viernes, 31 de mayo de 2019

Los «Diálogos», de Pedro Mejía o el arte eminente de la miscelánea.
















Un género clásico que el humanista Pedro mejía, autor de la celebérrima Silva de varia lección, aclimata en nuestra literatura: Una colección «sabrosa» de noticias variopintas y algunas cuestiones tradicionales: los médicos, los convites, etc.

Hay clásicos a los que no se visita porque se ignora el caudal de placer que son capaces de depararnos, sin que, como creen los lectores ingenuos, hayamos de atravesar el campo minado de una lengua poco menos que esotérica a juzgar por la respetable ancianidad desde la que nos habla, y sin que reparen en la belleza propia, ¡y tan atractiva!, de esos estadios primeros del desarrollo de nuestra lengua castellana. La silva de varia lección es su obra cumbre, la que le valió la reputación de que goza en nuestra Historia de la literatura, si bien, todo hemos de decirlo, en ese apartado menor de lo que los especialistas  llaman la literatura didáctica, gnómica y también miscelánea: un género fronterizo entre la narración de apólogos, la Historia, la divulgación científica y el folclore, así como lo que luego sería uno de los  géneros románticos por naturaleza: el cuadro de costumbres.
En castellano usamos para los libros de misceláneas un galicismo, pot pourri, «popurrí», que nació allá como calco de nuestra famosa «olla podrida» aquí. Yo propongo, sin embargo, otra voz que, relacionándose también con la comida, incluye en su significado la idea del viaje: matalotaje, lo que viene de perlas para entender este género del Diálogo que restauran los humanistas como Petrarca a imitación de los diálogos filosóficos, principalmente los platónicos.
Pero Mejía se jacta en el proemio de la obra de haber sido el primero en aclimatar a nuestra literatura el género del diálogo, si bien no tarda en añadir que esta obra bebe de las mismas fuentes de las que bebió su libro clave: Silva de varia lección, título que explica él mismo: Le puse por nombre Silva, porque en las selvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla. Este desorden es el propio de los modelos en los que se basa toda la variada colección de textos misceláneos que van desde La Officina, de Ravisio Textor , estricto contemporáneo de Mejía, quien usa las mismas fuentes ue usa nuestro autor, muy especialmente el libro canónico de Aulo Gelio, cuyas Noches áticas pasan por ser el modelo por excelencia del género de la miscelánea.
Pero Mejía inaugura una corriente en nuestra literatura desde unos niveles de excelencia muy marcados, y ello a pesar de que al desarrollarlo se queja él de su escasa pericia y del espíritu lúdico con que decidió emprender la aventura de aclimatarlo en España: Me quise ocupar en este ejercicio, más por mi recreación y por probar la mano en este género de escritura que porque creí que hacía cosa que mereciese el acatamiento de Vuestra Señoría ni salir a luz actitud y fines de la Silva de varia lección.
El autor hace una selección temática que se centra en los motivos más comunes para esta clase de obras dialogadas. En primer lugar: los médicos, y la terrible disputa entre ignorarlos o seguir sus consejos que atraviesa el humanismo, el renacimiento, el barroco y que comienza a desaparecer con la llegada de la ciencia experimental al ámbito de la medicina, si bien, por lo que se leerá, siguen vivos en nuestra sociedad los hondos recelos hacia los «matasanos», de lo que familiares y amigos nos ejemplos a cada cual ejemplos supersticiosos como para escribir una antología del terror a los esforzados galenos. Pasamos después al dialogo sobre los convites, esa institución social helénica que desde el Symposio de Jenofonte llega hasta nuestros días, con textos de tanta importancia como el Satiricón de Petronio con el famoso Banquete de Trimalción, una de las joyas de la literatura clásica. Finalmente, el coloquio llamado «del porfiado», en el que se incluye un maravilloso «elogio del asno», digno de figurar como pórtico del libro de Juan Ramon Jiménez, y que responde a una tradición perfectamente estudiada en la creación grecolatina clásica, en buena parte como ejercicios propios de la retórica. Desde el Elogio de la mosca, de Luciano, pasando por el Elogio de la calvicie, de Sinesio de Corene, hasta el Elogio el papagayo de Dion de Prusa o la Alabanza de la indolencia, de Marco Cornelio Frontón, sin olvidar el Elogio de la vista del águila de Apuleyo, estamos ante un género que reaparece en el renacimiento de la mano del Elogio de la locura de Erasmo y que, propiamente ha llegado a nuestras días, como en Movimiento Perpetuo, de Augusto Monterroso o en el elogio de la pereza, ascendido a Derecho a la pereza, de Paul Lafargue.
