lunes, 2 de abril de 2018

“Ensayos liberales”, de Gregorio Marañón.



La imprescindible libertad de pensamiento y la necesaria cordialidad humana como fundamentos de un liberalismo ética e intelectualmente enriquecedor.

Gregorio Marañón no debería necesitar presentación, porque se trata de una de las mentes más lúcidas que actuó social y políticamente en lo que Mainer llamó La edad de plata de la cultura española y que el propio Marañón, yendo un poco hacia atrás, prefiere denominar el Siglo liberal español, una época tan brillante, para la cultura española como los llamados siglos de oro de nuestra cultura: el XVI y el XVII. El siglo liberal, que acoge en su seno no solo a la generación del 98, sino también a la del 14, menos conocida, pero no menos importante y, por supuesto, a la del 27, a la que otros denominan Generación de la República. Netamente republicano y liberal, Marañón ha de contarse entre los intelectuales, junto con Ortega y Gasset, sobre todo, pero también con otros como Unamuno, Pérez de Ayala, Juan Ramon Jiménez, Azorín o los hermanos Machado, que impulsaron la creación de la Agrupación al Servicio de la República, aquella esperanza que no tardó mucho en desvanecerse cuando los impulsos revolucionarios se impusieron sobre los usos democráticos y se armó el belén de todos conocidos y que Payne ha retratado con magistral uso de los datos y análisis de las fuentes en un obra de tan expresivo subtítulo como este:  La erosión de la democracia en España (diciembre de 1935-julio de 1936). Esa erosión está en la base de los ensayos que se recogen en este librito de insospechada actualidad cuando reparé en él en una de mis librerías de segunda mano y que me ha impelido a escribir las presentes líneas, no tanto para destriparlo ce por be, cuanto para invitar a los intelectores animosos que a veces me visitan a sumergirse en esas páginas que, con apariencia de tono menor, nos habla de realidades de nuestra vida española que son parte inequívoca de nuestro presente. Muy al estilo orteguiano y D’orsiano, el doctor Marañón -recuérdese que su dedicación al estudio y la práctica de la medicina le valieron tanta reputación como sus estudios humanísticos, muchos de ellos cimentados con su experiencia científica, como los estudios sobre Don Juan y Antonio Pérez, abre Marañon el volumen con un largo ensayo dedicado  a la Psicologia del gesto y a la importancia del mismo para explicar conductas fundamentales en la vida social y aun determinantes de nuestro devenir histórico y del de otros pueblos. Sigue después con El deber de las edades, otro ensayo largo de tipo biológico en el que analiza pormenorizadamente las clasificaciones que tan arbitrariamente solemos establecer con una leve frivolidad que Marañón trata de reconducir desde la ciencia y desde la estrecha unión entre las exigencias biológicas y las sociales. Luego cierra el volumen con tres breves apuntes, no pasan de ahí, sobre tres temas muy distintos, pero todos ligados por ese hilo sutil del análisis de lo que España podía haber sido y fue en tiempos del liberalismo y dejó de ser en los tiempos revolucionarios para nunca más volver a ser nada reconocible en el marco de las democracias occidentales consolidadas, teniendo en cuenta cómo acabó nuestra Guerra Incivil: Dos monólogos sobre la prensa y la cultura, un froz ataque a la banalización de lo real que ha supuesto el periodismo; Dos vidas en el tiempo de la concordia, sobre la relación entre dos intelectuales antagonistas de la talla de Leopoldo Alas y Mennendez y Pelayo, y, finalmente, Dos poetas de la España liberal, sobre los hermanos Machado, de tan diferentes destinos vitales. No es poca la penetración psicológica que exhibe Marañón  a la hora de analizar el “gesto” y ver su trascendencia en la vida social. Partiendo de una definición neutra: Entendemos por “gesto” la traducción material de un estado de ánimo, por los medios habituales de la expresión emotiva y no solo por los de la cara: ya los contemplemos ejecutar o ya los imaginemos, a la vista de una actitud social determinada, lo primero que advierte Marañón, en un siglo veinte dominado por la mímesis