Los
bulos de la auctoritas: la tradición de bestiarios, lapidarios,
antropólogos y geógrafos en un bestseller
europeo: el jardín dialogado de las
flores fantásticas.
En esta época ya definida
como de la posverdad, es reconfortante viajar, leyendo, en el tiempo para
descubrir este estupendo Jardín de flores
curiosas, de Antonio de Torquemada, donde se dan cabida todas las rarezas,
y que bien podría haber sido titulado Jardín
de las Hipérboles, a juzgar por el uso no retórico, sino falsado, de las
tales. Porque lo primero que sorprende de este conjunto de noticias peregrinas,
en la línea de las misceláneas, polianteas y florilegios propios de la época
del autor, el siglo XVI, e incluso de siglos posteriores es la decidida
voluntad de avalar los testimonios, por disparatados que hoy nos puedan
parecer, con la autoridad de historiadores, filósofos y cuantas autoridades, de
tipo civil o religioso, puedan contribuir a desechar de la mente de los
lectores que aquello que se cuenta, por inverosímil que nos parezca, no
responde a la verdad. Es cierto que el Renacimiento es la época en la que el
conocimiento suma al cultivo hasta entonces casi exclusivo de la teología y las
artes humanísticas clásicas, la literatura, la historia, el descubrimiento de
la naturaleza y su estudio pormenorizado, tanto en la Tierra como en el cosmos,
y de ahí, por parte del autor, la necesidad casi compulsiva de verse obligado a
añadir la ristra de autoridades que dan fe de la verdad de cuanto se cuenta. En
cierto modo, los dos volúmenes de este Jardín…
tienen algo, por lo que hace al conocimiento del cuerpo humano, de manual de
teratología, del mismo modo que, en cuanto a los animales, las tierras y las
personas de tribus exóticas, el libro tiene algo de aquellas geografías
fantásticas de los primeros cartógrafos y no poco de los herbolarios y los
lapidarios que nos transmitieron las propiedades maravillosas de plantas,
piedras y animales, todo ello procedentes de épocas que yo he situado en lo que
defino como la “preverdad”, cuando la historia y el mito aún son inextricables,
cuando las narraciones fabulosas tienen un público expectante en los mercados
de las ciudades y las aldeas. Todo es posible, nada es inverosímil. Y a pesar
de que los contertulios del personaje que lleva la voz cantante del coloquio
manifiestan a veces lo difícil que resulta creer ciertas cosas de las que se
dicen, un conato de escepticismo que no tardará en cuajar, como doctrina
filosófica en las páginas del Quod nihil scitur, de
Francisco Sánchez, publicado en 1581, es decir, que esa época de la
preverdad tiene fecha de caducidad, aunque lo cierto es que, a pesar del
espíritu científico propio del Renacimiento, o quizás por ello mismo, recordemos
que Servet muere en la hoguera, las
supersticiones han seguido formando parte del cuerpo social con una solidez a
prueba de ilustraciones… Desde el siglo XXI, la lectura del Jardín de flores curiosas se emprende
como un viaje fantástico hacia los sucesos y anécdotas más peregrinos que
puedan ser imaginados, y el lector halla en sus páginas un auténtico
virtuosismo de la invención. Desde esa adscripción al género de lo fantástico,
tan de moda en las trilogías y tetralogías que devoran millones de lectores,
bien pudieran estos volúmenes acabar convirtiéndose en el bestseller europeo que fueron en su momento, como así mismo lo
fueron otras obras del autor, quien, también premonitorio en este sentido, pasó
por la Universidad sin que saliera de ella con título alguno, ni ful ni legal,
pero con un extraordinario olfato para saber, literariamente, qué estaban
deseando leer sus contemporáneos. El Jardín…
está lleno de flores exóticas en tal cantidad, que pondría a prueba la
incredulidad de los intelectores que se paseen por él, porque se extienden a
veintiuna páginas las notas que he tomado de los fragmentos dignos de ser
leídos. Desde el punto de vista estrictamente literario, todo ha de decirse, la
obra no es un prodigio de estilo ni sorprende en modo alguno por la audacia
