sábado, 30 de junio de 2018

"Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la personalidad humana", de Frederick S. Perls; Ralph Hefferline y Paul Goodman



Los fundamentos libertarios de una terapia que exige de los pacientes el valor del enfrentamiento y la aceptación con y de uno mismo para recuperar la espontaneidad, la libertad y la autonomía a la hora de escribir el guion de su propia vida.

Es curiosa la historia del libro “fundacional” de la terapia Gestalt, no solo la de su redacción, sino, sobre todo, la de su destino: devenir un texto de referencia que no tiene, para los gestaltistas profesionales, ese carácter de “verdad revelada” que suelen tener las obras donde se fijan los principios básicos de cualquier teoría, sea psicológica, religiosa, política, antropológica, artística, etc. A veces pasa, que los manifiestos envejecen deprisa y quedan, al final, muy distanciados de los avances que se han ido produciendo en las disciplinas que, en su día, partieron de esos textos programáticos. Piénsese, por ejemplo, en el corpus freudiano, cada día más en entredicho y buena parte de él desacreditado definitivamente, si hacemos salvedad de La interpretación de los sueños, y al margen, por supuesto de las cientos de intuiciones geniales que pueblan sus muchas páginas; considérese, hoy en día, que se habla de la refundación del capitalismo, quién abre El capital, de Marx y organiza su ideología en función de sus postulados… Algo así ha sucedido con este libro extensísimo que, en su momento, fue leído con agrado por no pocos psicólogos y terapeutas que vieron en su método una posibilidad de plantear el análisis y la curación de las neurosis con la perspectiva de un “cierre” de terapia que supusiera la curación del paciente. Cuando Perls, después de Yo, hambre y agresión, decidió probar fortuna editorial con un nuevo texto que le sirviera de carta de presentación en Usamérica de su nuevo planteamiento terapéutico, en realidad una continuación de los fijados en el primer libro, editado en Sudáfrica, atravesaba una época delicada en su vida, porque, a la profunda insatisfacción familiar, el fracaso de su vida marital y paternal, para las que, como sabía desde muy joven, “no estaba hecho”, se añadían serios problemas de salud, diversas anginas de pecho incluidas, y, sobre todo, una cierta fase de desidia y desesperanza que, poco tiempo después de publicado el libro, lo llevó a tomar la decisión de “retirarse a morir” a Miami. Para escribir el libro, Perls se asoció a dos pacientes con quienes supo organizarse para hacer él lo menos posible y obtener idéntico crédito que los dos “machacas”.  Dividieron el proyecto en dos partes, una teórica -de la que se iba a encargar Paul Goodman- y una práctica -de la que se iba a encargar Ralph Hefferline-, y Perls trabajaría codo con codo con ambos para que los borradores imperfectos que él facilitó a sus colaboradores alcanzaran un grado de calidad que permitiera convertir el texto en algo así como el texto de referencia del nuevo Instituto Gestalt de Nueva York, recién creado por el círculo reducido de pacientes de los Perls con quienes lo crearon. Por más que reprocharan a Freud la puerilidad de su círculo secreto del anillo, lo cierto es que los Perls reprodujeron, a su modo, ese ambiente de “conjurados” de la Gestalt en el círculo íntimo de los 7 defensores de la nueva terapia: Fritz y Laura Perls, Paul Goodman, Isadore From, Paul Weisz, Elliot Shapiro, Sylvester Eastman y Ralph Hefferline). Salvo Isadore From, que fue el único que usaba el texto en sus cursos de formación siguiendo un método de lectura frase a frase del mismo, al más puro estilo de la enseñanza medieval en las primeras universidades, el libro se vendió poco y mal, y sufrió una alteración capital por parte del editor, Arthur Ceppos, que acaso influyese poderosamente en su indefinición, a medio camino entre el libro de autoayuda -un género exitoso en aquellos años 50 en Usamérica- y el libro de fundamentación teórica de una nueva terapia. Ceppos había publicado, en Hermitage House,  un año antes otra “biblia” muy diferente, Dianetics, de Ron L. Hubbard, el creador de la Cienciología, aunque acabó siendo acusado de peligroso comunista por el desequilibrado fundador de la iglesia de Tom Cruise. Ese giro, anteponer la práctica en forma de procedimiento de autoayuda a la teoría, lastró el libro de Perls y muy pocos fueron capaces de empaparse de los sólidos fundamentos teóricos que desarrolló Goodman en la segunda parte. De hecho, cuando Perls se instaló en Esalen, para su aventura carismático-totémica, se olvidó completamente del libro, del que renegó diciendo que era auténtica elephant shit, aunque esa aversión a la teorización que aleja del contacto espiritual y físico con el aquí y ahora forma parte de sus innovaciones: Sobreenfatizar lo abstracto es característico de los llamados intelectuales. Con algunos de ellos se siente que lo que dicen deriva únicamente de otras palabras -los libros que han leído, las conferencias que han oído, o las discusiones en las que han tomado parte- sin tener un fuerte contacto con lo no verbal. Para estas personas el intento de empezar a ser conscientes de su experiencia inmediata podría ser perturbador al principio y sentirlo como un trabajo extenuante.