inconsciente de los modelos de éxito social, es el peligro de tal proceder: Hablaré luego de la discutible categoría de la facilidad para estos contagios. Pero desde este momento quiero insistir en una de sus principales consecuencias, que es la atenuación de la personalidad, porque la contrapartida de esa debilidad individual es la aparición del hombre-masa fácilmente gobernable por lo que él denomina “conductores” o “domadores” que, a través del gesto autoritario y vehemente logran hacer mella en esa psicología rendida a la seducción ejercida por esos “domadores” de las voluntades. Es evidente que no ha tardado Marañón en derivar hacia un análisis de los fascismos en el primer tercio del siglo XX, esa monstruosidad que barrió el liberalismo como proyecto civilizado de vida social. Después de haber dejado clara la insufrible merma de la personalidad que supone la imitación de la gesticulación -y en esa deriva social adjudica un papel importantísimo al cine, moldeador de conductas y gestos-, capaz de influir en la dificultad que puedan tener las personas de ambos sexos para relacionarse mutuamente, por la falta del atractivo individualizado capaz de generar sorpresa y atracción en el otro o la otra, el doctor Marañón, siguiendo en parte a Keyserling, establece lo que parece una ley sociológica de indudable cumplimiento: Cuando los pueblos atraviesan sus fases de bienestar, un hombre que gesticula es contemplado con indiferencia o con burla. Pero este mismo hombre, en la fase crítica de la Historia, alcanza, súbitamente, y gracias a su gesto, la energía sobrehumana del conductor. Esta energía no es, por lo tanto, virtud pura del agitador sino suma de esa virtud más el terreno propicio del pueblo hiperestésico. Esto nos explica el que la mayoría de esos grandes agitadores eran, casi siempre, personajes vulgares, antes de la rotura del equilibrio popular. De La vida íntima, de Keyserling, toma Marañon la distinción entre el conductor espiritual y el domador, clave para entender modos tan distintos de influir en la conducta de los ciudadanos: el papel de ciertos políticos no es el de guía espiritual, sino el de domador. El guía espiritual, en realidad, no actúa nunca sobre las muchedumbres, sino tan solo de individuo a individuo; y, a lo sumo, sobre las minorías inteligentes que, en los tiempos de paz, gobiernan a los pueblos. Su acción, fina y compleja, es como música de cámara que jamás escucha el populacho, aunque, a la larga, sus ecos se puedan difundir hasta muy lejos de su punto de origen. Cuando la masa hiperestésica surge, el guía espiritual es, en efecto, suplantado por el domador, cuya música es pura trompetería estruendosa, hora de ideas pero de potente emotividad. ¿Quién no recuerda los gestualidad aparatosa de los líderes fascistas, Mussolini y Hitler, sobre todo, -Franco era un vulgar imitador sin cualidades para seducir a nadie-, a la hora de buscar una explicación de su capacidad para influir en las masas?:  El orador popular no convence con el razonamiento (…), sino que conmueve con los accesorios de la oratoria que tan bien estudió nuestro Juan de Huarte. Lo que Huarte llamaba “el meneo y gestos” con que se acompaña el discurso. (…) El mismo Cicerón, orador máximo, lo reconocía así: Actio quae motu corporis, quae gestu, quae voltu, que vocis confirmationes ac varietate moderanda est. (…) En su masa preparada, toda esa exorbitada gesticulación electriza y subyuga; y no se podría sustituir por una oración académica sin que, al punto, la muchedumbre se disgregase. En esa suma de individuos susceptibles de aceptar la sumisión a los líderes hay siempre, a juicio de Marañón, lo que el llama el factor antropoide, una suerte de descenso a los instintos que explicarían la necesidad de identificación con la masa, con la manada, con el clan: Esta es la razón de la importancia del gesto rítmico y continuado en la vida militar. El gesto externo crea la disciplina interna. Mientras más esclavo de su gesto es un ejército, más disciplinado será. (…) La ejecución del gesto rítmico, mantenido por la música o el canto, indispensable en todo movimiento de masas, condiciona por lo tanto, el