domingo, 14 de diciembre de 2014

Melancolía, de Rubén Darío.



Melancolía. Alberto Durero.
                                                             




                                    


     







Un soneto de Rubén Darío y Rubén Darío en un soneto.


                                      Melancolía*                                                                                 
                                                                              A Domingo Bolívar**
         Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
         Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
         Voy bajo tempestades y tormentas
         ciego de ensueño y loco de armonía.

         Ese es mi mal, soñar. La poesía
         es la camisa férrea de mil puntas cruentas
         que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas    
         dejan caer las gotas de mi melancolía.

         Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo.
         a veces me parece que el camino es muy largo
         y a veces que es muy corto…

         Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?

       
        Sobre la melancolía hay mucho escrito desde diferentes perspectivas, la literaria y la psicoanalítica, por ejemplo, y no poco filmado, como la impresionante Melancholia de Lars von Trier o la preindie y desgarradora de John Cassavetes A woman under the influence, un autor del todo revisitable. Desde el libro inclasificable de Richard Burton, Anatomía de la melancolía, cualquier exploración sobre la melancolía, la atrabilis, la bilis negra, reconoce unos mismos estados de ánimo que se apoderan del sujeto y le hunden en una postración y una tristeza desgarradora sin que el sujetado por ella sepa exactamente la causa específica de tamaño padecimiento, pero sin que tampoco pueda evitar ser poseído y destrozado por él. La dulzura de la tristeza melancólica tiene más de tema pictórico que la verdadera realidad del padecimiento y  la frecuente desesperación que se apodera de quienes sufren sus demoledores ataques.
Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío es un libro de obligada lectura. En él se resume la segunda etapa vital y artística del escritor nicaragüense: la del búho de Minerva, frente a la del cisne Jupiterino, según el lúcido ensayo de Pedro Salinas (La poesía de Rubén Darío, Seix Barral, 1975) que me abrió los ojos para el conocimiento exacto de un autor tan capital en las letras hispánicas como lo fueran Garcilaso o Bécquer, al decir de José Manuel Blecua. Hasta la obra de Salinas, mi indiferencia por el Darío modernista era tan profunda como mi ignorancia de su verdadero valor poético. Por suerte siempre hay críticos que cumplen a la perfección la labor de descubrirnos autores sobre los que pueden pesar lo suyo los impremeditados prejuicios de los ignaros.
El poema que ofrezco a los intelectores de este Diario ha sido uno de los que me han acompañado a lo largo de mi vida profesional para enseñar a mis alumnos qué actividad mirífica es el comentario de textos literarios, y de qué manera ese ejercicio hermenéutico puede ayudarnos no tanto a comprender mejor, cuanto a degustar mejor, a saber saborear, a saber escuchar, a saber ver, a saber imaginar, a saber, incluso, en el acto de desentrañar el mecanismo compositivo, cómo funciona la mente de un creador, en este caso de un poeta. No es mi intención reproducir una clase. Me pilla cansado. Y los intelectores pueden, en general, hacer comentarios más valiosos, me consta. Quiero, por no ofrecer el poema “a palo seco”, escribir una breve paráfrasis con lo que, a mi parecer, serían las líneas básicas de la interpretación del texto, apenas eso.
En él, Darío, maestro de su arte, adopta el tono confidencial para vivir, a través de la tragedia de su amigo Domingo Bolívar, un pintor sin éxito, uno más de tantos artistas bohemios como se tragó la bohemia parisina finisecular, su propio drama existencial y artístico, que, en forma casi epistolar, le dirige al compañero de infortunios. Desde el primer verso, en insólita sinestesia, “dime la mía”, Darío le pide al amigo que le diga la buenaventura de la luz que él no percibe, razón por la cual, desde la ceguera, se reconoce un impedido y desorientado caminante que ha de sufrir adversas circunstancias, si bien, ese ir sin descanso, es un ir ofrecido a la magia deslumbrante de la poesía: el ensueño de la visión y la armonía que trastorna. Recordemos su máxima: “ama tu ritmo y ritma tus acciones”, la estética transformada en ética. La ceguera y la locura con la que acaba el primer cuarteto le sirven al poeta para definir exactamente y con total lucidez el drama existencial que significa para él su arte: “Ese es mi mal, soñar. La poesía”. El encabalgamiento abrupto de la oración truncada en ese primer verso del primer cuarteto sirven, por un lado, para identificar sueño y poesía, asociándola, en cierto modo, al delirio. A continuación, acaba la definición metafórica de la poesía: “la camisa férrea de mil puntas cruentas/ que llevo sobre el alma”, una camisa de fuerza, así pues, propia de quien sufre la locura poética. Pero sin salir de esa situación enajenada, enseguida reconvierte la analogía y las puntas cruentas se convierten, por obra y arte de la pasión crística, en la corona de espinas que ciñe la atormentada alma del poeta. Entregado a la pasión de la poesía, el poeta, el ecce homo que se ofrece en cuerpo y alma a su amigo Domingo Bolívar, nos dice que la melancolía es la sangre de su alma. Esa y no otra es la razón, ahora lo sabemos, de que siga marchando, a pesar de los pesares, “voy”, “y así voy”, por ese mundo amargo en que se han convertido las “tempestades y tormentas”. Y en un ingenioso recurso métrico, nos ofrece la paradoja sublime del camino: a veces le parece largo, en catorce sílabas, por el dolor que sufre, y a veces le parece corto, en siete sílabas, por la pasión que le permite crear. Ello es, no podía ser de otro modo, “un titubeo de aliento y agonía” que le permite continuar caminando, apesadumbrado y al borde de la extenuación. La pregunta final: “¿no oyes caer las gotas de mi melancolía?” no es en modo alguno una pregunta retórica, sino una suerte de acertijo visual que le propone Darío al pintor. Las gotas de la melancolía no son otras que cada uno de los versos que, desde el primero, se derraman desde la pasión por la literatura que encarnó Darío, como una muestra perfecta de su maestría y de su tragedia.


