lunes, 15 de diciembre de 2025

No te quieres poner estupendo, pero…



El ocaso de las adversativas.

 

          No te quieres poner estupendo, pero de un tiempo a esta parte insomne de la desolación sientes, como un animal desvalido, su acecho criminal selectivo. Es el cuerpo, no la sombra; son los ojos vivos de las cuencas vacías. Y tú eres la presa fugitiva. Cada movimiento tiene la forma sombría del gesto último y definitivo, cuajado. Y te sorprendes en la alta noche del conticinio oyendo, atento, el estrépito de tu respiración, el grave gong de tu hálito como un velero que navegara en el aliento creciente de las galaxias: una vaharada de ventisca cavernosa, como si rodaras sobre la arena movilizada de los desiertos ignotos de planetas sin atmosfera. Abres las páginas del libro, escogido, como todos, sin otro motivo que el de la lluvia de dones que intuyes en sus páginas sonoras, y súbitamente crece en tu desasosiego la estampa ominosa de la línea marcada donde se cegarán tus ojos con el lacre de la última carta indescifrable. Otros quieren más luz en el mágico instante; alguno recuerda que aún debe un gallo a otro, y a los más, si no lo escriben, como yo ahora, se les queda en la garganta el silencio congelado de la despedida inaudita.

          No te quieres poner estupendo, pero llevas un tiempo muy atento a la desconcertante coreografía de las sombras, aunque no oyes el cauteloso compás de ningún réquiem, sino, como mucho, la suciedad del rumor estático que te ensordece como si se te llenaran los oídos de crepitante espuma salada. No lo dudas: nunca estás más solo que en la quinta hora de la madrugada, de rodillas en el lóbrego albero de la noche para recibir con una larga subordinación cambiada a la bicorne que temes con el respeto telúrico a la única contrincante a la que respetas y a la que desafías, por más que vuestro duelo lo tenga todo de rito sólito y tablas precarias.

          Estupendo o alucinado, el huelgo del acecho y el husmo de las postrimerías se te suben a los hombros del gigante nocturno que extiende las alas de su escritura con afán de barbacana y temor de civilización quebrantada, y te sientes frágil como cualquier víctima del azar, porque velas, pero no sabes la hora, porque navegas, pero el viento helado no hincha las velas y trazas círculos alrededor del espanto, esperando, ¡qué humor!, el golpe de gracia del corazón detenido en la más absurda línea imaginable, la que nada revela, la que nada explica: una oración simple, acaso, cuya arquitectura de choza te sorprende y aun te avergüenza. Deberías leer, en estos tiempos de asechanza y asedio, solo la poesía que nutre y sacia, los ritmos donde te has mecido siempre como en el paraíso placentario; anclado al turbión sanguíneo del cordón umbilical, cuando no podías soportar la hórrida extrañeza de ver el mundo con otros ojos y de vivirlo prisionero en otro cuerpo.

          No te quieres poner estupendo, pero ves en cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día de cada año una cadena que arrastras por el laberinto de tu insomnio como el centinela que aguarda el albor como el prisionero cuitado del romance que no sabe cuándo es de día pero sí cuándo las noches son un son de sienes estremecidas y un corazón palpitante bajo las tablas del ataúd de luz discreta y vagidos espectrales.

¿Tiemblas?

Templas, desde el tercio, y preparas, con mimos de femeninos pasos japoneses, el encuentro más natural con la flecha mortal del arco de la vida.

domingo, 14 de diciembre de 2025

«El principito», de Antoine de Saint de Exupèry (en edición facsimilar de la primera edición neoyorquina de 1943) y «La cara oculta de los dibujos de ‘El principito’», de Joëlle Eyheramonno Fouché: la nueva lectura autobiográfica de una obra eterna.


 

              


La biografía encubierta de Saint-Exupèry en El principito, una elucidación documentada que invita a la relectura del clásico bajo la nueva luz de este singular y lúcido escolio centrado en las ilustraciones del *iconotexto.

 

          La editorial Kalandraka ha tenido la feliz idea de celebrar que los derechos de edición de El principito pasan a dominio común con una edición que tiene todos los ingredientes para complacer a los lectores más fieles y exigentes del clásico: una reproducción facsimilar de la primera edición de 1943, con una nueva traducción, esta vez a cargo de Joëlle Eyheramonno Fouché, y el complemento de un estudio de la propia traductora sobre el verdadero significado de los dibujos de la obra, originales del autor, como nadie ignora, La edición se presenta en un estuche con los dos volúmenes y tiene todos los requisitos para convertirse en un regalo de lujo para cualquier circunstancia, incluidas, por supuesto, las próximas Navidades.