compositiva o la capacidad de descripción. De hecho, se ciñe a las noticias
fabulosas y las entrega, como si dijéramos, en bruto, sin elaborar; al estilo
de esas pujas coloquiales en las que los interlocutores se quitan unos a otros
la palabra con el latiguillo “pues lo que me pasó a mí sí que…” introductor de lo que se supone que es tan
extraordinario que todos los demás han de callar inmediatamente y oírlo. Si
noticias como la de los partos -acto propenso a las maravillas per se- alimentaban
fantasías como esta: Refiere Alberto
magno, el cual dice que un médico por cosa muy cierta le contó, que siendo
llamado en una ciudad de Alemania para la cura de una señora, vio que Parera de
un parto ciento cincuenta hijos, envueltos todos en una red, los cuales eran
tan grandes como el dedo pequeño de la mano, y que todos salieron vivos y
figurados. Bien entiendo que estas son cosas difíciles de creer a los que no
las hubieren visto, pero hácelas posibles ser cosa muy notoria y averiguada;
aunque, cierto, es más admirable que todas, lo que sucedió a la Princesa, o
según otros condesa, Margarita en Irlanda, que parió de un parto trescientos y
seis hijos todos vivos y tamaños como unos ratones muy pequeños; los cuales en
una fuente o vasija de plata, que hoy día para memoria de esto está en la
iglesia de aquella isla, fueron bautizados por mano de un obispo, y nuestro
invictísimo César Carlos V la tuvo en sus manos, y averiguó ser esto verdad por
muchos y muy claros testimonios, ni que decir tiene que las referentes a
hechos fuera de lo común, aunque dentro del orden de lo natural, como lo
androginia alimentaban el morbo de los oyentes, puesto que este tipo de obras
misceláneas, como tantas otras, y ahí está el Quijote que lo avala, solían ser
leídas para un publico expectante y crédulo: En los confines de los Nasamones hay una provincia de gentes, llamadas
andróginas, que todos ellos son hermafroditas, sin guardar orden ni concierto
alguno en el coito, sino que los unos y los otros usan de ello igualmente. Y
según la poca noticia que destos se tiene, no diera mucho crédito a estos
autores, si no lo confirmara Aristóteles diciendo que estos andróginos tienen
la teta derecha como hombre y la siniestra como mujer, porque con ella
alimentan las criaturas que paren. La explicación de muchas de estas
anomalías o excepciones, radica, para el autor, en el poder de la imaginación,
lo cual nos sitúa casi en la órbita de las vanguardias literarias: Según dice Algazar, filósofo antiguo de muy
grande autoridad, y o refiere Gentil, la imaginación intensa tiene tan gran
fuera y poder que no solamente puede imprimir diversos efectos en aquel que
está imaginando, pero también puede hacer efecto en las mesmas cosas que
imagina. Como buen aficionado al cine de terror y de lo fantástico, una
historia me ha hecho pensar en la secuencia clásica de Desafío total, de Verhoeven: No
será pecado mortal, aunque no le deis mucho crédito; pero yo quiero deciros una
cosa no menos monstruosa que todas las que aquí se han contado, la cual vi,
como suelen decir, con mis propios ojos, y fue en el año de trece o catorce
sobre quinientos, que un hombre extranjero iba para Santiago, el cual llevaba
unas ropas largas hasta los pies y todas hendidas por delante y así mesmo la
camisa con ellas, y dándole alguna limosna, abría las ropas y mostraba una
criatura cuya cabeza estaba al parescer, metida en la boca del estómago, o algo
más arriba; lo de fuera era todo el pescuezo, y que allí para abajo estaba toda
complida y muy bien formada con sus miembros enteros, que se meneaban; así, que
en un hombre estaban dos cuerpos, y si se gobernaba esta criatura por el hombre
que la traía o por sí, en las operaciones naturales, no lo sabré decir, porque
yo era tan niño, que ni lo supe mirar, ni preguntar, ni tenía entendimiento
para ello; y no lo osara contar, si no hubiera muchas personas en España que lo
vieron y se acordarán de ello; y así fue público y notorio. De ahí, por
consiguiente, la actualidad extremada de esta obra, capaz de competir, en
