12 de setiembre de 2...
No debería dejarme tentar por ninguna historia. Ni siquiera por la que se presenta con la banda sonora de la gloria. No, al menos, mientras dure este desahogo catártico, aunque mucho me temo que va a ser imposible. En el fondo sé que estoy cumpliendo con la aspiración máxima de cualquier escritor que se precie, es decir, al que los editores desprecian: ser fiel a sí mismo, aun sacrificándose en el altar de la conmiseración ajena.
¡Que se traguen su solemnidad de mercachifles de la pseudocultura! ¡Qué coño editores! ¡Ajustadores de balances, todo lo más! ¡Qué sabran de narraciones, los falsos contables! Envarados y trascendidos van por la vida los impostores...
Mentira me parece que haya perdido el culo –y un tercio de mi mísero sueldo con tantas copias y encuadernaciones- buscando su favor. Juan de Zabaleta decía que es de cocineros andarse tras el gusto de los demás... Y se ve que tienen los tales, es decir, los no tales, el estómago delicado, hecho a los efluvios inaprehensibles, de puro sutil, de la cocina moderna....; no a un buen guiso de toma pan y moja, reconstituyente. ¡Allá ellos con sus sirles inodoras o sus falsos amigos “constipados”!
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