viernes, 27 de diciembre de 2024

«Les bonhomies», de Josep Carner, «Gualba, la de mil veus» y «Cartas a Tina», de Eugeni D’Ors, dos muestras del «Noucentisme»…

 


Uno de Carner, dos de D’Ors: breve apunte sobre el Noucentisme catalán.

          Hacía tiempo que no me acercaba a la Feria del libro antiguo y de ocasión del Paseo de Gracia, porque hace tiempo que los libros han de entrar en casa con cuentagotas, para no corre riesgos de recibir un serio ultimátum, pues  es el libro especie que, sin ser invasora foránea, se multiplica geométricamente y amenaza el espacio vital de otras especies que conviven con ellos. Cayeron, en esta ocasión, un amable libro de Josep Carner, el llamado Príncep dels poetes catalans, dos de Eugeni D’ors, antes de trasladarse a Madrid y castellanizarse en Eugenio, y uno de Max Frisch, No soy Stiller, en cuya lectura avanzo a golpes de desmentidos del protagonista, entreverados con historias americanas y alguna aventura europea, como la del voluntariado combativo en nuestra Guerra Civil.

          Eugeni D’Ors es el padre del Noucentisme, y Carner su poeta. El libro que he leído, sin embargo, Les bonhomies, es un conjunto de prosas volanderas, esto es, artículos publicados en La Veu de Catalunya durante el año 1925, pero escritos desde Génova, un extrañamiento que acentúa el carácter entrañable de su mirada a la realidad catalana desde tan lejos, porque casi todos los artículos tratan temas m uy apegados a la cotidianidad, a las costumbres y a los hábitos propiamente barceloneses, aunque la mirada inteligente y ácida del autor destaca rasgos caracterológicos que acaso afecten a buena parte de los habitantes del Principado. En la medida en que se trata de artículos neocostumbristas, aunque marcados por el enfoque intelectual del autor, que se eleva rápidamente de la anécdota a la categoría, los textos de Carner constituyen un ejemplo modélico de la prosa novecentista que, al margen del léxico literario especializado, se complace en buscar giros y usos que hoy le resultarán tan extraños al lector como inencontrable en los textos de los escritores actuales. No se trata tanto de un abismo dialectal, como el de los Drames rurals de Víctor Català, cuanto de una sintaxis y una composición de la frase que en modo alguno nos parece que fluya naturalmente como muestra del catalán que solemos leer y escuchar habitualmente. A pie de texto dejaré una muestra de ese léxico que acaso lo único que descubra sea mi ignorancia, pero bien puedo dar testimonio de que, en términos generales, no suelo descubrirlo a menudo en mis lecturas en catalán. Imaginemos, por un momento, un texto compuesto por esos tutis con que a veces nos regala el juego del Paraulògic i que nos parecen propiamente de otra lengua, como el acetàbul, «vinagrera», que no hallé ayer…; pues el Novecentismo se complace en ello, lo que no lo distingue de la Generación del 98 española, tan amiga de rescatar palabras en desuso, como hicieron Azorín o Unamuno, por ejemplo.

          Les bonhomies son textos en los que predomina la visión satírica, crítica e irónica, con un profundo sentido del humor que convierte la lectura en una delicia. Es sorprendente el abanico de intereses de Carner, a la hora de fijar su atención para sacarle punta a situaciones de la vida cotidiana que describe muy vívidamente la temperatura moral  de la sociedad catalana del primer tercio de siglo. Los artículos en prensa, cuando son de este estilo de Les bonhomies, juegan mucho con la sorpresa, el retrato y cierta especulación intelectual que en modo alguno pretende avasallar al lector, cuya complicidad se busca constantemente. Pongamos por caso: Cada dia crec més que la innocència és una virtut proporcional a la massa (un home gros és més innocent que el magre espatutxí. I és, certament, més candorós un míting de 10.000 anarquistes que no pas una conversa de dues majordones), una masa que le sirve para recurrir a uno de sus más característicos rasgos de estilo, la sentencia: La multitud és una cosa exhilarant, dado que L’home sol no vibra. Detrás del estilo sentencioso no está el moralista, aunque también, ni el filósofo, sino el espectador curioso y detenido al que casi nada le pasa por alto, y son muy frecuentes las radiografías sociales al estilo de una ciencia, la «sociología» que comenzaba a dar sus primeros pasos: Tots sabem que mant catedràtic, en realitat, viu del llibre de text, i mant funcionari de les facilitacions o els alleujaments que consent, i mant periodista, del Govern Civil (con ese uso de mant por «numerosos» que tiene, hoy, un poderoso saber arcaizante).