Hefferline fue el encargado de pasar a sus alumnos universitarios una serie de ejercicios que les ayudarían a explorarse a sí mismos en el camino de superación de sus posibles desequilibrios e incluso neurosis, una serie bien pautada que se basaba en la potenciación del awareness, el punto de partido indiscutible de la nueva terapia. A través de esas prácticas académicas, Hefferline y Perls establecieron, mediante las respuestas de los alumnos, de todo tipo, elogiosas y despreciativas, los fundamentos de la nueva terapia, sobre todo los mecanismos de evasión mediante los cuales el yo pretende rehuir su necesidad de enfrentare a sí mismo para encontrarse entre estrategias de disuasión de la aceptación de nuestra responsabilidad indiscutible en cuanto nos ocurre: la retroflexión, la proyección, la introyección y la confluencia, mecanismos que elucidó Perls a partir de la provechosa lectura del libro de Anna Freud: El yo y los mecanismos d defensa. A diferencia de otras terapias, la Gestalt establece desde el principio la responsabilidad inexcusable del paciente en el tratamiento: Lo que es esencial no es que el terapeuta aprenda algo sobre el paciente y después se lo enseñe a él, sino que el terapeuta enseñe al paciente cómo puede aprender sobre sí mismo. Esto supone empezar a ser, directamente, consciente de cómo funciona, verdaderamente, un organismo vivo. Y junto a esa responsabilidad, añade, como rasgo singular el concepto de organismo como una totalidad, abandonando la vieja separación psique-cuerpo que domina en el corpus freudiano, por ejemplo. Las enseñanzas del holismo de Smuts y el concepto de campo de la psicología Gestalt son la base de esa concepción que va a llevar al siguiente paso lógico: ese organismo total se autorregula, pero los pacientes pueden impedir ese fenómeno o facilitarlo, y ahí es donde se agigante la figura del terapeuta Gestalt como guía que contribuye a que el paciente sepa ayudarse a sí mismo, hacerse cargo de sí mismo, responsable, para lo cual ha de empezar por no negar ninguna de sus respuestas, la agresividad incluida, porque se trata de un fenómeno organísmico del que el paciente puede obtener progresos incuestionables en el conocimiento, la aceptación y la regulación de sí mismo: Se ha de aprender a reconocer la agresividad como una función sana que evita la introyección. La atención a la unificación del campo que formamos con el entorno es básico para la Gestalt, porque es ahí en esa frontera  donde se produce el contacto entre el self y el entorno que nos define, porque el self no es una entidad material, sino una frontera de contacto con nuestro ser y el entorno, y solo el reconocimiento de ello nos permite llegar a asumir el yo verdadero, aquel al que le hemos quitado de encima los famosos cinco estratos superficiales que define la Gestalt para un ser neurótico. Está claro que solemos huir de cualquier elemento que nos defina negativamente y que tendemos a reprimir los aspectos poco favorables de nuestra conducta o, en el peor de los casos de nuestro carácter o de nuestra personalidad, un juego de máscaras en el que nos movemos con una sorprenden habilidad para tratar de ignorar lo que, al final, acaba, sin embargo, obsediéndonos y volviéndonos neuróticos. La Gestalt nace para ayudar a esos pacientes a reconocerse incluso en sus aspectos más desfavorables porque está claro que “somos” también esas inclinaciones o esas pulsiones: Algunos sentimientos negativos son habitualmente rechazados por su significado emocional. Cosas como la frigidez o el aburrimiento, por ejemplo, son realmente sentimientos muy intensos, ya que no son simplemente ausencia de sentimientos. Se siente el hielo lo mismo que se siente el fuego. El entumecimiento -la ausencia de sentimiento donde lo hubiéramos esperado, es, paradójicamente, un sentimiento abrumadoramente intenso, tan intenso que pronto queda excluido de la consciencia inmediata. O dicho más brevemente: