Un
estilo, un pensamiento un mester: Galdós (y España) en sus textos.
Galdós es él en su tinta
y en unos modos narrativos que crean adicción. En eso es extremadamente
cervantino, aunque sin complicarse tanto la vida con los narradores, pero sí
haciendo mil protestas sobre el carácter verídico de la narración de su
personaje, Gabriel Araceli: Mi relato no
será tan bello como debiera, pero haré todo lo posible para que sea verdadero.
Como son muchas las intervenciones del narrador en la historia, me he permitido
escoger una de ellas que resume a la perfección
ese juego de verosimilitudes que pretende establecer Galdós a lo largo
del relato. Hela aquí: [Gabriel le habla a su enamorada, Inés] Tú eres muy buena; pero es preciso confesar
que tienes pocos alcances. Al fin eres mujer, y las mujeres… como no sea hacer
calceta, y de poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa. Inmediatamente después, como si le hubiera
sobrevenido un arrepentimiento súbito, vuelve a dirigirse a los lectores: Lector: cuando leas esto te suplico que te
despojes de toda benevolencia para conmigo. Sé justiciera e implacable, y ya
que no me tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga
en el libro tu ira, arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo… ¡ay!, pero no:
él es inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene la culpa de nada: su único
crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas lo que yo he querido poner
en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y lo irrisorio, lo patético y lo tonto
que al escribir esta historia he ido sacando, escarbador infatigable, de los
escombros de la vida. Si algo encuentras que me desfavorezca, tan mío es como
lo que te parezca laudable. Ya habrás conocido que no quiero ser héroe de
novela: si hubiera querido idealizarme,
fácil me habría sido conseguirlo, cuidando de encerrar con cien llaves todas
mis flaquezas y necedades, para que solo quedasen a la vista del públic0 los
hechos lisonjeros, adicionados con lindísimas invenciones, que en caso de apuro
no me habrían de faltar. (…) Como prueba de mi modestia, no he vacilado en
copiar el diálogo con Inés, que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar
que si el lector no me adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos,
pues, las paces y continuaré la narración en el mismo punto en que la dejé.
¿Funciona o no funciona, el método? ¡Impecable!, y más en aquellos albores del
realismo novelística en España. Como los problemas dinásticos entre Fernando
VII y sus padres, Carlos IV y María Luisa, son una de las principales causas
tanto de la necesidad surgida del pueblo de luchar contra el supuesto “aliado”
francés, devenido enseguida “invasor” -algo que desde el pueblo llano se vio
con preclara lucidez, como la de Pacorro Chinitas: creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este
hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá ganitas
de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es España, cuando vea que
los Reyes y los príncipes que la gobiernan andan a la greña como mozas del
partido? Él dirá, y con razón: “Pues a esta gente me la como yo con tres
regimientos”. Ya ha metido en España más de veinte mil hombres. Ya verás, ya
verás, Gabrielillo, lo que te digo. Aquí vamos a ver cosas gordas y es preciso
que estemos preparados, porque de nuestros Reyes nada se debe esperar y todo lo
hemos de hacer nosotros-, como, por otro lado, redactar una Constitución
que hiciera algo tan revolucionario como decretar que la soberanía nacional
reside en el pueblo y no en la monarquía, es evidente que las alusiones a la
realidad política de aquellos años convulsos son constantes a lo largo de la
novela. A este respecto, quiero recordar la existencia de un libro muy
estimable del escritor francés de origen español, Michel de Catilla, Las lobas del Escorial, en el que los
intelectores encontrarán una historia pormenorizada y con rasgos novelísticos,
pero no una novela histórica, que conste, que les satisfará enormemente, me
imagino. [Sobre ella escribí una breve semblanza aquí]
Así, no es infrecuente encontrar quejas incluso de la aristocracia, crítica con
el libertinaje de la reina y Godoy: Parece que por su linda cara le han hecho
primer ministro. Así andan las cosas de España: luego, hambre y más hambre…
todo tan caro… la fiebre amarilla asolando a Andalucía. Está esto bonito, sí
señor… ; pero un sencillo marinero saca esta desoladora conclusión de la
aventura de Trafalgar: no quiero más
batallas en la mar. El Rey paga mal, y después, si queda uno cojo o baldado, le
dan las buenas noches, y si te he visto no me acuerdo. Parece mentira que el
Rey trate tan mal a los que le sirven.