imaginación, con las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Conviene
recordar, por si no lo hubiera dicho, que el libro acabó en el Índice de libros
prohibidos por la Inquisición, como no podía ser de otra manera, a tenor de las
historias subidas de tono que recoge. Son innumerables las referencias a
pueblos exóticos cuyas particularidades van más allá de todo lo imaginable,
pero sobre cuya existencia nada se puede objetar teniendo en cuenta los autores
que avalan dicha existencia: Plinio y
Solino y Estrabon y otros muchos los refieren particularmente; pero todavía
quiero haceros mención de algunos dellos. Hay unos que llaman monoscelos que no
tienen más de una pierna, y son tan ligeros en saltar con ella, que corren más
que otros animales, yendo a saltos tras ellos. Estos tienen el pie tan grande,
que cuando hace gran calor se echan en el suelo, y alzándolo se defienden de
ella haciendo sombra con él. (…) También
escriben de otros, que llaman faneseos, con las orejas tan grandes, que cubren
todo el cuerpo con ellas, y que estos son de mus grandes fuerzas. (…) Solino dice que los Arismaspos, que están en
una provincia entre los Scitas, cerca de los montes Rifeos, todos tienen un
solo ojo. En parte, esas noticias propias de viajeros intrépidos, y el
autor tiene siempre presente a Marco Polo, alimenta una imaginación de “lo
desconocido” que llena páginas y páginas del libro con una pormenorizada
descripción de lugares inhóspitos, de animales fabulosos y de costumbres
humanas casi estrafalarias; todo ello al estilo de la muy venerable “novela
bizantina”, como lo demuestra en el Jardín
la historia de Jambolo, condenado a vivir en una isla maravillosa de la que él
y su compañero, tras siete años, son forzados a salir. La coartada de los
interlocutores en el coloquio que se extiende a lo largo de los dos volúmenes
está clara, en boca de Luis: Creedme en
esto que quiero deciros, que pocas veces o ninguna un hombre que sea curioso
puede ser juntamente nescio, porque son dos cosas que con dificultad se
compadescen: que los hombres sabios siempre procuran saber más, paresciéndoles
que es poco lo que saben y entienden, y los nescios, como no extienden su
entendimiento a pensar que hay más saber ni entender de lo que ellos entienden
y alcanzan, piensan que allí hace fin la ciencia, y así, porfían y disputan las
cosas, sin querer conceder ni otorgar más de lo que la torpeza de su ingenio
alcanza, teniendo aquel por el verdadero fin y remate de todas ellas. ¡A
ver quién es el guapo, pues, que arde en deseos de dar crédito a tantos historiadores
que les hablan de realidades tan fantásticas como difíciles de creer! La obra
progresa en una sucesión de auctoritas
que realmente apabulla a los interlocutores, y si salió Carlos V, como vimos,
también ejerce el mismo papel Boccaccio o el propio Aristóteles, amén de la
caterva de autores de mayor o menor prestigio que se anteponen a la narración
de los hechos fantásticos. Pongamos por caso lo relativo a los gigantes: Sinforiano Campegio, en un libro que llamó
Ortus Gallicus, lo cual dice por autoridad de Juan Bocacio, que afirma él mesmo
haberle visto, y fue que en Sicilia, cerca de la ciudad de Trapana, a la raíz
de un monte, que está cerca de ella, andando unos labradores cavando un
cimiento para hacer una casa, descubrieron una cueva que tenía grandísima
anchura, y, encendidos unos matojos, entraron dentro para ver lo que había, y
hallaron en medio de ella un hombre sentado, de tan admirable grandeza, que
espantados y atónitos comenzaron a huir hacia el lugar, y dando nuevas de lo
que habían visto, se juntaron muchos, y con armas y lumbres entraron en la
cueva a certificarse de la verdad, y hallaron aquel hombre, tan grande, cual
otro jamás nunca se ha visto ni oído. Tenía en la mano siniestra un báculo tan
grande y tan grueso como una grande antena de nao, y perdido el temor, con ver
que estaba muerto, llegaron a tocarle, y luego se deshizo en ceniza quedando
los huesos tan disformes, que en lo hueco del casco de la cabeza cabía gran
