Mi primer Balzac, y nunca mejor elegido al más puro azar objetivo.
Si los Episodios nacionales, de
Galdós, los dejé deliberadamente para los tiempos supuestamente generosos, en
términos temporales, de la jubilación, ¡serio error de apreciación…!, Balzac
era otra de esas lecturas que no me apremiaban en vida laboral, de por sí ya
muy llena de muchas otras, y postergaba hasta años como el presente. Curiosamente,
ha coincidido mi lectura con el siempre ameno e interesante artículo que Jordi
Llovet le dedicó en Quadern a una reedición de la Fisiología del matrimonio,
del mismo autor, y del que he tomado muy buena nota. La piel de zapa lo
tengo comprado desde hace mucho, a la espera del tiempo de su lectura, que
acabo de realizar.
Como lo ignoraba casi todo sobre el autor, ahora sé que esta
novela forma parte de su ciclo monumental agrupado bajo el marbete de La
comedia humana, con esta lectura así mismo inaugurado. Y he de confesar
que, salvo desengaños posteriores, me he abierto un horizonte de lecturas en
todo similar al que me abrí con mi afición a las nouvelles de Simenon,
siempre de agradable lectura, aun, con mis limitaciones, en el original francés.
La serie de novelas «filosóficas» no tardarán en aparecer por casa, porque el
botón de muestra que contiene La piel de zapa da a entender que han de
ser muy interesantes.
Bien se puede decir que esta novela fue el detonante de la
fama del autor y su aceptación como uno de los escritores franceses más
representativos de su generación. Y no me extraña. La novela, muy ambiciosa, reúne muy diversas tendencias:
el drama existencial, la novela romántica, la fábula oriental, la novela
filosófica, la devoción por la ciencia y la reflexión moral y política, así
como una descripción del ambiente social, sin dejar por ello de lado el fino análisis
psicológico de los muchos y variados personajes que aparecen en la obra: Para
juzgar a un hombre se necesita al menos estar en el secreto de sus
pensamientos, de sus desventuras, de sus emociones; no querer conocer de su
vida sino los acontecimientos materiales es hacer simple cronología, la
historia de los necios.
A punto de suicidarse lanzándose al Sena en plena noche, después
de haber perdido sus últimos dineros en una casa de juegos, el joven Rafael
decide postergar el momento de hacerlo y entra en una tienda de anticuario
donde se encuentra con un propietario tan fabuloso como la prenda con que lo va
a obsequiar, aunque más tiene de condena que de obsequio, porque ha de firmar
un contrato que liga su vida a la aceptación del poder de la piel de onagro que
tiene la virtud de hacer que sus deseos se cumplan, si bien cada vez que
manifieste un deseo la piel se encogerá, hasta que llegue a acabar entregando
su vida a cambio de esos deseos. El «sabio» enigmático que regenta la tienda va
a mantener con Rafael una conversación que marcará el rumbo de su vida en el
inmediato futuro. Se trata, en su conjunto, de una situación trágica, el
suicidio inminente de un joven que desespera de poder hallar su sitio a través
del estudio en la sociedad, y de un encuentro en el que el discurrir filosófico-mistérico
del anciano rescatará en Rafael la ambición que guiaba sus pasos a través del
esfuerzo, sustituyendo estos, a partir de ahora, por las artes mágicas del
trozo de piel que, como amuleto, acabará aceptando Rafael, no sin antes dejarse
convencer por la persuasión de su mefistofélico interlocutor: El hombre se
agota por dos actos realizados instintivamente y que secan las fuentes de su
existencia. Dos verbos expresan todas las formas que toman esas dos causas de
muerte: Querer y Poder. […] Querer nos abrasa y Poder
nos destruye: pero Saber deja a nuestra débil organización en un
perpetuo estado de calma. […] En dos palabras: he colocado mi vida no en
el corazón, que se rompe, ni en los sentidos, que se embotan, sino en el
cerebro, que no se desgasta y sobrevive a todo. […] Mi única ambición ha
sido ver. Ver, ¿no es saber? […] El pensamiento es la llave de todos los
tesoros, proporciona los goces del avaro, exentos de todos sus sinsabores.
[…] Lo que los hombres llaman pesares, amores, ambiciones, reveses,
tristeza, son para mí ideas que yo transformo en ilusiones; en vez de
sentirlas, las expreso, las traduzco; en lugar de dejarles que devoren mi vida,
las dramatizo, la desarrollo; me divierto con ellas como lo haría con novelas
que leyera por distracción.
