del carácter
II: Examen de Ingenios para las ciencias,
de Huarte de San Juan: la larga pervivencia de la teoría de los humores
La intención
pedagógica de Huarte de San Juan parte de una premisa que hoy en día pocos
pedagogos admitirían: que cada uno debe ocuparse de aquello para lo que está
capacitado, cuyo reverso es impecablemente cierto: Nuestra capacidad no nos
permite dedicarnos a cualquier ocupación. Esta cura de humildad sobre nuestras
potencialidades es importante recordarla y tenerla en cuenta, porque el poder
político que depende de los votos de los ciudadanos se he empeñado en “garantizar
el derecho a la competencia individual”, porque “todos somos iguales” y, en sus
demagógicas consecuencias, “todos podemos conseguir lo que nos propongamos”,
etc. Contra este discurso alienador fue escrito, con preclara anticipación, el Examen de Ingenios para las Ciencias, de
Huarte de San Juan. De hecho, lo primero que le llama la atención al estudioso
es lo siguiente: Cosa es digna de grande admiración que, siendo Naturaleza tal cual
todos sabemos, prudente, mañosa, de grande artificio, saber y poder, y el
hombre una obra en que ella tanto se esmera, y para uno que hace sabio y
prudente cría infinitos faltos de ingenio.
Los estudiosos han
considerado a Huarte como el primer gran psicólogo europeo, y su obra, como el
primer tratado escrito con afán científico sobre los fundamentos de la
personalidad humana. De hecho, está considerado, sin ser santo, como el patrono
–esa paradójica figura universitaria– de las facultades de Psicología. La
influencia de Huarte, uno de los pocos intelectuales españoles verdaderamente
presentes en la cultura occidental –Lessing escribió sobre el Examen… su tesis doctoral, por ejemplo–,
puede rastrearse, siglos después, en un autor tan distante como el olímpico, y
romántico, Goethe: Feliz el que reconoce a tiempo que sus deseos no
van de acuerdo con sus facultades, máxima que va algo más allá de la tesis huartiana, pero con la que
comparte un idéntico fondo: que no somos un libro en blanco y que si, como
rastreó Chomsky en él, nacemos con una gramática innata, también llevamos
impresa de nacimiento las características esenciales de nuestra personalidad.
Vamos, que, como siempre se ha dicho, la cabra tira al monte…
Aunque
Huarte parte, como tantísimos otros antes y después de él, de la teoría de los
humores, con la que se asocia a Hipócrates, el creador del género aforístico en
su dimensión estrictamente científica, como principal defensor, si bien es
anterior a él, de la doctrina que establecía cuatro caracteres básicos: sanguíneo,
colérico, melancólico y flemático, en correspondencia con los cuatro humores
fundamentales: la sangre, la bilis, la bilis negra (o atrabilis( y la flema, lo
cierto es que la obra de Huarte de San Juan se inspira directamente, según él
mismo lo reconoce, en la obra de Galeno, epónimo de los profesionales de la
medicina, pero él va bastante más allá de la mera labor recopiladora y
divulgativa del saber preexistente, como lo fueron, en su momento, las Etimologías de San Isidoro, una
Enciclopedia avant la lettre y una
deliciosa lectura que recomiendo vivamente.
Ciento treinta y
siete años antes de la aparición de la obra de Huarte de San Juan, Alfonso
Martínez de Toledo había publicado su famoso Arcipreste de Talavera o Corbacho, una obra en la que el autor se
remite a los famosos cuatro humores para trazar un retrato de las
personalidades humanas básicas, personalidades que, además, pone en relación
con los signos del zodiaco. Este libro de Martínez de Toledo ha de ser lectura
imprescindible para quien quiera saber con meridiana exactitud cómo era el
habla en la España del siglo XV, porque la obra es un valiosísimo documento
vivo del habla coloquial de entonces. Para entrar en calor, veamos cómo
describe él, más de un siglo antes, las cuatro caracterizaciones básicas el
carácter:
E[n] Onbres ay muchas maneras, e por ende son malos de
conocer, peores e castigar. E por quanto es cosa muy fonda el coraçón del
onbre, segund Salomón dize, por enmde non sólo por lo que de partes de fuera
demuestra es conoscido, mas aun por las calidades e conplisyones que cada uno
tiene es por malo o bueno avido. E son en quatro principales maneras falladas:
unos son secrectos, callados, e de cortas razones, flemáticos, adustos; e otros
son en otras tres manmeras: unos sanguinos, alegres e plazenteros; [otros]
colóricos e furiosos; otros malenconiosos, tristes e pensativos.