Los otros diálogos, algo más enrevesados, por lo en mantillas que aún estaba la ciencia experimental tienen como objeto el sol, la tierra y la naturaleza, y son, obviamente, los realmente «envejecidos», aunque hay en ellos algunas muestras de ingenuidad poética que hará las delicias de los intelectores que se atrevan a una lectura de la que en modo alguno se van a arrepentir.
         Entremos, sin más demora, en ese viejo litigio entre la salud, su ausencia y quienes se reclaman como los apropiados restablecedores de ella. El diálogo se abre con la contundente afirmación de uno de los interlocutores: He vivido cuarenta y cinco años sin ellos, y sanada de algunas enfermedades con solo dieta y buen regimiento, la cual nos indica los dos argumentos tradicionales para mantener la salud: la dieta, entendiendo por tal la moderación en el comer y el beber, claro; y el buen regimiento, esto es las costumbres saludables, no agresivas para el cuerpo. Como pruebas de dicha afirmación se echa mano de la celebrada Antigüedad: Seiscientos años se defendieron los romanos de los médicos, que nunca los hubo en Roma ni los admitieron, y nunca tan sanos vivieron, ni tanto como en aquel tiempo. (…) Después de muerto Catón, andando el tiempo, con la cudicia y ambición y con otros vicios entraron los médicos en Roma. (…)  Pero sé también que desque comenzó a haber médicos se usó vivir poco los hombres, y que los romanos antiguos vivían más sanos y más tiempo que esos reyes y emperadores que dieron salarios e hicieron mercedes excesivas a médicos.  La convicción profunda en que una buena conducta alimentaria y unos hábitos saludables son suficientes para hurtarse a las «atenciones» de los doctores forma parte de un razonamiento que deja de lado lo «teórico» y se centra en lo «experimental», que viene a ser algo así como el elogio actual de la llamada «dieta mediterránea» para evitar algunos cánceres, sobre todo el de colon que tan extendido está y tantos muertos provoca. No nos sorprende, pues, desde nuestro presente pro-vegano…y pro-fitness el hincapié que entonces se hacía en el desprecio a quienes andaban, por aquel entonces, más a tientas, respeto de las diferentes patologías, que a ciertas…Como concluye Gaspar, frente a la defensa de la Medicina como ciencia que sostiene otra contertulio, Bernardo:  Así que, señor Bernardo, pues que ni vuestros argumentos ni las respuestas a los míos tienen fuerza, debéis de apartaros de vuestra opinión. No queráis que se deje de saber Medicina comúnmente, pues se puede saber; no nos hagamos sujetos a la voluntad de dos o tres, y que, como se queja Plinio, por no querer saber lo que nos cumple, andemos con ajenos pies, comamos con ajeno apetito y que sea otro el árbitro de nuestra salud y vida; no dificultéis tanto este negocio que queráis que para curar sea menester gastar la vida en los estudios, y que se cobren más enfermedades por saberlo que se pueden sanar con lo que se sabe. Bástenos, como dicho tengo, que por experiencias y dieta y buen regimiento nos curemos. No busquéis la experiencia racional, la experimental nos basta; no penséis que después de la razón se halló la medicina, porque antes, hallada ella, se cayó en la razón; que el buen labrador o marinero con el uso y ejercicio se hizo maestro, no con estudiar ni aprender las calidades de los elementos, n los cursos de los planetas y estrellas, ni los libros del cielo y mundo de Aristóteles. (…) El comendador Hernán Núñez, preceptor de Retórica y otras artes en