La presencia de Rastignac, que como protagonista en Papá Goriot se nos presentará
como un modelo de ética que no se compadece con el retrato que se nos da aquí, es
determinante para convencer a Rafael de que la mejor manera de suicidarse es
entregarse al libertinaje hasta que este acabe con uno: Yo también, como
todos los jóvenes, he meditado sobre el suicidio. ¿Quién de nosotros a los
treinta años no se ha matado dos o tres veces? Pues no he encontrado nada mejor
que desgastar la existencia con el placer. Sumérgete en una disolución
profunda: tu pasión o tú pereceréis en ella. El libertinaje, querido, es el rey
de todas las muertes. Eso le dice en una reunión con otros jóvenes que
pretenden fundar un periódico del que quieren hacer a Rafael la cabeza visible: El poder se ha trasladado, como sabes, de
las Tullerías a casa de los periodistas. […] El gobierno, es decir la
aristocracia de banqueros y abogados que se ocupan hoy de la patria como los
curas se ocupaban antiguamente de la monarquía, ha sentido la necesidad de
engañar al buen pueblo de Francia con palabras nuevas e ideas rancias, a
ejemplo de los filósofos de todas las escuelas y los hombres fuertes de todos
los tiempos. Un banquete que degenera en francachela y del que Rafael sale
con un contrato para escribir memorias ficticias, lo que le permite instalarse
en una habitación modesta donde proseguir sus estudios para escribir su gran
tratado sobre la voluntad y desde donde aspirará a enamorar a Fedora, una mujer
caracterizada por destruir a cualquier amante que pretendiera someterla a su
poder, a través de la seducción. Para Rafael, Fedora se convierte en una pasión
irreprimible que está a punto de llevarlo al asesinato, aunque sabe retirarse a
tiempo y continuar con su vida hasta que recibe una herencia cuantiosa que lo
convierte en una persona rica. En el cuarto donde se instaló establece una
relación afectiva con la hija de la dueña, Pauline, a quien da lecciones de
cultura y de piano. Más tarde, cuando la propia familia de Pauline se ha
enriquecido por la llegada del padre que estaba en el extranjero, en Sudamérica,
ambos coinciden en el teatro y se produce una anagnórisis que acabará en
enamoramiento y en anuncio de boda.
En la medida en que el protagonista advierte que se va
cumpliendo la ominosa parte del contrato, que la piel encoge y él se acerca
cada vez más al peligro de muerte, inicia una ronda científica para tratar de
someter la piel a un tratamiento material que impida el encogimiento, pero no
hay ciencia humana que pueda luchar contra la contracción de la piel. En esa
deriva científica se intuye la poderosa vena realista del autor, si bien el
rasgo fantástico de la novela es el que permite seguir las peripecias de los
esposos con redoblado interés, porque la ciencia, advirtiendo su impotencia
frente a la piel, deriva la raíz del misterio a la propia salud del
protagonista, quien se instalará en un balneario de montaña para combatir un
mal, al estilo de lo que habría de ser, mucho después, el hotel balneario de La
montaña mágica, de Mann. El enfrentamiento con los residentes, un episodio
estupendo en el que se retrata la marginación del diferente, frente al que se
agrupan «los otros» para marcarlo con el estigma del peligro, acaba en un duelo al que él asiste con el
fatal conocimiento previo de que habrá de huir de las autoridades tras matar a
su oponente sin siquiera disparar él la pistola.
Balzac, un autor de compleja personalidad, que se describe,
en la figura de Rafael, a sí mismo en su
habitación mísera en la época de sus inicios como escritor, sin contar con el
aval y la ayuda de sus padres, pero fiel a su determinación de convertirse en
escritor a toda costa, llena su novela de muchos apuntes francamente
interesantes sobre muchas realidades de su tiempo, y buena parte de ellos
tienen que ver con su propia obra literaria, porque Rafael es, a todas luces,
un alter ego del autor, mutatis mutandis. Si ibas a dormir por diez céntimos
en esas casas filantrópicas en las que los mendigos duermen apoyados en cuerdas
tirantes…, no describe el autor con un realismo que parece preludiar el aún
lejano naturalismo de Zola; el mismo que, ante el caso de Rafael, le sirve para
hacerse eco de un problema que fue de ayer y que es de hoy: Cada suicidio es
un poema sublima de melancolía. ¿Dónde podrá encontrarse en el mar de la
literatura, un libro flotando que pueda luchar en genio con este suelto?:
«Ayer, a las cuatro, un joven se echó al Sena desde el puente de las Artes.»
