jueves, 14 de abril de 2016

Los “Mimiambos” de Herodes, Herodas o Herondas.




Una inmersión en la vida cotidiana griega del siglo III a. de C.: los Mimiambos de Herodas de Cos.

Hay lecturas a las que me siento empujado por una pasión extraña y hasta cierto punto incómoda, no se crea: “¿Qué lees?” “Los mimiambos, de Herodes” “¿Es que también era escritor, el de los Santos Inocentes?”  “No, que yo sepa; pero Herodes hubo más de uno, además del padre de Salomé.” “¿No me digas?” “Ya te lo he dicho.” “¡Quién lo hubiera dicho!” “Pues sí.” Y ahí, en el mejor de los casos se acaba el intercambio coloquial y yo suelo quedarme con las ganas de siquiera resumir brevemente, como ahora lo hago aquí, en tres pinceladas tecleantes, la rareza humanística del mimógrafo de Cos, continuador de la obra de Sofrón y contemporáneo de otros dos cultivadores del género, Teócrito y Calímaco.
Bastaría, sin embargo, leer la dedicatoria del autor de la edición crítica, Carles Miralles, a su maestro, Josep Alsina, para comulgar con él y aceptar, desde el lúcido asentimiento a tan sombrías palabras, que solo lecturas recónditas como la presente, le dan su verdadero sentido al interés por la literatura sin adjetivo: En un any difícil -escribe Miralles- per als estudis clàssics, i en un temps estrany a qualsevol humanisme, dedico aquest llibre al meu mestre i amic Josep Alsina. Amb l’esperit que ell m’ha ensenyat i amb un vers de Cernuda que podría explicar-lo: La renuncia a la luz más que la muerte es dura.
El mimiambo se define más por el uso del verso yámbico que por la condición de pequeño cuadro popular en que se representan de una manera realista, a menudo procaz, estampas de la vida cotidiana. Son pequeños cuadros breves en los que aparecen pocos personajes, algo así como un entremés, pero con menor desarrollo dramático, porque el mimiambo no pasa de ser un cuadro de costumbres en el que se individualizan ciertos personajes como el alcahuete, el maestro, el zapatero, captados en un fugaz momento común y corriente de su vida diaria. Sorprenden muchas cosas de este escritor que renunció a expresarse en la koiné griega de su época y escogió un dialecto, el jonio, que es el usado por los yambógrafos, lo cual significa que cultiva una koiné con tradición literaria, aunque sea la propia de la isla de Cos donde nació y vivió. Más allá de su obra, descubierta a finales del siglo XIX, como nos informa Carles Miralles en su magnífica edición en catalán en la Fundació Bernat Metge, gracias a la compra de un papiro que hizo el British Museum en 1889, si bien hasta 1922 no se ha “fijado” el texto con el máximo de garantías filológicas. Se trata, pues, de un autor descubierto hace poca más de un siglo, pero cuyo interés es mayor para los especialistas que para el lector común, poco habituado al género, que debía de incluir, sin duda, algún tipo de representación corporal y acaso algún complemento musical. En todo caso, no deja de ser interesante acercarse a un género que nos muestra la vida cotidiana del siglo II antes de Cristo en Grecia, porque a medida que vamos leyendo esos breves cuadros clásicos, advertimos lo mucho que en ellos hay de los modos de comportarnos y de ser actuales, porque, aunque el progreso moral de las sociedades parece indiscutible en algunos aspectos, como lo ejemplifica la lucha contra la pena de muerte, por ejemplo, la reivindicación de la igualdad de sexos o la tolerancia social de la homosexualidad, ciertas idiosincrasias y ciertas costumbres no “datan”, sino que son “eternas”. Nada se sabe del autor más allá del nombre que algunos traducen como Herodas, otros como Herondas y otros como Herodes, salvo algunas referencias meramente nominales de otros autores. En cualquier caso, lo importante para un lector curioso como yo lo soy es sumergirse en aquel lejano mundo y observar con curiosidad infinita cómo se desenvolvían aquellas gentes en su vida diaria tal y como Herodes lo captó. Domina en la obra un tono coloquial en el que no faltan los refranes, los proverbios, las interjecciones impropias y algunos chascarrillos y comentarios jocosos propios de la vida vecinal popular, no de las élites, a las que, sin duda, perteneció Herodes, como lo prueba el uso, según Miralles, de no pocos cultismos, impropios de