Uno de Carner, dos de D’Ors: breve apunte sobre el Noucentisme catalán.
Hacía tiempo
que no me acercaba a la Feria del libro antiguo y de ocasión del Paseo de
Gracia, porque hace tiempo que los libros han de entrar en casa con
cuentagotas, para no corre riesgos de recibir un serio ultimátum, pues es el libro especie que, sin ser invasora
foránea, se multiplica geométricamente y amenaza el espacio vital de otras
especies que conviven con ellos. Cayeron, en esta ocasión, un amable libro de
Josep Carner, el llamado Príncep dels poetes catalans, dos de Eugeni
D’ors, antes de trasladarse a Madrid y castellanizarse en Eugenio, y uno de Max
Frisch, No soy Stiller, en cuya lectura avanzo a golpes de desmentidos
del protagonista, entreverados con historias americanas y alguna aventura
europea, como la del voluntariado combativo en nuestra Guerra Civil.
Eugeni D’Ors
es el padre del Noucentisme, y Carner su poeta. El libro que he leído,
sin embargo, Les bonhomies, es un conjunto de prosas volanderas, esto
es, artículos publicados en La Veu de Catalunya durante el año 1925,
pero escritos desde Génova, un extrañamiento que acentúa el carácter entrañable
de su mirada a la realidad catalana desde tan lejos, porque casi todos los
artículos tratan temas m uy apegados a la cotidianidad, a las costumbres y a
los hábitos propiamente barceloneses, aunque la mirada inteligente y ácida del
autor destaca rasgos caracterológicos que acaso afecten a buena parte de los
habitantes del Principado. En la medida en que se trata de artículos
neocostumbristas, aunque marcados por el enfoque intelectual del autor, que se
eleva rápidamente de la anécdota a la categoría, los textos de Carner
constituyen un ejemplo modélico de la prosa novecentista que, al margen del
léxico literario especializado, se complace en buscar giros y usos que hoy le
resultarán tan extraños al lector como inencontrable en los textos de los escritores
actuales. No se trata tanto de un abismo dialectal, como el de los Drames
rurals de Víctor Català, cuanto de una sintaxis y una composición de la
frase que en modo alguno nos parece que fluya naturalmente como muestra del
catalán que solemos leer y escuchar habitualmente. A pie de texto dejaré una
muestra de ese léxico que acaso lo único que descubra sea mi ignorancia, pero
bien puedo dar testimonio de que, en términos generales, no suelo descubrirlo a
menudo en mis lecturas en catalán. Imaginemos, por un momento, un texto
compuesto por esos tutis con que a veces nos regala el juego del
Paraulògic i que nos parecen propiamente de otra lengua, como el acetàbul,
«vinagrera», que no hallé ayer…; pues el Novecentismo se complace en ello, lo
que no lo distingue de la Generación del 98 española, tan amiga de rescatar
palabras en desuso, como hicieron Azorín o Unamuno, por ejemplo.
Les
bonhomies son textos en los que predomina la visión satírica, crítica e
irónica, con un profundo sentido del humor que convierte la lectura en una
delicia. Es sorprendente el abanico de intereses de Carner, a la hora de fijar
su atención para sacarle punta a situaciones de la vida cotidiana que describe
muy vívidamente la temperatura moral de
la sociedad catalana del primer tercio de siglo. Los artículos en prensa,
cuando son de este estilo de Les bonhomies, juegan mucho con la
sorpresa, el retrato y cierta especulación intelectual que en modo alguno
pretende avasallar al lector, cuya complicidad se busca constantemente.
Pongamos por caso: Cada dia crec més que la innocència és una virtut
proporcional a la massa (un home gros és més innocent que el magre espatutxí. I
és, certament, més candorós un míting de 10.000 anarquistes que no pas una
conversa de dues majordones), una masa que le sirve para recurrir a uno de
sus más característicos rasgos de estilo, la sentencia: La multitud és una
cosa exhilarant, dado que L’home sol no vibra. Detrás del estilo
sentencioso no está el moralista, aunque también, ni el filósofo, sino el
espectador curioso y detenido al que casi nada le pasa por alto, y son muy
frecuentes las radiografías sociales al estilo de una ciencia, la «sociología»
que comenzaba a dar sus primeros pasos: Tots sabem que mant catedràtic, en
realitat, viu del llibre de text, i mant funcionari de les facilitacions o els
alleujaments que consent, i mant periodista, del Govern Civil (con ese uso
de mant por «numerosos» que tiene, hoy, un poderoso saber arcaizante).
