jueves, 15 de mayo de 2014

Huarte de San Juan: un olvidado precursor del holismo.

 del carácter II: Examen de Ingenios para las ciencias, de Huarte de San Juan: la larga pervivencia de la teoría de los humores


La intención pedagógica de Huarte de San Juan parte de una premisa que hoy en día pocos pedagogos admitirían: que cada uno debe ocuparse de aquello para lo que está capacitado, cuyo reverso es impecablemente cierto: Nuestra capacidad no nos permite dedicarnos a cualquier ocupación. Esta cura de humildad sobre nuestras potencialidades es importante recordarla y tenerla en cuenta, porque el poder político que depende de los votos de los ciudadanos se he empeñado en “garantizar el derecho a la competencia individual”, porque “todos somos iguales” y, en sus demagógicas consecuencias, “todos podemos conseguir lo que nos propongamos”, etc. Contra este discurso alienador fue escrito, con preclara anticipación, el Examen de Ingenios para las Ciencias, de Huarte de San Juan. De hecho, lo primero que le llama la atención al estudioso es lo siguiente:  Cosa es digna de grande admiración que, siendo Naturaleza tal cual todos sabemos, prudente, mañosa, de grande artificio, saber y poder, y el hombre una obra en que ella tanto se esmera, y para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de ingenio.
Los estudiosos han considerado a Huarte como el primer gran psicólogo europeo, y su obra, como el primer tratado escrito con afán científico sobre los fundamentos de la personalidad humana. De hecho, está considerado, sin ser santo, como el patrono –esa paradójica figura universitaria– de las facultades de Psicología. La influencia de Huarte, uno de los pocos intelectuales españoles verdaderamente presentes en la cultura occidental –Lessing escribió sobre el Examen… su tesis doctoral, por ejemplo–, puede rastrearse, siglos después, en un autor tan distante como el olímpico, y romántico, Goethe: Feliz el que reconoce a tiempo que sus deseos no van de acuerdo con sus facultades, máxima que va algo más allá de la tesis huartiana, pero con la que comparte un idéntico fondo: que no somos un libro en blanco y que si, como rastreó Chomsky en él, nacemos con una gramática innata, también llevamos impresa de nacimiento las características esenciales de nuestra personalidad. Vamos, que, como siempre se ha dicho, la cabra tira al monte…
Aunque Huarte parte, como tantísimos otros antes y después de él, de la teoría de los humores, con la que se asocia a Hipócrates, el creador del género aforístico en su dimensión estrictamente científica, como principal defensor, si bien es anterior a él, de la doctrina que establecía cuatro caracteres básicos: sanguíneo, colérico, melancólico y flemático, en correspondencia con los cuatro humores fundamentales: la sangre, la bilis, la bilis negra (o atrabilis( y la flema, lo cierto es que la obra de Huarte de San Juan se inspira directamente, según él mismo lo reconoce, en la obra de Galeno, epónimo de los profesionales de la medicina, pero él va bastante más allá de la mera labor recopiladora y divulgativa del saber preexistente, como lo fueron, en su momento, las Etimologías de San Isidoro, una Enciclopedia avant la lettre y una deliciosa lectura que recomiendo vivamente.
Ciento treinta y siete años antes de la aparición de la obra de Huarte de San Juan, Alfonso Martínez de Toledo había publicado su famoso Arcipreste de Talavera o Corbacho, una obra en la que el autor se remite a los famosos cuatro humores para trazar un retrato de las personalidades humanas básicas, personalidades que, además, pone en relación con los signos del zodiaco. Este libro de Martínez de Toledo ha de ser lectura imprescindible para quien quiera saber con meridiana exactitud cómo era el habla en la España del siglo XV, porque la obra es un valiosísimo documento vivo del habla coloquial de entonces. Para entrar en calor, veamos cómo describe él, más de un siglo antes, las cuatro caracterizaciones básicas el carácter:  
E[n] Onbres ay muchas maneras, e por ende son malos de conocer, peores e castigar. E por quanto es cosa muy fonda el coraçón del onbre, segund Salomón dize, por enmde non sólo por lo que de partes de fuera demuestra es conoscido, mas aun por las calidades e conplisyones que cada uno tiene es por malo o bueno avido. E son en quatro principales maneras falladas: unos son secrectos, callados, e de cortas razones, flemáticos, adustos; e otros son en otras tres manmeras: unos sanguinos, alegres e plazenteros; [otros] colóricos e furiosos; otros malenconiosos, tristes e pensativos.