El hecho de que el narrador evoque su “salida” al mundo a los catorce
años permite, no solo que hable de sí mismo como “un filósofo de catorce años”,
sino que, desde su vejez, destaque, sobre todo, algo así como los momentos
“fundacionales” de su personalidad, como cuando, antes de la batalla naval, se
dice: en el momento que precedió al
combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra [Patria] significaba, y
la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo y
descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, y saca de
la obscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa
tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; o como cuando,
enterado de la existencia de un rival con quien quieren desposar a su “amita” y
compañera de juegos, se descubre: la
parte perversa de mi individuo me dominó un instante; en un instante también
supe acallarla, acorralándola en el fondo de mi ser. ¿Podrán todos decir lo
mismo? Lo que le permite “encajar”
la boda inevitable con un estoicismo impropio de la edad: La resignación, renunciando a
toda esperanza, es un consuelo parecido a la muerte, y por eso es un gran
consuelo. Cada volumen tiene sus centros de interés que suponen un
aliciente para diferentes clases de lectores. Después de Trafalgar, me encantó
encontrarme con el mundo del teatro, o mejor deberíamos decir, con las miserias
del teatro ( Llevar por las tardes una
olla con restos de puchero. Mendrugos de pan y otros despojos de comida a don
Luciano Francisco Comella, autor de comedias muy celebradas, el cual se moría
de hambre en una cada de la calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que
era jorobada y le ayudaba en los trabajos dramáticos), aunque también se
hable de actores y actrices de éxito, como la pareja que, adelantándose a no
pocas películas, representa en escena el Otelo con la insana intención de
acabar con la adúltera en la vida real, por ejemplo. Cuando por su gracia y
luces naturales Gabriel va relacionándose con los grandes del mundo y se le
encomia que él puede llegar muy lejos, a pesar de ser de tan baja cuna, se deja
llevar por los delirios de grandeza y no duda en proclamar: lo primero que voy a disponer es que no haya
pobres, que España no vuelva a unirse con Francia, y que en todas las plazuelas
de España se fije el precio de los comestibles, para que los pobres compren
todo muy barato; un “endiosamiento” transitorio y hasta cómico que deriva
en una reflexión muy oportuna, entonces y ahora: ya habrá observado el lector
que, al suponerme amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron
sobre mi engrandecimiento personal, y el ansia de adquirir honores y destinos.
En esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los mismos.
Lo que remacha, más adelante con otro juicio inapelable: cuantos llevamos la generosa sangre española en nuestras venas somos
propensos a la fatuidad. Como prueba inequívoca de esa labor de rastreo
documental, no quiero dejar de reflejar este fragmento del libro en el que se
nos habla de las labores literarias de Fernando VII, de las que ni tenía
noticia: - Quizás el pobre Fernandito no
piensa más que en traducir sus libros… - Parece que el que tradujo hace poco no
gustó a los papás, porque hablaba de no sé que revoluciones, y ahora está con
otro: como no sea alguna endiablada tramoya para pescar el trono… Se
refieren a la Historia de las
Revoluciones de la República Romana, del abad René de Vertot que tradujo
del francés el futuro Fernando VII. A lo largo de los episodios va dejando caer
Galdós ciertas convicciones que conviene destacar, porque se refieren a hechos,
como los motines, que se sabe cómo empiezan pero no los lodos que traen consigo:
Un motín no es ni más ni menos que
salirse todos a la calle gritando viva esto o muera lo otro, y romper alguna
vidriera y hasta si se ofrece golpear a algún desgraciado. (…) La turba siempre es valiente en presencia de
estos ídolos indefensos, para quienes ha sonado la hora de la caída
[Godoy]. (…) Sintiendo el auxilio de la
ingratitud, la turba se envalentona, se cree omnipotente e inspirada por un
astro divino, y después se atribuye orgullosamente la victoria. La verdad es
que todas las caídas repentinas, así como las elevaciones de la misma clase,
tienen un manubrio interior, manejado por manos más expertas que las del vulgo.
