Una reflexión honesta y desprejuiciada sobre el oficio de escritor.
Después de
haber leído sin sorpresa pero con interés De qué hablo cuando hablo de
correr, también de Murakami, que he colgado en Provincia mayor, me
he acercado a esta suerte de confesión literaria en la que Murakami, de la
forma más accesible del mundo, nos revela cuál es su concepción de la
literatura y cuáles son sus métodos de trabajo. Del mismo modo que en el
primero dejaba bien claro una y otra vez que él hablaba de lo que a él le
funcionaba y le iba bien, y que no necesariamente ni sus métodos ni sus hábitos
son exportables sin más, en este vademécum que es, al mismo tiempo, un valioso
documento autobiográfico, Murakami insiste en el carácter estrictamente individual
de cuanto ofrece a la curiosidad de los lectores.
La actividad
literaria de Murakami nació por su férrea determinación de escribir una novela,
momento que recuerda con absoluta nitidez y que data con día y hora en el lugar
más insospechado: en la ladera de un montículo desde el que contemplaba un
partido de béisbol, deporte al que es tan aficionado como a las carreras de
fondo, que constituye su ejercicio habitual. Mucho antes, estando aún en la
escuela, decidió un buen día leer novelas en inglés y, sacando del cuarto de
los trastos una vieja Olivetti, iniciar la redacción de una narración en
inglés, casi como una estrategia de «di-versión», dado el aburrimiento
insufrible que fue siempre para el la educación académica. La estrategia no
mejoró sus notas en inglés, pero le inició en una costumbre que no ha
abandonado nunca y que incluso le ha permitido, andando el tiempo, traducir del
inglés al japonés. De hecho, Murakami es absolutamente reacio a dar
conferencias en japonés, pero accede gustosamente a hacerlo en inglés, porque
en este idioma dice lo que puede decir, y en el suyo propio se le hace
imposible la mismísima selección del léxico, por ejemplo.
Desde el comienzo,
Murakami reivindica la experiencia vital como núcleo fuerte de la vivencias que
te permitirán afrontar la escritura de una novela. El azar que todo lo domina, La
vida no transcurre como uno la imagina, nos deja, en cierto modo, desguarnecidos
frente al mundo, frente a la realidad, por eso es importante su reivindicación
de la experiencia: En inglés existe el término streetwise, la sabiduría de
la calle, que se refiere a esa inteligencia práctica adquirida por alguien
capaz de sobrevivir en una ciudad. A trancas y barrancas, aun siendo hijo
de profesores, saco adelante una licenciatura de la que jamás vivió. Montó un
bar de ambiente dedicado al jazz y cuando empezó a escribir, lo arriesgó todo a
la carta de la profesionalidad literaria. Con todo, Murakami es un caso muy
particular de escritor de vocación a quien el éxito le ha permitido convertir
su afición en fuente de ingresos. Como él defiende, orgullosamente: Nunca me
he oído decir: «No me apetece escribir, pero no me queda más remedio porque
tengo un encargo». Como no acepto compromisos, no tengo fechas límite. Por eso
no me afecta en absoluto el sufrimiento provocado por el writer’s block. Para
mí escribir es un alivio psicológico porque no hay nada más estresante para un
escritor que sentirse obligado a escribir cuando no tiene ganas. Desde esta
perspectiva, pues, Murakami no tiene más compromiso que consigo mismo, y eso
significa la «libertad», algo que, en los escritores, no necesariamente va
unida siempre al éxito, dados los férreos condicionamientos que la industria
literaria establece para poder acceder a la publicación y para hacerlo
regularmente. No fue su caso, desde que ganó el premio convocado por una
revista y supo que podía tener futuro en el campo de la escritura. Que un buen
día, después de haber alcanzado el éxito, Murakami decidiera abandonar el Japón,
porque percibía que se había creado en torno a su persona un ambiente hostil,
nos habla bien a las claras de que ni el éxito global impide que afloren
rivalidades, enemistades o inquinas absolutamente ajenas a la persona y a la
obra, pero que actúan con un poder a veces avasallador. Ayer mismo veíamos mi
Conjunta y yo Una vida privada, de Louis Malle, sobre cómo el acoso de
los media puede arruinar la vida de una actriz, en este caso interpretada por
BB, y destrozarla. Murakami lo evitó convirtiéndose en una suerte de escritor
itinerante que pasa temporadas en Hawái, en Boston, en Nueva York, en Japón, en
París, y siempre con su obra a cuestas, porque, como él repite lúcidamente: Escribir
novelas constituye un trabajo individual sin un final determinado, que se lleva
a cabo en una habitación cerrada. Y no solo eso, sino que al principio, cuando
empezó, Murakami tampoco tenía la famosa «habitación propia» que predicaba como
requisito existencial Virginia Woolf, sino que escribía en la mesa de la cocina
cuando su esposa se iba a dormir, de ahí que: En el fondo, cualquier sitio
donde uno se ponga a escribir se transforma de inmediato en una habitación
cerrada, en un estudio móvil. Y no nos engañemos, nada tópicamente místico
ocurre en ese lugar, salvo la fecunda mezcla de la inspiración y la soledad,
porque Un escritor es un individuo que crea un mundo propio en su interior y
lo hace crecer día a día. […] Da igual la época, da igual de qué mundo
se trate, la imaginación tiene un sentido crucial. Uno de los conceptos
opuestos a la imaginación es la eficacia. Luego volveremos sobre este
concepto de la eficacia, pero, antes, conviene añadir, la segunda muleta de esa
tarea: la soledad: Decir que es un trabajo solitario tiene incluso algo de
trivial, Hay que escribir una novela para comprender verdaderamente la
dimensión de la soledad.
