sábado, 23 de agosto de 2014

El guión cinematográfico: el texto sin género.

                                    

                         La fiebre de imaginar

Cosas que nunca sabrás: Un guión, no rodado, de Pau Perramon.

         He leído, por primera vez en mi vida, el guión de una película inexistente, salvo en la mirada imaginativa de su joven director, Pau Perramon, quien me honra con su amistad desde que dejó (¡por suerte para él!) de ser alumno mío en la Secundaria, hace ya muchos años. Es extraño, el género del guión –si es que pertenece a alguno–, y entraña algo así como una pereza congénita. Se deja todo voluntariamente en la indefinición, aunque a veces se desciende a descripciones detalladísimas de ciertos gestos, miradas o maneras de dar o coger las cosas que sorprenden al lector no habituado, como este Artista Desencajado lo es. De lo que estoy convencido es de que el guión ha de tener una potencia visual que, a simple lectura, hubiera de imponérsele  al lector de los mismos. Está claro que un guionista ve el guión que escribe, de ahí que los diálogos, en términos generales, tengan un desarrollo mucho menor que en el género teatral, porque la acción no se apoya en ellos, sino que se limitan a ser un subrayado de las imágenes o, en según qué secuencias, una iluminación de las ya vistas o una prolepsis de las por venir. Podríamos decir que un guión nos ofrece los mimbres de una historia con los que, después, el director, factótum fílmico donde los haya, hace y deshace a su antojo, hasta, partiendo a veces de un guión ajeno –no es éste el caso, porque Pau es director y guionista–, hacer su película. Todos sabemos que de una poderosa historia puede hacerse una película deleznable, pongamos por caso el célebre de Bajo el volcán, de John Huston, con un Finney patético y ridículo de pura sobreactuación; y de una historia anodina salir un peliculón, pongamos por caso La dama de Shanghai, de Orson Welles, título puesto, según lo quiere la mitomanía, a partir de una novela de quiosco elegida al azar, If I Die Before I Wake, de Sherwood King, para proponérsela al productor si éste le adelantaba dinero para un montaje teatral; una película en la que, estando en proceso de separación de Rita Hayworth, cometió la osadía de hacerla aparecer con la melena cortada y teñida de rubio platino, como si quisiera matar el mito de Gilda.
          En el guión que acabo de leer, primera versión* de una segunda que me ha de llegar pronto, y en la que es posible que cambien incluso aspectos fundamentales de la primera, porque eso forma parte de la naturaleza del guión: ser proteico, susceptible de cambios tan de ultimísima ahora como el mismo día del rodaje; cambios que pueden alterar, con la aparición o desaparición de algún personaje, incluso el sentido de la narración, como bien nos mostró la siempre bien alabada La nuit americaine, de Truffaut; en esta primera versión, decía, hay un planteamiento que peca de cierta ingenuidad y, sobre todo, de un exceso de buenas intenciones, que tan malas son para la novela o el teatro o, como ahora lo he constatado, para un guión. El protagonista, Dani, dueño de una tienda de artículos relacionados con su pasión por las películas, series y cómics de ciencia-ficción, y en especial por un personaje concreto, Bruce Gallagan; un joven de marcado espíritu peterpanesco, tan propio de nuestra realidad, un punto de partida que recuerda vagamente el de High Fidelity, se convertirá, por puro azar, en anfitrión de un tío fracasado al que todo le sale mal en la vida y de una joven senegalesa, con una hermana pequeña que pasa por su hija durante más de la mitad de la película, que ansía regresar a su país, sin disponer de medios económicos para hacerlo realidad.
          Esta materia narrativa, en principio ni anodina ni apasionante, se articula en el guión en lo que a este lector le ha parecido un frenético desplazamiento constante entre espacios: Int. Piso de Dani/Salón-noche; int. Piso de Sani /pasillo-noche… Estas indicaciones son básicas para visualizar la acción y poder seguir el desarrollo de la historia con la continuidad, elipsis incluidas, que luego veremos en las imágenes. Aunque un subgénero del guión, el storyboard, labor usualmente propia del director, o directísimamente dirigida por él, se ha hecho hoy en día casi imprescindible para poder rodar “exactamente”, el guión en cuestión. Mediante dibujos como estos que me ha facilitado amablemente Pau para ilustrar esta referencia al storyboard:
                               