          El principito, en tanto que clásico, está abierto a cuantas miradas críticas se acerquen a la obra con el afán de descubrir vetas insospechadas, y siempre habrá alguna teoría que nos permitirá reafirmar la capacidad de Saint-Exupèry para crear un relato tan complejo con elementos tan aparentemente simples. En esta ocasión, y sabiendo que cada cual tiene su propia relación con este texto universal, me parece mucho más interesante centrar la atención en la novedad del estudio que ha hecho la traductora, en relación con la obra, sobre el significado de los dibujos del autor y el contenido autobiográfico que incorpora no solo a los dibujos, sino al relato, porque el estudio nos obliga a releer El principito como una novela en clave, así escrita deliberadamente por el autor: No me gusta que mi libro se lea a la ligera, escribió, y no le faltaba razón, a tenor de lo que la traductora y estudiosa de la obra nos descubre en un ensayo luminoso sobre el verdadera significado de esta obra que el propio Saint-Exupèry, cuando se la leía a sus amistades, juzgaba como su obra póstuma y lo mejor que he escrito.

          Tengamos presente que uno de los motivos recurrentes del libro es la enseñanza que recibe el protagonista del zorro, en quien Joëlle Eyheramonno nos descubre la identificación con un personaje muy importante en la vida del autor: Léon Werth, a quien dedica la obra: Este es mi secreto. Es muy sencillo: solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos, justamente aquello de lo que la Gestalt nos dice que es lo más difícil de ver: lo obvio. Recordemos el punto de partida de este estudio a partir del cual ya no podremos dejar de leer en clave autobiográfica la novela: «El cuento es un iconotexto. Es decir, que las ilustraciones, el texto y el soporte son inseparables». De hecho, la autora recoge las condiciones que puso el autor a los editores sobre el control de las ilustraciones en el texto, el lugar donde habían de aparecer, los subtítulos que habían de llevar y si aparecerían en color o en blanco y negro, lo cual refuerza esa unidad inextricable de imagen y texto en lo que se nos califica como *iconotexto.  

          En las fuentes que he consultado en Google he encontrado referencias a la identificación biográfica de algunas ilustraciones del relato y, entre ellas, hay referencias al zorro solitario o zorro-fenec que el autor crio en cabo Juby, entonces territorio español, en 1928. Lo que no he encontrado, salvo en este hermoso estudio del *iconotexto, es que ese zorro se pueda, y acaso se deba, identificar con el amigo de Saint-Exupèry a quien este dedicó el libro: Léon Werth, autor, a su vez, de, al parecer, un hermoso libro sobre la guerra del 14: Clavel soldat, del que tomo nota preceptiva, como de algunos otros que la autora implícitamente nos recomienda. Veintidós años mayore que él y con tradiciones literarias distintas, Werth fue para Saint-Exupèry un referente humano y literario. A este respecto, es emocionante la carta que el autor de El principito le envía a Werth, en la que le dice que la casa de este y su pozo ―carta que la autora relaciona con el dibujo de un pozo tan impropio del desierto como el del capítulo XXIV― son su razón de vivir: «Si ellos ya no están, yo no soy nada. No puedo vivir de mí mismo. Léon Werth, ¡protégete de todo mal! ¡Que se salven los amigos como tú!». 

Si Saint-Exupèry se sintió toda su vida «extraviado entre la arena y las estrellas», y el texto de la novela parece referirse a ello: [A los hombres] Les faltan raíces, y eso les incordia mucho, no puede extrañarnos que su imaginación lo llevara al espacio para plantar la semilla de su mensaje de liberación en lo más profundo del corazón, que es desde donde se ve mejor la vida, porque, en la medida en que el lenguaje es fuente de malentendidos y los ojos están ciegos: hay que buscar con el corazón. Con todo, el texto de El principito no nos engaña: ―Lo importante no se ve…  Quizá por todo lo dicho, Saint-Exupèry llegó a la conclusión literaria de que solo a través del disfraz de un cuento para niños conseguiría que se entendiera no solo el mensaje escéptico sobre la naturaleza humana que rezuma el texto (―Solo se conocen las cosas que se domestican. […] Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los vendedores. Pero, como no hay vendedores de amigos, los hombres ya no tienen amigos), sino, sobre todo, el significado último de las ilustraciones que forman parte inextricable de él, esto es, la defensa de sí mismo en un contexto histórico en el que corrió seriamente el peligro de ser blanco de una atroz injusticia política: ser acusado de colaborar con el  Régimen de Vichy, el del mariscal Pétain, gobierno títere de los nazis.