[Samnguino] Este tal en sý conprehende la correspondencioa del ayre, que es húmido e caliente.
Pues, digo primeramente que el onbre sanguino que es muy alegre, franco, riente e plazentero. Son gualladores e del mundo burladores: ay aquí, cras allý; sy Marina non me plaze, Catalina, pues, sý faze. Estos tales son onbres muy alegres, plazenteros e mucho rientes de voluntad. De una paxarilla que vaya bolando [se reyrán] fasta saltarles las lágrimas de los ojos. Non tienen gesto nin risa fyngida; todos onbres alegres aman; todos juegos le plazen, especialmente cantar, tañer, baylar, dançar, fazer trovas, cartas de amores; guasajosos en dezir, alegres en participar, verdaderos en lo que prometen, entremetidos en toda proeza.
Ay otros onbres de calidad colóricos: éstos son calientes e secos, por quanto el elemento del fuego es su correspondiente, que es calyente e seco.
Estos tales son muy curiosos e de gran seso, ardidos, sotiles, sabyos, ingeniosos, movidos de lygero e feridores. E a estos que estas calydades tienen, verés de muchas vezes fazer sus fechos tan arrebatados, que sy en algo alguna buena calidad tienen, en otro la pierden.
Ay otros que son flemáticos, húmidos, fríos de su naturaleza de agua.
Éstos son primeramente perezosos. Toma quanto a lo primero: para comienço de amar son muy cobardes, más que judíos. Nota lo segundo: para ser amados son flacos e lygeros de seso, sospechosos, groseros e non en cosa de pro nin de honra entremetidos.
Ay otros onbres que son malencónicos: a éstos corresponde la tierra, que es el quarto elemento, la qual es fría e seca.
Estos tales son como los susodichos e aun peores; que son ayrados, tristes, y pensé[r]osos, ynicos e maliciosos e rifadores. Pero de otra parte son muy tristes e pensativos en sus malenconías, e buscan luego vengança; non ay compañía que con ellos dure, non ha mujer que los pueda conportar. Estos son picantones de noche e de día, jugadores de dados e muy perigrosos barateros, trafagadores, enemigos de justicia, fazedores de ultrajes e soberguerías a los que poco pueden: roblar, furtar, tomar lo ageno por fuerça. Non ha maldad que por dineros no cometan; nin ha mujer que por ellos non vendan, por aver o más valer.

[Nota: Mantengo la ortografía de la magnífica edición de Joaquín González Muela en Clásicos Castalia, Madrid, 1970, para que se aprecie en toda su intensidad el sabor de aquella lengua cuyos vestigios, aún vivos, podemos admirar en el romance sefardí que los judíos expulsados de su patria han mantenido vivo desde entonces.]
        
Ya veremos en otra entrega de esta serie dedicada a la caracterología que esta división tan elemental llega aún a Immanuel Kant, quien no duda en recurrir a ella en Lo bello y lo sublime con una adhesión cognitiva que sorprende en el filósofo alemán –que conste que se me había escapado, en el primer tecleado, el “filósofo animal”…, lo que, bien meditado, tampoco andaría muy lejos de la verdad, de esas verdades metamorfoseantes que suelen encarnar las erratas y que necesitan prolija explicación.