Los textos de
Carner llaman poderosamente la atención por el finísimo grado de penetración
psicológica que se exhibe en ellos, lo que lo lleva a analizar cualquier
fenómeno en el que repara con una propiedad deslumbrante. Fijémonos, por
ejemplo, cuando habla de las criaturas: Els infants, com els homes, tenen
llurs conxorxes a cau d’orella i fan llurs malvestats de puntetes. Llurs crits
en el joc no solament procedien de la convicció que, sense soroll, un joc us
frustra: revelaven també l’expansió virtuosa de qui s’esmerça en quelcom
habitualment lícit. En canvi, en l’entremaliadura, la cautela no solament és un
ambient propici, sinó la meitat exacta de la fascinació de l’entremaliadura.
Hay en los
artículos dos elementos muy destacados, el sentido del orden social y un
inequívoco elitismo, muy propio de la alta misión cultural a la que los
novecentistas se sentían llamados, porque, al fin y al cabo, ellos eran los
representantes de una cultura, la catalana, que quieren desarrollar no solo en
el ámbito de lo literario sino de todas las manifestaciones artísticas. La
visión del sujeto social propio de esa época está clara para Carner: El conservatisme no és pas una teoria
política: és el plaer de les petites habituds. [...] Avui el
conservatisme és punyent, és aventurós, és èpic. Cosa que ningú hauria arribat
mai a imaginar: té una mena de misticisme. […] La cosa més grisa del
món, és avui en dia un socialista. El burgès ha conquerit aquesta aurèola
jovenívola que és l’acció directa. El burgès és el protagonista exaltat del
nostre període històric. De hecho, y recordemos que Eugeni D’Ors fue el
presidente del IEC (Instituto de Estudios Catalanes), bien puede decirse que la
siniestra etapa histórica que hemos vivido, con el intento de esas fuerzas
burguesas de independizarse de España, pueden tener su origen en aquellos
esfuerzos catalanistas del novecentismo. En cuanto a ese cierto grado de
elitismo, recordemos la relación del autor con su vieja estilográfica, que lo
lleva a hacer un retrato con cierta sorna de su propia persona: sense la
meva estilográfica jo esdevenia, pràcticament, un analfabet. Sense ella, no em
reeixia la mica d’estil literari que m’és habitual. […] L’estilogràfica
m’havia malavesat amb el seu truc de fer-me semblar més fi intel·lectualment
del que sóc. Parte de esa singularidad en medio de un ambiente, no diremos
bárbaro, pero sí muy alejado de sus inquietudes intelectuales, es el hábito de
la lectura de la prensa y su desesperación de no poder hacerlo los lunes —algo
que acaso influyó en el conservadurismo franquista cuando crearon la
institución de la Hoja del lunes, el diario gremial que salía cuando todos los
diarios ejercían el preceptivo día semanal de descanso, pasado a mejor gloria…:
Jo pertanyo a la categoria dels millors lectors de diaris: aquells que el
llegeixen amb el cafè amb llet davant, sentint els ocells i amb aquella
fresqueta. [...] Trobo inferiors, socialment parlant, els que tenen el costum
de llegir el diario al tramvia o a la barberia. [...] La combinació del cafè
amb llet i el diari, es, al meu juí, un veritable somriure de la civilització.
Desde el
vestuario monótono y deslucido de los hombres, frente al vistoso y colorista de
las mujeres, pasando por el insomnio o el mismísimo aburrimiento, que le depara
un texto lleno de ingeniosa indulgencia: Hom havia fet un paper ridícul.
L’ensopiment ens el fa fer sempre, un paper ridícul. Quan el sentim, ens sembla que anem d’acord
amb la naturalesa, o l’ambient, o el fat històric. Fet i fet, l’ensopiment
només està en nosaltres. L’aparent opacitat de la vida no és sinó un truc per
dar més valor a la sorpresa imminent. Però el truc ens enganya. I per això és
clàssic que la felicitat ens trobis sempre fent cara d’enzes, los intereses
especulativos de Carner, para íntima y gozosa satisfacción de sus lectores, se
fija en asuntos tan de ayer como de siempre: el insomnio, por ejemplo, que le
arranca esa sutil maldad: El rellotge que canta les hores, ell sí que sap
que no les canta sinó per als insomnes. I això el delecta, o cómo se ha de
llamar a la oíslo —que decía Sancho Panza— de uno; se burla, no sin ciertos
aires de superioridad manifiesta del «señor» y «señora» de los «castellanos»,
que es el gentilicio que anula muchos otros, presentes desde siempre en la
realidad catalana: Quan parlem de la pròpia dona, el millor que podem fer és
dir “la meva dona” (“ma femme”, diu una raça tan civil com és la francesa).
