De ayer a hoy. Sobre las
reputaciones.
Todo el mundo sabe cómo se construyen las reputaciones en este país de todos los demonios, y todos sabemos lo que hay de cuento sin fin en el abanico de imposturas con que tantos y tantas (montaditos en la pátina de la consagración) se dan unos aires que devienen tufo, hedor y náusea corolaria en los avezados y sufridos lectores a los que una y otra vez, desde el mundo editorial, se les intenta dar podrido gato nauseabundo por prieta liebre rozagante. ¡A otros perros con esos huesos osteoporósicos! Quien advierta resentimiento en mis palabras, no yerra. Quien comparta la indignación, entra en la categoría de los justos. Hay tanta necedad impresa en este país, que necesitaríamos un siglo de reeducación estética y moral para curarnos de ella. Supongo que las editoriales son negocios que tienen derecho a prosperar, pero, en estos oscuros tiempos de mixtificaciones y agit prop, los lectores tenemos derecho a exigir claridad, que se distinga nítidamente entre el negocio y el ocio, entre lo venal (y banal) y lo cordial, entre el pasatiempo y la cultura, en vez de fiar los editores su suerte al totum revolutum del tópico río revuelto donde naufraga nuestra esperanza lectora.
Viene este prólogo intemperante
y combativo a cuenta de la reciente lectura de los Aflorismos de Carlos Castilla del Pino, hecha a raíz de la
recomendación de Manuel Marcos. Ha querido el azar, único dios que desmiente de
agnóstico a quien se reclame de ello, que simultanee la lectura de dichos Aflorismos con el casi inencontrable A Lelio. Gobierno moral, de Salvador Jacinto Polo de Medina, un escritor murciano
del siglo XVII, acaso conocido únicamente por minorías académicas, pero
merecedor de un inmenso número de lectores, tanto para sus obras festivas, como
para sus obras graves, para sus sátiras como para sus aforismos: ni aquellas
ceden ante el modelo de Quevedo o Góngora, ni estos ante el referente de
Gracián. Formalmente, el Gobierno moral
no es un libro de aforismos, porque la prosa los recoge de una manera
continuada. Cada una de las oraciones del libro, sin embargo, constituye un
aforismo, por más que esté engarzado con los anteriores y los posteriores.
Desde esta premisa, válida también para otros escritores como Juan de Zabaleta,
Antonio de Guevara o Saavedra Fajardo, entre otros, no haré distinción entre la
condición de obra aforística de uno y otro libro.
Aflorismos, digámoslo
cuanto antes, es una obra que solo con gran acopio de piedad y compasión podríamos
considerar como un libro de aforismos. Lo suyo es la pertenencia al subgénero
de los apuntes, de las ocurrencias o de las notas (aunque no al de las nótulas de Cristóbal Serra), si bien,
aun dentro de ese subgénero, hay un abismo entre estos Aflorismos y obras tan
impecables y capitales como, por ejemplo, los Apuntes, de Canetti. No se me objete que hacer comparaciones es de
dudoso gusto, odioso o algo improcedente. Que junto a algunos excelentes ensayos
del autor se hubieran añadido a modo de colofón estas notas no hubiera
extrañado a nadie, pero entregarlas así, a palo seco, no le hace ningún favor a
su reputación literaria. En vez del título, al que le reconozco el ingenio,
tanto que quizás lo convierta en el único aforismo auténtico de todo el libro,
el volumen debería habersi titulado algo así como Cuaderno de anotaciones marginales, o Excerpta de pensamientos volanderos, cualquier título que rebajara
un poco las altas expectativas que, a modo de publicidad engañosa, nos ofrece
la editorial. El prestigio de Castilla del Pino es enorme, y bien merecido, no
sólo como psiquiatra, sino como ensayista e incluso como memorialista, de ahí
que extrañe al lector experimentado el hecho de que nadie en la editorial Tusquets haya
tenido la entereza suficiente para renunciar a la publicación del volumen tal y
como se nos publicita. En cuanto a lo de las comparaciones, permítaseme la
digresión, suelo siempre recordar las palabras de Valle-Inclán cuando fue
preguntado en un diario gallego por qué escribía en castellano y había
renunciado a hacerlo en gallego: “Triunfar en el dialecto es muy fácil. Yo he
venido a luchar –cito de memoria- contra cinco siglos de una literatura incomparable”,
y enumeraba una relación de autores que amedrentaría a cualquiera, si de
compararse con ellos se tratara, o de intentar llegar a su altura literaria.
Pero Valle no se arredró, como es notorio.
La lectura de Aflorismos me ha servido para constatar
otra intuición propia acerca del género: que puede constituir, acaso, un subgénero de
la autobiografía, aunque, cuanto más contaminados
estén los aforismos de autobiografía, menos pertenecen al género propio de los
aforismos. Quien lea Aflorismos no podrá apartar de su mente la presencia
constante del talante, del carácter, de la personalidad, tan fuerte, de su autor.
En ocasiones incluso manifiesta humores poco correctos, no ya política,
sino moralmente, como en el nº 583: Huyamos
del estúpido. Después de aburrirnos nos deja irritados por no haberlo echado a
patadas. Esta presencia dominante hace no poco antipática la lectura,
porque hay mucha acritud en los aflorismos de Castilla del Pino, y demasiadas
certezas, más de las que incluso el aforismo, que es dado a ellas, puede
soportar. El lado bueno del libro es la honestidad del autor, que reconoce las
limitaciones humanas de su carácter y el apego desmedido a sus convicciones
hiperracionales, como manifiesta en una anotación como la 561: La decisión de incorporar a la persona amada
a nuestra vida se hace en condiciones muy desfavorables, a saber, cuando
estamos enamorados. Sin sentido, pues, de la realidad, la catástrofe es de
esperar, salvo que el azar intervenga a nuestro favor y acertemos sin más.
