Los
fundamentos libertarios de una terapia que exige de los pacientes el valor del
enfrentamiento y la aceptación con y de uno mismo para recuperar la
espontaneidad, la libertad y la autonomía a la hora de escribir el guion de su
propia vida.
Es curiosa la historia
del libro “fundacional” de la terapia Gestalt, no solo la de su redacción,
sino, sobre todo, la de su destino: devenir un texto de referencia que no
tiene, para los gestaltistas profesionales, ese carácter de “verdad revelada”
que suelen tener las obras donde se fijan los principios básicos de cualquier
teoría, sea psicológica, religiosa, política, antropológica, artística, etc. A
veces pasa, que los manifiestos envejecen deprisa y quedan, al final, muy
distanciados de los avances que se han ido produciendo en las disciplinas que,
en su día, partieron de esos textos programáticos. Piénsese, por ejemplo, en el
corpus freudiano, cada día más en entredicho y buena parte de él desacreditado
definitivamente, si hacemos salvedad de La
interpretación de los sueños, y al margen, por supuesto de las cientos de
intuiciones geniales que pueblan sus muchas páginas; considérese, hoy en día,
que se habla de la refundación del capitalismo, quién abre El capital, de Marx y organiza su ideología en función de sus
postulados… Algo así ha sucedido con este libro extensísimo que, en su momento,
fue leído con agrado por no pocos psicólogos y terapeutas que vieron en su
método una posibilidad de plantear el análisis y la curación de las neurosis
con la perspectiva de un “cierre” de terapia que supusiera la curación del
paciente. Cuando Perls, después de Yo,
hambre y agresión, decidió probar fortuna editorial con un nuevo texto que
le sirviera de carta de presentación en Usamérica de su nuevo planteamiento
terapéutico, en realidad una continuación de los fijados en el primer libro,
editado en Sudáfrica, atravesaba una época delicada en su vida, porque, a la
profunda insatisfacción familiar, el fracaso de su vida marital y paternal,
para las que, como sabía desde muy joven, “no estaba hecho”, se añadían serios
problemas de salud, diversas anginas de pecho incluidas, y, sobre todo, una cierta
fase de desidia y desesperanza que, poco tiempo después de publicado el libro,
lo llevó a tomar la decisión de “retirarse a morir” a Miami. Para escribir el
libro, Perls se asoció a dos pacientes con quienes supo organizarse para hacer
él lo menos posible y obtener idéntico crédito que los dos “machacas”. Dividieron el proyecto en dos partes, una
teórica -de la que se iba a encargar Paul Goodman- y una práctica -de la que se
iba a encargar Ralph Hefferline-, y Perls trabajaría codo con codo con ambos
para que los borradores imperfectos que él facilitó a sus colaboradores alcanzaran
un grado de calidad que permitiera convertir el texto en algo así como el texto
de referencia del nuevo Instituto Gestalt de Nueva York, recién creado por el
círculo reducido de pacientes de los Perls con quienes lo crearon. Por más que
reprocharan a Freud la puerilidad de su círculo secreto del anillo, lo cierto
es que los Perls reprodujeron, a su modo, ese ambiente de “conjurados” de la
Gestalt en el círculo íntimo de los 7 defensores de la nueva terapia: Fritz y
Laura Perls, Paul Goodman, Isadore From, Paul Weisz, Elliot Shapiro, Sylvester
Eastman y Ralph Hefferline). Salvo Isadore From, que fue el único que usaba el
texto en sus cursos de formación siguiendo un método de lectura frase a frase
del mismo, al más puro estilo de la enseñanza medieval en las primeras
universidades, el libro se vendió poco y mal, y sufrió una alteración capital
por parte del editor, Arthur Ceppos, que acaso influyese poderosamente en su indefinición,
a medio camino entre el libro de autoayuda -un género exitoso en aquellos años
50 en Usamérica- y el libro de fundamentación teórica de una nueva terapia. Ceppos
había publicado, en Hermitage House, un
año antes otra “biblia” muy diferente, Dianetics, de Ron L. Hubbard, el creador
de la Cienciología, aunque acabó siendo acusado de peligroso comunista por el
desequilibrado fundador de la iglesia de Tom Cruise. Ese giro, anteponer la
práctica en forma de procedimiento de autoayuda a la teoría, lastró el libro de
Perls y muy pocos fueron capaces de empaparse de los sólidos fundamentos
teóricos que desarrolló Goodman en la segunda parte. De hecho, cuando Perls se
instaló en Esalen, para su aventura carismático-totémica, se olvidó
completamente del libro, del que renegó diciendo que era auténtica elephant
shit, aunque esa aversión a la teorización que aleja del contacto espiritual y
físico con el aquí y ahora forma parte de sus innovaciones: Sobreenfatizar lo abstracto es
característico de los llamados intelectuales. Con algunos de ellos se siente
que lo que dicen deriva únicamente de otras palabras -los libros que han leído,
las conferencias que han oído, o las discusiones en las que han tomado parte-
sin tener un fuerte contacto con lo no verbal. Para estas personas el intento
de empezar a ser conscientes de su experiencia inmediata podría ser perturbador
al principio y sentirlo como un trabajo extenuante.