[Samnguino] Este tal en sý conprehende la
correspondencioa del ayre, que es húmido e caliente.
Pues, digo primeramente que el onbre sanguino que es muy
alegre, franco, riente e plazentero. Son gualladores e del mundo burladores: ay
aquí, cras allý; sy Marina non me plaze, Catalina, pues, sý faze. Estos tales
son onbres muy alegres, plazenteros e mucho rientes de voluntad. De una
paxarilla que vaya bolando [se reyrán] fasta saltarles las lágrimas de los
ojos. Non tienen gesto nin risa fyngida; todos onbres alegres aman; todos
juegos le plazen, especialmente cantar, tañer, baylar, dançar, fazer trovas,
cartas de amores; guasajosos en dezir, alegres en participar, verdaderos en lo
que prometen, entremetidos en toda proeza.
Ay otros onbres de calidad colóricos: éstos son calientes
e secos, por quanto el elemento del fuego es su correspondiente, que es
calyente e seco.
Estos tales son muy curiosos e de gran seso, ardidos,
sotiles, sabyos, ingeniosos, movidos de lygero e feridores. E a estos que estas
calydades tienen, verés de muchas vezes fazer sus fechos tan arrebatados, que
sy en algo alguna buena calidad tienen, en otro la pierden.
Ay otros que son flemáticos, húmidos, fríos de su
naturaleza de agua.
Éstos son primeramente perezosos. Toma quanto a lo
primero: para comienço de amar son muy cobardes, más que judíos. Nota lo segundo:
para ser amados son flacos e lygeros de seso, sospechosos, groseros e non en
cosa de pro nin de honra entremetidos.
Ay otros onbres que son malencónicos: a éstos corresponde
la tierra, que es el quarto elemento, la qual es fría e seca.
Estos tales son como los susodichos e aun peores; que son
ayrados, tristes, y pensé[r]osos, ynicos e maliciosos e rifadores. Pero de otra
parte son muy tristes e pensativos en sus malenconías, e buscan luego vengança;
non ay compañía que con ellos dure, non ha mujer que los pueda conportar. Estos
son picantones de noche e de día, jugadores de dados e muy perigrosos
barateros, trafagadores, enemigos de justicia, fazedores de ultrajes e
soberguerías a los que poco pueden: roblar, furtar, tomar lo ageno por fuerça.
Non ha maldad que por dineros no cometan; nin ha mujer que por ellos non
vendan, por aver o más valer.
[Nota: Mantengo la ortografía de la magnífica edición de Joaquín González
Muela en Clásicos Castalia, Madrid, 1970, para que se aprecie en toda su
intensidad el sabor de aquella lengua cuyos vestigios, aún vivos, podemos
admirar en el romance sefardí que los judíos expulsados de su patria han
mantenido vivo desde entonces.]
Ya veremos en otra entrega de
esta serie dedicada a la caracterología que esta división tan elemental llega
aún a Immanuel Kant, quien no duda en recurrir a ella en Lo bello y lo sublime con una adhesión cognitiva que sorprende en
el filósofo alemán –que conste que se me había escapado, en el primer tecleado,
el “filósofo animal”…, lo que, bien meditado, tampoco andaría muy lejos de la
verdad, de esas verdades metamorfoseantes que suelen encarnar las erratas y que
necesitan prolija explicación.