Que el libro es un fiel reflejo del autor es lo que lo acerca a la autobiografía,
y no hubiera estado de más considerar Aflorismos
como una Autobiografía quintaesenciada,
pero como andan de moda los aforismos, ahí tenemos a los estudiantes de mercado
sumando beneficios y restando imaginación editora. La experiencia profesional del autor
ha sido fuente de muchas de sus anotaciones, aunque a veces sorprende que se
deje arrastrar por la hiperracionalización que le sirve casi como arma protectora
frente a la realidad, ¿cómo es posible, si no, la ingenuidad del nº 433: El suicidio es la expresión del dominio del
sujeto sobre su destino final o la falta de rigor del 319 (por no mencionar
el horrorosísimo uso de la enunciación con el imperativo inicial, tan
ordinaria): Evitar el error del
egocentrismo: uno se sitúa ilusoriamente en un lugar preferente dentro de su
contexto, pero es un componente de él, como lo son todos los demás? En los
ejemplos precedentes y en otros muchos, como el del nº 312: No hay causa que justifique una guerra. Aun
cuando se gane, se pierde mucho más, o el nº 110: Es necesario transformar en habla lo que se piensa: ello obliga al
orden, a la precisión, aunque se pierde lo que tiene de experiencia interior. El
lenguaje es actuación, y la actuación, reducción. En algún momento hay que optar
o por la precisión o por la vivencia, lo primero que se advierte es el prosaísmo,
la falta de esprit, de ingenio, de chispa, de ángel (algo tan andaluz y que,
paradójicamente, resulta del todo inaplicable a quien, sin embargo, es gaditano
de nacimiento) que tienen estos aflorismos
del Castilla del Pino, lo que más los convierte en una rígida lección moralista, que en una fiesta del intelecto, que es lo que suele esperarse de
la lectura de un libro de aforismos. Mientras pasaba a máquina, para mi archivo
personal, alguno de los aflorismos, me fallaron los dedos, o me asistió Hermes,
y escribí Astilla del Pino… con perspicaz acierto, porque muchas de estas
anotaciones están escritas para clavárselas al lector, más que para
comunicárselas, como la nº 65: Quien no
se ha hecho, mediada su existencia, una tabla coherente de preferencias y
contrapreferencias está condenado a la desgracia, a la infelicidad.
En el otro platillo de la
balanza está Polo de Medina, quien, hacia la mitad del camino de su vida, le hace caso ucrónico a
Castilla del Pino y establece la tabla coherente de su moral, y se la dicta a
Lelio, con unos primores de lenguaje y con una agudeza que constituyen un
deleite para el que en modo alguno se necesita ni comentario ni subrayado. Me
aparto, pues:
Es la memoria los ojos de lo pasado
Ciencia de ignorantes
llaman a la experiencia.
A sí nadie se conoce:
de muy cercanas no se ven algunas cosas.
No adolezcas de
apasionado de ti; importa que te averigües.
Oráculos mudos que aderezan las facciones son
los espejos. Espejos elocuentes que pulen las costumbres son los desengaños.
Al cáustico se le sufre
lo que ofende por lo que sana.
Con el entendido ahorra
muchas palabras la verdad, con el ignorante todas las razones se gastan.
Quien desiste en lo dudoso,
acredita de cuerdo al ingenio; pero de cobarde al ánimo.
También es menester valor
para después de haber vencido: también es menester vencer a las victorias.
Los méritos han de ser
como el ámbar, que no lo huele quien lo lleva.
Cargo y oficios: yedra
en el muro, que engalana y destruye.
Si ejecutas por lo que
te persuaden, premias las razones, y no la razón.
En la cabeza aprieta la
Corona. En las manos agravian sus puntas.
Sol que muere y chisme
que nace, hacen las sombras mayores.
El traje de las
verdades es andar desnudas.
Al árbol el exceso de
fruto lo rompe.
Obrar de empeñado es
hacer valiente la terquedad.
Lo que se ama no tiene
espaldas.
Quien pudiendo no
quiere, a dos vence.
Un deseo es más
vehemente por resistido que por deseo.
Es la salud el pan de
las felicidades, nada se come bien sin él.
[El uso de la sentencia
en el discurso es] A la manera de quien mirando por breve resquicio ve dilatado
campo.
El saber gasta tiempo.
El silencio con que sube el árbol les desespera del fruto.
Ingenio sin prudencia,
loco con espada.
Comparto indignación...
ResponderEliminarHay engaño sin fin en aquellos que viven del cuento (religiosos, monarcas, militares de alto rango, políticos y toda esa corte innúmera de validos)... Se dan unos aires de grandeza que en nada corresponden a su corta estatura mental...
En el totum revolutum del tópico río revuelto, como siempre, siguen pescando los más golfos y desaprensivos...
Pero todo esto lleva visos de acabar... Claro, siempre que el final de la humanidad esté próxima...
Gracias por instruir y compartir.
Advierto que la "amenaza" iba en serio. Se lo agradezco muchísimo y lo admiro, ¡nada menos que ser capaz de ir leyéndome a mí en vez de volcar su atención en autores y libros como de los que aquí se habla, de los que sí que iba a sacar verdadero placer y no poco conocimiento, en algunos casos! Extraña "manía" la suya, y digna de que apareciera entre las otras que clasifica Platón. Ando en negociaciones para la edición de un libro de aforismos, ¡mi primera publicación en papel! Si llega todo a buen puerto, no dude de que le haré llegar un ejemplar. Muchas gracias por tan precioso tiempo de su vida. Un saludo afectuoso.
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