Está claro que Rafael ha escogido el
camino que le ha abierto la posesión fantástica de la piel de onagro para
aventurarse en la vida, pero no es menos cierto que Balzac sabe sacarle a esa
maldición un rendimiento dramático que va creciendo, de forma sostenida, hasta
un final romántico. A su manera, Oscar Wilde aprendió muy bien la lección de
Balzac para su Retrato de Dorian Gray, que se condensa en esta Piel de zapa tan
inspiradora y emotiva. Sencillamente, no
me esperaba un relato tan magistral como el que acabo de leer. Es cierto que el
intermedio científico es asaz moroso y distrae no poco del curso de los
acontecimientos que el lector quiere seguir, pero Balzac siempre encuentra el
modo de sacar alguna enseñanza que nos compensa por esas páginas que nos
detienen en exceso.
La importancia del fundamento económico
de la sociedad y de los individuos que pueblan el periodo postnapoleónico en
Francia es uno de los rasgos distintivos de algunas novelas de Balzac. Él mismo
durante toda su vida anduvo en pleitos, morosidades, impagados, créditos y
otros pormenores económicos de los que habla en sus novelas con mucho
conocimiento propio y excepcional agudeza. En general, los juicios críticos del
autor, a pesar de su recio conservadurismo, siguen teniendo vigencia, porque
quien ha buceado en sí mismo con tanta diligencia ha sabido entrar en los demás
con y sin respeto, pero hasta la médula del hueso. Nada humano le era ajeno, y
esa curiosidad, expresada por el viejo anticuario, por saber enriquece sus
novelas extraordinariamente. Pongamos por caso su concepción de la prensa:
—
El periodismo, ves, es la religión de las sociedades modernas y es un progreso.
—¿Por
qué?
—Porque
los pontífices no están obligados a creer, ni el pueblo tampoco
que
remacha cuando, ya casado con Pauline y disfrutando de las excelencias del
matrimonio que se basta a sí mismo, sin necesitar nada fuera de él, Rafael se
queda adormilado leyendo el periódico —político por definición— y Pauline se lo
arrebata: Rafael había olvidado su periódico. Paulina lo cogió, lo arrugó,
hizo una bola con él y la lanzó al jardín: el gato corrió tras de la política
que giraba como siempre, sobre sí misma.
Sorprende, además, en ese mundo densamente
conceptual de Balzac que acabo de descubrir, algunos relámpagos de ingenio muy
adelantado a su época, como se advierte en esta definición del arte: No hay
nada en el lenguaje humano, ninguna traducción del pensamiento hecha con ayuda
de los colores, de los mármoles, de las palabras o de los sonidos que pueda
representar el nervio, la verdad, lo acabado, la rapidez del sentimiento en el
alma. ¡Sí, quien dice arte dice mentira! Una mentira que se reviste, en La
piel de zapa, con todas las falas de lo real objetivo, a pesar de la acusada
sentimentalidad que preside buena parte de la historia, sobre todo al final, un
desenlace que reúne todas las características de un final operístico que se
adelanta, también, de forma precursora, a La dama de las camelias, de
Dumas, hijo.
Permítanme consignar, a modo de coda,
algunas de las observaciones con que va esmaltando Balzac su historia, destellos
de su aguzado ingenio y de su baqueteada experiencia:
En primer lugar una observación sobre
el sueño que se adelanta a las investigaciones de Freud: El sueño, hecho vulgar en apariencia, pero en el fondo lleno de
problemas insolubles para el sabio.
Un apunte ligero, casi frívolo, pero
con un envidiable poder de síntesis, además de una prefiguración de la
importancia capital del género en el realismo del XIX: Era más que una
mujer, era una novela…
Un apunte histórico que, conveniente y
modestamente investigado, nos da como resultado que la vendetta era algo
así como el sistema judicial popular de la isla de Córcega. De hecho, Balzac publicó
en el mismo año que La piel de zapa un libro sobre Córcega titulado
precisamente así: La vendetta: Como el deseo de venganza roe el
corazón de un fraile corso…
Un apunte social que nos roca muy de
cerca: Señora, hay dos tipos de miserias. La que va por las calles vestida
de harapos pero con la cabeza alta y que, sin saberlo, imita a Diógenes.
[…] Y luego está la miseria del lujo, una miseria española que oculta la
mendicidad bajo un título nobiliario: orgullosa y engalanada con plumas.
De Fisiología del matrimonio,
publicado antes que la novela que nos ocupa, debió de sacar Balzac esta
sentencia lapidaria: El matrimonio es un sacramento en virtud del cual no
nos comunicamos más que disgustos.
Y, finalmente, que es también conclusión
llena de delicadeza moral y estilística, estefino apunte psicológico de Balzac
que nos remite a las literaturas galantes del VIII francés, cuando,
efectivamente, una frase dicha oportunamente podría arruinar una reputación: En
Francia sabemos cauterizar una llaga: pero aún no conocemos remedio para el
daño que produce una simple frase.