A la «eficacia»,
como concepto antitético de la imaginación le dedica Murakami un excelente
capítulo en el que analiza el sistema educativo y su terrible obra de demolición
sobre la imaginación. Se trata de un capítulo [Capítulo 8 Sobre la educación]
que rara vez veo citado en las controversias sobre las nuevas corrientes
pedagógicas, la ausencia de criterios sólidos que orienten la labor educativa
y, en general, en la homogeneización terrible a la que se aspira, en vez de a
la potenciación de los valores de cada cual. Murakami confiesa que «sufrió» el
sistema educativo y que nunca lo olvidará. Tuvo que buscar una alternativa a
ese sufrimiento y él la halló en la lectura. La cita es larga, pero entiendo
que me disculparán, dado el interés de cuanto dice: Al echar la vista atrás me doy cuenta de
que la mayor ayuda que tuve en mi época de estudiante me la proporcionaron
algunos amigos íntimos y los libros. […] Ocupaba mis días en la lectura
deleitándome con cada uno de mis libros mientras los digería (aunque en muchos
casos, lo reconozco, no lo logré). Apenas tenía margen para pensar en otra cosa
que no fueran los libros, pero estoy convencido de que para mí fue algo bueno. […]
De no haber leído tantos libros estoy seguro de que mi vida habría sido más
gris, deprimente incluso, apática. Leer fue mi gran escuela, ese lugar
construido especialmente por y para mí, donde aprendí muchas cosas importantes
de la vida. En ese lugar no existían reglas absurdas ni juicios de valor en
función de números o estadísticas. Tampoco había competitividad, no había nadie
interesado en alcanzar el primer puesto de ningún ranking. […] El
espacio que imagino para la recuperación el individuo se acerca mucho a ese
concepto. […] Mis padres eran profesores de lengua (aunque mi madre dejó
de trabajar cuando se casó). Nunca me reprocharon que leyese demasiado. No
estaban contentos con mis notas, pero nunca me obligaron a dejar la lectura
para estudiar para un determinado examen. Puede que me lo dijeran en alguna
ocasión, pero no lo recuerdo como una exigencia. Es una de las cosas que más
les agradezco.
Ese casi enigmático
«espacio para la recuperación del individuo» del que habla Murakami es
un concepto capital en su defensa de la necesidad que tienen los individuos de
afirmarse en sí mismos y de identificarse con algo que les permita alcanzar el
equilibrio frente a una sociedad alarmantemente enferma, en la que no pocos
adolescentes, por ejemplo, por la competitividad escolar, el abuso u otra razones
colaterales acaban escogiendo la trágica salida del suicidio. Para Murakami ese
espacio fue la lectura. Cada cual ha de buscarse el suyo.
