición o
desaparición de algún personaje, incluso el sentido de la narración, como bien
nos mostró la siempre bien alabada La
nuit americaine, de Truffaut; en esta primera versión, decía, hay un
planteamiento que peca de cierta ingenuidad y, sobre todo, de un exceso de
buenas intenciones, que tan malas son para la novela o el teatro o, como ahora
lo he constatado, para un guión. El protagonista, Dani, dueño de una tienda de
artículos relacionados con su pasión por las películas, series y cómics de
ciencia-ficción, y en especial por un personaje concreto, Bruce Gallagan; un
joven de marcado espíritu peterpanesco, tan propio de nuestra realidad, un
punto de partida que recuerda vagamente el de High Fidelity, se convertirá, por
puro azar, en anfitrión de un tío fracasado al que todo le sale mal en la vida
y de una joven senegalesa, con una hermana pequeña que pasa por su hija durante
más de la mitad de la película, que ansía regresar a su país, sin disponer de
medios económicos para hacerlo realidad.
Esta materia narrativa, en
principio ni anodina ni apasionante, se articula en el guión en lo que a este
lector le ha parecido un frenético desplazamiento constante entre espacios: Int. Piso de Dani/Salón-noche; int. Piso de
Sani /pasillo-noche… Estas indicaciones son básicas para visualizar la acción
y poder seguir el desarrollo de la historia con la continuidad, elipsis
incluidas, que luego veremos en las imágenes. Aunque un subgénero del guión, el
storyboard, labor usualmente propia
del director, o directísimamente dirigida por él, se ha hecho hoy en día casi
imprescindible para poder rodar “exactamente”, el guión en cuestión. Mediante
dibujos como estos que me ha facilitado amablemente Pau para ilustrar esta
referencia al storyboard:
es difícil no realizar la película
cuyo guión, como género, no alcanza a precisar, mediante la descripción, la visualización
exacta que en en el storyboard sí se ofrece.
El núcleo temático de la
historia es la difícil convivencia entre personajes a los que, en principio,
nada parece unirles, y cuyos pequeños gestos y reproches y malentendidos van
articulando una relación compleja en la que acabarán manifestándose ciertos
valores que pecan, si acaso, de almibarados, por más que sean impecablemente
verosímiles. Hablamos de vidas fracasadas, la del anfitrión incluido, de ahí
que dicha convivencia obre sobre ellos como una posibilidad de redención, lo
que efectivamente ocurre.
Es curioso, pero a medida
que voy escribiendo sobre el guión,
la historia adquiere un relieve, una importancia que durante la lectura atenta
no había captado. Acaso porque el lado tópico de los tres personajes reunidos
por azar en el piso de Dani me lo impedía. Con todo, he de señalar lo que tengo
anotado en el guión como ciertas ingenuidades relativas, como el caso de la
huida del supermercado donde trabaja Aisha, la inmigrante supuestamente sin
papeles, como reponedora, como si la empresa que la ha contratado pudiera
hacerlo sin cumplir ciertos requisitos de contratación. No digo que en otras
actividades económicas no tan expuestas al público y a los inspectores de
Trabajo, así ocurra, pero es difícil aceptarlo por lo que a un supermercado se
refiere. Hay, por lo tanto, cierta sobreactuación en algunas escenas, como en
la propia del atraco al jefe del aparcamiento donde trabajaba el tío de Dani,
Nando, del que fue despedido tras haberse peleado con la actual pareja de su
mujer, tía de Dani, que le arrojó a los pies de la garita del aparcamiento
todas las pertenencias que aún le quedaban en el piso común que ahora la mujer
ha decidido quedarse para ella, sin concederle ninguna prórroga a la estancia
que se suponía provisional. El título
de la película, Cosas que nunca sabrás,
tiene que ver con la tormentosa historia conyugal de sus tíos, aunque
metafóricamente puede servir como admonición
al espectador de la realidades próximas ante las que, a veces, decidimos
cerrar los ojos para no complicarnos la existencia y añadir más dolor a nuestras
vidas: el drama de la inmigración; la descomposición matrimonial; el sinsentido
de la vida encerrada con un juguete que nos impide madurar…, son todas ellas
situaciones de sobra conocidas y sobre las que es difícil hablar y filmar sin
pecar alguna vez de ingenuo bienintencionado o sin caer –algo que a mi falible
juicio ocurre algunas veces en el guión– en la inverosimilitud que tanto lastra
el desarrollo de una historia, sea en guión, en novela o en obra de teatro.
Lo bueno que tiene un
guión, para cualquiera que lo lea, son las infinitas posibilidades de
enriquecimiento que ofrece, sin por ello traicionar la historia inicial: cierta
costumbre original; ciertas insinuaciones –como, en el presente guión, la que
Nando ofrece como toda explicación a Dani de su fracaso matrimonial con Laura;
cierto diálogo en el que se callan más cosas de las que se dicen, etc. Casi
todo, en un abrir y cerrar de ojos, puede ser cambiado, algo que al guionista
nunca puede molestarle, porque “por exigencia del guión” –como justificaban el
desnudo las actrices españolas en la época cutre del Destape– los cambios están
inscritos en el ADN del género.
Me ha gustado la
experiencia. Aunque mis ojos profanos no habrán sabido calibrar suficientemente
las cualidades, las virtudes de esta primera versión de Cosas que nunca sabrás, porque, como en todo, el juicio crítico
requiere un caudal de lectura de guiones del que yo carezco. No sé si ya es
tarde para tratar de imponerme en el género, chi lo sa… De momento me complazco por haber tenido la oportunidad
de leer el germen de lo que puede ser una excelente película, conociendo, como
conozco, por cortos suyos, las poderosas imágenes con que Pau traduce guiones
como el presente. Ahora solo cabe esperar a la segunda versión de Cosas que nunca sabrás y, sobre todo,
que como de las musas al papel en horas veinticuatro, pase este guión del papel
a la pantalla en cuanto haya un productor o productora que se arriesguen,
aunque la historia, eso sí que he sido capaz de apreciarlo, no parece, en
principio, una producción cara. Exteriores e interiores no requieren una
costosísima inversión, desde luego… En fin, si algún intelector de este Diario es, además, persona acaudalada,
ya sabe dónde podría invertir sus bienes para convertirlos en ellos mismos y
ser fiel al espíritu del presente guión.
Dejo el vínculo a uno de
sus cortos para todos aquellos que quieran apreciarlo como merece:
*Habiendo
sometido a la “censura previa…” de mi amigo Pau la presente entrada, me entero
de que ya hay hasta un tercer guión, que la joven senegalesa ha desaparecido de
él, que el propio título quizás sea Queridos
intrusos y que ciertos defectos que yo señalaba han sido subsanados para
desalmibarar (o acibarar) ciertas escenas...
Extraño, indeed,
un género de naturaleza tan inestable y tan propenso a la metamorfosis. Lo adecuado,
me parece, sería considerar la película como el último guión, pero conocemos no
pocos casos de directores que han pretendido volver a rodar no pocas escenas de
películas acabadas, ¡y aun estrenadas!, y, ‘¡lamentablemente!, el de
productores que han ejercido el poder del más fuerte para desvirtuar, con
rodajes añadidos a espaldas del director, no pocas historias que atentaban
contra sus reaccionarias creencias o sus principios estéticos kitsch.
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