Vayamos ahora, sin
dilaciones, a comprobar el atrevimiento intelectual de Huarte y a comprender
por qué su obra acabó bajo la lupa de la Inquisición y en el Índice de libros
prohibidos, del que no salió, aun en su versión expurgada, la de 1594 –cuya difusión,
sin embargo, sí se permitió–, hasta tan tarde como 1966, es decir, cuando la Iglesia
renunció per in saecula saeculorum a
la existencia misma de los Índices. Porque la obra de este navarro, quien tuvo
que acreditar repetidamente su limpieza de sangre por esos azares de límites
fronterizos y contenciosos entre reinos, que se instaló finalmente como médico
–profesión harto sospechosa de judaizante en su época– en Baeza, donde trabajó,
gajes del azar, otro heterodoxo y semillero de heterónimos, Antonio Machado,
chocó y mucho con ciertas creencias y mentalidades para cuyos ortodoxos poseedores
ciertos atrevimientos, como el eugenésico, por ejemplo, estaban poco menos que
inspirados directamente por Lucifer.
Comienza Huarte su
Examen con una declaración de intenciones basada en su convicción de la
desigualdad natural de entendimientos que se da entre los hombres:
Yo a lo menos, si fuera maestro, ante que recibiera en mi
escuela ningún discípulo, había de hacer con él muchas pruebas y experiencias
para descubrirle el ingenio. (…) Pero entendido que para ningún género de
letras tenía disposición ni capacidad, dijérale con amor y blandas palabras:
“Hermano mío, vos no tenéis remedio de ser hombre por el camino que habéis
escogido: por vida vuestra que no perdáis el tiempo ni el trabajo y que
busquéis otra manera de vivir que no requiera tanta habilidad como las letras”.
En la segunda edad, que es la adolescencia, se ha de
trabajar en el arte de raciocinar; porque ya se comienza a descubrir el
entendimiento, el cual tiene con la dialéctica la mesma proporción que las
trabas que echamos en los pies y manos de una mula cerril que andando algunos
días con ellas toma después cierta gracia en el andar; así nuestro
entendimiento, trabado con las reglas y preceptos de la dialéctica, toma
después en las ciencias y disputas un modo de discurrir y raciocinar muy
gracioso.
¿Recuerda el
intelector aquella sabia decisión del tutor de Eusebio de convertirlo en
cestero para que tuviera un oficio del que poder vivir, por si no podía salir
con bien del estudio de las letras? En esa novela late, sin duda, la enseñanza
de esta obra de Huarte, que Montengón debió de leer con no poca atención.
Atrevido debió de
parecerles a sus contemporáneos, por ejemplo, que Huarte desdibujara las
fronteras de la racionalidad entre hombres y animales: Da a entender Galeno, aunque con algún miedo, que los brutos animales
participan de razón, unos más y otros menos, y dentro de su ánimo usan de
algunos silogismos y discursos puesto caso que no lo puedan explicar por
palabras; y que la diferencia que les hace el hombre consiste en ser más racional
y usar de prudencia con más perfección. Una conclusión que en modo alguno
les es extraña a naturalistas renombrados como Goodall o De Waal y a todos aquellos que han estudiado a
los chimpancés o los bonobos, por ejemplo.
La teoría de los
principios elementales, sobre todo el calor y la humedad y sus muchas
relaciones graduales, convierte estos en
el eje de la clasificación que lleva a cabo Huarte, de la cual se deriva una
suerte de determinismo que esclaviza más que encasilla a las personas, porque,
constatado el predominio de uno u otro humor, nadie puede escaparse de
ajustarse al tipo definido: del calor y de la frialdad nacen todas las
costumbres del hombre, porque estas dos calidades alteran más nuestra
naturaleza que otra ninguna. De donde nace que los hombres de grande
imaginativa, ordinariamente son malos y viciosos, por se dejar ir tras su
inclinación natural, y tener ingenio y habilidad para hacer mal. Desde esta perspectiva, llama mucho la
atención el “materialismo” huartiano, de naturaleza holística –el pensamiento
es producto del cuerpo y se deja influir por él y sus estados– que le lleva a
oponerse a Platón y a Aristóteles, pero que va corrigiendo poco a poco para no
acabar totalmente fuera de la Iglesia y de sus dogmas.