Se ha de aprender a reconocer la agresividad como una función sana que evita la introyección. Toda esta teoría parte de la concepción de los Perls, porque en ella tuvieron tanta parte Laura como Fritz, de la concepción de las resistencias orales frente a las resistencias anales fijadas por el psicoanálisis. En su momento, la defensa de ese  concepto les valió incluso la excomunión de la iglesia psicoanalítica oficial, oficiado a través de Marie Bonaparte, en Sudáfrica, donde se habían instalado los Perls como representantes, por así decirlo, de la Iglesia oficial en la que la Princesa acabó actuando como ministra plenipotenciaria. Perls contó con gracia su estupor cuando Bonaparte le recriminó que “hubiera dejado de creer”, ¡de “creer”!, en la teoría de la libido. La alimentación, los problemas de la misma y la analogía de los procesos digestivos con hechos psicoanalíticos básicos como la introyección o la confluencia, supusieron un enfoque nuevo que fue abriéndose paso poco a poco en los planteamientos terapéuticos de la pareja y, después, en Usamérica, de sus seguidores, hasta consolidarse como una de la terapias existenciales más exitosas en la actualidad, a pesar de sus detractores. Vamos viendo que el principal objetivo de la terapia Gestalt es conseguir que la persona sea libre, que se asuma como tal y que sea la única responsable de su propia vida, que, como solía decir Fritz, “escriba el guion de su propia vida” o sea capaz , como definía Selig Morgenrath, el arquitecto de Esalen, a las personas adultas: “de limpiarse su propio culo”. La ausencia de prejuicios, la libertad moral, la ausencia de credos religiosos a los que ajustar la propia vida y otros muchos planteamientos de ese talante liberal conforman una visión de la persona auténticamente libre, no condicionada por los estándares sociales usualmente represivos. Una prueba excelente es el análisis que en Gestalt Therapy hace Fritz de la masturbación, y recordemos el año de publicación, 1951, para percatarnos de lo que entonces supondría para tantos y tantos puritanos usamericanos la lectura de estas líneas que hoy nos parecen absolutamente inocuas: En teoría, la frigidez masculina y femenina es meramente uno de estos puntos ciegos y se puede curar con una concentración correcta. (…) El bloqueo muscular principal en la frigidez es la represión de la pelvis, principalmente en la zona lumbar y en las ingles. Esto a menudo está ligado a la masturbación incorrecta. (…) Se ha dicho que el sentimiento de culpa y el remordimiento son los daños provocados por la masturbación, y esto es cierto; sin estos sentimientos no se causa uno ningún daño. (…) La culpabilidad no concierne tanto al acto de por sí, como a las fantasías que lo acompañan -por ejemplo, el sadismo, el estar a la espera de que alguien le pille y le castigue a uno, la autoglorificación  ambiciosa, etc.-. Dado que la masturbación sana expresa un impulso saliente -es un sustituto de un coito-, la fantasía de una masturbación sana sería el acercarse y el tener una relación sexual con una persona querida. (…) El segundo punto, en cuanto al peligro de la masturbación, es la carencia de la actividad pélvica. El acto se transforma en algo en donde las manos son el compañero activo y agresivo del coito, mientras los genitales están meramente violados. Un hombre que está tumbado boca arriba concibe una fantasía femenina pasiva. O, en la ausencia de una excitación sexual que va desarrollándose espontáneamente, la situación se transforma en una lucha, un esfuerzo por conseguir la victoria -las manos intentan violar mientras los genitales resisten y desafían al violador. La pelvis, mientras tanto no se mueve en oleadas y sacudidas orgásmicas, se mantiene inmovilizada, tensa y rígida. No se obtiene ningún orgasmo satisfactorio, la excitación, estimulada artificialmente, se descarga de modo inadecuado, se produce la fatiga y la necesidad de intentarlo de nuevo.