reflejo de la disciplina, de la pérdida de la personalidad, absorbida por la masa organizada. Ahora bien: esta sensibilidad ante el ritmo es significativa del sentido primitivo que tiene el espíritu de la multitud disciplinada; primitivo y, por lo tanto, inferior, porque, sin duda, las fases iniciales de la vida están sujetas al ritmo; mientras que el progreso vital equivale a liberarse de él y a actuar con movimientos libres y, en cierto modo, desordenados; aunque siempre, en la normalidad civilizada, subordinados a una jerarquía. Eso explicaría, dice Marañón una paradoja monumental y divertida: España es el único país del mundo que ofrece la paradoja de un partido organizada de anarquistas. Estoy convencido de que mis intelectores asiduos -¡si es que existe tal especie exótica y casi extraterrestre, porque, de existir, no serían de este mundo…!- se preguntarán cómo es posible que aún no haya arrimado la sardina del delirio del prusés a estas ascuas convincentes y caloríficas que nos regala Marañon. Lo dejaba para el final, porque el paralelismo de los ejemplos destacados por Marañón con las “paradas” secesionistas está fuera de toda duda, y más aun si se atiende a esta fina observación que ya he denunciado en la Provincia Mayor… bajo el título de La pederastia ideológica secesionista: En cada pueblo, cualquiera que sea la modalidad de su alma colectiva, hay una masa específicamente sensible al contagio del gesto que está precisamente formada por los jóvenes; porque su festividad intensa y su falta de crítica les coloca muy cerca de la psicología del gesticulador. Por ello las milicias del gesto empiezan, siempre, reclutándose entre adolescentes Lo saben bien los domadores, y por ello cultivan con tanto afán la adhesión, no ya de la juventud, sino de los mismos párvulos. A medida que los años son menos, será el contagio del gesto más fácil, y el condicionamiento de la conducta al gesto más hondo y duradero. Imposible ser más claro y, por lo que respecta al prusés, clarividente. Cataluña se había forjado una imagen de sociedad “avanzada”, siempre, a pesar del carlismo tradicional y la religiosidad ultramontana que ha anidado de continuo en su agro y en parte de su burguesía, dispuesta a señalar la dirección de Europa y de las sociedades avanzadas. Esa es la imagen que se ha roto como un espejo, como el mirall trencat de la novela de Rodoreda. Y lo que ahora le duele a esa masa uniforme y sincronizada que se mueve bajo la batuta de sus enloquecidos domadores es la imposibilidad, parece, de encontrar el remedio para ese mal, que también, gentilmente, nos ofrece Marañón: El hombre de categoría superior no siente nunca la necesidad del gesto externo, porque él mismo conduce su propia vida con gestos interiores, más rígidos a medida que los va obedeciendo. En realidad, es esta creación de los propios deberes la señal más cierta del gran espíritu. (…) Servir a las normas que uno mismo se creó, al gesto recatado de la conciencia, este es el sentido humano superior
Un remedio que tiene que ver con ese ideal de vida que es para Marañón la “austeridad” y que analiza en el segundo de los ensayos del libro, el dedicado a las edades. Después de advertirnos del disparate de intentar clasificar a las personas en función de algo tan absurdo como la edad, en permanente cambio, Marañón señala el eje de su discurso: Los derechos de la edad solo serán legítimos cuando entendamos, a la par, que cada edad nos impone también deberes ineludibles y estrictos. Eso que hoy suena casi como una herejía nefanda: “deberes”, forma parte de las exigencias de cualesquiera edades, y olvidarlos significa crear personalidades cojas, carentes de entidad. Junto a ciertos tópicos no carentes de fundamento, como el de la rebeldía propia de la juventud: El deber fundamental de la juventud es la rebeldía. (…) Toda la vida seremos lo que seamos capaces de ser desde jóvenes.