La autora de este estudio ha manejado unas fuentes documentales que recurren, principalmente, a las propias obras del autor, a su correspondencia, a las memorias de quien fue su mujer, Consuelo Sucín ―quien declaró en su título, Mémoires de la rose, que la flor del planeta del Principito era ella― y a otras muchas que acreditan una rigurosa investigación y complementan la visión histórica del escritor en un momento crucial de su vida, el periodo que abarca desde 1940 hasta su muerte en 1944, si bien muchos recuerdos de infancia y juventud afloran también en los dibujos, como, a título de ejemplo, la silla en que está sentado el principito en la ilustración del capítulo VI, que evoca, al decir de la estudiosa, el trasfondo familiar, según se recoge en la correspondencia del autor con su madre: «¡Le envío tiernos abrazos como cuando era un chiquillo de nada que arrastraba su sillita…, madre!». Esa ilustración es ejemplo de las que originalmente fue una acuarela en color y luego, en la edición apareció en blanco y negro. Con muy notable acuidad, la estudiosa observa que buena parte de las palabras de ese capitulo están «encerradas en el planeta, lo cual no deja de ser significativo, están como “calladas”». En ese mismo capítulo, además, se contabilizan 44 puestas de sol, frente a las 43 que suelen aparecer en no pocas ediciones, porque, al parecer, se corresponden con las que van desde «el 10 de mayo de 1940 hasta el 22 de junio, día de la firma del armisticio y rendición de Francia».

          Recordemos que la primera flor que dibuja el autor no es una rosa y, como nos dice Eyheramonno, «no sabremos que es una rosa hasta el capítulo XX». La flor representa a Consuelo Sucín, su mujer durante 13 años, en un matrimonio turbulento que describe en su correspondencia: «La flor tenía la manía de salirse siempre con la suya. Por eso el principito se fue. Por eso, gruño yo.» Sucín estuvo casada con el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien escribió una obra sobre Mata-Hari, que por ahí anda en la sección de biografías de mi biblioteca. Saint-Exupèry confiesa en sus cartas que esta obra suya se gestó en una casa en Northport en Long Island y que su mujer, Consuelo, fue la inspiración que lo impulsó a escribirlo. Y a ella le confesó que había sido el único amor de su vida. Con todo, su ideal de mujer pecaba de un machismo muy propio de aquellos años, en los que los teóricos de la vida conyugal, como Andrés Revesz, defendían que la mujer había de estar sometida al hombre, quien, por la diferencia de edad prescriptiva que debía haber entre ellos, había de asumir la responsabilidad de «educarla». Tal y como Exupèry la describe, nada dista de la mujer como «descanso del guerrero», típica del franquismo, pero también del modelo matrimonial del american way of life de aquellos años ultraconservadores.

No quisiera entrar en muchos de los suculentos detalles que la autora de este estudio nos regala para ilustrarnos sobre lo que, a partir de ahora, debe ser la lectura contextualizada de un clásico que, con ella, aún gana más interés, al margen del que ha tenido hasta hoy su mensaje cabalmente humanista. Hemos de tener presente que, en aquellos tiempos de extrema polarización, con Francia dividida en dos bandos irreconciliables, el de la Francia ocupada y el de la Francia libre insurgente, una gobernada por Pétain y la otra acaudillada por De Gaulle,  Saint-Exupèry tuvo la ocurrencia de hacer un llamamiento a «todos» los franceses para luchar unidos contra el dominio nazi. ¡Le llovieron los rechazos y los enemigos, a él, que poco menos que presumía de no tener ninguno! Acaso el más destacado fue Jacques Maritain, quien le recuerda que no existe ese «demos» francés unido al que apela el escritor, sino que los franceses estaban «divididos», hoy diríamos «polarizados». De menor entidad, porque Saint-Exupèry se consideraba muy por encima de las mezquindades morales del personaje, sería el ataque de André Breton, cuyo trasunto en la novela es la figura del vanidoso del capítulo XI. Fue Breton quien, desde la revista surrealista VVV, publicada en Nueva York ―cuatro números, desde 1942 a 1944―, es decir, en pleno conflicto de Saint-Exupèry con la intelligentsia francesa; fue el papa surrealista quien  cargó inmisericordemente contra el libro de Saint-Exupèry Piloto de guerra. Acaso porque esa novela autobiográfica fue muy bien recibida en Usamèrica, según el testimonio del crítico Edward Weeks que recoge Eyheramonno en su documentadísimo estudio: «Credo de un combatiente e historia de una aviador en acción, este relato y los discursos de Churchill representan la mejor respuesta a Mein Kampf que las democracias hayan encontrado hasta ahora».