(…) Era la primera vez que veía al pueblo haciendo justicia por sí mismo, y
desde entonces le aborrezco como juez. Del lado de lo anecdótico, sin
embargo, caen datos como el que Araceli asistiera a una tertulia en el café
Pombo, donde tendría su sede la tertulia plutónica de Ramón o la existencia de
una calle, Tentenecios -en plural en el texto, en singular en la realidad-
donde ubica una de las primeras logias masónicas que se crearon en España En
realidad, la calle Tentenecio, en singular, cuenta la tradición que debe su nombre a un milagro de Juan de Sahagún,
quien con la expresion “¡Tente, necio!”, paró en seco a un toro que se había
escapado…. Nada, pues, de nombre alusivo a la posible condición de los
frecuentadores de la logia, como podría pensarse, dado el uso frecuente que
hace Galdós de los nombres simbólicos. Muchos ejemplos, tras esta primera serie
podrían aducirse del arte narrativo de don Benito, pero he escogido este en el
que la sátira se prodiga con ese arte suyo tan especial para construirla. Se
centra en la casa de los familiares de Inés, los Requejo, dos tenderos que la
acogen para sacar un beneficio cuando la devuelvan a la aristócrata de quien ya
saben ellos que es hija, y son representados como lo que son: el emblema de la
avaricia: Allí no había perros ni gatos,
ni animal alguno, si se exceptúan los ratones, para cuya persecución don Mauro
tenía un gato de hierro, es decir, una ratonera. Los infelices que caían en
ella eran tan flacos, que bien se conocía estaban alimentados con perfumes. Un
perro hubiera comido mucho: un jilguero habría necesitado más rentas que un
obispo: una codorniz hubiera echado la casa por la ventana: las flores cuestan
caras, y además el agua… La fauna y la flora fueron por estas razones
proscritas, y para admirar las obras del Ser Supremo, los Requejos se recreaban
en sí mismos. Tampoco faltan en esta Primera serie los “excéntricos”,
cuando no perturbados mentales, en diferente grado. En este caso, sin salir del
negocio de los Requejo, su empleado cubre a satisfacción esa cuota galdosiana
que nos ha dado personajes tan entrañables como Mauricia la dura o Ido del
Sagrario, por ejemplo: Juan de Dios era sin género de duda un
excéntrico, pues también en aquella época había excéntricos. Un hombre que no
habla, que ignora lo que es risa, que no da un paso más de los necesarios para
trasladarse al punto donde están la pieza de tela que ha de vender, la vara con
que la ha de medir, y la hortera en que ha de guardar el dinero; un hombre que
en todas las ocasiones de la vida parece una máquina cubierta con la humana piel para remedar mejor nuestra
libre, móvil e impresionable naturaleza, ha de llevar dentro de sí algo
ignorado y excepcional. Este Juan de Dios se enamora locamente de Inés y se
convertirá en rival de Gabriel, por más que acabe siendo una rivalidad con algo
más de cómica que de dramática. Son pocas las erratas que se han deslizado en
el texto, aunque haylas. Dos de ellas quiero traerlas a colación, para
desayunarnos tan ricamente dos preciosos gazapos: El Vierzo, tal cual, por El
Bierzo y una expresión: “traje ligero y abigamado”,
con una palabra que no logré encontrar en diccionario alguno de los muchos que
atesoro, hasta que descubrí que se trataba de una errata, abigamado por
‘abigarrado’, cuyo uso escrupuloso me recordó un significado de abigarrado que
había olvidado: “de varios colores y especialmente si están mal combinados”.
Una errata corregida es una ignorancia vencida. El texto Galdosiano está lleno
de usos lingüísticos cuya novedad sorprenderá a los intelectores en cuanto
estos indaguen sobre su significado o su contexto. Tal es el caso del uso de
tunantes en este contexto: al llegar al
pueblo, la mayor parte de los prisioneros fueron distribuidos en varias casas.