la insigne Universidad de Salamanca, el cual jamás ha fiado su salid de médicos, y la ha conservado más de setenta años sin ellos. (…) Asclepiades, condenando las reglas y preceptos de todos los otros curaba con solo dieta y regla en comer y beber, y con fricaciones de miembros. (…) Y decía el Asclepiades que su medicina era tan cierta, que él afirmaba de sí, porque la guardaba, que nunca enfermaría, y que si enfermase, no lo tuviesen por médico, y cumplió tan bien lo que afirmó, que jamás enfermó en su vida, y vino a morir muy viejo de que cayó de una escalera. Con todo, el tal Bernardo, en una posición ecléctica, viene a defender el conocimiento medico a través de la experimentación, y defiende que no hay por qué oponerse al saber y sus progresos, y que el saber y la experimentación no se oponen, sino que se complementan: Desto es prueba y argumento ver que para la una parte de la Medicina, que según ellos mismos es la principal, que la llaman esual  [ yc omo se nos indca en la oportuna y erudita nota a pie de página: [esual] corresponde a la parte de la medicina que hoy denominamos dietética y «la palabra esual es un latinismo crudo, relacionado directamente con los sustantivos esus (‘comida’) y esuries (‘apetito, hambre’)] Y remacha: ] Aliende de esto, muchas de las otras causas y noticia de letras y cosas que se han platicado, aunque quieran decir que saberse no sea notoriamente necesario, a lo menos no pueden negar que no sea provechoso, y que aunque no hiciesen al médico más diestro, que lo harán más discreto y avisado, y si no lo hicieren médico, hacerlo han más sabio y mayor médico, lo cual no puede ser sin aprender artes y letras. Y si estas cosas son dificultosas y muchas, no por eso debe desesperar de saberlas, como dijo el señor Gaspar, que bien sabemos que el arte es luenga, pero todo lo vence el continuo trabajo y buen ingenio, y si no se puede saber todo, sépase lo posible y más necesario. (…) Todas las cosas se juntan y ayudan y templan y resisten, lo cual verdaderamente es necesario hacer en la Medicina, y es de grandes efectos y provechos. Al principio del diálogo, demos este pequeño salto inverso, ya se nos avisó de que la posición del defensor de la Medicina, Bernardo, exigía una dedicación intelectual muy alejada de la vía del conocimiento meramente tradicional de la mayoría de los contertulios. De él, Bernardo, se dice, de forma encomiástica: -Aunque ha sido poco lo que ha dicho el señor Bernardo, no ha sido menester leer poco para decirlo. -Bien lo habéis retoricado -añade otro.
Y a título anecdótico, porque los clásicos siempre están llenos de datos inverosímiles, los autores de la edición,  Isaías Lerner y Rafael Malpartida, nos ofrecen en sus interesantísimas nota a pie de página esta noticia impagable acerca de una nueva especie vegetal importada de las Indias…: Este palo que llaman santo. [Nota: Sobre el llamado palo santo, remedio recién importado de América, véase ahora la edición bilingüe de El modo de adoperare el legno de India Occidentale, salutífero remedio a ogni piaga et mal incurabile de Francisco Delicado, que lo tiene por «único y actual remedio contra el mal francés, del cual padecí yo por veintitrés años, no curado jamás por ningún otro remedio sino por el sobredicho leño», del que describe su origen, modo de preparación, posología y dieta posterior] No ha de confundirse el palo santo, un árbol amazónico, familia de los cítricos, con el caki o palosanto, una fruta depurativa de origen oriental.