          Los textos de Carner llaman poderosamente la atención por el finísimo grado de penetración psicológica que se exhibe en ellos, lo que lo lleva a analizar cualquier fenómeno en el que repara con una propiedad deslumbrante. Fijémonos, por ejemplo, cuando habla de las criaturas: Els infants, com els homes, tenen llurs conxorxes a cau d’orella i fan llurs malvestats de puntetes. Llurs crits en el joc no solament procedien de la convicció que, sense soroll, un joc us frustra: revelaven també l’expansió virtuosa de qui s’esmerça en quelcom habitualment lícit. En canvi, en l’entremaliadura, la cautela no solament és un ambient propici, sinó la meitat exacta de la fascinació de l’entremaliadura.

          Hay en los artículos dos elementos muy destacados, el sentido del orden social y un inequívoco elitismo, muy propio de la alta misión cultural a la que los novecentistas se sentían llamados, porque, al fin y al cabo, ellos eran los representantes de una cultura, la catalana, que quieren desarrollar no solo en el ámbito de lo literario sino de todas las manifestaciones artísticas. La visión del sujeto social propio de esa época está clara para Carner:  El conservatisme no és pas una teoria política: és el plaer de les petites habituds. [...] Avui el conservatisme és punyent, és aventurós, és èpic. Cosa que ningú hauria arribat mai a imaginar: té una mena de misticisme. […] La cosa més grisa del món, és avui en dia un socialista. El burgès ha conquerit aquesta aurèola jovenívola que és l’acció directa. El burgès és el protagonista exaltat del nostre període històric. De hecho, y recordemos que Eugeni D’Ors fue el presidente del IEC (Instituto de Estudios Catalanes), bien puede decirse que la siniestra etapa histórica que hemos vivido, con el intento de esas fuerzas burguesas de independizarse de España, pueden tener su origen en aquellos esfuerzos catalanistas del novecentismo. En cuanto a ese cierto grado de elitismo, recordemos la relación del autor con su vieja estilográfica, que lo lleva a hacer un retrato con cierta sorna de su propia persona: sense la meva estilográfica jo esdevenia, pràcticament, un analfabet. Sense ella, no em reeixia la mica d’estil literari que m’és habitual. […] L’estilogràfica m’havia malavesat amb el seu truc de fer-me semblar més fi intel·lectualment del que sóc. Parte de esa singularidad en medio de un ambiente, no diremos bárbaro, pero sí muy alejado de sus inquietudes intelectuales, es el hábito de la lectura de la prensa y su desesperación de no poder hacerlo los lunes —algo que acaso influyó en el conservadurismo franquista cuando crearon la institución de la Hoja del lunes, el diario gremial que salía cuando todos los diarios ejercían el preceptivo día semanal de descanso, pasado a mejor gloria…: Jo pertanyo a la categoria dels millors lectors de diaris: aquells que el llegeixen amb el cafè amb llet davant, sentint els ocells i amb aquella fresqueta. [...] Trobo inferiors, socialment parlant, els que tenen el costum de llegir el diario al tramvia o a la barberia. [...] La combinació del cafè amb llet i el diari, es, al meu juí, un veritable somriure de la civilització.

