jueves, 4 de abril de 2024

«El juicio del Dr. Johnson», de G.K. Chesterton, una rareza política.

 


La política y el sentido común frente a frente: un momento de la historia inglesa tratado con la doble ironía magistral de Johnson y Chesterton.

 

          Benditas sean las editoriales minúsculas que se preocupan por hacernos llegar novedades tan singulares como la que Sexto Piso me ha puesto en las manos: El juicio del Dr. Johnson, una obra de teatro, imagino que bastante desconocida, de un escritor tan leído, como G.K. Chesterton, un clásico con obras como El hombre que fue jueves, de urgente lectura para quien aún no haya tenido la oportunidad de hacerlo. Como lector apasionado de la monumental biografía de Boswell sobre el Dr. Johnson, y como diletante traductor de alguna de sus publicaciones periódicas aún inéditas en España, en cuanto supe de la traducción de esta obra de teatro perdí el resuello por hacerme con un ejemplar. ¡Y a fe que no corría equivocado!, porque la obrita es un gozo continuo a lo largo de sus cortos tres actos, en los que se representa un choque intelectual, ideológico, político y de costumbres que no puede dejar indiferente a ningún lector apasionado por la vida, por el pensamiento y por la política. Es cierto que la época en que se sitúa la acción, hacia 1778, cuando Francia se declara enemiga de Inglaterra al apoyar a las colonias americanas en su lucha de independencia contra los ingleses, no es de dominio común, pero una búsqueda rápida de las vidas, obras y milagros de los personajes reales que  aparecen en escena nos permiten obtener el contexto adecuado para entender lo que se dirime en la obra y el alcance de algunas cuestiones que llegan a nuestras días, como el alegato final de Johnson contra la feliz Arcadia democrática universal soñada por el patriota americano que desembarca en Inglaterra como espía para conocer de primera mano la atmósfera popular y política que se respira en el país respecto de la independencia de las colonias norteamericanas. El matrimonio Swift desembarca en las islas escocesas, donde coinciden casualmente con un visitante ilustre de aquellos territorios, el Dr. Johnson, a quien acompaña su inseparable Boswell. 

          Desde el comienzo, la presencia del ingenio va a ser una constante en el desarrollo de la acción, y una señal inequívoca del propio genio literario del autor, Chesterton. Los aldeanos escoceses que los reciben con amabilidad, le parecen a John Swift auténticos bárbaros y, ante los reproches de su mujer, quien elogia lo hospitalarios que son, no tarda en aparecer ese humor tan británico del que disfrutaremos a lo largo de los tres actos de la obra: En cuanto a hospitalidad, no hay hombres más puntillosa y cortésmente hospitalarios que los caníbales. Tengo entendido que a un huésped siempre se le invita a un banquete de Estado, aun cuando en algún momento vaya a descubrir que el quinto plato que va a degustar es un íntimo amigo suyo.

          Swift y Johnson no tardan en trabar combate, a propósito de la necesidad que tienen los pueblos de rebelarse contra la tiranía de sus malos gobernante. Como Johnson lo imagina oriundo de Irlanda, adopta una posición que sorprende en un inglés al uso, pero no en él: Su pueblo padece un injustísimo sistema, la opresión de la inmensa mayoría por parte de una minoría muy reducida. Nada de cuanto hizo pasar Nerón a los primeros cristianos fue peor de lo que ha hecho pasar Inglaterra a Irlanda. Pero al enterarse de que su interlocutor es originario de Virginia, América, cambia de opinión: Usted los aplica [los argumentos de Johnson a favor de las rebelión] a una caterva de malandrines que se prevalen de los negros y que ni siquiera se dan cuenta de cuándo están todo lo bien que se puede estar., Solicita usted mis simpatías por el ultraje gratuito de una rebelión

          No hay momento de descanso para exhibir el lucimiento del ingenio. Picado por el descrédito de Johnson de la rebelión americana, Swift insiste en que ya son una nación de hecho y que incluso tienen su propia bandera, que saca de sus pertenencias para exhibirla ante Johnson:

Johnson: ¡Estrellas! Desde luego, señor mío, las estrellas parecen lo más adecuado para los conspiradores.

Swift: ¿Qué insinúa?

Johnson: Lo digo porque las estrellas solo salen de noche.