Los convites requieren unas condiciones mínimas que y quedaron establecidas desde la Antigüedad, y conviene recordarlas para que sepamos de que hablamos exactamente cundo hablamos de un banquete: Marco Varrón (…) según refiere Aulo Gelio, dice que para el perfeto y buen convite se requieren cuatro cosas: la primera, que los convidados sean de buena conversación y virtuosos (…); la segunda, que el lugar sea decente y bueno (…); la tercera, en que manda que el tiempo sea conveniente (…); la otra, es que en el aderezo y manjares haya primor y cuidado.[…] Maestro: Se os olvida alguna que toca a los convidados (…), y son que los convidados no sean muy habladores ni muy callados, porque dicen que el hablar y el predicar es para el púlpito, y el callar para la cama. (…) Aconsejan también que no se traten a la mesa negocios pesados ni graves, sino alegres y fáciles, y que se tenga manera que la conversación, con ser apacible, sea provechosa; finalmente, que tenga más de alegría que de gravedad, lo cual dio a entender bien Isócrates, orador excelentísimo, que siendo rogado en un convite que tratase de sus ciencias y artes, respondió él: «las cosas que yo sé y son de mi facultad, no son para este tiempo, y las deste lugar yo no las sé». Aparece Isócrates por primera vez en los Diálogos, y aprovecho para anunciar que, como propina de estos Diálogos, el autor, Pedro Mejía, hizo una traducción de la  Parénesis o exhortación a Virtud que se ha añadido a su obra desde las primeras ediciones. Se trata de un manual de consejos edificantes siguiendo el modelo que instauró Hesíodo en Los trabajos y los días. Concluiremos esta revisión de los Diálogos con un breve muestrario de esas recomendaciones “para bien vivir” de un autor para el que el “servicio público” de ilustración de sus lectores formaba parte de sus desvelos intelectuales: quería formar e informar, y divertir, pero siempre con arreglo al argumento de autoridad de las innúmeros fuentes que consultaba y usaba. Era muy consciente, además, de que estaba inaugurando en nuestras Letras el fecundo género de la Miscelánea, que, en cierta manera, bien podría emparentarse hasta con las Etimologías de San Isidoro, desde luego, uno de los libros de más interesante lectura que puede echarse a los ojos un intelector de nuestros días. Lo garantizo. A las anteriores condiciones sine qua non del convite, haría falta añadir la del número de comensales, como no se le olvida recordar a Arnaldo, uno de los contertulios: Macrobio dice que no han de ser menos de tres ni más de nueve, y esto por el número de las Gracias, que dicen ser tres, y por el de las nueve Musas. [En Roma y en Atenas] [decían por refrán: «Siete es convite y nueve convicio y confusión». [De nuevo en oportuna nota, en este caso lexicográfica, los autores de la edición nos informan de un conocimiento necesario y sorprendente:  Convicio es «afrenta, injuria o improperio. Tiene poco uso, y viene del latín convicium, que significa esto mismo».].