          Desde el vestuario monótono y deslucido de los hombres, frente al vistoso y colorista de las mujeres, pasando por el insomnio o el mismísimo aburrimiento, que le depara un texto lleno de ingeniosa indulgencia: Hom havia fet un paper ridícul. L’ensopiment ens el fa fer sempre, un paper ridícul.  Quan el sentim, ens sembla que anem d’acord amb la naturalesa, o l’ambient, o el fat històric. Fet i fet, l’ensopiment només està en nosaltres. L’aparent opacitat de la vida no és sinó un truc per dar més valor a la sorpresa imminent. Però el truc ens enganya. I per això és clàssic que la felicitat ens trobis sempre fent cara d’enzes, los intereses especulativos de Carner, para íntima y gozosa satisfacción de sus lectores, se fija en asuntos tan de ayer como de siempre: el insomnio, por ejemplo, que le arranca esa sutil maldad: El rellotge que canta les hores, ell sí que sap que no les canta sinó per als insomnes. I això el delecta, o cómo se ha de llamar a la oíslo —que decía Sancho Panza— de uno; se burla, no sin ciertos aires de superioridad manifiesta del «señor» y «señora» de los «castellanos», que es el gentilicio que anula muchos otros, presentes desde siempre en la realidad catalana: Quan parlem de la pròpia dona, el millor que podem fer és dir “la meva dona” (“ma femme”, diu una raça tan civil com és la francesa). […] “Home”, “dona”, són paraules excel·lents i altíssimes. Qui no ha somrigut en alguna estacioneta de la Manxa, en veient dues portetes que tenen aqueixes inscripcions: “Caballeros”, “Señoras”?

          Para no alargarme demasiado, que aún me quedan los «dos D’Ors», concluyo esta presentación de Les bonhomies con una reflexión sobre los domingos que cualquiera puede encontrar, en una versión del XXI, en el Dietario voluble de Enrique Vila-Matas. Quizás es demasiado pedir de los lectores que lean una cita tan extensa,  pero condensa, a mi parecer, una manera de entender la vida, la persona y el mundo, muy propia de los nuevos tiempos del novecentismo: Però la lliçó severa del diumenge — del diumenge de vuit a nou— és que cal tornar al límit. Som pobres o som rics., som petits o som grans. Som joves o som vells. La nostra vida. En realitat, no es desenrotlla en l’àrea on hi ha les diversions del diumenge, sinó en l’àrea on hi ha el nostre obrador, la nostra botigueta, o el nostre cafè, o la nostra taula de joc: és endebades que el que viu al carrer del Rech vagi, els diumenges, al Tibidabo; la seva realitat és el seu límit: el carrer del Rech. Igualment, la nostra vida no consisteix a eixir de nosaltres mateixos, a saltar per damunt del nostre estament, de la nostra edat, de les nostres capacitats, del nostre temperament, sinó a tornar-hi, a tornar-hi i vegetar-hi, si voleu, amb el consol de projectar nous oasis dominicals; però desenganyeu-vos, la veritat profunda és que el diumenge és fet per al dilluns. I aquesta veritat tremenda, un hom la sent inequívocament els diumenges, de vuit a nou, mentre als indrets públics hi escombren puntes de cigarret, esclofolles i agulles de ganxo, i els estatges particulars, una mica melangiosos, es tanquen darrera nosaltres com la capsa es tanca damunt el ninotet automàtic. Per això els diumenges, de vuit a nou, és quan coneixereu la gent moralment sana i la que no ho és. La que no ho és, ve afeixugada per un gep invisible, de decepció. Fa una mica el bot, per dins. És la gent estúpida que voldria viure de gemes de coco i cada any es creu estafada perquè no treu la grossa de Nadal. En canvi, la gent que, en l’esperit, és dreta i igual, sent una certa alegria en tornar  al seu límit. S’adona vagament que el límit no és solament una tanca amb trossos d’ampolla encastats al cim. És també el costum —quelcom de semblant a unes sabatilles— i és, al capdavall, quelcom de tan semblant a un hom mateix, que jo diria, simplement, que és la personalitat.

Y, para acabar, la prometida lista de léxico, a beneficio de los muchos amantes de la filología que me consta visitan estas entradas:

Abrivar. Espatutxí. Estemordir-se. Picossada. Daler. Sirgar. Enderga.  Mant. Aclofar-se. Ataconador. Capcineig. Amanyagar. Bròfega. Falziot. Bruel. Taül. Llogívol. Condícia. Llambregada. Acalar. Xerrotejar. Covar. Oratjol. Dalit. Entrelluc. Cirtabot. Juí. Baume. Engavanyada. Estre. Enagos. Cossi. Cedacer. Soliu. Capverd. Plagasitat. Blan (íssim). Fènyer. Prenotar. Catúfols. Taujà. Menyscurança. A gratcient. Pendís. Conco. Vern. Bròfeg. Enfrendorir-se.