          Acabaré esta presentación de un libro que nos deja en deuda permanente con la autora por su capacidad de investigación y síntesis para descubrirnos lo incompleta que hasta ahora había sido nuestra entusiasta lectura del clásico, y conviene recordar, con todo, que, presentado el manuscrito al posible primer editor, Pierre Ordioni, este dijo: «Lo leí y me quede pasmado. ¿Cómo ha podido el autor de Vuelo nocturno dedicar un instante a un relato que me parece ñoño y de un simbolismo simplón?». A continuación, el archivero Alban Cerisier, quien recogió el testimonio del editor, consigna que Exupèry le explicó que bajo las apariencias de un cuento para niños, su intención es dejar un testamento inteligible únicamente para algunos (sic en el texto). Joëlle Eyheramonno lo ha hecho inteligible para el común de los mortales, entre los que gozosamente me encuentro. Y acabo, como anticipaba al comienzo del párrafo, con el personaje de la serpiente, porque, más allá de la lectura, sigue presente en mi memoria la encarnación que de ella hizo Bob Fosse en la película de Stanley Donen sobre el libro con una coreografía que no se cansa uno de ver. Esos movimientos de la serpiente son comparados en una obra del autor al cortejo asesino de los aviadores enemigos, por cierto. La autora aprovecha para poner el capítulo de la serpiente  en relación con lo que el autor expresó, amargamente, en su correspondencia, en una de cuyas cartas a Consuelo le muestra su estado anímico en ese momento tras abandonar Nueva York: «No te puedes hacer una idea del desierto humano de este país […] Todo rezuma egoísmo, chismorreo, política. Necesito tanto una civilización, una religión, un amor […]. Tengo sed, Consuelo. Me muero de sed. Y no encuentro nada que pueda calmar mi sed». Ello lleva a Eyheramonno, junto con otros estudiosos, a la conclusión de que acaso la muerte de Antoine de Saint-Exupèry no fuera tan accidental como de hecho fue, pues fue abatido por un piloto alemán, algo que solo se supo cuando «en 2008, sesenta y cuatro años después de la muerte del autor, Horst Rippert, piloto de caza alemán, reconoció haber derribado el avión de Saint-Exupèry el 31 de julio de 1944».

Tentado estoy de reseguir, al hilo del estudio de la autora, una biografía del autor tan atractiva como la que se describe en sus páginas, pero estoy seguro de que los lectores me agradecerán que me calle de una vez y les deje expedito el camino de la lectura de un estudio por el que debemos estarle agradecidos a Joëlle Eyheremonno. Lo hago, sin embargo, recordándoles que lean con atención la explicación de la ilustración del capítulo XX, una interpretación que roza la invención literaria, a fuer, paradójicamente, de archiverosímil. En la otra cara de la misma página, la ilustración correspondiente al capítulo XIX nos dice la autora que representaría al autor pidiendo a los franceses que recuperasen el espiritu de fraternidad. A mí, particularmente, lo primero que me ha traído a la memoria ha sido, acaso por su fama, el clásico cuadro de Caspar David Friedrich, aunque en el de Saint-Exupèry no hay nubes, salvo que lo fueran las ondas que, en el horizonte la autora identifica, muy acertadamente, con el mar.

 Tengo, tras la lectura,  una sensación equivalente a la de esas restauraciones de cuadros famosos sobre los que se ha almacenado tanta pátina a lo largo de los años y que, restaurados en su forma original, nos parecen un cuadro distinto, y mucho más hermoso.

jueves, 4 de diciembre de 2025

«Frankenstein o el moderno Prometeo», de Mary Shelley, un ensayo narrativo sobre la ambición, la angustia existencial y la culpa.

    


Lejos de su éxito cinematográfico, la novela primeriza de Mary Shelley combina el género gótico y la novela bizantina para narrarnos la historia de un fatídico apasionado por la vida y de su razonable monstruo.

 

          He tenido que ver la adaptación que de esta obra ha hecho Guillermo del Toro y que he criticado en mi Ojo cosmológico para, como hice a propósito del Ulises de Uberto Pasolini, irme al original y comprobar, tras la atenta lectura, el abismo que media entre el «espectáculo» cinematográfico y esta novela nacida de un desafío lanzado por John Byron en su villa próxima al lago Lemán, Villa Diodati, y al que respondió John William Polidori con una famosísima invención, El vampiro, muy lejos aún ―casi 80 años― de la aparición del Drácula, de Bram Stoker. 