La segunda parte del libro, escrita íntegramente por Paul Goodman, el anarquista y humanista usamericano que formó parte de la generación de artistas transgresores que cambiaron el panorama artístico usamericano a finales de los cuarenta y en la década de los 50. Goodman se enfrenta a la doctrina Gestalt desde un planteamiento estrictamente teórico, aunque todas las referencias  a la práctica clínica provienen, como es lógico, de la experiencia de Perls y de su mujer, Laura. Paul Goodman, un intelectual brillante y consumado artista -su novela The Empire (publicada por entregas desde 1942 a 1959) define canónicamente la figura emergente del hipster-  atraído desde bien joven por el psicoanálisis freudiano y por la impronta que dejó en su persona la lectura de La interpretación de los sueños, algo en lo que coincide plenamente con su mentor, Frtiz Perls, va a dar algo sí como el do de pecho ensayístico para dotar a la Gestalt de unos ascendentes intelectuales- la psicoterapia es una disciplina que forma parte de las Humanidades, un desarrollo de la dialéctica socrática- tan sólidos que garanticen el lugar de excepción que, para él, había de ocupar la terapia Gestalt en un mundo, el de los tratamientos psicoanalíticos, en constante ebullición de novedades, no todas recomendables. Aunque sigue las pautas marcadas por Fritz, Goodman incluye en su exposición un capítulo suyo, La Antropología de la Neurosis, que ya había sido editado en la revista psicoanalítica Complex, aunque se lo había adjudicado a Perls porque él, como editor y único redactor de la revista, aparecía de forma omniprensente. Enseguida apreciamos que  el estilo ensayístico de esta parte es muy distinto del sencillo de la primera, de tipo práctico, más cercano a los libros de autoayuda que, se supone, quería remedar, aunque los contenidos son, como no podía ser de otra manera, los mismos. La gran diferencia entre Freud y la terapia Gestáltica es que la primera pretendía adaptar al paciente al “principio de realidad”, pero, para la Gestalt, esa “realidad” no deja de ser un introyecto más del que el paciente se ha de liberar mediante una serie de ajustes creativos que le permitan vivir íntegramente su realidad desde la experiencia genuina de sus emociones y la percepción lúcida de su auténtico yo, no de las falsificaciones que, habitualmente, casi todos usamos, en mayor o menor medida, para sobrevivir en entornos no siempre agradables o complacientes: Nos autoinfligimos una buena parte de las perturbaciones que vivimos. Goodman recoge la idea básica de Perls, que la toma su vez de Heráclito, de que la realidad es cambio constante: Πάντα ε, todo fluye, nada es nunca igual a sí mismo ni siquiera efímeramente. No existen por lo tanto caracteres trabajados en mármol, sino una sucesión de experiencias que ponen a prueba la flexibilidad de nuestro sistema de adaptación: La terapia Gestalt es una fenomenología aplicada. Tal como la concibe la Gestalt, la frontera-contacto es una construcción fenomenológica. Lo mismo sucede con el self, en sus retrocesos y avances, y también es así el momento presente, que aparece y desaparece. Ninguna de estas concepciones supone una entidad fija que se detenga lo suficiente para ser cosificada o medida cuantitativamente. (…) Una fijación crónica e inconsciente tratada como una realidad es evidencia de neurosis, tanto en una teoría como en una persona.  De su preparación humanística, Goodman rescata la idea clásica del nosce te ipsum de Delos como fin de la terapia: El objetivo de la psicoterapia no es que el terapeuta se vuelva consciente de algo del paciente, sino que el paciente se vuelva consciente de sí mismo.(…) La idea aquí es que la máxima “Conócete a ti mismo” es una ética humana; no es algo que se aplica a alguien que tiene dificultades, sino algo que se hace uno a sí mismo, en tanto que humano. (…) Debería ser evidente que la horrorosa falta de curiosidad de la gente es un síntoma neurótico y epidémico. Sócrates había comprendido que esto era debido al miedo al conocimiento de uno mismo. Ese miedo es, precisamente lo que lleva al sujeto a crear los mecanismos de evasión necesarios par rehuir su responsabilidad frente a sí mismo, pero Goodman, en esta parte del libro, remacha lo ya descrito por Perls y Hefferline en la primera. Además de constituir un repertorio de las diferencias que separan al psicoanálisis freudiano de la terapia Gestalt, Goodman se detiene ampliamente en lo que él titulo La teoría del self, porque la concepción holística del individuo como un ser con un cuero en un entorno con el que interactúa determina qué concepción tiene de la realidad individual la Gestalt y cómo es posible ayudar a recuperar esa conciencia de totalidad en la que se integran armónicamente todas las partes. De hecho, durante un tiempo, Perls y los suyos dudaron de si deberán llamar Terapia de integración o de concentración a lo que acabará llamándose terapia Gestalt por la importancia de la autorregulación organísmica, el concepto de campo y el juego fondo/figura que permitirá hablar de las gestalts que se le presentan al individuo en el primer y que ha de resolver de forma urgente para que pasen al segundo y emerjan otras nuevas a las que tener debidamente, porque, como ya hemos dicho con anterioridad, el concepto de fluidez es básico en la teoría de la Gestalt: la rigidez es el síntoma neurótico por excelencia: Es el organismo en tanto que totalidad, en contacto con el entorno, quien es inmediatamente consciente, manipula o siente. Esta integración no es pasiva; es el ajuste creativo. La oposición sanidad/enfermedad o perturbación/normalidad se disuelve, desde la perspectiva de la Gestalt cuando se asume