los personajes. Al margen, pues, del desarrollo argumental de esos cuadros, apenas inexistente, le queda al lector interesado una colección de expresiones y referencias que engrosan el caudal de datos que nos ofrecen las lecturas desde las perspectivas sociológica y antropológica, con algún breve destello de la psicológica. Así, llama la atención el referente de Egipto como El Dorado, al que se le conoce como la casa de Afrodita: I és que allò és la casa d’Afrodita: tot l’existent i el possible hi és, a Egipte: diners, jocs, poder, cel blau, fama, espectacles, savis, or, nois joves, el temple dels déus germans, un rei esplèndid, el Museu, vi i tots els béns que puguis arribar a imaginar: dones, en nombre, per la dona d’Ares, que com estrelles es vana el cel de tenir, i belles com les dees que altre temps se sotmeteren al judici de Paris -ai, que no m’hagin sentit!.. Son constantes las expresiones que delatan unos usos coloquiales no muy alejados de los nuestros: I jo estic forta com una osca: la vellesa m’empeny i l’ombra és aquí al cantó.   Gíl·lide, els cabells blancs t’afebleixen l’enteniment.  El mercat, ja ho diuen, no vol paraules, sinó diners. T’ho prego, pels teus genolls... Tú no tens llengua, sinó filtre de plaers. Rient més fort que una egua. [egua, por cierto, es la solución culta que suele ignorarse frente a la metátesis popular euga, habitual en el catalán contemporáneo; pero las ediciones Bernat Metge tienden siempre hacia los cutismos y arcaísmos, así en el léxico como en las estrcuturas sintácticas]. Coneix els dies 7 i 20 de cada més millor que els atrònoms... [Ambas fechas eran días de fiesta en la escuela: el 7 consagrado a Apolo y el 20 a Dioniso]. ¿O penses esperar fins que el sol t’entri pel cul i t’escalfi? A veces, sin embargo, no es infrecuente la aparición de algunas reflexiones de alcance filosófico o moral, como esta: Quan hauràs girat els seixanta anys, oh Gril·los, Gril·los, tant de bo moris i esdevinguis cendra; des d’aquest punt, és cec el girant de la vida i ja s’apaivaga la llum que la manté o esta otra: Perquè no és fàcil de trobar una famíla que no conegui la desgràcia. Qui en té menys que es consideri mes sortós que un altre. Pero, sin duda, uno de los mimiambos más llamativos es el de la conversación de las amigas en torno a la excelencia de unos suaves y fuertes consoladoresde piel: A mi, en veure’ls, em saltaren els ulls; entre nosaltres, els homes mai aconsegueixen una tal rigidesa, i això no és l’únic: a més, el temps de plaer és un somni i, pel tacte, més que de cuir sembla de llana. No trobaries per més que el cerquessis, un més hàbil artesà per al servei d’una dona.
No me cuesta reconocer, como ya dejé escrito en otra entrada de este Diario, Los arrabales del saber, que uno de los grandes placeres de la lectura de estas obras ajenas al necio carrusel de las novedades de relumbrón, escasas luces y parvo interés es la recopilación de conocimientos curiosos y anécdotas con que, quienes realizan ediciones críticas tan excelente como la que he manejado, ilustran a los nescientes que a ellas nos acercamos. Así, me ha llamado la atención la reacción de Sócrates cuando se le facilitó la obra de Heráclito: Preguntado por su opinión acerca de ella, Sócrates dijo que le parecía excelente lo que había podido comprender, pero que “para llegar al fondo se necesitaba un buzo de Delos”. De la misma manera, y dado el viciado debate pedagógico actual sobre la felicidad a toda costa de los discentes, no está de más recordar, a propósito de un mimiambo en que una madre le exige al maestro que no se corte a la hora de hacerle entrar con sangre el conocimiento en el cuerpo a su hijo, que  Horacio recordaba, de sus días de escolar, que había aprendido la poesía de Livio gracias a un maestro, Orbili, amigo de emplear métodos tan expeditivos como los del Lamprisco del mimiambo de Herodes. En ese mismo contexto es donde aprendemos que los griegos solían decir “llorar lágrimas de Nánaco” por las del rey frigio que, sabedor de la inminencia del diluvio universal, reunió a los ciudadanos en el templo y se hartó de llorar y de suplicar inútilmente, una expresión que la madre que le implora al maestro que castigue severamente a su hijo usa para aparentar la instrucción que no tiene.