(…) ¿Y cómo va a realizarse la gran obra de la forja de la personalidad sin lucha, sin arbitrariedad, sin rebeldía? Es preciso decirlo muchas veces, porque es este uno de los puntos en que más claramente se observa el conflicto, a que antes me he referido, entre las normas naturales y los prejuicios sociales. Toda la pedagogía, con gloriosas excepciones, tiende a hacer del joven un ser gregario, sin esquinas ni asperezas, conforme con las ideas que transmite la tradición y con los modos psicológicos y éticos consagrados; pensando y sintiendo a la zaga de lo que piensan y sienten los viejos. Y esto equivale, ni más ni menos, que a destruir, si no la misma juventud, que no hay fuerza que la coarte, al menos el germen de la futura personalidad; Marañón se descuelga con un anatema al deporte que no puede por menos de sorprendernos en nuestra sociedad, que ya en los tiempos de la juventud del propio Marañon comenzaba a rendir culto al "sportman": No he de ocultar ahora mi antipatía, ya explanada en otra ocasión, por estos entusiasmo deportivos. (…) Es indudable la influencia perniciosa que ejerce en la mentalidad de la juventud que lo practica como ahora se practica, es decir, como una religión. (…) el deporte acaba por ocupar el puesto del trabajo de una manera capciosa e infinitamente dañina para el varón que se está formando. El joven que ha jugado y que siente la voluptuosidad del cansancio físico satisfecho, tiene una suerte de sensación del deber cumplido tan falsa y perniciosa como el que, en lugar d apagar el hambre física con el alimento natural, la calma con la voluptuosidad de la borrachera. Y este equívoco es aún más llamativo y pernicioso cuando se compara el ruidoso triunfo del deportista con el rendimiento cotidiano y gris de la labor provechosa. (…) Se me dirá que los tiempos mandan y que los nuestros son tiempos deportivos. Pero por eso mismo hay que rebelarse contra la fascinación de la actualidad. (…) Por esto, yo quisiera que los jóvenes empleasen una parte de su rebeldía en rebelarse contra la actualidad o, si queréis, contra la moda. (…) Claro está que todo e cuestión de medida. UN deporte prudente es favorable, incluso por esa misma disciplina que impone; siempre que no deforme la personalidad del mozo. Así mismo, vuelve a redoblar en este otro ensayo su prevención contra el abuso que la ideología totalitaria puede hacr del joven en formación, incapaz, a esa edad, de discernir las asechanzas de un discurso que quiere moldearlo, conformarlo, definirlo según un canon político del que le costará mucho desprenderse, como si se tratase de una camisa de serpiente de bronce:   Cuando vemos algunos ejemplos de pueblos emborrachados con la droga de un nacionalismo exultante, damos por buenas las ventajas que hayan podido lograrse con semejante tratamiento; pero pensamos con un seguro terror en el porvenir de esas juventudes con el alma perdurablemente deformada en un troquel estrecho y violento; juventudes que cavarán por no servir para nada el día -siempre cercano a pesar de las apariencias- en que ya no se cotice el signo en que se troquelaron. El metal inservible de refunde en unas horas, con formas distintas y utilidades nuevas. Pero el alma de los hombres jóvenes tarda muchos años en adquirir una estructura diferente y expurgada de las ruinas de su pasado inservible.  ¡Cómo nos parece estar leyendo al mismísimo Ortega en esa facilidad para la comparación y la imagen! Si algo distingue a las edades es que se manifiestan en conflicto en la sociedad y que lo propio es que haya entre ellas una lid noble y respetuosa. Cada cual ha de saber cuál es su lugar y cuáles sus deberes:  Nada da idea de la vejez prematura de un hombre hecho y derecho como su sumisión incondicional a la juventud de los otros. El culto actual a la juventud no es, desde luego, el ideal de sociedad liberal avanzada que complacía a Marañón.  Las edades avanzadas, a su parecer, han de encontrar su camino en la adaptación y en el principio de austeridad. El doctor traza una línea que emparenta sociología y biología: Obediencia, rebeldía, austeridad, adaptación: he aquí la línea quebrada que la evolución del organismo marca a nuestro deber: la obediencia del niño, la rebeldía del joven la austeridad del ser maduro – que es lo contrario de la inconstancia y la superficialidad- y la adaptación del anciano -que no quiere decir renunciación ni esterilidad.