             Mary Wollstonecraft, hija de la famosa protofeminista a la que he dedicado una entrada en este Diario, más conocida por el apellido de su marido Percy B. Shelley, concibió su obra Frankenstein o el moderno Prometeo, pero no la acabó hasta un tiempo después, aunque, tras la primera edición, apareció una segunda corregida gramatical y estilísticamente por su marido. La tercera edición, de 1831, es obra exclusiva de la escritora. Recordemos que el poeta consideraba que el Prometeo liberado era su mejor poema. Nada ha de extrañarnos, pues, que su mujer coincidiera en el tema, pero desde otro género. De aquella estancia en Suiza en 1816, tan fértil para la literatura, un año conocido por el año sin verano, debido a la erupción del volcán Tambora en Indonesia un año antes, lo que provocó un auténtico invierno en verano en Suiza, quisiera recomendar la película de Gonzalo Suárez Remando al viento, acaso su mejor película, a mi modesto parecer, y la primera vez que vi en pantalla a quien luego se convertiría en gran estrella del cine, Hugh Grant, aunque, encarnando a Polidori, actuaba el magistral José Luis Gómez. Me he atrevido a mezclar dos géneros en la descripción de la novela porque, ciertamente, la creación del monstruo, de 2'43 m de altura, como se especifica en el texto, así como las circunstancias de su creación y la labor entre estudiosa y demiúrgica del protagonista, Víctor Frankenstein, así lo exige. Se trata de una persona poco dada al estudio que, de repente, al conjuro de las lecturas de Cornelio Agrippa y, posteriormente, de Paracelso, se convierte en un apasionado estudiante que centra su interés en el origen de la vida y en si le es posible al hombre llegar a crearla: When I returned home my firs care was to procure the whole works og this author, and afterwards of Paracelsus and albeetus Magnus. [...] My father looked carelessly at the titile page of my book and said, "Ah, Cornelius Agrippa! My dear Victor, do not waste your time upon this; it is sad trash." Le dice su padre, ajeno a esas preocupaciones de un hijo a quien ama y mima acaso en exceso. Tan es así que su madre no duda en adoptar a una joven huérfana para dársela a su hijo como una hermana, Elizabeth, que le haga compañía, en el bien entendido de que ambos se llevan apenas un año de vida, y así crecen, desarrollando unos lazos estrechísimos que, andando la trama, acabarán convirtiéndose, para desgracia de ella, en lazos matrimoniales. Recordemos, porque es de justicia narrativa, para ir sacando ya algunas conclusiones, que el conflicto central entre Víctor  Frankenstein y el monstruo es la negativa del primero a darle al segundo una compañera de su misma naturaleza, porque el drama del moderno Prometeo es el mismo que el de Adán, que «no es bueno que el hombre esté solo», y la criatura le pide al creador que ponga el remedio pertinente. Sorprenderá a muchos que la animación del monstruo se  produzca sin el más mínimo relieve escénico en la novela. Habiendo comprobado que vive, Víctor sale de la habitación donde yace la descomunal criatura y, al regresar, esta ha desaparecido.Se produce entonces un hecho curioso: lo que no se ve no existe, y Victor adecua su actuación a la ausencia, para él equivalente a inexistencia, del ser recién creado. Pero voy entrando ya en materia y aún no he precisado la estructura epistolar del libro, una muestra de ingenio narrativo, porque se abre con las cartas que un tal Walton, un científico aventurero que quiere abrir nuevas rutas en el Polo, a su hermana, tras recoger a un expedicionario perdido en los inhumanos paisajes helados: Prepare to hear of occurrences which are usually deemed marvellous. Were we among the tamer scenes of nature I might fear to encounter your unbelief, perhaps your ridicule; but many things will appear possible in these wild and mysterious regions which would provoke the laughter of those unacquainted with the ever-varied powers of nature; nor can I doubt but that my tale conveys in its series internal evidence of the truth of the events of which it is composed. Y, en efecto, esa cautela es la estrategia de la autora para intentar conseguir lo que consigue: dotar de verosimilitud la historia que al marino le recuenta Víctor, quien ha acabado en esas latitudes persiguiendo a su obra maligna para acabar con ella, aunque él pierda la vida en el empeño. De hecho, Víctor y Walton son dos versiones de la misma pasión por el conocimiento: One man’s life or death were but a small price to pay for the acquirement of the knowledge which I sought- […] You seek for knowledge and wisdom, as I once did; and I ardently hope that the gratification of your wishes may not be a serpent to sting you, as mine has been.

Víctor decide ir a estudiar a la universidad de Ingolstadt, a la que los Illuminati llamaban Eleusis, lo cual nos da a entender la lectura en clave ocultista que puede hacerse de quien comenzó su aventura intelectual en pos del secreto de la vida leyendo a magos y a alquimistas, aunque no tardara en derivar sus estudios hacia las matemáticas y la química para descubrir el gran secreto sobre el que, sin embargo, poco nos dice, aunque no deja de impresionarnos el retrato que hace de su «criatura», de la que no tardará en renegar: A