Murakami
concibe sus novelas como una aventura personal: Cuando empiezo una nueva
novela, mi corazón palpita con fuerza cada vez que me pregunto a quién voy a
conocer en esta ocasión. Y, como hemos visto, se trata de un trabajo duro y
solitario con altos requerimientos espirituales y físicos que Murakami resuelve
gracias, por un lado, a su afición al ejercicio físico, a las carreras de
fondo, y, por otro, a su negativa a considerarse un «artista», con todos los
aditamentos tópicos que ello conlleva, porque es muy difícil desprenderse de
los tópicos que nos llegan a través de la propia literatura y del cine sobre
los escritores como complicados sujetos dependientes de la caprichosa inspiración
para conseguir escribir una obra maestra. Con la humildad a que te obliga el
conocimiento de tus propias limitaciones atléticas [La combinación diaria de
ejercicio físico y trabajo intelectual, por tanto, produce un efecto idóneo
para el trabajo creativo del escritor],
Murakami da gracias por no haberse sentido nunca un «artista». Una reflexión
que sirve de culminación a su método riguroso de escritura, nada dependiente de
la inspiración y sí todo de la famosa «transpiración», en célebre frase atribuida
a Thomas Alva Edison: Para escribir
novelas largas me impongo la regla de completar diez páginas al día. Se trata
de un tipo de papel cuadriculado, específico para escribir en japonés, en el
que caben cuatrocientos ideogramas, y la misma plantilla en el ordenador ocupa
dos pantallas y media. […] Aunque tenga ganas de escribir más, lo dejo
en cuanto llego a las diez páginas; y si las cosas no salen según lo esperado,
me esfuerzo por cumplir mi objetivo. La regularidad en un empeño a largo plazo
es crucial. […] A lo mejor los artistas no se lo plantean así, pero yo
me pregunto: ¿por qué un escritor tiene que comportarse o ser como un artista? […]
Cada cual puede escribir a su manera, como le resulte más conveniente. De
entrada, admitir que no hace falta ser un artista constituye un alivio inmenso.
Antes que artista, un escritor debe ser libre.
Murakami entra en la técnica que sigue para la construcción
de los personajes y en cómo, a veces, la misma historia crece a partir de
ellos, no de su propia voluntad. Ese «mundo» ajeno, pero nacido de sí, necesita
una indagación a fondo, algo para lo que la personalidad de Murakami está más
que preparada, porque, como él dice de sí: Tengo una tendencia innata a
profundizar al máximo en las cosas que me gustan e interesan. No dejo nada a
medias ni me digo a mí mismo a modo de excusa que ya es suficiente. No paro
hasta que me doy por satisfecho, pero si la cosa en cuestión no me interesa, me
ocurre todo lo contrario, soy incapaz de pasar de la superficie. No le dedico
ni un segundo. Tengo claras mis preferencias, y si me veo obligado a hacer
algo, cumplo por pura obligación en el menos espacio de tiempo posible.
En el libro el lector, ¡y mucho más si
también es escritor!, hallará una verdadera apología de la experiencia vital
para la ideación y práctica novelísticas, amén de múltiples referencias a
autores y otras disciplinas artísticas, como el cine, que complementan a la
perfección lo que para Murakami significa escribir. Y no tardamos en comprender
su perspectiva cuando cita a Isak Dinesen: «Escribo todos los días poco a poco,
sin esperanza ni desesperanza». No hay mejor fórmula, y ya hemos reseñado la
suya propia, para aventurarse en la escritura de una novela. Murakami, fiel a
su concepción de autor holístico que armoniza lo espiritual y lo físico, anima
a cualquiera con una defensa del oficio sobre la inspiración: Cualquier
cuestión que implique experiencia es crucial para un escritor. Lo que pretendo
decir es que, a pesar de no contar esas experiencias tan potentes, se puede
escribir una novela. Cualquiera puede extraer una fuerza sorprendente de
experiencias aparentemente pequeñas. Hay una expresión japonesa que dice: «La
madera se hunde y la piedra flota». Se refiere a que a veces suceden cosas que
en condiciones normales parecen imposibles.
En efecto, nos parece inverosímil que de
la nada acabe construyéndose un mundo complejo que suscita la pasión de los lectores,
algo que, y acabamos, responde a un imperativo que nadie puede obviar: En
cualquier caso, mi premisa fundamental a la hora de escribir, a saber, que me
resulte divertido, no ha variado sustancialmente. Si disfruto al hacerlo, estoy
seguro de que habrá lectores en alguna parte que disfrutarán conmigo. […] No
sé quiénes son las personas que se interesan por mis libros y, por tanto, no me
queda más remedio que escribir para disfrutar con lo que hago. […] Las
novelas brotan con naturalidad del interior de uno mismo. No se construyen a
golpe de estrategia. No se puede escribir una novela después de realizar un
estudio de mercado.