cantidad de una medida de trigo que se llama modio, y seis dientes se guardaron
por cosa monstruosa, y tomada la medida de todo el cuerpo, paresció que tenía
doscientos codos de largo, cosa que tendría por increíble, y aun imposible, si
tan graves autores no diesen testimonio de ello. Del mismo modo que hay
hombres del mar que acechan a las doncellas par raptarlas y aprovecharse de
ellas en sus cuevas marinas, hay hombres lobo que salen a los caminos de
Galicia para matar y devorar criaturas, exactamente igual que nos lo contó Olea
en El bosque del lobo, por ejemplo; o doncella que, secuestrada por un
oso, acaba conviviendo con él e incluso pariendo un hijo humano que se
encargará de vengar el asesinato del padre y dará lugar a una genealogía de
reyes nórdicos… El libro está tan lleno de embustes como de aciertos que nos sorprenden
por su rigor científico, como la descripción de un ataque de furor, posible una
fase maníaca de una bipolaridad, en una persona aquejada de “melancolía”-un
estado, por cierto, llevado magistralmente al cine por Lars von Trier en
película con ese título: Melancolía-:
Yo vi en una mujer muy cercana parienta
mía, que siendo fatigada de una melancolía, que los médicos llaman mirrachia,
la cual es muchas veces causa de hacer perder el juicio y venir a hacerse
furiosos y locos los que la tienen, prevenirse de tal manera con la discreción
y razón, que nunca pudo acabar de vencerla. Y era cosa de ver la batalla que
entre la melancolía y ella pasaba, tanto que hacían a la pobre mujer echarse en
el suelo boca a bajo, y la melancolía la forzaba a que hiciese pedazos lo que
traía sobre sí y que tirase piedras a los que veía, y que arremetiese con los
que topaba, e hiciese otros géneros de locuras; y la razón íbale a la mano, y
la discreción la detenía, tanto, que al fin vino a perder aquella alteraciones
y desechar el humor melancólico, quedando su juicio claro y desavahado como de
antes lo tenía. Aunque para invención con solera, ninguna mejor que la del
manuscrito hallado, que Torquemada, vía Santo Tomás de Aquino, remonta a la
primera familia sobre la Tierra: Dice
Santo Tomás en el tratado que hizo De ente & esentia, aunque algunos dicen no ser suyo, sino
apócrifo, donde trae que Abel, hijo de Adán, hizo un libro de todas las
virtudes y propiedades de los planetas, y conosciendo que el mundo de había de
perder por el Diluvio, metiolo en una piedra y cercola de manera que las aguas
no pudiesen corromperla, para que viniese a ser notorio a todas las gentes.
Esta piedra hallo Hermes Trimegisto y quebrándola y viendo el libro que estaba
dentro, se aprovechó de él en muchas cosas. De hecho, también lo usó Santo
Tomás, nos dice el autor, porque molestándole
el paso de los animales con motivo de estar enfermo, hizo una imagen conforme a
las indicaciones del libro, la enterró en la calle y las bestias se negaban a
pasar por la calle y se daban la media vuelta. La mayor parte del segundo
volumen está dedicado a las tierras cercanas al Polo Norte y los pueblos que en
ella viven. La simple enumeración de tales pueblos y lugares y algunas de sus costumbres, que el
autor repite hasta tres veces con idénticas expresiones, no produciría la
impresión de estar en el seno de unas de esa sagas de pueblos extraños con las
que estamos familiarizados sea a través de la insufrible Juego de Tronos sea a
través de las tribus de todo tipo que nutren los últimos bestsellers casi infantiles -¡qué lejos de Tolkien, por amor de
Hermes!- con que tanto nos afligen las editoriales en los últimos tiempos
mediocres de su quehacer editorial: Perioscoeos,
Antoscoeos, Amphioscoeos, que son vocablos griegos, por donde declaran de la
manera que están. Perioscoeos son aquellos a quien las sombras andan al
derredor, y estos , como adelante veréis, no pueden ser sino los que están
debajo de los polos. Amfioscoeos llamamos a los que tienen las sombras a una parte
y a otra, que es hacia el aquilón y hacia el austro, conforme a cómo se halla
el sol con ellos. Eterosceos son los que su sombra va siempre a una parte.