Vayamos ahora, sin dilaciones, a comprobar el atrevimiento intelectual de Huarte y a comprender por qué su obra acabó bajo la lupa de la Inquisición y en el Índice de libros prohibidos, del que no salió, aun en su versión expurgada, la de 1594 –cuya difusión, sin embargo, sí se permitió–, hasta tan tarde como 1966, es decir, cuando la Iglesia renunció per in saecula saeculorum a la existencia misma de los Índices. Porque la obra de este navarro, quien tuvo que acreditar repetidamente su limpieza de sangre por esos azares de límites fronterizos y contenciosos entre reinos, que se instaló finalmente como médico –profesión harto sospechosa de judaizante en su época– en Baeza, donde trabajó, gajes del azar, otro heterodoxo y semillero de heterónimos, Antonio Machado, chocó y mucho con ciertas creencias y mentalidades para cuyos ortodoxos poseedores ciertos atrevimientos, como el eugenésico, por ejemplo, estaban poco menos que inspirados directamente por Lucifer.
Comienza Huarte su Examen con una declaración de intenciones basada en su convicción de la desigualdad natural de entendimientos que se da entre los hombres:
Yo a lo menos, si fuera maestro, ante que recibiera en mi escuela ningún discípulo, había de hacer con él muchas pruebas y experiencias para descubrirle el ingenio. (…) Pero entendido que para ningún género de letras tenía disposición ni capacidad, dijérale con amor y blandas palabras: “Hermano mío, vos no tenéis remedio de ser hombre por el camino que habéis escogido: por vida vuestra que no perdáis el tiempo ni el trabajo y que busquéis otra manera de vivir que no requiera tanta habilidad como las letras”.
En la segunda edad, que es la adolescencia, se ha de trabajar en el arte de raciocinar; porque ya se comienza a descubrir el entendimiento, el cual tiene con la dialéctica la mesma proporción que las trabas que echamos en los pies y manos de una mula cerril que andando algunos días con ellas toma después cierta gracia en el andar; así nuestro entendimiento, trabado con las reglas y preceptos de la dialéctica, toma después en las ciencias y disputas un modo de discurrir y raciocinar muy gracioso.
¿Recuerda el intelector aquella sabia decisión del tutor de Eusebio de convertirlo en cestero para que tuviera un oficio del que poder vivir, por si no podía salir con bien del estudio de las letras? En esa novela late, sin duda, la enseñanza de esta obra de Huarte, que Montengón debió de leer con no poca atención.
Atrevido debió de parecerles a sus contemporáneos, por ejemplo, que Huarte desdibujara las fronteras de la racionalidad entre hombres y animales: Da a entender Galeno, aunque con algún miedo, que los brutos animales participan de razón, unos más y otros menos, y dentro de su ánimo usan de algunos silogismos y discursos puesto caso que no lo puedan explicar por palabras; y que la diferencia que les hace el hombre consiste en ser más racional y usar de prudencia con más perfección. Una conclusión que en modo alguno les es extraña a naturalistas renombrados como Goodall o De  Waal y a todos aquellos que han estudiado a los chimpancés o los bonobos, por ejemplo.
La teoría de los principios elementales, sobre todo el calor y la humedad y sus muchas relaciones graduales,  convierte estos en el eje de la clasificación que lleva a cabo Huarte, de la cual se deriva una suerte de determinismo que esclaviza más que encasilla a las personas, porque, constatado el predominio de uno u otro humor, nadie puede escaparse de ajustarse al tipo definido:  del calor y de la frialdad nacen todas las costumbres del hombre, porque estas dos calidades alteran más nuestra naturaleza que otra ninguna. De donde nace que los hombres de grande imaginativa, ordinariamente son malos y viciosos, por se dejar ir tras su inclinación natural, y tener ingenio y habilidad para hacer mal.   Desde esta perspectiva, llama mucho la atención el “materialismo” huartiano, de naturaleza holística –el pensamiento es producto del cuerpo y se deja influir por él y sus estados– que le lleva a oponerse a Platón y a Aristóteles, pero que va corrigiendo poco a poco para no acabar totalmente fuera de la Iglesia y de sus dogmas.