Los considerados tunantes que era
preciso exterminar, fuimos conducidos a la parte alta de la casa del
Ayuntamiento y encerrados separadamente. Si uno ve la definición de tunante
en la RAE se queda a dos velas, pero si sigue el rastro de la etimología y se va a tunar:
“andar vagando en vida libre”, comienza a atar cabos del uso. Esos tunantes era
a los que los franceses llamaron brigands, “bandoleros”, que luego volveríamos
a adoptar, ‘brigante’, un concepto muy usado en el sainete, por ejemplo. De todo
el volumen dedicado a las guerrillas, que daban para algo más que para aquella famosísima
serie de bandoleros, en su tiempo, Curro Jiménez, un auténtico microcosmos en
el que hasta por rencillas personales algunos cabecillas iluminados eran
capaces de pasarse al enemigo, recojo este lúcido análisis que hace Galdós de
aquel fenómeno: tres tipos ofrece el
caudillaje en España, que son: el guerrillero, el contrabandista, el ladrón de
caminos.(…) La guerra de la Independencia fue la gran academia del desorden.
Nadie le quita su gloria, no señor: es posible que sin los guerrilleros la
dinastía intrusa se hubiera afianzado en España, por lo menos hasta la
Restauración. A ellos se debe la permanencia nacional, el respeto que todavía
infunde a los extraños el nombre de España, y esta seguridad vanagloriosa ,
pero justa que durante medio siglo hemos tenido de que nadie se atreverá a
meterse con nosotros. (…) Los guerrilleros constituyen nuestra esencia nacional.
Ellos son nuestro cuerpo y nuestra alma, son el espíritu, el genio, la historia
de España; ellos son todo, grandeza y miseria, un conjunto informe de
cualidades contrarias, la dignidad dispuesta al heroísmo, la crueldad inclinada
al pillaje. Al mismo tiempo que daban en tierra con el poder de Napoleón, y nos
dejaron esta lepra del caudillaje que nos devora todavía. Pero donde Galdós
se muestra más él mismo es en la sorprendente facilidad que exhibe para la
creación de personajes de variadísimos caracteres y con sorprendes existencias.
Así, la creación de un personaje como Lord Gray, del que tan excelente partido
narrativo saca a través de la ambigüedad, nos deja el retrato de un inglés a
través de quien creemos oír al propio Galdos, retratándose a sí mismo por vía
de extrañamiento en otro ‘insular’ como él mismo lo es por nacimiento: -No
es lo mismo -dijo el inglés-. Yo conceptúo más compatriota mío a cualquier
español, italiano, griego o francés que muestre aficiones iguales a las mías,
sepa interpretar mis sentimientos y corresponder a ellos, que a un inglés
áspero, seco y con un alma sorda a todo rumor que no sea el son del oro contra
la plata, y de la plata contra el cobre. ¿Qué me importa que ese hombre hable
mi lengua, si por más que charlemos él y yo no podemos comprendernos? ¿Qué me
importa que hayamos nacido en un mismo suelo, quizás en una misma calle, si
entre los dos hay distancias más enormes que las que separan un polo de otro?
Un personaje vitalista, aventurero y racionalista de quien llaman la atención
estas dos afirmaciones: La materia
vivificada por el amor es sin duda lo mejor que existe después del espíritu,
que es una suerte de romanticismo materialista, y ¡Viva lo imposible! El placer de
acometerlo es el único placer real, que parece un eslogan del Mayo del 68
del siglo pasado. Cerremos, en todo caso, esta recopilación de highlights de esta Primera serie con un
elogio de la que parece haber querido destacar con su escritura don Benito: Lo que no ha pasado ni pasará es la idea de
nacionalidad que España defendía contra el derecho de conquista y la
usurpación. Cuando otros pueblos sucumbían, ella mantiene su derecho, lo
defiende, y sacrificando su propia sangre y vida, lo consagra, como consagraban
los mártires en el circo la idea cristiana (…) Hombres de poco seso, o sin
ninguno en ocasiones, los españoles darán mil caídas hoy como siempre,
tropezando y levantándose, en la lucha de sus vicios ingénitos, de las
cualidades eminentes que aún conservan, y de las que adquieren lentamente con
las ideas que les envía la Europa central. Grandes subidas y bajadas, grandes
asombros y sorpresas, aparentes muertes y resurrecciones prodigiosas, reserva
la Providencia a esta gente, porque su destino es poder vivir en la agitación
como la salamandra en el fuego; pero su permanencia nacional está y estará
siempre asegurada. Con todo, la guerra contra el francés no fue sino el
preludio de una guerra civil que se libraría entre absolutistas y liberales,
que ya se anunciaba incluso en el lema de El Semanario Patriótico: La opinión pública es mucho más fuerte que
la autoridad malquista y los ejércitos armados.
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