Se advierte, en la lectura del Examen, esa
permanente travesía entre Scila y Caribdis, entre el respeto a la ortodoxia
trentina y el vuelo libre del intelecto que quiere ser fiel a la experiencia
directa de lo que experimenta ( lo que
muestra la experiencia no admite disputas ni argumentos, nos dice con
convicción profunda) , de lo que captan sus sentidos y de lo que aprehende su
razón: Los filósofos vulgares (…)
viéndose cercados de las cosas sutiles y delicadas de la filosofía natural,
hacen entender a los que poca saben que Dios o el demonio son autores de los
efectos raros y prodigiosos, cuyas causas naturales ellos no saben ni entienden.
Con toda propiedad podría ser considerado Huarte, así pues, como el primer
ilustrado en la lucha contra las supersticiones, que tantas energías mentales
ha gastado, ¡y sigue gastando…! a lo
largo de la Historia. Se trata de acercarse al conocimiento con el espíritu
filosófico que caracterizaba el impulso aristotélico: el que tuviere docilidad en el entendimiento y buen oído para percibir
lo que naturaleza dice y enseña con sus obras, aprenderá mucho en la
contemplación de las cosas naturales: el que no, terná necesidad de preceptor
que le avise y le haga considerar lo que los brutos animales y plantas están
voceando.
La estrecha relación que Huarte establece
entre cuerpo y mente, que no otra cosa es el holismo, se advierte enseguida en
su reflexión: Pensar que el ánima
racional –estando en el cuerpo– puede
obrar sin tener órgano corporal que la ayude, es contra toda la filosofía
natural. También, pues, Huarte podría ser considerado un holista mucho
antes de que Jan Smut inventara la teoría y el concepto. ¿De qué otro modo
puede entenderse, si no, su complacencia en esta reflexión de Galeno: Galeno
dijo que se holgara que fuera vivo Platón para preguntarle cómo era posible ser
el ánima racional inmortal alterándose tan fácilmente con el calor, frialdad,
humidad y sequedad; mayormente viendo que se va del cuerpo por una gran
calentura, o sangrando al hombre copiosamente, o bebiendo cicuta, y por otras
alteraciones corporales que suelen quitar la vida; y si ella fuera incorpórea y
espiritual, como dice Platón, no le hiciera el calor –siendo calidad material–
perder sus potencias, ni le desbaratara sus obras.
La clasificación de
las personalidades establecidas por Huarte puede parecernos, como de hecho lo es,
escasamente fundada, a pesar de su orientación científica, pero no cabe duda de
que lo que podríamos llamar la sabiduría popular se ha nutrido de esas descripciones
de la personalidad que aún siguen teniendo cierta vigencia. Con todo, el
navarrés no deja de manifestar la extraordinaria dificultad de llegar a
conclusiones válidas de forma permanente, porque, a su entender: La filosofía y medicina son las ciencias más
inciertas de cuantas usan los hombres. Y si esto es verdad, ¿qué diremos de la
filosofía que vamos tratando, donde se hace con el entendimiento anatomía de
cosa tan oscura y difícil como son las potencias y habilidades del ánima
racional, en la cual materia se ofrecen tantas dudas y argumentos que no queda
doctrina llana sobre qué restribar? Sólo desde esa precaución reflexiva ha
de entenderse la precariedad de las conclusiones a las que llega Huarte a la
hora de establecer la relación entre humor y este o el otro tipo de personalidad. Si todos
los humores de nuestro cuerpo que tienen demasiada humidad hacen al hombre
estulto y necio, por ejemplo, y los que tienen fuerte imaginativa ya hemos
dicho atrás que son de temperamento muy caliente; y de esta calidad nacen tres
principales vicios del hombre: soberbia, gula y lujuria. El esquema básico
de su análisis es el siguiente:
Las calidades elementales, aisladas o combinadas dos a
dos, originan ocho temperamentos:
Caliente.
