La diversión (etimológica) del ensimismado o JRJ y sus contemporáneos, vivos y muertos.
Juan Ramón Jiménez
(jamás Mantecón…)es uno de los escritores más singulares de nuestra historia
literaria, un caso de ensimismamiento artístico que solo una persona en el
mundo, la inteligente, dulce, hermosa y fuerte Zenobia Camprubí, supo soportar
durante toda su vida, en parte vivida voluntariamente en función de la de su
marido. Siempre he pensado en la clamorosa injusticia de aquel brevísimo poema,
un solo verso, dedicado a Zenobia, como todo el libro en el que se halla: Diario
de un poeta recién casado, posteriormente, Diario de poeta y mar: ¡Cuánto
me cuesta llegar contigo a mí!, pero siempre llevo en mis ojos la imagen del
poeta solitario y desvalido, próximo a su propia muerte, sentado en una silla
ante la tumba de su mujer.
Es célebre en
la República de las Letras el carácter maledicente de JRJ y su mucha exigencia
crítica, en justa correspondencia con lo que a él mismo se exigía, una labor de
poda y reordenación en la que vivió desde su juventud hasta su muerte: la obra
inacabable, la obra en progreso constante, siempre provisiona, aunque su propia
rigor le llevara a defender que en lo provisional se había de tener la misma
perspectiva que si fuera lo definitivo. Recordemos que JRJ era el poeta que
había secuestrado a la Poesía, con la que vivía como celoso enamorado. Su vena
lírica, tan impetuosa, nutrió también su prosa, y, quienes me hayan leído en
este Diario, acaso recuerden lo que dije de su Platero y yo: De
igual modo que leí Platero y yo a los 50 años, y concluí que esa era la
edad adecuada para acercarse a él, sin poder entender, desde ningún punto de
vista razonable que tal obra de JRJ esté catalogada como «lectura infantil»…
Esta obra que hoy ofrezco a la consideración de los pacientes intelectores de
este Diario no puede ser malinterpretada, porque se trata de una obra
para lectores adultos interesados en la imagen que tenía JRJ de una pléyade de
autores, vivos y muertos, artistas o gente relativamente común, sobre cuyas «caricaturas»
aplica el poeta una lírica muy cercana a los mimbres de su poesía, si bien se
permite una malévola proximidad al menosprecio, el sarcasmo e incluso el
insulto que salpimenta sus retratos con gracia y excelente «ojo clínico».
El retrato es técnica
literaria de sólida tradición, y formaba parte de las exigencias de la vieja
Retorica. El retratista había de dominar los dos elementos que componen el retrato:
la etopeya o descripción moral, y la prosopografía o descripción física. Juan
Ramón domina ambos procedimientos, si bien se empeña en no hablar de retratos,
sino de «caricaturas», como tiene a bien explicar en el prólogo, donde, tras explicarnos
la peripecia del título, entre los que ni siquiera está este que ha sido adoptado
como definitivo, Españoles de tres mundos: Su título general fue
primero Retratos y caricaturas de españoles variados, luego Héroes
españoles varios, después Españoles, nos informa del método seguido para
componerlo: Al principio pensé
separar las siluetas en retratos y caricaturas, retratos de los entes más
formales y caricatura de los más pintorescos, pero pronto comprendí que la
división era innecesaria y que todos los retratos podían ser caricaturas. Y
así ha quedado, pero cabe añadir que JRJ hubo de salir precipitadamente de
Madrid, porque fue detenido e intimidado por unos milicianos del Frente
Popular, y Azaña decidió otorgarle un pasaporte diplomático y asignarlo como
agregado cultural en la embajada de España en Washington hacia donde salió,
junto con Zenobia, desde Cherburgo en el
buque Aquitania. Su casa fue asaltada y perdió buena parte de sus papeles, y,
por lo que hace a este libro, nos dice: He reunido estas caricaturas, de
copias diversas que conservaban algunos amigos mías; no he podido comparar
ninguna de ellas con mis originales; es posible, por lo tanto, que haya
variantes, ya que yo vario siempre mi letra cuando publico de nuevo cualquier
página mía.