   Se advierte, en la lectura del Examen, esa permanente travesía entre Scila y Caribdis, entre el respeto a la ortodoxia trentina y el vuelo libre del intelecto que quiere ser fiel a la experiencia directa de lo que experimenta ( lo que muestra la experiencia no admite disputas ni argumentos, nos dice con convicción profunda) , de lo que captan sus sentidos y de lo que aprehende su razón: Los filósofos vulgares (…) viéndose cercados de las cosas sutiles y delicadas de la filosofía natural, hacen entender a los que poca saben que Dios o el demonio son autores de los efectos raros y prodigiosos, cuyas causas naturales ellos no saben ni entienden. Con toda propiedad podría ser considerado Huarte, así pues, como el primer ilustrado en la lucha contra las supersticiones, que tantas energías mentales ha gastado, ¡y sigue gastando…! a  lo largo de la Historia. Se trata de acercarse al conocimiento con el espíritu filosófico que caracterizaba el impulso aristotélico: el que tuviere docilidad en el entendimiento y buen oído para percibir lo que naturaleza dice y enseña con sus obras, aprenderá mucho en la contemplación de las cosas naturales: el que no, terná necesidad de preceptor que le avise y le haga considerar lo que los brutos animales y plantas están voceando.
 La estrecha relación que Huarte establece entre cuerpo y mente, que no otra cosa es el holismo, se advierte enseguida en su reflexión: Pensar que el ánima racional –estando en el cuerpo–  puede obrar sin tener órgano corporal que la ayude, es contra toda la filosofía natural. También, pues, Huarte podría ser considerado un holista mucho antes de que Jan Smut inventara la teoría y el concepto. ¿De qué otro modo puede entenderse, si no, su complacencia en esta reflexión de Galeno:  Galeno dijo que se holgara que fuera vivo Platón para preguntarle cómo era posible ser el ánima racional inmortal alterándose tan fácilmente con el calor, frialdad, humidad y sequedad; mayormente viendo que se va del cuerpo por una gran calentura, o sangrando al hombre copiosamente, o bebiendo cicuta, y por otras alteraciones corporales que suelen quitar la vida; y si ella fuera incorpórea y espiritual, como dice Platón, no le hiciera el calor –siendo calidad material– perder sus potencias, ni le desbaratara sus obras.
La clasificación de las personalidades establecidas por Huarte puede parecernos, como de hecho lo es, escasamente fundada, a pesar de su orientación científica, pero no cabe duda de que lo que podríamos llamar la sabiduría popular se ha nutrido de esas descripciones de la personalidad que aún siguen teniendo cierta vigencia. Con todo, el navarrés no deja de manifestar la extraordinaria dificultad de llegar a conclusiones válidas de forma permanente, porque, a su entender: La filosofía y medicina son las ciencias más inciertas de cuantas usan los hombres. Y si esto es verdad, ¿qué diremos de la filosofía que vamos tratando, donde se hace con el entendimiento anatomía de cosa tan oscura y difícil como son las potencias y habilidades del ánima racional, en la cual materia se ofrecen tantas dudas y argumentos que no queda doctrina llana sobre qué restribar? Sólo desde esa precaución reflexiva ha de entenderse la precariedad de las conclusiones a las que llega Huarte a la hora de establecer la relación entre humor y este o el otro tipo de  personalidad. Si  todos los humores de nuestro cuerpo que tienen demasiada humidad hacen al hombre estulto y necio, por ejemplo, y  los que tienen fuerte imaginativa ya hemos dicho atrás que son de temperamento muy caliente; y de esta calidad nacen tres principales vicios del hombre: soberbia, gula y lujuria. El esquema básico de su análisis es el siguiente:
Las calidades elementales, aisladas o combinadas dos a dos, originan ocho temperamentos:
Caliente.