 flash of lightning illuminated the object, and discovered its shape plainly to me; its gigantic stature, and the deformity of its aspect more hideous than belongs to humanity, instantly informed me that it was the wretch, the filthy dæmon, to whom I had given life. […] His yellow skin scarcely covered the work of muscles and arteries beneath; his hair was of a lustrous black, and flowing; his teeth of a pearly whiteness; but these luxuriances only formed a more horrid contrast with his watery eyes, that seemed almost of the same colour as the dun-white sockets in which they were set, his shrivelled complexion and straight black lips. Tras haberse escapado el monstruo y haberse instalado en un cobertizo anexo a una cabaña, entra en contacto con los seres humanos y aprende su lengua a la perfección. El monstruo aprende a hablar en contacto oculto con la familia de la cabaña, a cuyos moradores ayuda en las labores sin que ellos lo sepan, atribuyéndoselo estos a un espíritu gentil y favorable a ellos:  Safie [una joven de origen turco-italiano que se refugia en la cabaña tras haber huido de su familia para reunirse con su enamorado, una deliciosa historia romántica  dentro de la trama principal de la novela que acentúa el carácter cosmopolita del libro] was always gay and happy; she and I improved rapidly in the knowledge of language, so that in two months I began to comprehend most of the words uttered by my protectors. […] My days were spent in close attention, that I might more speedily master the language; and I may boast that I improved more rapidly than the Arabian, who understood very little and conversed in broken accents, whilst I comprehended and could imitate almost every word that was spoken. La autora especifica las fuentes del aprendizaje del monstruo: Un libro del conde de Volney, Ruins of Empires, en francés Les Ruines, ou méditations sur les révolutions des empires (1791),  le sirve de instrucción general sobre el mundo, pero hay otros que completan su formación: I found on the ground a leathern portmanteau containing several articles of dress and some books. I eagerly seized the prize and returned with it to my hovel. Fortunately the books were written in the language, the elements of which I had acquired at the cottage; they consisted of Paradise Lost, a volume of Plutarch’s Lives, and the Sorrows of Werter. The possession of these treasures gave me extreme delight.

          Y sí, en efecto, es el propio monstruo quien toma el relevo de Víctor y recuenta su historia junto al lecho donde agoniza su creador, Víctor Frankenstein, en el camarote del barco donde el científico aventurero Walton, cuyo barco ha sido atrapado por los hielos, lo recoge y atiende, mientras oye su historia, la inverosímil que pone a prueba cualquier escepticismo hasta que irrumpe en escena el monstruo sobrecogedor y elocuente. Quisiera añadir que la presencia de Safie en la cabaña forma parte, ya lo he dicho, de esa novelita romántica que a mí me parece absolutamente un episodio de novela bizantina: Un turco rico, reducido a prisión en París y condenado a muerte es salvado por un hombre, Félix, enamorado de su hija, que es de madre esclava cristiana…Al final, Safie abandona a su padre en Italia y viaja a Alemania en busca de su prometido, al que encuentra en la cabaña. Todo eso lo cuenta el monstruo, impresionado por la belleza de la joven turca, junto a la que va aprendiendo, al tiempo, el idioma, el francés, de la familia de Félix. De hecho, el primer contacto con los De Lacey, cuando el viejo ciego está solo en la cabaña,  lo hace hablando como un gentleman:  “I knocked. ‘Who is there?’ said the old man. ‘Come in.’ “I entered. ‘Pardon this intrusion,’ said I; ‘I am a traveller in want of a little rest; you would greatly oblige me if you would allow me to remain a few minutes before the fire.’ ‘By your language, stranger, I suppose you are my countryman; are you French?’ “No; but I was educated by a French family and understand that language only. I am now going to claim the protection of some friends, whom I sincerely love, and of whose favour I have some hopes.”; pero un gentleman que habla en francés, por supuesto, un rasgo que no acaba de captar el hijo del ciego, quien al ver al monstruo junto a su padre arremete contra él y lo apaleas ferozmente, pero el monstruo prefiere salir huyendo antes que tumbarlo, «como el león a la gacela»,dice el monstruo:  “Cursed, cursed creator! Why did I live? Why, in that instant, did I not extinguish the spark of existence which you had so wantonly bestowed? I know not; despair had not yet taken possession of me; my feelings were those of rage and revenge. I could with pleasure have destroyed the cottage and its inhabitants and have glutted myself with their shrieks and misery. Pero en vez de destruir a los Lacey, junto a los que ha vivido y de quienes tanto ha aprendido, fija sus ansias de venganza en los seres queridos de Víctor: from that moment I declared everlasting war against the species, and more than all, against him who had formed me and sent me forth to this insupportable misery.

          La vuelta de Víctor a Ginebra tiene que ver con el asesinato de su hermano pequeño, del que acusan a una de las sirvientas de la casa, quien acaba siendo ejecutada por ello. Pero Víctor sabe que no ha sido ella, sino el monstruo cuya existencia se niega a revelar a nadie, aunque, después de dos años, Víctor sabe que ese asesinato forma parte de la cuenta pendiente que el monstruo asesino y diabólico esta dispuesto a saldar: What did he there? Could he be (I shuddered at the conception) the murderer of my brother? No sooner did that idea cross my imagination, than I became convinced of its truth; my teeth chattered, and I was forced to lean against a tree for support. […] Two years had now nearly elapsed since the night on which he first received life; and was this his first crime? Alas! I had turned loose into the world a depraved wretch, whose delight was in carnage and misery; had he not murdered my brother?