que el término proscrito de la dualidad forma parte también el individuo: Si la concepción básica de una naturaleza humana sana (sea cual sea) es correcta, entonces todos los pacientes al curarse serían iguales. ¿Es este el caso? Por el contrario, es precisamente en la salud y en la espontaneidad en donde los hombres son más diferentes, más imprevisibles, más “excéntricos”. Como una clase de neurosis los hombres se parecen mucho: la enfermedad tiene como efecto atenuar las diferencias. Aquí, de nuevo, se puede constatar que el síntoma tiene un doble aspecto: como rigidez, hace de un individuo un simple ejemplo de un tipo de “carácter”, y según esto existe una media docena. Pero como obra de su propio self creativo, el síntoma expresa el carácter único de un individuo. Es muy interesante el análisis que hace Goodman del poder creativo y curativo de la poesía frente a la verbalización incontrolada del sujeto como sustituta de la realidad, y en esa dimensión creativa hace hincapié la terapia gestáltica, porque lo que pretende, básicamente, es recuperar la espontaneidad e  ingenuidad literal del ser humano, aquella que se manifiesta en su etimología: ingenuus, “nacido libre”: Lo contrario a la verbalización neurótica es el habla variada y creativa; no es ni la semántica ni el silencio, es la poesía.(…) Como decía Freud, la obra de arte reemplaza al síntoma. (…) La poesía es, por lo tanto, el opuesto exacto al discurso neurótico, ya que es lenguaje en tanto que actividad orgánica de resolución de problemas, es una forma de concentración; mientras que la verborrea es un habla que trata de disipar la energía del discurso, que reprime la necesidad orgánica y que repite una escena subvocal inacabada en lugar de concentrarse en ella. (..) En lugar de ser un medio de comunicación o de expresión, la verborrea protege al individuo aislándole a la vez del entorno y del organismo. (…) El verborreico raramente oye su propia voz y, cuando la escucha, se sorprende. Pero el poeta está atento al murmullo subvocal y a los susurros, los hace audibles, critica el sonido y vuelve a ello. (…) El verborreico, por lo tanto, aburre porque pretende aburrir, quiere que le dejen solo. El compromiso consiste en hablar mediante estereotipos, en utilizar abstracciones vagas, particularidades superficiales u otras formas de decir la verdad no diciendo, de hecho, nada. Hemos de destacar, en la parte de Goodman, que hay una descripción muy ajustada del proceso terapéutico y de las situaciones que permiten progresar o no en él. Del mismo modo que el paciente acude libremente a un terapeuta, dice Goodman, debería poder dejar de ir cuando lo estimara conveniente, algo que choca, ciertamente, con ese “control” que cualquier psicoanálisis le impone al paciente y que este suele aceptar, por lo general, desde la situación inferior de quien sufre frente a quien, teóricamente, ha de ayudarlo. En la Gestalt, sin embargo, esa relación cambia sustancialmente: No es el objetivo de la terapia disuadir al paciente de ninguno de sus deseos. Incluso debemos añadir que si, en el presente, no se puede satisfacer la necesidad, y por lo tanto no se satisface realmente, todo el proceso de tensión y de frustración volverá a empezar y el individuo o bien reprimirá de nuevo la toma de consciencia y caerá en la neurosis o bien, como es más probable, se conocerá a sí mismo y sufrirá hasta saber que puede crear un cambio en el entorno. El terapeuta Gestalt vendría a ser algo sí como un facilitador de la toma de control sobre ellos mismos de los pacientes, únicos en quienes está la posibilidad de aplicar cambios en sus vidas capaces de disolver sus síntomas y recobrar “las riendas” sobre su propia vida. Ello implica un coraje -es decir, la transformación de la agresividad que suele dominarlos y que dirigen ya contra ellos mismos, ya contra otros- que no siempre está a su alcance. Lo más normal, como bien describe Goodman, es la huida instintiva a una acomodación incluso al sufrimiento: Frente a la amenaza crónica de dejar de funcionar, el organismo se repliega a sus mecanismos de seguridad: represión, alucinación, desplazamiento, aislamiento, huida, regresión; y el hombre trata de hacer del “arte de vivir sobre sus nervios” una nueva proeza de la evolución. La terapia Gestalt tiene algo de revolucionario en su concepción, porque se opone a que la función de la misma sea llevar a la persona a la aceptación del principio de realidad, que era el objetivo del psicoanálisis freudiano, dado que el propio concepto de “realidad” es lo que la terapia se encarga de demoler, revelando, digámoslo de un modo algo tremendista, el lado oscuro de esa herramienta de alienación social: Considerada fríamente, en los términos como la describió [Freud], la adaptación a la “realidad” es precisamente la neurosis: es, en efecto, una interferencia deliberada en la autorregulación del organismo, una transformación de las descargas espontáneas en síntomas. Una civilización así concebida es una enfermedad. (…) La pregunta es: ¿cuál es la realidad que es importante? Durante el tiempo que la actividad sentida transcurra suficientemente bien, el niño va a aceptar cualquier propuesta: el centro de la realidad está, en todos los casos, en la acción. En comparación, el adulto “maduro” está esclavizado, no por la realidad, sino por una abstracción de la realidad neuróticamente fija, llamada el “conocimiento”, que ha perdido su subordinación al uso, a la acción, a la felicidad. En consecuencia, solo los individuos con talento son quienes saben mantener esta capacidad de la infancia, ya que el individuo medio se encuentra metido en responsabilidades hacia cosas que no le interesan profundamente.