Hefferline fue el
encargado de pasar a sus alumnos universitarios una serie de ejercicios que les
ayudarían a explorarse a sí mismos en el camino de superación de sus posibles desequilibrios
e incluso neurosis, una serie bien pautada que se basaba en la potenciación del awareness, el punto de partido indiscutible de la nueva terapia. A través de
esas prácticas académicas, Hefferline y Perls establecieron, mediante las
respuestas de los alumnos, de todo tipo, elogiosas y despreciativas, los
fundamentos de la nueva terapia, sobre todo los mecanismos de evasión mediante
los cuales el yo pretende rehuir su necesidad de enfrentare a sí mismo para
encontrarse entre estrategias de disuasión de la aceptación de nuestra
responsabilidad indiscutible en cuanto nos ocurre: la retroflexión, la proyección,
la introyección y la confluencia, mecanismos que elucidó
Perls a partir de la provechosa lectura del libro de Anna Freud: El yo y los mecanismos d defensa. A
diferencia de otras terapias, la Gestalt establece desde el principio la
responsabilidad inexcusable del paciente en el tratamiento: Lo que es esencial no es que el terapeuta
aprenda algo sobre el paciente y después se lo enseñe a él, sino que el
terapeuta enseñe al paciente cómo puede aprender sobre sí mismo. Esto supone
empezar a ser, directamente, consciente de cómo funciona, verdaderamente, un
organismo vivo. Y junto a esa responsabilidad, añade, como rasgo singular
el concepto de organismo como una totalidad, abandonando la vieja separación
psique-cuerpo que domina en el corpus freudiano, por ejemplo. Las enseñanzas
del holismo de Smuts y el concepto de campo de la psicología Gestalt son la
base de esa concepción que va a llevar al siguiente paso lógico: ese organismo
total se autorregula, pero los pacientes pueden impedir ese fenómeno o
facilitarlo, y ahí es donde se agigante la figura del terapeuta Gestalt como
guía que contribuye a que el paciente sepa ayudarse a sí mismo, hacerse cargo
de sí mismo, responsable, para lo cual ha de empezar por no negar ninguna de
sus respuestas, la agresividad incluida, porque se trata de un fenómeno
organísmico del que el paciente puede obtener progresos incuestionables en el
conocimiento, la aceptación y la regulación de sí mismo: Se ha de aprender a reconocer la agresividad como una función sana que
evita la introyección. La atención a la unificación del campo que formamos
con el entorno es básico para la Gestalt, porque es ahí en esa frontera donde se produce el contacto entre el self y el entorno que nos define, porque
el self no es una entidad material,
sino una frontera de contacto con nuestro ser y el entorno, y solo el
reconocimiento de ello nos permite llegar a asumir el yo verdadero, aquel al
que le hemos quitado de encima los famosos cinco estratos superficiales que
define la Gestalt para un ser neurótico. Está claro que solemos huir de
cualquier elemento que nos defina negativamente y que tendemos a reprimir los
aspectos poco favorables de nuestra conducta o, en el peor de los casos de
nuestro carácter o de nuestra personalidad, un juego de máscaras en el que nos movemos
con una sorprenden habilidad para tratar de ignorar lo que, al final, acaba,
sin embargo, obsediéndonos y volviéndonos neuróticos. La Gestalt nace para
ayudar a esos pacientes a reconocerse incluso en sus aspectos más desfavorables
porque está claro que “somos” también esas inclinaciones o esas pulsiones: Algunos sentimientos negativos son
habitualmente rechazados por su significado emocional. Cosas como la frigidez o
el aburrimiento, por ejemplo, son realmente sentimientos muy intensos, ya que
no son simplemente ausencia de sentimientos. Se siente el hielo lo mismo que se
siente el fuego. El entumecimiento -la ausencia de sentimiento donde lo
hubiéramos esperado, es, paradójicamente, un sentimiento abrumadoramente
intenso, tan intenso que pronto queda excluido de la consciencia inmediata.