 

          Una década antes de Les bonhomies, Eugeni D’Ors aparecía, ante la intelectualidad catalana como la gran esperanza para poner en el mapa europeo una lengua, una cultura y un discurso en la línea de lo estrictamente contemporáneo, lejos de otras reflexiones más centradas en lo castizo, como las de la Generación del 98. De hecho, la generación del noucentisme catalán es la equivalente a la del novecentismo español, también llamada la Generación del 14, una generación abierta a Europa y en la que figuran nombres de tanta trascendencia e interés como  los de José Ortega y Gasset, Manuel García Morente, Manuel Azaña, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Rafael Cansinos Assens, Corpus Barga, Fernando Vela,  Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Benjamín Jarnés, Wenceslao Fernández Flórez o el premio Nobel Juan Ramón Jiménez.

D’Ors puede ser considerado el noucentista por antonomasia, y su labor ensayística ha de ser  preciada como una de las más importantes de los intelectuales de su época, no solo en catalán, su primera lengua, sino, posteriormente, en castellano, cuando, harto de las mezquindades del terruño, se trasladó a Madrid, castellanizó su nombre y abanderó, ideológicamente, el ideal conservador de la derecha española, el franquismo incluido.

          La publicación de La ben plantada, obra capital para la definición del género periodístico inventado por D’Ors, el Glossari,  en La veu de Catalunyua, marca el nacimiento de una corriente intelectual y artística en la que más tarde militará nuestro otro comentado, Josep Carner, cuyas bonhomies son legítimas herederas del Glossari D’Orsiano. Posteriormente, D’Ors recogió otras glosas en lo que podría considerarse una nouvelle, Gualba, la de mil veus, con un contenido atrevidísimo para la época, pues, atento al desarrollo de la nueva ciencia de la psicología freudiana, D’Ors narra en esas páginas la historia de un incesto solo explícito en forma metafórica, en el marco de una estancia en el pueblo de Gualba, en el Montseny, entre un traductor de Shakespeare y su hija, que le ayuda en esas labores.

Traducen El rey Lear, además, y la historia narra el extrañamiento social de dos seres intelectualmente muy unidos y a los que repugna la diversión colectiva como una pérdida de tiempo tan valioso como el del trabajo intelectual. El propio D’Ors enmarca perfectamente su historia: Enlloc com en la torbació de l’incest no es tradueix el pànic trasbals. Tinc dit sovint com les victòries del classicisme comencen triplement, a les albes de la civilització humana, amb la prohibició de l’incest, amb el menjar cuit i amb la silueta del bisó, reproduïda per analític discerniment a les parets de l’interior de la caverna. Se trata, como se aprecia, de un discurso que se acoge a lo que por entonces se denominaba, académicamente, Ciencias de la Cultura, especialidad de la que sería catedrático en la Universidad de Madrid en 1953, y cuyos intereses especulativos abrazan todas las manifestaciones culturales europeas, y muy especialmente el arte plástico, en el que D’Ors sería un reconocido especialista; y, en este caso particular de la narración, las teorías psicológicas freudianas, cuyos complejos, de Edipo y Electra, recoge en las páginas a propósito del concepto técnico imago.

          Si algo llama enseguida la atención de esta Gualba rural tan bien retratada en el libro de D’Ors, es la valentía imaginativa y narrativa del autor, que no retrocede ni siquiera ante imágenes que, a buen seguro, debieron de provocar en aquella época no pocos fruncidos de cejas: Un dia, en l’excursió, a l’amic va obsessionar-lo tossudament una comparança barroca. “Gualba —ell se deia— és la frondosa pubertat del Montseny”. Aquesta paraula no la va dir a l’amiga, és clar. Però, en cercar els ull d’ella, va veure que ella, inconscientment els esquivava, i els esquivava del paisatge de baix també —així algú que ha estat sorprès en la insana curiositat d’una vergonya. Imagino, como cualquiera que lo haya leído,  que los términos amic i amiga los tomaría D’Ors del Llibre d’Amic e Amat, de Llull, en una trasposición del misticismo a la sensualidad transgresora de unos impulsos pecaminosos que, como tales, los viven sus personajes; tal y como lo reconocen cuando abandonan el baile al que deciden asistir para confraternizar con los lugareños: Ella, lluny d’ell, comença de pregonament entristir-se; ell es dona a despacientar-se. [...] Mitja hora més tard, tots dos són fora.  Són fora, amb la boca amarga i una fosca rancúnia contra tothom i més encara contra ells mateixos. No es parlen. Pensen: “Com som diferents, nosaltres!...” I, de seguida, en la ment del pare, com una condemna: “Ésser diferent és un pecat”. I, com una sentència: “Ésser dferent és un pecat: el càstig s’anomena solitud”. I, encara, seguida d’un trencament de cor, i deixant-hi al dins una llei de basarda, aquesta intuïció profunda: —Sí. Però estar sol, que és un càstig, també és un pecat.