[…] “Home”, “dona”, són paraules excel·lents i altíssimes. Qui no ha
somrigut en alguna estacioneta de la Manxa, en veient dues portetes que tenen
aqueixes inscripcions: “Caballeros”, “Señoras”?
Para no
alargarme demasiado, que aún me quedan los «dos D’Ors», concluyo esta
presentación de Les bonhomies con una reflexión sobre los domingos que
cualquiera puede encontrar, en una versión del XXI, en el Dietario voluble
de Enrique Vila-Matas. Quizás es demasiado pedir de los lectores que lean una
cita tan extensa, pero condensa, a mi
parecer, una manera de entender la vida, la persona y el mundo, muy propia de
los nuevos tiempos del novecentismo: Però la lliçó severa del diumenge — del
diumenge de vuit a nou— és que cal tornar al límit. Som pobres o som rics., som
petits o som grans. Som joves o som vells. La nostra vida. En realitat, no es
desenrotlla en l’àrea on hi ha les diversions del diumenge, sinó en l’àrea on
hi ha el nostre obrador, la nostra botigueta, o el nostre cafè, o la nostra
taula de joc: és endebades que el que viu al carrer del Rech vagi, els
diumenges, al Tibidabo; la seva realitat és el seu límit: el carrer del Rech.
Igualment, la nostra vida no consisteix a eixir de nosaltres mateixos, a
saltar per damunt del nostre estament, de la nostra edat, de les nostres
capacitats, del nostre temperament, sinó a tornar-hi, a tornar-hi i vegetar-hi,
si voleu, amb el consol de projectar nous oasis dominicals; però
desenganyeu-vos, la veritat profunda és que el diumenge és fet per al dilluns.
I aquesta veritat tremenda, un hom la sent inequívocament els diumenges, de
vuit a nou, mentre als indrets públics hi escombren puntes de cigarret,
esclofolles i agulles de ganxo, i els estatges particulars, una mica
melangiosos, es tanquen darrera nosaltres com la capsa es tanca damunt el
ninotet automàtic. Per això els diumenges, de vuit a nou, és quan coneixereu la
gent moralment sana i la que no ho és. La que no ho és, ve afeixugada per un
gep invisible, de decepció. Fa una mica el bot, per dins. És la gent estúpida
que voldria viure de gemes de coco i cada any es creu estafada perquè no treu
la grossa de Nadal. En canvi, la gent que, en l’esperit, és dreta i igual, sent
una certa alegria en tornar al seu
límit. S’adona vagament que el límit no és solament una tanca amb trossos
d’ampolla encastats al cim. És també el costum —quelcom de semblant a unes
sabatilles— i és, al capdavall, quelcom de tan semblant a un hom mateix, que jo
diria, simplement, que és la personalitat.
Y, para acabar, la prometida lista de léxico, a beneficio de
los muchos amantes de la filología que me consta visitan estas entradas:
Abrivar. Espatutxí. Estemordir-se. Picossada. Daler.
Sirgar. Enderga. Mant. Aclofar-se.
Ataconador. Capcineig. Amanyagar. Bròfega. Falziot. Bruel. Taül. Llogívol.
Condícia. Llambregada. Acalar. Xerrotejar. Covar. Oratjol. Dalit. Entrelluc.
Cirtabot. Juí. Baume. Engavanyada. Estre. Enagos. Cossi. Cedacer. Soliu.
Capverd. Plagasitat. Blan (íssim). Fènyer. Prenotar. Catúfols. Taujà.
Menyscurança. A gratcient. Pendís. Conco. Vern. Bròfeg. Enfrendorir-se.