*Cantos de Vida y esperanza, 1905.

**Pintor colombiano amigo de Darío y a quien éste conoció en París. Instalado en Estados Unidos, sin mejorar su suerte, mantuvo correspondencia con Darío hasta que, en uno de sus viajes en busca de mejor fortuna, el pintor decidió suicidarse, lo que hizo mediante la ingestión de una letal dosis de cianuro. 

12 comentarios:

  1. Gracias, Juan. Es verdad que la poesía, como la música, son fruto del soñar humano, sin el que andaríamos solo a tientas sobre un mundo salpicado de trampas, infamia y como ejemplarmente dices, de "impremeditados juicios". Un fruto que nos abre la pulpa del sentipensamiento. Te dejo aquí, con cariño, un insignificante poemita que escribí esta mañana que tiene de protagonista a la melancolía.

    QUERIDOS REYES MAGOS

    Quiero
    un

    pedal de niebla
    para

    regular la intensidad
    de la
    melancolía.

    Salud, y un abrazo.

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    1. Es un ama de maso de cuyo látigo resulta, !ay!, difícil escapar... Más quisiera yo tres buenos rayos de sol que la disiparan, aunque fueran efímeros. Es mal de difícil convivencia, o mejor dicho, conmoriencia...
      Gracias por el poema. Y por la presencia.

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  2. Precisamente me había comprado hace unos días un librito de poemsa del Darío, emperador Rubén. Y leo, por ejemplo en "Canción de Carnaval" algo vinculado a esta melancolía que dice así: "Da el aire la serenata / toca el aúreo bandolín / lleva un látigo de plata / para el spleen".
    Y de igual modo es interesante que Darío cierre con "Ligeia" su poema "El poeta pregunta por Stella".
    Un saludo Señor Poz.
    H de Wiitenberg

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    1. En modo alguno tenía en mente, al tiempo, el látigo del ama y el luminoso látigo de plata rubendariano, pero hay un dolor disciplinante en la melancolía que más desea cuanto más tiene. Me satisface mucho coincidir con ese monstruo poético. Ligeia tiene mas de la invasión de los ultracuerpos, pero no cabe duda de que su tormento bien puede puede asociarse con los pródromos de la melanolía.Bienvenido sea a este Diario.No se sirve café, pero intento que sí agradable conversación.