2 comentarios:

  1. Me da la impresión de que estás en una posición en que ya te has apartado del mundo. Bueno, es una elección sabia porque te vale a ti. Y alimenta tu ego desencajado el leer obras alejadas del "necio carrusel de las novedades de relumbrón, escasas luces y parvo interés". No deja de ser una perspectiva altiva y aristocrática que desdeña el ahora como necio y vacío.

    ¡Qué posición tan distante de la mía que aprecia el ahora e intenta ver que hay de válido en el latido de la literatura de hoy día y que conmociona a los hombres del presente.

    Parece que miras desde tu escaño ya a la eternidad y yo, en cambio, me sumerjo en el lodo de la inexactitud del ahora.

    Cuando vivía solo no quise nunca encantarme con esa vivencia en solitario y siempre procuraba compartir piso con alguien, aunque fuera una carga. Así conocí a compañeros y compañeras muy diversos. No quería ser excesivamente raro. Es algo como me pasa ahora. No quiero perder el contacto con las culturas del siglo XXI aunque trasiegue en la literatura de entreguerras, la transición de siglo del XIX al XX, la cultura hipster, el existencialismo... Casi todo me interesa de la contemporaneidad, todo quiero decir, lo relevante donde intento espigar lo mejor. Igual que me me interesa el arte contemporáneo dentro de la bazofia que existe sin duda. Me atrae ese latido inexacto de la contemporaneidad.

    No hago una valoración de tus valoraciones, solo resalto la diferencia de perspectiva. Los caminos alternativos.

    Un abrazo.

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    1. Tampoco hay que llevar a los cosas a su extremo... No hace mucho me hice eco de una exposición de Louise Bourgeoise que vi en Múnich y que acaban de plantar en el Guggenheim en Bilbao, y que es el no va más de la modernidad... Alterno, eso sí, lo viejo y lo moderno y no me arredro ante las dificultades. Aún recuerdo, de mis tiempos mozos un breve poemario que construí tomando como motivos las teclas del ordenador, y no muy lejos de ellos andarían las obras teatrales que monté con mi grupo de teatro Eczema. Teatro Experimental de inspiración beckettiana. No presumo de ello; pero disfruto lo mismo con Wözzek, de Berg que con La Traviata de Verdi, y ello porque, como tu, no somos tan distintos, también yo estoy abierto a todo y cerrado a nada. Otra cosa es, como bien dices, que luego algo me parezca insustancial, banal o inane, pero eso afecta tanto a lo del ayer como a lo del hoy... Hace unos días pensaba, por ejemplo, dedicarle una entrada a Meléndez Valdés, pero no a su poesía bucólica, literalmente indigerible, sino a su prosa forense, de excelente calidad y compromiso social... En fin, que la vida es un puro buscar y exponerse a la felicidad del hallazgo y a la contrariedad del desencuentro: verdades aburridas del barquero...

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