O dicho más brevemente: Se ha de aprender
a reconocer la agresividad como una función sana que evita la introyección.
Toda esta teoría parte de la concepción de los Perls, porque en ella tuvieron
tanta parte Laura como Fritz, de la concepción de las resistencias orales
frente a las resistencias anales fijadas por el psicoanálisis. En su momento,
la defensa de ese concepto les valió
incluso la excomunión de la iglesia psicoanalítica oficial, oficiado a través
de Marie Bonaparte, en Sudáfrica, donde se habían instalado los Perls como
representantes, por así decirlo, de la Iglesia oficial en la que la Princesa
acabó actuando como ministra plenipotenciaria. Perls contó con gracia su
estupor cuando Bonaparte le recriminó que “hubiera dejado de creer”, ¡de
“creer”!, en la teoría de la libido. La alimentación, los problemas de la misma
y la analogía de los procesos digestivos con hechos psicoanalíticos básicos
como la introyección o la confluencia, supusieron un enfoque nuevo que fue
abriéndose paso poco a poco en los planteamientos terapéuticos de la pareja y,
después, en Usamérica, de sus seguidores, hasta consolidarse como una de la
terapias existenciales más exitosas en la actualidad, a pesar de sus
detractores. Vamos viendo que el principal objetivo de la terapia Gestalt es
conseguir que la persona sea libre, que se asuma como tal y que sea la única
responsable de su propia vida, que, como solía decir Fritz, “escriba el guion
de su propia vida” o sea capaz , como definía Selig Morgenrath, el arquitecto
de Esalen, a las personas adultas: “de limpiarse su propio culo”. La ausencia
de prejuicios, la libertad moral, la ausencia de credos religiosos a los que
ajustar la propia vida y otros muchos planteamientos de ese talante liberal
conforman una visión de la persona auténticamente libre, no condicionada por
los estándares sociales usualmente represivos. Una prueba excelente es el
análisis que en Gestalt Therapy hace
Fritz de la masturbación, y recordemos el año de publicación, 1951, para
percatarnos de lo que entonces supondría para tantos y tantos puritanos
usamericanos la lectura de estas líneas que hoy nos parecen absolutamente
inocuas: En teoría, la frigidez masculina
y femenina es meramente uno de estos puntos ciegos y se puede curar con una
concentración correcta. (…) El bloqueo muscular principal en la frigidez es la
represión de la pelvis, principalmente en la zona lumbar y en las ingles. Esto
a menudo está ligado a la masturbación incorrecta. (…) Se ha dicho que el sentimiento
de culpa y el remordimiento son los daños provocados por la masturbación, y
esto es cierto; sin estos sentimientos no se causa uno ningún daño. (…) La
culpabilidad no concierne tanto al acto de por sí, como a las fantasías que lo
acompañan -por ejemplo, el sadismo, el estar a la espera de que alguien le
pille y le castigue a uno, la autoglorificación
ambiciosa, etc.-. Dado que la masturbación sana expresa un impulso
saliente -es un sustituto de un coito-, la fantasía de una masturbación sana
sería el acercarse y el tener una relación sexual con una persona querida. (…)
El segundo punto, en cuanto al peligro de la masturbación, es la carencia de la
actividad pélvica. El acto se transforma en algo en donde las manos son el
compañero activo y agresivo del coito, mientras los genitales están meramente
violados. Un hombre que está tumbado boca arriba concibe una fantasía femenina
pasiva. O, en la ausencia de una excitación sexual que va desarrollándose
espontáneamente, la situación se transforma en una lucha, un esfuerzo por
conseguir la victoria -las manos intentan violar mientras los genitales
resisten y desafían al violador. La pelvis, mientras tanto no se mueve en
oleadas y sacudidas orgásmicas, se mantiene inmovilizada, tensa y rígida. No se
obtiene ningún orgasmo satisfactorio, la excitación, estimulada
artificialmente, se descarga de modo inadecuado, se produce la fatiga y la
necesidad de intentarlo de nuevo.