Está claro que la Biblia de la Gestalt ni siquiera remotamente puede ser reducida a los límites de un artículo de presentación de las líneas maestras de la misma, porque, en la medida en que afecta a la vida toda, todo lo vital cae dentro de lo que a la Gestalt le interesa del sujeto que en modo alguno está separado de la realidad de la que forma parte como elemento del continuo sin el cual resulta inexplicable su existencia. La concepción del self como un símbolo de identificación, en vez de como una realidad física -y recordemos a dónde le llevó a Reich su creencia en la realidad física de la libido: ¡nada menos que al diseño de los tanques de orgón para apresarla!- abrió, en su momento, las puertas de la percepción de una manera que aún nos beneficiamos de ello.

jueves, 7 de junio de 2018

"Máximas y pensamientos" de Napoleón Bonaparte en el ocaso de su aventura vital.



El político, el militar y el filósofo: Máximas y pensamientos de la ambición de un hombre forjado en la extraña aventura romántica del absolutismo ilustrado.

No cabe duda de que cuando Orwell bautizó al cerdo de su novela Rebelión en la granja con el nombre de Napoleón estaba lanzando un mensaje sobre su valoración histórica del personaje, quien, por ley, estableció que en Francia no se pudiera llamar jamás Napoleón a ningún cerdo, so pena de incurrir en delito. Que Beethoven le retirara la dedicatoria de su tercera sinfonía, la Heroica o que Stendhal fuese incondicional admirador del general nos indica que estamos ene presencia de un ser complejo y poiédrico, capaz de suscitar rencores tan profundos como los que Jefferson expresó sobre él y admiraciones como la propia de Stendhal. Y miedo, mucho miedo. Durante un decenio, Napoleón fue algo así como la personificacón del terror para las monarquías europeas, que advertían en él, al margen de su entronización como Emperador, al embajador de ideas revolucionarias que acabarían con sus reinados, como las propias de su Código Civil, por ejemplo. Que Bonaparte fuera un aventurero de la política explica no solo lo azaroso de su vida, sino también los vaivenes a que estuvo sometida hasta que, derrotado en Waterloo, fue desterrado a la isla de Santa Elena, frente a las costas de Angola. Allí vivió, intentó aprender inglés y murió, no se sabe si envenenado o no. Un leal ayudante suyo, Emanuel Augustus Dieudonné, le Comte de Las Casas, se encargó de ir recogiendo en papel las máximas, pensamientos, aforismos y ocurrencias de Napoleón, un corpus que constituye la base de la presente edición de las máximas y pensamientos de Napoleón, de cuya mano autobiográfica sí que conocemos las memorias, aunque en solo 40 páginas de las 84 que componen el libro, las restantes las dictó al mariscal Bertrand y a los generales Montholon y Gourgaud. La difusión rocambolesca de las Máximas  y pensamientos, porque los textos burlaron la férrea vigilancia impuesta a todo lo relativo al destronado Emperador y se publicaron primero en inglés, supuso una nueva condena para el conde Las Casas, autor del Memorial de Santa Helena, quien fue enviado al Cabo de Buena Esperanza. La fiabilidad total de su Memorial, sin embargo, deja mucho que desear, al parecer, pues, según los expertos, se permitió numerosas licencias sobre lo que nos ofrece como reflexiones propias del Emperador. El conde fue el encargado de enseñar inglés a Napoleón, y de esa enseñanza se conservan algunos ejercicios de puño y letra del aplicado estudiante. Al margen de estas circunstancias que encuadran el contenido indudablemente napoleónico de sus aforismos, lo cierto es que el texto como tal, y a pesar de la pasión que Napoleón sintió toda su vida por Plutarco y otros historiadores antiguos, no destaca por una originalidad que le haya permitido, al general francés, pasar a la historia de los grandes aforistas, aunque muchos de ellos revelan el gran caudal de experiencia que acumuló en su corta vida el intrépido militar, al que tanto se le admira como se le odia. Acabados de leer los Episodios nacionales es evidente que, al menos en España, no dejó “gran memoria de sí”…, por más que, desde el plano racional exento de cualesquiera emociones, mucho perdió España con la vuelta al absolutismo tradicional que abortó las reformas ilustradas de los afrancesados. Los aforismos de Napoleón revelan fielmente la mentalidad de un ser decidido, expeditivo, consciente de su destino y conocedor de no pocos resortes de la naturaleza humana que le ayudaron a forjar su imperio: La desgracia es la comadrona del genio.  