          En el segundo acto estamos ya en Londres, a punto de iniciarse una reunión social para la que John Swift no acaba de prepararse, a pesar de las urgencias de su mujer. Esta, en el primer acto, ya dejó bien claro que no acompañaba a su marido a instancias de este, sino de su propia determinación de compartir con él todos los peligros de su peligriosa misión, máxime tras la enemistad bélica entre Francia e Inglaterra. Esa será la amenaza que se cernirá sobre el matrimonio, porque, a pesar de que su relato «oficial» dicta que acaban de regresar de Francia, un miembro de la milicia que asistirá a la reunión, el capitán Draper —un nombre que acaso evoca para Chesterton la figura de William Draper, conquistador de Manila y de Menorca, y quien se casó en Nueva York, donde esperó, en vano, ser nombrado Gobernador— inquirirá sobre la presencia de los Swift en Escocia. La presencia de John  Wilkes, una rara avis en el panorama político inglés, autor de una parodia sobre el Essay on man de Pope, que fue tildado poco menos que de pornográfico en sus días y hubo de padecer persecución por ello, sube inmediatamente el nivel de la reunión. Wilkes se presenta ante la mujer de Swuift con un retrato que hace honor a lo que fue su vida: Así es la vida: estar solo, ser uno contra el mundo, depender solo del propio ingenio, del valor propio, y saber siempre qué se ha de hacer. Wilkes será importante en el ttranscurso de la obra no solo por sus juicios y opiniones, sino porque se presenta en la casa como candidato a recibir los favores de la esposa de Swift, quien, a su vez, tiene relaciones ideológicas y galantes con la marquesa de Montmarat —aclaremos que «Montmarat» fue el nombre popular que recibió el barrio de Montmartre tras el asesinato de Jean-Paul Marat a manos de Chatrlotte Corday—, una aristócrata liberal ganada para la causa de la Revolución y defensora, por supuesto, de la independencia de las colonias americanas de Inglaterra. Ese asedio galante, rechazado al principio por Mary, lleva a los dos «juanes»  a un duelo que han de interrumpir por la llegada de la marquesa y por la del resto de invitados. Desde la llegada de la marquesa, vamos a asistir a un floreo dialéctico que hará las delicias de los aficionados a un tipo de teatro que recuerda mucho al de Oscar Wilde. Y constatada tal semejanza, enseguida me pregunto por qué no se habrá representado esta obra que tiene todos los ingredientes para seducir a un público, cada vez más numeroso, amante de las florituras dialécticas y los buenos diálogos. Si sumamos a los participantes la figura de Edmund Burke, un campeón del liberalismo que fue derivando hacia el conservadurismo tras su oposición a las barbaridades objetivas de la Revolución Francesa, como dejó escrito en su obra histórica Reflexiones sobre la Revolución Francesa, nos encontramos con «perlas» como la de este intercambio de juicios entre él y la marquesa:

Marquesa: Francia está repleta de principios republicanos y de prácticas aristocráticas y monárquicas. Tan hartos estamos de ser damas y caballeros que hemos probado a vestirnos de pastores y pastoras, y ahora tan desesperados estamos que incluso tratamos de obrar como seres humanos.

Burke: En mis lecturas de historias siempre he encontrado dos cosas que han pisoteado la libertad: un rey y una multitud. Solo ha existido un ambiente, a la vez generoso y moderado, a la vez flexible y seguro, en el que la libertad de expresión y de pensamiento hayan florecido y prosperado: el ambiente de una nobleza liberal e ilustrada.

          Cuando la reunión acaba, tras la acción benefactora de Wilkes, quien disipa de la mente de Draper que el encuentro de Johnson con Swift haya tenido lugar, como confesó Boswell (El señor Boswell es ciego a todo y a todos, salvo al doctor Johnson. Los demás le parecemos meras sombras que forman parte de un trasfondo indistinto), este está dispuesto a reanudar su duelo de honor con Swift, pero este renuncia, reconociéndole que le ha salvado la vida y su misión.