Una década
antes de Les bonhomies, Eugeni D’Ors aparecía, ante la intelectualidad
catalana como la gran esperanza para poner en el mapa europeo una lengua, una
cultura y un discurso en la línea de lo estrictamente contemporáneo, lejos de
otras reflexiones más centradas en lo castizo, como las de la Generación del
98. De hecho, la generación del noucentisme catalán es la equivalente a
la del novecentismo español, también llamada la Generación del 14, una
generación abierta a Europa y en la que figuran nombres de tanta trascendencia
e interés como los de José Ortega y
Gasset, Manuel García Morente, Manuel Azaña, Gregorio Marañón, Salvador de
Madariaga, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Rafael Cansinos Assens,
Corpus Barga, Fernando Vela, Gabriel
Miró, Ramón Pérez de Ayala, Benjamín Jarnés, Wenceslao Fernández Flórez o el
premio Nobel Juan Ramón Jiménez.
D’Ors puede ser considerado el noucentista
por antonomasia, y su labor ensayística ha de ser preciada como una de las más importantes de
los intelectuales de su época, no solo en catalán, su primera lengua, sino,
posteriormente, en castellano, cuando, harto de las mezquindades del terruño,
se trasladó a Madrid, castellanizó su nombre y abanderó, ideológicamente, el
ideal conservador de la derecha española, el franquismo incluido.
La publicación
de La ben plantada, obra capital para la definición del género
periodístico inventado por D’Ors, el Glossari, en La veu de Catalunyua, marca el
nacimiento de una corriente intelectual y artística en la que más tarde
militará nuestro otro comentado, Josep Carner, cuyas bonhomies son
legítimas herederas del Glossari D’Orsiano. Posteriormente, D’Ors
recogió otras glosas en lo que podría considerarse una nouvelle, Gualba,
la de mil veus, con un contenido atrevidísimo para la época, pues, atento
al desarrollo de la nueva ciencia de la psicología freudiana, D’Ors
narra en esas páginas la historia de un incesto solo explícito en forma
metafórica, en el marco de una estancia en el pueblo de Gualba, en el Montseny,
entre un traductor de Shakespeare y su hija, que le ayuda en esas labores.
Traducen El rey Lear, además, y la
historia narra el extrañamiento social de dos seres intelectualmente muy unidos
y a los que repugna la diversión colectiva como una pérdida de tiempo tan
valioso como el del trabajo intelectual. El propio D’Ors enmarca perfectamente
su historia: Enlloc com en la torbació de l’incest no es tradueix el pànic
trasbals. Tinc dit sovint com les victòries del classicisme comencen
triplement, a les albes de la civilització humana, amb la prohibició de
l’incest, amb el menjar cuit i amb la silueta del bisó, reproduïda per analític
discerniment a les parets de l’interior de la caverna. Se trata, como se
aprecia, de un discurso que se acoge a lo que por entonces se denominaba,
académicamente, Ciencias de la Cultura, especialidad de la que sería
catedrático en la Universidad de Madrid en 1953, y cuyos intereses
especulativos abrazan todas las manifestaciones culturales europeas, y muy
especialmente el arte plástico, en el que D’Ors sería un reconocido
especialista; y, en este caso particular de la narración, las teorías psicológicas
freudianas, cuyos complejos, de Edipo y Electra, recoge en las páginas a
propósito del concepto técnico imago.
Si algo llama
enseguida la atención de esta Gualba rural tan bien retratada en el libro de
D’Ors, es la valentía imaginativa y narrativa del autor, que no retrocede ni
siquiera ante imágenes que, a buen seguro, debieron de provocar en aquella
época no pocos fruncidos de cejas: Un dia, en l’excursió, a l’amic va
obsessionar-lo tossudament una comparança barroca. “Gualba —ell se deia— és la
frondosa pubertat del Montseny”. Aquesta paraula no la va dir a l’amiga, és
clar. Però, en cercar els ull d’ella, va veure que ella, inconscientment els
esquivava, i els esquivava del paisatge de baix també —així algú que ha estat
sorprès en la insana curiositat d’una vergonya. Imagino, como cualquiera
que lo haya leído, que los términos amic
i amiga los tomaría D’Ors del Llibre d’Amic e Amat, de Llull, en una
trasposición del misticismo a la sensualidad transgresora de unos impulsos
pecaminosos que, como tales, los viven sus personajes; tal y como lo reconocen
cuando abandonan el baile al que deciden asistir para confraternizar con los
lugareños: Ella, lluny d’ell, comença de pregonament entristir-se; ell es
dona a despacientar-se. [...] Mitja hora més tard, tots dos són
fora. Són fora, amb la boca amarga i una
fosca rancúnia contra tothom i més encara contra ells mateixos. No es parlen.