A través de ellos, con el poso de quien reflexiona sobre su vida, descubrimos un modo de pensar que fundamenta el autoritarismo al servicio del procomún y del propio ego: El hombre superior no marcha por caminos ajenos No está entre todos los que he leído, sin embargo, el más célebre de todos, que pasa por proverbio universal: El fin justifica los medios, escrito por él en la última página de su volumen anotado de El príncipe, de Maquiavelo, autor a quien, por cierto, desprecia olímpicamente Napoleón, a pesar de haberlo traducido y comentado ampliamente. En ese mismo volumen escribió también una variación del aforismo anterior: El éxito justifica todas las causas, que se corresponde fielmente con un ideal de vida que hacía de la conquista del poder, de todo el poder, y de la admiración ajena, su ideal de vida. Este último aforismo parece incluso más propio de la mentalidad del siglo XXI que de la del XIX suyo. El hermoso volumen en octavo del Círculo de lectores lleva un prefacio de Balzac, otro de los grandes admiradores del corso, que traza los caracteres básicos del carácter que va a manifestarse en las máximas, de ahí que, a su parecer, destaque lo coherencia del personaje como un valor indiscutible: Hay que reconocerle en justicia que fue franco y no retrocedió ante ninguna consecuencia; glorificó la acción y condenó el pensamiento. Aunque agrupados en bloques que resaltan la unidad temática de los mismos: lo militar, la experiencia política, la vida íntima, el republicanismo…, lo cierto es que la poderosa personalidad de Napoleón se vierte en todas las facetas de su vida con la misma intensidad ardiente: La tortura de tomar precauciones es superior a los peligros que se pretenden evitar: es mejor abandonarse al destino. Si algo puede decirse de él es que no era una persona adicta a las medias tintas, desde luego, aunque cifró en el azar la gran ley de la existencia: El azar es el único rey legitimo del universo. De lo que no cabe duda es de que su origen periférico -siempre habló el francés con acento italiano- en la política francesa, su ambición y sus cualidades, permitieron que, a partir de una identificación con la Revolución, captara fielmente el espíritu popular no expreso ni en códigos ni en el folclore, sino en ese reducto de la intimidad compartida  que construye la “nación”: En Francia solo se admira lo imposible. Y de ahí a su dictamen sobre la inoperancia republicana hay un paso: En Francia no puede haber ya república: los republicanos de buena fe son idiotas; los demás, incautos o intrigantes. Algo tendrá que ver su admiración por Robespierre, desde luego… Lo que está claro es que Napoleón aboga rápidamente por una institución que se sitúe por encima de los partidos, todos ellos jacobinos, a su parecer, y poco de fiar por su propia naturaleza: Los partidos se debilitan por su miedo a las personas capaces, de lo que aquí en España tenemos sobrados ejemplos. Digamos que su “teoría” política pasa por sobreponerse, desde el genio, a la mediocridad de las formas republicanas: Es raro que una gran asamblea razone; se apasiona demasiado pronto y Toda asamblea tiende a convertir al soberano en un fantasma, y al pueblo en un esclavo. De algún modo, el ideal aristocrático que él encarna, sería algo así como una enmienda a la totalidad de las viejas aristocracias europeas: La nobleza habría subsistido si se hubiese interesado más por las ramas que por las raíces. No estamos en presencia de un demócrata, y mucho menos de un socialista utópico, sino de un pragmático que se afirma en la realidad a partir de la constatación de ciertas tendencias individuales y sociales que no nos permiten llamarnos a engaño: La igualdad solo existe en teoría, nos recuerda; de ahí que ni se le ocurra entrar en dinámicas de nominalismos inoperantes:  El nombre y la forma de gobierno no significan nada, con tal de que los ciudadanos sean iguales en derechos y se imparta bien la