         Como es obvio, este diálogo tiene poca materia discutible y sí mucha información de carácter anecdótico que alegra al lector por el caudal de informaciones que le permiten tener una idea de lo que a supuesto en la tradición europea el fenómeno social del convite. Así, y sin querer ser exhaustivos, no está de más recordar que, por ejemplo: Los romanos no comían más de una vez al día, y esa era cena. (…) Y dicen que los godos trujeron a Italia y a estas partes el comer dos veces al día de propósito. (…) y llaman cena adventicia al convite que se hacía al que venía de camino nuevamente, y cena recta al banquete complido o de propósito, al cual o a su igual convite Terencio llama cena dudosa, dando a entender que se servía tanto y tal, que dudaban en el escoger lo que comerían. (…) Según Sexto Pompeyo,  la que llamamos comida, que ellos llamaban propiamente prandio, la llamaban también cena las más veces. O que: Los romanos daban un puerco entero relleno de aves de diversas maneras, con grandes especias y aderezo, y por eso le llamaban puerco troyano. Y dice Plinio que el primero que dio puerco entero fue P. Servilio, y que Marcio Apicio los engordaba con higos pasados, y cuando los quería matar, les daba a beber clarea o aloja. [Los editores nos aclaran en la pertinente nota a pie de página: Clarea: Bebida que se hace con vino blanco, azúcar o miel, canela y otras especies aromáticas, según el gusto de cada uno. Alojo: Bebida que se compone de agua, miel y especias.] Pero para los lectores que pecan de filólogos, quizás la noticia más curiosa sea la de que en este texto aparece por vez primera en nuestra literatura la palabra «humanista», al decir de sus editores: Maestro: La verdad es que yo no pensaba que lo había con teólogos, sino con humanistas, y por eso echaba la cosa a hipocresía, pero paréceme que hallo en esto mejor recaudo, y temo que me habéis de llevar por santidad, porque es cosa que se usa agora mucho. [Nota: Puede que sea la primera documentación en castellano del sustantivo humanista (no en vano la primer aparición en francés del término puede vincularse con Mejía. En DCECH se consigna 1613 con texto de Cervantes, pero ya se encontraba en autores como Juan de Arce de Otálora o Luis de Granada. [Aquí] se entiende por humanista aquel que domina o cultiva las letras humanas, frente al teólogo que se dedica al estudio de las cosas divinas.] Y, finalmente, un uso «asombroso» que deberíamos rescatar: Ya sabéis que era ésa ley de convite antigua en Roma, que el convidado podía llevar otro, y llamábanlo sombra. [Nota: Plutarco dice llamarse sombra porque Aristodemo, convidado por Sócrates para el convite de Agatón, «entró primero que Sócrates, como la sombra va delante del que deja al sol atrás», que me parece de una delicadeza apotegmática excepcional.
         El diálogo sobre el porfiado contiene el ya mencionado elogio  del asno que me parece lo más sobresaliente de él y que conviene recoger íntegro sin mayor atención a algunos otros centros de interés como el intento de definición psicológica de un rasgo de conducta, la porfía, la terquedad, que depara algunas intervenciones brillantes, como cuando uno de los contertulios define la porfía sumada al espíritu de la contradicción de «quien sabe»:   Ludovico: Vuestra Merced que no solamente es porfiado, pero es espíritu de contradicción, porque ninguna cosa ve formar a otro que no la contradice y afirma y sustenta lo contrario, y no le faltan razones aparentes para lo uno y lo otro, porque, como os dijimos, verdaderamente es de agudo ingenio, y ha leído y visto mucho. A lo que otro compañero remacha: Fabián: De manera que se verifica en él lo que decía Hernando de Vega, que es peligro ser los hombres leídos, porque por la mayor parte son muy habladores. Esa prevención contra las personas letradas como fuente de inagotable cháchara con ínfulas se desarma cuando advertimos que el Bachiller no solo les hace el impecable elogio del asno, sino que, además, parte de una premisa que conviene no olvidar, dada la reverencia de Pedro Mejía al principio de autoridad: Bachiller:  Suélese decir común opinión la que los más tienen, de manera que es mejor que tengamos con los sabios, aunque sean menos, que no llegarnos a la comunidad de los simples, y así se manda entre los preceptos de la Ley que no siga el hombre la multitud ni se aparte de la verdad por consentir el parecer y sentir de los más. Y vamos ya, sin otra interrupción a ese admirable elogio el asno, digno de figurar en las crestomatías junto al famosísimo Elogio del acordeón, de Pío Baroja: Bachiller: Pues que me dais licencia, yo quiero esta vez hacer del retórico, que según os mostráis odiosos a la causa, todo creo ha de ser menester, aunque confiado estoy que tengo de