          He de recordar que, preso del delirio y la fiebre que le produce haber dado la vida a un ser deforme, monstruoso, Víctor tiene un sueño de carácter premonitorio, porque en él prefigura la muerte de Elizabeth, lo que, indefectiblemente, aumenta sus temores y su desesperación. Se siente perseguido por el monstruo, quien quiere vengarse en los seres allegados a Víctor del rechazo que su persona monstruosa le causa a todo el mundo. Por eso duda lo suyo cuando su padre le propone casarse con su hermanastra, Elizabeth.

          En ninguna de las adaptaciones cinematográficas ha sobrevivido el primer encuentro entre Víctor y el monstruo en los glaciares alpinos. Y es, sin embargo, uno de los tramos narrativos determinantes de la relación que se establece entre el creador y la criatura, porque ambos se explayan a gusto y sientan la base terrible de su enfrentamiento a muerte. La novela, a partir de entonces, va a girar en torno a las dudas de Víctor sobre si debe o no crear una compañera para su monstruo o si debe exterminarlo, aunque perezca él en el intento. Una doble persecución, pues, atraviesa la novela: el monstruo asesina a las personas a las que más quiere Víctor y este persigue al monstruo, dejándose atraer a los fríos polares para acabar con él.

          Pero prestemos atención a ese encuentro en los Alpes: “Devil,” I exclaimed, “do you dare approach me? And do not you fear the fierce vengeance of my arm wreaked on your miserable head? Begone, vile insect! Or rather, stay, that I may trample you to dust! And, oh! That I could, with the extinction of your miserable existence, restore those victims whom you have so diabolically murdered!” “I expected this reception,” said the dæmon. “All men hate the wretched; how, then, must I be hated, who am miserable beyond all living things! Yet you, my creator, detest and spurn me, thy creature, to whom thou art bound by ties only dissoluble by the annihilation of one of us. You purpose to kill me. How dare you sport thus with life? Do your duty towards me, and I will do mine towards you and the rest of mankind. If you will comply with my conditions, I will leave them and you at peace; but if you refuse, I will glut the maw of death, until it be satiated with the blood of your remaining friends.” […] Life, although it may only be an accumulation of anguish, is dear to me, and I will defend it. […] Remember that I am thy creature; I ought to be thy Adam, but I am rather the fallen angel, whom thou drivest from joy for no misdeed. Everywhere I see bliss, from which I alone am irrevocably excluded. I was benevolent and good; misery made me a fiend. Make me happy, and I shall again be virtuous.”

          ¿Qué es lo que el monstruo le pide a Víctor? Ni más ni menos que la compañera que Dios le concedió a Adán. Si el marido de Mary, el poeta Shelley escribió sobre Prometeo, no olvidemos que uno de los libros que forman al monstruo es El paraíso perdido, de Milton, de ahí, habremos de concluir, la fijación en la necesidad de una compañera que le permita no sentirse monstruosamente solo en este mundo en el que nadie de la especie humana le va a tender nunca una mano solidaria o compasiva. Lo muy curioso, otro subgénero que se añade a la novela, es la versión del buen salvaje que emerge en el proyecto vital del monstruo, lo que permite entender la cantidad de temas interconectados que aparecen en una novelita que la precoz autora escribió nada menos que con 19 años, lo que la acerca a la categoría de prodigio, ciertamente. Y aunque hay un desinterés notable por los engarces narrativos y por la definición compleja de los caracteres, salvo los dos protagonistas, no hay movimiento de los personajes que no respondan, incluso la travesía fluvial por el Rin a experiencias personales de la autora.

          Cuando vuelve a Ingoldstat con su mejor amigo, cree que allí podrá realizar la petición del monstruo para darle una compañera, pero, con cierta habilidad, burla a su amigo y viaja a Inglaterra, a las islas escocesas, en una de las cuales, pertenecientes a las  Orkneys, nuestras Orcadas, se debate entre la tentación de cumplir el deseo del monstruo y su conciencia, que le impide favorecer la reproducción de esos seres diabólicos. Una vez que decide abandonar el proyecto, se embarca en un bote y las corrientes acaban llevándolo a Irlanda, donde se le acusa de la muerte de un hombre, Henry Clerval, su amigo, siguiendo el patrón anunciado desde la muerte de su hermano pequeño y, después, de su mujer, Elizabeth, apenas casarse con ella. Que identifique a la víctima como su amigo Henry Clerval y que este aparezca allí muerto entra dentro de lo inexplicable, salvo en términos de lo que es una narración fantástica y al margen del realismo que aún está por venir. Por eso he insistido en la naturaleza de novela bizantina de buena parte de este librito tan candoroso como atrevido e imaginativamente potente…: The blue Mediterranean appeared, and by a strange chance, I saw the fiend enter by night and hide himself in a vessel bound for the Black Sea. I took my passage in the same ship, but he escaped, I know not how. Amidst the wilds of Tartary and Russia, although he still evaded me, I have ever followed in his track. Y aunque Frankenstein se afana en la persecución de su monstruo, es este, sin embargo, quien quiere atraerlo a la región polar: I seek the everlasting ices of the north, where you will feel the misery of cold and frost, to which I am impassive.