La última parte del libro recoge algunas impresiones volanderas que tienen, igualmente, una actualidad más que notable. La  concepción de la Prensa casi como un obstáculo para poder entender el presente desde eso que ellos llaman la “rabosa actualidad” es ya una experiencia común y corriente en nuestros días en que, para nuestro mal, se ha consolidado el “periodismo de trinchera”, una guerra de informadores en el que, como en las reales, es la verdad la primera víctima. Como dice Marañón, la Prensa diaria produce en el mundo de los lectores una tendencia excesiva a la acción, con detrimento de la meditación,  lo cual, también lo dice él es gravísimo, porque sume a los lectores en un estado casi delirante de actividad sin sentido y proclive a las violencias verbal y física. A las colaboraciones alimentarias de los intelectuales en esa Prensa achaca Marañón el hecho inequívoco de que hayan dejado de escribirse obras de infinitamente más valor que el de esas colaboraciones indispensables para la supervivencia. Hay ahí un punto de resentimiento inobjetable. Desde Larra arrastramos que escribir en España es llorar, y, salvo casos excepcionales y un avance general que hemos de reconocer, aún no hemos sido capaces de crear una sociedad ampliamente culta que permita la existencia de creadores dedicados a su labor de forma exclusiva y lo suficientemente remunerada, sin tener que dedicar su esfuerzo y su tiempo a la Prensa.  A mí me llama la atención, de ese juicio severo sobre la Prensa, el buen olfato de Marañón para saber ver en los márgenes de la misma el pálpito de la vida real: Instintivamente huíamos de la primera plana, donde está el material de la gran historia artificiosa, e íbamos a sumergirnos en las columnas secundarias, en las que queda vivo a través del tiempo el pequeño suceso de barrio, de vecindad, el eco vago de un hogar; o bien buscábamos gustosamente la sección de los anuncios, donde laten venas sutiles de humanidad, invisibles en las veinticuatro horas que dura la primera vida del periódico.
Las breves páginas dedicadas a la relación entre dos catedráticos como Clarín  y Menéndez Pelayo cifran, inequívocamente, para Marañón el ideal de la España liberal, basada en la concordia entre diferentes y en el profundo respeto a la libertad intelectual de cada cual: Clarín figuraba entre las izquierdas; Menéndez y Pelayo era la figura preeminente de las derechas españolas. Y en estas confesiones de los dos se ve, a cada paso, la mano furtiva del extremista que atiza el fuego de la pasión política para convertir en hoguera hostil la llama nobilísima de su amistad. No lo consiguieron. Porque a los dos les animaba el mismo santo amor a la verdad y a España y la misma generosidad de humanistas, ante las cuales se borraban los accidentes de sus respectivas actitudes en lo ideológico y en lo social. (…) Clarín llegó a perder la colaboración en los periódicos de la izquierda porque, según nos explica, “mis queridos correligionarios son así, y a veces, como los de usted (los de Menéndez y Pelayo), no comprenden que se alabe a los contrarios y se pegue, como ellos dicen, a los amigos”. En esa misma línea hemos de entender la existencia de dos poetas a quienes separó la guerra y la posición política de cada cual, pero no los sentimientos ni, por supuesto, su posición intelectual. Los hermanos Machado le sirven a Gregorio Marañón para fundamentar el elogio de esa España liberal, ese nuevo Siglo de Oro del que no se percataron que lo era mientras lo vivían, pero al que, mirando hacia atrás con objetividad y ecuanimidad, se le ha de reconocer dicho mérito: Esa época de esplendor del alma española en que vivieron no puede designarse con otro signo que con el de liberalismo. La historia es historia y no política. Ahora se habla mal del liberalismo con pasión política y sin conciencia histórica. (…)  “El segundo Siglo de Oro español”, como le ha llamado el maestro Azorín, es de un oro más nuestro que el de los Austrias. La segunda característica es, ya lo hemos dicho, el espíritu liberal. España estaba