El mero índice
de cómo se han agrupado los personajes caricaturizados, ¡tan valleinclanesco!,
nos ofrece una clara idea de la diabólica imaginación retratista de JRJ: Muertos
transparentes; Rudos y entrefinos del 98 y demás; Internacionales y solitarios;
Entes de antro y dianche; Estetas del limbo… La edición canónica de este
libro es, sin embargo, la del crítico Ricardo Gullón, quien ha añadido no pocos
documentos que acercan el libro a lo que acaso hubiera tenido en mente JRJ,
como el propio autorretrato del autor, titulado: El andaluz universal. Autorretrato
(para uso de reptiles de varia categoría.), en el que puede leerse: He
conseguido, en cambio, cuanto me he propuesto, menos oro mercantil, y que ésa
es mi única desgracia, porque, ¡lo que haría yo con dinerito! […] Mi
vida y mi obra son una rueda de fuego constante de arrepentimientos; pero mi
estética y mi ética, mi locura y mi cordura, mi calma y mi guerra tienen
siempre una meta suficiente, que me consuela de todo: la mujer desnuda. […]
Con mi vida y con mi pluma hago lo que me da la gana. […] Nunca he
sentido, sin embargo, deseos de ser otro que yo. Las dos normalidades que más
me gustan son: quedarme en mi casa con mi mujer y mi obra y viajar con mi mujer
y conmigo. […] Perdón. De niño, mi madre, bellísima, buenísima,
perfecta, me reñía cariñosamente con pintorescos nombres, exactos como todas
las palabras de ella, gráfica maravillosa, que son las de mi léxico:
«Impertinente, Exijentito, Juanito el Preguntón, el Caprichoso, el Inventor,
Antojado, Cansadito, Tentón. Loco, Fastidiosito, mareón, Exajerado, Majaderito,
Pesadito y… «Príncipe». Y perdóneseme que empiece por el final que, en el
fondo, es el mejor principio posible, porque la sinceridad del autorretrato
permite enjuiciar con absoluta ecuanimidad las caricaturas que JRJ hace de tantísima
gente, amigos y «enemigos», porque conviene recordar que las jóvenes generaciones
no siempre ni mayoritariamente lo aceptaron como el poeta español de
referencia, e incluso circularon no pocas crueldades contra él. Que viviera un
tiempo en la famosa Residencia de Estudiantes, lo acercó, sin embargo, a los
nuevos poetas y, como tenía como máxima a la hora de escribir sus retratos, según
lo dice en el prólogo, de lo que se trataba era de exaltar a los jóvenes, exigir
y castigar a los maduros, tolerar a los viejos.
Aunque la
selección de fragmentos de esta obra merecería ser expuesta en su totalidad,
por la gracia y hermosura de la prosa juanramoniana, voy a picotear al azar
entre lo que para mí me he transcrito, de modo que pueda servir de aliciente a
los intelectores de estas líneas y, como siempre pretendo, se acerquen a libro
de tan amena lectura como este, un complemento ideal de la lectura de su obra
poética, y una faceta, la del interés por los demás, no insólita en persona tan
profundamente ensimismada como fue Juan Ramón Jiménez, pero sí curiosa. Y sí,
quienes vayan buscando algo del vitriolo famoso de sus comentarios, aquí y allá
hallará algunas gotas corrosivas que provocarán la sonrisa, la admiración o el
enojo, según los gustos literarios y artísticos de cada intelector. El libro también
es interesante desde el punto de vista sociológico, no solo desde el
psicológico o el artístico, porque de la lectura del mismo se extrae una
particular visión de la España convulsa que le tocó vivir, y aunque en algunos retratos,
sobre todo de mujeres, hay un cierto eco de los álbumes decimonónicos [como en
el retrato de Margarita de Pedroso: ¿Y qué es lo deseado para esta
Margarita? ¿Qué ve o qué quiere ver con sus ojos claros, de grises y oros
claros, en el oro y el gris de la vida exterior?, de quien el poeta estuvo
enamorado. Margarita fue todo un personaje en la cultura de los años 30, aunque
inclinada al lado «falangista». De muy intensa su biografía, fue promotora de
la recuperación de la villa histórica de Brihuega], en otras caricaturas JRJ le
toma el pulso a la España del cincel, que cantó Machado, y destaca los sólidos
valores del emprendimiento intelectual en pro del amejoramiento del país. Respecto
de los muertos y de autores a los que no llegó a conocer, como José Martí, JRJ
se apoya en ellos para extraer una lección estética que los acerca a su propia
obra.