          El final, con la criatura entonando poco menos que un planto, de tan larga tradición en la cultura europea, junto al cadáver de su «creador» es uno de los grandes momentos de la novela, porque el monstruo contempla el abismo entre lo que pudo haber sido y lo que ha acabado siendo: la encarnación del mal: When I run over the frightful catalogue of my sins, I cannot believe that I am the same creature whose thoughts were once filled with sublime and transcendent visions of the beauty and the majesty of goodness. But it is even so; the fallen angel becomes a malignant devil. Yet even that enemy of God and man had friends and associates in his desolation; I am alone. Se trata del último discurso con el que el monstruo quiere persuadir al marino de su inocencia primordial, y, a pesar de su extensión, conviene leerlo para captar el drama propio de quien no fue siquiera reconocido por su creador: “You, who call Frankenstein your friend, seem to have a knowledge of my crimes and his misfortunes. But in the detail which he gave you of them he could not sum up the hours and months of misery which I endured wasting in impotent passions. For while I destroyed his hopes, I did not satisfy my own desires. They were for ever ardent and craving; still I desired love and fellowship, and I was still spurned. Was there no injustice in this? Am I to be thought the only criminal, when all humankind sinned against me? Why do you not hate Felix, who drove his friend from his door with contumely? Why do you not execrate the rustic who sought to destroy the saviour of his child? Nay, these are virtuous and immaculate beings! I, the miserable and the abandoned, am an abortion, to be spurned at, and kicked, and trampled on. Even now my blood boils at the recollection of this injustice. “But it is true that I am a wretch. I have murdered the lovely and the helpless; I have strangled the innocent as they slept and grasped to death his throat who never injured me or any other living thing. I have devoted my creator, the select specimen of all that is worthy of love and admiration among men, to misery; I have pursued him even to that irremediable ruin. There he lies, white and cold in death. You hate me, but your abhorrence cannot equal that with which I regard myself. I look on the hands which executed the deed; I think on the heart in which the imagination of it was conceived and long for the moment when these hands will meet my eyes, when that imagination will haunt my thoughts no more. “Fear not that I shall be the instrument of future mischief. My work is nearly complete. Neither yours nor any man’s death is needed to consummate the series of my being and accomplish that which must be done, but it requires my own. Do not think that I shall be slow to perform this sacrifice. I shall quit your vessel on the ice raft which brought me thither and shall seek the most northern extremity of the globe; I shall collect my funeral pile and consume to ashes this miserable frame, that its remains may afford no light to any curious and unhallowed wretch who would create such another as I have been. I shall die. I shall no longer feel the agonies which now consume me or be the prey of feelings unsatisfied, yet unquenched. He is dead who called me into being; and when I shall be no more, the very remembrance of us both will speedily vanish. I shall no longer see the sun or stars or feel the winds play on my cheeks. Light, feeling, and sense will pass away; and in this condition must I find my happiness. Some years ago, when the images which this world affords first opened upon me, when I felt the cheering warmth of summer and heard the rustling of the leaves and the warbling of the birds, and these were all to me, I should have wept to die; now it is my only consolation. Polluted by crimes and torn by the bitterest remorse, where can I find rest but in death? “Farewell! I leave you, and in you the last of humankind whom these eyes will ever behold. Farewell, Frankenstein! If thou wert yet alive and yet cherished a desire of revenge against me, it would be better satiated in my life than in my destruction. But it was not so; thou didst seek my extinction, that I might not cause greater wretchedness; and if yet, in some mode unknown to me, thou hadst not ceased to think and feel, thou wouldst not desire against me a vengeance greater than that which I feel. Blasted as thou wert, my agony was still superior to thine, for the bitter sting of remorse will not cease to rankle in my wounds until death shall close them for ever. “But soon,” he cried with sad and solemn enthusiasm, “I shall die, and what I now feel be no longer felt. Soon these burning miseries will be extinct. I shall ascend my funeral pile triumphantly and exult in the agony of the torturing flames. The light of that conflagration will fade away; my ashes will be swept into the sea by the winds. My spirit will sleep in peace, or if it thinks, it will not surely think thus. Farewell.”

          Como se ha visto, media un abismo entre la letra y la imagen, pero tan legítima es la invención de Mary Shelley, ¡hasta ahí podríamos llegar, que no lo fuera!, como las adaptaciones cinematográficas que han contribuido a consolidar el moderno mito del nuevo Prometeo, un monstruo hecho de retazos de otros seres pero en quien latía un alma como la de cualquier otro ser humano, aunque estos no lo aceptaran en los estrechos límites de su comunidad.