Pensen: “Com som diferents, nosaltres!...” I, de seguida, en la ment del pare,
com una condemna: “Ésser diferent és un pecat”. I, com una sentència: “Ésser
dferent és un pecat: el càstig s’anomena solitud”. I, encara, seguida d’un
trencament de cor, i deixant-hi al dins una llei de basarda, aquesta intuïció
profunda: —Sí. Però estar sol, que és un càstig, també és un pecat.
La obra se
estructura con capítulos muy breves que van intensificando la terrible
atracción que sufren ambas almas, unidas por la pasión del trabajo intelectual,
la contemplación de la naturaleza y el fuerte vínculo familiar, que no deja de
imponerse como un espacio de intimidad compartida, en principio no
sospechoso. De los personajes casi se
nos habla como de la pareja primordial, en términos paradisíacos, aunque en la
descripción de la naturaleza se nos habla también de las larvas que representan
la podre del pecado. Hemos de esperar hasta los capítulos XV y XVI para saber
el nombre de cada cual, con unas pequeñas aclaraciones que contribuyen a darle
espesor a los personajes dramáticos: Ell es diu Alfons, porque así se
llamaba Lamartine, y lo escogió su madre, de formación francesa y devota del
escritor romántico. Ella es diu Tel·lina, que vol dir Conxa, que vol dir
Maria de la Concepció. Y parece ser que una sobrina de D’Ors era así
llamada. Tel·lina en el ritmo, viu, es mou i és. [...] Tel·lina no
representa, ni pels llunys, allò que una Ben Plantada. [...] No és
escultura, com la Teresa exemplar, ni arquitectura, com la costa del
Mediterrani. És música —talment Gualba la de mil veus... [Hom] creurà
trobar en Tel·lina l’encís androgin d’una “minyona de l’Oest”, com les que en
els films americans hom veu incansablement cavalcar, de ranxo en ranxo, de
perill en perill, heroiques i acrobàtiques. La aparición de la referencia
al cine, que nos parece hoy moneda común y corriente, representa en la época
algo de una modernidad extraordinaria, como el poema de Rafael Alberti a Buster
Keaton: Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera
vaca.
Resulta
también muy llamativo el paralelismo entre la tentación incestuosa y los ciclos
de la naturaleza. Ni es romanticismo ni ecología, sino un conjunto de
descripciones que pueden leerse en ambas direcciones: la contemplación sombría
del paisaje desde el dolor de la tentación pecaminosa y la contemplación del
pecado desde la degradación biológica de la naturaleza. Ambos mundos parecen
sintetizarse en la leyenda que se incluye en la narración, la de la Goja: Vaig
a dir-te la història de la goja o dona d’aigua, estimandeta. L’ha contada D.
Víctor Balaguer. [...] Era un pagès i pagès principal d’aquí, que un dia
li havia sortit de l’aigua la Goja, tota pàl·lida, amb els ulls verds, amb els
cabells rossos, amb l’exàngüe cos fluvial. Esa Goja absolutamente
becqueriana se acaba uniendo al labrador, con unos esponsales como nunca se
habían visto en la comarca, pero, en un momento dado, por unas desavenencias
entre ellos, este la pierde, aunque la ninfa fluvial, a espaldas del labrador,
continúa cuidando de su familia: de él, de los hijos en común y de las labores
de casa. Lo único terrible es que él ya no podrá volver a reunirse con ella
jamás, pero la mujer de agua llora lágrimas que se convierten en perlas en la
cabellera de su hija, con las que la casa familiar vuelve a recuperar su
esplendor, desaparecido cuando el marido
la llamó del único modo que no podía: «mujer de agua».