Los Hiperboreos, cuyos pueblos son los Parigitas, los Carcotas.
Casi conforme a estas regiones son Escamia y Dacia. Y un poco más
adelante, hablando de las provincias de Suecia, la cual llaman Gocia
Occidental, a diferencia de otra que se nombra Meridional, y de Noruega, que
por la costa del Occidente se extiende hacia la isla de Tile y se junta con Grovelant
y con Engrovelant, fuera del círculo Ártico, dice que están las provincias de
Pilapia y Vilapia, las más frías de todas las regiones, porque se llegan mucho
al Polo Ártico. (…) Provincias ignotas, entre las cuales me acuerdo que es una
que llama Pila Pilanter, y otra, más adelante Euge Velanter (…) Y estas
provincias tengo yo por cierto que son las que Gemma Frigio llama Pilapia y
Vilapia.
Del singular bestiario de
esos territorios, me quedo con una práctica bulímica que tanto aqueja hoy a los
jóvenes, como un mal de nuestro tiempo. La descripción es impactante, por su
crudeza, propiamente de registro naturalista, casi al estilo de los cuentos de
Pardo Bazán reunidos en El destripador de
antaño y otros cuentos: Hay también
otros animales llamados gulones, del tamaño de un perro grande, las facciones
como de gato, las uñas muy largas y fuertes, la cola como de raposa; estos
cuando cazan o matan alguna bestia comen de ella hasta que no les puede caber
más en el estómago o vientre, el cual se hincha tanto, que paresce que quieren
reventar; y cuando se sienten así, se meten por lo más espeso de los montes
hasta que hallan dos árboles muy juntos, y metiéndose entre ellos, aprietan el
vientre de manera que forzosamente vienen a vomitar lo que han comido, y acabando
de hacerlo, tornan a comer otro tanto, y también a vomitarlo, y tantas veces
hacen esto, que acaban de comer toda la bestia, por muy grande que sea. Si bien no puedo dejar de mencionar un tópico que forma parte incluso de las hagiografías, como la de San Francisco de Asís, me refiero a la capacidad de las personas para entender la lengua de las aves:
Luis.- Según eso, queréis decir que
las aves se entienden.
Bernardo.- ¿Y vos dudáis de eso?
Pues así como los animales se llaman con los bramidos y se conoscen y vienen a
juntarse, también las aves con el canto malo o bueno se llaman y se juntan, y
en fin, es entre ellas un lenguaje con que se en tienden las unas a las otras.
Antonio.- De Apolonio Tianeo se
escribe que también él las entendía.
Luis.- Por cosa imposible lo tengo
yo.
Sin embargo, en el Jardín se cuenta que Apolonio oyó que un
pájaro llevaba nuevas a otros de que a un molinero se le había caído un costal
de trigo de un asno y había quedado el grano esparcido por el lugar. Los
compañeros de Apolonio no lo creyeron hasta que pasaron por el camino y vieron
a los pájaros comiendo donde se había caído el saco.... Y nada más leerlo, ¡quien puede resistirse a evocar aquellas secuencias mirificas en que Totó, en la película de Passolini, Uccelacci e ucellini, después de una humilde espera de recogimiento, logra entender ese lenguaje de las aves...
A modo de final
filológico, permítaseme concluir con un listado no completo de las auctoritas citadas por Antonio de
Torquemada, entre las cuales surgen, enseguida, posibles lecturas futuras, como
la de los Días geniales, de Alejandro
de Alejandro o el Hortus Gallicus, de
Sinforiano Campegio…
Plinio, Solino,
Aristóteles, Gema Frisio, Juan Bohemio, Varrón, Pontano, a Juan Pio Bononiense,
San Agustín, Crates Pergameno, Eleanico, Damaste, Cornelio Tácito, Theodoro
Gaza, Alejandro de Alejandro, Juan Saxo,
Juan Magno, Olao Magno, Pigata. San Jerónimo, , y Alberto Crancio, Alemán,
Moscovita Polonio, Averroes, Dioscórides, Juvenal, Isaías, Boecio, Gaudenci
Merula, Lópe Obregón, Paulo Jovio, Arriano, Estrabón…