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    2. "La dulzura de la tristeza melancólica tiene más de tema pictórico que la verdadera realidad del padecimiento"..............................
      eso lo dirá Ud!
      a mí me extirparon la vesícula por la melancolía.....que duele y mucho!!!
      y aún asínnnn, sin ella me duele la existencia.
      H. de Wittenberg (la cátedra por cierto, de los melancólicos).

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    3. A mí me la extirparon por "El plantador de tabaco", de John Barth... Un mes de baja laboral y plácida lectura...
      Decimos lo mismo, creo. La dulzura es pictórica; la crudeza, real.
      Tengo mis dudas sobre la verdadera melancolía de Hamlet, no casa tanta urdimbre y estrategia con tan fiero dolor...

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  3. El melancólico proyecta su mundo interior sobre las imágenes del mundo que recrea, que se preña asimismo de melancolía, y, también, tu texto, tu exégesis, parece expresar algo más que un simple comentario de texto, Es algo que va más allá, es como si tú a través del poema de Rubén estuvieras recreando la tuya propia melancolía en un momento difícil como el que estás viviendo tras tu ansiada meta de liberación que, conseguida ya, se alumbra menos de luces y sí de sombras.

    Hoy raramente se habla de melancolía: se habla de ansiedad, de depresión, de abatimiento... y todos, el que más y el que menos ingiere algo para sobrellevarlas, para soportar esa melancolía del alma que antes, los de épocas menos químicas, habían de afrontar a pelo, y, fruto de ello, son poemas bellísimos como este. Me pregunto si esta época en que se toman antidepresivos como si fueran aspirinas... dejará ya la literatura magníficos poemas como éste o como aquellos tan dolorosos de Rosalía de Castro en su profunda melancolía.

    Quien sabe.

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    1. Será un milagro, que quede algo escrito, como dices. Y menos aún poemas tan estremecedores como "Mucho más allá" de Alejandra Pizarnik:
      Quisiera hablar de la vida.
      Pues esto es la vida,
      este aullido, este clavarse las uñas
      en el pecho, este arrancarse
      la cabellera a puñados, este escupirse
      a los propios ojos, sólo por decir,
      sólo por ver si se puede decir:
      "¿es que yo soy?" ¿verdad que sí?"
      ¿no es verdad que yo existo
      y no soy la pesadilla de una bestia?".

      Hay, sí, en la melancolía, si furiosa, porque cabe también en ella la furia, una derrota integral, totalizadora, que te aniquila.
      Demasiado dolor, como para verbalizarlo.

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  4. La melancolía es un estado tan complejo y especial que se desliza sin que te des cuenta de la tristeza a una suerte de bienestar cálido.

    Un saludo

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    1. Quien tiene esa suerte bendita, Pilar, quien la tiene... A veces es un extraño bienestar de herida desgarradora, como lo reflejó a la perfección Fernando Franco en su durísima y estremecedora película "La herida", el año pasado, con un merecidísimo Goya de interpretación para Marian Álvarez.
      Un cordial saludo.

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  5. Es curioso: este poema me hace pensar que la melancolía no es una causa de la creación poética, sino un resultado de ella. Es decir que el poeta la inventa con sus poemas: esas "gotas de melancolía". Curioso también que el poema haga parte de los "Cantos de vida y esperanza", porque la esperanza sería así una des-esperanza, o mejor, una esperanza que va al encuentro de la melancolía.
    Gracias por la paráfrasis.

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    1. Forma parte, a mi entender, por el otro lado, el de la vida, más que el de la esperanza, puesto que en esa dualidad advierto que es "vida" concepto no tanto opuesto a esperanza como compañero indispensable, algo así como las dos caras del dios Jano. Pero sí, comparto su tesis, al menos en este poema: Darío va creando la melancolía gota a gota. Con todo, siempre hay un impulso, el de las musas que, al decir de Platón, son las auténticas responsables de cuanto escribe ese mero intermediario de ellas que sería Darío, idea que recogió, como bien sabe, Bécquer, y desarrolló en sus cinco primeras rimas.

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