Las cartas
a Tina, originalmente escritas en catalán en La veu de Catalunya,
las encontré en la feria del libro citada, en una edición póstuma en
castellano, pero, al tratarse de prosa de ideas, la «traición» al original es
mínima. De hecho, fueron traducidas por el mismísimo D’Ors del catalán al
castellano. El libro se publica durante los años de la Primera Guerra Mundial y
recoge, desde una posición muy particular, la atmósfera enconada entre los
seguidores de Alemania y de Francia en un país neutral como entonces era
España. El libro se estructura en forma de cartas a la pequeña Tina, a quien
conoció, junto con su familia, el autor, en una estancia en Davos. Dos hermanos
mayores de Tina acabarán hospedándose en casa del autor y permitirán añadir al
planteamiento la perspectiva alemana sobre el conflicto y sobre muchas otras
cosas. Se trata, pues, de un libro de ideas, muchas de ellas de un nivel muy
poco usual, por ejemplo, en nuestros tiempos, de debates tan chatos y apegados
a la agitación y a la propaganda. Eugenio D’Ors se eleva a la altura discursiva
de un planteamiento alejado de la política bélica, pues la herida que sure en
carne viva el autor es la de asistir a lo que considera una auténtica «guerra
civil» entre hermanos europeos. Europa es una patria cultural para D’Ors, y
aspira a que lo sea también política. Por eso anuncia en las páginas del libro,
y en el epílogo, la creación de lo que él denomina Unidad Moral de Europa, cuyo
manifiesto comienza así: Tan lejano del internacionalismo amargo como de
cualquier estrecho localismo, se constituye en Barcelona un grupo de hombre de
profesión espiritual para afirmar su creencia irreductible en la unidad moral
de Europa, y para servir a tal creencia dentro de lo que consienta la trágica
estrechez de las circunstancias actuales. Quizás la actual polarización
política nos permita entender la que se vivió en el 194 con el estallido de la
guerra entre Alemania y Francia, un conflicto que, posteriormente, afectó a
otros países, y cuya pésima solución diplomática abocó al continente a la Segunda
Guerra Mundial, un calco más terrorífico aún de la barbarie que supuso la
Primera.
Desde esa
conciencia europea que D’Ors defiende con sólidas razones y un amor inmenso por
el legado de tantas y tantas generaciones que han contribuido a definir el
espacio común europeo, solo algunos intelectuales de altos vuelos, como él,
podían distanciarse de las banderías para abrazar la sagrada causa de la unidad
europea. Según D’Ors, a Europa la pare Grecia, la amamanta la loba de Roma y la
formula Carlomagno. Son frecuentes, por lo tanto, citas que avalan esa unidad
europea: Goethe nace en Italia: todos recordamos su exclamación, al llegar a
roma: «¡Por fin he nacido!».
A través de
las páginas de las Cartas a Tina, D’Ors va a exhibir todo el músculo de su
talante especulativo, filosófico o ensayístico, lo dejo al gusto de cada
lector, pero de lo que no hay duda es de la luminosidad potente de su
pensamiento: Para un hombre práctico una solución puede ser una solución.
Para el hombre especulativo, la solución de un problema significa, a su vez, un
problema. La mente no conoce la resignación. Resignación de mente se llama
ironía. Pero ironía es débil y precaria especie de resignación. Nada da por
sabido y menos por definitivo. D’Ors es la luz que penetra hasta los más
oscuros rincones de la realidad buscando el conocimiento o, dicho a su elegante
manera de sabio de ágora: Filosofía no es arte de blandos ensueños, sino al
contrario, ojo impávido sobre la realidad del mundo: ojo que ha disuelto en él
la anécdota, dejándole únicamente su arquitectura de eternidad. A nadie
asuste, sin embargo, esa preferencia por la expresión lírica, porque el autor
desciende también a comentarios tan políticamente incorrectos como el de la
participación de soldados senegaleses en la contienda a favor de Francia: Por
otra parte, dicen que ya llegan a Francia los senegaleses, que se ha pensado en
utilizar en la guerra contra Alemania., parece que estos son soldados que, al
empezar la batalla, se desnudan. A estos negros salvajes, se confiará en la
lucha la representación de aquel sentido espiritual al que debemos Nancy y las
rejas de Jean l’Amour. Y ya no podremos
desear la victoria de las rejas de Jean l’Amour, sin desear la victoria de los
negros salvajes. Junto a ese racismo propio de la época colonial en que aún
viven, y a la que solo se le pondrá, si no fin, sí enmienda, en la posguerra de
la Segunda Guerra Mundial, D’Ors también defiende una guerra que evite la
destrucción: Hay que vencer a las
ideas; pero aniquilarlas es pecado. Es enorme pecado aniquilar las ideas y
destruir las ciudades que les dan cuerpo visible y sustento. Recordemos,
por otro lado, que la xenoobia se produce, también, dentro de esos estados que
conforman las potencias europeas, y no hace falta recordar la inquina a los
gitanos en España, la de los italianos del norte hacia los italianos del sur o
esta jocosa muestra que recoge D’Ors de la propia Alemania: Los
francofurteses gustan de repetir: «Aschnnffenburg ya es Asia». Aschnnffenburg
es la primera ciudad bávara que se encuentra, a cosa de un kilómetro de
distancia, si mal no recuerdo, de Francfort.