          La obra se estructura con capítulos muy breves que van intensificando la terrible atracción que sufren ambas almas, unidas por la pasión del trabajo intelectual, la contemplación de la naturaleza y el fuerte vínculo familiar, que no deja de imponerse como un espacio de intimidad compartida, en principio no sospechoso.  De los personajes casi se nos habla como de la pareja primordial, en términos paradisíacos, aunque en la descripción de la naturaleza se nos habla también de las larvas que representan la podre del pecado. Hemos de esperar hasta los capítulos XV y XVI para saber el nombre de cada cual, con unas pequeñas aclaraciones que contribuyen a darle espesor a los personajes dramáticos: Ell es diu Alfons, porque así se llamaba Lamartine, y lo escogió su madre, de formación francesa y devota del escritor romántico. Ella es diu Tel·lina, que vol dir Conxa, que vol dir Maria de la Concepció. Y parece ser que una sobrina de D’Ors era así llamada. Tel·lina en el ritmo, viu, es mou i és. [...] Tel·lina no representa, ni pels llunys, allò que una Ben Plantada. [...] No és escultura, com la Teresa exemplar, ni arquitectura, com la costa del Mediterrani. És música —talment Gualba la de mil veus... [Hom] creurà trobar en Tel·lina l’encís androgin d’una “minyona de l’Oest”, com les que en els films americans hom veu incansablement cavalcar, de ranxo en ranxo, de perill en perill, heroiques i acrobàtiques. La aparición de la referencia al cine, que nos parece hoy moneda común y corriente, representa en la época algo de una modernidad extraordinaria, como el poema de Rafael Alberti a Buster Keaton: Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca.

          Resulta también muy llamativo el paralelismo entre la tentación incestuosa y los ciclos de la naturaleza. Ni es romanticismo ni ecología, sino un conjunto de descripciones que pueden leerse en ambas direcciones: la contemplación sombría del paisaje desde el dolor de la tentación pecaminosa y la contemplación del pecado desde la degradación biológica de la naturaleza. Ambos mundos parecen sintetizarse en la leyenda que se incluye en la narración, la de la Goja: Vaig a dir-te la història de la goja o dona d’aigua, estimandeta. L’ha contada D. Víctor Balaguer. [...] Era un pagès i pagès principal d’aquí, que un dia li havia sortit de l’aigua la Goja, tota pàl·lida, amb els ulls verds, amb els cabells rossos, amb l’exàngüe cos fluvial. Esa Goja absolutamente becqueriana se acaba uniendo al labrador, con unos esponsales como nunca se habían visto en la comarca, pero, en un momento dado, por unas desavenencias entre ellos, este la pierde, aunque la ninfa fluvial, a espaldas del labrador, continúa cuidando de su familia: de él, de los hijos en común y de las labores de casa. Lo único terrible es que él ya no podrá volver a reunirse con ella jamás, pero la mujer de agua llora lágrimas que se convierten en perlas en la cabellera de su hija, con las que la casa familiar vuelve a recuperar su esplendor, desaparecido cuando  el marido la llamó del único modo que no podía: «mujer de agua».