Frío.
Húmedo.
Seco
Caliente y húmedo: sanguíneo
Caliente y seco: colérico
Frío y húmedo: linfático [o flemático]
Frío y seco: melancólico
A partir de aquí, se suceden en la obra las descripciones de las diferentes posibilidades de manifestación de esos caracteres, como cuando nos precisa que  Hay dos géneros de melancolía. Una natural, que es la hez de la sangre, cuyo temperamento es la frialdad y sequedad con muy gruesa sustancia; ésta no vale nada para el ingenio, antes hace los hombres necios, torpes y risueños porque carecen de imaginativa. Y la que se llama atra bilis o cólera adusta, de la cual dijo Aristóteles que hace los hombres sapientísimos; cuyo temperamento es vario como el del vinagre: unas veces hace efectos de calor, fermentando la tierra, y otras enfría; pero siempre es seco y de sustancia muy delicada.
Se trata de una casuística que hará las delicias de los aficionados a estos vericuetos del pensamiento escrupuloso, amigo de las mil y una matizaciones, porque ya se advierte que los caracteres se construyen mediante una combinatoria cuaternaria que da mucho juego:   Las señales con que se conocen los hombres que son de este temperamento (Cólera adusta) son muy manifiestas. Tienen el color del rostro verdinegro o cenizoso; los ojos muy encendidos (por los cuales se dijo: “es hombre que tiene sangre en el ojo”); el cabello negro, y calvos; las carnes pocas, ásperas y llenas de vello; las venas muy anchas. Son de muy buena conversación y afables; pero lujuriosos, soberbios, altivos, renegadores, astutos, doblados, injuriosos, y amigos de hacer mal y vengativos. Esto se entiende cuando la melancolía se enciende; pero si se enfría, luego nacen en ellos las virtudes contrarias: castidad, humildad, temor y reverencia de Dios, caridad, misericordia y gran reconocimiento de sus pecados con suspiros y lágrimas. Por la cual razón viven en una perpetua lucha y contienda, sin tener quietud ni sosiego: unas veces vence en ellos el vicio y otras la virtud. Pero con todas estas faltas, son los más ingeniosos y hábiles para el ministerio de la predicación y para cuantas cosas de prudencia hay en el mundo, porque tienen entendimiento para alcanzar la verdad y grande imaginativa para saberla persuadir.
Como muestra ya me parece suficiente, pero no quiero terminar sin recordarle a los intelectores que quieran adentrarse en el jardín huartiano su teoría eugenésica para lograr tener hijos que respondan a las siempre alta expectativas de los padres. Se trata de una peculiar eugenesia que se une, sin embargo, a una misoginia que, con el tiempo, acabará recogiendo el autor del siglo XX, Otto Weininger, que me ha dado el pie para esta serie de artículos y a cuya obra dedicaré un pormenorizado estudio. Se trata del capítulo XXV (donde se trae la manera cómo los padres han de engendrar los hjijops sabios y del ingenio que requieren las letras. Es capítulo notable) del libro, por si quieren ir directamente a consultarlo. Además de detalles como que el esperma haya de caer en el óvulo derecho, Huarte sugiere incluso dietas específicas para poder concebir ese hijo deseado: Si los padres quieren de veras engendrar un hijo gentil hombre, sabio y de buenas costumbres, han de comer, seis o siete días antes de la generación, mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos es el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando sanos y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer cocida con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper.

Nuestro temperamento, hijo de nuestros humores, bien puede ser excusado por el benigno juicio de Platón, para quien ninguno es malo de su propia y agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su temperamento. De ahí la extrañeza que suele embargarnos ante según qué reacciones que nos cuesta identificar con el núcleo duro de nuestra personalidad, de ese yo perplejo y a la defensiva en el cuadrilátero de los humores.

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