          El tercer acto, mediante una intervención «providencial» de Johnson, desenlaza la trama para satisfacción, acaso, de los lectores más conservadores, pero mejor que estos lean el desenlace y saquen sus propias conclusiones. En la medida en que el personaje protagonista parece que sea el Dr. Johnson, lo cual no es cierto, porque es una obra coral en la que todos los participantes, salvo los meramente instrumentales, Draper, el propio Boswell, etc. tienen una notable participación, era inevitable que, en una obra política en la que se apela, frente al interés por los asuntos privados que pregona Johnson, a que este se preocupe por los asuntos políticos que afectan a toda la nación, que apareciera su famosa frase, como no podía ser de otro modo, si bien el propio autor ya deja claro, en la obra, que la aprovecha para una ficción y que fue muy otro el contexto en que el autor la expuso, pero, como decimos nosotros, aprovechando que el Pisuerga…  En general lo he encontrado [el patriotismo] destacado siempre en primer plano por alguien que necesita esconderse al fondo. Es mucho el patriotismo que he visto, y por lo general he descubierto que el patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza. Una descalificación que parece formulada para ser aplicada en nuestro presente político de una década acá.

          No quiero terminar, sin embargo, esta breve reseña, sin destacar el impactante discurso final que no afecta al desenlace, sino a la contienda ideológica entre las arcadias democráticas que alumbrará el futuro tras la Revolución Francesa, según Swift, y el sano y acreditado escepticismo de un pensador perfectamente arraigado en la realidad: Solo le diré una cosa. Supongamos que han depuesto ustedes a todos los tiranos y que han creado sus repúblicas; supongamos que dentro de cien años la Tierra esté llena de parlamentos libres y de ciudadanos libres. A menudo me ha recordado usted que los reyes no son más que hombres. Supongamos que quienes esgrimen el poder son malos hombres. Supongamos que sus parlamentos sean tan impopulares como las monarquías, Supongamos que sus políticos sean más odiados que los reyes. Supongamos que retorna entonces la guerra, ese antiquísimo enemigo de la humanidad, y que despedaza el mundo y deja enigmas que tendrá que desentrañar una raza diezmada de demagogos y charlatanes. Si en ese día lejano se siente usted decepcionado y amargado, le pido una cosa. No se vuelva ese día contra el pueblo para maldecirlo, porque en sus caprichos de ustedes, en sus necedades, han querido pedirle más de lo que pueden dar los hombres. No sea como el pobre Gulliver de su gran homónimo, Jonathan Swift, que vio con claridad a dónde iba el mundo encaminado, y se volvió a los hombres y los llamó Yahoos. Cuando sus parlamentos se vuelvan corruptos y sus guerras sean más crueles, no sueñe con que puede generar un  Houyhnhnm como se cría un purasangre, ni concite tampoco monstruos venidos de la luna ni clame en su locura por algo que está más allá de donde alcanza la estatura del hombre. ¿Tendrá en ese día de absoluta desilusión la fuerza necesaria para decir que estos no son Yahoos, que son hombres, que son aquellos por quienes su Creador Omnipotente no desdeñó siquiera la muerte?

          Mira uno a su alrededor y comprueba en el acto la capacidad visionaria de quienes más se arraigan a lo real y dejan volar menos la imaginación. Mucho Johnson, don Samuel, en efecto. Y Chesterton, su profeta.

           

 

2 comentarios:

  1. 1 Una caterva de malandrines, charlatanes y demagogos se prevalen de los tontxs... Y ni unos ni otros se dan cuenta de que han llegado a estar todo lo bien que se puede estar...
    2 El mundo está repleto de principios republicanos y de prácticas aristocráticas y monárquicas. Miremos a Putin, Maduro, Sanchez y ese largo etc. o corte celestial, comportándose como zares o, mejor aún, como dioses...
    3 ...Es mucho el patriotismo que he visto, y por lo general he descubierto que el patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza (enorme verdad)
    4... Supongamos que quienes esgrimen el poder son malos hombres... Supongamos que retorna entonces la guerra... y que se despedaza el mundo... Si en ese día se sienten decepcionados y amargados, les pido una cosa a todos: Remítasen al -1- y jodánse que lo tienen muy merecido, turba de yahoos...
    Mucho me alegro de haber dado con Ud.: Gracias, maestro, por sus enseñanzas.

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    1. Enseñan ellos, Juan Miguel, yo me limito a "mostrar", porque cuando leo algo que me llama la atención, mi primera intención es compartirlo con los demás, sobre todo si son textos que no circulan por la primera línea de esta "actualidad" tan chata, escasa y degradada en la que nos movemos, y de la que conviene ausentarse hacia obras de otra enjundia, de otro interés.

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