dividida entre liberales y conservadores; pero los conservadores eran ya, desde entonces, más liberales que los que se llamaban así. (…) En verdad, en verdad, Cánovas solo se hizo reaccionario cuando hastiado de luchar, pactó con los liberales. Acabo de volver de Valencia y, como si la ciudad del Turia se hubiera hecho eco de estas páginas de Marañón, una de las grandes avenidas de la ciudad, si bien, en el extrarradio, se llama Avenida de los hermanos Machado, un signo de verdadera reconciliación que no debería caer en saco roto en estos tiempos en que la proclividad al enfrentamiento sectario puede poner en peligro incluso una democracia en apariencia, solo en apariencia, tan firme como la nuestra. Como muy bien resume Marañon, y le dejamos que ponga él la última palabra a esta recensión de su librito: El alma liberal de aquellos decenios, en España y en todo el mundo, no era, como torpemente creen algunos, pura ideología de partido sujeta, por lo tanto, al azar de sus aciertos o fracasos, sino aire de la época, que respiraban todos los seres humanos, como se respira, quiérase o no, con disgusto o con gusto el vaho cálido de los trópicos o el aire sutil de las estepas, según donde se viva. (…) No sé; muchas veces el antiliberal da la impresión de que solo aspira a ser algún día liberal por su cuenta, sin tener para serlo que pedir permiso a los liberales.

2 comentarios:

  1. Dan ganas de ponerse a leer a Marañón. Pero sospecho, como ya me ha sucedido, que el relator – en este caso vos - le colocás a la descripción tu propia mirada y le imprimís -a las ideas de Marañòn en este caso - una actualidad y un atractivo dignos de mención. Se podría bien aplicar lo que has descripto a mi país tranquilamente. Al modo de “Psicología de las masas y análisis del yo” de Freud, se describe la facilidad del contagio y la alteración de la personalidad.

    Quisiera marcar Juan, algo que me desvela desde que tengo memoria “Toda la pedagogía, con gloriosas excepciones, tiende a hacer del joven un ser gregario, sin esquinas ni asperezas, conforme con las ideas que transmite la tradición y con los modos psicológicos y éticos consagrados; pensando y sintiendo a la zaga de lo que piensan y sienten los viejos. Y esto equivale, ni más ni menos, que a destruir, si no la misma juventud, que no hay fuerza que la coarte, al menos el germen de la futura personalidad”. Disiento en que no hay fuerza que coarte la juventud, lamentablemente estamos viendo que la hay, en éste mismo párrafo se lee el germen de lo que está sucediendo en forma horrorosa en nuestras sociedades “vuelve a redoblar en este otro ensayo su prevención contra el abuso que la ideología totalitaria puede hacer del joven en formación, incapaz, a esa edad, de discernir las asechanzas de un discurso que quiere moldearlo, conformarlo, definirlo según un canon político del que le costará mucho desprenderse, como si se tratase de una camisa de serpiente de bronce” La transformación de los jóvenes en consumistas tontos, en compradores compulsivos sin crítica, en “escapadores” eternos de la realidad, en turistas sumisamente enlatados en aviones y en habitantes aparentemente complacidos de “no lugares” tales como aeropuertos, shoppings, etc
    Sufrí la escolaridad, realmente la sufrí. No dispongo de la capacidad de masificarme. No dispongo de la capacidad de sentir en grupo, no puedo - aunque hubiese querido - gritar en un teatro viendo bailar a Rudolf Nureyev, o cantar a Paul Mc Cartney, sencillamente no puedo, siento en silencio, siento en mis adentros. La masa me daba miedo, es más me aterrorizaba, con los años entendí que el liberalismo (anarquismo?) se siente desde siempre y se sufre casi siempre. Disfruté en parte la vida universitaria - ya que algunas universidades estatales Argentinas, caso la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional La Plata, la Universidad de Córdoba – hacen gala de un liberalismo realmente asombroso, lo que permite que la individualidad crítica florezca a pesar de las agresiones y violencias que sufre cotidianamente.