persuadiros mi opinión, y que oyendo lo que se dirá, ese odio se ha de volver en afición, porque trato este negocio ante personas sabias y virtuosas. Y aunque apriesa y con brevedad, decirse han tan ciertas y tan importantes excelencias de nuestro asno, que no podréis dejar de entender que tengo razón y de confesar la verdad. Y para esto pido una cosa justa que no se me debe negar, y es que no se mire en este juicio el menosprecio que el pueblo hace y a la poca estima con que el asno es tratado comúnmente agora de los hombres, sino que se conozca y estime la verdad en lo que debe, do quiera que esté porque la estimación ajena y la bajeza y humildad del estado o lugar, no quita la virtud a la cosa, como no es menos fina la piedra preciosa porque la quitéis de la cabeza y la pongáis en el pie, cuanto mas que una de las mayores excelencias del asno es ser tan común y tan humilde, porque sus provechos se comunican así más y gozan y participan dél todos como en el proceso mostremos. (…) Entre las grandes riquezas que del santo y paciente Job se escriben pone la Santa Escritura por una de las mayores que tenía quinientas asnas. (…) Por excelencia lo consagraron y dedicaron al dios Baco, y aliende desto, lo honraron tanto, que lo fingieron y aposentaron en el cielo, y así hay dos estrellas en el sino de Cancro llamas Asnillos. (…) Y también sabemos que el asna en que iba el profeta Balaam, quiso Dios que viese el ángel que se le ponía delante, y aun antes que el mismo profeta, y que hablase y lo manifestase ella propia, que es cosa maravillosa y que contiene misterios y significaciones. (…) la leche del asna, bebida, aprovecha contra todo veneno, y sana y cura el dolor de la gota. (…), la misma leche, mezclada con el polvo de sus uñas, es excelente medicina para el mal de los ojos, y con la leche sola sabemos de muchos hombres que, estando casi para morir, han sanado. (…) Se podría decir que el asno no es hábil para la guerra ni para pelear, porque esto verdaderamente lo tengo por privilegio y gracia que Dios le dio por que para tan mala cosa como es matarse los hombres los unos a los otros, él no fuese dispuesto, de manera que para sustentar y ayudar la vida del hombre en la misma guerra y fuera della, en todas las cosas se sirven dél y es provechoso, pero par dañar y empecer al hombre, no quiso Dios que lo hallasen tan aparejado. (…) Se escribe en los Libros de los Reyes que estando cercada Samaria del rey de Siria, llegó a valer una cabeza de asno (para comerla) ochocientas monedas de plata o reales.
         Para acabar, aunque siento defraudar a los espíritus científicos, hurtándole la recensión de esos diálogos sobre los fenómenos naturales tan simpáticos… Bueno, aportemos un ejemplo, que no se diga: Antonino: Pero muchas veces, y las más, le acontece que en la media región topa esta exhalación con alguna nube de las que se engendraron, como está declarado, de vapores húmidos que antes o juntamente con ella subieron, e impedida y cercada de la nube ya fría y húmida, se recoge y aprieta, hasta que de muy apretada, así el calor del frío, por la acción o obra que dijimos llamarse antiparistes, que la lengua castellana no tiene vocablo que le signifique, se esfuerza y escalienta más, y busca naturalmente la salida, y al cabo rompe la nube. Y deste rompimieno, como de  romper un pergamino, y de pasar lo caliente por lo húmido, se causa el sonido, que es lo que llamamos trueno. (…) Y esta exhalación, que desta manera sale ardiendo, o que de la colisión y rompimiento de la nube como pedernal se encendió, causa la lumbre y resplandor a que decimos relámpago. (…) Esta exhalación impetuosísima (…) viene con tanta violencia y actividad tan grande , que todo lo que topa más fuerte y duro, rompe y deshace, Y está tan sutil y delgada, que acontece pasar las ropas de hombre sin lisión y deshacerle los huesos, y esto es lo que llamamos rayo. Pues después de esta excursión por los reinos celestiales y sus estentóreas manifestaciones, solo nos queda ya ofrecer algunas muestras del breve enquiridión o manual de bien vivir que Isócrates dedica a Demónico y del que Mejía nos dice que hubo de aplicarle la «censura» porque, al fin y al cabo, por razonable que sea los consejos de Isócrates, no dejaba de ser un pagano y, en consecuencia, había que «limarlo» para adaptarlo a lo permitido por la Inquisición, sin extravíos ni heterodoxias… Veamos, pues, un ramillete escogido de esos consejos que a buen seguro no caerán en saco roto:
Los malos solamente miran y honran a los amigos presentes, y los buenos, de los ausentes, por muy lejos que estén, se acuerdan y les tienen amor y respeto. Y la amistad de los unos, en breve tiempo se rompe y delata; y la de los otros, no basta todo el curso de la vida a deshacerla.