Comencemos por
el gran referente poético del autor: Rubén Darío: ¡Tanto Rubén Darío en mí, tan vivo siempre,
tan igual y tan distinto; siempre tan nuevo! […] Su palabra favorita,
«archipiélago». Cuando se la decía hacia dentro, parecía que se la estaba
engullendo como una docena de ostras, con gula de jigante marino enamorado.
Y prestemos atención a un requisito pictórico que nos habla de la poética del
autor, a propósito de José Martí: Yo quiero siempre los fondos de hombre o
cosa. El fondo me trae la cosa o el hombre en su ser y estar verdaderos. Si no
tengo el fondo, hago el hombre trasparente, la cosa trasparente. Y de ahí
el que muchas de las caricaturas se hagan del retratado en acción, atareado en
su mester, porque para JRJ el trabajo es una razón de ser, como advertimos en la
caricatura de la mujer de Cossío (Tiene mucho Cossío de tierno vejetal y de
rico mineral. Pocos hombres me han parecido tan paisaje), Carmen López
Viqueira: Con su imajinacion morena y fosfórica y su ardiente hablar
pintoresco, gracioso, de mora céltica del norte, ilumina, esculpe, ríe, talla,
mima, suscita personas, cosas.
Continuemos
con una suerte de «hermano mayor», Antonio Machado, hermano en el simbolismo
poético: Siempre, cuando se va
Antonio Machado, me lo represento alzada la carta del azar, pensando distraído
(perpetuo marinero en tierra eterna) en el hermano viajero del ultramar
hispano, héroe confuso y constante de su Del camino, ese librito secreto
de los callejones y trasmuros del triste, sofocado horizonte. [Del
Camino fue una antología de jóvenes poetas, en la que figuraron Machado,
Azorín, Villaespesa, etc.] y aprovechemos la semblanza del dandi José Asunción
Silva, joven suicida al estilo de Larra, pero no por amor (la leyenda en torno
a su muerte habla de la postrera lectura de El triunfo de la muerte de D’Annunzio)
para ver a JRJ tocar un tema al que fue muy sensible, el dandismo: Mal está
siempre el dandismo, sobre todo el dandismo esteriorizado, en cuanto es
representación inútil, teatralidad fuera de tiempo y espacio, estravagancia en
la vida cotidiana. Todavía puede comprenderse, no aguantarse el dandismo
auténtico y posible, es decir, cuando el dandi puede serlo plenamente, cuando
no es un cursi. He oído en mi Andalucía que, entre los moros, los Cursis eran
los príncipes segundones que no heredaban nombre ni bienes, los quiero y no
puedo de la aristocracia convenida. El dandismo de quiero y no puedo, de
imitación poblana, me parece nauseabundo. Pase, quizá en una primera juventud
inconsciente, ya que la juventud suele vivir de fuera; ya mayorcitos, no.
Existen muchas clases de dandismo, muchos tipos a lo tipo más o menos. Petronio,
más o menos Brummell [Para conocer a Brummell, véase la entretenida
película: «Beau Brummell», de Curtis Bernhardt], Wilde, D’Annunzio,
Remy de Gourmont, Cocteau, Gómez de la Serna, Dalí, etcétera. Disfrazarse de
ente a lo protoente X es monería, cursilería de imitación, digo, cursilería
segunda. Nada más cursi que figurar en persona a Mozart, Goya, Chateaubriand,
Goethe, ser cómico para uno mismo, Lo natural, lo sincero nunca es cursi, cursi
es lo refigurado; no es cursi el «sentimiento» juvenil, podrá ser injenuo,
inocente, simple si se quiere. Bécquer no fue cursi porque no fue snob, dandi;
Silva si por su parodia ligera de París, hasta por la manera de matarse ante
los demás. Esta mitad del dandismo reflejo no es siquiera sentimentalismo; el
sentimentalismo es afección, generosidad; es para y por los demás, un niño
muerto, la madre lejana, una hermana desgraciada; o para el propio sufrimiento,
soledad, enfermedad, etc.; entrega, sí, pero no cursilería. Es la caridad de
San Pablo, noble negación. Por eso no es cursi ni podrá serlo nunca el
maravilloso nocturno de José Asunción Silva.