La segunda parte del
libro, escrita íntegramente por Paul Goodman, el anarquista y humanista usamericano
que formó parte de la generación de artistas transgresores que cambiaron el
panorama artístico usamericano a finales de los cuarenta y en la década de los
50. Goodman se enfrenta a la doctrina Gestalt desde un planteamiento
estrictamente teórico, aunque todas las referencias a la práctica clínica provienen, como es
lógico, de la experiencia de Perls y de su mujer, Laura. Paul Goodman, un
intelectual brillante y consumado artista -su novela The Empire (publicada por entregas desde 1942 a 1959) define
canónicamente la figura emergente del hipster-
atraído desde bien joven por el psicoanálisis freudiano y por la
impronta que dejó en su persona la lectura de La interpretación de los sueños, algo en lo que coincide plenamente
con su mentor, Frtiz Perls, va a dar algo sí como el do de pecho ensayístico
para dotar a la Gestalt de unos ascendentes intelectuales- la psicoterapia es una disciplina que forma parte de las Humanidades,
un desarrollo de la dialéctica socrática- tan sólidos que garanticen el lugar
de excepción que, para él, había de ocupar la terapia Gestalt en un mundo, el
de los tratamientos psicoanalíticos, en constante ebullición de novedades, no
todas recomendables. Aunque sigue las pautas marcadas por Fritz, Goodman
incluye en su exposición un capítulo suyo, La
Antropología de la Neurosis, que ya había sido editado en la revista
psicoanalítica Complex, aunque se lo
había adjudicado a Perls porque él, como editor y único redactor de la revista,
aparecía de forma omniprensente. Enseguida apreciamos que el estilo ensayístico de esta parte es muy
distinto del sencillo de la primera, de tipo práctico, más cercano a los libros
de autoayuda que, se supone, quería remedar, aunque los contenidos son, como no
podía ser de otra manera, los mismos. La gran diferencia entre Freud y la
terapia Gestáltica es que la primera pretendía adaptar al paciente al
“principio de realidad”, pero, para la Gestalt, esa “realidad” no deja de ser
un introyecto más del que el paciente se ha de liberar mediante una serie de
ajustes creativos que le permitan vivir íntegramente su realidad desde la
experiencia genuina de sus emociones y la percepción lúcida de su auténtico yo,
no de las falsificaciones que, habitualmente, casi todos usamos, en mayor o
menor medida, para sobrevivir en entornos no siempre agradables o complacientes:
Nos autoinfligimos una buena parte de las
perturbaciones que vivimos. Goodman recoge la idea básica de Perls, que la
toma su vez de Heráclito, de que la realidad es cambio constante: Πάντα ῥεῖ, todo fluye, nada es nunca igual a sí mismo
ni siquiera efímeramente. No existen por lo tanto caracteres trabajados en
mármol, sino una sucesión de experiencias que ponen a prueba la flexibilidad de
nuestro sistema de adaptación: La terapia
Gestalt es una fenomenología aplicada. Tal como la concibe la Gestalt, la
frontera-contacto es una construcción fenomenológica. Lo mismo sucede con el
self, en sus retrocesos y avances, y también es así el momento presente, que
aparece y desaparece. Ninguna de estas concepciones supone una entidad fija que
se detenga lo suficiente para ser cosificada o medida cuantitativamente. (…)
Una fijación crónica e inconsciente tratada como una realidad es evidencia de
neurosis, tanto en una teoría como en una persona. De su preparación humanística, Goodman rescata
la idea clásica del nosce te ipsum de Delos como fin de la terapia: El objetivo de la psicoterapia no es que el
terapeuta se vuelva consciente de algo del paciente, sino que el paciente se
vuelva consciente de sí mismo.(…) La idea aquí es que la máxima “Conócete a ti
mismo” es una ética humana; no es algo que se aplica a alguien que tiene
dificultades, sino algo que se hace uno a sí mismo, en tanto que humano. (…)