    Lamentablemente son pocos los jóvenes que acceden a Universidades como las que te menciono a pesar de ser gratuitas y estar al alcance de cualquiera, y en cambio son muchísimos los jóvenes que acceden a la masificación más brutal estimulada justamente en parte por esa verdadera máquina de deformar voluntades que son las instituciones educativas de toda laya y pelaje. (Habrá algunas excepciones, claro) y en parte por la cultura consumista incorporada y absorbida por cada uno.
    Qué podremos esperar de la evolución de esos jóvenes? Qué podremos esperar de ellos, si nosotros mismos, que nos encontramos en la edad de practicar una austeridad que es lo contrario de la inconstancia y la superficialidad estamos horrendamente fisurados por esta cultura que nos quiere informes y consumidores?
    Dejo para tu pluma diseccionadora la discriminación entre el ser liberal y el ser anarquista.Interesante tema a tener en cuenta en estos tiempos complejos en donde todo se confunde. Abrazo

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    1. Querida Ana, disculpa que haya tardado tanto en aparecer por aquí para ver si alguien había caído en esta telaraña que voy tejiendo con textos que pudieran decirles algo con sustancia a los intelectores que, a veces, se descuelgan por este barrio inhóspito y casi hormigonado, a juzgar por los pocos espacios que dejo para que el propio texto respire. Lo siento. Tu análisis, lúcido, como todos los tuyos, pone el acento en esa relación inevitable entre liberalismo y anarquismo -en sus páginas, a Marañón le llama la atención que haya incluso un Sindicato anarquista perfectamente organizado... Dice que esas cosas solo existen en España, país paradójico por excelencia, como lo demuestran los carnavales organizados por el poder municipal en casi todas las ciudades de España-, aunque me temo que poco crédito tengo yo para disertar sobre el asunto. Hay, de siempre, lo que llaman un "anarquismo de derechas", que vendría a coincidir con el espíritu conservador y transgresor al tiempo de Gómez Dávila, por ejemplo. Una suerte de espíritus libérrimos que prefieren perfilarse contra un fondo de orden al estilo de lo que pedía Goethe, quien prefería la injusticia al desorden. El panorama educativo y la presión de la comunicación global sobre las conciencias individuales lleva camino de arrasarlas totalmente, a juzgar por la nivelación en la ignorancia y la miseria moral que solemos ver. Cada vez me siento más identificado con aquella clarividente invención Bradburiana de los seres-libros que conocimos en Fahrenheit 451. Poco a poco, quienes sentimos una pasión -ya casi morbosa- por el conocimiento y el arte vamos configurando una suerte de secta que, aunque numerosa, va perdiendo capacidad de influencia en la sociedad justo es reconocerlo. "Cuerpo a extinguir", decimos administrativamente de algunos empleos que desaparecen porque han perdido su razón de ser. Así me intuyo, también. En cualquier caso, seremos lo que ya estamos siendo y nos reconoceremos en nuestras obras y nuestras pasiones, que es la un forma pedante de decir que nos quiten lo bailao, por supuesto... ¡No sabes cómo agradezco que persona como tú -de quienes siempre puedo aprender algo- se tomen la molestia no solo de leer lo que cuelgo, sino incluso de dejar un comentario! Le da sentido a eta labor. Un abrazo.

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