Alababa él [el padre de Demónico] siempre y tenía mayor respecto al que le era amigo verdadero que a los que le tocaban en deudo. Y tuvo opinión y persuadía a otros que más fuerza ponía en el amistad la buena condición que la ley, y la semejanza en las costumbres que el parentesco; y el juicio y elección que la ocasión o necesidad.
No te creas muy de ligero ni seas muy confiado en tus palabras, porque lo primero es de hombre loco; lo segundo, de furioso.
Todo género de murmuración contra ti debes evitar, aunque sea liviana o fingida, porque el pueblo como no conoce la verdad, sigue la opinión.
En lo tocante a las letras, si con cudicia te dieres a ellas, muchas cosas aprenderás, pero debes conservar lo que así alcanzares con plática y ejercicio.
Ten por de más precio y valor las letras y reglas dellas que las muchas riquezas, porque las riquezas ligeramente se pueden perder y las letras duran toda la vida; porque sola la sabiduría es inmortal entre todas las cosa.
No visites muy a menudo a una persona ni hables muchas veces en un propósito, porque créeme que todas las cosas dan en rostro si son muy continuas.
En el trato común con los hombres ten aviso en conocer no solamente quien se duele de tus males, pero también quien no ha envidia de tus bienes.
En tu vestido has de procurar ser pulido, limpio y bien aderezado, y no muy costoso y deshonesto, porque lo primero es de hombre honrado y liberal; lo otro, de desordenado y prodigo.
Los bienes que alcanzares, ámalos y consérvalos para uno de dos fines: conviene a saber, para remedio y amparo de algún grande daño, si acaeciera, o para socorrer a la pobreza y trabajo de los amigos, porque para los otros usos, un mediano cuidado basta sin que se ponga demasiada diligencia.
No seas muy reprehendedor ni áspero y seco, ni tampoco amigo de porfiar con todos, ni muy presto en resistir a la ira de los con quien tratas, aunque a veces se enojen sin razón; antes da lugar a su furia por que, pasado aquel ímpetu, les reprehendas seguramente.
Entre las cosas de tomo y peso, no mezcles las burlas y donaires, ni entre las que son de placer trates de negocios graves, porque todo lo que viene fuera de tiempo es enojoso.
De los tales cargos y administraciones publicas no procures salir con acrecentamiento de bienes, sino de gloria y estimación, porque más que grandes riquezas vale el loor y buena fama.
Para hablar con sazón, débeslo hacer a uno de dos tiempos: el uno, cuando se trata de negocio de que tienes experiencia y noticia; el otro, cuando necesidad te constriñe a hacerlo. En estos dos lugares, parece ser mejor el hablar que el silencio; en lo demás, por mejor tengo el callar.
Has de tener por constante verdad que ninguna firmeza hay en las cosas humanas y así no te alegrarás demasiado en la prosperidad ni desmayarás en las adversidades.
         Pues nada, a practicarlos y, sobre todo, a engolfarse en la lectura de estos Diálogos que son la mejor lectura para el descanso estival, lejos del mundanal ruido.


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