Debería ser evidente que la horrorosa falta de curiosidad de la gente es un
síntoma neurótico y epidémico. Sócrates había comprendido que esto era debido
al miedo al conocimiento de uno mismo. Ese miedo es, precisamente lo que
lleva al sujeto a crear los mecanismos de evasión necesarios par rehuir su
responsabilidad frente a sí mismo, pero Goodman, en esta parte del libro,
remacha lo ya descrito por Perls y Hefferline en la primera. Además de
constituir un repertorio de las diferencias que separan al psicoanálisis
freudiano de la terapia Gestalt, Goodman se detiene ampliamente en lo que él
titulo La teoría del self, porque la concepción holística del individuo como un
ser con un cuero en un entorno con el que interactúa determina qué concepción
tiene de la realidad individual la Gestalt y cómo es posible ayudar a recuperar
esa conciencia de totalidad en la que se integran armónicamente todas las
partes. De hecho, durante un tiempo, Perls y los suyos dudaron de si deberán llamar
Terapia de integración o de concentración a lo que acabará llamándose terapia
Gestalt por la importancia de la autorregulación organísmica, el concepto de
campo y el juego fondo/figura que permitirá hablar de las gestalts que se le
presentan al individuo en el primer y que ha de resolver de forma urgente para
que pasen al segundo y emerjan otras nuevas a las que tener debidamente, porque,
como ya hemos dicho con anterioridad, el concepto de fluidez es básico en la
teoría de la Gestalt: la rigidez es el síntoma neurótico por excelencia: Es el organismo en tanto que totalidad, en
contacto con el entorno, quien es inmediatamente consciente, manipula o siente.
Esta integración no es pasiva; es el ajuste creativo. La oposición
sanidad/enfermedad o perturbación/normalidad se disuelve, desde la perspectiva de
la Gestalt cuando se asume que el término proscrito de la dualidad forma parte también
el individuo: Si la concepción básica de
una naturaleza humana sana (sea cual sea) es correcta, entonces todos los
pacientes al curarse serían iguales. ¿Es este el caso? Por el contrario, es
precisamente en la salud y en la espontaneidad en donde los hombres son más
diferentes, más imprevisibles, más “excéntricos”. Como una clase de neurosis
los hombres se parecen mucho: la enfermedad tiene como efecto atenuar las
diferencias. Aquí, de nuevo, se puede constatar que el síntoma tiene un doble
aspecto: como rigidez, hace de un individuo un simple ejemplo de un tipo de
“carácter”, y según esto existe una media docena. Pero como obra de su propio
self creativo, el síntoma expresa el carácter único de un individuo. Es muy
interesante el análisis que hace Goodman del poder creativo y curativo de la
poesía frente a la verbalización incontrolada del sujeto como sustituta de la
realidad, y en esa dimensión creativa hace hincapié la terapia gestáltica,
porque lo que pretende, básicamente, es recuperar la espontaneidad e ingenuidad literal del ser humano, aquella que
se manifiesta en su etimología: ingenuus,
“nacido libre”: Lo contrario a la
verbalización neurótica es el habla variada y creativa; no es ni la semántica
ni el silencio, es la poesía.(…) Como decía Freud, la obra de arte reemplaza al
síntoma. (…) La poesía es, por lo tanto, el opuesto exacto al discurso
neurótico, ya que es lenguaje en tanto que actividad orgánica de resolución de
problemas, es una forma de concentración; mientras que la verborrea es un habla
que trata de disipar la energía del discurso, que reprime la necesidad orgánica
y que repite una escena subvocal inacabada en lugar de concentrarse en ella.
(..) En lugar de ser un medio de comunicación o de expresión, la verborrea
protege al individuo aislándole a la vez del entorno y del organismo. (…) El
verborreico raramente oye su propia voz y, cuando la escucha, se sorprende.