                                   

es difícil no realizar la película cuyo guión, como género, no alcanza a precisar, mediante la descripción, la visualización exacta que en en el storyboard sí se ofrece.
         El núcleo temático de la historia es la difícil convivencia entre personajes a los que, en principio, nada parece unirles, y cuyos pequeños gestos y reproches y malentendidos van articulando una relación compleja en la que acabarán manifestándose ciertos valores que pecan, si acaso, de almibarados, por más que sean impecablemente verosímiles. Hablamos de vidas fracasadas, la del anfitrión incluido, de ahí que dicha convivencia obre sobre ellos como una posibilidad de redención, lo que efectivamente ocurre.
         Es curioso, pero a medida que voy escribiendo sobre el guión, la historia adquiere un relieve, una importancia que durante la lectura atenta no había captado. Acaso porque el lado tópico de los tres personajes reunidos por azar en el piso de Dani me lo impedía. Con todo, he de señalar lo que tengo anotado en el guión como ciertas ingenuidades relativas, como el caso de la huida del supermercado donde trabaja Aisha, la inmigrante supuestamente sin papeles, como reponedora, como si la empresa que la ha contratado pudiera hacerlo sin cumplir ciertos requisitos de contratación. No digo que en otras actividades económicas no tan expuestas al público y a los inspectores de Trabajo, así ocurra, pero es difícil aceptarlo por lo que a un supermercado se refiere. Hay, por lo tanto, cierta sobreactuación en algunas escenas, como en la propia del atraco al jefe del aparcamiento donde trabajaba el tío de Dani, Nando, del que fue despedido tras haberse peleado con la actual pareja de su mujer, tía de Dani, que le arrojó a los pies de la garita del aparcamiento todas las pertenencias que aún le quedaban en el piso común que ahora la mujer ha decidido quedarse para ella, sin concederle ninguna prórroga a la estancia que se suponía provisional. El título de la película, Cosas que nunca sabrás, tiene que ver con la tormentosa historia conyugal de sus tíos, aunque metafóricamente puede servir como admonición  al espectador de la realidades próximas ante las que, a veces, decidimos cerrar los ojos para no complicarnos la existencia y añadir más dolor a nuestras vidas: el drama de la inmigración; la descomposición matrimonial; el sinsentido de la vida encerrada con un juguete que nos impide madurar…, son todas ellas situaciones de sobra conocidas y sobre las que es difícil hablar y filmar sin pecar alguna vez de ingenuo bienintencionado o sin caer –algo que a mi falible juicio ocurre algunas veces en el guión– en la inverosimilitud que tanto lastra el desarrollo de una historia, sea en guión, en novela o en obra de teatro.
        Lo bueno que tiene un guión, para cualquiera que lo lea, son las infinitas posibilidades de enriquecimiento que ofrece, sin por ello traicionar la historia inicial: cierta costumbre original; ciertas insinuaciones –como, en el presente guión, la que Nando ofrece como toda explicación a Dani de su fracaso matrimonial con Laura; cierto diálogo en el que se callan más cosas de las que se dicen, etc. Casi todo, en un abrir y cerrar de ojos, puede ser cambiado, algo que al guionista nunca puede molestarle, porque “por exigencia del guión” –como justificaban el desnudo las actrices españolas en la época cutre del Destape– los cambios están inscritos en el ADN del género.
        Me ha gustado la experiencia. Aunque mis ojos profanos no habrán sabido calibrar suficientemente las cualidades, las virtudes de esta primera versión de Cosas que nunca sabrás, porque, como en todo, el juicio crítico requiere un caudal de lectura de guiones del que yo carezco. No sé si ya es tarde para tratar de imponerme en el género, chi lo sa… De momento me complazco por haber tenido la oportunidad de leer el germen de lo que puede ser una excelente película, conociendo, como conozco, por cortos suyos, las poderosas imágenes con que Pau traduce guiones como el presente. Ahora solo cabe esperar a la segunda versión de Cosas que nunca sabrás y, sobre todo, que como de las musas al papel en horas veinticuatro, pase este guión del papel a la pantalla en cuanto haya un productor o productora que se arriesguen, aunque la historia, eso sí que he sido capaz de apreciarlo, no parece, en principio, una producción cara. Exteriores e interiores no requieren una costosísima inversión, desde luego… En fin, si algún intelector de este Diario es, además, persona acaudalada, ya sabe dónde podría invertir sus bienes para convertirlos en ellos mismos y ser fiel al espíritu del presente guión.
          Dejo el vínculo a uno de sus cortos para todos aquellos que quieran apreciarlo como merece:

*Habiendo sometido a la “censura previa…” de mi amigo Pau la presente entrada, me entero de que ya hay hasta un tercer guión, que la joven senegalesa ha desaparecido de él, que el propio título quizás sea Queridos intrusos y que ciertos defectos que yo señalaba han sido subsanados para desalmibarar (o acibarar) ciertas escenas...
 Extraño, indeed, un género de naturaleza tan inestable y tan propenso a la metamorfosis. Lo adecuado, me parece, sería considerar la película como el último guión, pero conocemos no pocos casos de directores que han pretendido volver a rodar no pocas escenas de películas acabadas, ¡y aun estrenadas!, y, ‘¡lamentablemente!, el de productores que han ejercido el poder del más fuerte para desvirtuar, con rodajes añadidos a espaldas del director, no pocas historias que atentaban contra sus reaccionarias creencias o sus principios estéticos kitsch.



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