          Las cartas a Tina, originalmente escritas en catalán en La veu de Catalunya, las encontré en la feria del libro citada, en una edición póstuma en castellano, pero, al tratarse de prosa de ideas, la «traición» al original es mínima. De hecho, fueron traducidas por el mismísimo D’Ors del catalán al castellano. El libro se publica durante los años de la Primera Guerra Mundial y recoge, desde una posición muy particular, la atmósfera enconada entre los seguidores de Alemania y de Francia en un país neutral como entonces era España. El libro se estructura en forma de cartas a la pequeña Tina, a quien conoció, junto con su familia, el autor, en una estancia en Davos. Dos hermanos mayores de Tina acabarán hospedándose en casa del autor y permitirán añadir al planteamiento la perspectiva alemana sobre el conflicto y sobre muchas otras cosas. Se trata, pues, de un libro de ideas, muchas de ellas de un nivel muy poco usual, por ejemplo, en nuestros tiempos, de debates tan chatos y apegados a la agitación y a la propaganda. Eugenio D’Ors se eleva a la altura discursiva de un planteamiento alejado de la política bélica, pues la herida que sure en carne viva el autor es la de asistir a lo que considera una auténtica «guerra civil» entre hermanos europeos. Europa es una patria cultural para D’Ors, y aspira a que lo sea también política. Por eso anuncia en las páginas del libro, y en el epílogo, la creación de lo que él denomina Unidad Moral de Europa, cuyo manifiesto comienza así: Tan lejano del internacionalismo amargo como de cualquier estrecho localismo, se constituye en Barcelona un grupo de hombre de profesión espiritual para afirmar su creencia irreductible en la unidad moral de Europa, y para servir a tal creencia dentro de lo que consienta la trágica estrechez de las circunstancias actuales. Quizás la actual polarización política nos permita entender la que se vivió en el 194 con el estallido de la guerra entre Alemania y Francia, un conflicto que, posteriormente, afectó a otros países, y cuya pésima solución diplomática abocó al continente a la Segunda Guerra Mundial, un calco más terrorífico aún de la barbarie que supuso la Primera.

          Desde esa conciencia europea que D’Ors defiende con sólidas razones y un amor inmenso por el legado de tantas y tantas generaciones que han contribuido a definir el espacio común europeo, solo algunos intelectuales de altos vuelos, como él, podían distanciarse de las banderías para abrazar la sagrada causa de la unidad europea. Según D’Ors, a Europa la pare Grecia, la amamanta la loba de Roma y la formula Carlomagno. Son frecuentes, por lo tanto, citas que avalan esa unidad europea: Goethe nace en Italia: todos recordamos su exclamación, al llegar a roma: «¡Por fin he nacido!».

          A través de las páginas de las Cartas a Tina, D’Ors va a exhibir todo el músculo de su talante especulativo, filosófico o ensayístico, lo dejo al gusto de cada lector, pero de lo que no hay duda es de la luminosidad potente de su pensamiento: Para un hombre práctico una solución puede ser una solución. Para el hombre especulativo, la solución de un problema significa, a su vez, un problema. La mente no conoce la resignación. Resignación de mente se llama ironía. Pero ironía es débil y precaria especie de resignación. Nada da por sabido y menos por definitivo. D’Ors es la luz que penetra hasta los más oscuros rincones de la realidad buscando el conocimiento o, dicho a su elegante manera de sabio de ágora: Filosofía no es arte de blandos ensueños, sino al contrario, ojo impávido sobre la realidad del mundo: ojo que ha disuelto en él la anécdota, dejándole únicamente su arquitectura de eternidad. A nadie asuste, sin embargo, esa preferencia por la expresión lírica, porque el autor desciende también a comentarios tan políticamente incorrectos como el de la participación de soldados senegaleses en la contienda a favor de Francia: Por otra parte, dicen que ya llegan a Francia los senegaleses, que se ha pensado en utilizar en la guerra contra Alemania., parece que estos son soldados que, al empezar la batalla, se desnudan. A estos negros salvajes, se confiará en la lucha la representación de aquel sentido espiritual al que debemos Nancy y las rejas de Jean  l’Amour. Y ya no podremos desear la victoria de las rejas de Jean l’Amour, sin desear la victoria de los negros salvajes. Junto a ese racismo propio de la época colonial en que aún viven, y a la que solo se le pondrá, si no fin, sí enmienda, en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, D’Ors también defiende una guerra que evite la destrucción:  Hay que vencer a las ideas; pero aniquilarlas es pecado. Es enorme pecado aniquilar las ideas y destruir las ciudades que les dan cuerpo visible y sustento. Recordemos, por otro lado, que la xenoobia se produce, también, dentro de esos estados que conforman las potencias europeas, y no hace falta recordar la inquina a los gitanos en España, la de los italianos del norte hacia los italianos del sur o esta jocosa muestra que recoge D’Ors de la propia Alemania: Los francofurteses gustan de repetir: «Aschnnffenburg ya es Asia». Aschnnffenburg es la primera ciudad bávara que se encuentra, a cosa de un kilómetro de distancia, si mal no recuerdo, de Francfort.