Pero el poeta está atento al murmullo subvocal y a los susurros, los hace
audibles, critica el sonido y vuelve a ello. (…) El verborreico, por lo tanto,
aburre porque pretende aburrir, quiere que le dejen solo. El compromiso
consiste en hablar mediante estereotipos, en utilizar abstracciones vagas,
particularidades superficiales u otras formas de decir la verdad no diciendo,
de hecho, nada. Hemos de destacar, en la parte de Goodman, que hay una
descripción muy ajustada del proceso terapéutico y de las situaciones que
permiten progresar o no en él. Del mismo modo que el paciente acude libremente
a un terapeuta, dice Goodman, debería poder dejar de ir cuando lo estimara
conveniente, algo que choca, ciertamente, con ese “control” que cualquier psicoanálisis
le impone al paciente y que este suele aceptar, por lo general, desde la
situación inferior de quien sufre frente a quien, teóricamente, ha de ayudarlo.
En la Gestalt, sin embargo, esa relación cambia sustancialmente: No es el objetivo de la terapia disuadir al
paciente de ninguno de sus deseos. Incluso debemos añadir que si, en el
presente, no se puede satisfacer la necesidad, y por lo tanto no se satisface
realmente, todo el proceso de tensión y de frustración volverá a empezar y el
individuo o bien reprimirá de nuevo la toma de consciencia y caerá en la
neurosis o bien, como es más probable, se conocerá a sí mismo y sufrirá hasta
saber que puede crear un cambio en el entorno. El terapeuta Gestalt vendría
a ser algo sí como un facilitador de la toma de control sobre ellos mismos de
los pacientes, únicos en quienes está la posibilidad de aplicar cambios en sus
vidas capaces de disolver sus síntomas y recobrar “las riendas” sobre su propia
vida. Ello implica un coraje -es decir, la transformación de la agresividad que
suele dominarlos y que dirigen ya contra ellos mismos, ya contra otros- que no siempre
está a su alcance. Lo más normal, como bien describe Goodman, es la huida
instintiva a una acomodación incluso al sufrimiento: Frente a la amenaza crónica de dejar de funcionar, el organismo se
repliega a sus mecanismos de seguridad: represión, alucinación, desplazamiento,
aislamiento, huida, regresión; y el hombre trata de hacer del “arte de vivir
sobre sus nervios” una nueva proeza de la evolución. La terapia Gestalt
tiene algo de revolucionario en su concepción, porque se opone a que la función
de la misma sea llevar a la persona a la aceptación del principio de realidad,
que era el objetivo del psicoanálisis freudiano, dado que el propio concepto de
“realidad” es lo que la terapia se encarga de demoler, revelando, digámoslo de
un modo algo tremendista, el lado oscuro de esa herramienta de alienación
social: Considerada fríamente, en los
términos como la describió [Freud], la adaptación a la “realidad” es precisamente
la neurosis: es, en efecto, una interferencia deliberada en la autorregulación
del organismo, una transformación de las descargas espontáneas en síntomas. Una
civilización así concebida es una enfermedad. (…) La pregunta es: ¿cuál es la
realidad que es importante? Durante el tiempo que la actividad sentida
transcurra suficientemente bien, el niño va a aceptar cualquier propuesta: el
centro de la realidad está, en todos los casos, en la acción. En comparación,
el adulto “maduro” está esclavizado, no por la realidad, sino por una
abstracción de la realidad neuróticamente fija, llamada el “conocimiento”, que
ha perdido su subordinación al uso, a la acción, a la felicidad. En
consecuencia, solo los individuos con
talento son quienes saben mantener esta capacidad de la infancia, ya que el
individuo medio se encuentra metido en responsabilidades hacia cosas que no le
interesan profundamente.
Está claro que la Biblia de la Gestalt ni siquiera
remotamente puede ser reducida a los límites de un artículo de presentación de
las líneas maestras de la misma, porque, en la medida en que afecta a la vida
toda, todo lo vital cae dentro de lo que a la Gestalt le interesa del sujeto
que en modo alguno está separado de la realidad de la que forma parte como
elemento del continuo sin el cual resulta inexplicable su existencia. La
concepción del self como un símbolo de identificación, en vez de como una
realidad física -y recordemos a dónde le llevó a Reich su creencia en la
realidad física de la libido: ¡nada menos que al diseño de los tanques de orgón
para apresarla!- abrió, en su momento, las puertas de la percepción de una
manera que aún nos beneficiamos de ello.