Frío.
Húmedo.
Seco
Caliente y húmedo: sanguíneo
Caliente y seco: colérico
Frío y húmedo: linfático [o flemático]
Frío y seco: melancólico
A partir de aquí, se
suceden en la obra las descripciones de las diferentes posibilidades de
manifestación de esos caracteres, como cuando nos precisa que Hay dos
géneros de melancolía. Una natural, que es la hez de la sangre, cuyo
temperamento es la frialdad y sequedad con muy gruesa sustancia; ésta no vale
nada para el ingenio, antes hace los hombres necios, torpes y risueños porque
carecen de imaginativa. Y la que se llama atra bilis o cólera adusta, de la cual dijo Aristóteles que hace los hombres
sapientísimos; cuyo temperamento es vario como el del vinagre: unas veces hace
efectos de calor, fermentando la tierra, y otras enfría; pero siempre es seco y
de sustancia muy delicada.
Se trata de una
casuística que hará las delicias de los aficionados a estos vericuetos del
pensamiento escrupuloso, amigo de las mil y una matizaciones, porque ya se
advierte que los caracteres se construyen mediante una combinatoria cuaternaria
que da mucho juego: Las
señales con que se conocen los hombres que son de este temperamento (Cólera
adusta) son muy manifiestas. Tienen el color del rostro verdinegro o cenizoso;
los ojos muy encendidos (por los cuales se dijo: “es hombre que tiene sangre en
el ojo”); el cabello negro, y calvos; las carnes pocas, ásperas y llenas de
vello; las venas muy anchas. Son de muy buena conversación y afables; pero
lujuriosos, soberbios, altivos, renegadores, astutos, doblados, injuriosos, y
amigos de hacer mal y vengativos. Esto se entiende cuando la melancolía se
enciende; pero si se enfría, luego nacen en ellos las virtudes contrarias:
castidad, humildad, temor y reverencia de Dios, caridad, misericordia y gran
reconocimiento de sus pecados con suspiros y lágrimas. Por la cual razón viven
en una perpetua lucha y contienda, sin tener quietud ni sosiego: unas veces
vence en ellos el vicio y otras la virtud. Pero con todas estas faltas, son los
más ingeniosos y hábiles para el ministerio de la predicación y para cuantas
cosas de prudencia hay en el mundo, porque tienen entendimiento para alcanzar
la verdad y grande imaginativa para saberla persuadir.
Como muestra ya me
parece suficiente, pero no quiero terminar sin recordarle a los intelectores
que quieran adentrarse en el jardín huartiano su teoría eugenésica para lograr
tener hijos que respondan a las siempre alta expectativas de los padres. Se
trata de una peculiar eugenesia que se une, sin embargo, a una misoginia que,
con el tiempo, acabará recogiendo el autor del siglo XX, Otto Weininger, que me
ha dado el pie para esta serie de artículos y a cuya obra dedicaré un
pormenorizado estudio. Se trata del capítulo XXV (donde se trae la manera cómo los padres han de engendrar los hjijops
sabios y del ingenio que requieren las letras. Es capítulo notable) del
libro, por si quieren ir directamente a consultarlo. Además de detalles como
que el esperma haya de caer en el óvulo derecho, Huarte sugiere incluso dietas
específicas para poder concebir ese hijo deseado: Si los padres quieren de veras engendrar un hijo gentil hombre, sabio y
de buenas costumbres, han de comer, seis o siete días antes de la generación,
mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos es
el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando sanos
y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer cocida
con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper.
Nuestro temperamento,
hijo de nuestros humores, bien puede ser excusado por el benigno juicio de Platón,
para quien ninguno es malo de su propia y
agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su temperamento.
De ahí la extrañeza que suele embargarnos ante según qué reacciones que nos
cuesta identificar con el núcleo duro de nuestra personalidad, de ese yo
perplejo y a la defensiva en el cuadrilátero de los humores.
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