justicia. Napoleón es conocedor de un secreto a voces que él sabe administrar a la perfección: En política, un absurdo no constituye un obstáculo. Su gran capacidad analítica, no solo en términos presentes de la situación política y social que le permite esta o aquella decisión, sino en términos históricos lo apreciamos en esta aguda observación que constituye al tiempo la constatación de una verdad apodíctica y un canto a la esperanza de la esperanza, por infundada que pueda aparecer a ojos de todo el mundo:  Los cirios que se encienden hoy a la luz del día iluminaron en otros tiempos las catacumbas. Nadie discute su genio militar, aunque en su haber consten casi por igual los grandes éxitos como los grandes fracasos, pero Le petit caporal  -así lo llamaban sus soldados- era, sin duda, un caudillo a la antigua usanza, esto es, a la de los nueve héroes de la fama para la Antigüedad. Un militar próximo a sus hombres y que anteponía la resistencia a la fatiga al valor, por ejemplo, como la gran cualidad de un soldado:  La primera cualidad del soldado es la constancia para soportar la fatiga; el valor es solo la segunda. Cuantos intelectores lean estos aforismos, descubrirán una capacidad de reflexión, e incluso cierto aire repentino a los grandes moralistas franceses, que les sorprenderá: Los sentimientos son, en su mayoría, tradiciones o Quien practica la virtud con la sola esperanza de adquirir una gran fama se halla muy cerca del vicio, en el que oímos los ecos de toda una escuela francesa del aforismo. Hay, curiosamente, dada la época,  una suerte de antirromanticismo que choca en el caudillo militar, como si la dedicación épica hubiera acallado el espíritu romántico de la época: El amor es una necedad cometida por dos personas, aunque haya corrido la leyenda del apasionado amor por Josefina. Todo esto que llevamos dicho ha de predicarse de un hombre que no dudó en reconocer lo siguiente: No hay nada más difícil que tomar una decisión, casi como dándole la razón a un Rajoy que por no tomar la decisión de dimitir cuando abrazó por sms a su tesorero, ha sufrido un revolcón parlamentario que lo ha llevado a la tumba política, de imposible noche de Walpurgis ya. Aunque desterrado a un islote en medio del Atlántico, Napoleón llevaba dentro el demonio de la política, él que había configurado la de toda Europa durante más de un decenio, y murió con los análisis puestos, podríamos decir, porque de se final son algunas reflexiones que merecen toda nuestra consideración: Es injusto que una generación se ve comprometida por la anterior; los empréstitos deberían estar limitados a cincuenta años (…) Hay que hallar un medio de preservar a las generaciones futuras de la codicia de las presentes sin tener que recurrir a la bancarrota. Un señora advertencia a aquellos gobiernos que, más amantes del gasto que de la creación de riqueza, no solo se endeudan ellos, sino que implican en esas deudas, a menudo para empresas faraónicas absurdas, a las siguientes generaciones. No sé si podríamos hablar de una política de “quita” de la deuda como la que exigió el rompecabezas de la deuda griega para evitar la ruina del país y el arrastre de la UE por la misma senda, pero por ahí parece andar la sugerencia. DE igual modo, no deja de sorprender que en aquellos tiempos de colonialismo y aranceles, Napoleón intuyera la aldea global en que vivimos: El sistema colonial ha terminado: hay que aceptar la libre navegación de los mares y la libertad de intercambio universal. Todo ello nos habla, así pues, de una personalidad que supo extraer lecciones de su derrota, cuando ya solo tenía ante sí una vida de reclusión imposible de soportar para quien había cabalgado victorioso por toda Europa. No se sabe si murió envenenado, pero no es descabellado pensar que, de ser cierto, dicho envenenamiento hubiera sido con toda propiedad un suicidio, por más que reconociera, con inequívoco estoicismo que  Sufrir con constancia los males de la vida supone tanto valor como mantenerse firme bajo la metralla de una batería. Él esta hecho de esa pasta, según se desprende de su concepción de la formación de carácter: Los golpes del destino son como los de la prensa de acuñar moneda: imprimen su valor a las personas.