Escojamos
ahora dos manifestaciones sociales alejadas de su dedicación artística: la
pintura y la política. JRJ amaba la pintura,
y fue un admirador incondicional de
Benjamín Palencia, de cuya pasión creadora se siente tan próximo: Está nuestro pintor manchego (un niño
también casi) hundido todo él, como en un soleado mar hermoso, en la profunda
virtud primera del artista: la sensualidad; ese hacer lo que a uno le gusta, lo
que a uno le da la gana, que es lo que hacen, hasta llorar, patear y pegar
¡fuerte! si no los dejan, los perfectos artistas que son los niños. Y en la
expresión de esa sensualidad, Benjamín Palencia va flechado a la síntesis.
Sensualidad y síntesis. ¿Necesita otras armas, otras manos, el joven creador?
En las antípodas podría considerarse el retrato del pintor «feísta» José
Gutiérrez Solana, aunque el hecho de coincidir con él en el Pombo, el café literario
en cuya cripta ejercía de maestro de ceremonias su querido Ramón Gómez de la
Serna, es ya, tratándose de JRJ, una circunstancia excepcional: La vez que lo vi (Pombo, vaho de invierno,
banquete con olor delgado a orín de gato y a cucharadas señoritas en el
ambiente más exacto de los espejos) me pareció un artificial verdadero,
compuesto con sal gorda, cartón piedra, ojos de vidrio, atún en salazón, raspas
a la cabeza. Estaba lisamente encorsetado en su propio cristal triple de
botella, conservado en su propio alcohol; y su presa vitalidad cuajada no se
hermanaba con ninguna presencia circunstante de entonces. Cuello, corbata,
ropa, botas, lo añadido, tratado sin semejante circunstancial. Ya no estaba.
Y nada que ver con los dos anteriores tiene el retrato de José María Izquierdo,
cercano a los postulados de Ideal andaluz, de Blas Infante: Los que
lo conocieron saben que esto no es exajeración; su silueta daba en el sol de
oro, en la noche azul, una emanación blanca, tierna, delicadísima, como un olor
de nardo o una tibieza de leche recién ordeñada, esencia, templanza visibles
¡quizás ya un fuego fatuo, ay! La sonrisa de su fina boca grande, su navaja,
era luz indudable; luz su mirada ancha, paralela a su sonrisa, del tamaño de su
frente; luz del desnudo pensamiento, estrella de su mente buena; luz toda su
inmaterial, su sal delgada, su «ángel» triste.
Su
distanciamiento de los miembros de la Generación del 27 recoge en la misma red
a dos de sus poetas mayores y más cercanos a él, Salinas y Guillen, en quienes
advierte, en diferente medida, un formalismo academicista muy lejano de sus
propios planteamientos: A Jorge Guillén, como a su paralelo distinto,
discípulo y maestro Pedro Salinas, yo no los llamaría hoy «poetas puros», que
tampoco es mi mayor nombre, sino literatos puristas, retóricos blancos, en
diversos terrenos de la retórica. Les sobra el neoclásico virtuosismo de la
redicción; les falta la embriaguez, la emanación, el acento, lo natural mejor:
naturalidad en lo gracioso, lo sensual, sobre todo en lo difícil, milagro
auténtico de la poesía. Les falta ¡dios nos la dé! «gracia». Esa gracia que
no sabemos si por solidaridad andaluza no le regatea a Federico García Lorca,
en cuyo retrato se intuye un profundo respeto por la obra del autor granadino: Las
paredes de añil de los callejones de su barrio secreto las dejó todas
pintorreadas con cisco: rosas y ascos. En el puente de las candilejas, encendidas ya en la tarde
larga, les dijo un despectivo taco concreto a las tres brujas del agua mejor.