Para entender la
Europa de los años 30., hija del fracaso continental que supuso la Primera
Guerra Mundial, no está de más que recordemos la densa que del conservadurismo
y de su gran principio, la «autoridad», defienden no pocos autores de aquella
época. En estas palabras de D’Ors se prefigura la reacción autoritaria de las
derechas frente al caos ideológico y social que supuso la degradación democrática
de los años finales de nuestra Segunda República, en España: Por la
siguiente señal nos conocemos los hombres nuevos de cualquier país: por la
manera de pronunciar la palabra Autoridad. […] Nosotros ponemos en la
palabra la misma vibración de entusiasmo, el mismo fervor religioso y la
presencia de un mismo infinito de idealidad,
que ponían los hombres de la Enciclopedia de la Afklaerung al
decir Libertad. […] Hoy, en el arte, en la educación, en la ciencia, en
la política, en la sociedad, el mundo siente de nuevo que un deseo imperioso,
claramente articulado en las mentes selectas, un anhelo de Normas, de
Principios, que ahorren la disolución exterior en las sociedades, la disolución
interior en los individuos, amanece en el horizonte. Ansiamos eficacia, es
decir, creación. Y cualquier creación quiere decir un creador, un «Autor». Y
cualquier «autor», una «autoridad» […] Contra el monstruo de la
anarquía, la nueva canción, que resuena en las conciencias jóvenes, podría
llamarse: La Marsellesa de la Autoridad. ¡Ahí es nada, el atrevimiento
ideológico liberal de D’Ors: la Marsellesa de la Autoridad. Pero,
citándose a sí mismo, con esa conciencia acusada que tenía el autor de escribir
desde el clasicismo: «Las Leyes son Normas, pero también son Armas».
Ciertamente,
estas cartas son un tesoro especulativo que quienes en su lectura se demoren
gozarán y agradecerán como una amable introducción a la esencia cultural y
espiritual de Europa, y en esas páginas descubrirá, por ejemplo, la importancia
de La Scienza nuova, de Vico y el prototipo europeo que D’Ors cifra en
el mayor artista europeo, a su juicio, de todos los tiempos: Rafael Sanzio [símbolo
vivo y cifra del parentesco entre Grecia, Roma y Florencia, según lo define
D’Ors], en justa correspondencia con su teoría sobre el Barroco: hay que considerar el barroquismo, no
aisladamente, como una escuela o sentido en el arte, sino como un hecho general
de la cultura, a la manera del Clasicismo, como el Romanticismo; y que el
barroco es el romántico más puro, el romántico que no ha encontrado todavía a
sus clásicos, y que rompe un estilo antes de haber encontrado otro; es decir,
el último resultado es que barroquismo es naturaleza. Así Vico lanza el grito
por la naturaleza, que es historia, que es dinamismo, contra el siglo XVII, que
era mecánica, que era figurativismo, que era razón.
En estas páginas hallarán sus lectores
coincidencias y discrepancias con autores de tanto peso como Ortega o Unamuno,
pero lo que el lector no dejará de agradecerle a D’Ors es su clarísimo posicionamiento
a favor de un proyecto cultural y político que, como quiero destacar para
acabar, aún está lejos de convertirse en la realidad plena que todos deseamos: He
descubierto que no solamente conviene que la civilización prosiga. Sino que es
imposible que no prosiga. He descubierto que, con ser deber nuestro defender la
unidad de Europa, la unidad de Europa se podía pasar perfectamente de nuestra
defensa; porque se trata de algo que no puede morir, destinado a afirmarse, y
más cada día. He descubierto que, inclusive queriendo creer en la ruina y el
hundimiento y en la división de la humanidad en bandas sin concilio, y la
extinción de las mejores fuentes que nos han dado las más bellas cosas, siempre
subsistirán dos repúblicas incólumes, encargadas de mañana devolvernos toda la
gloria pasada y más. Subsistirán la República Universal de las Ideas y la
República Universal de las Matrices.
Y una perla ética para acabar, no suya, además,
sino oída en uno de esos congresos sobre la importancia trascendental de la cultura
al que asistió el autor: «Para mí, la máxima capital y más comprensiva de
la Ética es la siguiente: Vive de tal manera como si tuvieses que morir esta
misma noche, y, a la vez, como su no tuvieses que morir nunca…».