          Para entender la Europa de los años 30., hija del fracaso continental que supuso la Primera Guerra Mundial, no está de más que recordemos la densa que del conservadurismo y de su gran principio, la «autoridad», defienden no pocos autores de aquella época. En estas palabras de D’Ors se prefigura la reacción autoritaria de las derechas frente al caos ideológico y social que supuso la degradación democrática de los años finales de nuestra Segunda República, en España: Por la siguiente señal nos conocemos los hombres nuevos de cualquier país: por la manera de pronunciar la palabra Autoridad. […] Nosotros ponemos en la palabra la misma vibración de entusiasmo, el mismo fervor religioso y la presencia de un mismo infinito de idealidad,  que ponían los hombres de la Enciclopedia de la Afklaerung al decir Libertad. […] Hoy, en el arte, en la educación, en la ciencia, en la política, en la sociedad, el mundo siente de nuevo que un deseo imperioso, claramente articulado en las mentes selectas, un anhelo de Normas, de Principios, que ahorren la disolución exterior en las sociedades, la disolución interior en los individuos, amanece en el horizonte. Ansiamos eficacia, es decir, creación. Y cualquier creación quiere decir un creador, un «Autor». Y cualquier «autor», una «autoridad» […] Contra el monstruo de la anarquía, la nueva canción, que resuena en las conciencias jóvenes, podría llamarse: La Marsellesa de la Autoridad. ¡Ahí es nada, el atrevimiento ideológico liberal de D’Ors: la Marsellesa de la Autoridad. Pero, citándose a sí mismo, con esa conciencia acusada que tenía el autor de escribir desde el clasicismo: «Las Leyes son Normas, pero también son Armas».

          Ciertamente, estas cartas son un tesoro especulativo que quienes en su lectura se demoren gozarán y agradecerán como una amable introducción a la esencia cultural y espiritual de Europa, y en esas páginas descubrirá, por ejemplo, la importancia de La Scienza nuova, de Vico y el prototipo europeo que D’Ors cifra en el mayor artista europeo, a su juicio, de todos los tiempos: Rafael Sanzio [símbolo vivo y cifra del parentesco entre Grecia, Roma y Florencia, según lo define D’Ors], en justa correspondencia con su teoría sobre el Barroco:  hay que considerar el barroquismo, no aisladamente, como una escuela o sentido en el arte, sino como un hecho general de la cultura, a la manera del Clasicismo, como el Romanticismo; y que el barroco es el romántico más puro, el romántico que no ha encontrado todavía a sus clásicos, y que rompe un estilo antes de haber encontrado otro; es decir, el último resultado es que barroquismo es naturaleza. Así Vico lanza el grito por la naturaleza, que es historia, que es dinamismo, contra el siglo XVII, que era mecánica, que era figurativismo, que era razón.

En estas páginas hallarán sus lectores coincidencias y discrepancias con autores de tanto peso como Ortega o Unamuno, pero lo que el lector no dejará de agradecerle a D’Ors es su clarísimo posicionamiento a favor de un proyecto cultural y político que, como quiero destacar para acabar, aún está lejos de convertirse en la realidad plena que todos deseamos: He descubierto que no solamente conviene que la civilización prosiga. Sino que es imposible que no prosiga. He descubierto que, con ser deber nuestro defender la unidad de Europa, la unidad de Europa se podía pasar perfectamente de nuestra defensa; porque se trata de algo que no puede morir, destinado a afirmarse, y más cada día. He descubierto que, inclusive queriendo creer en la ruina y el hundimiento y en la división de la humanidad en bandas sin concilio, y la extinción de las mejores fuentes que nos han dado las más bellas cosas, siempre subsistirán dos repúblicas incólumes, encargadas de mañana devolvernos toda la gloria pasada y más. Subsistirán la República Universal de las Ideas y la República Universal de las Matrices.

Y una perla ética para acabar, no suya, además, sino oída en uno de esos congresos sobre la importancia trascendental de la cultura al que asistió el autor: «Para mí, la máxima capital y más comprensiva de la Ética es la siguiente: Vive de tal manera como si tuvieses que morir esta misma noche, y, a la vez, como su no tuvieses que morir nunca…».