Habló por tal oculto atajo vertical con el agüero de la escalerilla de arriba.
Se encaramó en otra tapia y le tiró un nardo a la monja blanca que cavaba su
huerto entre dos luces. Con una gran risa cerrada, de pronto, saltó a la comba
que encontró a su paso, o pidió candela por las cuatro esquinas, de niño a
niña. Luego, bajó cabriteando por el camino viejo de las lagartijas de blanco
bronce, de las campanillas azules salpicadas de cal, de los hormigueros
incesantes. Aunque da rienda suelta a la animadversión hacia quien, bastantes
años después de él, alcanzaría el reconocimiento del Premio Nobel, Pablo
Neruda: Siempre tuve a Pablo Neruda […] por un gran poeta, un gran
mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de
comprender ni emplear sus dotes naturales. Neruda me parece un torpe traductor
de sí mismo y de los otros, un pobre esplotador de sus filones propios y
ajenos, que a veces confunde el original con la traducción; que no supiera
completamente su idioma ni el idioma de que traduce. […] Hago su
caricatura estando él vivo, contra mi norma, porque lo he oído por teléfono
cantando contra mí en coro de necios o beodos, cuando yo no quise firmar su
desairado documento de respuesta a Vicente Huidobro. […] Neruda me
cantaba, con los varios suyos de entonces, coplas soeces por teléfono. Yo le
digo sin soecia o que es para mí como escritor, por ser honrado con él y
conmigo. Siente, por el contrario, una gran estimación por su compañero de
generación novecentista Gabriel Miró, aunque no comparte la admiración que suscita
otro miembro de la llamada Generación del 14, Ramón Pérez de Ayala [que a mí,
aquí entre corchetes, tanto me deslumbra…]: Si el cuerpo fuera todo corazón, y no
llevara vestidos, podría decirse que era Gabriel Miró. Carne de corazón
desnuda. Parece que escribe mientras guarda, pastor solo en prados hondos, un
rebaño de sentimientos humanos, caliente, humeante y rayante. […] La
emoción parece en él carne. ¡Emoción, emoción! Es emoción la carene de una
fruta, el agua del mar, la tela de un vestido; todo es emoción hecha vida, como
si, en su creación, fuera en el principio, la emoción.
Y aquí lo
dejo, no sin ceder a la tentación de cerrar la galería con el de uno de mis
escritores favoritos, José Bergamín, cuya agudeza e ingenio tanto debieron
sorprender a Juan Ramon, porque Bergamín bien puede decirse que nació ya a la
vida literaria y a la vida común con hechuras de clásico: Delgado y largo de
estirarse para cazar pájaros incojibles (casi siempre). Pero él ha cogido
algunos por el pecho; de otros se ha quedado con preciosísimas plumas o con
plumas vulgares como el dolor del ruiseñor; de otros, con la tibieza ligera de
su roca, con el olor errante, con una nota caída de su fuga cantora, con la
forma momentánea de su vuelo. (Y no es peor caza la de lo que se nos va.) […]
José Bergamín se dedica a coger hilos de araña en la conversación y a
trabajar con ellos una asintáxica tela crítica inverosímil, que casi siempre se
le rompe. Otras veces se le alarga y se le enreda, alguna se le queda entera e
igual. A la luna, esta flor de araña da reflejos entremájicos, difíciles de
sostener en el sol vivo. Son telas que no se pueden lavar. ¡Qué lejos esta
admiración hacia los jóvenes de su desprecio por una literatura caduca como la
de Benavente, que tan mal parado sale en su galería!: He intentado releer o
leer algún pasaje de Benavente en estos últimos años. Sí, veo su viveza, su
lijereza, su injenio. Y sin embargo me aprieta el cuello y me pellizca la nuez,
me pesan los hombros, se me entran «los bigotes» en la nariz y en los ojos. ¡Qué
incomodidad y qué cursilería! Porque el injenio…, ¿hay nada malabarista de los
sesos huecos, que canse, que rebaje, que pase más que el injenio?
Sí, Juan
Ramón, es, lo asociemos o no con ello, un poeta con ángel, y una boquita con
incursiones de boquirrubio que ya ya…
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